
9. Conexión
Abro los ojos de golpe al sentir un cuerpo pesado sobre mí. No sé si sentirme abrumada por el extraño sueño que he tenido o por el hecho de que tengo a una persona encima que me ha amordazado y esposado.
—Silencio. Creí que nunca ibas a despertar. Me tienes con un cabreo hasta decir basta.
Parpadeo varias veces para acostumbrar mi vista en la oscuridad. ¿Cómo diablos entró? Tiene esta fascinación por entrar a lugares cerrados sin ser visto u oído.
— ¿Qué estabas haciendo aquí sola con tu ex? ¿Jugando al parchís, tal vez? —pregunta con sorna. Lo miro mal, si no me tuviera inmovilizada, ya lo habría tumbado—. Que te quede claro una cosa, mujer necia: me perteneces. Todo esto es mío —afirma, recorriendo el centro de mi cuerpo con los dedos—. No he tocado un pelo de otra mujer ni pretendo hacerlo, porque aquí tengo todo lo que necesito, deseo y añoro. Me importa una mierda si no me crees, eso no va a impedir que te folle hasta cansarnos.
— ¡Suedtae!
—Cállate, solo cállate... —susurra, perdiéndose en mi piel.
Una vez me aventuré a abrirme al amor y no terminó bien. No soportaría otra pérdida de ese calibre. Cuando estuve con William fue una época diferente de mi vida, todavía albergaba sueños y fe, era joven. Ahora nada de eso existe, soy adulta, ya conozco mi realidad y el «felices para siempre» no está de mi lado.
Dominic debe olfatear el miedo en mis poros, porque detiene los besos, me quita la mordaza y busca mis ojos.
— ¿Estás bien?
—Jodí el momento...
—No digas tonterías.
Se sienta sobre mí para quitarme las esposas y me brinda una bonita vista de su torso desnudo, solo lleva el bóxer puesto. Gran manera de despertar a una mujer a medianoche. Tumba su musculoso cuerpo a mi lado y me coloca sobre él.
—No sabes de la que te acabas de salvar. Iba a partirte en dos.
—Ya me has dejado coja.
— ¿Sí? Muy bien por mí —se felicita, robándome una diminuta sonrisa. Él desliza las manos a través de mi espalda y clava sus preocupados ojos en los míos—. ¿Qué pasó, nena? ¿Por qué estás tristona? ¿Qué hice? Si es porque ayer no te escribí, fue...
—Soñé algo.
— ¿Quieres contarme qué soñaste?
Contar.
Estoy a un paso de la línea que me mantiene protegida de él, a punto de soltar mi escudo.
Confiar.
Confío en Dominic, pero dejarle ver lo que hay detrás de la espectacular Madison Donovan es peso pesado. Es difícil porque la Madison adulta y de coraza intocable es quien esconde a la Madison dañada, y él no la conoce.
Ya no somos los mismos de antes, jugando al policía y ladrón, mintiéndonos; somos dos personas sintiendo cosas por el otro. Contarle un sueño no será gran cosa, pero para mí, es un gran paso.
—William vino a verme.
Dominic me mira confundido y perplejo.
— ¿El difunto? ¿Vino?
—Desde que murió, los sueños con él habían sido recuerdos de lo que vivimos, pero esta vez era él de verdad. Estaba vivo. Lo volví a ver, a tocar...
Me reservo el «besar».
— ¿Hablaron?
—Me dijo cosas que me abrumaron un poco. Me recordó que me ama, que siempre que mi corazón lo necesite, vendrá.
Dominic actúa como una persona madura, acepta lo que digo. No creo que pueda sentirse amenazado por un muerto.
—Me dijiste que desconocías lo que es amar, y veo que la palabra «amor» tuvo mucho que ver con William.
—Cuando estuve con él, no sabía si era amor o dependencia.
— ¿Por qué lo dices? —pregunta, intrigado.
—William era mi anclaje, dependía emocionalmente de él. Fue mucha la ayuda que él representó para mí. Cuando supe que se casaría, pensé que ya no quedaría nada de mí sin él, por eso le pedí que nos casáramos. Era el único hombre que me amaría por encima de todo, con mis problemas. Yo estaba tan dispuesta a huir con él cuando me prometió que lo dejaría todo por estar conmigo... La reputación, el trabajo, nuestra diferencia de edad, lo perderíamos para irnos. Entonces murió. Nun
En un profundo silencio, sube las manos a mi espalda y me hace inclinarme para poder alcanzar mi rostro y secar la humedad en mis mejillas. Otra vez llorando sin darme cuenta. Estoy tan expuesta que no me importa el hecho de que Dominic me vea llorar.
—Sí, mujer —susurra con cariño. Pega mi pecho al suyo dejando una mano en mi nuca, mientras la otra acaricia mi espalda, y yo le permito que me consuele con el rostro escondido en su cuello—. Ibas a renunciar a tu vida por él, lo amabas.
Aprieto los ojos con fuerza, con un torrente de lágrimas fluyendo de mis ojos. Lo amé. Me enamoré. Amaba a William. Joder. Y por fin, lo acepto. Como un capítulo que necesito cerrar, con la inesperada ayuda de Dominic.
—Fui tan estúpida, murió sin oírme decírselo, murió en mis brazos y no dije nada por idiota —digo con una rabia mezclada con el llanto—. Lo amaba y nunca se lo dije.
—Ya, nena. —Me besa en la frente—. Estoy seguro de que él sabía que lo amabas aunque no se lo dijeras con palabras.
— ¿Cómo puedes saberlo?
Se queda varios segundos en silencio.
—Solo lo sé.
Abro los ojos, teniendo su cuello pegado a mi rostro, me encuentro dejando un beso. Uno de agradecimiento. No pensé que me apoyaría de esta manera, quizás por eso dudaba de hablarlo con él, pero ha superado todas mis expectativas. Lo que tenemos no es como lo que tuve con William, es más loco y apasionado. Nos haremos daño, lo sé, pero mi corazón no entiende la razón.
— ¿Sabes polaco? —pregunto, minutos después cuando he podido cesar mis lágrimas.
—No.
Salgo de mi escondite. A un palmo de sus labios, lo dejo salir del fondo de mi interior como una confesión del aire.
—Myślę, że cię kocham.²
—Con que hablando en clave —murmura divertido—. La 'atamani jusidak fahsaba, 'ana waqie fi habak.³
Sonrío. Nos hemos hablado en secreto y estamos bien con eso. La conexión que teníamos está tomando mucha fuerza en este momento de compresión y descubrimiento.
—No quiero verte morir, no tú también.
Al cuerno con poner las cartas sobre la mesa en Arlington, mi lengua aflojó y vamos a tener que ponerlas en Bogotá.
—El día que sucedió lo de Arthur, mientras yo estaba drogada y tú peleabas, tuve una alucinación —le confieso lo que me he guardado para mí—. Es muy extraño porque fue la réplica de una historia que ya había vivido. Yo estaba contigo y tú te moviste para recibir un disparo que era para mí, de Arthur. Moriste en mis brazos mientras yo sentía arrepentimiento. Luego estaba en tu entierro, no podía dejar de llorar y culparme por no haber sido capaz de decirte lo que sentía incluso cuando morías en mis brazos.
Espero su reacción, viendo si une todos los puntos. Cuando yo conecté los hechos de esa alucinación con mi vida real. Sea una advertencia de mi subconsciente o un simple recuerdo distorsionado, me acojonó.
—Es lo mismo que te pasó con William, el disparo, tus culpas, pero esa vez el muerto era yo —asume, acertando, y me mira con intriga—. Todo fue igual.
— ¿Ya puedes entenderme? No quiero que se repita la historia.
—Madison, me ocuparé de que eso no pase —dice con tono autoritario.
Suspiro. Nosotros no poseemos el poder de manejar ese tipo de situaciones.
—William pertenece a mi pasado. —Tengo que recordárselo.
—No estoy celoso. Bueno, quizás un poco, pero nada que te angustie. Es el puto Ryan el que pertenece a tu presente.
¿No lo habíamos superado ya? Ah, no, para eso era el polvo que no sucedió. Y como no hubo un polvo salvaje para castigarme y obligarme a decirle: «soy tuya», nos toca hablar como dos personas normales. Vaya esfuerzo.
— ¿Por qué tardaste tanto en leer el mensaje mientras estaban solos? ¿Por qué no respondiste?
«Will, creo que te has equivocado en bendecir esta relación».
No me imagino cómo reaccionaría si le contara que besé a Ryan. Dos veces.
—Ah, ¿quieres hablar de personas que no responden los mensajes? —replico, dispuesta darle vuelta a la tortilla.
—No te pude escribir anoche.
—Y en todo el santo día tampoco. Uno, nada más porque sabías que Ryan estaba aquí —le reclamo, volviendo a sentarme, cabreada—. Aparte, resulta que me estás espiando. Justo lo que te pedí que no hicieras, que me siguieras.
—Baja la voz —espeta—. No te estoy espiando, te estoy protegiendo. ¿Creías que te iba a dejar sola en la cueva del lobo? Y una mierda.
—Yo me sé cuidar sola. ¿Eso qué cojones tiene que ver con que anoche te largaste a una fiesta llena de pelanduscas y desapareciste hasta hoy? Fueron dieciséis horas, las conté.
Dominic reacciona ofendido, frunciendo el ceño y con sus ojos ardiendo en llamas. Tal vez me he pasado un poco de intensidad, pero es que todo me ha cabreado. Hubiese preferido el polvo.
—Debo resguardar mi reputación.
—¿Tratas de decir con eso que no te arme una escena de celos porque vas a echar un quiqui con una puta de lujo, ya que según tú es una importante obligación ser todo un macho con tres mujeres a tu lado ante tus «colegas» de trabajo?
—Pero ¿de cuál puto quiqui hablas, loca? Me refería a lo de asistir a las reuniones —suspira con hastío. Yo me cruzo de brazos—. ¿Acaso no escuchaste nada de lo que dije cuando despertaste? Explícame tú qué coño pasó esta tarde con Ryan.
—No hice nada malo con él —aclaro. Los besos fueron de despedida—. A diferencia de ti. Además, creo que toda esta discusión está de más porque tú y yo no somos nada. No puedes venir como un energúmeno solo porque estuve trabajando —remarco la palabra—, con mi ex pareja.
— ¡Tú me acabas de montar un pollo porque no te envié un puñetero mensaje!
— ¡Yo no te monté nada!
—Baja la voz —exige—. Anoche el móvil se me cayó en una piscina. Me fui temprano, ebrio pero temprano y virgen. A la hora que te envié el mensaje fue cuando recién tuve el nuevo.
¿Virgen? Virgen mi pobre gato que lo he tenido en las mismas sequías que yo. Debería buscarle novia, o al menos para una aventura gatuna de una noche.
—Dominic, esto no tiene sentido. Tú quieres exclusividad y no puedo dártela.
— ¿Por qué? —cuestiona, entre exasperado y cabreado.
—Porque tú no me la das a mí. Ya no es como antes que me importaba un huevo a quién te follabas. Lo llevas claro si crees que me limitaré a estar solo contigo cuando tú sí puedes estar con otras. Como las pelanduscas estas de Cami, Andrey y no recuerdo quién más. Lo que es mío no es de más nadie.
—Naomi, Audrey, Sharon y Leslie —corrige, con los ojos brillantes.
— ¡Retíralo! —Me rechinan los dientes de la impotencia que expreso, dándole un puñetazo en el pecho.
No puedo creer que tenga el descaro de corregir los nombres de esas mujeres. Y encima, ¡el capullo se ríe! Trato de darle un manotazo que esquiva. Me bajo de su cuerpo de un salto. Lo voy a tumbar. Dominic ve mis intenciones porque toma la delantera y me aplasta contra el colchón, sujetando mis muñecas sobre mi cabeza.
—Tú ganas, diablura.
— ¿En qué gane esta vez? —Deslizo las palabras en mi paladar con suma arrogancia.
—Ya la tenías, pero si quieres que lo diga a tu manera: tienes mi exclusividad total. Y no quiero nada de Ryan, ligues o flirteos porque te divierte jugar con los hombres.
—Nada de tener amores. No más fotos en bolas, tías que te llamen Chiqui, no más Naomi, Audrey, Sharon, Leslie, ni cualquier otra pelandusca que se te cruce —puntualizo, muy seria—. Tampoco demostraciones de macho a tus colegas. Lo de las fotos en bolas podemos dejarlo en que solo yo te las podré enviar. Ah, nada de porno o mirarle el culo a otra —añado—, solo puedes verme a mí.
Lo del culo lo he dicho por molestar, porque ver un buen culo sea de hombre o mujer es algo que no podemos evitar.
—Nada de nada. Solo tus fotos y tú. —Sonríe, se lo ve complacido con la situación—. Me pone duro verte celosa y posesiva, nena. Te creeré que no hiciste nada con el puto Ryan.
—No hice nada.
Sacude la cabeza y desciende para besarme por unos cortos segundos, sin profundizar, solo el movimiento de nuestros labios. Jadeo. Quiero más. Él se apoya sobre un antebrazo y sujeta mi mano izquierda entre nosotros. Deposita un beso justo encima del brazalete que me regaló. El brazalete que me ha dado dolores de cabeza. Señala un colgante. El de las dos personas entrelazadas
—Este significa nuestra unión, nuestros cuerpos entrelazados en uno solo, como siempre deben estar.
Madre mía. Son estos momentos los que de verdad importan. Ya es nuestra normalidad. Nos queremos, discutimos por alguna tontería, y nos volvemos a querer.
—Eres un tonto —susurro. Él acaricia un costado de mi rostro y besa mi nariz—. No puedes ser un gilipollas y luego decir esto.
—He estado tan jodidamente perdido en tu belleza, la manera en que sonríes, tus locuras, en ti, que no había recordado decirte el significado desde la primera vez que estuvimos juntos.
— ¿Tan seguro estabas de que íbamos a acostarnos? —bromeo, a lo que él enarca las cejas.
—Estaba seguro de que iba a pasar, sí, porque creo en nosotros. Uno de los dos tiene que hacerlo, yo lo hago por los dos.
Cree en nosotros porque yo no lo hago. Él sabe que no creo en nosotros, pero no le importa, cree por los dos. Nunca había tenido tantas ganas de llorar. William decía tener suficiente amor por ambos. De cierta manera, estoy haciendo a Dominic lo mismo que hice con él.
—Nunca he sido del tipo que hace estas mariconadas, tú haces que me nazca hacerlo —dice tras mi silencio, su mirada es un libro abierto. Me mata la sinceridad que transmiten—. Y pues, porque te quiero, coño.
Se me escapa una sonrisa. No puedo evitar reconocer que fue esa actitud de él la que me conquistó, está tan mal de la azotea, que me encanta. Quizás soy masoquista, pero adoro que sea así tal como es con sus locuras. No cambiaría su manera de ser por nada del mundo, aunque a veces nos traiga peleas y disgustos. No fue su físico, el dinero o el sexo lo que me atrapó, fue él. Dominic.
¿Así es el amor?
¿Podrá él quererme con todos mis defectos cuando los descubra?
—Yo tampoco soy del tipo romántico, Nick.
—Tendremos que averiguarlo juntos —afirma, con su voz irresistible que no da espacio para un «no».
Le envuelvo el cuello con los brazos y abro la boca para él. Responde de inmediato sacando su perfecta lengua, convirtiendo este beso en el más sentimental que hemos tenido hasta ahora, como a mí me encanta: lento, largo, profundo y a tope de sensualidad. Nuestras manos se pierden en el otro, acariciando todo a nuestro alcance. Las suyas se van deshaciendo de mi poca ropa con parsimonia hasta que me tiene desnuda y yo deslizo el bóxer por sus piernas.
Cuando menos me lo espero, está hundiéndose en lo más profundo de mi ser. Se siente como en casa, como las personas del brazaletes. Unidos en uno solo, como siempre debemos estar.
—Así, nena... —gime en mis labios. Juego con el cabello en su nuca, ahogando los gemidos que sus suaves y hondas embestidas me producen—. Me quedaría una eternidad así.
—Sí...
Tiempo después, siendo lo más silenciosos que podemos, tras infinitas caricias, besos tiernos y sus lentos movimientos dentro de mí, ambos alcanzamos el clímax de una manera espectacular, alucinante. Ha sido especial, nada comparado a las anteriores veces que lo hemos hecho.
— ¿Qué ha sido eso? —resuello.
Su boca se pasea por mi clavícula, llega a mi boca y me da un besazo de muerte. Inhalo del aroma a coco mientras él pone un poco de distancia y me transmite con la mirada un montón de sentimientos. Está guapísimo después del orgasmo, pero es su mirada la que me hechiza.
—Acabo de hacerte el amor.
Escucharlo salir de sus labios, es como llevarme al éxtasis de nuevo. Sí, hicimos el amor por primera vez. No follamos. Compartimos más que nuestros cuerpos, compartimos el corazón.
¡Es el cumpleaños de Keith!
Dominic me lo ha contado hoy en la madrugada antes de fugarse. Faltaba para que amaneciera, intenté impedirlo, pero se me escapó a la habitación que Keith comparte con Louis para despertarla. Casi despierta al bebé del asombro, pero aprendió a llorar en silencio por la sorpresa inesperada de su queridísimo Nick. La pobre casi muere de la emoción.
Temprano por la mañana ha llegado a la casa una entrega especial para ella. Una tarta de cumpleaños, un desayuno exquisito y chocolates, por supuesto, marca Mirlay. Le he robado uno porque son buenísimos. Un regalo de ya sabemos quién.
— ¡Oh, mi niña! —exclama, con lágrimas en los ojos. Estamos en el sofá, mientras yo doy el biberón a Louis, ella contesta sus mensajes. Me muestra la pantalla del móvil cuando un vídeo se repite. Es una niña muy bonita, de pelo castaño y ojos miel. Sujeta un cartel lleno de brillitos que dice en letra desigual: ¡Feliz cumpleaños! Lo sacude gritando—: Feliz cumple, abu Keith. Te extraño muchísimo, pero Katherine dice que pronto vendrás, así que te he guardado el regalo aquí en casa de papi. Te amo mucho y espero que las pases bien aunque estemos lejos. ¡Haré una tarta y le pondré tu nombre!
— ¡La tagta la pgepago yo! —protesta la voz con acento francés de la mujer que sujeta el móvil, a lo que la niña pone morros.
— ¡Katherine! —le reprocha y vuelve a concentrarse—. No le creas, Keith. En fin, te enviaré una foto cuando esté hecha. ¡Te quiero, adiós, besitos! —Ahora soy yo la que pone morros cuando empieza a lanzar besos a la cámara hasta que el vídeo acaba.
—Es una niña muy preciosa, Keith —digo encantada—. No sabía que tenías nietos.
—Oh, ¡no, cariño! Sandra no es mi nieta, pero la quiero como una y por eso me llama abuela, y también a Katherine, mi hermana. La conocemos desde que nació. Yo nunca tuve hijos.
—Sandra... —saboreo el nombre—. ¿Es alguna sobrina de Dominic? —pregunto, interesada. Una vez la nombró.
Keith me mira con las cejas alzadas, como si yo supiera un secreto que ella no. Frunzo el ceño, sin apartar la mirada de la suya, analizándola. De repente, se ríe.
—Ah, claro, cariño. Me perdí por un momento. Es la sobrina de Nick —dice, dirigiéndose a la cocina.
— ¿Quién es el padre? ¿Víctor?
—No —responde desde la cocina.
—Y ¿quién es?
—No tiene. Su madre es Amira, la hermana mayor de Nick. ¡Ya está lista la carne!
Pero si Sandra en el vídeo ha dicho que guardó el regalo en casa del padre. No presiono más a la pobre Keith porque sé que mis dudas no tienen que ver con ella, no tiene que lidiar conmigo, pero ya sé con qué interrogar a Dominic, porque esta ha sido una actitud bastante sospechosa.
Espero a que Louis acabe de comer, paseo un rato con él por toda la casa hasta que se duerme y lo acuesto en la cuna para poder sentarme a trabajar. Tengo que retomar las cosas de Callaghan, además, el director Fernández, el coronel Briceño, Ryan y Adam vendrán por la llegada del comandante Quentin.
Revisando un informe sobre los últimos cargamentos incautados con sello Callaghan, recibo una nota de voz de Verónica. ¡Joder, no recordaba que en estos días era la fecha en la clínica para el aborto!
—Hola, cuchi —dice con la voz rasposa—. He ido con Catalina a la clínica, pero no he podido hacerlo. O sea, no puedo matar a mi bebé. Yo sé que puedo cuidarlo así sea sola, no va a necesitar un padre porque yo le daré todo lo que necesite. Gracias por tus súper consejos del otro día, cuchi, pero ya estoy en casa y muy decidida a seguir adelante con esto. Alá me ayudará en el camino. Te quiero mucho, cuchi, quizás te elija como madrina de Hallie o Han. ¡Cuídate, cuchi!
Suelto una risa. Sabía que no sería capaz, su corazón de pollo no aguanta tanto como para un procedimiento llamado «aborto». Será una buena madre y tiene la estabilidad económica para criarlo. Lo de ser madrina no lo tengo muy claro, pero no me molestaría ser la tía rica, guapa y soltera que consciente al niño.
Le respondo lo contenta que estoy por ella y cuando estoy a punto de soltar el móvil, me llega una notificación de que el período está por caer, pero yo no recuerdo haber marcado el anterior. Reviso y efectivamente, marqué los primeros cinco días del mes. La imagen de una píldora en el inodoro me hace rectificar qué días estuve fértil.
Según este trasto, mis días más fértiles concuerdan con los días que empecé a tener sexo, especialmente, en mi día de ovulación. Pongo a trabajar mi memoria al cien hasta que logro recordar que ese día fue cuando lo hicimos contra el ventanal y después en la cama. Sin protección. Justo ese día.
—Joder.
Yo boté la píldora de emergencia porque no estaba en mis días fértiles, un embarazo era imposible para mí, pero el día de mi ovulación yo ni siquiera caí en cuenta de que no usamos preservativo. No hasta ahora.
Me entra la sudoración. Es improbable que esté embarazada. Tendría que tener muy mala suerte —o buena, depende del punto de vista— para que haya concebido, pero como mi diagnóstico es lo bastante deplorable, me centro en que hoy tampoco usamos preservativo.
¿A Dominic de verdad no le importa? Ya no se ha preocupado más en si usa condón o no. A mí no me ha importado porque sé que no funcionará, pero ¿y él?
Bajo la tapa del portátil y me dirijo a la habitación llamando a Dominic. Necesito saber qué está pasando. Él contesta al tercer tono.
—Dime, nena.
— ¿Por qué no enviaste junto a lo de Keith una píldora de emergencia? ¿Se te olvidó que en la madrugada no usamos nada? —Voy directo al grano.
—Si querías una me hubieras avisado, pero no entiendo porqué la quieres.
— ¿Es que quieres dejarme embarazada sin consultarme? Porque sería algo muy chungo, creo que primero deberíamos ser pareja, mínimo.
Escucho perfectamente cómo deja de caminar, resopla y ríe.
—Muy chistosa. ¿No recuerdas que ya me contaste que eres infértil? Pensé que lo hacías.
—Dominic, yo no soy infértil.
—Pe-pe —titubea, a leguas se nota que perdió el aire en los pulmones—. Pero ¡lo dijiste en Dubái! ¡Que Louis era tu única oportunidad de tener un hijo porque eres infértil!
Tomo una profunda bocanada de aire, no sé si para calmarme a mí o a él. Temo que le de un infarto.
—Tengo pocas probabilidades para concebir, tendría que someterme a tratamientos cuando desee tener un hijo, pero no soy infértil.
— ¡¿No podías decírmelo desde un principio?! —brama, muy cabreado—. ¡Enloquecí por un puto minuto pensando qué hacer si estuvieses preñada!
— ¡No te mandé a creerle a una borracha!
— ¡Los borrachos dicen la verdad! ¡Estabas muerta en llanto!
— ¡Pues ya ves que no! —contraataco—. Es muy probable que jamás pueda quedar embarazada, ¡¿qué querías, que riera?!
—Más te vale no estar preñada —gruñe.
Esbozo una muy sarcástica sonrisa, lamentando que no pueda verla. Esto es la maldita guinda del pastel. Me habla como si yo tuviera la culpa, porque, más me vale no estar preñada. ¡Debería agradecer a Dios que no lo tengo enfrente o ya lo estaría matando!
—La vida es cruel, pero no tanto. ¿Un hijo tuyo? No, gracias, paso.
Lo escucho bufar.
—Me alegra que pienses así. Mucha suerte.
—Ah, pues gracias, qué amable.
—De nada.
Jadeo.
No pienso oír más. Cuelgo la llamada. Esta vez se pasó no tres pueblos, ¡el país entero! Me hirió a consciencia, no satisfecho con haberme echado la culpa. Tiro el móvil en la cama y entro al baño cerrando de un portazo. Mientras busco el neceser repleto de fármacos, me reprendo a mí misma por no ser capaz de tener un hijo, por todos los errores que he cometido, por Louis, por estarme enamorando de un gilipollas.
Necesito ansiolíticos, decido, experimentando el sudor y la aceleración de mi ritmo cardíaco. Me trago una dosis de 25 miligramos de hidroxizina. Luego, apoyo las manos en el lavabo, echo la cabeza hacia tras e inspiro lentamente por la nariz. Cuento hasta cinco en mi mente. Expiro el aire lentamente por la boca.
Lo repito dos veces más.
Espero que el medicamento no produzca mucha somnolencia, porque es lo último que necesito. Me refresco el rostro con agua fría y doy por finalizado mi momento. Ya hay un mensaje en el móvil para cuando lo recupero. Quiero pasar de él, pero por mi estabilidad mental, lo leo.
Espécimen: Lamento lo que dije, no lo decía en serio, estaba cabreado por la idea de que pudieses estar embarazada. No por mí, por ti. Todavía no es el momento. Fue el calor del momento lo que me hizo hablar.
Espécimen: Discúlpame, de verdad. Un bebé ahora sería un desastre y me dejé llevar. Te voy a enviar la pastilla y una prueba de embarazo. No nos cuidamos varias veces en Dubái, así que vamos a descartar que estés embarazada.
Expulso el aire en mis pulmones, profiriendo un apenado gemido. Sí que un bebé sería lo menos indicado, pero la idea de verme haciéndome una prueba de embarazo tiene su punto de ilusión.
Diablura: ¿Y si da positivo?
Espécimen: ¿Estás a favor del aborto? Porque yo sí.
Menuda forma tan directa. Se llevaría el premio al más sensible del año. Tampoco le reclamo porque, soy igual de insensible.
Diablura: Sí. Yo tampoco quiero un niño, no ahora ni en estas circunstancias. No se lo merecería.
Espécimen: Vale, mandaré a comprar las cosas. Estarás bien, nena.
¿Que estaré bien? Voy a hacerme una prueba de embarazo, no una biopsia para descartar el cáncer.
Estiro los músculos que ya se me habían tensado y regreso a trabajar a la mesa, de donde nunca me debí haber levantado. El reloj corre rápido, calculo que en media hora llegará el comandante y para mi gran orgullo, finalizo lo que tenía pendiente para la reunión. Todavía me queda por hacer de otros asuntos, pero necesito respirar un poco, no he parado ni un momento.
—Keith, mañana temprano tengo ir al cuartel, no volveré hasta la noche. Por favor, no vayan a salir de aquí ¿vale?
Ella me mira desde el sofá y me ofrece una cálida sonrisa.
—No te preocupes, linda, aquí estaremos.
—Por muy inocente que sea una sospecha de que algo va mal, llámame y vendré de inmediato.
—Tranquila, lo haré.
Estoy preocupada por Louis. Yo misma lo traje aquí pero no tenía otra opción. El pequeño juguetón está a mi lado en el gimnasio con área de juegos. La dependienta me informó al comprarlo que estimula el gateo, pero Louis está muy entretenido tumbado boca arriba con la barra de juegos. Tiene un tucán electrónico con melodías y él no para de golpearlo para que suena esa cansona cancioncita, pero ríe, y a mí me encanta verlo reír.
Uno de los guardaespaldas que vigila en la terraza aparece en la sala con su normal expresión fría. Hago un asentimiento para que hable.
—Señorita Madison, hay un hombre afuera buscándola, ya ha sido registrado si desea recibirlo.
— ¿Cómo se llama?
—Dijo que era una sorpresa, por eso lo hemos registrado. También la bolsa que trae consigo. Son artículos... —carraspea—, de farmacia.
Ay, por Dios. Vieron la píldora y la prueba. La incomodidad me inunda el cuerpo a medida que me pongo de pie. Se preguntarán, ¿por qué una píldora de emergencia si la mujer no ha salido de esta casa en las últimas 72 horas? Van a creer que entre Ryan y yo hubo acción, porque, nadie más ha sido visto entrando a esta casa.
—Keith, ¿podrías ir con el niño a la habitación? —le pido, dándole una seña al guardaespaldas para que apruebe la entrada del desconocido.
—Por supuesto, cariño.
¿Una sorpresa? Ya. No creo que sea Dominic. Igual nos vamos todos a la cárcel y esto es una emboscada para mí.
Abro la puerta.
— ¿Ignacio Andrés?
El nombrado, de casi tres metros de altura, alza las manos y las sacude en forma de saludo, acompañado de una grata y amigable sonrisa.
—Así dice en mi acta de nacimiento.
Como una tonta, me pongo a repasarle el cuerpo, los tejanos, la camiseta que deja a la vista los músculos de sus brazos, su pelo... Joder. Hago que entre y le arrebato la bolsa de la farmacia con recelo.
— ¿Has visto lo que hay dentro?
Sonríe bastante divertido con mi incomodidad.
—Yo lo compré, corazón.
Voy a matar a Dominic cuando lo vea.
—Perdón por recibirte así y arrancarte la bolsa —suspiro. En un gesto de paz, le doy un abrazo y nos damos un beso en la mejilla—. ¿Qué haces en Colombia?
—Tengo a un árabe enamorado de mí, he venido a sanarle el corazón, y por supuesto, a verle el rostro a una encantadora fierecilla. —Su voz disminuye varias octavas a medida que me da un ligero toque en la barbilla, y sus ojos adquieren un matiz brillante que ya comienza a ser familiar.
Me está dando calor.
—Ya te echaba de menos, morenito.
—También vine porque me urgía oír eso.
—Eres un ñoño —le chincho. Él me rodea los hombros con los brazos, quedando medio abrazados—. ¿Qué te ha dicho Dominic?
—En realidad, yo oí que mandaría a comprar algo para ti y me ofrecí voluntario. Me dijo qué comprar y más nada.
—No es lo que parece —recurro a la típica.
— ¿No es para ti?
—No estoy embarazada.
—No he dicho que lo estés —se defiende, arqueando las cejas—. Estás estresada, corazón. —Pongo morros, le abrazo y emito un resoplido contra su pecho. Me gusta la sensación de comodidad que tengo con él. Deposita un beso en mi cabeza—. Ya cumplí con mi misión de repartidor enamorado, así que me voy para que puedas salir de dudas.
—Gracias por venir tú, Ignacio.
—Ha sido un enorme placer, corazón. —Me guiña un ojo—. Y pase lo que pase, ten por seguro que Dominic no te dejará sola. Lo mejor es hablar para solucionar las cosas.
—Ya estás en plan psicólogo así que me toca echarte de aquí. Vete —espeto abriendo la puerta.
Ignacio suelta una carcajada a la vez que sacude la cabeza. Una sonrisa boba se expande en mi rostro cuando se inclina para volverme besar, esta vez, en la comisura de la boca. Me quedo unos segundos viéndolo bajar las escaleras de la entrada. ¡Cómo va ese tío! ¡Está como un tren! Y claro, le miro el culo.
Prácticamente corro al baño y saco el contenido de la bolsa en la encimera. Está la píldora, el test, un chupete con estampado de zebra para Louis, supongo, y una barra de chocolate. Será para la ansiedad mientras espero el resultado.
Lo primero que hago es abrir el envoltorio de la barra, le doy un mordisco. Ya puedo empezar. Saco el test de la cajita y hago el procedimiento debido. Según la caja, si estoy embarazada, me dará un tiempo estimado de gestación.
¡Menudos nervios!
Camino de un lado a otro sin dejar de morder la barra de chocolate. Le haré un hueco al piso. La barra se termina y yo sigo dando vueltas. Igual debió comprar dos.
La pantallita del test se ilumina. Joder. Llegó la hora de la verdad. Lo agarro con un ligero temblor.
Negativo.
O en otras palabras: te salvaste, perra caliente.
Un gran peso abandona mi cuerpo.
—Eres grande, Señor —susurro agradecida mirando al techo.
Tiro el test a la basura y enseguida me trago la píldora. No voy a negar que el resultado me ha tranquilizado, pero tampoco negaré que la pequeña esperanza que aún guardaba, se esfumó. Lo hicimos sin protección en mi día más fuerte, lo hemos hecho en otros días, y no funcionó.
Vale, que es la primera vez, algo dentro de mí trata de darme ánimos diciendo que tratando más veces, consiga concebir, pero no quiero más falsas ilusiones.
Diablura: Te salvaste, ex papá. Posdata: gracias por el chupete para Louis.
Le envío el mensaje medio emocionada, medio cabreada.
Espécimen: No lo digas así, ya te pedí perdón. Posdata: de nada.
Diablura: Bueno, nos salvamos.
Espécimen: Esta noche iré.
Diablura: No tienes que hacerlo.
Espécimen: Que iré, coño.
Vendrá.
—Qué bueno que volvemos a vernos. —Sonríe el comandante Quentin, parado en la entrada.
Le estrecho la mano con una sonrisa amable que mantengo intacta para saludar a los demás. El director Fernández, el coronel, viéndolo por primera vez sin en el uniforme verde militar; le sigue Adam, cargando carpetas como siempre. Me ablando y le quito varias para tenerlas yo, su sonrisa de agradecimiento es suficiente. Las cinco carpetas que he sujetado en un brazo no se me caen de pura suerte, porque la imagen frente a mí es para caerse de culo.
Es Amber. Ryan con Amber.
—Pero ¿tú qué haces aquí?
—Se ha venido conmigo —indica el comandante. Boqueo viendo cómo entra la ex pareja a mi morada temporal—. He estado en México, trabajó en mi equipo. No pude evitar traerla, la agente Parker lo hizo excelente en Dubái y sé que aquí también lo hará. Y habla español.
—Su expediente habla muy bien —corrobora, el director Fernández.
Quiero arrancar de sus profesionales rostros la sonrisita que siempre es dirigida a mí, solo a mí, su favorita. Yo también puedo aprender español, pero ¿con qué tiempo? Mientras no estoy trabajando, estoy con el bebé o follando con Dominic. No me queda mucho margen.
—Otra vez juntas —dice ella, sonriente, muy pegada a Ryan, quien luce incómodo.
—Ustedes dos son un gran equipo —afirma convencido, el comandante.
—Así es. —El director asiente—. Coronel, comandante, por aquí.
Los tres van cuchicheando en español de camino a la zona social, seguidos por Adam. Le veo la intención a Ryan de huir por patas cual cobarde, por lo que le bloqueo el camino. Nunca ha podido con la presencia de ambas. Ahora que las dos somos su ex, supongo que menos.
—Terminé contigo ayer, pero espero que me dediques tres días de luto, como mínimo. —Lo merezco, a mí nadie me cambia en un día, me niego.
—Dijiste que no estaban juntos desde hace meses —apunta Amber, mirándolo confundida.
—Es verdad —confirmo yo—. Ayer fue la separación oficial, pero tenemos separados mucho tiempo.
—Ahhh, claro, tú me lo dijiste en Dubái.
—Ustedes dos me ponen nervioso. —admite rayado, Ryan, rascándose la cabeza—. ¿Vamos a llevar la fiesta en paz?
—Ay, Ryan, no tenemos quince. Estamos aquí para trabajar. Lo único que pido son tres días de luto. Después, pueden follar entre los arbustos del cuartel sin inconvenientes.
A Amber casi se le salen los ojos de su órbita. La pobre es muy obvia, sigue enganchada de Ryan y él no lo va a desperdiciar. Ya muy su rollo si deciden retomar lo que yo impedí.
—Siempre tan sutil ¿no? —dice ella entre dientes.
Le sonrío, echándome el pelo en mis hombros hacia atrás.
—Soy sagaz, querida.
Rueda los ojos, le da un empujón en el hombro a Ryan para que la siga a la zona social. Me trago una risa. Cómo me cae de pesado la tía, pero cómo me divierto con ella. El móvil me suena en el bolsillo trasero del jean anunciando un nuevo mensaje, decido revisarlo de una vez para apagarlo y poder trabajar sin interrupciones.
Espécimen: Vete a un lugar donde no te puedan oír y llámame. Ya.
Resoplo. ¡Este hombre es de lo que no hay! No han pasado más de diez minutos que Ryan está aquí y ya se va a poner de pesado. Paso. Apago el móvil y lo dejo en la mesa al lado de la puerta. Está loco si cree que perderé tiempo para oírlo con sus tonterías irracionales.
—Oh, agente Donovan, parece que acaba de suceder algo —me comenta el director cuando aparezco, señalando el televisor plano de pared.
Dejo las carpetas en la mesa. Paso de sentarme con Amber y Ryan, así que me quedo parada detrás del sofá, igual que los demás. Han puesto la CNN en inglés y en una esquina de la pantalla se puede ver la imagen en vivo de una calle con personas aglomeradas y policías manteniendo el orden. Por el uniforme, enseguida sé que es en Colombia.
—Así es, Lean, nos reportan desde la capital colombiana que el cuerpo balaceado de un miembro de la embajada norteamericana ha sido encontrado en un basurero por un grupo de estudiantes. —La imagen en la esquina se expande y muestra a los forenses que investigan el cuerpo en el contenedor, borroso por la cámara. Aún así, se nota toda la sangre que lo cubre—. Estaría uniéndose al reciente asesinato del embajador estadounidense Daniel Ford, lo que es otro grito de advertencia y ayuda para el pueblo colombiano y los federales americanos. El presidente Cooper se ha pronunciado días atrás sobre los catastróficos incidentes del narcotráfico. Veamos un resumen de lo que fue la rueda de prensa en la Casa Blanca.
—Maldita sea —sisea el director. Suena cabreado.
La tensión se adueña del lugar mientras que sin esperar más, nos ponemos a abrir los portátiles y el coronel hace una llamada.
—Buscaré el USB satelital —informo en general, parándome de la mesa.
—Sí, traiga a Agneris, agente. —La orden del comandante es contundente.
Estamos con el vello de la nuca erizado. La protección secreta que se le asignó a los miembros de la embajada fue con el fin de evitar esto, pero según palabras del coronel, el sujeto desapareció de su casa en la madrugada.
La orden de utilizar el programa Agneris es sencilla: vamos a acceder a la red de seguridad de Colombia por cuenta nuestra. Nos han vuelto a desafiar y estoy de acuerdo en que debemos ponernos al frente, aunque al gobierno colombiano no le guste. Matar a uno de nosotros es una grave, muy grave, decisión.
Regreso en menos de un minuto e inserto el pequeño dispositivo en mi portátil laboral. Recibo una silenciosa y directa mirada del comandante, que está sentado frente a mí. Inclino la cabeza. Lo entiendo. Quiere discreción sobre lo que haré con Agneris por la presencia del coronel y el director.
—Dame señal americana, Parker. Código 36SNC ingresando al sistema, comandante —le comunico, viendo los pixeles tomar la vida de la preciosa Agneris.
Uno de los programas más avanzados e inteligentes del mundo. Si quieres saber si tu hombre de verdad salió de una reunión temprano y se le cayó el móvil en una piscina, usa Agneris y y ella te mostrará si es mentira o no. Yo no lo hago porque no me considero tan loca.
— ¡Miren! —nos llama la atención, Adam, frente al televisor subiéndole el volumen.
Está hablando la misma mujer de antes. Leo la frase que reza en la parte inferior de la tele. «Último momento: amenaza de muerte a bala». Trago saliva. Por alguna razón, las miradas caen sobre mí y me convierto el centro de atención.
—... donde se han encontrado doce balas con un nombre grabado en ellas. Esta sería la confirmación de que la lista negra del narcotráfico colombiano es real y que personas reconocidas figuran en ella, pero hasta el momento, solo ha salido a la luz el nombre que hoy está en las balas. La notable víctima es la estrella de la DEA, Madison Donovan. —Una fotografía mía en la Casa Blanca aparece a un costado y siento mis entrañas revolverse—. La hemos visto incontables veces en periódicos y televisión por su racha intachable de logros como agente federal y en la captura de numerosos personajes del narcotráfico, así como la detención del crimen organizado. La cual ya inició el proceso de creación de la organización de ayuda a la mujer y el hombre, según un comunicado de la primera dama. Recemos por que la queridísima hija de Estados Unidos no sufra las consecuencias de este acto vengativo y echemos un vistazo a la única e icónica rueda de prensa que ha ofrecido Madison Donovan. Volveremos con más información tras comerciales.
Mi estómago empieza a protestar. Joder, me han avisado de mi muerte en televisión internacional. ¿Qué tan jodido es eso?
—Doce balas... —divago, acariciando mi garganta con una mano como si eso calmara las náuseas.
—Doce balas —repite el comandante, pensativo.
Doce puñaladas recibió el líder del cártel de Cali en la cárcel, donde murió. El recluso que lo apuñaló no dijo quién mandó hacerlo, solo confesó que lo mató porque su jefe le contó que ofendió a alguien importante. Y su deber era matar al que ofendiera a su jefe y su gente. El recluso se mató tras confesarlo.
—Madison —empieza Ryan, pero no le dejo terminar. Levanto un dedo, pidiendo un minuto, a medida que camino a la habitación.
Cierro la puerta y me permito correr al baño, no sé cómo hago, pero consigo levantar la tapa del inodoro a tiempo para expulsar todo el contenido estomacal posible. Como casi siempre me pasa, el simple hecho de ver y oler el vómito me da arcadas y vuelvo a vomitar.
Jadeo, bajo la tapa de golpe y busco apoyo en ella, descanso la frente sobre mis brazos mientras le brindo oxígeno a mis pobres pulmones. Mis ojos arden al igual que mi garganta, necesito otro minuto para recomponerme. Aunque ya he botado todo lo que tenía dentro, las náuseas no cesan, lo que me marea un poco cuando decido pararme y casi pierdo el equilibrio.
Inútil, me dejo caer en el inodoro. Si no me quedo quieta, o vomito o me desmayo.
Creo que me quedaré aquí un rato.
—Doce puñaladas, doce balas —susurro, con la mirada perdida en el techo. Los cierro—. ¿Qué hiciste Dominic?
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¹def. Sustantivo masculino. Hombre con quien se sostienen relaciones sexuales periódicas en secreto.
²del polaco. Creo que te quiero.
³del árabe. No solo deseo tu cuerpo, estoy enamorado de ti.
Me puse el reto de hacer 7k de palabras por capítulo, les parece bien así como este o prefieren que sea más corto como 5-6k? Ustedes deciden ok, así que no me vayan a ignorar y díganme. (aunque aquí me pasé y hay casi 8k 😔)
Oigan, en el capítulo anterior (8) se descubrió algo de Lucas y nadie me paró bolas. 🤬 Me voy a guardar todos los secretos alv.
Madison se abrió con Dominic y nada me va a quitar esa felicidad, fue muy difícil para nosotras ok.
Pregunta: La prueba dio negativo, pero ustedes creen que ya esté embarazada? 🤭 provida la que me ignore.
Gracias por leer, no tengo Internet, estoy robando solo para poder subirles esto, para que vean las cosas que hago. Lo bueno es que sin Internet, escribo más porque no tengo nada más que hacer. 🤣 Cuando pueda, veré sus comentarios. 💗
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