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6. Ansiedad ⭐

Ignacio conoce la manera de aflojarte la lengua, incluso cuando no estás de acuerdo, con poco esfuerzo. Sin duda acertó al unirse a la facultad de psicología, pero me temo que no obtuvo el mérito del postgrado Madison Donovan.

Esquivo cualquier tema respecto a mi reacia reacción sobre su profesión con inteligencia, y soy yo quien se adueña del control de la conversación. Los minutos pasan, miro la hora verificando cada cierto tiempo cuánto ha transcurrido desde que Dominic se marchó. La oscuridad cubre el cielo pintado de estrellas, noto los estudiados movimientos de los agentes de seguridad moviéndose por el complejo con especial precaución, dando repetidas indicaciones por el pinganillo. Por algún motivo, me empiezo a intranquilizar.

Me paso por los brazos el vestido veraniego, hago un lazo con el cinturón y me pongo los lentes oscuros. El móvil de Ignacio suena, haciéndolo despertar. Echo un disimulado vistazo a los agentes de seguridad; reconozco cuando algo no va bien. Sentada en el borde de la tumbona mientras me coloco las sandalias, intento oír la confusa conversación que mantiene, pero cuelga sin darme la oportunidad.

—Nos vamos —asegura, vistiéndose.

— ¿Qué está pasando?

Ignora mi pregunta, recoge lo importante y me insta a caminar hacia el interior del hotel. No pierdo el detalle de que las miradas de los agentes se ciernen en nosotros.

—Ignacio, cuando pregunto algo exijo una respuesta.

—Kai Jing está a punto de llegar, no puedes estar aquí mientras él lo esté.

—Si vendrá es con la intención de matarlo... —analizo. Freno el paso para dar media vuelta—. Tengo que regresar.

—Eso será imposible —indica, obligándome a caminar. Peleo contra su agarre en mi brazo pero no desiste ni un poco, su fuerza es mil veces superior a la mía—. Val Lee ya te conoce, puede que alguien más también, si te ven será tu fin.

—Es que no puedo permitir que lo maten y se inicie una masacre mundial, Ignacio, es mi deber —enfatizo—. Hay mucho en juego.

—Escucha —suspira, detiene el caminar y conecta nuestras miradas—. Ha habido un problema externo, Dominic tuvo que citarlo para renegociar. Te traeré luego que él y su gente se marche, pero tenemos que apurarnos.

Indecisa, observo la esquina del pasillo que lleva de regreso al vestíbulo, luego la que nos guiará al estacionamiento. No sé porqué pongo tanta insistencia cuando sé con certeza que Dominic es duro de matar, y estamos en un sitio no indicado para formar una guerra.

Sigo los apresurados pasos de Ignacio hacia el estacionamiento, donde corremos en búsqueda de su coche. Estando a solo cuatro coches de distancia del BMW, una fila de cuatro camionetas irrumpe en el espacio.

—Diablos —sisea—. Ve por detrás de los coches y quédate escondida en el mío.

Adopta una postura indiferente, esconde las manos en los bolsillos y vigila las camionetas que se estacionan en la siguiente hilera. Sigilosa, me muevo entre los coches tratando de no mostrar ni un mechón de pelo. Para cuando estoy detrás del Ford azul, las voces coreanas son más audibles. Están cerca. Me mantengo agachada, atenta a cada palabra.

— ¿Acaso el cabrón Callaghan te envió a escoltarnos? —reconozco la voz en inglés de Kai Jign.

Asomo un poco la cabeza por un costado, así puedo visualizar el panorama. El líder de la KDO está frente a un desinteresado Ignacio, acompañado por varios hombres y a su lado, la querida Val usando muletas.

Pobrecita.

—No son tan importantes como para darme ese lujo. Yo ya me voy, pero quería ver cómo seguía Val.

La coreana de permanente expresión de mala leche, rueda los ojos y le dice en tono despectivo:

—Eres un idiota, Leal. Sigue así y...

—Ya —le espeta, Jign, entre dientes—. Como sea, espero que hayan pensado mejor la propuesta. Me gusta esta asociación como para romperla por mierdas insignificantes.

—Yo no formo parte del cártel, Kai, pero te aconsejo no quedar como su enemigo, no lo presiones. Cavas tu propia tumba.

El hombre de mediana estatura y pelo canoso profiere un bufido buscando lucir despreocupado, pero si yo leo la indecisión en su expresión, el psicólogo ve más.

Ignacio intenta darle una caricia en el rostro a Val pero ella le aparta la mano, a lo que él se ríe y hace un saludo militar para acercarse al coche. Enseguida establecemos contacto visual, me pide en silencio que no me mueva y eso hago mientras los miembros de la KDO se alejan en dirección contraria.

Que esté dispuesto a renegociar por segunda vez con Dominic es una buena señal, quiere decir que no está tan seguro de la asociación con Śmierci y Arkan. El negocio de la mafia consiste en dar saltos, jugar según mejor te convenga, y acabar con aquello que puede acabar contigo. Mi inquietud reside en que, el coreano está presionando a Dominic, queriendo manejarlo, y así nunca podrán negociar.

Entonces el cártel Callaghan estará en la mira de tres de las más grandes organizaciones del narcotráfico, y la DEA asistirá a la guerra para evitar la caída de varios países y millones de civiles.

Dominic.

Ignacio: Salimos, colega. La llevaré a cenar.

Leí el mensaje dando una calada al habano, un fragmento de mí se tranquilizó sabiendo que Madison ya se encontraba lejos y a salvo. Tan solo el hecho de que me jodieran la tarde a su lado me tenía lo bastante cabreado. En Colombia el negocio no iba bien, en México tenía a Rafael tocándome los cojones, y para colmo me avisan que los puntos en Seúl estaban siendo bloqueados.

Era obvio que se trataba de Kai Jign, una especie de advertencia para obligarme a hacer una segunda renegociación. Cargué el cartucho de la Beretta 92 FS, la que tanto le gustaba a cierta mujer solo por ser de oro. La metí en la cinturilla del pantalón e inhalé del habano mirando el mar del Golfo Arábigo que se extendía abajo. Me gustaba que el hotel estuviera en una isla artificial en el mar, me sentía más conectado con el mundo.

—Luke —llamé al tatuado hombre y enseguida se ubicó a mi lado—. Comunícate con Franchesko y encarga una réplica de mi Beretta, pero más maricona.

— ¿Maricona? —repitió, confuso.

—Sí, hombre, femenina.

—Pero en lugar de una «D» en diamantes, una «M». Qué romántico —se burló una británica voz a mi espalda.

Di media vuelta sacando la pistola, la levanté y miré con un destello amenazador al pelirrojo gilipollas. Como siempre que me tocaba los cojones, carraspeó y cuadró los hombros en una postura seria. Al fondo, Nathan, el más joven, sacudió la cabeza con decepción.

—Te voy a meter un balazo, cabrón.

Bill supo ocultar la sonrisa de capullo, masticando un chicle. Recibió un mensaje por el pinganillo y avisó que el puto coreano estaba por llegar a la suite. Algo que lo salvó, porque le iba a dar un puñetazo, ya que no lo podía matar.

Luke se llevó al móvil a la oreja y me miró esperando una confirmación sobre la broma de Bill. Asentí, con un gruñido. Era mi puto dinero, mi maldita decisión si se me daba la gana de comprar una pistola de oro y diamantes para mi mujer.

Apoyé el habano en el cenicero tras una calada y me senté en el sofá de cuero a la vez que a la suite entraban coreanos en trajes, protegiendo a Kai Jign y la enigmática pelirroja Val Lee con muletas.

Por fuera, mantenía una imperturbable expresión. Por dentro, me divertía ver a la invencible coreana Val Lee, alta, estética y de pelo rojo con flequillo, luchar con muletas. Derrotada por primera vez a manos de la traviesa Madison. Joder, le rompió la puta pierna, y eso me ponía bastante cachondo.

—Interesante aspecto, Val Lee.

—Que no se te note lo tanto que te duele, igual podremos volver a follar —ironizó, sonriendo de lado.

Le respondí el gesto con un diabólico levantamiento de las comisuras de mis labios. Respiré hondo, le repasé el cuerpo y solté todo el aire con desgano. Fijé la mirada en Kai, carraspeó y obedeció con cierta incomodidad mi señal de que podían sentarse en el sofá frente a mí.

—Grace, guapa, sírvele un trago a los invitados —pedí a la que era novia de Luke, que también trabajaba para mí. La morena me guiñó un ojo desde la equina y se encaminó al mini bar—. ¿Te crees muy listo, Kai?

El coreano pasó un brazo en el respaldar del sofá y bufó.

—Las cartas están sobre la mesa, Callaghan. Rechazaste los nuevos acuerdos del negocio.

—Los putos acuerdos los pongo yo —espeté—. La mierda que te hace millonario es gracias a mí así que solo yo decido qué carajo se hace o no.

—Seúl es mi territorio, te guste o no allí el poder lo que tengo, y se juega a mi manera —expresó, tenso. Val le tendió el trago y lo bebió de un solo sorbo—. Los nuevos términos se pueden modificar en que las ganancias queden cincuenta y cincuenta, es mi última oferta, Callaghan.

Ahogué una risa. Lo miré lanzando dagas asesinas que demostró cómo lo intimidó.

—Qué ingenuidad la tuya, Kai. A mí nadie me da ofertas, opiniones o recomendaciones, ni tampoco tolero que me presionen; me toca los cojones. La última palabra es la mía y es ley. Al que no le guste mi maldita orden, la rifa para ganar un balazo está abierta —declaré, y sujeté la pistola en alto tras quitarle el seguro.

Val Lee se frotó la frente, nerviosa.

—Esta vez el control es mío, puedes elegir aceptar renegociar o que la sociedad entre la KDO y Callaghan termine de una puta vez —amenazó, poniéndose de pie, sacando una Glock.

Me levanté del sofá y con esa acción, él pareció encogerse ante mi altura intimidante. Disfrutaba ser respetado, ver lo temible que resultaba para los demás, nadie se atrevía a desafiarme, y la mirada del coreano se fundió en arrepentimiento.

— ¿Quién dices que tiene el control? —Disparé a la frente de uno de sus hombres en un arrebato. El resto de los coreanos retrocedieron un paso, absortos en el cuerpo inerte en el piso del que fluía chorros de sangre. Val soltó una maldición, y Jign clavó su mirada furiosa en la mía—. ¿Quién tiene el control, gilipollas? ¿Qué tanto cojones tienes? ¿Tienes las pelotas para apuntarme?

Apretó la glock, hizo el amago de levantarla pero recibió varios cañones de pistolas en su dirección, departe de mis hombres. No se movió, pero sus ojos inyectados en impotencia decía todo lo que tenía que decir. Sus escoltas ni siquiera se atrevieron a respaldar la seguridad de su jefe en peligro, me respetaban sobre él.

Sabía que pagarían el precio al salir del hotel a manos de la KDO. El puto coreano era temido, pero como los demás, cuando estaban frente a mí, flaqueaban.

—Te doy una última oportunidad, y piensa bien lo que vas a responder porque estoy perdiendo la maldita paciencia —le advertí—. Me paso por el forro del culo a Tyler y Rafael, sé la mierda que planean, y te buscaron porque que solos no pueden, pero ni contigo van a tener posibilidades de acabarme. Así que olvida la maldición esa de renegociar mis putos términos y haz lo que te conviene: estar de mi lado. Aunque si no quieres, me la trae floja, el final será el mismo. ¿Qué escoges?

La unión de la KDO con el cártel era importante y necesaria, Kai sabía que traicionarme era asegurarse la muerte. Ese hijo de puta ya la tenía asegurada, sin duda alguna, por atreverse a desafiarme y traicionarme, pero mientras tanto lo necesitaba vivo para encontrarle un reemplazo en la organización.

Mario Odel, Tyler Denich, Rafael Hernández y Kai Jign estaban como próximos en mi larga lista de pendientes por matar.

—La idea no fue de Tyler o Rafael, fue de Rodríguez, el sector mexicano de Śmierci y cabeza del cártel de Sinaloa —confesó, bajando la guardia.

No me sorprendió que aquel fuera la mente maestra. En la cárcel había dejado claro que estaba en mi contra, y la gota que rebasó el vaso fue su interés en Madison. Me encargué de advertirle lo que podía pasar si la tocaba, y de paso lo usé para escapar y lo traicioné. Era cuestión de tiempo que me declarara la guerra, lo que no esperaba era que el maricón se escondiera detrás de otros maricones como Tyler y Rafael.

—Decídete que no tengo toda la vida —exigí.

Val Lee se levantó utilizando las muletas y posó una mano en el hombro de Kai.

—No nos mandes a la puta mierda —le murmuró.

Observé impasible cómo él gruñó. Estuve a punto de obligarlo a hablar cuando abrió la boca y en un rabioso tono de voz aceptó mi orden. Me cabreó el tono, pero lo dejé pasar porque quería terminar de una buena vez. La pelirroja suspiró. Hice una seña para que bajaran las armas y recuperé el habano para darle una fumada.

—Qué bien salen las cosas cuando se hace lo que yo digo. —Me dejé caer en el sofá y gocé la derrota de Kai Jign—. Grace, muñeca, sirve otro trago que esto no ha acabado. Y llévense al muerto, qué puto asco.

El cuerpo tenso del coreano se relajó los próximos minutos que duró la conversación sobre lo que haríamos con Śmierci y Arkan, por dentro me daba pena ajena que se ilusionara creyendo que se salvó la puta vida.

Si tuvo el valor, o siquiera la intención, de traicionarme, lo volvería a hacer. No merecía misericordia.

Alrededor de una media hora después, los miembros y el líder de la KDO se marchaban de la suite. Le ordené a Bill que los siguiera hasta que se fueran, ni de coña gastaría mi tiempo en eso. Val Lee se detuvo a medio camino y alcé una ceja viendo que se acercaba a mí. Sus ojos rasgados derrochaban rencor, y a la vez deseo.

Oneul malgo¹ —anticipé.

—Qué lástima, porque me gustaría que se repitiera aquella noche en Seúl, cuando me follabas en el Lamborghini, y luego cuando te la chupé en el despacho de Kai y dejé que me la meterías en el culo —susurró, con morbosidad.

No sentí ni demostré emoción por sus palabras, me limité a sujetarle la barbilla y tiré de su labio inferior con el pulgar. Casi pude palpar la excitación que la embargó.

—Lo hiciste bien, muñeca, pero ya no me interesa. No repito la misma baraja.

—De lo que te pierdes —musitó de mala leche y apartó mi mano, poniéndose más seria—. Necesito que me ayudes a saber quién me hizo esto, Callaghan. Esa maldita perra lo va a pagar, esto no se va a quedar así. No hay ni rastros de quién fue la gente que nos atacó en la fiesta, pero esa perra hablaba bien el coreano y no se me sale de la cabeza que se trata de Ivana.

La miré con curiosidad. La furia no cabía en ella misma.

— ¿De quién hablas? —pregunté, muy interesado, consciente de que se trataba de Madison, no de una puñetera Ivana.

—Ivana, Dominic, la maldita perra australiana que que mató a los de la mafia rusa, junto a su hermana Samantha, antes de que Rakív tomara el mando —respondió, el odio resaltando su voz ronca—. Aunque no sé porqué le interesaría todo lo que me preguntó, y tenía el pelo negro, Ivana es rubia.

Recordaba la historia de la tal Ivana, pero no entendía cómo podía confundirla con Madison. A esa tía no la conocía físicamente, solo sabía rumores sobre ella, decían que era la asesina de oro, y que su melliza Samantha es su apoyo. Había acabado con numerosos mafiosos de organizaciones muy fuertes. Muy pocos vivos la conocían en persona. Las mellizas eran como una leyenda.

Estudié el ansioso rostro de Val Lee. No ponía en duda que la anestesia de la cirugía de la pierna seguía haciéndole efecto.

—Ya. ¿Estás segura?

—No, mierda —masculló, cabreada—. Ni siquiera tenía el acento australiano, así que tampoco era Samantha, pero te juro que la perra se parecía mucho a ellas, más a Ivana. Necesito encontrarla, Dominic.

—Veré qué hago —mentí.

La mentira funcionó. Esperaría varios días y le diría que se trataba de la tal Ivana para alejar a Madison. Me había caído como anillo al dedo.

— ¿Seguro de que no quieres que te acompañe a dormir? —ronroneó—. Sé que no te gusta dormir acompañado, pero podrías hacer la excepción.

Curvé los labios y le rocé el escote. Sus senos eran de pequeño tamaño, pero eso no me importaba, lo único que me importaba era una cara bonita. La mirada de ella brilló.

—Si no me interesa follar contigo, mucho menos dormir —alegué—. Ya probé la comida y conocí su sabor, qué aburrido repetirla.

—Eres y seguirás un idiota, Dominic. Neon neomu segsi hae² —escupió, cabreada. Sonreí—. No te olvides de la perra que me hizo esto.

Asentí, desinteresado. Se me escapó otra sonrisa cuando me dio la espalda para irse apoyada a las muletas. Pedí a Grace un whisky y volví a detenerme frente al ventanal que mostraba la tranquilidad y fuerza del mar a la luz de la noche.

Encontré una comida de la cual jamás me cansaría de repetir.

Madison.

Mi cuerpo detecta algo ausente, lo sabe. Estiro los brazos buscando el necesario calorcito corporal, pero no lo encuentro. Su lado de la cama está vacío. Echo un vistazo al ventanal, a penas está amaneciendo. Cubierta por una corta bata, camino descalza por la habitación pensando que lo encontraré en el baño, pero también está vacío.

Cumplo mi ritual matutino de higiene y busco entre llamados a Dominic por toda la suite, no hay respuesta. ¿A dónde habrá ido tan temprano? El lugar parece más frío de lo normal sin su presencia. Regreso a la cama para cubrirme hasta el cuello y hundir la nariz en su almohada.

Madre mía, cómo me pillo por las mañanas.

Cierro los ojos, pero no me duermo, me complazco a mí misma recibiendo una larga dosis de su olor. Solo hasta que ese olor se vuelve más intenso en el aire, el colchón se hunde a mi lado, me aparta el pelo y unos cálidos labios presionan mi mejilla.

—Buenos días, nena.

Hostia, su voz ronca y profunda. Doy media vuelta y admiro al espécimen tan guapo frente a mí. Por las mañanas es un dios místico en toda la regla. 

— ¿Dónde estabas?

—Evitando el primer paso de una locura —suspira. Deja una cajita en mi pecho y me da la espalda para quitarse la ropa.

Inspecciono la caja. «Píldora del día después». Ya se sabe, el método anticonceptivo de emergencia por tener relaciones sexuales sin protección, con 72 horas de oportunidad para arreglar la metedura de pata.

Arrugo las cejas, miro su espalda decorada por mis uñas, y vuelvo a la cajita. Entonces me viene a la cabeza que ayer el deseo se nos fue de las manos en la cocina. Recuerdo cómo se corrió dentro de mí, pero la verdad es que, si él no hubiese comprado la píldora, yo ni me habría acordado que no usó preservativo.

¿Quién podría pensar con claridad después del huracán Dominic Sávzka?

Lo que más me parece chungo de todo esto, es que el tío haya madrugado para ir a comprarlas.

—La tomaré en el desayuno —digo sin mucha emoción, y lanzo la caja a la mesa de noche.

— ¿Quieres desayunar ya? —pregunta, después de varios segundos en silencio.

— ¿Estás tú en el menú?

Entonces, el Dominic pillo hace aparición. Voltea a mirarme de esa manera guarra y atrevida que me pone loca. Gimo de puro gusto cuando se mete bajo las sábanas y me pega a él, pudiendo ser receptora de su fuego abrasador.

—Hmm, tenemos que aperturar un buen día —murmura, repartiendo besos por mi rostro. Corto las previas y lo obligo a abrir la boca para dar inicio a un beso de los que alteran los sentidos—. Déjame quererte un poco...

— ¿Solo un poco?

—A eso no se le puede poner un estimado, es infinito —susurra, mirándome con el gris de sus ojos oscurecido.

Hago trizas de mi sentimentalismo y lo atraigo a mi boca con una sed insaciable de él. Mi piel se eriza y todo se revuelve dentro de mí. Me coloca de espaldas a él y yo culmino la labor levantando el culo y froto la endurecida polla oculta por el bóxer. Su mano abre los botones suficientes de la bata para estimular mis senos y antes de que nos demos cuenta, me está arrancando gemidos con los suaves y profundos movimientos que emplea detrás de mí. Hasta que nos rendimos a un inminente orgasmo matutino.

Me encanta iniciar el día así.

Mi mejilla descansa en su pecho, que sube y baja a un ritmo lento. Sé que no está dormido por las caricias de sus dedos en mi cintura, y otras en mi muslo sobre su abdomen. Repaso la figura del marcado pectoral con el índice, es curiosa la manera en que cada mínimo detalle de una persona se convierte espectacular y único ante tus ojos.

— ¿Por qué odias tus ojos?

—Yo ya te respondí eso.

— ¿Por qué te molesta que te recuerden a tu padre? —aclaro la pregunta.

Retomo mis dibujos en su piel, mientras que él detiene los suyos.

—No fue un buen padre.

—Arthur me contó la historia de tus padres, y todo lo que ocurrió después...

Se pone tenso debajo de mí. Vale, creo que jodí el buen ambiente, pero no puedo permitir que follemos como locos y no saber nada real de él. Necesito más información de Sávzka, el que se oculta detrás de Callaghan. El que está ahora conmigo.

—Eso no tenías que saberlo —masculla.

—Pero lo sé y ya está. —Me apoyo en un codo para encararlo, tiene rígida la mandíbula y sé que no quiere que siga, pero no me importa—. No te estoy exigiendo tu vida entera, solo quiero saber por qué te molesta.

— ¿Qué te puede importar si me molesta o no? —espeta, gélido.

Respiro profundo y cuento hasta tres.

—Pues será porque es lo único que es bueno en ti, pero si no te nace decírmelo, no me interesa. Te lo puedes llevar a la tumba —finalizo contundente, y me alejo de su cuerpo.

Ahora es él quien respira profundo. ¡No sé a cuento de qué! Se pone insoportable cuando se cabrea, y ni loca me lo voy a aguantar. Aparto la sábana tirándosela en la cara para bajarme, pero él da un brinco, me agarra de la cintura y del pelo en mi nuca empujándome hasta caer en la cama y se cierne sobre mí, reteniéndome. Le propino un puñetazo en el hombro, cabreada de su poco tacto.

—No sé qué te haya dicho ese gilipollas, pero mi padre casi nunca fue bueno con nosotros, y menos con mi madre —empieza a relatar, y yo quedo inmóvil—. Jamás le puso los cuernos o le pegó, pero la lastimaba mentalmente. Era un árabe muy estricto, machista y misógino, fue un cabrón. Mis ojos son idénticos a los de él, me cabrea ver en el espejo la misma mirada que tanto nos jodió. Es como si lo estuviera viendo a él.

—Yo veo a un capullo arrogante.

Sonríe sin una pizca de gracia.

—Ves lo que te conviene.

—Lo dudo —refuto—. Yo veo pasión, dominancia, fuerza, deseo, cariño, decisión..., interés y... amor —murmuro, totalmente perdida en los ojos que se han convertido en mi galaxia, no puedo dejar de mirarlos fascinada con su gris brillante—. Lo que tú ves es un mal recuerdo, no te ves a ti mismo.

Acuna mi mejilla en su mano y suspiro con la tierna caricia debajo de mi ojo. Estoy eclipsada por sus ojos, realmente lo estoy, tanto que no mido las tonterías romanticonas que suelto.

Lo que más me gusta de Dominic, es su capacidad para ser un cretino posesivo, tratarme como una guarra en el ámbito sexual, y para ser el hombre más romántico —a su manera— que me vanagloria como si fuera su reina.

—Me gustaría verme desde tu punto de vista, entonces.

—A mí me gustaría verme desde el tuyo.

—Ya te gustaría —me chincha, alejando el mal rollo del tema de su padre—. Ya tienes el suficiente ego, te obsesionarías contigo misma más de lo que ya estás.

Sonrío, con la repente necesidad de saber lo que pasa por su cabeza cuando me ve, todo lo que piensa de mí. ¿Qué tanto piensa en mí?

—Cierra los ojos, piensa en mí, y di lo primero que se te venga a la cabeza —le pido, juguetona.

Dominic, que es un estirado, acepta mi orden de buena gana. Apoya los antebrazos a mis lados y cierra los ojos, admiro sus abundantes pestañas y la genuina sonrisa que enmarca. Me ofrece una intensa mirada donde el gris claro es reemplazado por las pupilas expandidas a gran tamaño.

—Joder, es preciosísima.

La vergüenza no cabe en mí mientras siento el calor que inunda mis mejillas. Hasta a él le parece muy divertido. No puedo creer que yo, Madison Donovan, me haya sonrojado como una colegiala, con el corazón palpitando desbocado.

—Cuando pienso en ti, pienso en lo mucho que me encanta que me folles a lo bestia. —Me muerdo el labio.

—Después dices que el guarro soy yo —murmura halagado, y recibo otra dosis de besos.

Durante el desayuno, recibe una llamada y se ve obligado a salir de la suite, no sin antes señalar la cajita en medio de la mesa. Su mirada exije a gritos que la tome. Ruedo los ojos y la agarro, mi acción lo tranquiliza y abandona en paz el lugar. Observo el objeto entre mis manos, con una tormenta de malos pensamientos. Sacudo la cabeza, resoplando. Cuando terminó de comer, saco la píldora y voy al baño de la habitación, la tiro al inodoro y veo cómo desaparece a las tuberías.

—Bien, Madison —suspiro—. Esa no es la píldora que necesitas tomar.

A la espera de Dominic, me siento en la luminosa sala con el portátil para comunicarme con la agencia. El comandante no tiene noticias nuevas sobre el responsable de la muerte del embajador, pero me informa que una carro bomba ha explotado en la esquina de universidad en Bogotá. El corazón se me encoge y me lleno de rabia sintiendo cómo mi sed de sangre se alimenta a rapidez.

—Es el mismo responsable de la muerte del embajador —digo, entre dientes.

En la pantalla del portátil, el comandante luce abatido y asiente lentamente.

—En esa universidad estudiaba el hijo de un importante periodista que se enfoca en desenmascarar el narcotráfico. Murieron trescientos veintidós personas comprendidas entre jóvenes estudiantes, personal de limpieza y profesores. Doscientos cincuenta están gravemente heridos en el hospital, y ciento tres con heridas leves e impunes. Sin contar a las personas que estaban cerca del lugar cuando ocurrió la explosión. Entre los muertos está el hijo del periodista. Colombia está devastada, ha sido un golpe duro, y los rumores sobre la existencia de la lista se afianzan con este suceso.

Se me forma un nudo en la garganta. No puedo imaginar el dolor de los familiares de jóvenes inocentes que formaban un futuro, del personal educativo, de aquellos que estuvieron en el lugar equivocado a la hora equivocada. Es un dolor que no se puede imaginar.

El comandante reproduce un vídeo de la CNN hablando sobre el espantoso atentado, las imágenes son devastadoras. Los escombros, la universidad destruida, las ambulancias, los llantos, las personas heridas, las camillas con cuerpos cubiertos mantas blancas. Colombia sufre la dolorosa pérdida, al presidente se le quiebra la voz en la rueda de prensa, la gente protesta. Y la explosión ha ocurrido hace solo cuatro horas.

Es inhumano. Quien hace esas cosas es el mismísimo diablo encarnado.

— ¿Cuál es la postura de la DEA? —Me aclaro la garganta, ocultando el dolor de la masacre que no pudimos evitar.

—El gobierno colombiano ya se puso en contacto con nosotros, se está formando un escuadrón con los mejores militares del país, y para nuestra suerte, el presidente ha aceptado la intervención de la DEA. Quiero que sepas que has ganado en la votación para definir quién liderará el equipo de la SSU³ en Colombia las próximas semanas.

— ¿Yo? —me sorprendo un poco, es un cargo muy importante y deseado—. Ni siquiera formo parte de la SSU, mi nombre no está en el boletín.

Entre tanto drama y tristeza, Ray Quentin sonríe de lado. ¿Se está burlando de mí?

—El director aprobó tu nombre en el boletín, le ganaste a Sam por una diferencia de dos votos. Todos ya están fichados, del FBI, el ejército y la DEA, es un grupo que tú comandarás bajo mi supervisión en Colombia.

—Vaya, es un honor, comandante —contengo la emoción en mi voz.

—Eres la primera mujer que consigue ese puesto, agente Donovan, es tu hora —asegura—. Como acordamos, es urgente que mañana estés saliendo de los Emiratos directamente a Colombia, no podemos perder más tiempo. Tu pareja el agente Phillips ha sido fichado en el equipo, quizás él pueda ocuparse de lo que necesites de tu casa. Como sea, ni un minuto más, ni un minuto menos, agente.

—No se preocupe, comandante. Daré lo mejor de mí para demostrar que fue una buena elección votar por mí.

El comandante asiente, contento con mi promesa. charlamos otros puntos sobre la SSU y la videollamada finaliza. Bajo la tapa del portátil soltando un largo suspiro, procesando toda la información que acabo de recibir.

Estoy emocionada por ser asignada a otro cargo tan importante, pero eso significa que ni siquiera podré pasar a ver a Louis, no podré elegir mi ropa, y para colmo tendría que soportar a Ryan durante semanas, en las cuales tampoco podré ver al bebé.

Una idea se cruza en mi mente. Rápidamente la descarto. Pero la vuelvo a considerar. Me pongo de pie inquieta, camino de un lado a otro pensando qué hacer. Me sirvo un vaso con whisky del mini bar. Es arriesgado, estaría loca si expusiera a Louis al peligro en el que Colombia está sumido.

Me he quejado tanto de él, que ahora estoy pagando el karma.

Llamo al pobre Ryan, responde varios tonos después, y la señal es un completo asco. Le pregunto en dónde está metido, pero lo evade y expone un tema que me deja hecha un poema.

—Anastasia apareció. —La noticia es un balde de agua fría—. Está en República Dominicana... Sé que no debe ser fácil para ti, princesa, pero ella está exigiendo que le regrese a su hijo.

¿Con qué derecho exije eso?

Me entra otra descarga de rabia e impotencia. Conozco a Ana, sé cómo es, la insensata despiadada que es. Las pocas veces que nos vimos durante el embarazo, no se cortaba en decirme lo inconforme que se sentía. Joe, su marido, ni ella, querían tener un hijo.

—No confío en una mujer que abandona a su hijo.

—Princesa...

—Si quiere que le de vuelva al niño, que me traiga una orden legal, y así de una vez me encargo de marcarla como madre incompetente ante un juez —demando—. A ver cuál de las dos gana. Puede ser muy hermana tuya, pero me importa más el bienestar de un niño inocente.

—Es que, entiende, princesa. Louis no es tu deber.

—Ah, ¿ahora no es mi deber? —Suelto una risotada incrédula—. ¿Después de estos meses que fui madre soltera, porque de ti ni tus luces, siendo que tú eres su tío? Más moral, Ryan.

—Yo te expliqué que no soy bueno con los bebés —replica. Arrugo los labios sirviéndome más whisky—. Estaremos por tiempo indefinido en Colombia, Anastasia ha aparecido en el momento idóneo. ¿No estabas desesperada por que se lo llevaran?

—Hazte la vasectomía, más que un consejo es una advertencia. —Soy sincera. Que se lo tome a chiste hace que ponga los ojos en blanco—. Tu hermana no está apta para criar a un hijo.

— ¿En serio, Madison?

Me molesta que me hablen en tonito de burla.

—Si yo digo que es así, es porque así es y punto.

—Bien —suspira—. Tendré que decirle a Anastasia sobre esto, princesa.

Sirvo otro chorro de licor y me lo bebo a morro, disfrutando del ardor que produce en mi garganta.

—Adelante. Quiero que le entregues las llaves del apartamento a Verónica, le pediré que preparé mis cosas para que me las lleves a Bogotá —le indico.

Lo oigo refunfuñar al otro lado de la línea.

— ¿Por qué no puedo hacerlo yo? Soy tu novio, princesa.

«Crees».

—Porque no. Sabes que no me gusta que te metas con mi ropa, haz lo que te pedí y ya, estoy muy estresada.

Lo dejo con la palabra en la boca al cortar. Estampo el móvil contra la barra del mini bar y cierro los ojos escuchando el sonido del vidrio rompiéndose. Efectivamente, volví a partir la mica del móvil. Tres rayones se entrecruzan en la pantalla, no sirvo para cuidarlos. Al menos, funciona a la perfección.

Me sirvo lo último que queda de la botella de whisky y agarro otra del estante. No son más de las diez de la mañana, pero no me importa. Mientras bebo vaso tras otro, voy recordando que gracias a mi estilo de vida, me han recomendado no excederme con el alcohol para evitar la adicción.

Unos se desahogan o liberan con nicotina, drogas, otros peleando, otros con helado, baños o meditación, luego estamos los que vemos la salida en el alcohol. No soy alcohólica, pero llega un momento en que todo se acumula y digo «basta». Entonces bebo. Demasiado.

El Tai Chi no me está funcionando.

No sé cuánto tiempo ha pasado cuando oigo la gruesa voz masculina invadir el espacio dando estrictas órdenes a alguien, para después quedar en silencio y ser sus firmes pisadas hacia mí lo único audible.

—Es muy temprano para beber —advierte, dándome la vuelta por la cintura. Enseguida engancho los brazos en su cuello y le doy un ruidoso beso—. ¿Estás borracha?

Me echo a reír. Le doy un empujón en el pecho y voy hasta el sofá para acostarme. Voy ebria hasta el culo. A través de mi distorsionada vista, contemplo lo guapo que es y le hago señas con el índice para que se acerque.

— ¿Por qué coño estás tomando? —exige un gruñido. Me muerdo el labio ocultando la sonrisa que lo hará cabrear más y suspiro de gozo cuando se sienta a mi lado—. No me hagas estrellarte la botella en la cabeza.

— ¿Sabes qué quiero? —Me pongo en plan sensual—. Que me folles.

Su rostro permanece impasible durante unos segundos, viéndome reír tontamente. Sacude la cabeza, mirándome como un padre miraría a una hija desobediente.

—Fóllame, fóllame, fóllame —repito divertida, como una niña de cinco años pasando los pies por su pecho.

Aparta mis pies y me regaña con la mirada.

—Siéntate bien y contéstame lo que te pregunté.

Me impulso hacia delante quedando de rodillas a su lado, paso las manos por su cuello y vagamente trato de sentarme en su regazo, solo consigo pasar la pierna por su cintura y quedar desparramada en el sofá sin soltarle cuello.

—No veo a mini-gran Dominic —farfullo, bajando la mano al broche de su pantalón. Él la atrapa para alejarla—. Hay que hacerlo en el sofá ¿sí?

—No.

— ¿En la cama?

—Que no —insiste, de mal genio. Conmovida por su tono áspero, hago un puchero y recuesto la cabeza en su hombro.

Ninguno dice nada. Dominic me rodea la espalda con un brazo y me aprieta a él. Nos mantenemos en silencio, solo sintiéndonos. Las emociones se me agolpan en una sola y sé que estoy en la fase triste de la borrachera por cómo se me nublan los ojos.

—Mi bebé... Anastasia se quiere quedar con mi bebé...

Inhala profundamente.

—No es tu bebé, Madison.

—Sí lo es. Es mi oportunidad de tener un hijo.

A este punto, la borrachera no me permite medir las palabras que fluyen de mi inapropiada boca. Estoy triste, ebria, y no puedo fingir que estoy bien.

—Podrás tener tus propios hijos más adelante cuando te cases —murmura, resolutivo.

—No puedo, no podré... —Aprieto los puños en su camiseta—. Ni siquiera me casaré, qué horror.

— ¿Por qué, nena?

—Soy infértil, Dominic, yo no puedo tener hijos.

Basta con escucharme decir esas horrorosas palabras en voz alta lograr que varias lágrimas caigan por mi rostro. Escondo la cara en su cuello, me niego a que me vea así de débil. Aún ebria, experimento la pena.

Tampoco me apetece ver la lástima.

Es suficiente el turbio silencio que se cierne sobre nosotros.

No sé en qué momento me quedo dormida, ni por cuánto tiempo, pero despierto en la cama con un terrible dolor de cabeza. Es Dominic quien me despierta, para anunciar que recibiremos una visita y debo arreglarme. Mientras me baño, me presiono para recordar lo que hice o dije durante mi borrachera, porque estoy en blanco.

Ni siquiera recuerdo en qué momento llegó. Mi último recuerdo vívido es cuando volví a joder el móvil, pero dado a su actitud normal, supongo que no solté alguna locura.

Me preparo en tiempo récord con un vestido floreado soltadito y mis preciados tacones altos. Una vez frente al espejo, confirmo que estoy preciosa, y contenta con ello, salgo en búsqueda de Dominic. Lo encuentro en el pasillo consiguiente al comedor caminando en mi dirección.

—Ya iba a buscarte.

Le repaso el cuerpo grande y fornido bajo un traje negro. Se me seca la boca, no me acostumbro a maravillarme con su altura, sus músculos y su rostro tan masculino. Como un imán, me acerco a él y por instinto le acomodo la camisa dentro del pantalón, la aliso y le abrocho el saco.

— ¿Vas a decirme quiénes vendrán y por qué? —cuestiono quitando pelusas inexistentes de su traje. Me dirijo a su corbata y la perfecciono.

—Hablando de eso...

— ¿Interrumpo?

La fémina voz adulta me provoca un ligero sobresalto, alejando las manos de Dominic como si él tacto quemara. Desconozco el brillo divertido que se ilumina en sus ojos grisáceos cuando le miro confundida. Se aparta dejándome ver a la persona detrás.

La mujer de avanzada edad, pelo y ojos oscuros, me ofrece una cálida sonrisa. Estrecho su mano, con la educación que la situación amerita, y me presento. Detallo cada rasgo de su rostro con cuidado.

—Dorothy Campbell.

Mi sonrisa es contenida, a la vez que marco una moderada distancia entre su hijo y yo. Lo más probable es que ya se esté montando películas sobre la índole nuestra relación. Joder, lo voy a matar. Es la peor encerrona que me ha podido hacer.

—Usted es la madre de...

—De este ogro, sí —bromea—. Y tú eres una mujer muy encantadora y linda, ¿seguro que ustedes no...?

—Madre, vayamos al comedor...

—En realidad —intervengo, y ambos me miran—. Antes necesito hablar con Dominic un momento.

—Oh, tranquila, linda. Vayan. —Sonríe sin importancia.

Agarro de la mano al capullo de su hijo y nos dirijo a la biblioteca en el mismo pasillo. Sonrío por último vez a Dorothy antes de empujarlo dentro y cerrar con pestillo. Él me mira totalmente confundido.

—Te pasaste tres pueblos —le recrimino.

—Yo no sabía que vendría —se excusa, desinteresado.

Y una mierda. ¡Tendrá cara! La mentira está grabada en su mirada. No puedo creer que haya sido capaz de exponerme a su madre.

— ¿Ni siquiera se te ocurrió preguntarme en lugar de hacerme una encerrona?

Suspira, pasándose una mano por el pelo. El muy descarado no abandona el aura de inocente. Se queda en silencio mirándome, me ignora de pleno y va a servirse un trago. Molesta, lo sigo y le tiro del brazo. Da media vuelta de golpe y atrapa mi garganta con la mano, con la otra me sujeta con fuerza de la nuca.

Vaya, se cabreó.

—Sabes que así solo consigues que me ponga cachonda —le provoco para joderlo.

—Eso es lo que quieres —sisea, a poca distancia de mi boca, con los ojos bañados en lujuria furiosa—. Lo único que quieres es que te folle.

Abro la boca para exigirle que me quite las manos de encima, pero el muy cretino se aprovecha para meterme la lengua. Me besa bruscamente, niego con la cabeza y le planto las manos en el pecho. Por más que intento alejarlo, no puedo. Trato de apartar la boca, cerrarla, pero él de cualquier manera me lo impide.

De pronto, la fantasía de que me folle a la fuerza, se me hace apetecible, loca y excitante.

Me hace caminar hacia atrás y se detiene cuando choco con el escritorio. Sigo tratando de evitar sus brutales besos, pero cada vez me cuesta más. Es Dominic, ¿cuándo me he podido resistir a sus besos?

Suelta mi garganta para atacar mi sensible cuello. Al borde de la excitación, dejo caer la cabeza hacia un lado dándole más acceso, mi sexo palpita de deseo por sentirlo dentro. La felicidad que posee para hacerme humedecer las bragas es impresionante.

Se apresura en bajar los tirantes del vestido, apretujar mis senos y luego meterlos en su boca. La rabia y desespero con la que actúa me invade como el fuego expandiéndose con rapidez. Dejo salir un sonoro gemido. Dominic se aparta mirándome mal.

—Haz silencio —demanda antes de subirme la falda a la cintura.

—Eres un descarado. Tu madre está afuera.

Gruñe, me sienta en el borde del escritorio y me toca sobre las bragas, muerdo con fuerza mi labio inferior ahogando un gemido. Estoy hecha un mar.

—Nada me detiene, nada se interpone en mi deseo por ti —susurra sobre mis labios.

Hago acopio de toda mi fuerza de voluntad y en vez de abrir más las piernas, las cierro de golpe reteniendo ahí su mano contra mi sexo. Su mirada derrocha fuego, me mira con ganas de matarme y hacerme suya a la vez.

—Por más que intentes hacerte la fuerte y tener control, acepta nena, que entre tú y yo, jamás vas a ganar.

Le respondería si no estuviera perdida en el cielo del placer. En un fugaz movimiento me baja del escritorio, soy echada boca abajo y me sujeta las manos en la espalda. Excitada, finjo querer escapar de su agarre, a lo que él forcejea conmigo mientras lo oigo soltarse la correa.

—Déjame, no quiero —gimo.

—Estás loca por que te folle.

Quiero que me me tome con rabia desmedida, necesito dureza, por eso lo reto con más sacudidas evitando que continúe, haciendo que se enoje mucho más. Hasta que consigo el efecto deseado, me inmoviliza con brusquedad, sin llegar a lastimarme.

Su intrusión dentro de mí me toma por sorpresa, como quería, y si no es por el pañuelo que él pone en ese momento entre mis labios, mi grito se hubiese escuchado por toda la suite.

Y no se ha puesto el preservativo. ¿Acaso no le importa dejarme embarazada?

¿Me ha hecho un numerito con la píldora para volver a cometer el mismo error?

Muerdo el pañuelo sintiéndolo entrar y salir de mí con furia y salvajismo. Es sexo duro, muy duro. El escritorio se mueve, producto de las fuertes embestidas, y yo con él. En un estado hipersensible escucho perfectamente los furiosos latidos de mi corazón, a punto de estallar.

Quita la mano de mi cintura y asciende hasta desaparecer entre mis cabellos. Ahogo un gritito sintiendo sus dedos aferrarse a mi pelo para tirar de él sin delicadeza. Me empala como un animal salvaje yo me muevo con él, aumentando el sonido de nuestros cuerpos chocando sin descanso.

De mi garganta salen suplicantes gemidos e imploro entre sollozos la liberación. Su pecho presiona mi espalda cuando se inclina y pasa sus húmedos labios por mi mejilla.

—Córrete, nena.

Un escalofrío recorre mi columna vertebral y mis músculos se tensan ante la exuberante sensación. Dobló los dedos de los pies. Muerdo el pañuelo apretando los ojos, varias lágrimas de placer ruedan por mis mejillas, mientras mi cuerpo se sacude por el intenso orgasmo que acabo de tener. Él llega a tiempo y percibo dentro de mí su polla hinchada y el fluido caliente esparcirse en mi interior.

¡Madre mía de polvo!

Escupo el pañuelo. Estoy muy agotada, no tengo fuerza para pararme correctamente. Un profundo alivio me recorre cuando me levanta y sienta sobre la mesa. Parezco una muñequita de trapo. En un silencio sepulcral, me acomoda el vestido. Sus dedos arreglan mi maraña de pelo y me deja con los pies sobre la tierra.

—Ya ves —retoma la discusión.

Sonrío después de una jocosa risa. Arqueo las cejas, observando su expresión fría y excitada. Me traigo las ganas de decirle que él también se ve precioso recién follado. La piel se le enrojece, sus ojos adquieren un brillo único, sus labios se hinchan debido a las repetidas veces que se los muerde... Pero me concentro en la discusión que debo ganar.

—No puedes utilizar el sexo como excusa, solo es un acto sexual donde tenemos un momento de placer y ya. Sin embargo, lo utilizas. ¿Sabes por qué? Porque estás consciente de que esa es la única manera en que yo pueda ceder a ti y perder.

Hago su cuerpo a un lado, y decidida, me encamino a la puerta, con la barbilla en alto.

—No has entendido nada, Madison —arrastra las indiferentes palabras.

—No hay nada que entender y tampoco me interesa.

Dicho eso sin voltearlo a ver, abandono la biblioteca con el orgullo de haber logrado que me complaciera como yo quería, y hacerle tragar sus palabras.

Es él quien no ha entendido que la razón siempre la tendré yo, y que la discusión siempre la ganaré yo.

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¹del coreano. Hoy no.
²del coreano. Eres tan sexy.
³cuerpo de la DEA. La Unidad Especial Secreta (SSU) es la especializada unidad secreta antiterrorismo perteneciente a la agencia antidrogas, comandada bajo el liderazgo del Comandante General de la oficina central en Arlington, Virginia. Dedicada a las misiones más importantes, delicadas y especiales de antidroga de Estados Unidos, con apoyo del ejército militar y fuerza marina.

he tardado porque lo he hecho largo :(.

pd: se acerca un secreto bomba.

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