
19. Egoísmo
8 de octubre del 2018.
Ha transcurrido una semana desde que me despedí de William.
Una complicada semana. De pronto, estoy sola, sin ninguno de los dos hombres que quería.
La notable ausencia de Dominic en mi vida ha permitido que mi sistema analice cada punto de quiebre que he vivido desde mi llegada a Colombia. Quizás, después de todo, estar alejada del responsable de muchas de mis culpabilidades no ha sido mala idea.
En compañía de la SSU se llevó a cabo un gran operativo en Willemstad que culminó con el arresto de Daniel González, socio de Azucena, por tráfico de personas. Deliberadamente, se dejó que ella escapara.
Toda la información que recolecté en Venezuela sobre la trata de blancas y la conexión a Krav y su modus operandi fue remitida a la oficina central, donde pasó a manos del FBI. Para llegar al núcleo, debemos vigilar a Azucena y esperar diciembre. Fecha en que se produce el viaje de las víctimas a Estonia. Con Azucena presa, no tendríamos cómo llegar al núcleo. La mala noticia es que oficialmente pasa a ser jurisdicción del FBI.
Tras el arresto de Daniel González y la huida de Azucena, el avión de la DEA nos ha dejado de nuevo en tierra colombiana. A excepción de Miguel, quien directamente fue llevado a Estados Unidos para cumplir la condena que le sea impuesta, con la promesa de que nos volveremos a ver.
Eduardo Beltrán murió a manos de Dominic, pero una guerra como la que él inició no acaba tan fácil.
También ha sido una semana mala para el país, pero con nuestra presencia, hemos logrado reducir la violencia, solo un poco. Manifestaciones, asesinatos, arrestos, actos terroristas. No había estado envuelta en tanto peligro desde que estuve en Irán y el sufrimiento de la población ha sumado en mi estrés, de la impotencia de no poder terminar con todo de una vez.
Ryan se ha dedicado a darme aliento, lo cual no es ninguna sorpresa ya que es su naturaleza hacia mí.
— ¿Amaneciste mejor? —cuestiona él mientras me siento a desayunar en el comedor del cuartel.
Ignoro la curiosa mirada de Amber frente a mí, sentada a su lado. No sé por qué se toma la libertad de estar siempre con nosotros pero tampoco me esfuerzo en rechazarla.
—Quizás sea una gastroenteritis.
Me mira con aires de incredulidad. Vale, quizás sea algo peor. Los cólicos son recurrentes y el dolor lumbar es un gilipollas, pero en mi posición, el trabajo está primero que cualquier enfermedad.
Amber suelta una suave risa irónica acompañada de un aleteo de pestañas.
—No sabía que la gastroenteritis te corta la menstruación.
— ¿De qué hablas? —se confunde Ryan.
Mis ojos cargados de amenaza se posan en ella. Aparta la mirada con un carraspeo y un encogimiento de hombros mientras se levanta. Como siempre, huye después de soltar alguna estupidez. Debería saber que eso no la salvará de mí.
— ¿Qué diablos, Madison? ¿Estás embarazada? —reacciona él tras comprender, pálido y nervioso.
—No confío en Dios, pero Dios no lo quiera.
—Entonces ¿qué significó eso?
—No entiendes los cambios menstruales y tampoco te lo voy a explicar.
Ignora mi réplica gélida.
—Sabes que me pongo a pensar y pensar... Que solo hay una persona responsable en esto —dice como si estuviera conectando los puntos de una investigación.
—Hmm...
— ¿Quién es él? —agrega.
—Eso no te incumbe.
Resopla cruzándose de brazos. Me cabrea cuando se cree con derechos sobre mí. Continúo comiendo bajo su atenta mirada que no me afecta. Un fuerte tirón en el estómago me obliga a parar de comer, sintiendo que si continúo, voy a vomitar.
No le voy a dar el gusto de verme ir a vomitar.
—Me mataste...
Arqueo las cejas, intrigada de su elección de palabras. Observa sus manos inquietas, sonríe y sacude la cabeza.
—No lo he hecho, que yo sepa.
—Fue él... Te has estado acostando con él —susurra con apagada emoción—. ¿Qué se siente follar con un asesino?
—Cuando lo haga, te cuento. —Sonrío divertida de mi propia estupidez.
—Ya no más, ya no —insiste. Endurece el gesto al señalarme de forma acusatoria—. No me volverás a tratar como un idiota. Sabes muy bien de quién hablo, de ese cabrón que tanto defiendes.
Suspiro, guardando la calma. Hago el plato a un costado para atraer la montaña que es la placa, los lentes de sol y la pistola, dejando que mis manos se entretengan con la figura del arma.
—Parece que se te olvida que estuviste durante años poniéndome los cuernos cuando me lanzas tus reproches. Qué conveniente.
—Tú también me los ponías —se justifica, circunspecto—. ¿Crees que no me di cuenta de lo que hacías durante años? ¿De la ropa que te ponías para salir, del perfume? ¿De tu lejanía y tu comportamiento seco de mierda?
Mis labios se estiran en una irónica sonrisa. Joder con mi ex cabreado. El tipo de ropa y el perfume son señales de infidelidad, qué cojonudo.
—El que come callado, come dos veces, ¿no?
—Sigue con tus putas encrucijadas, sé que te estás follando a Dominic.
—Ya. Estás llegando al límite de mi paciencia. Mi vida no es de tu incumbencia.
—Es de mi incumbencia cuando rompiste nuestra relación por un narcotraficante.
—Si lo hice fue porque no quiero estar contigo, porque esa relación no tenía ni pies ni cabeza, acepta el rechazo y deja de tentar al diablo —espeto entre dientes.
— ¿A cuál diablo? ¿Tú o él? Porque son tal para cual —susurra con rencor—: No pensé que caerías tan bajo. No tú, princesa.
Lo apunto con el índice a medida que la temperatura de mi cuerpo aumenta, concentrando toda la rabia que genera la manera en que se ha dirigido a mí.
—Tú no puedes hablar de qué tan bajo puede caer una persona. Espero que esas locuras que has dicho no la vayas a soltar con otra persona, porque no tendré compasión.
— ¿Me estás amenazando de muerte? —sisea con los ojos entornados.
—Lo dejo a tu imaginación. Todo lo que has dicho es una completa estupidez, y si no me crees es tu maldito problema, no te debo explicaciones. Tengo mejores cosas en las que gastar saliva.
Dejo a Ryan con los labios entreabiertos, todavía procesando el pequeño altercado. Suelto una maldición por lo bajo pisando fuerte la arena bajo mis botas, cada vez más arrepentida de amenazarlo. Últimamente me estoy dejando llevar por las emociones y eso me cabrea.
Su palabra no tiene más peso que la mía, aunque en esta ocasión la suya sea la honesta.
Entro a la carpa ocupada por el comandante y el coronel Briceño dispuesta a dejar pasar el mal rato.
—Estaba a punto de llamarte —indica el comandante, concentrado en un plano en 3D de la embajada norteamericana—. Alaska está hasta los cojones, está a punto de venirse volando en una escoba.
Cedo a la tentación de rodar los ojos con fastidio. El director Bennett es la máxima autoridad de la agencia, pero como siempre dicen gracias a Groucho Marx, detrás de un gran hombre hay una gran mujer, y su nombre es Alaska Freeman.
La nombrada directora adjunta desde hace diez años, quien se enfrentó a Bennett para la corona. Claro que, una vez más ganó el machismo y la frase: «una mujer no está capacitada».
Una vez más, la no capacitada se comió vivo al hombre capacitado.
Alaska puede ser brillante, cruel, decidida, pero no le quita lo irritante que es. Teniendo en cuenta nuestras personalidades, solemos chocar más que bastante. Es una versión menos diabólica de mi madre.
—Lo tengo controlado, comandante. Vengo a explicarles lo que tengo en mente, no será necesario que Alaska vuele hasta acá.
—Estaré encantado de oírla, agente —exclama el coronel Briceño en español—. La policía, el ejército y la fiscalía esperan algo concreto para hoy. No hay que dejar pasar más tiempo.
—Por supuesto que no —coincido—. La embajada corre peligro de los terroristas y los grupos guerrilleros insurgentes están presionando el nervio como un puto dolor de muela. Si nos descuidamos un poquito Colombia arderá en llamas y nosotros con ella. Tengo un plan estratégico que he diseñado a partir de las bases que estudié del ejército nacional y el original de la SSU.
El comandante me mira con un brillo cómico en los ojos. Levanta el dispositivo especial telefónico fantasma.
—Alaska va a querer oír eso, Donovan.
—Una de las misiones es proteger a los inocentes, y eso es lo que he tenido en mente desde que estaba en Dubái —aclaro al comandante, luego me dirijo al coronel con firmeza—. La guerra que se ha desatado gracias a Beltrán es una de las peores que he visto, y la única manera de acabarla es siendo inflexibles. Vamos a tener que responder con más fuerza. Algo que siempre tengo presente a la hora trabajar, es que más vale unos cuantos muertos a millones de ellos. Sé que es su país, coronel, y yo una extranjera, pero a este punto los sacrificios son necesarios, y no voy a tener miramientos en perder al veinte por ciento para salvar al ochenta.
12 de octubre del 2018.
La finca donde Dominic se llevó a Louis y Keith luego de la explosión de la casa resultó muy bien oculta y protegida. Todos los días llamo a Keith cuando tengo algunos minutos libres y me derrito de amor saludando al bebé a través de la puñetera cámara del teléfono.
¡Hoy está cumpliendo cinco meses!
Su corta vida ha estado llena de problemas, viajes ilegales, posibles muertes, pero no puedo evitar sentirme feliz de tenerlo tan cerca. Soy así de egoísta. El día que Anastasia abandonó al pequeño en mis brazos sin decir nada, no sabía lo importante que sería él para mí y el soporte que significaría.
Una parte de mí reconoce que es un camino peligroso por el que voy, que la emoción y el amor que debería sentir una madre no me corresponde.
Reitero, soy muy egoísta. Incluso aunque la lastimada al final sea yo.
Bill me recoge con su habitual carisma en el centro comercial y me traslada al pequeño lugar oculto y seguro. Una hora después, tras cruzar zonas verdes, detiene el coche en una finca rodeada por un bonito campo de flores silvestres a la mitad de la nada.
—Espera. —Mi repentina orden detiene la mano de Bill a punto de abrir la puerta que me separa de Louis—. ¿Dónde están Ignacio y tu jefe?
—El señor Leal está en el establo y el jefe en unos asuntos personales.
— ¿Qué asuntos personales?
—El jefe no me cuenta sus asuntos personales.
—No te jode, Bill —mascullo. El muy descarado sonríe, claramente divertido de mi disgusto—. Dímelo. ¿Está ocupado con un socio o qué?
—Más que socio, amiga.
— ¿Qué? ¿Como que amiga? ¿Qué está haciendo?
—Si mi lengua fuera tan suelta, no estaría vivo.
—Entonces sí sabes qué está haciendo. —Mi voz suena casi un regaño.
—Puedes creer lo que sea más conveniente para ti mientras yo no afirme nada.
—Que sepas que lo chulito no te pega —espeto abriendo la puerta.
Oigo su sonora carcajada antes de ser testigo de la impresionante emoción del pequeño Louis al verme aparecer. La habitación ha sido ambientada como una de juegos, una muy increíble con un enorme ventanal que deja ver un precioso jardín de flores. El bebé casi se echa a llorar de la felicidad y yo también, no sé cuánto tiempo lo abrazo y beso, hasta que reparo en la presencia de Keith por primera vez.
Me libero de los tacones para entrar con él en la amplia alfombra de juegos y con la ayuda de la amorosa Keith, vacío las dos bolsas llenas de ropa, jueguetes, y cuantas chorradas más. Mi pequeño se aferra al león de peluche reclamándolo como su nueva preciada posesión.
Después de estar sumergida en cuestiones de terrorismo, sangre, preocupaciones y complicaciones, momentos como este es una brisa de paz.
—Te ha echado mucho de menos, es un niño muy inteligente.
—Y yo a él, Keith —murmuro, embelesada del particular brillo café de los curiosos ojos que me sonríen.
El crío ha salido idéntico al tío Ryan, cómo es de bromista la genética.
Ruedo en la alfombra, soy atacada por un montón de juguetes. No sé si deba preocuparme de su enorme gusto por provocar ataques de peluches en los demás.
— ¿Sabes lo mucho que te quiero? —le susurro, jugando con sus piecitos descalzos. Él aferra sus manos en mi pelo suelto y tira de mí sobre él con fuerza, entre risas. Con las emociones desbordadas, los ojos se me llenan de lágrimas—. ¿Esa es tu manera de decirme que me quieres? ¿Tirándome del pelo?
—Depende de la posición en la que estés. Puede ser de rodillas o... de espaldas.
Doy un respingo del susto.
Louis me suelta el pelo, atraído por la nueva voz, dándome oportunidad de sentarme de forma correcta y llevarme una mano al pecho. Mi corazón late con fuerza, no sé si por el susto o el hecho de que él esté a la distancia correcta para que me bese.
Joder, cómo lo odio.
—Me cago en tus muertos, Dominic, me asustaste.
La comisura de sus labios se eleva, recorriendo cada detalle de mi rostro. El efecto de aquel gris intenso en mí siempre es devastador. Intento deshacer el nudo en mi garganta, el ambiente incómodo cargado de tensión sexual. Sin quererlo, mi mirada cae en el provocador gesto de su lengua al humedecer sus labios.
— ¿Y Keith?
—Fue a darse un baño —carraspeo, muy tensa.
—Hmm... —Apoya una rodilla en la alfombra para inclinarse sobre Louis, lo que deja su cuerpo casi rozando el mío. Respiro hondo, disfrutando su aroma—. ¿Tú qué dices, renacuajo?
Whisky.
Es whisky combinado con su afrodisíaco olor natural.
—No le digas así.
Louis estira las bracitos con esmero hasta atrapar la tela de la camisa de Dominic y tirar con fuerza. Frunzo el ceño, golpeada por un extraño sentimiento que me genera verlos. Más que todo por el sorpresivo ataque de celos que siento al ver lo complacido que el niño está con él.
Ese peligroso sentido de pertenencia.
— ¿Qué tan hermosa se ve incómoda? —El bebé se ríe. Dominic le pellizca la mejilla con dulzura—. Sí, mucho. Quiere que la bese.
—Vale, ya está bien —le corto.
Arquea las cejas al mirarme.
— ¿Por qué te pones roja?
—Eres un cretino.
—Tus ojos me engañan —murmura en un tono ronco y sensual—. El olor que desprende tu piel me engaña.
—Idiota.
Agarro al bebé en brazos con la furia y la excitación ardiendo en mi interior. Con Dominic es habitual la frustración de no poder permanecer enojada.
—Sigues siendo mi mujer —replica seriamente, poniéndose de pie al igual que yo.
—Nunca he sido mujer tuya, eres un loco. Alejarnos es la mejor decisión que tomaste, sigue cumpliéndolo.
— ¿Perdón? ¿Que tomé? ¿Que cumplo?
—Pues mucho no te ha importado todos estos días que he pasado entre balas y granadas.
—A ver si algún puto día eres tú la que escribe y no yo como un gilipollas.
— ¡Me mandaste a la mierda! —le recuerdo entre el cabreo y la incredulidad—. ¿Sabes todas las veces que estuve a punto de morir estos días? Miles, Dominic, porque tengo que arreglar las cagadas que la gente como tú ocasiona.
— ¿Ahora me vas a echar en cara mi profesión?
— ¡Eso ni siquiera es una maldita profesión!
Alcanzo el chupete de zebra que él mismo le regaló y dejo que Louis se lo lleve a la boca para callar sus balbuceos. No quiero que se altere gracias a nuestra discusión. Adentro mis pies en los tacones, de manera que cuando Dominic se acerca, estamos casi al mismo nivel. No voy a decir que no me satisface la desesperación en sus ojos.
—Joder, que sí, que es mi culpa y de lo que hago, pero sabes que estoy ayudando en esto —admite entre dientes, disimulando el enorme cabreo—. Estoy aquí cerca de ti y no con...
Levanto una ceja, curiosa y con muchas ganas de pelea. Dominic cierra la boca, desvía la mirada y hace un gesto facial para que olvide lo que decía.
— ¿Con quién? ¿Qué amiguita es la afortunada del mes? ¿Debería sentirme mal porque no te dejo tiempo para tirártela más seguido?
—No me estoy tirando a nadie —gruñe.
— ¿Me vas a negar que rodeado de mujeres hermosas no lo has hecho? Tendría que tener mucha fe en ti y no la tengo.
Se cruza de brazos, mirándome con desazón. Pues, ¿qué esperaba? ¿Que así de fácil creyera en sus palabras? Es un hombre, por supuesto que eso esperaba.
—Pues ¿sabes que no? No te lo voy a negar, me he follado un batallón de colombianas mientras el país está en crisis ya que a miss Madison no le importa a quién se la meto. Joder, ¡estás loca!
—Eres un ridículo —siseo, cabreada.
Louis balbucea, alternando la mirada entre Dominic y yo. Probablemente está agradeciendo que no somos sus padres y no lo culpo, yo tampoco querría ser hijo de ambos. Vaya genes tan chungos y familia disfuncional tendría.
—Los Ángeles, días antes de que hundieras mi culo en la cárcel. En el capó de un Lamborghini. Una pelirroja, otra rubia, las dos de ojos azules. Me las follé, muy duro. Todo el tiempo, queriendo sacar de mi cabeza la imagen de un pelo largo y negro, de unos ojos oscuros, de un cuerpo divino... Adivina ¿qué? Me corrí con tu nombre en mis labios.
Me muerdo el interior de los labios, cegada de una impotencia y un rencor que desconocía. Las ganas de encontrar a esas mujeres y matarlos a los tres no son normales.
—Eres un cerdo.
—Esa fue la última vez que toqué a otra mujer —recalca—. Necesité dos mujeres para intentar igualarte, y ni aún así, llegué a sentir la mitad de lo que siento contigo.
Permanezco en silencio, recordando que son varias las veces ya que he caído en el alcohol directa o indirectamente por él.
— ¿No te das cuenta de lo dañinos que somos el uno para el otro?
Curva los labios por un par de segundos.
—Llámame masoquista. No soy un cobarde, nena, yo voy directamente por lo que quiero.
Mi cuerpo entero reacciona con un estremecimiento al volver a oír de su boca ese apelativo que tanto usaba conmigo hasta que pasó lo que pasó.
—Esta es la segunda vez que me llamas cobarde —le reprocho hastiada—. A la tercera te vas a arrepentir.
—Si te sentiste relacionada, no es mi culpa.
Entreabro los labios en tanto se me escapa un jadeo de asombro. ¡Será cabrón!
—Te odio, Dominic.
Asiente, metiendo las manos en los bolsillos del pantalón, tan inexpresivo como siempre que quiere joderme la paciencia.
— ¿Por qué no mejor vamos a mi habitación así resolvemos este problema de una puta vez?
Retrocedo ofendida.
—Mejor cállate, imbécil.
—Si te mueres de ganas...
Dos golpes en la puerta interrumpen sus próximas palabras. La expresión de disgusto que cubre su rostro me complace. Se sujeta el tabique de la nariz con fuerza. Sin disimular la rabia, permite que Luke abra la puerta.
—Señor, disculpe la interrupción.
—Luke, ¿qué coño pasa? —inquiere de mala leche.
—La señorita Clarity acaba de llegar, la he dejado en la sala de estar, como indicó.
Automáticamente mis cejas se elevan y contengo el instinto de clavar una mirada interrogante en Dominic. ¿Ahora quién coño es Clarity? Estoy segura de que no era parte de sus amores.
Él me dirige un rápido vistazo, se recoloca el cuello de la camisa gris y emite un carraspeo. Vale, como quiera. Recojo mis gafas de sol. Empleado y jefe intercambian pocas palabras más y volvemos a quedarnos solos.
— ¿Resolver esto en tu habitación? —cito irónica—. Cuando creo que he oído tu mayor estupidez, sales con una peor.
— ¿Eres insegura?
Me coloco las gafas y camino hacia la puerta, ya segura de que Louis está bien protegido por un adorable gorrito.
—Claro que no —siseo. Su enorme cuerpo se interpone entre la puerta y yo—. No empieces.
— ¿Entonces por qué te pones celosa?
—Yo qué voy a estar celosa por ti, ridículo —espeto, él estrecha la mirada sabiendo que miento—. ¿Acaso tienes miedo de que ella me vea?
—No confío en ti, nena, no cuando otra mujer está cerca.
—No eres la última Coca-Cola en mi desierto aunque tú creas que sí, ni eres el centro de mi mundo, para que te enteres. Quiero ver a Ignacio, así que déjame salir —le exijo.
Suelta un exasperante suspiro, abre la puerta de una mala manera y sin decir otra palabra, me largo. En menos de cinco segundos tengo a Bill pegado a mí, y yo que ya me acostumbré, le ordeno que me guíe a Ignacio Leal.
••••••••••••
Dominic.
Lancé la puerta con una fuerza que seguramente cagué las bisagras. Observé el enloquecedor caminar de Madison hasta asegurarme de que Bill cumplía su trabajo de escolta y cambié de dirección.
Me había convencido minutos antes de que solo entraría para esclarecer el tema peliagudo del embarazo, para oír de su propia boca que le había bajado la regla y todo seguiría normal. La incertidumbre me tenía como un puto zombie. Quería suponer que si no decía nada, significaba que había sido una falsa alarma, pero no me bastaba. Aún así, me fui por las ramas.
Todo lo que había conseguido eran reclamos y que me montara un pollo por algo que ni siquiera había hecho. Madison estaba de un humor que si la pinchaba, la sangre le salía hirviendo.
Saqué un sobre de papel del pantalón antes de entrar a la sala y se lo entregué a uno de los guardas.
—Asegúrate de que llegue a manos de Ignacio sin una sola mancha de suciedad. Antes, que preparen una habitación para Clarity.
Asintió, guardándoselo en el interior de la chaqueta.
—Como ordene, señor.
La amplia sala estar contaba con múltiples ventanas que iluminaban la estancia con la luz natural del día, y el esbelto cuerpo de Clarity Jones estaba frente a una de ellas, observando el exterior con sumo interés. La luz del sol siempre jugaba a su favor gracias al tono de su piel blanco y su cabellera rubia.
— ¿Qué ves?
Su suelto vestido verde bailó en el aire al igual que su cabello cuando se dio vuelta con la gracia de una bailarina experta. Sinceramente, no recuerdo haberla visto nunca con pantalones o sandalias. Me conocía sus piernas de memoria.
—Dichosos los ojos que te ven a ti. Te has vuelto muy escurridizo.
—Dime si tu duele y lo solucionamos.
Se mantuvo impasible, analizándome, hasta que no soportó más y en su rostro se dibujó una enorme sonrisa que dejó a la vista su hilera de dientes perfectamente cuidados. Modeló —porque ella no caminaba— hacia mí y deslizó los brazos debajo de los míos. Dejé que me abrazara, pero no saqué las manos de los bolsillos del pantalón.
—No me has traído para tener sexo conmigo, te conozco —reconoció.
—No te lo tomes a mal.
Suaviza la expresión. Lo que más me gustaba de ella es su compresión, no era un cabrón con todas las mujeres, Clarity era una de ellas. Admiraba su tenacidad y su capacidad para tener las cosas claras.
—Dominic, sabes que cuando digas «se acabó», yo seguiré siendo tu amiga sin revolver el placer con los negocios.
—Se acabó —declaré con un suspiro.
Se separó de mí, con la curiosidad marcada en el rostro. Por última vez, le admiré el escote, la cintura y las largas piernas. Una despedida definitiva. Adiós, le dije a su cuerpo. Joder, es que estaba buenísima, pero ya tenía una prioridad y una mujer perfecta para mí, con un humor de perros, a pocos metros. Así que no me dolió el adiós.
—Vale, pues bien, pero al menos dime que ya te atrapó del todo con anillo incluído o estaré muy enojada —rogó en coña.
Me reí para no llorar, como dicen por ahí.
—Ni ella me hará sacar un anillo.
Claramente mi ego no iba a admitir jamás, que un hombre como yo, estaba rogando por una mujer.
—Así que la tienes rogando por ti —concluyó con un matiz burlón. No me gustó su mirada condescendiente.
—Suplicante está.
—Ya... —Apretó los labios, ahogó una risa y entonces sí se ganó una mala mirada de mi parte. Sacudió las manos, carraspeó y volvió a la seriedad, señalando la ventana—. Es que la vi ahora con una rabia que podía oler hasta acá. ¿Te quedó el gusto de ser padrastro o ese bebé es un secreto oscuro?
—Ninguna de las dos —cerré el tema—. Estás aquí porque sabes que más que follarte, adoro tu facilidad de volverte invisible.
Sonrió complacida del halago.
—Tenías que terminarme para admitir que me adorabas, casi te enamoras —bromeó ubicando las suaves manos en mi cuello. Curvé los labios, ella era una bromista nata y yo estaba tan acostumbrado a sus juegos de falsa seducción, que no me aparté—. Yo también te adoro, jefe.
—Esa adoración mutua vamos a llevarla a...
—Ay, perdón, qué pena interrumpirlos. —El jadeo y la apenada voz de Madison fue tan falsa que me puso el bello de punta. Enseguida alejé las manos de Clarity, cuyas mejillas se cubrieron de un ligero rosa—. Me perdí buscando el baño.
Reí para mis adentros, ella debía saber perfectamente que en la habitación de Louis había un puñetero baño. Volteé a verla, detenida en el umbral como una diosa griega a punto de expulsar todo su enojo. Si las miradas mataran, en ese momento habría acabado conmigo y Clarity, que era tan inocente como yo.
— ¿Por qué no está Bill contigo? —cuestioné.
Me ignoró de pleno.
—Soy Madison —se presentó sin emoción—. ¿Tú eres?
Tosí un poco, mientras observaba incómodo cómo se estrechaban la mano de forma fría.
—Clarity, un placer conocerte.
—Claro, siempre es un placer conocer a las... —Me miró con desdén—, amigas de Dominic.
La pobre Clarity soltó una confusa risa, era dada a ser igual de venenosa cuando la provocaban, por lo que agradecí que por esa vez se quedara callada y no saltara a exclamar que no era amiguita de nadie. Se dirigió al sofá murmurando que debía escribir un mensaje a su hija, resaltando la palabra lo bastante alto para que Madison escuchara.
— ¿Por qué no está Bill contigo? —repetí más fuerte.
En ese momento, advertí que todo ese tiempo había estado con una mano en el vientre y la que había utilizado para saludar era la que ahora descansaba en su cintura.
—Porque no es mi maldita niñera.
—Joder, habla más decente —siseé molesto—. ¿Te sientes bien? ¿Necesitas algo?
Negó con la cabeza e intentó marcharse. La detuve con un llamado, hizo una mala mueca pero esperó a que la alcanzara y me acerqué lo suficiente para poder hablar sin que Clarity oyera.
—Te pregunté algo, espero una respuesta concreta.
—Dominic, yo solo buscaba el baño —restó importancia evitando mirarme.
Le atrapé la barbilla, eché su cabeza ligeramente hacia atrás y la obligué a mirarme. Tuve primero que contar hasta tres para no comérmela a besos. Luego me fijé en la capa brillante que cubría sus ojos y el corto rastro que dejó en su piel. Fruncí el ceño.
— ¿Estás llorando? —pregunté sorprendido.
Fue su turno de fruncir el ceño, como si no se hubiese dado cuenta de aquello. Se rozó la piel, incrédula, entonces se echó a reír. Mi ceño se hizo más profundo, sin entender nada.
¿Qué coño?
El ataque de risa provocó que las lágrimas retenidas fluyeran en su totalidad. Llegó un punto en el que me preocupó que no pudiera respirar, se sujetaba el estómago muerta de la risa. Clarity me lanzó una mirada extrañada, era de no creer.
Acerqué a Madison a mi pecho para acariciarle la espalda y que su ataque de risa disminuyera. Ella escondió la cara en mi camisa, alargando lo que sea que fuera divertido en su cabeza.
—Nena, ya para —hablé contra su pelo—. Amo oírte reír pero me estoy preocupando.
—Perdón —balbuceó sin aire, controlando la risa histérica.
Clarity apareció a nuestro lado con un vaso de agua, le agradecí y se lo llevé a Madison a la boca. Ella aceptó enseguida. Mientras bebía, le peiné el cabello hacia atrás para que recibiera más fresco en la piel.
— ¿De verdad te sientes bien? —Esa vez usé un tono más apacible.
—Sí, sí. Todo bien.
No le creí en lo absoluto. Ella no era así. Le agarré la mano y pegué la boca a su oreja.
—Ahora más que nunca tengo ganas de follarte.
Se echó a toser.
Oculté una sonrisa y giré la cabeza hacia Clarity, que nos observaba con fascinación y curiosidad. Joder, que no era culpa mía lo fácil que esa diabólica mujer me ponía duro.
—Espérame unos minutos, tenemos cosas importantes de las que hablar.
—Ve, yo iré a echar un vistazo a mi habitación —respondió, acompañado de un cómplice guiño de ojo.
Menos mal que Madison no notó el gesto, estoy seguro de que el enfado le habría regresado. Tiré de ella a través de los pasillos hacia el otro extremo de la casa.
Nos encerré en la habitación que ocupaba y en un pestañeo la cargué en mis brazos, ahogó un grito que callé con mi boca en la suya. A la mierda todo, no podía estar un minuto más sin ella. Saber que el sentimiento era mutuo cuando se aferró a mi cuello, me incendió.
Podría perder muchas cosas en la vida, podría acostumbrarme y vivir sin ellas, excepto la mujer que tenía mi corazón.
Era un veneno que entraba a mi sistema para apoderarse de mí, actuando como la droga más poderosa que existía.
Caí en la cama sobre ella, besándola con toda la pasión que tuve acumulada durante días. Me volvía loco cada roce, cada movimiento, cada gemido. Sus gemidos eran el sonido más perfecto que podías oír.
—Te deseo mucho —susurró con la voz empañada de lujuria.
Sus ágiles manos recorrieron mi pecho debajo de la camisa, dibujó cada curvatura con las uñas en tanto con las piernas me presionaba contra su pelvis. Encajé la mano en su garganta, asegurándome de no dejar un solo espacio de su boca sin saborear. Con la otra mano le acaricié suavemente la cintura antes de apretarla contra mí con posesión.
Era mía, joder.
— ¿Por qué coño te pusiste pantalón? —gruñí, tocando los seis botones en el cierre.
Colocó una mano sobre la mía en su garganta, entendí la señal y aflojé los dedos. Sus ojos brillaban cuando los abrió, sus labios ya habían adquirido una ligera hinchazón y el labial rojo era solo un borrón. Observó su mano apoyada en mi pecho, luego mis ojos. El corazón me latía como un hijo de puta, ¿cómo pretendía que eso no pasara?
¿Cómo pretendía ella que no sintiera amor si cada vez que la miraba ese amor se acrecentaba?
—Para protegerme de ti.
—Estamos «peleados» —le recordé al notar que se aventuraba a tirar de mi correa.
Sonrió de lado, se mordió el labio inferior con un deseo que se podía leer en cada centímetro de su rostro, su mirada era prácticamente negra y yo conocía bien lo que sucedía cuando se mordía el labio de esa forma diabólica.
Alzó la cabeza un poco y la punta de su tentadora lengua dio un fugaz toque en mis labios. Con toda la maldad del mundo, susurró:
—Quiero que me azotes. —Realizó un movimiento de defensa que me dejó bajo su cuerpo y con ambas manos sobre mi cabeza. Yo estaba procesando qué había pasado—. Que me muerdas, me poseas, que me ahorques. Necesito que me domines.
Su declaración me dejó sin aliento, bastante duro y con ganas de cumplir sus deseos. Nunca había deseado tanto tirarla en el colchón y partirla en dos. En sus ojos se notaba el anhelo.
Comprendí que estaba cansada de ser la figura dominante en el trabajo, necesitaba una dosis que solo yo le podía dar.
Me sentí muy usado, como un juguete sexual.
—Nena, me estoy controlando como un puto loco para no torcer tu único día libre con Luis —espeté tensando los músculos.
Su respuesta fue una torcida sonrisa. Se llevó las manos al borde de la blusa, a continuación aterrizó en el piso. Admiré el par de montículos que amenazaban con salir del sujetador. Joder, un día iba a morir de un infarto solo viéndola.
Al momento de quitarse el sujetador, de pronto, se arrepintió. Dejó las manos en mi abdomen y miró el techo, perdida en los pensamientos. Algo muy chungo tuvo que haber pasado en sus recientes misiones porque estaba rara de los cojones. Le regalé un minuto un silencio para no ser un cabrón desconsiderado.
— ¿Estás bien?
Agachó la cabeza, lucía arrepentida.
—Perdón. Primero el ataque de risa y ahora uno sexual —suspiró sacudiéndose el pelo—. No estoy bien, nada bien.
Me impulsé hacia arriba hasta quedar sentado con ella en mi regazo, le recogí el pelo en la espalda, acariciando sus hombros.
— ¿Estás comiendo?
—Sí. Estos últimos días el estrés me ha desequilibrado mucho, olvido cosas con facilidad, estoy cansada y ya no sé controlar mis emociones. Quería hablar con Ignacio en plan profesional pero el sol me mareó, entré a mojarme la cara y... —Levantó la mirada a la mía, abrazó mi cuello y soltó en tono despectivo—: te vi con ella. ¿Se va a quedar aquí?
—Clarity solía trabajar para mí en función de espía, a eso ha venido.
—Así que te vas a quedar en la misma casa con una mujer a la que ya te has tirado —resolvió con seguridad—. Bien por ti.
Apreté mis labios contra su frente. No me aguanté y continué dejándole besos por toda la cara, bajé hasta el cuello y cuando llegué a la oreja, la besé debajo y la estreché con fuerza. Madison hundió los dedos en mi pelo y la cara en mi cuello, aspirando mi olor, tal cual como hacía yo.
— ¿Estás embarazada?
—Si te dijera que sí, ¿qué harías?
—Empezar a comprar pañales o acompañarte al médico si decidieras no tenerlo.
Su corta risa vibró en mi piel.
—Gracias por tu consideración, pero no estoy embarazada.
No voy a decir que no sentí un peso menos encima y que no agradecí a Alá.
—Algún día —susurré, distraído. Con mi mano subiendo y bajando en su espalda tiernamente, le conté cada detalle de lo que haríamos cuando estuviera embarazada—..., un bikini de mamá sexy en el Caribe que te deje morenita para el parto. Definitivamente muchos bikinis de mamá sexy antes y después. Puedo imaginar cómo tendrás las tetas, joder, qué gusto. Voy a tener que besarlas mucho antes de que un renacuajo me las quite.
Quise separarme un poco pero por su firmes brazos en mi cuello resultó imposible.
— ¿Nena? —La respuesta fue su acompasada respiración, confirmando que se había quedado dormida. La besé en la coronilla y cuidadosamente la acomodé en la cama como pude, era un metro ochenta un poco complicado de manejar cuando no quería soltarme—. Descansa, mi amor.
Estuve casi veinte minutos hablando con Clarity sobre el procedimiento a llevar a cabo, la razón de su estadía temporal: Val Lee, que con una pierna rota estaba en Bogotá sedienta de venganza.
—Quiero saber hasta cuántas veces caga —le ordené, contundente-—. También quiero que te comuniques con Richard y Nikolai para hacer un ajuste de equipo, que te pongas al día.
—Annika me produce náuseas, Dominic —protestó insatisfecha.
—Es la mejor científica en el campo de la genética y la biotecnología, puedes controlar las náuseas porque yo te lo ordeno.
—Annika es ambiciosa y Nikolai un ser psicópata impredecible, no dudo que esté con él para quedarse con el proyecto RX5.
—Una IA de ese calibre está bien protegida, no tienes que pensar en eso. Tú eres una espía, no una doctora que me sirva en el laboratorio.
Bufó echándose el pelo hacia atrás.
—Una perra con la suerte de ser súper inteligente, eso es ella.
—Es la perra que está creando la inteligencia artificial más poderosa que verá el mundo —agregó Ignacio desde una esquina del despacho, en un sillón dándole biberón a Louis—. Aunque también me genera cierto cosquilleo.
— ¿En la polla? —se burló ella.
Ignacio le devolvió la sucia sonrisa.
—En las pelotas.
Puse los ojos en blanco. Siempre que tenían oportunidad, se pinchaban. Era extraño que Ignacio nunca se la quisiera follar cuando se notaban las ganas.
—Ya. Si no le molesta, jefe, me daré un baño antes de irme.
—Ve, tranquila —accedí sin réplica alguna. Clarity nos sonrió a ambos de manera profesional y abandonó el despacho. Ignacio dejó de aguantar la respiración de golpe.
— ¿Le viste el...?
—Claro que le vi todo —me adelanté, suspicaz—. Inclina un poco más el biberón. Pronto será la reunión en Singapur de los tres posibles compradores de la nueva marca de la compañía, Amira insiste en hacerse cargo porque se enteró que Carter también estará allí para respaldar sus acciones con nosotros.
—Lo de Amira sí que es una obsesión de las buenas.
—No quiero dejar esa reunión en manos del rencor de Amira, y sus únicos representantes legales restantes estamos ocupados. Inclina más el biberón. Ni siquiera Audrey está en sus cabales para hacerse responsable.
—No me mires a mí —se apresuró en decir, en desacuerdo—. Sé que un tres por ciento de la compañía me pertenece, soy accionista minoritario, y lo haría si no tuviera que volar a Irlanda. Eso, sin mencionar que Andrew Carter y yo no podemos estar cerca.
—Es que a ver, le tiraste los tejos a su prometida —dije dándole la razón a Carter.
—Yo no sabía que era su prometida —aclaró rígido—. Lo siento, colega, dejaría el pasado de lado para ayudarte pero de verdad debo ir a Irlanda.
Mascullé una maldición en árabe. Amira podía ser muy CEO de Masquier, pero eso de viajar a Singapur sí que no se lo iba a permitir. Solo por su capricho obsesivo con Andrew Carter tuve que ordenar el cierre de la sede de la compañía en Nueva York, para evitar que ella encontrara excusas y así ir a la ciudad solo a verlo.
Carter había designado a una persona como su representante legal en Los Angeles, y era esa persona quien se encargaba mayormente de los encuentros personales, él aparecía solo cuando era necesario. Esa vez, decidió estar presente y Amira no quería perder la oportunidad, a pesar de que él estaba felizmente casado.
De solo recordar el incidente de su boda con Natalie Cassel, se me revolvió el estómago.
—Ni de coña. Ya encontraré a alguien. Amira no irá a ninguna parte.
—Quizás, Víctor esté libre esos días —apostó él, optimista.
—No creo en los quizás, Ignacio. ¡Inclina el puto biberón! —le grité, ya harto.
Ignacio me lanzó una sorprendida mirada, inclinó el biberón y entonces Louis siguió tomándose la leche como correspondía. Joder, me tenía inquieto ver cómo no podía beber bien.
—Algunos no somos expertos con los bebés —se justificó, relajado—. ¿Cuántos bebés has alimentado? ¿Cuatro, cinco?
—Le diste biberón a Sandra.
—Una sola vez.
— ¿Nunca le diste biberón a Idalia? —recordé a su hermana.
—Tenía cuatro años, Dominic.
—Cierto.
— ¿Qué ha pasado con Sandra? —se interesó, mientras yo leía por encima unos documentos correspondientes a Masquier—. Tío, ojalá pudiera ir a verla. Soy un pésimo padrino.
—No lo eres. Ella está muy bien, cabreada, pero bien.
—Antes de ir a Irlanda, bajaré en Londres —prometió—. Papá Víctor tendrá que soltarme a la niña un día entero.
—Estoy seguro de que Sandra estará encantada —le agradecí con la mirada—. Louis está a punto de quedarse dormido, llévalo con Keith, ella le sacará los gases. Después le echas un ojo a la bella durmiente. Yo tengo que salir en unos minutos.
Se puso de pie con un sonoro suspiro y antes de salir se detuvo frente a la mesa, dejando el biberón vacío a un lado de los papeles. Levanté la mirada, esperando una explicación.
—Te mintió.
Me miró unos segundos más, asintió con un rastro de culpabilidad en la cara y salió, dejándome pensativo. Me dejé caer en el respaldo de la silla, haciendo rodar el anillo en mi índice izquierdo. Mis ojos cayeron en el biberón. ¿Me mintió? ¿Sería tan egoísta como para negar que estaba embarazada de mí?
•••••••••••••
Madison.
Cuando desperté, sola, en una cama que no conocía, sin blusa, supe que había cometido una estupidez. Es que estoy tonta, ¿cómo se me ocurre echarme a reír, a llorar y luego dormirme abrazada como un chimpancé al hombre que tiene mi estabilidad mental hecha un lío?
En definitiva, mi cuerpo necesitaba esas tres horas de sueño. Le mentí a Dominic antes. Casi no duermo o como, estoy todo el día y noche trabajando en detener el terrorismo que ha azotado a Colombia. Cada vez estamos más cerca, hoy ha sido un día libre para todo el equipo, pero al día siguiente volveremos a salir a las calles a luchar, a ser la resistencia.
Desde que salí de la habitación y me volví a reunir con Louis, no he visto a Dominic. Quiero no comerme la cabeza preguntándome dónde está o qué hace, pero es un poco difícil controlar lo que no se puede controlar.
Echo un vistazo al reloj en mi muñeca, ya casi son las cinco, lo que significa que pronto debo despedirme del pequeño que descansa en mi regazo, sacudiendo un sonajero. Hemos paseado por los alrededores con Ignacio, saludamos a los caballos y jugamos un poco en el césped. Ahora, los tres nos relajamos en la terraza del patio trasero.
—Hoy no pudimos hablar, espero que encuentres otro hueco para vernos personalmente —me dice Ignacio, estira el brazo sobre la mesa de café y toma mi mano con cariño—. Tu trabajo es importante, pero tu salud mental también.
—Eso lo sé, aunque no lo parezca —suspiro, perdida en el resplandor del campo de flores.
Es irónico cómo estando en un mismo lugar puede haber tanta paz, tanta luz, y del otro lado oscuridad y maldad. Observar el campo de flores, recibir el aroma que arrastra el viento, es como estar lejos de la guerra, cuando en realidad solo estoy a unos cuantos kilómetros de ella.
—Me parece bien que lo sepas, engañarse a uno mismo es una intoxicación propia. Mientras más te engañes, más te enfermas por dentro. Y ese engaño, a veces puede afectar a terceros.
—Perdiendo altitud —murmuro—. Así se siente. Perdida. En un escenario donde todos estamos perdidos por el odio del que se alimenta el hombre. Loin de notre âme, de qui nous sommes.
—Es el libre albedrío que nos dio la vida y no podemos hacer desaparecer el odio, solo luchar contra él, hasta el final. Es un parásito que nunca podremos derrotar.
Muevo los ojos en su dirección. Ignacio me observa con analítica atención, su lenguaje corporal siempre es gratificante.
— ¿A qué costo?
— ¿Qué sientes cuando finalizas con éxito una misión? Cuando sabes que has salvado la vida de otras personas.
—Realización. Liberación. Gratificación.
—Ahí tienes tu respuesta. Todo tiene un propósito, Madison.
—En el FBI, cuando recibí el reconocimiento del presidente, fue porque acabé en un escuadrón militar, después de que en un operativo de rescate unos de estos defensores de la yihad e involucrados con Al-Qaeda me secuestraran y prácticamente me leyeran el Corán completo. El ejército me rescató y me quedé con ellos hasta el final, vi muchas muertes, de todas las formas que te puedes imaginar, dolorosas, sangrientas, algunas incluso provocadas por mí, pero los muertos eran hombres malos, era gente que se merecía cada puñal de dolor. Ahora, Ignacio, todas estas semanas he visto mucha gente inocente morir, personas que no son de mi país pero que de todas maneras me afecta. No sabes todo lo que he tenido que enfrentar, las decisiones que he tenido que tomar. No voy a poder terminar esto sin acabar con más vidas inocentes, y eso no me está dejando dormir.
—Necesitas mantenerte saludable, lo que haces es un esfuerzo exigente y no puedes estar sin comer y dormir. ¿Has tomado antes pastillas para dormir?
—Más de lo que crees —admito con falsa diversión.
—Te voy a recomendar un medicamento que te ayudará a descansar, ¿eres hipertensa? —Niego—. Entonces, si no estás embarazada ni tomando alcohol, te la tomarás quince minutos antes de acostarte. En cuanto al otro tema, esa es la razón por la que necesito que nos reunamos, todos esos conflictos que estás atravesando necesitamos tratarlos pronto. Entiendo cómo te estás sintiendo, entiendo la presión y la culpabilidad que te puede generar, pero recuerda que todo tiene un propósito.
Deslizo mis dedos entre los suyos, nuestras manos quedan perfectamente entrelazadas. Le sonrío de manera sincera, una sonrisa pequeña pero real. Él lleva nuestras manos unidas a su boca y me besa con suavidad. El gesto me hace explotar de amor, si fuera otra, ya habría suspirado como en las películas.
—Se siente bien poder hablar de esto contigo, Ignacio. Debiste aparecer en mi vida mucho antes.
—Ya aparecí y estaré todo el tiempo que me permitas, corazón. El pequeño cayó rendido —añade señalando con la barbilla al desastre en pañales en mi regazo.
Su cabeza descansa en mi pecho y sus manitas siguen aferradas al sonajero mientras duerme, haciendo suaves sonidos con los labios entreabiertos.
—Es perfecto, no quiero verlo llorar por tener que irme.
Ignacio se ofrece a ayudarme para evitar que el bebé se despierte, por lo que él lo toma en sus brazos con suma delicadeza y entre suaves pasos lo llevamos a su cuna. Keith ya está allí doblando una ropa recién lavada. Me despido del pequeño con un beso en la frente, mi corazón doliendo al tener que volver a dejarlo.
Bill se cruza con nosotros en el pasillo justamente cuando estaba a punto de buscarlo.
—No te me pierdas o el jefe me hace tragar mis pelotas, Madison.
—No dejaría que lo hiciera —lo tranquilizo, poniéndole una mano en el hombro—. Espérame en la camioneta, pasaré primero por el baño.
—Puedo esperarte.
—No, Bill, no te vas a quedar en la puerta oyendo cómo orino.
—Tú ganas —accede, en plan pacífico—. Solo porque el jefe no está e Ignacio está contigo.
—Nunca me ganas, ni cuando él está cerca —me burlo, viéndolo alejarse.
Se echó a reír.
— ¡Me van a matar por tu culpa algún día!
Sacudo la cabeza, divertida de sus ocurrencias. Obligo a que Ignacio se vaya detrás del pelirrojo, explicándole que tampoco quiero que él me oiga orinar, ya que tampoco entiendo por qué tanta protección si estamos en una casa segura, o quizás hay algo que Dominic no quiere que vea.
Al final, lo convenzo y me deja sola de camino al baño. Me aseguro de que desaparezca en dirección a la salida, me encierro en el baño y levanto ambas tapas del inodoro para vomitar.
Antes de dejar la casa, me desvío del camino para poder tomarme un vaso de agua y acabar con el ardor en mi garganta. Mala suerte la mía el personaje que me encuentro en la cocina.
De espaldas a mí, la rubia de antes lleva el pelo recogido y ropa deportiva de licra, prenda que no voy a decir que no me incita a mirarle el culo Hala, se lo miré. No me agrada que una mujer tan guapa esté viviendo bajo el mismo techo que Dominic.
Noto que está rompiendo un huevo y echando el contenido en una licuadora. Decido simplemente pasar de ella y agarrar un vaso del estante. Ella sonríe cuando me ve.
Joder, es muy guapa. Su presencia aquí no pinta nada bien.
— ¿Cómo estás? —pregunta amable.
—Bien —me trago el «qué te importa».
—Nada mejor que un batido saludable que acompañe el ejercicio —comenta. Me quedo en plan: tía, ¿a mí qué me importa lo que tú opines?—. A Dominic le encanta que le prepare uno siempre que ejercitamos juntos.
Mi mano alrededor del vaso se cierra con más fuerza. Coloco el vaso sobre el sensor en la nevera y el agua empieza a salir.
—No sabía eso —digo como si nada.
Clarity le pone la tapa a la licuadora, pero no la acciona, se apoya contra la encimera y vuelve a sonreírme. Me molesta que sea igual de alta que yo, prefiero cuando son de menor estatura. Sobretodo, me molesta reconocer el poder en las personas, porque ella es una de ellas.
No es como Chanel, es como yo.
—Dominic me comentó que eres la tía de Louis y la sobrina de Keith, es muy bonito que le hagas visitas a pesar de todo lo que está sucediendo.
— ¿Eso te dijo él? —me esfuerzo en hablar como si no estuviera llenándome de rabia.
—Sí, que por eso puedes venir a su casa. Él es fuerte, pero tiene bonitos gestos —asegura con una cara de enamorada que flipas.
Me bebo un trago de agua para bajar la amargura.
—Qué raro, Clarity, nunca oí hablar de ti.
—Ya sabes lo celoso y posesivo que es, le gusta tenerme solo para él a escondidas. No quiere que nadie me mire, pero eso pronto cambiará.
—Ah, ¿sí? ¿Por qué?
—Por eso estoy aquí, decidió sacarme de las sombras. —Sonríe triunfante—. Al principio estaba indeciso, sabes que no es nada dado a relaciones oficiales, pero parece que algo cambió hace una semana, porque por fin dimos el siguiente paso. Lo va a intentar conmigo, ¿no es eso increíble?
Joder, claro, y yo salto en una pierna de la emoción. Me encojo de hombros, limpiando el vaso mientras mi sistema digiere cada palabra y se transforma en un irreversible vómito.
—Tal vez de pronto le hicieron sinapsis las neuronas que creía muertas...
—En realidad, mencionó algo sobre no rogarle nada a personas que no te quieren, la superación y que primero debe terminar un rollito con otra o algo así. En fin, el punto es que ahora sí quiere intentarlo conmigo y yo con él. Definitivamente no tengo ninguna duda de que él es lo que quiero.
—Me parece increíble —carraspeo, incómoda—. Ya me tengo que ir, le comunicas a Dominic lo contenta que estoy de que empiece una relación seria.
—Hasta pronto, Madison. —Sacude la mano con una enorme sonrisa y enciende la licuadora.
El doloroso sonido de los alimentos siendo triturados pueden igualarse al sonido de lo que sucede en mi interior. ¿Que no va a rogarle a alguien que no lo quiere? Puedo sentirme relacionada con eso.
¿Me estaba metiendo mano, diciéndome que algún día tendremos un hijo, mientras está iniciando una relación gon otra? ¿No que va a terminar nuestro «rollito»? ¡No puede ser!
—Déjame ver si entiendo —exclama Catalina al otro lado de la línea. Me he encerrado en una oficina del cuartel solo para hablar con ella—. Este hombre con el que echas unos polvos te quiere para una relación seria, pero tú no quieres, entonces ahora intentará una relación seria con otra mujer, pero tampoco quieres eso.
—Obviamente no, eso me ofende.
—Entonces sí lo quieres.
— ¡Sí! —chillo molesta—. Es decir, ¡no! Me refiero a que sí quiero los polvos. El problema es que él está siendo un egoísta respecto a lo que pasó con William en no entender mi posición. Es un gilipollas.
—Chica, creo que tenemos un problema. Las mujeres solemos quejarnos de esos hombres que no te quieren, pero tampoco quieren que estés con otro, y así estás tú. Lo siento, tengo ganas de gritarte como si fueras un hombre.
Presa de mi propia ansiedad, me pongo a caminar en círculos, sofocada.
—Catalina, estoy en crisis, literalmente. Me estoy volviendo loca y para rematar el hombre que quiero me va a dejar por otra.
Detengo los pasos de golpe, repitiendo en mi cabeza las palabras que dije. El silencio se extiende entre ambas.
—Ups, se te salió, chica —se ríe por lo bajito.
Caigo de culo en el sillón perteneciente al agente Lockwood, consternada. Pongo la llamada en altavoz, dejo el teléfono en la mesa y me quito la chaqueta porque siento que me voy a ahogar.
—No puede ser —jadeo, echándome fresco con la chaqueta como una loca—. Ya no sé si es el calor o un ataque de pánico, Catalina.
—Es el perfecto choque contra el muro de la realidad, amiga. Estás enamorada.
— ¿Estoy enamorada?
—Estás enamorada.
Pongo cara de circunstancias, me remuevo en la silla, no sé por qué me quito los zapatos, subo los pies al sillón debajo de mi trasero y cambio la chaqueta por una carpeta para darme aire. Necesito oxígeno. Muevo frenética la carpeta, sin poder permanecer quieta.
—Respira —me aconseja, más que divertida la muy hija de puta—. No es tan malo.
— ¡¿Cómo que no es tan malo?! —le grito de cerca entre dientes—. ¡Estoy enamorada de un cabrón gilipollas que es prohibido para mí! ¡Es muy malo! Oh, Alá, estoy enamorada...
— ¿Alá?
—Es más grave de lo que creí si dije Alá —suelto un gemido lastimero—. Me estoy dando cuenta de muchas cosas justo ahora, es como si hubiera abierto la puerta de la maldita realidad.
— ¿Por qué? ¿Te das cuenta de que lo amas?
Jo, qué fuerte se oyen esas palabras.
—Sí lo quiero, Catalina, he estado enferma de celos mucho tiempo y hoy quería matar a la puñetera Clarity —espeto—. Me dijo que a Dominic le gusta tomarse un batido cuando hace ejercicio, y que ella siempre se lo hace porque ejercitan juntos, ¡y yo no sabía eso! —protesto en un hilo de voz, secando unas cuantas lágrimas que se me escapan—. Yo solo sé que le gusta follarme.
—Bueno, pero, saber eso no es que sea muy relevante. Probablemente tú sepas más de él que nadie.
— ¡¿Yo qué coño voy a saber?! ¡Ni siquiera sabía que le gustan los malditos batidos para ejercitar! —lloriqueo.
—Agente mía, yo ni siquiera sé cuál es el color favorito de mi bizcocho o si le gustan los batidos esos feos. —La voz juguetona de Lucas me toma por sorpresa. El lloriqueo se me pasa enseguida, dando paso al enojo—. Bizcocho, ¿haces ejercicio? Ni siquiera sé si hace ejercicio.
—Te juro que acaba de llegar —dice Catalina de rapidez, arrepentida.
—Lucas, tú no tienes derecho a opinar nada cuando tienes una maldita relación perfecta —increpo.
— ¿Auch? Agente mía, ¿pero yo qué culpa tengo de tener una relación perfecta?
Si lo dice de manera inocente, no lo capto.
—Dios mío, te odio —mascullo cerquita del teléfono—. Los odio y me caga su relación perfecta, me caga.
¡Hala! Y corto la llamada. Al instante me doy cuenta de la burrada que acabo de hacer. Me desplomo en el sillón, queriendo llorar. Ahora sí que me volví loca. Ignacio tiene razón, necesito terapia.
— ¿Qué me pasa, Dios?
Rápidamente le envío un mensaje a Catalina.
Madison: No quise decir eso, estoy alterada, mis emociones no saben en qué momento salir.
Catalina Cruz: No te preocupes, chica, lo sabemos y Lucas sigue amándote. 🤪
Respiro aliviada de que puedan entenderme. Tengo veintiocho años y mis hormonas parecen haber regresado a mis quince años.
Resoplo con las manos en la cabeza y la barbilla en mis rodillas. En algún momento tendré que salir y enfrentar la realidad, pero no por ahora. Esto de verdad está pasando, me enamoré de Dominic Sávzka.
Madre mía, si es que estoy hasta las trancas por ese capullo.
El sexo es solo sexo, la unión íntima de dos personas, es la persona quien marca la diferencia de él y le proporciona un sentido que los embargue a un camino excitante, donde el final es la cúspide del placer.
Lo nuestro nunca fue solo sexo, porque siempre sentí más que placer cuando estábamos juntos, y justo ahora, cuando lo estoy perdiendo, es que me doy cuenta.
9 de octubre del 2018.
Una demanda.
Anastasia me ha puesto una maldita demanda por el secuestro de un menor de edad.
He recibido la noticia una hora antes de salir al campamento de los responsables de una bomba explotada en un complejo de apartamentos al norte de Bogotá. Es lo que me faltaba.
— ¡Me prometiste que ibas a controlar a tu hermana y ahora cuando entre a Estados Unidos iré directamente a una maldita cárcel! —le reclamo a Ryan bastante alterada.
Estamos un poco alejados de la gente aglomerada preparándose para salir a luchar contra unos terroristas narcotraficantes. Esta mañana me he levantado con un malestar general de puta madre y alterarme de esta manera era lo último que necesitaba.
— ¡Yo no tengo una varita mágica para controlar lo que ella haga, Madison! —me grita en la cara—. Si te diste cuenta, estamos a varios países de distancia. Entrega a Louis y acaba con esto.
—No lo voy a entregar, Ryan, ¡métetelo en la cabeza! Estás loco si crees que lo voy a dejar en manos de la maldita loca de tu hermana.
Se acerca peligrosamente a mí y con un tono amenazante me habla:
—Respeta a Anastasia porque es mi hermana y me estoy cansando de tus insultos.
—Es la verdad —siseo, dándole un empujón—. Pues bien, si tengo que ir a un tribunal, iré. No será la primera vez que gane.
— ¿Que no entiendes que si no detienes esto no te van a dar al niño por la demanda del secuestro? ¡Va a terminar en servicio social! —exclama desesperado—.Lo tienes en un país que está en alerta roja. Tu egoísmo le va a dañar la vida, Madison, déjalo ir. Entrégalo y podremos decir que todo fue una confusión por la pasada desaparición de Anastasia, aún hay una oportunidad.
Es imposible, pienso repetidamente. No lo puedo entregar. En este instante mi cabeza no razona en qué podrá salir bien o qué podrá salir mal, solo tengo en repetición que no puedo parar lo que empecé, no ahora.
— ¡Agente Donovan, regrese a su posición! —recibo el regaño del comandante.
Le hago una seña indicando que espere un momento. Mis pulsaciones están aumentando por minuto y el pesado traje negro antibalas no me está dejando respirar. Me quito el casco de protección por completo.
—Olvídalo —declaro—. Dile a tu hermana que me traiga al presidente si quiere, no me importa. Louis se queda conmigo.
Ryan maldice sacudiendo la cabeza. Extiendo un brazo al costado esperando que entienda la indirecta y se largue. Cruza sus ojos llenos de furia conmigo y se marcha al grupo al que pertenece.
No pierdo tiempo en quedarme parada, me escabullo al interior del cuartel y entro al primer lugar con un teléfono: la pequeña oficina de los guardias que custodian la entrada principal. Le ordeno al que está descansando que me deje sola un momento, y apenas sale, marco uno de los números de Dominic.
— ¿Madison? —responde en tono desconfiado.
—Necesito que Keith y Louis se vayan ya mismo a Washington, por favor —hablo agitada. Echo un rápido vistazo al reloj analógico en la pared, debo irme.
—Me encuentras un poco bastante ocupado ahora y no te escucho bien, llámame después.
Frunzo el ceño, incrédula, y detectando un ligero rastro ronco en su voz que reconozco. Producto del alcohol. ¿También tendré que discutir con él? Claramente hoy no es mi día.
—Dominic, no es un juego. Necesito que los envíes.
— ¿Y tú crees que hacer viajes fantasma es un juego? No me jodas, Madison, no me puedes tener como una puta aerolínea transportando turistas.
—Pero ¿tú te estás escuchando, gilipollas? —exclamo asombrada de su reacción, puesto que hace mucho tiempo que no me dirigía la palabra así—. ¿Crees que te estoy pidiendo que lleves a mis amigas a París para ir de compras? Estás siendo un desconsiderado.
— ¿Desconsiderado yo? —espeta cabreado—. ¿Después de todas las mierdas que he hecho por ti? No, Madison, no me jodas. Después hablamos porque de verdad me llamas en mal momento.
—Mira, más momentos tendrás para tirarte a Clarity...
— ¿Como te follaste a William? —ataca con mala intención.
— ¡Maldición, Dominic! —grito exasperada—. ¡Te estoy hablando en serio! Pareces un niño, no tengo tiempo y necesito saber antes de irme que lo más pronto que puedas los llevarás a Washington. Después podrás gritarme y reclamarme de todo lo que te de la gana, que eso te encanta.
Miro el reloj. Joder, estamos a punto de irnos y yo me siento peor con cada segundo que pasa. Tonta de mí cuando creí que al menos Dominic esta vez me sería de calmante.
—Eso haré, ya mismo voy a ordenar la salida. Como siempre que hago todo lo que quieres. Puedes irte tranquila.
—Es injusto que me trates así por cosas que imaginé o que dije borracha —replico sin poder quedarme callada, harta del círculo tóxico en el que nos hemos enganchado—. No te has tomado ni un segundo en pensar en cómo me puedo sentir. Eres un egoísta.
Suelta un bufido.
— ¿Cómo coño te atreves a decir que no he pensado en ti? Aquí la única egoísta eres tú.
—Sabes que no es así, pero te gusta hacerme sentir culpable por no poder expresar mis sentimientos —le acuso, empezando a sentir que un sudor frío me baña la frente—. No te voy a rogar nada, nunca lo he hecho ni esta será la primera vez. Lo único que pido es el traslado de ellos, y más nunca te vuelvo a pedir algo si lo usarás para echármelo en cara todo el tiempo.
—No quiero que me ruegues, empezando porque sé que prefieres morir a tragarte tu orgullo.
Muerdo con fuerza mi labio inferior, un terremoto desatándose en mi estómago. Quisiera poder decirle que paremos de hacernos daño, que lo quiero así como él me quiere a mí, pero es imposible. Sigo pensando que no me merezco lo que me está haciendo, y mientras esto siga pasando no lo voy a premiar con lo que tanto quiere oír, porque eso será demostrarle que al tratarme mal yo cederé, y eso jamás será así.
—Haznos un favor a ambos y deja de jugar —añade con decisión—. Cuando superes lo que sientes por William, me avisas, porque no voy a vivir contigo y un fantasma. Estoy mamado, Madison.
—Estás terminando tu rollito, ¿no es así? —me rio, soportando las ganas de llorar y con un nudo en la garganta que casi no me deja respirar.
— ¿De qué hablas? —El comandante con una cara de los mil demonios se aparece por la oficina, sacude las manos sobre la cabeza gritándome quién sabe qué desde afuera. Lo único que entiendo es que quiere que salga, de una vez—. Madison, ¿a qué rollito te refieres?
—Adiós, Dominic —digo a toda velocidad.
—Hey, ya va. Esto es un tiempo, ¡no estamos terminan..!
Corto la llamada sin querer gastar un segundo más en ese gilipollas. Abro la puerta y lo primero que recibo es el reclamo de mi falta de autoridad y el retraso. Tomo una profunda respiración, canalizo todo en silencio. Mientras sigo sus rápidos pasos, antes de colocarme el caso, llevo dos dedos a mi cuello. Pulso acelerado bastante elevado, puedo advertirlo en lo fácil que me estoy mareando.
Lo más sensato sería decir que no estoy capacitada para ir al operativo, pero sigo adelante sin flaquear. Nada me ha salido bien en lo que va de día, al menos espero que el operativo me salga bien, después de recuperarme en el camino.
Estoy poniendo el bienestar de los demás por encima de mi salud, por mi puta madre que no soy egoísta. No como ellos creen.
Aprovecho que están ordenando la formación y corro rápido detrás de las camionetas hacia los arbustos que nos separan del denso bosque. Atravieso los arbustos y finalmente apoyo las manos en mis rodillas para expulsar de mi cuerpo el poco desayuno que ingerí. Toso y escupo botando los restos del vómito, notando la vista ligeramente distorsionada.
—Estaremos bien —jadeo—. Después de hoy empezaremos a estar bien.
claramente hay un conflicto de egoísmo por acá, me pueden decir desde su punto de vista quién creen que sea el verdadero egoísta? y creen que ella sí esté embarazada y lo esté negando o solo son coincidencias por el estrés al que está sometida? 👀
POR FIN MADISON ADMITIÓ QUE ESTÁ ENAMORADA, DIOS MÍOOO.
Por otro lado, estoy tan triste de todo el hate que le cayó en este capítulo departe de otros personajes y de lo mala que se tuvo que ir a ese operativo. Ni siquiera yo tengo buenas expectativas de lo que pueda pasar. 😩
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro