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2. Oriental ⭐

Dubai, Emiratos Árabes Unidos. 🇦🇪

—De ninguna puta manera. Esperaba de todo, menos que tú fueras la responsable de mi presencia aquí.

Ignoro el tono despectivo de mi nueva y vieja compañera. El recelo que se creó desde el primer día que nos conocimos sigue latente, aunque ya no la considero una competencia. Nadie lo es.

Han pasado años desde que vi a Amber Park por última vez, cuando decidió irse a México porque no soportó trabajar por debajo de mí. Se ha cortado el pelo rubio a la altura de los hombros y ha ganado músculos. Me pregunto si todavía me guarda rencor por Ryan.

—No te lo tomes personal, querida. Yo soy profesional, y como tal, supe que tú tenías que pertenecer a esta misión.

—Ya —bufa, agarrando su maleta del piso—. Yo he venido en un vuelo comercial...

Todo el equipo sale por el estacionamiento privado del aeropuerto en diferentes camionetas. A través de la ventanilla polarizada quedo embobada de lo que voy viendo de Dubái. Siento que estoy en Nueva York, pero mejorado. Una mezcla de lo antiguo y lo moderno, arquitecturas futuristas, atracciones maravillosas. Solo pienso en fiestas, locura y diversión. Entonces me viene a la mente la promesa de Dominic, de que algún día me traería.

Y como tonta, me pongo a imaginar la de cosas que habríamos hecho los dos por estas calles.

Ingresamos al hotel Jumeirah Mina A'Salam bajo identidades falsas y también por separado para no levantar sospechas. A excepción de unos cuantos, como Amber y yo, que como los viejos tiempos, compartiremos habitación. El comandante me deja un par de órdenes para realizar por la mañana y se marcha a su deber de reunirse con la policía de la ciudad y coordinar.

Me doy una rápida ducha, me pongo ropa cómoda para dormir, hablo con Keith para saber que el pequeño está bien, e invito a Amber a sentarse en mi cama.

—Entonces, ¿para que me has traído a la fuerza? —empieza, curiosa—. Ya sé el plan contra Kai Jing, pero no sé cuál es mi lugar.

—A mi lado, como antes. También necesitaba una belleza femenina extra, tu impresionante memoria y apoyo. Y hablas árabe —añado, resignada.

— ¿Para qué quieres mi memoria esta vez?

Sonrío con gracia. La conozco muy bien, supe que significaría un reto para mí cuando fue la única mujer aparte de mí que logró estar en la academia del FBI y la DEA hasta el final. Recuerdo muy bien mi cara atónita cuando sorprendió a todo el grupo, y a la teniente, tras memorizar una serie de códigos informáticos en solo cinco minutos.

La serie de códigos llenaba casi todo el papel.

Su capacidad memorial es impresionante, algo que nunca he negado, por tal razón la elegí como mi compañera. Sabe más idiomas que yo, es un computador y es sexy; tenía que ser mía.

Ella puede observar un baile bien estructurado, y repetirlo sin equivocación al terminar. Esa nos sirve siempre. Le enseño la pantalla del portátil, e indico con firmeza. La danza del vientre. Tradición occidental antigua auténtica y resplandeciente de esta región.

—Necesito que aprendas a bailarlo, que me enseñes a mí, y ser buenísimas para mañana.

—Sí. Justo como en el FBI —murmura, sonriente—. Siento las vibras.

Se apropia del portátil, lo pone en sus piernas y reproduce el largo vídeo de tres horas. Observa cada detalle con detenimiento. Yo flipo, menuda memoria.

—Ya —declara, cerrando el portátil, y se pone de pie—. Ahora ven, que te volveré una experta.

Sabía que lo haría.

Pasamos tres extensas horas de práctica con música. Tal vez no tenga el súper cerebro de ella, pero sí me destaco en aprender rápido y con facilidad. A mitad de la clase, descubro que en realidad es un baile fácil de entender. Se trata de expresar la sensualidad del cuerpo, con delicadeza y flexibilidad. Dejándose llevar por los suaves sonidos. Le cojo el truco en dos horas.

Despertamos muy temprano para recorrer el Textile Souk¹ en la búsqueda de trajes adecuados para ambas. En el son de «este no, mejor otro», encontramos una tienda regida de casualidad por una vieja amiga de Amber en el FBI. El inglés de la mujer de avanzada edad es un poco confuso, por lo que Amber emplea el árabe y no sé qué hablan mientras espero pacientemente.

Al final, la mujer llama a una más joven que toma su lugar en el mostrador y nos lleva detrás de una puerta al fondo de la tienda. Arqueo las cejas ante el espejo que cubre toda una pared completa, los instrumentos musicales en una esquina, y en la otra un equipo de sonido.

—Erin enseña la danza del vientre —me explica, Amber, viendo mi desconcierto—. Está dispuesta a corregirnos y regalarnos una coreografía con música, así solo tendremos que aprenderla y no perder más tiempo. Sabemos lo básico, así no tendremos que aprender más.

—Gracias a Alá que decidí traerte —bromeo.

Entro en plan estudiante dedicada y antes de que nos demos cuenta, son las doce del mediodía, sabemos qué hacer exactamente durante los cinco minutos que dura la música, y tenemos dos trajes.

Uno negro, otro blanco.

En definitiva, ya me veo destacando, teniendo el ADN de Kai Jing y disfrutando de un día libre en Dubái. Sola. O quizás encuentre un ligue árabe, aunque no me hace mucha emoción otro árabe en mi vida.

— ¿Dónde están los demás y el comandante? —pregunta, Amber, mientras preparo la cámara fotográfica en la ventana de la habitación de hotel.

—Investigando el lugar de mañana. Hoy tenemos la tarea fácil. —Echo un vistazo a través de la cámara para enfocar bien el camino de entrada, atenta a cada coche que entra. Quieta en mi posición inclinada, murmuro curiosa—: ¿Te ha ido bien en México?

—No estás tú, soy la mejor.

—Con cambiar de oficina en el mismo país, bastaba —replico.

—Así no funciona, Madison, la única manera de superarte era yéndome del país. Hasta el presidente te adora. Y si te pones a ver, la segunda que entró a la DEA fuiste tú.

Me río. Sigue siendo la misma. Casi puedo oír a su primo exclamar que se calle, y a David reír. Tal como nuestros días en la academia del FBI.

—Qué cabrona.

—Hablando de cabrones... —La siento dudar detrás de mí—. ¿Cómo está Ryan?

—Bien —acorto, seca—. ¿Todavía te afecta que...?

— ¿Que me dejara porque estaba colgado de mi compañera? —completa, cínica—. Ya lo superé.

—Me alegro. De todas maneras, está disponible. En teoría, somos pareja, pero la verdad apenas vuelva lo voy a dejar. Esta vez es definitivo.

— ¿Qué? —se asombra—. ¿Esta vez?

Vuelvo a reír. Si tan solo supiera lo frágil que se ha vuelto su ex novio conmigo.

—Perdí la cuenta de las veces que le he terminado, y que él me ha rogado volver. Ya me cansé —confieso, muy sincera. Una limusina ostentosa ingresa y enseguida verifico la placa—. Aquí está. Tomaré las fotos, tú ve arrancando el sistema.

—Vale.

Sigo cuidadosamente el trayecto de la limusina hasta que se detiene en la entrada principal del hotel, los botones corren al coche al igual que un coreano baja del asiento de copiloto para abrir atrás. Aumento el zoom. Le hago una foto cuando mira hacia un lado antes de abrir. Primero baja una mujer coreana de pelo rojo con un corte estilo cleopatra. Foto. Kai Jing y sus kilos de gordura bajan del coche agarrando la mano de la mujer.

—Bienvenido a la fiesta, Kai —murmuro y sigo haciendo fotos de cada mínimo detalle hasta que desaparecen dentro del hotel—. Estoy enviando las fotos, Amber.

—Ya ven.

Saco la cámara del soporte pero en el proceso veo por el rabillo del ojo, otra limusina entrar por el sendero. Frunzo el ceño, acomodo la cámara y uso el zoom.

—¿Qué coño...? —musito sorprendida, tomando fotos al hombre que sale del coche—. Mario Odel está aquí, joder.

— ¡¿Qué?! —exclama—. ¿El jefe de los jefes de Śmierci?

—Sí, tía. Estoy perdida. —Alucinada, le sigo el paso hasta la puerta principal, pero casualmente aparece una limusina más. Me preparo para capturar el próximo rostro, pero mi dedo se detiene en seco al reconocer las manos sobre la puerta, y luego la mandíbula marcada del rostro cubierto por lentes oscuros—. Me ca...

— ¿Alguien más? —se asusta. Hace el ademán de pararse de la silla.

— ¡No! —Ahogo un grito—. Siéntate. Iba a decir que me cago en la puta, porque esto tiene que ser una reunión de peces gordos. No un simple viaje de Kai Jing.

Amber empieza a dar su punto de vista sobre la situación, a la vez que yo contemplo anonadada al gilipollas que rodea la cintura de una rubia con semejantes tetorras, que parecen a punto de explotar. Ya estará contento. Me muerdo el labio llena de impotencia. Le hace una seña a Bill, que también porta lentes, y procede a bajar la mano hasta el culo de ella para entrar al mismo hotel que yo.

Estamos en el mismo lugar.

Quiero bajar y preguntarle qué coño hace.

—Jing y Odel. El comandante estará feliz, Madison... ¿Qué pasa? ¿Otro?

— ¿Ah? No, no —carraspeo—. Terminemos esto, no conviene que estemos cerca de ellos ahorita.

Con un agrio sabor de boca, e impotencia acumulada desde que se escapó, continúo mi trabajo. Enviando a un basurero mental que me resistí a incluir la presencia de Dominic Callaghan.

El comandante Quentin se reúne conmigo al atardecer en el centro, usando gorra y lentes. Intercambiamos toda la información obtenida en el día, y me entrega un folder con fotografías del interior del Burj Khalifa, detalles de seguridad, y poco más. Él recibe las fotografías de Jing y Odel.

—Si Mario está en el mismo hotel, seguramente irá hoy al restaurante. Amber y yo pensamos que se trate de una reunión de negocios, la KDO está ligada a Śmierci.

—Tú enfócate en Kai Jing, de Mario me encargo yo. Callaghan también tiene lazos con KDO, ¿estás segura de que no lo viste?

Juego con la esquina del folder.

—Mario llegó justo después que Kai, estuvimos casi media hora más y nadie sospechoso entró.

—Bien —suspira, creyendo en mí, lo que me hace sentir culpable—. La investigación en Bogotá sigue fuerte, el responsable de la muerte del embajador sigue siendo una incógnita. Igual que la supuesta lista negra.

—Estamos lejos de Colombia. Cuando regresemos a Estados Unidos, entonces hablaremos mejor —declaro, incómoda.

—Listo. La camioneta estará en dos horas esperándolas. Suerte.

—No la necesito, pero gracias.

Ray Quentin sonríe de lado, lo sabe.

El restaurante Al Hadheerah de Bab Al Shams, está situado a una hora de Dubái en el corazón del desierto y rodeado de dunas. Magnífico para disfrutar de una cena árabe tradicional al aire libre, bajo las estrellas en el desierto. Murallas tras las cuales hay una fortaleza de élite. Nosotras entramos escoltadas por nuestros agentes encubiertos, el hermoso lugar posee una fascinante decoración tradicionalmente árabe y auténticas alfombras persas. Es amplio, cómodo, y en el centro al final está la plataforma donde estaremos.

El restaurante es mucho más que solo eso, es un evento digno de presenciar, gracias a la unión de espectáculos como la danza del vientre, pintores de henna, cantantes, bailes egipcios y algunos días presentación de camellos.

A pesar de que estamos maquilladas, vamos con comedidos vestidos largos y hiyab para continuar con un bajo perfil. Nos movemos a través del recinto pendientes de la presencia de Mario y Kai. Aunque yo estoy más concentrada en cierto árabe particular.

Tiene que estar aquí, lo sé.

—Se supone que Jing estaría allí —sisea Amber, a medida que nos acercamos al centro. Dirijo la mirada a la mesa que marcamos.

El dueño sabe que la DEA está presente, y nos han ayudado en el proceso. La mesa está vacía y por la hora de la reserva, debería estar ya sentado.

—Tiene que estar con Mario. Déjalo, te aseguro que estará allí para el espectáculo.

Amber gruñe.

Un pelirrojo aparece entre los comensales que van entrando, lo noto de reojo, y no le quito la vista de encima. Puedo jurar que es Bill.

Dominic está aquí.

Dominic.

Bill entregó el paquete al segundo de Mario Odel y este ofreció un asentamiento para marcharse del espacio reservado. Ir a Dubái era con el único fin de escuchar lo que el cabrón de Kai Jing tenía que decir y volar a Cuba, pero el ofrecimiento para cenar en el Al Hadheerah no lo pude negar. Era uno de mis restaurantes favoritos de la ciudad.

Escogí un lugar cómodo un poco alejado del centro para evitar el ajetreo, tenía un humor de mierda y no me apetecía nada de espectáculos. Inhalé de la Shisha y apoyé el talón sobre mi rodilla, pensativo. Seguía cabreado por el bajón a mi reputación por la escenita que más temprano ocurrió en el hotel.

Mi acompañante tenía un cuerpo de infarto, pero qué va, mi puta polla nunca levantó ni con manoseo. La rubia quedó insatisfecha y yo con un cabreo monumental. Me sentí como un maldito viejo. Desde que salí de la cárcel ninguna mujer se pasó por mi cama. Por ningún lado.

—Jefe, ¿le sirvo un trago? —preguntó el tío parado al lado del sofá.

— ¿Tengo cara de que quiero un puto trago? —Levanté las cejas, escéptico. Él no sabía qué hacer. Bufé—. Sírveme uno, ya.

Dio un respingo y sirvió el trago de inmediato. Dejé de lado la shisha para beber a fondo todo el líquido marrón en seco. Por primera vez, me sentía solo de verdad; no solo esa noche, también las anteriores a pesar de que gozaba de a cuatro mujeres, ninguna era suficiente.

Joder, me había colgado como un cabrón de Madison. Estaba enchochado hasta las trancas. Mi cuerpo la quería a ella. A la única que deseaba como un loco era a la mujer de largas piernas, pelo infinito, sonrisa de diabla y de nombre Madison Isabel Donovan Sloane.

¿Qué coño me había hecho esa mujer? Yo que siempre traté a las mujeres como dominio público, tenía un férreo deseo de pegar a Madison a mí. Extrañaba todo de ella, hasta los cabreos que me hacía pasar, sus desafíos, todo. Verla despertar, besarla dormida y hacerla sonreír.

La noche en el yate, cuando vivió una pesadilla que casi me hizo cagar en los pantalones, se quedó dormida en mi pecho con el rostro en mi cuello. Estuve mucho rato despierto, simplemente acariciándole la cabeza y preocupado de que volviera a tener un mal sueño. En el momento que supe que me dormiría, le dejé un suave beso en los labios y me emocionó como un crío que sonríera, apretándome como si quisiera unirse a mí.

Y lo susurró.

Te quiero.

Si me preguntaran porqué la perdoné tan fácil, daría esa respuesta.

Yo ya sabía que la quería. Joder, cómo no, pero no estaba seguro de lo que ella sentía —aunque se lo veía en los ojos—. Madison era terca y media, jamás lo aceptaría. Así que decidí guardar ese recuerdo para mí. Su adormilada voz tras abrazarme con fuerza y acariciarme el cuello con la nariz, te quiero.

Señor —carraspeó Bill, bajándome del planeta gilipollas—. Jing quiere que lo acompañes en su mesa para el espectáculo, dice que la bailarina se acercará allí.

— ¿Me importa lo que la bailarina haga? —espeté—. Estoy ocupado. Que me traigan la comida.

Sonrió masticando el chicle.

—Como digas, jefe. ¿Puedo comer?

—Haz lo que te nazca de las pelotas, déjame en paz —gruñí.

Desde lejos, miré que los músicos cesaban la melodía suave por un momento, sentados tras una mesa del largo de la plataforma. No me hacía especial ilusión el espectáculo de danza del vientre, aparté la mirada y sonreí cabizbajo cuando reconocí las primeras notas del Hob Halal. Una pista muy usada para esa danza.

Saqué el móvil y encendí la pantalla solo para admirar la imagen de la maldita mujer que no me dejaba vivir. Estaba sentada sobre mí en la cama, y encogió los hombros con una divertida sonrisa cuando me vio a punto de hacerle una foto, con el pelo revuelto y el sujetador blanco de encaje. Una malvada belleza que arrasaba con todo hombre.

Levanté la mirada por casualidad y me perdí en las dos mujeres que hacían el típico movimiento circular de la cadera, junto con el delicado y acompasado movimiento de los brazos. Una era rubia, pero ambas se cubrían la mitad del rostro con un velo oscuro.

De pronto, todo tomó otro sentido. No me enfoqué en la rubia de negro, no, la que acaparó mi absoluta atención fue la que vestía de blanco, igual que el velo que movía con maestría para tapar y destapar su cuerpo de curvas. Había algo en ella diferente, en la forma que bailaba. Era muy sensual, añadiendo toques de misterio y erotismo, una pasión que nunca había visto en anteriores bailarinas.

Ella hacía desplazamientos sobre las medias puntas con elegancia, movía las caderas como una diosa cerca de embrujarme. Necesitaba verle bien el rostro, pero estaba lejos. Sentí la misma admiración que en Estambul, y en Arlington cuando Madison me bailó. Entonces, la bailarina dio varios giros con el velo y brazos extendidos. El pelo le llegaba abajo de la cintura.

—Hostia puta —aluciné. Pasmado vi cómo se acercaba a la mesa del puto coreano cuando la música se puso más enérgica y ella exhibía sus apasionados movimientos a ese cabrón en participar—. Me cago en diez, joder.

¡Joder, que era Madison!

Joder que esas piernas eran las de ellas. Esos brazos, ese pelo, eran mis tetas. Joder, ese era el culo que me volvía loco. Mi entrepierna reaccionó casi al instante. Cómo conocía de bien a nuestro talón de Aquiles. Quería correr, cargarla como un saco de papas y sacarla de ahí y de los cientos de ojos masculinos encima.

Sobretodo los del puto coreano.

Madison era una persona que con mover un dedo, ya sabías quién era. Así de reconocible. Por supuesto, cómo no reconocer a la divina sensualidad personificada. Estaba inmóvil, perdido en su cuerpo. Que estuviera vestida así, bailando así, una tradición árabe, me ponía como una moto. Como nunca antes.

Creo que aquello fue el detonante de mis sentimientos.

De reojo noté la presencia de Bill y la comida que dejaban en la mesa, pero yo no podía apartar los ojos de ella. ¿Qué coño hacía allí? Estaba cabreado y cachondo.

Tragué en seco mientras que ella tomó la grave decisión de irse acercando a mí entre contoneos de cadera. Alcanzó a estar justo frente a mí mesa cuando la música llegó a su mejor punto. Me bailó. Tenía los ojos negros, rodeados de colores dorados, clavados en los míos. Conocía esa miradita de pilla, se acercó a priori para volverme loco.

Lanzó el velo al aire y lo atajó perfectamente de manera que cayó alrededor de su garganta y hombros. Así, hizo uso únicamente de brazos y aquella maldita cadera para bailar las últimas notas. Me pasé una mano por la boca, con la garganta seca. Y ese puñetero sube y baja de su culito respingón para finalizar la rutina, acabó conmigo como era usual.

Hostia puta. ¿Qué acabo de ver?

La gente rompió en aplausos, yo no, yo me moría de ganas por agarrarla del brazo y echarle un polvo hasta que no pudiéramos más, pero su actitud lejana y comedida me advirtió algo. Su pecho subía y bajaba, estaba agitada. Se destapó brevemente la boca para murmurar:

—Encuéntrame.

Sentado como un imbécil, la vi alejarse del ojo público junto a la compañera rubia. Si no se trataba de Amber Park, me cortaba una pelota.

—Olvida la cena y la habladuría con el puto coreano y Mario —espeté a Bill, que parecía igual de consternado que yo—. Ya sabes qué hacer.

—Joder, enseguida —tartamudeó.

Mis hombres se pusieron mano a la obra de inmediato, pedí a tres que me escoltaran y caminé apresurado por el restaurante. Bill me pisaba los talones, comunicándose con la gente dentro del resort. Iba con el pulso a punto de estallar.

—La vieron meterse a una habitación —anunció.

—Pues, vamos, joder.

Seguimos el protocolo estricto para que yo entrara al resort sin problemas, y mientras más me acercaba a ella, más me moría de ansia.

—Jefe, ¿estás seguro? Puede ser una trampa —me advirtió, Bill.

—No lo es. Le vi los ojos.

Se le escapó una risa que cortó un segundo después, tras mi mirada amenazante. Miró hacia otro lado y siguió con su chicle. Nos detuvimos frente a la puerta que me separaba de Madison, ordené en voz baja y clara que vigilaran el pasillo.

—No vamos a manipular la cerradura. Toca la puerta, como un caballero —indicó Bill, en tono maricón.

Le di un golpe en el estómago. Suspiré, me estiré las mangas de la camisa, flexioné el cuello. Toqué la puerta dos veces, como un caballero, mirando con guasa al gilipollas que se aguantaba la risa.

No lo puedes matar.

Pasaron unos pocos segundos, cuando la manija se movió y la puerta se abrió solo un poco, adentro estaba oscuro y no veía nada, pero me la traía floja. Entré, cerré la puerta y mi sorpresa fue ser golpeado contra ella y recibir un caliente beso que me despertó entero.

Madison.

Llevé las manos a su espalda y la pegué a mí, besándola largo y tendido. Su piel descubierta indicaba que seguía con el traje puesto, le recorrí las tiras del sujetador y rocé las piedras blancas brillantes en las copas.

—'Ana 'aerifuk² —susurró en mi oído. Atrapó el lóbulo entre los dientes y tiró de él, a lo que le apreté la cintura.

Casi me vine con oírla hablar en árabe.

—'Ant al'ajmal ealaa al'iitlaq

—No sé qué dijiste, pero sí —gimió, me agarró la cara. Todo estaba tan oscuro que no podía verla bien, lo que me jodía—. Estoy cabreada.

—Y gracias a eso me estás besando aquí hoy.

Me envolvió el cuello con los brazos y me mordió la barbilla. Estaba tan contento de tenerla de nuevo, que encontré alivio en acariciarle la espalda.

—Dominic —suspiró, apoyando la frente en mi pecho—. Ya no puedo más. Te deseo, mucho.

Sonreí en la oscuridad. De un solo movimiento la levanté y envolví mi cintura con sus piernas. Dejé una mano en el culito respingón y le coloqué la otra en la nuca, enredando los dedos en su pelo recto y liso. La provoqué con una mordida en el labio y le metí la lengua despacio, saboreé su boca un poco más.

—Nena, lo que más quiero es que bailes para mí.

—Ya lo hice —murmuró inocente.

—No me recuerdes lo que hiciste afuera o me pongo como una cabra —gruñí—. No sé cómo haces, pero baila solo para mí.

Guardó silencio un rato, dejándose besar, hasta que me separó del pelo.

—Tengo poco tiempo...

—Me importa un bledo.

—Serás... Vale, bailaré para ti, espécimen.

Una corriente eléctrica me recorrió.

—Joder, sí. —La besé, buscando a ciegas el puto interruptor. La habitación se iluminó, y con ella el brillante rostro de la pequeña diablura—. Estás preciosa.

Admiré su sonrisa juguetona. Se zafó de mí y se puso las manos en la cintura frente a mí. Miré como un bobo los senos apretados por el sujetador, y la falda blanca decorada, con aberturas en ambas piernas. Me mordí el labio, estaba durísimo. Entonces recibí un golpe en el brazo. Fruncí el ceño, ella me miró expectante.

¿Esperaba que yo hiciera algo? ¿Qué?

—Tú eres el árabe aquí, búscame la música —explicó.

Ah, vale.

Le di un apretón en la nalga y me senté en la orilla de la cama, saqué el móvil, esto sin dejar de observar lo preciosa que se veía esperando. Aquello me emocionaba más que el baile en el tubo. Busqué una de mis favoritas, deseaba verla con esa en específico.

— ¿Lista, nena?

Se mordió el labio, angustiada.

—Mejor la escojo yo. Recién aprendí ayer ¿vale? —añadió, recelosa, al quitarme el móvil—. Lo haré mejor si uso una que ya oí.

—No me quejo.

Puso los ojos en blanco y me entregó el móvil. Eché un vistazo, conocía la canción. Ya Rayah, una letra peculiar pero un ritmo muy bueno que ya quería ver expresado en el cuerpo de Madison. Se alejó un poco, se echó el pelo hacia atrás y suspiró. Volví a caer en sus senos.

—Lista.

Empecé la canción.

Joder, a partir del segundo veinte sentí que ya no podía con tanto. Visualmente, era mi paraíso. Otra vez desprendía la lujuria mediante la danza del vientre, pero en esa ocasión era el único público, tenía su mirada solo para mí, cada movimiento era para mí.

«No te la vas a follar, sería una sentencia». Era mi mandamiento. Al diablo con él. Todo tenía un límite.

Esa mujer no saldría de la habitación esa noche sin antes gritar mi nombre.

————————
¹del árabe. Mercado mayorista de ropa en Dubái.
²del árabe. Te conozco.
³del árabe. Eres la más hermosa.

Cómo está esto de caliente. 😏🔥

Espero que les haya gustado. Siempre pueden compartir mi historia y ayudarme a llegar a más personas, las amo. ❤️

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