
INSENSATEZ
Montecarlo, Mónaco.
24 de octubre del 2018.
Pudo haber sido el efecto de las drogas, del alcohol, posiblemente de ambas, el que provocara que estuviera dando vueltas sobre su propio eje sin ser consciente del exterior, con la visión borrosa y los oídos tan aturdidos que la música de la discoteca parecía hacerlos sangrar. Tenía mechones rubios, húmedos, pegados a la piel de sus mejillas y cuello, por el sudor excesivo que la había azotado. Recibía empujones de otras personas, quejidos y protestas, pero ella ni siquiera podía oírlos u entender lo que sucedía a su alrededor.
Toda la noche estuvo más contenta de lo que nunca había estado, producto de las sustancias que ingresó a su sistema, obtenidas gracias al muy caballeroso de Damian, su nuevo y primer novio.
Él y su grupo de amigos se encargaron de proveer todo tipo de alcohol y drogas, y aunque se resistió al principio, la presión pudo más que ella. Cedió a cada cosa que Damian le exigió, incluso un rápido encuentro sexual que le causó más dolor que placer, pero estaba tan elevada que ni siquiera le importó.
Tampoco lo hizo cuando él, una semana atrás, se aprovechó de su estado por las drogas para arrebatarle la virginidad.
Allison jadeó echándose el pelo hacia atrás, con el rostro desencajado y una cantidad increíble de lágrimas bañándolo. Se sentía perdida, angustiada. La felicidad había sido reemplazada por el pánico. Damian la dejó allí botada después de hacer una rabieta, solo porque se negó a probar aquello que llamó fentanilo.
Desesperada, paró de girar y comenzó a correr por el establecimiento en un desesperado intento de huir. A nadie le importaba una jovencita, a leguas destrozada, correr como si huyera del mismísimo Diablo. Las pocas miradas que se fijaron en ella, fueron dirigidas a la corta falda que con el correr se alzaba y exhibía sus bragas. Y Dios bien sabía que en más de una ocasión percibió el tacto de una mano en las nalgas.
Podía dar fe de que el pozo en el que había caído había sido el responsable de que creyera que aquella noche, después de chocar con una mujer, se convirtió en un milagro.
El bolso original de Dior perteneciente a la desconocida cayó al piso debido al abrupto choque de cuerpos que iban en dirección opuesta.
—Perdón, de verdad perdón —balbuceó Allison, tapándose la boca, apenada.
El pelo rubio de la mujer, de su misma tonalidad, fue lo primero que visualizó al estar la desconocida inclinada para recoger el exclusivo bolso.
—Lo siento mucho —repitió agobiada. La salida estaba solo a diez pasos y ahora estaba paralizada por una enorme culpa, demasiada para lo que había sucedido.
La mujer se enderezó y clavó sus analíticos ojos claros en la jovencita asustadiza que parecía a punto de echarse a llorar por la caída del bolso, aunque aún en la oscuridad podía advertir que ya había estado llorando, y quizás algo más, pues conocía los ojos de una persona drogada. Lo que luego sucedió fue la cara de sorpresa de Allison al reconocerla, y la confusión de la mujer ante la forma en que esta la miraba.
No la conocía de nada. En realidad, podía contar con una sola mano la cantidad de jovencitas que conocía, y sobretodo, ninguna era norteamericana. No era simpática, caritativa, ni similar, así que no le importaba aquella niña que le había hecho caer el carísimo bolso. Pretendía seguir su camino, pero sus cejas se alzaron de forma incrédula cuando le cortó el paso.
— ¿Qué haces aquí? —increpó Allison, entre molesta y avergonzada—. ¿Cuándo llegaste y qué te hiciste en el pelo?
— ¿Nos conocemos? —se cuestionó más a sí misma, tratando de medir qué tan fuertes eran las alucinaciones de la joven.
Allison frunció el ceño. Estaba cien por ciento segura de que la mujer rubia parada delante suyo, con un vestido de diseñador, era su hermana mayor. Lo que le confundía era que la rechazara; tampoco entendía porqué se había teñido rubia, si ella juró nunca teñirse su perfecto pelo. El cual, de paso, estaba más corto.
Ninguna de las dos entendía la actitud de la otra.
—Madison, me estás confundiendo —exclamó aturdida. Sacudió la cabeza, intentando poner sus pensamientos en orden—. Dios, eres tan hija de...
—Ya está —espetó, sujetó el brazo de Allison y la arrastró al exterior de la discoteca. Se la llevó al estacionamiento donde los faroles iluminaban lo suficiente para despertarla—. No soy Madison, ni sé quién eres tú.
La intensidad de las luces logró despertarla más o menos. Parpadeaba y miraba extrañada a su alrededor, sus ojos acostumbrándose a la cegadora luz. Lo primero que vio fueron los pies de la mujer sobre unos tacones de aguja con una abertura en los dedos, entonces todo se aclaró en su mente. Madison jamás usaría un color amarillo pollo en las uñas. Era su color menos preferido.
Levantó la cabeza de golpe y reaccionó con un jadeo al observar la impaciente cara de la mujer desconocida. Ojos azules, un rubio de cuna, y un raro lunar con forma de corazón en el lateral derecho del cuello. Son las únicas diferencias que pudo hacer en tres segundos, por lo que seguía dándole miedo el enorme parecido.
—Creo que... —balbuceó, sintiéndose mareada—. Me confundí.
—Sí. Estaba oscuro allí dentro.
—Yo... Me voy —dijo, deseosa de dejar de verla.
No sabía si era miedo o qué, pero no podía seguir viendo una réplica de Madison, era espeluznante. Y aquella supuesta réplica lo último que quería era lidiar con una loquita que no conocía de nada, pero algo inexplicable le impidió dejarla ir así, viendo lo mala que estaba. En el pasado había estado muchas veces en su posición, y nadie nunca la ayudó. Quizás fue eso lo que de repente la empujó a retener a la perdida adolescente y ofrecerle un seguro retorno a casa.
Al principio, Allison dudó en aceptar. No dejaba de pensar en que quizás aquello fuera una pantomima de Madison para ver en qué estaba metida.
Lo que más le preocupaba era que al ser ellas tan parecidas, sintió un ligero rechazo hacia la desconocida que quería ayudarla.
Retuvo todas las palabras hirientes que deseaba gritar y pronto descubrió que la rubia era la dueña de un reluciente coche con pinta de ser bastante caro. No supo si relajarse porque quizás fuera una mujer con buena posición económica o temer por que formara parte de algún rollo ilegal, pero esa madrugada su razonamiento era casi nulo.
Se montó en el coche sin medir las consecuencias. Era su mejor opción, evitando arriesgarse de que ocurriera cualquier desgracia en aquellas calles siendo ella una mujer joven y sola.
— ¿Cómo te llamas? —murmuró sin fuerzas.
—Ivana.
—Tengo sueño, Ivana...
Apenas mantenía los ojos abiertos, tirada en el asiento, con la cabeza apoyada en la ventana. La mujer rubia, Ivana, le volvió a echar una ojeada. El atrevido conjunto azul, de falda corta y top, estaba arrugado y mal puesto. Los manchones de rímel, labial y sombra de ojos era terrible. El cabello, un desastre. La describió como una muñeca rota, un ángel quebrantado. Un instinto desconocido nació en ella, que la llevó a estirar el brazo para peinarla con sus dedos. No se detuvo a pensar en lo que hacía o porqué lo hacía, simplemente dejó en un mejor estado su cabellera dorada. Sostuvo un mechón entre sus dedos y se le escapó un suspiro nostálgico, era el mismo tono rubio platinado que ella tuvo a su edad.
Adolescente rubia, drogada, borracha, con urgencia de atención psicológica; era una perfecta réplica de su propia adolescencia. Tanto que casi se echa a reír, pero se limitó a encender el motor para salir de allí.
— ¿Cómo te llamas tú, niña?
—Allison Donovan —balbuceó con la mirada perdida—. Melliza de Aiden Donovan, eterna sombra de la perfecta Madison Donovan...
El carísimo coche chirrió ante el seco golpe del pie de Ivana al pisar el freno en el semáforo en rojo, haciendo que ambas se proyectaran hacia delante bruscamente. Allison chilló siendo salvada de un feo golpe gracias al cinturón de seguridad. El freno fue capaz de despertarle algunas neuronas. Con la respiración acelerada y el susto latente, miró a Ivana, que parecía haber visto un fantasma en la carretera.
El semáforo seguía en rojo, pero su pie pisó el acelerador, sin avanzar. Solo oía el motor rugir con la intención de que el coche consumiera su sed de sangre, y no la adolescente que tenía al lado.
—Eh... Ivana... ¿Estás bien?
La nombrada entreabrió los labios y tomó una profunda respiración, al mismo tiempo que relajaba las manos aferradas al volante. Esbozó una inocente sonrisa y dirigió sus ojos azules hacia ella. Allison sintió la necesidad de retroceder hasta chocar con la puerta.
— ¿Dices que me parezco a ella?
—Tú pareces más hermana de ella que yo —susurró.
Los labios de Ivana se curvaron con amargura.
Se detuvo en una farmacia, donde le consiguió agua y mentas. Se quedaron en aquel estacionamiento mientras Allison trataba de recomponerse.
— ¿Por qué te estabas drogando? —inquirió con voz dura.
Allison bajó la botella de agua lentamente, con la sensación de haber sido regañada por su hermana mayor. Incluso, en ese momento, olvidó el pelo rubio, los ojos, la complexión física y el acento, solo pudo pensar que era Madison. Otra vez creyéndose su madre, fingiendo preocupación.
—Porque estoy harta de tu existencia —escupió con odio, atrayendo la curiosa mirada de Ivana—. Lo hago para sentir que solo existo yo, que no me has arrebatado todo.
— ¿He sido mala contigo, Allison? —le siguió la corriente.
—No, pero... —titubeó insegura—. Me dices: nunca te sientas inferior a mí. No me jodas, me he sentido así toda mi maldita vida por tu culpa.
—Te sientes inferior porque así lo quieres.
La triste risa de Allison llenó el silencio. Se miró la ropa, los tacones, nada era igual. Nada podía igualar la esencia de su hermana. Replicarla era algo que había dejado atrás cuando tomó la decisión de ser ella misma, hasta que se dió cuenta que ni de esa forma se sentía bien. Hasta que Alexa volvió a hacerla menos. Hasta que sucumbió a la depresión, decidiendo que el suicidio era su mejor opción, y Madison fue más importante que ella en el hospital tras cortarse las venas.
—Lo que hiciste fue una estupidez, ni creas que así vas a llamar la atención. Ahorita lo que realmente importa es Madison, ella sí tiene problemas de verdad —le había espetado Alexa tan pronto como despertó en una camilla del hospital.
—Quiero hablar con ella —musitó. Más que nunca quería rogarle que la dejara vivir con ella en Arlington.
—Tú crees que todo es un juego pero no es así. ¿Crees que Madison tiene tiempo para eso? Tu cortada dramática ni siquiera le importó, Allison, hay cosas más relevantes en su vida así que déjala en paz, a ella y a nosotros. Madura.
Sin más que decir, más molesta que nunca, la dejó sola en la habitación. Más rota de lo que pensó que podía estar. No quería creer que lo que decía de su hermana era verdad, siempre intentaba enemistarlas, así que una vez que recuperó su teléfono lo primero que hizo fue escribirle.
Allison: Hola, Maddie. ¿Podemos hablar de lo que pasó?
Hermanita: Alexa me contó lo que hiciste. Me pareció muy infantil y tú ya estás grande. Así que si vas a hablar de eso, no tengo tiempo. Te quiero pero tengo cosas más importantes que hacer que atender tu actitud de niña mimada. Cuídate.
Entonces, la idealizada imagen de su hermana se quebró, y todo el resentimiento acumulado con los años comenzó a transformarse en odio.
—No importa cuánto me esfuerce, siempre seré el fantasma de Madison —le dijo, estancada en aquel amargo recuerdo.
—Bueno, yo no soy ella.
—Sí, para ser ella tendrías que ser una maldita hipócrita que se hace la víctima para después ser todo lo que dice que no es.
Lo soltó con tal grado de rabia y desprecio que aunque no era dirigido a ella, Ivana tragó saliva al sentir la garganta seca, incómoda con el libro abierto que se había convertido su acompañante. No sentía la más mínima compasión por la agente de la DEA, tampoco sabía si realmente era como Allison la describía o si era solo una imagen distorsionada, pero aceptó aquella acusación como si fuera para ella también.
—Al final Aiden sí tiene razón y ella solo lleva desgracias donde pisa, ¿y te digo algo? Se lo merece. Se merece que aprenda un poquito lo que es sentirse como una basura, se merece que su perfecta vida se esté yendo a la mierda.
Ivana abrió la boca dispuesta a cantarle las cuarenta por ser tan jovencita y tener pensamientos tan retorcidos hacia su propia hermana, pero la volvió a cerrar. ¿Por qué tendría que comportarse como hermana mayor de una cría que no conocía de nada? Lo único que tenía que hacer era ceñirse al reciente plan que surgió en su cabeza cuando se enteró de quién era hermana, y sobretodo, aprovechar ese tóxico odio que profesaba.
— ¿Qué tantas ganas tienes de devolverle todo lo que te ha hecho? —le siguió el juego usando un tono de voz atrayente.
—Ahora mismo, muchas.
— ¿Te gustaría cumplirlo?
El ofrecimiento hizo que la mirara con desconfianza. ¿Qué tipo de pregunta era esa, viniendo de una desconocida? Quizás la compañía de Ivana y la droga le habían soltado la lengua, pero un poquito de razonamiento tenía en ese instante.
— ¿Quién eres? —murmuró insegura.
—La persona que te puede ayudar a hacer tus deseos realidad, si tú también me ayudas a mí.
Ivana acompañó sus palabras haciéndole entrega de una tarjeta en blanco, a excepción de un número telefónico con un código que no pertenecía a Mónaco o Estados Unidos.
—Es mi número en Francia.
— ¿Francia? —tartamudeó sorprendida—. ¿Eres francesa?
—No —contestó con un deje de diversión—. Soy australiana, pero resido en Francia por... Motivos laborales. Después de dejarte en tu casa, deberé volver al país, así que te dejaré pensarlo y, cuando tengas una respuesta, avísame.
—Esto es muuuy raro y ya no sé si es efecto de la cocaína... ¡Pff! ¿De qué manera se supone que me vas a ayudar? Y ¿por qué si ni siquiera me conoces?
— ¿No sientes una conexión entre tú y yo? ¿Que este encuentro es parecido a un..., milagro? ¿Una jugada del destino?
—Ehh... —lo dudó, por supuesto, antes de dejarse llevar—. Esto es muy surrealista, pero sí, creo que... Que nos hemos conocido por algo, pero si te soy sincera, no sé muy bien si es por esta razón u otra.
— ¿Qué otra podría haber?
— ¿Estás segura de que no estás relacionada a noso..., a Madison?
— ¿Relacionada en qué aspecto? —habló recelosa.
—Pues el sanguíneo —soltó con obviedad.
A Ivana le ofendió lo que insinuó. Sacudió la cabeza con fervor, encendió el carro y volvió al tráfico.
—En esta vida vas a encontrar gente parecida a ti, Allison. Yo nací en Australia, tengo veintinueve años y padres muertos. Que ella —recalcó—, sea parecida a mí no nos hace familia ¿sabes?
— ¿Tienes veintinueve años? —preguntó haciendo cálculos—. ¿Cuándo naciste?
—Agosto catorce del ochenta y nueve. Dime dónde vives.
Allison musitó la dirección de la mansión de su padre y se quedó callada. Si la mujer a su lado había nacido en agosto del ochenta y nueve, Alexa tendría algunos tres meses de embarazo para esa fecha, puesto que su hermana nació el siguiente año el catorce de febrero.
Miró de reojo el perfil de Ivana. Seria, imperturbable, manejaba con seguridad, como si la carretera fuera de su propiedad. Incluso notó que hacía un gesto inconsciente de levantar el meñique cuando giraba el volante con la mano izquierda. Mismo gesto que hacía Madison, pero con la mano derecha.
Un cosquilleo la recorrió entera. «Solo es una coincidencia. Una muy turbia», se repetía en el interior. Por un instante, se imaginó la cara que pondría Madison al ver que solo era una copia de Ivana. Le daría un soponcio. Y Allison disfrutó pensar lo mal que lo pasaría.
La velocidad del coche disminuyó una cuadra antes de la dirección que Allison había indicado. Estacionó en una esquina y quitó el seguro de la puerta. Había llegado sana y salva a casa, como Ivana prometió.
—Estaré esperando tu llamada, niña. No olvides que junto a mí, vas a poder lograr todo lo que te propongas.
—Vale... Gracias, Ivana.
El tono inocente y tierno la ablandó. Le recordó que estaba tratando prácticamente con una niña, que hacía lo mismo que hicieron con ella. Entregar una jovencita indefensa a la cruel mafia. Quiso retractarse, más de una vez, pero lo único que hizo fue añadir: deja de drogarte. Luego esperó paciente que ingresara a la enorme mansión, y solo así, se marchó de allí. Con un terrible sentimiento de que estaba cometiendo un error del que no podía librarse.
*
27 de octubre del 2018.
Pasaron tres días que para ambas fue eterno. Mientras una no sabía qué hacer, la otra estaba impaciente de tener una respuesta. Dos de esos días Allison logró mantenerse limpia, el único que lo notó fue su hermano, pues sus padres se mantenían casi todo el día afuera. Maximiliano, tratando de ayudar a Madison; Alexa, en cualquier spa o boutique. Él estaba demasiado ocupado pensando en Madison como para darse cuenta de lo que sucedía con su otra hija, y Alexa, muy pronto descubrió la cantidad de drogas que ingería. Por lo que para ella era más fácil estar fuera de casa, que lidiar con ese problema.
Así que recibió un único abrazo, de su hermano. Solo llevaba 48 horas sin consumir ningún tipo de droga, pero para él fue un enorme progreso. Eso la conmovió, por supuesto, quería seguir viendo a Aiden orgulloso de ella. Pretendía lograrlo. No esperaba que al día siguiente, recibiera fotografías de Damian besándose con otra mujer.
No era la primera vez que lo veía serle infiel, pero al menos, las anteriores veces solo ella lo sabía. Ahora, su círculo de amigos también lo sabía, pues recibió la foto de uno de ellos con un seco: «Que lástima».
Acudió a la misma persona que tanto daño le hacía, solo para poder obtener drogas. Ni siquiera mencionó que tenía pruebas de su infidelidad, simplemente llegó al apartamento de Damian reclamando una línea, que con mucho gusto él le entregó. Juntos, se pusieron a tope, y llegado el momento en que Allison no podía ni moverse, él la despojó de la ropa y una vez más, abusó de ella.
Pasaron horas antes de que pudiera volver en sí, se encontró desnuda en el sofá, cubierta por una fina sábana y con un dolor de mil demonios por todo el cuerpo.
—Hey, gatita —susurró Damian, apareciendo a su lado. Se agachó con el fin de besarle los pálidos y resecos labios—. La diversión no ha terminado.
—Llévame a casa...
Él la ignoró por completo, cogiendo su delgado brazo izquierdo para envolver un torniquete en él, y buscar una buena vena.
—No... Hoy no quiero, Damian. Solo llévame a casa o dile a Aiden que venga por mí.
—Hoy sí, gatita. Tengo unas cuantas deudas que pagar, y si no lo hago, no tendremos para consumir. Es por nuestro bien —le aseguró dulcemente.
Allison sollozó, quería irse y no tenía fuerzas para nada. No pudo ser capaz de evitar que su novio introdujera la aguja en la vena con aquel peligroso líquido que una vez estuvo a punto de matarla por sobredosis. Lloró en su interior. Solo quería un poco de cocaína e irse, nada más. Sin embargo, con Damian nunca nada era tan sencillo.
Esa tarde, volvió a utilizar su inmóvil cuerpo, y dejó que tres hombres más hicieran con ella lo que quisieran. De modo que pagó su deuda, y era libre de poder seguir pidiendo droga. Sintió un poquito de pena cuando observó las marcas en el cuerpo de Allison, pero no había tenido otra opción. Limpió los restos de fluidos, le colocó la ropa de nuevo y la acostó en su cama, a fin de decirle lo mismo de siempre: «nos drogamos y ya está».
Total, Allison nunca lo recordada al despertar.
Ese día no fue la excepción.
Horas más tarde, al caer la media noche, despertó sintiéndose más mal que antes y con un extraño dolor en la vagina. Su primer pensamiento fue que otra vez Damian se había puesto más rudo de lo aceptable en el sexo. No era la primera vez, así que ignoró el dolor y con la mísera dignidad que le quedaba, se colocó los zapatos y huyó de allí. No sin antes robar una bolsita con cocaína que estaba regada en el piso a un lado del sofá, donde su novio roncaba profundamente dormido.
Era atractivo. De buen cuerpo, poseía una sonrisa igual de brillante que el azul de sus ojos, un cabello negro ligeramente rizado y ese rostro de canalla. No era el hombre más guapo que había visto, pero la conquistó desde el primer momento, cuando ella buscaba el tipo de hombre que solía buscar su hermana.
A menudo no dejaba de preguntarse: «¿Por qué le gustan así? ¿Cómo lo soporta? ¿Se droga? ¿Es sumisa con él o ambos son un par de locos?». Claramente, el tipo de hombre de Madison estaba muy alejado de su tipo. Otras veces se preguntaba si se había equivocado, duraba horas pensando cómo reaccionaría Madison a todo lo que Damian hacía.
Se le hacía complicado ser objetiva cuando sabía de sobra los niveles de sadomasoquismo y locura que definían a su hermana.
No tenía pruebas físicas, pues eso lo había notado solo con estudiar su comportamiento, pero había habido algo. Un detalle que se lo confirmó.
—No vas a creer la mierda que he visto hoy —le comentó Aiden con una mueca de asco, mientras cenaban solos en el balcón del salón del segundo piso.
—Parece que algo espantoso.
—Así eran las tetas de nuestra queridísima hermana.
— ¿Qué? —balbuceó con la comida en la boca.
—A la señorita no le basta con andar enviándole fotos en bolas a quién sabe quién, que se da el lujo de equivocarse y me envió a mí una de sus tetas. Lo peor que he visto en mi vida.
— ¿Las tiene feas? —preguntó, todavía procesando que su hermano había visto los senos de Madison.
—Si le preguntas eso a cualquier otro tío, te dirá que son dos obras de arte. ¿Qué esperas que te responda yo? Es mi hermana —exclamó con énfasis—. Yo las vi horribles. Bah, ya se me quitó el apetito.
—Ryan no parece del tipo que pide fotos desnuda...
Aiden le lanzó una mirada condescendiente.
—Ni porque finjas ser un putón se te quita lo ingenua —se mofó, cosa que a ella le irritó bastante y se lo demostró con una mirada asesina—. Que ya sabemos que la reinita no está en sus cabales, Ally. Se está follando a otro que ha de estar igual o más trastornado que ella. Borré la foto lo más rápido posible pero no pude evitar notar que estaba hecha mierda.
— ¿A qué te refieres con que estaba hecha mierda?
—Es que es incómodo hablar de las preferencias sexuales de mi hermana mayor —susurró tenso. Tomó una profunda respiración y prosiguió—: Solo se podía ver su cuello y el pecho, a Dios gracias, y habían chupones por todas partes. En el cuello y las tetas más que todo. ¿Los dedos del tipejo? Bien marcados en las costillas y la garganta, como si la hubiera ahorcado. Marcas de mordidas también había, pero tampoco me paré a detallar cada moretón. Eliminé la foto cuanto antes.
—Oh, vaya... Suena... —Duró un par de segundos tratando de escoger una palabra adecuada, pero Aiden se adelantó.
— ¿Perturbador? ¿Enfermizo? Sí. Mírate a ti. A leguas se nota que lo tuyo es un polvo en la posición de toda la vida. Mírala a ella; esos problemitas suyos son más chungos de lo que pensábamos, porque para gustarte que te maltraten en el sexo algún problemita debe haber. Y es que no parecía algo de «dame duro» —imitó una patética voz femenina que a Allison divirtió—. Nada que ver. Si no la conociera, ten por seguro que habría pensado que la habían violado o algo así. Lo que no quiero es que, en una de esas asfixiadas, se vaya en lugar de venirse.
—Ay, por Dios, Aiden —murmuró consternada por tanta información innecesaria—. Creo que no deberíamos meternos. Si le gusta que la maltraten, mucho no podemos hacer. Se han visto casos.
—Sí, de mujeres que acaban en el otro barrio por andar jugando al ahorcado en pleno polvo.
—Ah ¿y qué pretendes? ¿Acusarla con papá? —dijo burlona.
—Se muere allí mismo como se entere —suspira abatido—. No hay mucho que podamos hacer. Solo esperar que no nos lleguen con el chisme de que se murió asfixiada mientras follaba.
Y así, de aquella inesperada manera, confirmó sus teorías. Madison era sadomasoquista, fanática de la agresividad y acarreaba problemas que la llevaron a desarrollar esos particulares gustos de sentir placer a raíz del maltrato. ¿Conocía dichos problemas? En lo absoluto.
Cuando los mellizos llegaron al mundo, Madison recién había cumplido diez años. Para el lapso de tiempo donde sus recuerdos comenzaban, Madison ya había vivido esos «problemas». Recordaba medicamentos en la mesita de noche, citas continuas al médico —no sabía qué especialidad— y numerosos episodios de ataques de pánico, depresión y ansiedad, pues muchas veces se acostó a dormir con su hermana mayor para ayudarla a sentirse mejor.
Ninguno de los mellizos conocía la razón de aquellos episodios, ni de los 300 días que Madison pasó en Rusia sin ningún tipo de comunicación, en una ocasión. Al principio, creyeron las palabras de sus padres: «Está en un internado de señoritas para que deje la rebeldía». Estas palabras se esfumaron el día que su hermana mayor volvió a casa. Nadie dijo nada nunca, pero ambos sabían que aquello no fue una estancia en un internado. La Madison que volvió no era la misma que se marchó, y en sus ojos, que antes parecían ser más alegres, se habían apagado. Algo malo había sucedido en Rusia, pero nadie volvió a mencionar el tema.
Y al igual que aquellos recuerdos, en su memoria guardaba muchos más, algunos más inquietantes que otros, pero la recopilación de los recuerdos más las actuales actitudes de Madison, la habían llevado a formar una relación con Damian. El típico chico malo que las chicas pretenden salvar. Claramente, ella también se hundió en la miseria en lugar de salvarlo. Todo por querer tener algo de lo que Madison tenía, pero sus acciones culminaban en un fracaso tras otro.
Entre más lo pensaba, creía con firmeza que Damian jamás fue parte del grupo de hombres que atraen a su hermana, pero se había enamorado, y como una tonta dependía de él y las drogas. Por lo que ya no sabía cómo dar marcha atrás, aunque incontables veces deseara hacerlo.
Un día después del desafortunado incidente en el apartamento de Damian, el cual no podía recordar, seguía con malestar en el cuerpo y no sabía qué hacer para calmar el dolor que sentía en la vagina. Estaba asustada y sola. Una sola vez asistió a consulta ginecológica, cuando tuvo su primera regla, y fue Madison quien la montó en su coche para llevarla a su primera revisión. Ahora, tenía dieciocho años y no sabía qué hacer. No entendía a qué se debía el doloroso malestar ni la sangre que descubrió en sus bragas al despertar, pero era algo que debería resolver pronto.
—Buenos días... —saludó sin ánimo a su familia que desayunaba en el comedor—. ¿Qué son todas esas cajas que hay en el recibidor?
—Informes de tu hermana —le respondió Maximiliano tras darle un cariñoso beso en la mejilla al sentarse a su lado—. Parece que han estado pasando cosas..., sospechosas. Debo verificar esos rumores antes de que tu hermana cometa una locura.
La sola mención de su hermana le provocó una mueca irritada. Se despertaba y se dormía con ella en la cabeza, estaba harta de que el único tema disponible todos los días fuera ella. Bebió un poco de jugo y en silencio se retiró de la estancia, sin que nadie se diera cuenta, pues estaban inmersos en la charla sobre Colombia y demás.
Apretó los puños con fuerza, pisando de igual forma cada escalón hasta estar en la segunda planta para encerrarse en su habitación. Volcó el cesto de ropa sucia en el piso y como loca buscó la falda que había usado días antes en la discoteca. Una vez en sus manos nerviosas, desdobló el papel que se escondía en un pequeño bolsillo. Allí estaba el número de la impresionante rubia.
Cerró los ojos para controlar mejor su acelerada frecuencia cardíaca. Algo muy dentro de ella le suplicaba que no cometiera un error, junto con un mal presentimiento, pero una vez más el dolor y el resentimiento ganaron la batalla. Los mismos sentimientos que la arrastraron a ese punto, los mismos que presentía que serían su sentencia de muerte.
Aún así, marcó el número en el teléfono.
El pulgar vaciló en la pantalla sobre el botón de llamar, estuvo a punto de echarse atrás, tuvo más de una oportunidad para no caer en aquel pozo oscuro, pero el dedo cedió, y la mujer no tardó en responder el llamado.
—En una hora paso por ti.
Exactamente una hora más tarde, Allison volvía a entrar al coche deportivo, sellando de esa manera el destino. Ya no había forma de retroceder y en el fondo lo sabía. Ese era el camino que había elegido.
— ¿Qué le dijiste a tus padres? —quiso saber Ivana mientras conducía.
—Ninguno está tan pendiente de mí para saber si salgo o estoy en mi habitación...
«Puntos a mi favor», pensó satisfecha Ivana. Así sería más fácil sacarla del país. Le echó una mirada fugaz, le llamaba la atención lo diferente que era su apariencia, más recatada y juvenil que el día que la conoció. Se dijo a sí misma que quizás estaba observando el verdadero estilo de Allison.
— ¿Te pasa algo en particular? —dijo al cabo de un rato, un poquito ansiosa de notarla cambiar de posición cada cinco segundos—. Me pones nerviosa con tanto mueve-mueve.
Allison gimió por lo bajito tapándose la cara con las manos, hundida en el asiento, siendo consumida por la vergüenza y el dolor.
—Me duele... Me-me duele ahí... —señaló su zona íntima con suma incomodidad y volvió a cubrirse el rostro.
Ivana arqueó las cejas, con una mala sensación formándose en sus entrañas.
— ¿Te duele por dentro? —quiso especificar, a lo que Allison asintió—. Supongo que no eres virgen, ¿cuándo tuviste sexo por última vez?
—No sé. Creo que ayer, no sé...
— ¿Crees? —repitió indignada—. ¿Qué clase de respuesta es esa?
—Es que de verdad no lo sé... Supongo que sí, porque desperté en la cama de mi novio con el dolor. Yo... Yo estaba drogada, no sé...
—Ya sé que no sabes —espetó Ivana, cambiando de dirección dando un brusco giro en la carretera—. Joder, Allison.
Ivana, con el pelo recogido y el elegante mono negro, parecía la joven que cometió el error de parir antes de tiempo mientras arrastraba a Allison por los pasillos de un hospital, cual madre e hija.
Allison ni siquiera protestó cuando notó que la había llevado al hospital. No era tan imbécil para negarse a una consulta médica, y debía aprovechar las molestias que aquella desconocida se estaba tomando con ella.
La influencia del trabajo de Ivana tomó lugar a la hora de dejar atrás la larga fila de espera para pasar ellas primero al consultorio del ginecólogo de turno. Y mientras Allison, se cambiaba de ropa, Ivana contó al doctor una historia digna de un premio cinematográfico, solo para evitar el problema que podría formarse.
Una vez que Allison estuvo lista para la consulta, el doctor puso distancia entre ambas cerrando la cortina del espacio de trabajo para poder examinarla. Ivana esperó en la silla, impaciente y nerviosa, odiaba cuando las cosas no salían exactamente como las planeaba. Por segunda vez, no tenía la obligación de interesarse tanto como para llevarla a un hospital, sin embargo lo hizo.
Dejó de respirar en el momento que reconoció la figura de Allison entrar cabizbaja al cuarto de baño. Se puso de pie para abrir de un tirón la cortina y descubrió al doctor quitándose los guantes.
— ¿Entonces? ¿Qué le vio?
—En definitiva hay signos de una penetración forzosa y brusca. Su hija tiene un desgarro vaginal. Lo más posible es que su cuerpo no haya estado en condiciones para mantener una relación sexual, lo que me lleva a creer que pudo haber sufrido de violaciones.
— ¿Violaciones? Ha hablado en plural.
—Si de algo estoy seguro, es que fue más de una sola vez, y no fueron nada suaves. Si su hija fue violada, las autoridades...
—No —espetó bruscamente. El inexpresivo doctor sacudió la cabeza, dejándola sola. Ella se frotó la frente con los ojos cerrados y notó su baja temperatura corporal—. Qué mierda...
Inhaló profundamente y expulsó el aire de golpe. No contenta con tener que lidiar con la joven drogadicta, resultaba esta violada, como si necesitara más traumas de los que parecía tener.
Ivana miró con impaciencia la puerta del baño. Dio dos fuertes golpes en la puerta acompañados de una orden para que se diera prisa. Tan pronto como Allison salió, se apresuró en sacarla de allí con la receta médica antes de que el doctor complicara las cosas. Escogió una alejada farmacia para comprar o necesario y en silencio se lo entregó. No prendió el coche, dejó las manos en el volante sin saber qué hacer al igual que Allison.
—Me tienes que contar lo pasó ayer —le exigió Ivana, rompiendo el incómodo silencio.
—No tengo la obligación de contarte nada.
Ivana sonrió por breves segundos antes de estirar un brazo y cogerla de la cara entre el índice y el pulgar con brusquedad, obligándola a mirarla a los ojos. Entonces descubrió dos ojos azules resplandecientes por las lágrimas acumuladas.
—Desde hoy me debes explicaciones de cada mínima cosa que hagas, y si no lo haces, no querrás conocer mi otro lado, Allison.
—Yo... —titubeó, su voz se quebró sin poder pronunciar ninguna palabra.
Las palabras sobraron, eso es lo correcto que debía pasar. Lo que menos querría sería hablar, Ivana lo sabía. Así que luego de reafirmar su posición, la envolvió entre sus brazos y aceptó el doloroso llanto en el que Allison explotó, transmitiendo ese dolor a ella. Cerró los ojos, consolando a una inocente víctima, recordando que ella también había sido una víctima años atrás.
No existía nada que la uniera a aquella adolescente más que el mismo propósito de venganza, pero se prometió que haría todo lo que estuviera a su alcance para protegerla. Sin saber por qué, después de tanto tiempo, se permitió volver a sentir.
—Entiendo tu dolor, Allison... No te voy a dejar sola.
—Ni siquiera me conoces —sollozó contra su hombro.
Ivana asintió sin parar de acariciarle la cabeza, ocultando su propio dolor.
—Mereces la ayuda que yo nunca tuve.
El llanto se intensificó al mismo tiempo que Allison fortaleció el abrazo. No sabía cómo, pero acababa de hallar confort en la misma persona que sabía que terminaría de hundirla.
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•Esto es un borrador sin corregir.
•La fotografía es Allison.
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