"Maldad"
LIBRO: Rendirme a tu seducción.
CAPÍTULO: 19. Lealtad
Después de nuestra pequeña discusión por llamada, lo que menos quería era tener que verlo, pero me ha vuelto a llamar hoy por la mañana exigiendo vernos hoy para «ayudarlo». Y por supuesto, estoy en una posición en la que no me puedo negar tan fácil.
En el portal del edificio está aparcado un reluciente Audi siendo escoltado por dos camionetas todoterreno. Lo agradezco, la seguridad es vital en estos tipos de reuniones criminal-policía.
Abro la puerta del asiento de copiloto y me deslizo dentro del coche deportivo. Un olor a fresas intenso se entremezcla con el aroma a coco y jabón que desprende el espécimen.
Cada rincón brilla, reluciente, sin una pelusa o signos de polvo. Lujo al máximo, pienso, echándole un vistazo a los dólares que sobresalen de la guantera.
Finalmente miro al espléndido hombre a mi lado, vestido con un impoluto y distinguido traje negro que marca a la perfección cada músculo. Hecho a la medida. Su pelo oscuro está perfecto como de costumbre, peinado hacia atrás.
Sus ojos grises analizan con detalle mi rostro, toma la iniciativa y se inclina hacia mí, posa su cálida boca en la comisura de la mía. Aguanto la respiración, sintiendo el calor expandiéndose por mis venas. Toma mi barbilla entre el pulgar y el índice, alza solo un poco mi cabeza y así de cerquita, me mira a los ojos. Puedo jurar que con ellos me sonríe.
—Hola, nena.
Y como si eso no terminara de matarme, su saludo es completado con un arrebatador beso que sí acaba conmigo y todos mis planes de alejarme sexualmente de él. Cuando se separa de mí, me deja en un estado de trance. Su sabor queda en mi boca y no puedo controlar el impulso de pasarme la lengua por mis labios húmedos.
De repente me doy cuenta de que el coche está en movimiento, miro a través de la ventanilla y reconozco las calles de la intersección. Maldita vergüenza, había quedado como estúpida por el beso.
Algo muy malo está pasando.
Los hombres son quienes quedan en trance al besarme, no yo.
— ¿A dónde vamos? Estoy molesta contigo.
—A mi casa —dice con serenidad. Dobla a la izquierda, ralentiza la velocidad y me mira por unos tres segundos—. Gracias a ti, diablura, pronto tendré dos millones por unas cuentas armas. Haz hecho feliz a los musulmanes.
Genial, ahora Dominic es partidario del terrorismo.
—No puedes vendérselas. Vendrán de pleno, y sé que el FBI tiene planes de acción muy importantes con el ejército militar. Será una catástrofe nacional —le explico los detalles confidenciales, que no debería divulgar, con el fin de que se arrepienta.
—Ese no es mi problema, Madison.
— ¿Te va el terrorismo? —Arqueo las cejas. El gesto desinteresado que hace me provoca una seca risa—. Árabe tenías que ser.
—Muy chistosita.
—No las vendas.
Una de sus cejas se eleva con gracia.
—Ya me comprometí, Madison. En este negocio está prohibido rallarte, así que deja de insistir porque no cancelaré una mierda.
De alguna u otra forma encontraré la manera de evitar que ocurra una masacre nacional.
En el trayecto suena de fondo canciones de esas guarras de negros, donde solo hablan de putas, dinero, drogas y esas tonterías. ¿Por qué no me sorprende?
—Me enteré de que tu amiga la que se parece a ti está en la cárcel, ¿qué pasó? —Se interesa.
—Pasó que me violó y me denuncio por tener contacto contigo, lo normal.
Dominic tose, con los ojos muy abiertos.
— ¿Qué coño? ¿Por qué no me dijiste, joder? ¿Y qué coño significa que te violó?
—Porque lo tenía bajo control —replico—. Jessica me drogó, hizo que tuviéramos sexo y, de paso, guardó fotos de recuerdo.
Él está que no cabe en sí de la impresión, creo que hasta se ha cabreado. Claro, es un machito con la ideología «tú ser mía», no le ha gustado que otra persona me haya tocado.
—Joder, yo sabía, te advertí que esa tía te veía con muchas ganas, pero tú nunca me haces caso.
Pongo los ojos en blanco, no le voy a dar razón a pesar de que sí la tiene, mi código de orgullo me lo impide. En lugar de seguir alimentando a la bestia, cambio de tema para darle a conocer la oscura amenaza que recibí por la noche.
—Yo me ocupo.
—No se trata de que te ocupes o no, se trata de que Arthur Gales tiene algo muy grave en tu contra y lo está pagando conmigo —declaro, arisca—. Está dispuesto a todo por alejarme de ti y yo necesito saber por qué, quién es él, qué papel tiene en tu vida.
— Mientras menos sepas, mejor —dice, tan pancho, como si mi vida no estuviera en peligro.
—Vale, a mí que me lleve el diablo. Total, a ti nadie te importa —mascullo, recurriendo a mi papel de berrinchuda.
—Madison... —suspira, aprieta con fuerza el volante a la vez que pisa el pedal a fondo. Genial, ahora chocamos—. No pongas palabras en mi boca que jamás he dicho. Yo sé lo que hago, por favor haz lo te pido y no preguntes más.
—Él mató a tu padre —afirmo, a riesgo de que tengamos un accidente automovilístico.
Dominic mantiene la serenidad, disminuye la velocidad, no se sale de control pero sí que está cabreado.
—De eso no voy a hablar, punto y final. Estás buscando que te lance del coche.
Gruño para no reír. Decido quedarme callada, definitivamente esta conversación no ha acabado.
***
Dominic me guía a través de un gran salón con una mano posada en mi espalda. Nos escoltan cinco hombres, todos ellos con trajes negros y lentes oscuros, siempre con las manos en la espalda. Este cártel es como una sociedad secreta.
Cruzamos a la izquierda dando con una inmensa puerta de metal. Dominic se aparta de mí y se dirige a un pequeño panel para poner su huella dactilar y un código. La gran puerta se abre, le sigo el paso al espécimen.
Está repleto de cajas y, joder, pilas de lingotes de oro bien ordenados, los cuales están protegidos por barrotes de metal y luces infrarrojo. En otras celdas, son montañas de dinero las que también me dejan tonta; dólares, pesos colombianos, mexicanos, euros, soles... Es una mina de oro.
Una corriente eléctrica me recorre el cuerpo entero. Muchas veces he visto esta escena como agente de la DEA al capturar a los narcos, y usualmente siento repugnancia y desprecio. Ahora, siento excitación, adrenalina, emoción.
Lo prohibido e implícito implica más placer. En un principio. Luego se convierte en algo peligroso, y es ahí cuando no sabes qué hacer: disfrutar de lo oscuro, lo atrayente; o pasar de lo que podría ser lo mejor/peor en tu vida.
— ¿Lista? —Siento su cálida voz en mi oído. Asiento, decida, me hace entre de un iPad y brevemente me explica qué hacer—. Ahora, te dejaré aquí e iré a solucionar unas cosas en el despacho —Sujeta mi rostro en sus manos y me da un corto beso—. Estás a cargo.
—Así que, yo tengo el mando. Tu mando.
—Sí. La única que lo puede tener y lo tendrá —Delinea mi labio inferior con el índice—. Lo harás bien.
Me guiña un ojo y se va dejándome aturdida, observo su firme caminar mientras se marcha con sus escoltas, que por cierto, me impiden la vista de su perfecto culo. Ese hombre está chiflado, confía en mí como si nos conociéramos de toda la vida.
Los hombres presentes me miran extrañados por mi presencia. Al primero que se me altere me lo cargo, puedo ser peor que el poderoso Dominic Callaghan si me lo propongo. La cosa está en que, no me lo propongo.
Me dirijo hacia donde Dominic indicó que debo iniciar.
—Hoy seré tu mano derecha.
Giro sobre mis talones y un sonriente Bill me saluda. El pelirrojo está con el mismo traje negro que los demás escoltas, masticando goma de mascar.
—No se me olvida que me drogaste.
—Así es el trabajo, pero ya te la cobraste con la paliza que me diste.
No le discuto más. Tiene razón, ya me la cobré.
Bill se encarga de explicarme el procedimiento. Es pan comido. Con entusiasmo, empiezo a verificarlo todo. No puedo creer que esté tan contentilla manejando cocaína que será distribuida en las ciudades del país, justo lo que se supone debo evitar que ocurra.
En un santiamén, finalizo con las veinte cajas llenas de cocaína, sin ningún inconveniente. Soy la hostia.
Hubo solo un pequeño problema tras contar varias veces los paquetes de una caja y notar que faltaban dos ya que el peso no era el correspondiente, pero fue solucionado rápidamente por mí.
Dominic hace acto de presencia con su imponente figura. Se abrocha el botón del chaqueta del traje y lo alisa con las manos.
—Qué eficiente —exclama llegando a mí—. Deberías hacerlo más seguido.
—Ya crees tú.
Sonríe de lado.
—Vamos.
Me agarra del antebrazo y me arrastra con él. Salimos al jardín donde hay gente subiendo los paquetes envueltos en plástico a camionetas. Detiene el paso bruscamente y por estar distraída, tropiezo, mis manos vuelan a su brazo y así me logro mantener de pie evitando una vergüenza.
—Que abran esa mierda —espeta. Dos tipos con pinta de ser africanos, asienten en silencio, y proceden a abrir la puerta del camión estacionado en la entrada de la cochera—. ¿Cuánto tiempo lleva ahí?
—Dos días —contesta un señor canoso. Su peculiar uniforme de safari llama mi atención—. Esperamos para poder enviarlo en otro vuelo pero lo veo difícil.
—Maldita sea. El deposito ya está hecho, quédense con el dinero sobrante. Yo mismo me encargaré de llevarme esta mierda.
El señor asiente, con expresión atemorizada. Debería estarlo, me sorprende que Dominic no haya sacado la pistola, con lo sensible que es. Dejan una caja rectangular de vidrio templado frente a nosotros.
Fijo la mirada en la extraña caja. La luz no es muy fuerte en esta área del patio, por lo que no veo claramente qué hay dentro. ¿Por qué hay plantas?
Miro de reojo al espécimen. Está concentrado discutiendo con los dos hombres. La curiosidad de saber qué hay me gana, doy un paso hacia delante acercándome más, el brazo del espécimen fácilmente cae de mi cintura, ni se da cuenta.
Me agacho y pego la cara al vidrio. La respiración se me corta y mi corazón se acelera a mil. A pesar sentir pavor, permanezco inmóvil viendo al animal exótico. La serpiente acerca su diminuta cara al cristal y asoma la lengua. Qué ojazos amarillos más espeluznantes.
Por Dios.
Si hay algo que odio en este mundo, son las víboras.
—Nena, párate —ordena y yo obedezco sin rechistar—. ¿Estás bien?
—Detesto las serpientes.
—Excelente. Es venenosa.
Los dos responsables de haber traído a la serpiente se alejan de nosotros apresuradamente y aliviados de salir con vida. La satisfacción no les dura mucho. Dominic saca su pistola y dispara dos veces a ambos.
Caen inertes al césped y nadie se altera por las muertes, dos mastodontes se acercan para retirar los cuerpos.
—Los problemas se cortan de raíz para evitar que hayan más —me dice, calmado, guardando la pistola.
Cierro la boca y asiento lentamente, grabándome sus palabras. Me hace caminar, lo sigo. No sé por qué la muerte de esas tres personas me causa poca emoción, al principio me sorprendió un poco, pero lleva razón. Sabían en lo que se metían, se involucraron con un narco, no podían esperar menos.
— ¿Qué haces comprando una serpiente venenosa?
No creo que esté vendiendo animales exóticos ilegalmente. Si confirma mis sospechas, soy capaz de caerme de culo. Sería el límite.
—Porque sí.
Uno de sus escoltas abre una puerta que nos guía directamente a la sala se abre. Paso yo primero.
— ¿Para qué la quieres?
—Me gusta. Tengo varias en casa.
¿Quién compra serpientes como si fueran perros o gatos?
—Pensé que no podrías estar más mal de cabeza.
—Algún día las verás. Están en mi casa, en Santa Mónica.
—California.
Él asiente sirviéndose un trago de whisky en el mini bar. Es raro que diga tan seguro que algún día yo podré ir a la famosa casa de Santa Mónica, lo veo muy irreal.
—Señorita Ma... Señor —se aclara la garganta, un tipo que se me hace conocido—. Fred está sangrando mucho, y la mano derecha se le inflamó.
Me tenso. Mierda, mierda. Se va a armar una buena, el pollo que se me viene encima es tremendo.
— ¿Qué sucedió? —pregunta, la sorpresa es evidente en su voz.
—La señorita Madison corto cuatro dedos de la mano de Fred. ¿Lo dejamos con Miller?
Puedo oír cómo Dominic por poco se atraganta con el whisky, el sonido del vaso siendo dejado en una mesa con demasiada fuerza me sobresalta, rápidamente me repongo.
Sigo sin arrepentirme de lo que hice, y no, no estoy loca. Admito que tengo problemas para controlarme, y el tal Fred jugó conmigo y me llamó «perra regalada».
—Madison —me llama. Lo miro, segura de mí misma. Les sonrío con dulzura inocente—. ¿Qué harías tú con él?
Él me mira totalmente interesado por saber mi respuesta, al igual que el hombre a su lado. Me miran con respeto, y a mí me encanta que lo hagan, porque así es como todos deberían mirarme.
—Yo que tú, lo mataría después de lo que hizo. Los problemas se cortan de raíz para evitar que hayan más.
La emoción brilló en los ojos del espécimen mientras hablaba. No sé cómo describir su mirada, es extraño. Lo he aplomado, por dentro me hago una fiesta a lo grande. Estoy aprendiendo suyo. Aunque, como dicen por ahí: cría cuervos y te sacarán los ojos.
—Mátalo —ordena él, sin siquiera importarle por qué lo hice.
—Como usted diga, señor.
Nos quedamos a solas. El silencio se adueña del lugar, se ha quedado mudo. Camino hacia él. Dominic me sorprende cargándome sobre su hombro, ahogo un grito.
— ¡Bájame!
Me remuevo como una lombriz pero él me lo impide con su fuerza masculina. Entra a la que reconozco como su habitación y cierra la puerta de un golpe seco con el pie. Afloja el agarre y me da oportunidad de bajar pero no del todo, sorprendida me dejo llevar cuando me empotra contra la puerta y me mete la lengua en la boca con prisa.
— ¿Qué coño hiciste con él, diablura? —susurra, acariciándome el cuello con su lengua.
—Faltaban dos sobres, él transportó la mercancía así que usé mi técnica de detective con él. No quería cooperar y le corté un dedo. Confesó haberlos robado y por eso le corté dos más.
—Mierda, sí. ¿Y el otro dedo? —pregunta metiendo una mano por debajo de mi blusa.
—Me provocó.
—Hiciste muy bien, pequeña diablura —me mira con los ojos chispeantes.
Cuando lo hice se me fue la olla, pero ahora me alegro por ello. Aguanto la respiración al verlo bajar lentamente hasta quedar de rodillas. De rodillas ante mí... ¡Dios!
Me baja el cierre de los vaqueros y esparce besos húmedos por mi vientre. Mi mente me manda una señal de alerta, pero a estas alturas, no quiero detenerlo o quedaría frustrada por varios días. Sus manos bajan los vaqueros hasta dejarlo por mis tobillos, después le sigue mis bragas. Hundo los dedos en su suave cabello y respiro profundamente lista para los próximos intensos minutos.
—María purísima —susurro ahogada en placer.
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