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11. Llamas

— ¿Quieres que te dispare?

— ¿Lo quieres tú?

Aparta la pistola de oro y me da un durísimo azote en la nalga que resuena en las cuatro paredes que nos rodean, deja mi piel caliente y cosquilleando. Por instinto, me froto la zona herida.

—Dolió, cretino.

—Moría por hacerlo. Ven.

Adam me informa a través del auricular que han tomado posesión de miembros de Arkan. Bill interrumpe la señal para confirmarme que Rafael está esperando a Dominic. Mi tensión se reduce dos grados. Todo marcha en la dirección correcta.

Dominic manipula la pared móvil del armario, mostrando un pasadizo detrás de las paredes. Por supuesto. Las tablas de madera débil crujen con cada pisada, advirtiendo que en cualquier momento se rompen. Avanzamos con lentitud siguiendo las manchas de sangre fresca.

—Para. Faltan tablas.

Siete tablas inexistentes, a lo sumo. Un espacio al vacío considerablemente peligroso. Estamos lejos de un suelo cubierto de tablas rotas, vidrios y basura.

—Te voy a lanzar.

—He estado en situaciones mucho peores, Sávzka.

Él me frunce el ceño, con los labios rígidos.

—Trae tu precioso culito, ya.

—Eres un mandón —protesto con fingida decepción. Permito que me quite el arma—. Échate un poco para atrás... Vale. Oye, creo que entró alguien.

— ¿Qué? —Mira rápidamente hacia atrás, distracción que aprovecho para tomar impulso y correr—. ¡Madison, joder!

Doy un gran salto y ¡plas! Aterrizo del otro lado con las manos sobre las rodillas y varios mechones de cabello fuera de la coleta. Me rio en medio de un jadeo, volteando a ver al loco que se tira de los pelos con una expresión muy cabreada. Recoge el fusil y me lo lanza.

—Maldita desobediente —gruñe, dando un extenso salto. Cae a mi lado con más gracia de la que caí yo, gracias a sus dos metros de altura, mientras yo estoy en el metro ochenta.

—Maldito mandón.

—Guapa, no creo que sea muy conveniente follar aquí y ahora.

— ¿Por qué lo haríamos? —pregunto toda inocente, siguiéndolo por las escaleras.

—Para demostrar quién de los dos manda.

—Claro, Sherlock. —Me rio, dándole un golpe con el cañón del fusil en la espalda.

—No me tientes. Me debes una mamada por lo de hace rato, te aseguro que me voy a correr en esa preciosa carita y tetas que tienes.

Trago saliva. No le contesto porque sé que le exigiré que se baje el pantalón. Mi silencio le hace gracia, pero lo ignoro. Mientras puedo, porque al final de las escaleras frena de golpe haciéndome tambalear. Gira sobre los talones y atrapa mi cintura, arrebatándome el arma.

—Súbete la camiseta.

— ¿Qué? —Dejo escapar un jadeo de perplejidad.

—Que te la subas —exige.

Observo la oscuridad en la que se han sumido sus ojos. Titubeo, soltando una tonta risa. No es momento de juegos.

—No.

Dominic entorna los ojos y su mirada se convierte en una muy decidida y amenazante. Una rápida mirada que advierte a obedecer o sufrir las consecuencias.

—Hazlo.

— ¿Estás loco?

—Sí. Súbela o te la arranco.

Furiosa, saco el borde de la camiseta negra del pantalón y la enrollo hasta el cuello. Sus labios se abren ligeramente, dejando escapar un brote de aire anhelante. Recorre cada tira de la tela que conforma la lencería hasta llegar a mis senos, cubiertos de un encaje gris que no le hace justicia al de sus ojos.

—Mías —musita, acogiendo mis dos senos en sus grandes manos—. Preciosas.

Mis labios se estiran en una sonrisa. ¡Parece un loco!

— ¿De qué coño te ríes? —cuestiona y baja las copas del sujetador.

—Le hablas a mis tetas como si tuvieran vida propia.

—A tu culo también. Me aman.

Quiero volver a sonreír pero la marca húmeda que su lengua dibuja en mi piel me lleva a morderme el labio. Mi vientre se tensa. Aprieta mis senos y los junta para comérselos con una insaciable hambre, succionando y clavando los dientes en mi piel.

—Ahora sí estoy contento —celebra, besando los múltiples hematomas que dejó en mis pobres senos—. Luego las llenaré de semen, preciosas.

—De semen —repito escéptica.

— ¿De leche?

Le doy un brusco empujón y me apresuro a reacomodar mi ropa, todo el tiempo mirándolo con ganas de asesinarlo. El muy gallito sonríe, satisfecho con su obra.

—Llenarás tu mano porque mi cuerpo no, gilipollas.

—Como digas, nena. Mueve el culo que ya nos hiciste atrasar.

— ¡¿Yo?!

—Sí, tú.

—Tienes suerte de seguir vivo, Callaghan.

¡Es imposible!

Y es obvio el por qué lo quiero lejos de mí cuando trabajo. Con Dominic Sávzka cerca no soy eficiente, me reduzco a un flan, a un cuerpo en constante excitación. La pasión y la lujuria entre nosotros convierte la tarea de «trabajar» en algo muy complicado, e imposible.

Dominic es imposible.

En los pasillos del pasadizo empieza a entrar la luz debido a los múltiples agujeros en las paredes por los disparos. Estamos rodeando la casa a través de las paredes, prestando atención a los restos de sangre fresca que cada vez son charcos más grandes.

—Aquí —susurra él, deteniéndose al borde de una pequeña puerta en el suelo.

— ¿Me das tu pistola y te quedas con el fusil?

—No, Madison.

—Uh-huh.

Levanta la puerta y de un salto bajamos a lo que es una especie de guarida. El cañón de siete armas de fuego nos apuntan directamente a la cabeza. Reconozco a Rafael, quien es respaldado por dos hombres, mientras los demás están esparcidos a nuestro alrededor.O
Observo con gracia la glock bañada en oro que sujeta entre sus dedos. No le luce, no como a Dominic Callaghan. Es otro narcotraficante de ropa cutre que utiliza muchas cadenas, pulseras y anillos de oro, como si eso le brindara algún tipo de autoridad.

El único oro en Dominic es el rolex, el anillo en el dedo índice y la pistola, y no le hace falta más. Su mera presencia es suficiente para demostrar que él manda. Una energía letal y peligrosa que se extiende en el aire.

¿Qué broma es esta, cabrón? Esta es la que mandó a Santiago al bote, la que Edu quiere.

Necesitaré que me pongan una pistola en la sien para sentarme a aprender el idioma.

Que bajen las armas, Rafael, qué hubo pues. Ella es el regalito que le tengo a Edu —dice con ese acento sexy colombiano suyo, envolviendo la mano libre en mi brazo.

Rafael hace un gesto con los dedos que indica a sus hombres a bajar las pistolas, en tanto yo escucho por el auricular que ya captaron mi señal y vienen en camino para la emboscada, mientras los hombres de Dominic crean una distracción con el resto de Arkan.

No mames. —Se ríe, enseñando unos amarillentos dientes—. Edu mencionó algo, pero no creí que fueras capaz de entregar a la morra que te has estado cogiendo. Te felicito, está como quiere la gringa.

Dominic emplea más fuerza en mi brazo, apretando la mandíbula. Genial, ya se cabreó.

No me la he estado cogiendo, déjese de pendejadas.

—Órale, güey, pues yo sí me la cogía —dice, su morbosa mirada detallando mi cuerpo. No pierdo detalle de cómo Dominic aprieta la pistola—. Si me la das a mí, me olvido que mataste a mi carnal y me salgo del trato con Śmierci.

Ya es de Edu. Ustedes sigan intentando matarme a ver si lo logran, huevón. Y mírela con más respeto si no quiere que lo mate y esto se vaya la mierda.

Rafael sonríe, sacudiendo la cabeza.

¿Por qué viniste a ayudarme, güey?

Yo no ayudo a nadie, imbécil. Vine por ella. Edu cree que es mentira que se la entregaré, así que aquí está. Sonríe, muñeca —me pide, con una arrogante mirada. Lo mato. Lanzo un gruñido y corro la cara, provocando una risa en Rafael—. Es temperamental.

Me provoca un buen, la morra, pero no se me olvida lo que le hizo a Santiago.

Disfruté tanto pateándole el culo que casi me da un orgasmo. Fue un patético rival —digo, toda chulita.

¿Qué dijo, Callaghan? —masculla, destilando rencor.

Que la mire con más respeto. —Su frase se ve interrumpida por pisadas que se acercan al lugar. Todos alzan la barbilla, echando un rápido vistazo a la puerta—. Son mis hombres. Sujétela mientras tanto, dele pues.

Bruscamente tira de mí delante de él. Pero ¿quién se cree que es? Me da un ligero pero tosco empujón que me envía a los brazos de Rafael, al mismo tiempo que la puerta se rompe y que yo impacto la empuñadura del arma contra la mandíbula del mexicano.

— ¡D.E.A! ¡Manos arriba! —Reconozco el grito de Amber.

— ¡Cabrones!

Dominic utiliza su enorme cuerpo para cubrirme, fingiendo que nos protege a Rafael y a mí ante los ojos de Arkan. El mexicano me agarra de la cola alta forcejeando conmigo. Le clavo el arma en el estómago y procedo a usarlo como escudo para matar a un tipo que pretendía disparar a un agente.

Lo que no esperaba es que Rafael me apresara de la cintura y rompiera la pared de madera detrás de mí, lanzándonos contra ella hacia un túnel.

— ¡Donovan! —brama, Adam—. ¡Muévanse!

Caemos a un duro piso de cemento donde Rafael rueda a mi lado, pero yo soy sorprendida rápidamente por cuatro macizos brazos agarrándome de brazos y piernas, corriendo lejos del lugar. Lucho lo más que puedo, pero sería ilógico igualar la fuerza de dos hombres gigantes y monstruosos.

Olvídate de Aguirre, parce. Ese man quedó atrás, esta es nuestra —dice el tipo detrás de mí.

Los labios del segundo hombre forman una diabólica sonrisa.

Vamos a disfrutarla un poco antes de dársela a Beltrán. El idiota solo quiere molestar a Callaghan y venderla al mejor postor.

—Parce, yo sí pagaría millones por este bombón.

—Qué vaina jadea, sin perder detalle de mis pechos en movimiento—. Ni juntando el dinero de ambos podríamos. Esta es la joyita que todos los mafiosos reclaman. Pujarán como nunca.

—Y por eso la violaremos , y nos saldrá gratis, parcero.

Ambos ríen.

Más pisadas se oyen detrás de nosotros, un par de veces oigo mi nombre. Corren a todo dar con mi cuerpo que no cesa la lucha por soltarme y pelear, hasta que logro librarme de un brazo y saco la navaja en el cinturón del pantalón. Lo hundo en la cintura del hombre que sujeta mis brazos, este aúlla de dolor, consiguiendo que el otro tipo se descuide y yo pueda librarme por completo pateándole la cara.

Me sacan casi tres cabezas pero mi técnica es mucho mejor. Esquivo puñetazos y golpes utilizando las manos, centrando todo mi potencial en las piernas, dándoles unos buenos golpes. Impacto el puño contra la nariz de uno, el otro me tira del pelo dándome un golpe contra la pared.

Saco la navaja de su cintura, se encoge del brusco movimiento que no dura mucho, pues clavo el filo en la cena yugular. Toda esa sangre que desciende de su cabeza por la vena sale disparada a borbotones, llegando a salpicar mi rostro, mano y la pared. Su cuerpo cae mientras lucha por taparse la herida.

El tipo restante me lanza un puñetazo que esquivo agachándome, lo embisto con el lateral de mi cuerpo y utilizo todo mi potencial para lanzarlo contra la pared, dándole un rodillazo en las costillas y clavando la navaja en su muslo derecho. Sin embargo, él se suelta de un tirón, me gira y envuelve mi cuello con un brazo, asfixiándome.

Fallé la altura en la que clavé la navaja, no dañé la arteria femoral.

De reojo, distingo a Dominic correr hacia nosotros con la furia de un toro, transpirando como un loco y con los ojos inyectados en sangre. Su cerrado y poderoso puño choca contra todo el rostro del tipo, el cual me lanza al piso y caigo sobre mis rodillas y manos. Toso recuperando los niveles de oxígeno que robó de mis pulmones y que dejó mi garganta ardiendo.

Palpo el cemento bajo mis dedos, con los ojos empañado. Puedo oír el brutal sonido de sus puños golpear sin cesar a su oponente, su respiración brusca y los gemidos de su víctima, pero el sonido se distorsiona a medida que mi visión empeora y todo me empieza a dar vueltas.

Un hilo de sangre desciende por mis labios, dejándome un sabor metálico. Torpemente busco el origen del brote. Rozo mis fosas nasales y la humedad que consigo me indica que tengo hemorragia nasal. Sangre que me limpio con el antebrazo.

Mis ojos crean una doble visión con cada movimiento que intento dar para ponerme de pie, lo que me obliga a caer en la misma posición.

Ahogo un doloroso gemido mientras lucho contra la naturaleza de mi propio cuerpo y cerebro para levantarme. Sigo viendo doble, movimientos lentos, pero de igual manera ataco al monstruo cuando veo el gancho que le propina a Dominic. Emito un ronco bramido saltando a su espalda.

Todo sucede en una milésima de segundo. Le rompo el cuello. Dominic le golpea en las costillas. El tipo se arrebata la navaja y la incrusta en el hombro de Dominic, arrancándole un gemido quejumbroso. Me suelto del cuerpo antes de que caiga sobre mí y centro toda mi atención en el hombre que se sujeta el hombro entre maldiciones.

Una sensación de impotencia y malestar estomacal se apodera de mí al detallar los rasguños y moretones en su rostro, el círculo de sangre que ha manchado la camisa blanca. Repaso la cara del recién fallecido, está destruida y bañada en sangre. Bien, me alegro.

—Joder, maldito cabrón parecía la reencarnación de un puto dinosaurio.

—No muevas el hombro —le indico, dando débiles pasos—. Dominic...

—Madison, ¿qué tienes? —Suena preocupado—. Estás pálida. Mírame.

—No te saques la navaja... —susurro, aturdida.

—Joder, para ya. Voy a sacarte de aquí.

Abro la boca para indicarle que tiene que verlo un médico, no para de sangrar, pero mi estabilidad vuelve a fallar y no tengo el control de mi cuerpo para evitar caer hacia delante, siendo rápidamente sujetada por él.

Estoy muy mareada y soy incapaz de mantenerme de pie. Dominic me carga en sus brazos, moviéndose con rapidez por el túnel. Mis dedos se aferran de manera floja a su camisa, tratando de pronunciar algo o poder mirarlo. Quiero ordenarle que me suelte porque mi peso no es bueno para la herida en su hombro, pero de mi boca solo escapan entrecortados jadeos.

La brillante y cegadora luz del día es un golpe para mí. Escondo el rostro en su pecho, cabeceando. Quiero dormir.

— ¡¿Qué le pasó?! —grita Ryan, alterado.

Mi laxo cuerpo es reposado en la parte trasera de una camioneta, puedo ver los distorsionados reflejos de hombres pululando alrededor, pero sigo sin entender lo que dicen. Me cuesta mantener los ojos abiertos.

—Tranquilízate, Callaghan. —La voz de Amber me indica que ya estamos en marcha—. No es la primera vez que usan su cabeza como saco de boxeo.

— ¿Esperas que esa mierda me tranquilice?

—Es un mareo, ya le revisé las pupilas y el pulso. Está aturdida. Luchó por no desmayarse, se forzó y eso la perjudicó. Desmayarse es inevitable, no sé cómo hizo ella para evitarlo... Ya se le podrá hacer una tomografía computarizada, pero no es nada grave. Se estabilizará.

—Vaya apoyo de mierda.

—Tu hombro —consigo balbucear, intentando levantar la cabeza. Unas delgadas manos me vuelven a recostar.

—No te esfuerces más, Madison, parece que fuera tu primera vez.

—Estoy bien. —Su comprensiva voz me funciona como la amiodarona a la fibrilación—. Haz caso y relájate, sigues tensa.

Sin importarme un rábano la presencia de Amber o quién más esté con nosotros, busco el tacto de su mano a ciegas, enredando mis dedos con los suyos. La reconfortante cercanía de su mano en la mía, me permite descansar.

Parpadeo despacio varias veces, acostumbrando mis ojos a la luz blanca del lugar donde estoy acostada. Los recuerdos de mis últimos minutos con la consciencia plena me aturden de golpe y un gemido brota de mi seca garganta. Masajeo mis sienes.

Joder, mi mente no procesa nada después de que el monstruo me lanzara al piso.

—Hey, bella durmiente. —El aliviado rostro de Ryan aparece en mi campo de visión.

— ¿Dónde está Rafael?

—Atrapado. Lo tenemos.

Exhalo aliviada. Pensé que la había cagado.

— ¿Qué me pasó?

—Tuviste un mareo, te forzaste y eso te aturdió, pero ya estás bien, princesa. Estás en mi dormitorio, te he estado vigilando —murmura, sonriéndome con cariño.

Dios mío, ¿cuánto tiempo llevo dormida?

Aparto las sábanas de mi cuerpo de un tirón y me levanto con mi agilidad ya recuperada, sin importarme Ryan y su repentina actitud de novio protector.

—Madison, tienes que descansar —protesta.

—Ya estoy bien —mascullo, dando rápidos pasos.

— ¿Por qué te mareaste?

— ¿Tal vez porque no he comido nada o porque me estrellaron la cabeza contra una pared de ladrillos? Vaya, Ryan, pues no lo sé.

Cierro la puerta con un sonoro golpe. Es mi ex y todavía me asfixia.

Entro a la oficina central del cuartel abriendo las puertas de golpe. Los ojos exhaustos del comandante y Sam se fijan en mí, expectantes de la primera reacción de esta mujer loca que entró sin avisar.

—Necesito un maldito café.

—Gracias a Dios estás bien —aplaude, Sam.

El comandante se pone de pie y avanza a la cafetera sobre la encimera en una esquina. Tomo asiento en la alcochonada silla y espero pacientemente que me entregue la taza con café.

—Agente Donovan, nos dio otro buen susto.

— ¿Dónde está Rafael? ¿Qué pasó con Callaghan?

—Rafael Aguirre y su séquito van de camino a México. El médico del cuartel curó la herida de Callaghan y supongo que andará por cualquier rincón. Aseguró que no se iría hasta que usted despertara —dice con una chispa de ironía.

Retengo las ganas de suspirar por el obvio bienestar que supone para mí saber que él está bien. La cabeza de Arkan ha sido eliminada del juego y Dominic está bien. Por el momento estamos bien.

—El Fiscal General aceptó que usemos el satélite Gaxla más rápido de lo que pensamos, y Eduardo Beltrán ya se comunicó con Callaghan. Hicieron un buen trabajo. Cero muertos de su equipo de la SSU.

—Gracias, señor —carraspeo, bebiendo el resto del café de un trago. Luego miro el reloj analógico en la pared—. ¿Ya puedo irme? Estaré aquí temprano.

El comandante señala la puerta.

—Vaya a descansar, agente. Temprano seguiremos con Eduardo Beltrán, deberá encargarse del alistamiento y estructura operacional de la SSU.

—Cuídate —agrega Sam con una sonrisa.

Un asentimiento es suficiente para mí como muestra de agradecimiento por su preocupación. Recojo mis cosas y escapo de ahí procurando no cruzarme con Ryan. No quiero discutir por trigésima vez sobre nuestra relación. Salgo al exterior del cuartel, inhalando el aroma que me ofrece el viento de la fresca noche.

Un chicle explota detrás de mí.

Mi mentón toca mi hombro al mirarlo, el pelirrojo vestido con un traje completamente negro y lentes oscuros me sonríe con guasa. Sin decir nada, me quita el maletín de cuero y la bolsa de gimnasio de las manos.

—Vámonos, muñeca —anuncia, guiándome a una camioneta.

—Vuelve a decirme muñeca y te corto la lengua. No sería mi primera vez.

Sonríe y explota otro globo de chicle. Debería saber que no miento.

—Concéntrate en tranquilizar a tu novio antes de que mate a alguien, el más cercano soy yo y ya tengo suficientes amenazas de muerte suyas. Puedo morir hoy si no haces tu trabajo de novia.

—No me lo voy a tirar contigo ahí viendo.

Él se ríe sorprendido por mi descaro. Pobre pelirrojo, le hace falta una mujer como yo.

Bill abre la puerta trasera para mí justo en el momento que la figura de Ryan sale del cuartel, mirando hacia los lados. Entro de un rápido salto. Los brazos de Dominic me rodean al instante, llevándome a su regazo. Rodeo su cuerpo con la misma intensidad. Coloca una mano en mi nuca, presionando los labios contra mi frente sucia un buen par de segundos. Me invade una emoción sanadora.

Ni cuando herían brutalmente a William en el campo sentí una preocupación tan estremecedora como la que sentí por Dominic.

—Tuve veinte infartos en cinco minutos, mujer —me regaña.

—No he comido nada en todo el día.

Su suave mirada grisácea se transforma en una gélida oscuridad hostil, los músculos de su mandíbula contrayéndose y ese rictus de sus labios es el inicio de un buen cabreo.

— ¿Cómo que no has comido nada?

—No tuve tiempo de sentarme a comer, Dominic.

—Y una mierda. Es tu salud la que estás poniendo en riesgo.

Ignoro el mismo cansón sermón de toda mi vida y aparto la tela de la camisa en el hombro para echarle un vistazo a la herida. La gasa que la cubre está manchada de sangre, necesito limpiarlo y ponerle otra gasa.

— ¿Cómo te sientes? —pregunto buscando el tacto de su piel bronceada, pero él detiene mis muñecas antes de que pueda rozarlo.

—No.

Arrugo las cejas. Me está frunciendo el ceño de esa manera distante y fría, sin mencionar que me está negando el derecho de tocarlo.

— ¿Ya no puedo preocuparme por ti? —pregunto despacio—. Tienes suerte de seguir conservando la movilidad del brazo.

— ¡Estoy furioso contigo! —grita, echando chispas por los ojos—. ¿Cómo se te ocurre salir a hacer de héroe sin comer?

— ¡Era un mareo que empeoró por forzar mi cuerpo  porque me preocupé por ti! —le devuelvo el grito, cabreada, dándole un puñetazo en el pectoral para bajarme de su regazo. Le doy otro puñetazo en el brazo—. ¡Gilipollas!

— ¡No me grites! —ruge.

— ¡Tú me estás gritando por una estupidez!

— ¿No comer en todo el maldito día es una estupidez? —cuestiona, estupefacto.

Me cruzo de brazos y desvío la mirada a la ventanilla. Nos hemos estado gritando en la presencia de Bill, que maneja la camioneta y finge no tener oídos. Menudo par de locos debe pensar que somos.

De tener una fractura, hemorragia interna u otro daño, lo sabría y no estaría ahora mismo con los sentidos bien despiertos después de tanto tiempo. Es una contusión, desaparece con analgésicos. Estoy casi segura de que tengo un bajo nivel de glóbulos rojos y hemoglobina en la sangre, eso ocasiona que el cuerpo no reciba suficiente oxígeno y produce fatiga, palidez, mareo, cansancio, entre otras cosas.

Es anemia.

Se debe a los bajos niveles de RBC¹. Haber tenido sangrado nasal es otra confirmación. Eso es todo, lo sé porque no es la primera vez que me da anemia por mi rechazo a la comida.

—Voy a comer —alego, diplomáticamente.

— ¡Es lo menos que podrías hacer! —Otro furioso grito que me hace apretar los dientes.

—Odio que me griten. No soy un catalizador. Si quieres distribuir tu enojo, bien puedes pegarle a las paredes como hacen ustedes los machotes, pero a mí no me vas a gritar.

Dominic conecta su mirada con la mía, sé que debo estar reluciendo el desafío porque lo triplica. Me mira esperando que ceda a este reto, pero si él es bueno para mantener la tensión, yo lo soy más. Mi interior da un brinco de alegría cuando él es el primero ceder a mí, notando cómo su alterada respiración se reduce y el negro furioso de sus ojos disminuye.

—Me vuelves loco —dice entre dientes, entre la rabia y la impotencia. Levanto una ceja, calmada—. Eres una mujer desobediente, desafiante, terca, insolente, insensible, arrogante. ¿Quieres que me vuelva loco por completo? Pues lo estás logrando.

¡Será creído!

Posiblemente no sepa el esfuerzo que significa para mí dejarme llevar por unos sentimientos que enterré hace tantos años, lo difícil que es volver a explorar la preocupación y la necesidad hacia un hombre que no sea mi padre. No lo sabe y está echando mi esfuerzo por tierra.

Yo no soy así, yo no me juego la vida por alguien más, yo no encuentro bienestar en otra persona que no sea mí misma, yo no me preocupo por limpiar y cambiar una puñetera gasa si no es mía.

Yo solo me intereso por mí misma.

Quiere que me abra, pero al mismo tiempo me obliga a cerrarme y quedarme en mi zona de protección.

—Te vuelves loco tú solo. Llévame a la casa, tengo que trabajar.

—Maldición. —Le da un puñetazo al asiento que, si bien no me asusta, me sorprende un poco—. Trabajar. Después de lo que pasó quieres ponerte a trabajar. Es magnífico.

Noto el rápido, muy fugaz, vistazo que Bill nos echa a través del retrovisor. Igual le pedimos su opinión para que haga de terapeuta de pareja.

—Verás, yo no tengo dinero para limpiarme el culo como tú.

—Mi dinero también es tuyo.

—Serás tarado —resoplo—. No acepto dinero de mi padre, mucho menos el tuyo. Además, amo lo que hago.

—Vas a comer y tu precioso culito irá derechito a la cama, punto.

Miro su perfil. Los moretones ya no están tan vívidos como antes, pero sigue manchado por ellos, y aún así luce terriblemente guapo con su expresión de cabreo y seriedad total.

—No podrás obligarme.

—Te obligaré, romperé tu portátil, quemaré tu placa y escribiré la carta de renuncia.

—Hoy no te quedarás conmigo —aclaro. Se vuelve para mirarme con las cejas arqueadas—. Ni hoy, ni mañana, ni nunca.

—Ah, ¿no?

—No me da la maldita gana. Si quieres seguir mintiéndome, hazlo, pero lo harás sin mí de por medio.

—Yo no te mentí, omití asuntos porque tus jefes acordaron que ellos te lo dirían y se suponía que tú y yo no teníamos comunicación.

—Sabías quién me quiere matar, que venía a Colombia, y no me dijiste nada. ¡Tú nunca me dices nada! —le reprocho, la agitación en mi pecho aumentando—. Mataste a Simón, me engañaste sobre Lucas, mientes sobre quién es Sandra. ¡Me mientes, mientes y mientes! —exclamo gesticulando con las manos, muy furiosa.

—Si te lo decía, Eduardo Beltrán hubiese sabido que yo di el chivatazo porque era el único en saberlo y que tengo relación con la DEA. Las cosas se habrían puesto peor, Madison...

— ¡Lo peor es que sé con toda seguridad de que me mientes en muchas cosas más! Pero estoy ahí como una imbécil porque me gusta que me lleves a la cama, porque es el único maldito momento en que no me mientes, que de verdad estoy contigo y que te siento real. Afuera de la cama, no queda nada, así que ya no me interesa la cama o lo que tenemos fuera de ella.

La incomodidad de Bill puedo sentirla desde acá, pero hoy no es mi día; exploté en el trabajo y en mi vida íntima delante de otras personas. No es mi mejor día.

— ¿Estás terminando conmigo? —arrastra las palabras con incredulidad.

— ¿Qué podría terminar si no tenemos nada excepto sexo?

— ¿Podrías hacer el favor de controlar tu boca?

—No me nace de los ovarios, gilipollas.

Me sorprende tirando de mi brazo bruscamente. Atrapa mi nuca y choca mi boca contra la suya. Se me escapa un gemido con la arrebatadora caricia de su lengua enredándose con la mía. Me besa profundamente y yo entiendo lo que me quiere decir con él.

Se separa despacio, besando mi labio inferior. La mano que sujeta mi mandíbula se vuelve floja, pasea el pulgar por mis labios húmedos, mirándome con un gris intenso que me altera los sentidos.

— ¿Mentí?

—Tus besos nunca mienten. Tú sí.

Deja caer la mano con un sonoro suspiro. Se echa el pelo hacia atrás y clava la vista al frente, con un tic en el pie. De no estar Bill tan presente, sé que ya me estaría follando.

—Es mi hermano, no trabaja para mí.

Cierro los ojos, sonriendo de lado. No necesita especificarse, sabe que yo lo sé.

—Por supuesto que lo es —bufo divertida.

Las manos me pican por estrellársela en la mejilla, pero no, no frente a Bill. Él pertenece al círculo laboral, y nuestra vida íntima es nuestra, el pelirrojo ya está escuchando lo suficiente como para añadir eso. Soy razonable, en otro momento se la daré.

Si por un momento pensé dejarlo pasar, he cambiado de idea. Lucas es Sávzka. El puñetero hermano de Dominic. Ya que estamos, debería sacar el pentotal sódico e inyectárselo para ver qué más me oculta.

—Madison, déjame...

—Tú me vas a dejar en paz —le corto, con la voz endurecida—, porque estoy harta, de ti y todo el mundo. Te felicito, te has reído como nadie jamás en mi cara.

—Chorradas, nunca lo he hecho. Él quería cambiar de aire y yo aproveché la situación, no quise que entablara una relación contigo pero Lucas es muy cabezota. Ya no se trata de mí, es él quien quiere protegerte. ¿Cómo coño te decía que es mi hermano?

Porque lo habría arrestado por infiltración en una agencia federal y ser cómplice de Dominic Callaghan. Eso habría hecho cuando todavía gozaba de sentido común, antes de que este árabe trastocara mi mundo.

Ahora no solo soy cómplice de Callaghan, obstruyendo la justicia; también soy partícipe de la identidad de un infiltrado en la agencia. Mi juramento se deshace poco a poco, y necesito alejarme de la razón de ello para razonar.

— ¿Es parte del cártel?

—No.

Suspiro.

— ¿Por qué me lo dices ahora?

—Porque me terminaste —aclara como si fuera obvio.

Ya ne zakonchil s toboy, potomu chto u nas nichego ne bylo² —me burlo en ruso.

—Deja de decir de una maldita vez que no tenemos nada.

Mais je dis la vérité, spécimen

— ¡Y deja de hablar en otros idiomas!

Arqueo las cejas. Las chispas de fuego continúan bailando en sus grises ojos, buscando intimidarme y controlarme. Envuelvo mechones de pelo entre mis dedos y le dirijo un gesto de superioridad, alzando la barbilla. Tiene efecto en él. Se echa ligeramente hacia atrás.

—Bill, ¿crees que tu jefe y yo tenemos algo?

Los ojos claros de Bill brillan de diversión a través del retrovisor.

—Por supuesto.

— ¿Ves? —dice Dominic, hinchando el pecho con orgullo.

—Bueno, entonces terminamos lo que sea que teníamos.

Frunce el ceño.

—Y una mierda.

—Tienes vía libre con Audrey, Cami, Luisa y no sé, todas las frescas que se te ocurran —digo entre dientes, contrariada de mis propias palabras. No quiero que tenga vía libre.

—Ninguna de ellas...

— ¿Te lo hará como yo? —Sonrío, dedicándole una pícara mirada—. Lo sé.

—Ninguna de ellas me hará sentir vivo.

Trabajo en ocultar el nudo que se forma en mi garganta e intento tragar. Si soy conocida por mi mala fama en relación a los hombres, es por algo. Los trato como seres inferiores, a mi disposición, y así tiene que continuar.

—Qué lástima por ti —digo con perfecta calma e indiferencia.

Ahogo un grito al ser sorprendida por sus grandes manos agarrando mi cintura, tirándome en el asiento debajo de él en un movimiento rápido y certero. La brusca caída, a pesar de ser sobre un asiento, genera una ráfaga de dolor en mi columna. Tal vez sí deba descansar.

Dominic me agarra de las mejillas con una mano, con la otra sujeta firmemente mi cabeza, estando nuestros rostros a pocos centímetros de distancia. La decisión en su mirada es contundente. Bill ha desaparecido, somos solo él y yo, en nuestro pequeño mundo peculiar.

—Te quiero —gruñe, rabioso—. Te quiero como un desquiciado. Te acoso, te observo como un pervertido, le hago fotos a tu culo y te beso cuando estás dormida. Te he robado tres bragas y un sujetador, huelo tu pelo como un enfermo, le hablo a tus tetas y compré la fragancia de vainilla que usas para olerte cuando no estoy contigo. Me hago pajas pensando en ti, le compré gilipolleces a tu gato en mi casa y mandé a construir otro espacio en el vestidor para ti. Todo porque, sí, estoy muy loco por ti —declara, tras una profunda respiración—. También te robé un vestido muy carente de tela y lo boté. Ya sariq miniy dhatiin ah ya habibi. Créeme que no dejaré de cometer locuras porque siempre estarás conmigo, siempre nos volveremos locos, y siempre te voy a querer.

Mi cerebro deja de funcionar un breve momento, en el que no sé cómo continuar respirando o parpadear. Lo último que ha dicho arrasa con las locuras que confesó, es lo único en lo que me enfoco. Y lo más triste es que me encantaría pensar igual.

—Devuélveme mi ropa interior —murmuro—. Eres un pervertido.

—Lo soy.

Sonríe de lado. Suaviza el agarre en mis mejillas y brinda una tierna caricia en mi frente, tomando con extrema dulzura mis labios. Mi corazón golpea tan fuerte que temo experimentar una asistolia. Hay algo maravilloso en un beso tan especial, no sé si es la manera en que acoge mi labio inferior con lentitud o el amor que me transmiten nuestros labios unidos, inmóviles, pero es maravilloso. Muchísimo más que hacer el amor.

Es un beso. Un corto y simple beso.

—Bill, ¿crees que tu jefe es normal? —levanto mi voz ligeramente ronca.

—Ni de cerca.

Dominic entorna los ojos con desagrado, pero no rompe nuestra conexión.

— ¿Crees que tu mentiroso-compulsivo-jefe me quiere?

Escucho la suave y bajita risa que emite.

—Como un puto loco, señorita.

—Es la verdad —dice mi loco y prohibido espécimen, besándome de nuevo.

Hago acopio de mi fuerza de voluntad para no caer redonda en sus redes y suplicarle que me lleve a la cama más cercana que encontremos, o en dado caso, le demos un espectáculo porno en vivo a Bill.

Je préfère l'illusion de t'avoir.⁵ —le susurro, colocando la mano en su mejilla—. Llévame a la casa.

—No sé francés.

—Ya lo sé —respondo con tristeza.

—Hablame sobre el ADN.

Lo miro con extrañeza. Me tiene tumbada debajo de él, teniendo una conversación profunda y ¿sale con eso?

—Es una molécula llamada ácido desoxirribonucleico, contiene las instrucciones biológicas que hacen de cada especie algo único, pasan de los organismos adultos a sus descendientes durante la reproducción. Para formar una hebra de ADN, los nucleótidos se unen formando cadenas, alternando con los grupos de fosfato y azúcar. Los cuatro tipos de bases nitrogenadas encontradas en los nucleótidos son: adenina, timina, guanina y citosina. El genoma humano consta de tres mil millones de bases organizados en veintitrés pares de cromosomas, conteniendo alrededor de veinte mil genes.

Se muerde el labio, pensativo.

—Dime los elementos gases de la tabla periódica.

— ¿Qué te pasa? —Me rio.

—Dímelo —pide con avidez.

Suspiro.

—Hidrógeno, nitrógeno, oxígeno, flúor, cloro, helio, neón, argón, kriptón, xenón y radón. Dominic, en serio, ¿por qué me preguntas todo esto?

—Porque hablas mil idiomas, eres una cerebrito y me voy dando cuenta de que eso me pone muy cachondo —confiesa, presionando la ingle contra mí.

Por Dios, tiene una erección. ¿Cómo hemos pasado de una conversación seria de separación a esto?

Pongo los ojos en blanco, emitiendo un resoplido exhausto y le empujo del pecho para regresar a la posición inicial, sentados. Me cruzo de brazos, dispuesta a aplicar la ley del hielo desde ahora.

—Bill, ¿cuántos idiomas hablas? —pregunta con sumo interés.

—Dos, jefe.

—Psst, patético. Madison te gana.

Sacudo ligeramente la cabeza.

— ¿Cuál fue tu promedio? —inquiere Bill, echándome vistazos por el retrovisor.

—Noventa y nueve en preparatoria; cien en la universidad.

El pelirrojo suelta jadeo de estupefacción. Dominic, para nada sorprendido, se encarga de enumerar a Bill las razones de porqué fui la mejor, en tanto yo permanezco callada y ajena a los detalles.

Sí fui la primera en el cuadro de honor, pero no porque quise o por ser dotada, estuve allí por obligación. Fui presionada y obligada a explotar mi cerebro de información, no de una bonita manera. Eso no es algo digno de recordar.

Dominic se inclina para observar por la ventanilla a mi lado la fachada de la casa. Los dos guardaespaldas están atentos a la camioneta y preparados para lo que sea.

—Más te vale subir tres kilos para mañana o tendremos problemas. Y vete a dormir, joder.

Recojo mis bártulos con un largo suspiro.

—Adiós.

Abro la puerta y lo miro por última vez, con un ácido sabor en la boca y un malestar en el estómago. Quiero cambiarle la gasa, besarle los moretones y dormir en su pecho. Quiero, solo eso.

Joder, soy una ñoña.

Me trago el cúmulo de sentimientos que me produce sus grisáceos ojos perdidos y cierro la puerta.

El amor duele, el verdadero amor no es perfecto ni ideal, es doloroso. El amor no es un sentimiento genérico, se adecua a dos personas, y entre él y yo hay dos vidas totalmente diferentes, imposibles de fusionarse.

Así es el amor. Un hijo de puta que te pone a prueba, te hace luchar, sufrir y llorar para quizás alcanzar la felicidad, solo quizás. Es una guerra en la que yo no volveré a participar.

Encuentro a Keith en la cocina haciendo magia con verduras y pechugas de pollo, huele tan delicioso que mi estómago ruge del hambre y me obliga a pedirle que haga otra ración, también para mí. Luego le pregunto por el niño.

—Está bien. En cualquier momento despierta con hambre.

—Iré a despertarlo —decido, sacando del armario el pote de leche materna y el biberón—. Yo me encargo de su cena.

—Como tú quieras, linda. —Me sonríe con dulzura.

Masajeo mis hombros de camino a la habitación de Keith, flexionando mi cuello tenso. Un destello rojo en la terraza me llama la atención antes de cruzar en el pasillo que conduce a las habitaciones. Las puertas están cerradas, pero son de cristal blindado, por lo que a pesar de la baja iluminación distingo un cuerpo de rodillas en el muro del balcón.

Se pone de pie y por el perfil de su cara, lo reconozco como uno de los guardaespaldas y me tranquilizo, pero el salto que da por el balcón y la luz roja titilando en el muro activan todas mis alarmas.

— ¡Keith, llama a los guardaespaldas en la entrada, es una emergencia! —grito corriendo a la terraza.

Vaya sorpresa me llevo al encontrar a un guardaespaldas tirado dentro del jacuzzi lleno de agua, inconsciente. Corro a él para verificar el pulso en la yugular. Nada. Murió ahogado.

—Maldición.

Me apresuro en inspeccionar el dispositivo colocado en el muro, que marca una cuenta regresiva de cinco minutos. Enseguida identifico el tipo de explosivo.

Claramente, una bomba de trinitrotolueno a tiempo. Reviso con cuidado el explosivo, uno que no a legua no es casero, ha sido preparado por manos expertas.

— ¿Qué suce...? —La voz del hombre muere al visualizar el instrumento que tengo al lado.

Cuatro minutos restantes.

—No puedo desactivarla, de alterar cualquier mínima cosa, explotará —le explico—. Cuatro escapó, Tres está muerto.

El guardaespaldas castaño, llamado Dos, reacciona al instante y corre a dar indicaciones a su compañero entre gritos para abandonar la casa.

Honestamente no iba a ponerme a recordar sus nombres, así que los nombré del uno al cuatro. Mucho más fácil de recordar.

Keith está con las lágrimas agolpadas en los ojos, pero calmada y atenta a mis órdenes de que agarre a Louis y salgan de inmediato. La pobre se va corriendo a la habitación al mismo tiempo que la puerta principal se abre de golpe y aparece el pelirrojo, detenido por Uno contra la pared.

—Déjalo y sigue recogiendo lo que te ordené —le indico. El hombre gruñe y suelta a Bill para correr a la sala, donde está todo mi equipo de trabajo—. ¿Qué haces aquí, Bill?

—Estábamos hablando algo antes de irnos, vimos a un tío rodear la casa, luego a Keith gritar y los guardaespaldas entrar corriendo. Dominic me envió. ¿Qué está pasando?

—Era un infiltrado, dejó un explosivo a punto de estallar.

Bill abre los ojos al máximo.

— ¡Joder, mujer, vámonos!

El llanto de Louis se hace presente. Luce asustado y confundido por el jaleo y los gritos. Bill se lo arrebata a Keith, la sujeta de la mano y la apremia a salir. Más tranquila de que ellos estén a salvo con Bill, me pongo a lo mismo que los guardaespaldas.

Guardo todo lo que puedo, contando mentalmente el tiempo que nos quedan. Uno y Dos se encargan de recoger todo mi material importante de trabajo, mientras yo tiro de cualquier manera mis pertenencias, las de Keith y Louis en las maletas, tan rápido que no sé ni lo que meto.

Un minuto.

Inhalo profundamente.

—Ya metimos todo en la camioneta del pelirrojo. —Aparece Dos, jadeante, en el umbral de la puerta—. Él se llevó a Tres.

—Bien. Toma. —Le entrego las dos grandes maletas, quedándome yo con la pequeña de Louis.

Corro detrás de él hacia la salida, pero justo en la puerta freno de golpe y él no se da cuenta.

El neceser con mis mil medicamentos.

No recuerdo haberlo metido en la maleta. Ni siquiera entré al baño, donde está.

Dejo caer la maleta y regreso con el corazón golpeando furioso en mi pecho. En ese neceser no solo están los medicamentos, está parte de mi vida. Es un neceser que no se ha separado de mí durante más de diez años, donde guardo todo respecto a mi salud.

No lo puedo dejar.

— ¡Madison! —Reconozco la dura voz de Dominic mientras entro como un torbellino al baño. Abro la última gaveta y mi ansiedad disminuye al sujetar el abultado neceser contra mi pecho que sube y baja rápidamente por mi alterada agitación—. Estás loca, mujer.

De repente soy agarrada en sus enormes brazos y caigo sobre su hombro sano con un gritito. Pretende salir corriendo cuando por el rabillo del ojo noto mi caja de maquillaje al lado del diván.

— ¡Espera! —chillo pataleando—. ¡Allí está mi maquillaje!

—Te voy a matar si no explotamos aquí —siseo.

Bueno, es muy importante para mí mi medicamento y mi maquillaje.

Se mueve veloz y ágil como una gacela al atrapar la caja y salir corriendo. Esto debe a estar a pocos segundos de explotar. Reboto sobre su hombro gracias a los rápidos movimientos, le pediría que me baje pero cada segundo es importante, no puedo perder más tiempo.

Lo último que veo es la gasa de Dominic volar frente a mis ojos antes de que el fuerte estruendo de la explosión nos empuje a presión contra el cemento de la carretera, con las llamas a poca distancia de mi cara. Tanto que llego a sentir el intenso calor del fuego que por poco nos alcanza.

Dominic halla la manera de protegerme con los brazos y girar el cuerpo para aterrizar en la carretera conmigo sobre él, quien se aferra a mi cuerpo salvándome del golpe.

—Dios —susurro con los oídos sensibles y la visión dificultosa. Entre el humo naranja que se cierne sobre nosotros veo la caja de maquillaje a pocos metros. Toso, culpa del humo, y paso a analizar el rostro manchado de carbón del árabe—. Dominic...

— ¿Estás bien? —jadea, haciendo una mueca de dolor cuando me muevo sobre él para intentar levantarme.

Observo sobre el hombro el fuego que consume completamente la casa, que ha hecho vibrar el piso y detonado gritos aterrados de los vecinos. A quienes por suerte no les alcanzó el fuego, pero lo hará si los bomberos no llegan rápido.

Vuelvo a mirar al frente.

No hay camioneta. La calle está vacía, a excepción de los nerviosos vecinos saliendo de sus casas.

— ¿Dónde está Louis?

—Le dije a Bill que manejara hasta el final de la calle. Tranquila.

—Louis —pronuncio con culpa y congoja—. Estuvo a punto de morir...

Las manos de Dominic sujetan mis mejillas con suavidad, atrayéndome a sus carnosos labios para darme un corto beso.

—Shh. Él está bien, cariño.

—Por mi culpa... Si yo... Si hubiese llegado más tarde... Yo lo traje, yo...

—Cállate —demanda—. Él está bien y tú estás bien, punto.

— ¡Oh, por Dios! ¡¿Están bien?!

Ignoro la preocupada voz femenina que se acerca y me pongo de pie, apretando el neceser.

Estamos bien, no se preocupe. ¿Llamaron a los bomberos?

— ¡Sí, sí! ¡Qué susto! ¿Está bien la señorita Jessica? Se ve que cojea.

Me limpio las manos en el pantalón sintiendo una presión en la rodilla izquierda, pero aún así continuo  hacia la caja de maquillaje intacta, aunque varias cosas debieron romperse adentro. Pero estamos bien.

Dominic le da una excusa a la vecina de que tengo que ir de urgencia al hospital por mi pierna, para podernos ir sin que los bomberos y la policía nos vean. El director Fernández será quien se encargue de esto.

Debido a mi cojera, me alza en brazos hasta la camioneta. Dos está sentado en el puesto de copiloto y Uno tranquiliza el llanto de Keith en la parte trasera. Exclama un agradecimiento a Dios cuando nos ve sanos y salvos. Enseguida nos marchamos de allí.

Ignoro todo lo demás y abrazo a Louis con fuerza, quien poco a poco cesa el llanto tirando de mi pelo. Entierro la nariz en su cuello, inhalando su maravilloso aroma sin saber qué otro lugar de su cuerpecito acariciar con mimo.

Aprieto los ojos para evitar soltar lágrimas. Le doy un beso en la coronilla y no abro más los ojos, simplemente concentrada en su calor junto al mío, su cuerpo intacto, su corazón palpitando contra mi pecho, vivo.

Soy una gilipollas egoísta.

—Cariño. —El susurro en mi oído me saca de mi ensoñación, pero no abro los ojos ni me muevo—. Llegamos al cuartel, dame al niño.

—No —espeto, afianzando el agarre.

—Está dormido, deja que se quede en la camioneta con Keith.

—Debe tener hambre...

—Bill se encargará de eso. Entrégamelo, cariño.

Parpadeo, besándole la cabeza. Con mucho pesar, pongo al pequeño en sus brazos para que él lo deje en los de Keith. Casi lo pierdo.

Casi pierdo a Louis.

Ahora, eso me hace despertar por completo, llenándome de furia e impotencia. El comandante se sorprende un montón al enterarse de todo, pero enseguida se pone en contacto con el director Fernández. E incluso agradece a Dominic de haber estado allí y su colaboración al traer el cuerpo de Tres.

—Vente conmigo —murmura él, alejados del grupo de hombres en la oficina—. Los tres.

—Me quedaré aquí. Solo necesito que Keith y Louis se vayan contigo.

Frunce el ceño, contrariado.

—Y ¿dónde se supone que vas a dormir?

—Conmigo —espeta una conocida voz detrás de mí. La frialdad que empañan los ojos de Dominic me hace cerrar los míos con un suspiro.

—Pero si es el puto Ryan...

—Por favor —le gruño, poniéndole la mano en el pecho tras verle la intención de avanzar—. No quiero numeritos y mucho menos aquí.

Ryan se posiciona a mi lado, le lanza una miradita de muerte a Dominic y voltea a verme con preocupación.

— ¿Cómo estás, princesa? Sabes que puedes quedarte en mi cuarto, no lo comparto con nadie.

—Estoy bi...

—Ella no se va a quedar contigo —me interrumpe. Agarra mi mano en su pecho para tirar de mí.

—Cierra la boca, criminal, estás en territorio ajeno.

Dominic esboza una cínica sonrisa.

— ¿Criminal?

—Suéltala —dice entre dientes, atrapando mi mano libre.

—No la toques, cabrón, o te parto la cara —sisea, dándome otro tirón.

De un brusco tirón me suelto de ambos, bastante crispada por su actitud. Los miro con el ceño fruncido.

—A mí no me van a mangonear como muñeca de trapo, par de imbéciles. Parecen unos cavernícolas idiotas con exceso de testosterona. Con ninguno de los dos me voy a quedar, no duermo con animales, y si van a demostrarse qué tan machitos son, como unos estúpidos, les agradeceré que se maten a varios kilómetros lejos de aquí sin dejar rastro, no podría importarme menos. Payasos.

¡Lo que me faltaba! Tener que lidiar con mi ligue posesivo y un ex que no sabía que era posesivo. Me alejo de su exceso de testosterona, mirándolos para cerciorarme que no se maten a puñetazos frente a mis superiores.

—El fugitivo ya está aquí —anuncia Adam entrando a la sala.

— ¿Cómo así? —pregunto confundida—. ¿Cómo lo encontraron tan rápido?

Entonces, el comandante me informa que sir. Callaghan ordenó que le siguieran el rastro cuando lo vio salir corriendo de la casa. Esto mientras yo me quitaba un poco de suciedad en el baño.

Me cuelgo la placa en el cuello y saco mi pistola de su funda con malas pulgas. Le lanzo una asesina mirada al hombre que parece a punto de matar a mi ex.

—Así que por fin surge algo bueno de que sea totalmente vigilada sin mi consentimiento por un cártel —espeto. Me dirijo al comandante antes de salir—: El agente Phillips se viene conmigo.

—No hay problema, el interrogatorio es suyo, agente.

No pierdo detalle en la mirada triunfante que Ryan le da a Dominic, que lejos de tomarle importancia a él, me mira directamente a mí con ojos de: «Te voy a follar tan duro que te vas a arrepentir de esto». Se lo puede meter por donde amargan los pepinos.

Es ridículo ponerme en plan darle celos con otro hombre, pero lo hago, porque estoy hasta los cojones que no tengo.

—Ese tío está mal de la cabeza, tienes que alejarte de él, se ve que no ha superado lo que pasó entre ustedes. —No se tarda en hablar cuando salimos de la sala, siguiendo los pasos de Adam.

—Si vas a empezar con el mismo maldito tema de esta tarde, me haces el favor de largarte —mascullo bastante cabreada.

—No pagues tu enojo conmigo solo porque tengo razón.

—Eso me lo paso yo por el arco del triunfo.

Ryan me sujeta del brazo haciendo que frene el paso, pero de un tirón me suelto al instante y lo enfrento. Puede que sea cinco centímetros más alto que yo, pero sigo siendo superior.

—Por su culpa casi mueren tú y Louis —declara en un tono rabioso.

—Yo metí a Louis en esta mierda, no él, quien da la casualidad fue el que me sacó de allí.

Sonríe de lado con incredulidad.

—Ahora lo defiendes.

—Yo no lo estoy defendiendo —le digo entre dientes.

—Es un narcotraficante, Madison —repasa cada palabra con énfasis, mirándome a los ojos con severidad—. Es un asesino, trafica drogas, mujeres...

—Él no viola ni hace daño a mujeres —le corto, alterada. Estoy a punto de darle una trompada.

—Narcotraficante —repite serio, y rodea mi cuerpo para seguir caminando sin mí.

Me rasco la raíz del pelo en la nuca y suelto mil improperios, dándole una parada a la silla recostada en la pared a mi lado. Es uno de los peores días de mi vida.

Dominic es un cabrón. Sí, también un asesino y traficante de drogas, pero no es un violador. Y no sabía lo mucho que me podría cabrear que alguien lo difamara. No es mi corazón quien habla, es lo que vi mientras él fue mi misión.

Me di cuenta de que sin conocerlo, crees todas las historias de la opinión pública, crees que es un narcotraficante aterrador, lo viví. Y cuando lo conocí mejor, el título de narcotraficante le quedó grande.

Es la razón por la cual sigo sin entender cómo él puede ser el líder del más grande cártel de drogas. Es un loco y todo lo demás, pero no consigo creerlo por completo. Algo me dice que no ha sido elección suya, y eso me volverá loca si es verdad.

Adam me regala una pequeña sonrisa cuando llego al cuarto de retención. Joder, debió oír parte de mi discusión Ryan. Abre la puerta para mí. Entro, ignorando la presencia de mi ex a un costado de la mesa, donde está sentado Cuatro, cabizbajo.

Dejo la pistola en la mesa con un golpe seco, sentándome frente a él. Lo observo varios segundos en silencio, cada movimiento y reacción, cada expresión facial. Se arrepiente, deduzco.

— ¿A quién te vendiste? —le pregunto, golpeando la pistola con las uñas.

—Habla —le ordena Ryan, de mala leche.

Cuatro traga saliva y empieza a estar nervioso, sacudiendo una pierna. Me mira a la cara por una pequeña fracción de segundo. Es tan patético que no es capaz de mirarme a los ojos.

—Das pena —murmuro con rencor—. Qué tan bajo hay que caer para venderse. ¿Cuánto te ofrecieron?

—Treinta mil dólares...

—Venderse a esa basura por una miseria. Sí, caíste muy bajo, Cuatro. ¿Valía treinta mil dólares la vida de un bebé?

—Yo sabía que usted haría algo por...

No lo dejo terminar. Me levanto como un resorte y le una bofetada tan fuerte que su cuerpo se va de lado, dejando la huella mi mano bien marcada en su mejilla. Inclinada sobre la mesa, le sujeto del pelo echándole la cabeza hacia atrás con rudeza.

—Dime el nombre de la persona que te contrató antes de que te mate. No conozco el código penal de Colombia, pero sí el de Estados Unidos.

—Eduardo Beltrán —confiesa lo obvio, con la voz temblorosa.

— ¿Tuviste contacto directo con él?

—No.

— ¿Con quién te comunicaste?

Cuatro permanece en silencio, más nervioso que antes. Ryan me releva por unos minutos y dispara preguntas que no obtienen respuesta, por lo que el culpable se lleva un poco de la rabia acumulada de mi ex. El gato le comió la lengua.

—Se trata de alguien de nuestro lado, por eso no quieres hablar, ¿no es así? —tanteo el terreno y él confirma mi teoría con una suma expresión de culpabilidad—. Encárgate de encerrarlo, agente Phillips, volveremos más tarde.

Me jode tener que buscar un tipo de solución extra para ese gilipollas traidor que atentó contra la vida de Louis, pero nada me obligaría a cumplirlo.

Adam se interpone en mi camino nada más abrir la puerta.

—Agente, el comandante...

—Dile al comandante que no me he duchado desde esta mañana, me he ensuciado como una cerda y que si no quiere morir a causa de mi divino olor a vagabundo, debe esperar a que me de un baño.

Las mejillas del agente se enrojecen un poco.

—Con todo el respeto que usted se merece, agente, no creo que huela a vagabundo —dice con timidez.

—Destápate la nariz, entonces.

Lo dejo allí plantado como un poste. Pues bueno, yo sí que necesito bañarme con urgencia o no podré continuar con mi vida. A regañadientes, le pido ropa limpia a Amber, quien se mosquea por distraerla de su trabajo, la muy chulita.

Los cuartos del cuartel no tienen baños privados, solo hay dos: uno para mujeres, otro para hombres. Quince cubículos, quince lavabos y veinte duchas en cada uno. El grande baño de mujeres está solitario, debido a la hora que marca el reloj, lo que me relaja mucho gracias a la soledad que me rodea.

Escojo la última ducha del pasillo, como siempre he hecho en los cuarteles. Dentro del espacio de dos metros por uno, en la pared izquierda hay un compartimiento empotrado donde se puede guardar la ropa, y arriba de él, un estante con paquetes de jabón y diferentes champús. Aunque yo siempre uso los míos personales, hoy no tengo la oportunidad.

Meto en el compartimento la ropa limpia, estoy quitándome las botas cuando la puerta corrediza se abre de golpe y unos brazos me apresan la espalda contra su pecho, cubriéndome la boca con una mano.

Cierro los ojos.

—Te lo preguntaré otra vez y espero que respondas bien. ¿Con quién cojones vas a dormir hoy?

No puede ser.

——————————
¹definición. Recuento de glóbulos rojos (RCB). Es un análisis de sangre para saber cuántos glóbulos rojos se tiene en la sangre. Este análisis es muy importante porque los RCB contienen hemoglobina, que transporta oxígeno a los tejidos del organismo.
²del ruso. Yo no terminé contigo porque no teníamos nada.
³del francés. Pero estoy diciendo la verdad, espécimen.
del árabe. Tú te has apoderado de mi mente, amor mío.
del francés. Prefiero la ilusión de tenerte.

Por si acaso, esto es a lo que se llama neceser/caja de maquillaje.

Dominic mide 2.1m. Madison 1.80m. Yo mido 1.70m. A ver, digan sus alturas 🧐.

pd: Madison nació el 14 de febrero del 1990. Aquí tiene 28. Este año estaría cumpliendo 31 años. Feliz día a ella y a ustedes por la amistad. Las quiero ok 😳❤️

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