"Pago"
Libro: Rendirme a tu seducción.
Capítulo: creo que 14, no sé, me da flojera volver a salir a ver.
La primera vez que estuve en un barrio, fue en Nueva York, había tenido que ir en los días que trabajé como policía para vigilar la zona. Ese día juré no pisar un barrio más nunca, y aquí estoy en uno.
Para más inri, con un millón de dólares en efectivo.
La noche anterior al llegar al edificio descubrí a un familiar pelirrojo esperándome en el recibidor de mi apartamento. Me hizo entrega del maletín y se marchó. Todavía no me podía creer lo fácil que Dominic me envió un millón de dólares cuando lo abrí. Es un chalado.
Estoy varada en la última calle del barrio, hay casas en construcción y otras de bajos recursos. Mi destino es el bar al final de la calle, debo caminar hasta ahí y pasar los obstáculos: ladrones y drogadictos.
—Señorita —una pequeña de unos diez se me atraviesa a mitad de camino —. Es muy linda.
Mi serio rostro se suaviza. No toda la gente del barrio es drogadicta, claramente, hay gente que le tocó este tipo de vida y por diferentes razones no hallan la manera de salir adelante, luego tienen hijos, y esos niños tienen que seguir la misma vida.
¿Si no tienes cómo cuidarte, alimentarte a ti misma, para qué traes una criatura al mundo a pasar hambre?
La niña me extiende la manito, esperando algo a cambio del cumplido. Ah, vale, con que aquí se venden los cumplidos, vaya noticia.
Titubeo por un momento, pero termino resignándome y busco algún billete en el bolsillo de la chaqueta del traje. Uno de veinte dólares es lo único que hay.
—Esto es para ti, para nadie más, solo para ti ¿escuchaste? —Le digo, seriamente. Ella asiente con timidez.
Dejo el billete en su manita y me abraza rápidamente antes de irse corriendo. ¡Bueno! Me apresuro a llegar al bar antes de que cien niños más se me crucen.
Una reluciente limusina está aparcada al frente. De él observo bajar a un hombre joven con lentes de sol oscuros. Con la limusina que se gasta mi verdugo, ha tenido los cojones de citarme en este nido de crack para darle una exagerada cantidad de dinero a cambio de eliminar ciertas fotos, y de paso, no viene él.
—Heyy, linda —Me sonríe, el desconocido. Aunque lo deja de ser en el momento en que se quita los lentes.
—Tú...
—Yo.
— ¿Qué haces tú aquí? —Cuestiono a la defensiva, escondo el maletín detrás de mí.
Su mirada sigue el recorrido de mi mano.
—El millón, Madison, en efectivo.
Lo miro mucho más confundida, preguntándome qué tiene que ver Ericsson Gales con el tipo que me está extorsionando.
Él mató a Siena, está vinculado a Callaghan, lo que también lo vincula a mi secuestrador.
Es él. Recuerdo que antes de la llegada del viejo, estuvo alguien más joven. Alguien de ojos azules. Es Ericsson Gales.
—Tú estuviste en... Y tú... me pegaste —murmuro, consternada. El muy capullo solo sonríe —. ¿Qué me asegura que las fotos desaparecerán?
—Linda, él quiere joder a Dominic, no a ti.
Permanezco con el ceño fruncido. Aquí hay gato encerrado. Le tiendo el maletín, cuando está apunto de agarrarlo, lo aparto.
—Mataste a Siena Hordwich.
—Siena era demasiado hermosa, pff... Pagó lo que tenía que pagar.
— ¿Qué cosa?
Piensa por un momento la respuesta. Exhala suavemente y cruza los brazos, mirándome con sinceridad.
—Engendrar un hijo de Dominic.
Preparada para atestarle un buen puñetazo que jamás se le olvide, un bullicio proveniente del bar chino me lo impide. Nuestras cabezas giran al origen del escándalo.
— ¡Quielo mi puto dinelo! —Grita enloquecido, un chino de baja estatura.
Un hombre norteamericano le responde con más gritos, diciendo que él no piensa devolverle nada, pues la cantidad que le robó no se compara con el hecho de que el chino se haya acostado con su mujer y su hija.
¡Vaya! ¡Qué fuerte!
—Madre e hija... Qué pelotas, eh —silba Ericsson.
—Sí, qué fuerte todo... —Concuerdo con él. Ambos vemos interesadísimos el altercado a solo metros de distancia.
De repente me doy cuenta de la situación, miro al enemigo a mi lado. Para estúpida, yo.
Estamos como un par de amigos chismosos viendo la discusión de dos desconocidos.
De la nada, lanzo un guantazo a la cara de Ericsson Gales. Queda perplejo por mi repentino ataque, acariciando la zona lastimada de su cara.
—El dinero es tuyo, pero debo vengarme por lo que le hicieron a mi intocable rostro.
— ¡Serás zorra...!
Un puñetazo en la nariz para callarlo. Pueden repetirme «zorra» cuantas veces les de la gana, terminé aceptando el insulto. Mía culpa.
Gales se pasa bruscamente la palma de la mano por la cara y, sin más, se me abalanza. Peleamos a puños, patadas y utilizo el maletín en varias oportunidades ¡es muy útil!
La gente del barrio no sabe si presenciar la pelea del bar o la nuestra. Unos vienen y otros van. Gritan a nuestro alrededor, la mayoría apoyándome a mí. Estoy machacando al pobre Ericsson, y eso que aun mi cuerpo sigue dolido.
Ericsson Gales acaba tambaleándose, con el labio partido y unos cuantos moretones. ¡Toma ya! Ganar una pelea a puños, siendo mujer, es la satisfacción más bonita que hay.
Las personas aplauden y festejan, unas se entregan dinero. ¡Estaban apostando por mí! Les he proporcionado un buen espectáculo.
***
Yo sé que se están riendo de todo lo cringe que estoy subiendo y así mismo como esposo Armando estoy
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