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"Robo de la tienda"

Libro: Rendirme a tu seducción.
Capítulo: we lo dejé en blanco y ya se me olvidó.

—Sigo sin entender porqué yo debería entrar también.

Dominic clava sus ojos grises en mí, incrédulo. No le veo la incredulidad a esto. Es chantaje.

Apunta el local frente a nosotros.

—Conozco muy bien al dueño, diablura, yo soy quien le provee droga. Pides unas Tostadas DC Original y disfrutarás gramos de cocaína pura y de calidad.

—Pero ¡¿qué me estás contando?!

He comido miles de veces esas tostadas hechas de papa, cubiertas de sal y con un saborcito a ajo y perejil, son una delicia. Dichas tostadas, así como también muchos productos y alimentos más, son fabricadas y ditribuidas por Masquier C.A.

— ¿Estás diciéndome que la compañía Masquier está liada contigo?

Se aclara la garganta, y con mucho estilo, agarra un maletín que estaba en el asiento y lo abre, mostrando un buen equipo de pistolas.

—Estoy diciéndote que Masquier es mi compañía. Compañía que funciona como fachada para la venta de mis narcóticos, lavado de dinero, cosas ilegales diablura —cuenta, muy orgulloso—. Tostadas DC son como cualquier otra, no me dedico a intoxicar gente inocente. Las Originales contienen ligeras dosis de diferentes tipos de drogas en el alimento, están las Originales y las Originales Mixtas, estas últimas tienen veinte gramos de cocaína dentro.

¿Por qué siento como si hubiese visto un comercial? Inspiro profundamente y desvío la mirada al frente. Dominic es mucho más poderoso de lo que la DEA.

Masquier es internacionalmente reconocido, tiene convenios con otras compañías de gran peso.

Callaghan tiene el mundo a sus pies.

— ¿Cómo es que nunca he visto ese tipo de tostadas?

—La gente que conoce su existencia y los puntos de venta es muy selectiva. Esa ha sido la clave para mantener el negocio a escondidas, y cuando vemos algo sospechoso...

—Lo mandas a matar —termino por él.

—Así es, diablura. Esto será para joder lo, nada más —me advierte, señalando el arma en mis manos. Tampoco es como que tenía intención de matar a alguien—. No paga bien los porcentajes a veces, se lo merece. A la próxima, lo mato.

Un poco de acción no viene mal.

—Robemos la maldita tienda.

—Esa boquita, joder...

Dominic me entrega una pistola, común y corriente. Reviso que esté cargada, lo está. Miro con recelo la suya, dorada y brillante. Vale, ya me entró la emoción.

—Quiero la tuya.

Suspira.

—Esa no la usaré, sabrá que soy yo. —Saca otra y esconde la suya debajo de la chaqueta negra.

Pongo morros. No se me olvida que prometió darme una igual a la suya, pero no digo nada para no verme como una pesada.

Ambos nos cubrimos el rostro con pasamontañas. Me quito la placa de la DEA que cuelga de mi cuello. Sería lo último entrar a robar una tienda con la placa a la vista. La guardo en el bolso. Voy a cometer una locura.

Estoy acostumbrada a detener robos, más a no cometerlos.

—Hay una sola cámara, diagonal a la caja. Es fácil evitarla. El dueño está solo hoy, es la oportunidad de oro. Quiero verte en acción, nena.

Bajamos de la camioneta y cruzamos la solitaria calle hasta el local con luces de neón. Dominic es el primero en entrar, le sigo pero al igual que él, quedo a cuadros ante la situación frente a nosotros.

Hay un hombre con tatuajes en los brazos, gorra y lentes, amenazando al hombre tras la barra. ¡Hay que joderse! Venimos a robar y ya le están robando.

—Ah, no, hermano —sacude la cabeza el moreno —. Consíguete tu tienda.

—Por favor, ayuda —nos suplica, el rechoncho de bigote.

Dominic alza la pistola y apunta al ladrón. Yo me mantengo al margen, detrás de él.

—Fuera de aquí —ordena, el espécimen, calmado.

—Que yo llegué primero, cabrón —exclama, deja de apuntarle al dueño para dirigirla al espécimen.
Ahí es cuando dedico moverme un poco, levanto mi brazo y apunto al ladrón. Este frunce el ceño mirándonos a ambos—. ¿Quién trae a su churri a un robo? ¡Qué cojones tienes, tío!

Entorno los ojos. Qué ladrón más ordinario.

Dominic gruñe y da grandes zancadas hasta el bocón ese, él se encoge al tener de cerca un metro noventa de ojos grises. Le arrebata la pistola de la mano e intenta sacarlo mientras forcejean.

Vale. Manos a la obra.

—Dame todo el dinero —le exijo al dueño, utilizando una voz grave. El hombre hace una mueca de dolor, y abre la registradora. Me lo entrega a la velocidad de la luz.

Detrás de mí escucho la puerta de entrada cerrarse de golpe, Dominic aparece a mi lado y agarra el dinero que el tipo me había entregado.

—Agarra todo lo que quieras —dice, apuntando al dueño para que no se escape.

Surreal.

De lo más tranquila, agarro una cesta y tiro en ella un poco de todo. Cuando la tengo al límite, Dominic dispara tres veces cerca del dueño, haciéndolo gritar de miedo. Luego, salimos pitando de ahí.

—Epa, parejita. —Nos sorprende una voz en la oscuridad—. Esas porquerías me pertenecen, y el dinerito también así que aflojan o los aflojo.

Pero ¿y este qué se ha creído?

— ¿Me sostienes un momento? —pregunto en un susurro al espécimen, sin esperar respuesta alguna le pongo la cesta en los brazos y volteo hacia mi objetivo.

De forma inesperada, sorprendo a ambos hombres propinándole un puñetazo en el estómago al tatuado. Este se dobla, gimiendo. Sacudo la mano derecha, me ha quedado doliendo la mano.

—Me estás poniendo duro —murmura Nick, detrás de mí.

—Maldita zorra —masculla, recuperándose del golpe y saca una navaja.

Escucho un gruñido a mis espaldas. No le ha hecho gracia la ofensa, pretende lanzarse a por el tatuado, pero le bloqueo el paso y lo obligo a quedarse ahí. Quieto. Como un buen niño.

—Gracias por el cumplido, querido. Se un caballero y suelta eso. Tenemos que estar en igualdad de condiciones.

Con recelo, tira la navaja. Pone los puños frente al rostro y me hace señas de acercarme. Con chulería me estiro un poco, y antes de que se de cuenta lanzo una patada a la barbilla.

Torpemente se toca la boca, la sangre comienza a salir de ella. Sin esperar más, le agarro el brazo dándole un giro, partiéndolo, y lo impulso hacia mí clavándole la rodilla en el estómago.

—Joderrrr. —Dominic está pasándolo bomba.

El tipo se queja entre gemidos, pero vuelve a la carga. Con el brazo sano me envuelve el cuello, y me da la vuelta, quedo pegada a su pecho.

Dominic, con la cesta en las manos, ladea la cabeza con notable interés en mi pelea. También me doy cuenta de que, el dueño está perplejo, mirando la pelea desde la puerta de la tienda.

El brazo en mi cuello me ahorca con más fuerza. Vale, ya me cabreé. Echo la cabeza hacia atrás y la estrello contra su cara. ¡Toma ya! ¡Que le partí la nariz! Chorrea sangre de la boca y la nariz. Soy yo en mi mejor momento.

Le doy una patada en las pelotas, como un obsequio.

— ¿Quieres más, guapito?

— ¡Jódete, zorra!

Se va a buscar la navaja que tiró y se va corriendo.

— ¡Pero qué nenita más acojonada me has salido! ¡Gilipollas! ¡Y deja de drogarte, te está consumiendo vivo!

—Madison, ya se fue.

Suelto la respiración, agitada. Eso ha estado movidito.

Nos apresuramos a entrar a la camioneta antes de que la poli llegue. Nos quitamos el pasamontañas y el pelo nos queda hecho un nido, pero por el momento me da igual, estamos acelerados.

—Me pusiste como una moto —admite, pasándose la lengua por los labios.

Tan provocativo como un pecado capital.

—Estoy loca como una cabra, por si no te habías dado cuenta, espécimen.

El señor Callaghan hace a un lado la canasta llena de tonterías y viene a mí con todo. Qué morreo el que me da, para caerse de culo. Me toca por todas partes y devora mi boca como si no hubiera un mañana.

Me lo tiraría aquí mismo, ahora.

—Pensándolo bien, te prefiero a ti sobre cualquier otra.

No sé si alegrarme o asustarme.

La camioneta aparca en la acera contraria al edificio de la DEA. Dominic pone morros cuando me voy a bajar, tanto él como yo tenemos los labios hinchados después del morreo del siglo, pero ha llegado la despedida. No sin antes mencionar que no me perderá de vista en Puerto Rico.

¿Por qué siento que enviará a uno de sus matones a acosarme?

***
MATENME. ME MUERO.

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