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0.1 Malvada

Quantico, Virginia. 🇺🇸
Año 2010.

Academia del FBI

Tres semanas. Solo faltaban tres semanas para culminar el entrenamiento. Cada extremidad de mi cuerpo dolía, los días anteriores se basaron en un entrenamiento fuerte, exhaustivo y demoledor. Aunque estaba recién saliendo de un largo sueño, enseguida pude sentir el cosquilleo en la planta de mis pies y manos. El costo de ser agente especial del FBI era realmente duro, física y mentalmente.

Bostecé, respiré hondo, y al hacerlo, el olor a humo invadió mis fosas nasales. En menos de un segundo abrí los ojos y me bajé de la pequeña cama en mi cuarto. El humo emergía del closet, por lo que me apresuré en abrir las puertas. Tosí al recibir la gran cantidad de humo, sacudí la mano alejando la nube blanca hasta que reconocí una extraña cajita de hierro en el piso. De allí salía el humo.

Me agaché para revisarla. Fue fácil reconocer el tipo de cerradura, como también descifrar el mensaje en chino en la parte trasera de la cajita de hierro que emitía un repetitivo «bip».

¡El descanso no existía en esa puñetera academia!

Los instructores eran unos canallas. Sabían a la perfección que el chino es mi idioma más débil, así que ese eligieron. Por suerte, pude entender rápido.

El FBI y su manía de hacerte aprender a las malas maneras.

«Soldado Donovan, tememos que la cerradura de su cuarto fue cambiada. La nueva llave está en algún lugar de la habitación. Debe resolver cómo abrir esta caja, desactivar la bomba y abrir la puerta. Su prueba de hoy es de 1 hora a partir de las 7:00 am. La academia le aconseja empezar por ampliar su conocimiento literario».

Maldije a todos y cada unos de los miembros del FBI por joderme otra mañana.

El reloj marcaba las 7:20 am. Había perdido veinte minutos valiosos. Me vestí con el uniforme a trompicones, me calcé en las gomas, y corrí a la pequeña biblioteca en la pared. La referencia al género literario, su respuesta debía estar allí. Revisé entre los pocos libros, hasta que uno en particular, tenía dos hojas sueltas. Al principio me confundí, analizando el libro entero, luego mis ojos volaron a los números en las esquinas de las hojas. Los números de página.

A la pared. Página 23.
Secretos de la caja fuerte. Página 60.

Me fue inevitable soltar un chillido. En quince minutos ya tenía el acertijo resuelto, también el código de una caja fuerte que se suponía estaba en la pared. De vez en cuando echaba vistazos al reloj digital en la mesa de noche mientras buscaba el indicio de alguna caja fuerte.

El humo se concentraba en el cuarto más y más. Apliqué una técnica de relajación, controlé mi respiración agitada, y continué relajada con la búsqueda, sin alterarme. Con la cabeza fría.

Veinticinco minutos restantes.

Saqué la cajita del closet, con la esperanza de que allí estuviera la caja fuerte, soportando el montón de humo que me empezaba a marear. Lo que más me tocaba los ovarios era mi pobre ropa, ¡quedaría hedionda!

A un costado del closet, hallé una rejilla. Casi sin poder ver, tiré de ella y logré sacarla. Con mi vista nublada, distinguí una pulcra caja fuerte, esperando que introdujera un código de cuatro dígitos. No perdí tiempo en marcar los números de páginas.

La puertecita abrió.

—Maldición, soy tan inteligente.

El único contenido, al salir del humeante closet, descubrí que era una llave plateada, y unas tijeras diminutas. Las tijeras me pusieron más tiesa que como si tuviera un palo metido por el ojete. En ese momento tuve ganas de matar a todos aquellos que subestimaban el ser parte del FBI.

Definitivamente esto requiere algo más que solo saber dar una patada o apretar un gatillo. Es mucho más que no cualquiera podría soportar. Para ser parte de este mundo, son demasiados los sacrificios, pero al final valdría la pena.

—Vale, veinte minutos. —Me tiré al piso junto con la cajita, un portátil, y las tijeras. Con el antebrazo sequé el sudor en mi frente—. Algún día serás grande, Madison... Muy importante. Serás la mejor agente que podrá existir. No te vas a rendir. Jamás —aseguré, muy convencida—. Ni siquiera por el paracaidismo y puñetero entrenamiento en plan militar.

Tras revisar la cajita, recordé una clase en específico sobre esa clasificación de explosivos. Fue entonces cuando reconocí el modelo, su técnica de apertura y desactivación, según el tipo de explosivo que contenga en su interior. Inicié el proceso a través del portátil. Ese modelo requiere un procedimiento delicado para poder abrirlo, por lo que me concentré todo lo que pude en el hackeo e infiltración de datos, intentando ignorar el hecho de que tenía la fuente de humo cerquita. Que me sentía cerca del desmayo, pero no desistí, en ningún segundo.

Para el momento que la cajita desplegó su tapa, faltaban quince minutos para la detonación. Identifiqué el pequeño explosivo. De llegar a explotar, tendría un límite de un radio de aproximadamente, diez metros. Toqué, cuidadosa, los cables para ver mejor el panel de luces rojas cuyas identificaciones estaban en clave.

Guiándome por las identificaciones y el respectivo procedimiento de aquel diseño, apagué con éxito el sistema operativo del hardware, pero aquello no significaba la victoria, solo la desactivación del hardware. Con él desactivado, ya podría manejar los cables. Suspiré profundo, con un poco de esfuerzo. El ardor en mis pulmones era más latente, el ardor en mis ojos, la sensación de no poder inhalar correctamente.

Agarré las tijeras. Solté un gemido de frustración echando la cabeza hacia atrás. Eran cuatro cables, amarillo, rojo, azul y verde. Y uno, solo uno de ellos, apagaría el explosivo. Los demás lo activarían.

Volví a revisar los puertos, conectores, tratando de recordar al máximo las especificaciones exactas del modelo. Me llené de valentía, cogí con cuidado el cable amarillo, y muy segura de mí misma, lo corté a la mitad.

El humo se detuvo. El insesante «bip» también.

Dejé salir una bocanada de aire. ¡Menuda forma de iniciar el día! Aunque prefería desactivar bombas todas las mañanas en lugar de tener al general Schneider despertándome con una bocina o un cubo de agua helada.

Lo peor de todo, es que era a mí quien le tocaba lavar las sábanas mojadas y sacar el colchón al aire. Pasara lo que pasara, ningún compañero podía ayudar a otro en ese tipo de situaciones, estaba prohibido. Según, era para que aprendiéramos a hacerlo nosotros mismos. La ayuda en equipo era estricta, sí, pero la metodología de la academia era enseñarnos también a ser autosuficientes.

—Soldado Donovan, tal parece que ha roto el récord de su compañera Park. —Echó un vistazo al reloj en su muñeca, el señor Stone, apenas abrí la puerta del cuarto. Tachó algo en su libreta y me miró con una mueca arrogante—. No es tan inútil como pareció ayer al no tirarse del edificio dos pisos.

Esbocé una divertida sonrisa.

—Soy tan inútil como usted hábil, con mucho respeto, señor.

—Dígame algo, Donovan, ¿puede desactivar una complicada bomba en tiempo récord pero no saltar de un edificio, aunque abajo había un colchón para amortiguar la caída?

—Me sentía mal del estómago. —Mi defensa sonó como un reclamo.

—A nadie le importa si le duele el estómago, la pestaña o la uña. ¿Si el simulacro de ayer hubiese sido real, hubiera muerto porque le dolía el estómago? —argumenta, severo—. Si va a cometer ese tipo de fallas por su miedo a las alturas, camuflado en un malestar, entonces la puedo guiar aquí a la vuelta, al tercer pasillo, la salida directa de esta academia. No la necesitamos aquí.

Apreté los labios en una fina línea. En mi berrinche de orgullo, me crucé de brazos y desvié la mirada de sus profundos ojos avellana.

—Dígame ya mismo la solución, soldado —exigió.

—No haber saltado fue una vergüenza para estar al nivel en el que estoy, siendo parte de un escuadrón del que de sesenta, solo aprobamos diez a la academia, en la cual cinco ya no están. Para estar en el equipo de élite del FBI debería saltar con los ojos cerrados —dije entre dientes, aún sin mirarlo, pero aceptando mi error.

—Eso no me basta. Dígame las cualidades por las que está aquí, a punto de culminar el entrenamiento.

«Capullo».

—Experiencia en computación, formulación matemática y tecnología, para trabajar contra el terrorismo, prevenir cyber-ataques, hackeos, robo de datos e intrusiones y fraudes. Acreditada lingüística multilingüe en alemán, portugués, francés, ruso, chino, coreano, italiano, latín y turco para poder traducir escritos o audios, interpretar, y desenvolverme en cualquier sector. Conocimiento en leyes gracias a mi doble grado en Derecho y Ciencias Políticas, para casos de investigación criminal.

—Quiero más —ordenó, alzando la barbilla en un gesto de grandeza.

Y yo, que soy más humilde que cualquiera, con mucho gusto le seguí nombrando mis cualidades, de las cuales me sentía muy orgullosa. De las que aprendí en su mayoría en la academia a lo largo de aquellas infinitas semanas.

—La acreditación de paramédico, la aplicación de métodos médicos en casos de emergencia, dentro y fuera de la agencia. La objetividad analítica para evaluar y hacer declaraciones, un alto nivel psicológico apto. Capaz de reconocer a través de mi análisis a personas cuyas conductas pongan en riesgo la seguridad nacional o pública. Y capaz de enfrentarme con la cabeza fría a situaciones afectivas o casos sensibles que involucren niños, víctimas con traumas. La resolución de problemas, y el mantener un enfoque estratégico. El conocimiento en contabilidad y finanzas para los casos de crimen organizado, analizar datos y testificar en la corte pruebas financieras.

—Me parece bien lo que me ha dicho, soldado, pero falta lo más importante...

Finalmente, conecté mi mirada en la suya. Tenía ese característico brillo de chulo arrogante superficial, que en pocas semanas llegué a conocer a la perfección. Me coloqué las manos en la cintura y di un paso hacia él, creando una cercanía ya normalizada.

—Estoy aquí por mi alta puntuación de habilidades tácticas en el campo. El liderazgo, trabajo en equipo y dedicación. Autodefensa, resistencia, agilidad, destreza, uso de armas y peleas. He estado sometida a este entrenamiento físico que es básicamente un entrenamiento militar —acentué, firme—. Me han humillado, gritado; he tenido la suficiente motivación y fortaleza para soportar el abuso físico y verbal. Varios cayeron como moscas, pero yo no, porque esto se logra si tienes el conocimiento, la razón y el carácter necesario. A mí, me sobra, así que muévase porque me voy a tirar de ese edificio ahora mismo. Y sin un colchón. Porque yo aquí vine a demostrar que puedo hacer todo lo que me proponga, señor.

Pocas veces sucedía, y aquel día fue una de esas, en las que relajó las facciones, bajó la guardia. Su mirada era una mezcla de orgullo, satisfacción y cariño. Yo me mantuve en plan chulita. Arqueé las cejas, sintiéndome poderosa.

Por dentro, estaba un poco acojonada. Mi terror a las alturas era muy real, pero ni uno o mil miedos me iban a detener.

—Excelente, soldado. ¿Ya entendió la referencia? ¿Ha aprendido la lección?

Eché un vistazo al solitario pasillo. Aparentemente no había nadie, pero de todas formas disminuí el tono de voz para replicar lo siguiente:

—Lo hice. Ahora dígame, señor, si usted ya aprendió la suya.

El instructor Stone levantó una ceja. No evitó mirar también si estábamos solos o en compañía.

—Créeme que lo hice —carraspeó.

— ¿Para bien..., o para mal? —murmuré, consciente de mi juego mental. Él también lo sabía. Por eso me gané una mirada de reproche.

—No seas tan cínica —farfulló, escueto. Sonreí cómo pilla. Se alejó de mí, recuperó su altivez, y observó mi cuerpo con un deje de mala leche—. Y hágame el favor de usar el uniforme como es, esto no es la preparatoria. Ya va a terminar el entrenamiento y todavía se lo tengo que repetir.

—Señor, toda mi ropa ha quedado olorosa a humo —reproché viendo que empezaba a caminar.

—Pues lávela, para eso tiene dos manos. Ya sabe dónde está el jabón. De a malas si no le gusta.

«¡Gilipollas!».

—Arréglese —agregó—. La veré en el mismo edificio para repetir la prueba. Tiene veinte minutos.

Por minutos, odiaba el FBI.

El simulacro de persecución del día anterior, se llevó a cabo en equipo, ya que era necesario hacer distintas pruebas al mismo tiempo. Yo la reprobé. Por lo que para la repetición tuve que hacerlo totalmente sola, a contrarreloj. Era difícil, pero no imposible. Llegué a la azotea del edificio de dos pisos, sudorosa y cansada, pero contenta por completarlo yo sola.

En aquella escena de rol, estaba marcado que gracias a lo que se tuvo que hacer para recuperar tecnología robada de una corporación corrupta ficticia, el edificio presentaría una fuerte explosión de la que debía huir, y la única manera era saltando de la azotea.

Tenía el estómago hecho un revoltijo. Miré hacia abajo en el borde, mis cuatro compañeros y Stone estaban allí, atentos a mi caída.

— ¡Vamos, guapa! —me alentó, David el guaperas.

Amber Park, la única mujer aparte de mí, mi gran competencia, sacudió la cabeza. Vi que movía una pierna con impaciencia. Esa tía me tocaba los cojones.

— ¡Cuatro minutos, soldado! —gritó el instrictor—. ¡Sería una pena que siguiera igual de inútil que ayer!

Me alejé del borde, no sin antes sonreírles en plan diva. Por dentro tenía las mismas naúseas que el día anterior. Yo misma ordené que no hubiera colchón para saltar con libertad, así que tenía que encontrar otra forma. Para eso es el análisis, el racionamiento, las estrategias.

La solución más fácil suele estar en los problemas más difíciles.

El edificio que estaba al lado de aquel, era de una sola planta. Corrí al extremo que estaba cerca del otro edificio, calculé la distancia entre ambos, la fuerza de velocidad que necesitaría, y el impacto de la caída. Estaba decidido. Sujeté con fuerza el maletín metálico con los falsos aparatos del simulacro, y me paré en la mitad de la azotea. Mientras contaba hasta tres, recordé que el edificio contiguo contaba con escaleras de emergencia.

¡Había resultado más fácil de lo que creía!

Tomé impulso y eché a correr con fuerza, para así en el borde saltar a la azotea más baja del otro edificio. El viento chocó en mi rostro, al igual que varios mechones de pelo, cuando estuve cayendo en el aire. En momentos así mi corazón se detenía, la respiración se cortaba, mi sentido auditivo desaparecía. Solo entonces hasta que volvía a estar en tierra firme.

Caí en la azotea dándome un buen porrazo en las costillas, ya que caí de costado al concreto mientras que amortigué el golpe en mi cabeza con los brazos. El maletín rodó lejos en un estrépito golpe. Jadeé de dolor, pero enseguida me puse de pie para correr a buscar el maletín y luego ir a las escaleras de emergencia. Bajé por ellas lo más veloz que pude y troté hacia el grupo de personas esperando por mí.

Recibí un choque de puños de parte de mis compañeros hombres, la muy envidiosa de Amber se dedicó a rodar los ojos con notable fastidio. Pobre, la envidia la tenía enferma, insoportable.

El instructor Stone anotó alguna tontería en la su preciada libreta antes de mostrarme ambos pulgares.

—Culminó con dos minutos de sobra. Buen trabajo, soldado, el de ampliar los horizontes. Demuestra a sus compañeros que hay que buscar más que una salida planeada —fue levantando el tono de voz a medida que los veía, con las cejas arqueadas—. En la vida real no habrán colchones esperándolos abajo, soldados.

—Me encanta probarles que puedo hacer lo que no me creen capaz. —Le entregué el maletín, más contentilla que nunca. A él se le escapó una pequeña sonrisa.

—Y sí, me enamoré —murmuró Frank, risueño.

—Todos —rebatió, Cessar. Miré a este con incredulidad, él jamás se podría enamorar de mí. Sin embargo, su sonrisa fue alegre y divertida. David silbó, pegándole en el hombro.

El señor Stone entornó los ojos, sacudiendo la cabeza. Nuestro querido instructor no tenía pena alguna. Para desviar la película que mi compañera se debía estar montando, le recordé Stone sobre su promesa de darnos ese sábado libre.

— ¿Cuándo lo dijo? —Se confundió, Amber—. Yo opino que todos deberíamos aprovechar cada día en...

—Ay, cállate, Amber —cuchicheó Frank. No me corté en reírme.

—Soldado Campbell —le regañó, el instructor—. Efectivamente, Donovan, eso les prometí. Como ya sabrán, hay una muy importante reunión en la agencia, por lo que la clase práctica de hoy, no va. Tienen el resto del día libre. Nos vemos mañana a primera hora, soldados.

—Sí, señor —dijimos al unísono.

Stone asintió. Me miró por última vez antes de dar media vuelta hacia el edificio principal de la academia.

Caminábamos uno detrás de otro en la oscuridad de la noche por las instalaciones de la academia, el silencio era reemplazado por nuestras pisadas, acompañadas del canto de los grillos. Cessar, el último de la fila, susurró una alerta que nos hizo detenernos de abrupto. Nos agachamos al mismo tiempo, creando una técnica de camuflaje. David, el primero en la fila, me pasó un pequeño dispositivo de cristal que roté al tercero, Amber. Pasó a manos de Frank hasta llegar a las de Cessar. Mantuve la cabeza gacha todo el tiempo, inmóvil mientras él se encargaba de asegurar que estuviéramos solos.

—Sigan, sigan —ordenó en un exaltivo susurro.

En perfecta sintonía volvimos a estar de pie, moviéndonos por el lugar a rápidos pasos. Llegados al muro de concreto en el área de entretenimiento físico, como no era tan alto, cada uno en orden dimos un salto para escalar el muro y cruzar al otro lado.

—Yo, en mi humilde opinión, diría que deberíamos dejar hacer esto.

—Ay, cállate, Amber —siseó Frank, cansado—. No sé cómo podemos ser primos.

—Ay, yo menos.

—Vale, ya. Ya llegamos —festejó David. Los cinco rodeamos el lugar detrás de un árbol, el guaperas se encargó de apartar las hojas del suelo y dejar al descubierto la puertecita de madera. Tiró de ella—. Pasen, hijos míos.

Chillé extasiada, siendo la primera en bajar las escaleras al escondite secreto que creamos una semana después de empezar el entrenamiento. El lugar no era grande, lo suficiente para que cabieran cinco personas. Sonreí al ver la estartalada radio, me acerqué y la encendí. Casi grité de la emoción tras reconocer la voz de Britney Spears.

—Genial. Despertó Britney. —Era la irritada voz de Amber.

I'm not that innocent! —canté inspirada. Lancé los brazos a los hombros de Cessar, quien estaba más cerca de mí, y moví la cadera al ritmo pegajoso—. Oops I did it again, I played with your heart.

Con el de todos —se burló, David, destapando una cerveza—. Esa canción de verdad es tuya.

—Oops, you think I'm in loveeeeagregué un tono divertido que los hizo reír. Cessar me rodeó el torso para abrazarme con cariño entre pequeñas risas—. ¿Por qué, eh? Estás buenorro.

—Yo no lo decidí así, bebé, pero me pones.

—Bueno ya, ya, ya. Mucho toqueteo y susurros. —El quejido de David nos obligó a separarnos, divertidos—. Madison, dime por favor, que lo conseguiste.

Amber se sentó en el piso, confundida.

— ¿El qué?

Saqué del bolsillo de mi chaqueta el juego de llaves, las sacudí, esbozando una sonrisa victoriosa. Frank demostró su satisfacción dándole un largo sorbo a su cerveza. David alzó los puños, contento. La alegría de las llaves que tenía en mi posesión significaba la bolsita que saqué a continuación.

—Yo estoy fuera. —Levantó las manos, Amber, aparentemente convencida.

Lo irónico es que después de que David hiciera el porro, terminó por acceder a inhalar un poquito, según ella.

Pobre.

Los cinco nos sentamos sobre sábanas en el suelo, con un porro y cervezas, excepto yo. No tenía ganas de ingerir alcohol. Frank cambió la emisora de la radio hasta dejarla en una de música de los ochenta. Estábamos en el mismo tono, liberando la tensión acumulada de varios días sin descanso.

—Oigan, ¿creen que todos llegaremos lejos en el FBI? —cuestionó Cessar. Había entrado en modo zen.

—Obvio, querido —me mofé—. Yo sí.

Yo opino que Madison será la primera —alegó Frank, haciendo burla a su prima. David concordó con él mediante un asentimiento mientras inhalaba del porro.

—Yo opino que todos llegaremos lejos si nos lo proponemos.

El sarcasmo de la rubia no me bajó de la cima del empoderamiento. Ella siguió enmarcando porqué todos teníamos las mismas oportunidades, no le presté mucha atención, creo que ninguno. Cada quien estaba en su mundo elevado. El calor me empezó a afectar, estábamos rodeados de las velas que iluminaban el lugar. Decidí deshacerme de la chaqueta blanca, era gruesa y me producía más calor. Cessar en voz bajita me comentó que la blusa de tirantes me resaltaba bien las tetas. Emití una boba risa. Su mirada oscura brilló, como dos estrellas.

Me encogía el corazón ver la fortaleza que tenía al momento de estar en el campo, y la vulnerabilidad entre cuatro paredes, con sus amigos. Pero ya una vez intenté hablar sobre sus padres y bueno, se sabe que no terminó bien; no volvería a preguntar al respecto.

—Dame tu pelo —pidió. Besé con ternura su mejilla y lo complací. Tomé asiento entre sus piernas, pronto sus dedos comenzaron a peinar mi pelo de la raíz a la punta—. Las puntas ya tocan tu trasero, dulce, ¿Te las corto mañana?

—Estaría bien, cariño.

—Hey —nos llamó Amber. Miró el porro con las cejas fruncidas—. No sé porqué me siento rara.

Recibí el porro que Frank me ofreció.

—Estás drogada, querida.

—No, no... Quiero decir, rara fumando esto.

Puse los ojos en blanco. David, que estaba a su lado frente a mí, se rio y le dio un codazo.

—Entonces te equivocaste de agencia. La academia de la DEA está en otro lado, amor.

— ¡Exacto! La DEA... —Algo se iluminó en ella. La ilusión con la que nos miró incluso me conmovió—. Me postularé a la DEA. Después de un tiempo en el FBI.

— ¿Prefieres lidiar con narcotraficantes? —bufó, David—. Paso. No es lo mío. El FBI es lo mío.

—Pero, ¿no sería emocionante? —murmuré, ida, relajada por los dedos de Cessar en mi pelo.

—La caña —exclamó, Frank—. Estar en esas confrontaciones con cárteles, quitarles la droga, infiltrarse...

—Emocionante y peligroso —añadió, David.

—Tío, estaremos en una agencia donde trataremos con terroristas, crimen organizado... —dijo en tono obvio, Cessar—. Prefiero quedarme con los narcos.

Yo miraba mis manos vacías, mis uñas libres de esmalte gracias a la lucha que allí pasaba. Solo escuchaba lo que decían mientras mi cabeza se llenaba de ideas. Desvíe la mirada al porro entre los dedos de David. Fruncí el ceño.

«¿Ser agente de la DEA?».

—Iré a la DEA —repitió la rubia, más convencida—. ¿Saben cuál es esa importante reunión a la que fue el instructor? Es un secreto a voces que yo oí sin querer. Al parecer hay un narcotraficante que está tomando mucho poder, y no es latino. Tanto así, que el FBI se unirá contra este..., Callaghan, creo. Un equipo viajará a Colombia y toda la cosa. Este tal Callaghan mató al más grande narcotraficante de Colombia, ahora la DEA está nerviosa, porque es probable que este narco sea el primero en adueñarse de Colombia y México siendo estadounidense. Tres en uno.

—Para oír sin querer, oíste mucho. —Rio, David, haciendo que ella resoplara.

—Les contaré todo lo que sé sobre Dominic Callaghan... —Frank se unió a ella para hablar más sobre ese misterioso personaje del narcotráfico.

Poco atenta a lo que decían, volví a bajar la mirada, pensativa. La marihuana me ponía medio tontuela, pero mis vagos pensamientos sobre la agencia antidrogas tomaban más consistencia cada segundo.

Toda mi vida había estado segura de que mi lugar estaba en el FBI, un simple comentario de Amber Park no podía cambiar mi decisión.

Gasté cinco meses de mi vida aprendiendo chino solo por el FBI, ni de coña me iba a cambiar a esas alturas.

—Bien por ti, Amber —hablé finalmente, arqueando las cejas con esa expresión de superioridad que amaba usar—. Si te vas a la DEA, de seguro consigues el número uno que yo te robaré en el FBI. Obtendrás tu propia corona, querida.

Los cuatro gamberros se echaron a reír por mi puyoso comentario lleno de malicia. Ella entornó los ojos e hizo una chistosa mueca. Amber era consciente de que conmigo en la misma agencia, nunca podría superarme.

—Pues, cada una por su lado —murmuró ella.

—Bueno, basta de la DEA y rivalidades —declaró David, ya se le notaba el efecto del alcohol ligado a la marihuana—. Hablemos de la fiesta que nos vamos a montar al salir de aquí. Muero por festejar con Madison.

—Conmigo no duermen hasta el día siguiente, querido —exhalé, dejándome caer en el pecho de Cessar con un suave gemido.

—La fiesta va, es ley —confirmó, Cessar.

— ¡Vendrá bien un poquito de descontrol después de tanto control aquí! —Frank levantó la botella de cerveza. En plan chulita, le lancé un beso que me devolvió con un guiño.

—Yo opino que lo hagamos, hemos compartido mucho aquí. Pero, después, ¿creen que nos seguiremos viendo?

—Ay, cállate, Amber.

—Guapa, estaremos en la misma agencia. —Fruncí el ceño. A veces decía cosas que me hacían preguntarme cómo tenía un alto IQ.

—Eh, señorita —me cortó, David—. Recuerda que es posible que alguno sea remitido al extranjero u otra ciudad.

Me aterré. Esperaba con creces que no me tocara a mí. Estaba bien en Arlington.

—Ojalá me manden a un país árabe lejos de aquí —farfulló el personaje detrás de mí, algo que solo oí yo.

—Pues mira, linda, estemos o no en el mismo lugar, será un «si te vi, no me acuerdo» —le aclaré—. Al menos para mí.

Amber recogió su pelo rubio sobre un hombro y bufó.

—Joder, sí. No es la primaria esto, tía —se mofó, Frank.

—De aquí a cinco años ni me acordaré de ustedes, la verdad —bostezó el guaperas del grupo.

Concordaba mucho con él. Yo menos los recordaría.

Cessar decidió acabar con los temas melancólicos de drogada de Amber subiendo el volumen a la música. David repartió más de aquellas botellas de cerveza que conseguíamos de contrabando gracias a un amigote suyo de seguridad. Para esa ocasión, sí le acepté la botella. No quedé en una. Llegó una segunda, una cuarta, una séptima, a la décima reconocí que había llegado a mi punto límite.

Los demás seguían en la fase divertida de la borrachera, bailando y haciendo el tonto, pero a mí me alcanzó la fase tristona de primera. La fase antes de la resaca del día siguiente. Esa fase en que te echas a llorar por cualquier chorrada.

Torpemente, me dejé caer a la esquina que estaba cubierta de sábanas y almohadines, el rincón que suplantaba las sillas, como también otras cosas...

Acaricié la tela azul de una de varias con nostalgia, los recuerdos golpeaban mi cabeza uno detrás de otro, dolorosos, con el único fin de hacerme sentir culpable, por lo que pude haber sido expulsada de la academia para siempre.

Pero eso no era lo peor de todo, sino la agresiva manera en que latía mi corazón en mi pecho, en la que comenzaba a formarse un nudo en mi garganta y lágrimas en mis ojos. Me odiaba a mí misma por los deseos de llorar por aquel acontecimiento que intentaba borrar, le echaba la culpa al alcohol. También le echaba la culpa por estar sintiendo un revoltijo de sentimientos prohibidos. Apesar de que también los sentía estando sobria.

Jugué con fuego y no me quemé, pero algunas chispas me perseguían para atormentarme.

Mi fase tristona se volvió amarga. De la nada me encontré cantando a todo pulmón, aferrada a la botella. La emisora era tan oportuna que justamente tenían que reproducir las canciones más cortavenas de desamor ese día, a esa hora, entrada la medianoche.

Para ese momento, los demás alcanzaron la temible fase. Al parecer todos teníamos problemas amorosos.

Yod no medecía que me montada los cuednosbalbuceó Frank tambaleándose—. ¡Edes una cuentabolas, Raqueeelg!

Cessar se apartó del resto, tropezando todo el camino, hasta llegar al rincón y caer de rodillas. Ambos nos reímos como tontos, pero su diversión culminó cuando me miró a los ojos, su mano voló a mi mejilla y me sorprendí al notar la humedad que esparció su tacto. Consternada, toqué mi otra mejilla.

Estaba llorando y ni siquiera me había dado cuenta.

— ¿Por qué lloras aquí sola? —Aparté su mano para dar otro trago, pero él se adelantó a quitármela—. Suficiente por hoy.

—La necesito, Cessar...

Suspiró profundo y se sentó correctamente frente a mí. Sujetó mis manos frías. El dolor que crecía dentro de mí me estaba obligando a dormir para olvidarlo y fingir que nada pasaba.

—Nena, sabes que cuentas conmigo para lo que sea.

—Me vas a mirar mal si te lo digo. —Sacudí la cabeza, apenada como pocas veces en mi vida.

—No soy el indicado para juzgarte, sabes que es así —murmuró, suave—. Si necesitas desahogarte, estaré disponible.

—Creí que era un juego, Cessar... —sollocé—. Ya no sé cómo me siento. Quiero más. Me cabrea que este rincón ahora me atormente, lo que aquí... Me equivoqué, pero ya quedó en el olvido. —La amargura de mi risa fue real.

La expresión de él se tornó más seria y profunda.

—Madison, ¿de qué juego hablas? ¿Qué pasó aquí?

Apreté los ojos con fuerza, sintiendo que más lágrimas fluyeron. Mi piel se erizó. Tenía nervios de lo que podría pasar. En mis cinco sentidos jamás se lo hubiera confesado.

Pero estaba ebria como una cuba.

Y mis seis palabras de confesión salieron en susurros de mi boca.

Cessar abrió los ojos al máximo, impactado. Su primer movimiento fue taparse la boca con una mano. Volví a cerrar los ojos, cabizbaja.

—Me cago en la hostia, Madison.

*Aquí Madison tenía 20 años. La más joven*. OMG ella con 20 ya era una superdotada, yo a mis casi 19 apenas sé inglés y más nada 😭.

Como que la supuesta reu ni sirvió porque pasaron años y Dominic sigue vigente al 2018 (el año de esta historia). Está pintado el espécimen.

Ustedes qué creen que pasó con Madison? Qué le habrá dicho a Cessar? 🤔🤪

Pues se quedarán con la incógnita jajaja. Esta es la primera de dos partes, exclusivas de un proyecto secreto, que pondré acá como regalo. La segunda parte saldrá para los últimos capítulos del libro.

Quién sabe si el misterio se resolverá en esa segunda parte o quedará en secreto 🤫

Nos leemos luego. Las quiero, y gracias. 💖

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