Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

22|Cena clandestina

Libro: Rendirme a tu amor.
Período de tiempo: Sucede entre los días que transcurren en segundo plano en el capítulo 23.
No es necesario leer el capítulo 23.

Y no me voy a disculpar por la foto de Betty

25 de octubre del 2018.

Enciendo la linterna solo cuando ya me he asegurado que estoy fuera del alcance de cualquier guardia que rodea el cuartel. Pff, jadeo sintiendo los acelerados pálpitos de mi corazón. He corrido unos considerables kilómetros a través de este bosque solitario, silencio y hasta aterrador. Pues es casi media noche.

Así es, he escapado del cuartel a media noche porque claramente hay lecciones que decido no aprender, aunque me haya costado una buena bronca.

El amor... Ese amor que te hace cometer locura tras locura.

Los días pasaban y ni él ni yo podíamos seguir aceptando esta eterna lejanía impuesta por nuestros mundos tan diferentes pero similares. Él no tiene tiempo, yo mucho menos, pero ya llegamos a ese punto en que los mensajitos de texto nos hartaron. ¡Ni siquiera hemos podido cumplir nuestra rutina de fotografías obscenas!

Que ya me cansé una vez de solo intercambiar fotos y llamadas subidas de tono. Con mensajes de texto, mucho más rápido.

Necesito tenerlo físicamente.

La inesperada emoción me sobrecarga mientras alumbro el inhóspito camino, buscando la camioneta que me describió. Mis veloces pasos se vuelven torpes en una parte inclinada y me voy de bruces al suelo soltando un bajito gritito.

Es que yo estoy loca, eso es todo. Solo a mí se me ocurre escaparme y recorrer un bosque a media noche. Con la vestimenta negra muy acorde a la cita: chaqueta, gorra, zapatos deportivos y un pantalón de licra al que acabo de hacerle un hueco por la caída.

Me sacudo la arena de todas partes y compruebo que he obtenido un inofensivo raspón en la rodilla. Salir lastimada cada vez que me veo con él se está volviendo una costumbre.

Le echo un al Google Maps antes de continuar los tres minutos que me separan de mi destino. ¿Cómo podría faltar el Maps en una situación así?

Por fin, cuando distingo la camioneta gris estacionada en un lugar poco visible entre arbustos, estoy que doy un grito al cielo. Casi media hora hasta acá, un camino extenso, pero ninguno de los dos queríamos tentar la suerte viéndonos muy cerca del cuartel.

Entro de un salto a la camioneta, expulsando un cansado gemido y arrancándome la molesta gorra, chaqueta y zapatos con medias incluidas. Debo estar hecha unos zorros, pero la luz es inexistente en el interior del coche. Mal para mí que inmediatamente él la enciende.

La primera visión que recibo es su atractivo rostro suavizado, sus ojos grises más claros de lo normal, brillando cual estrellas. Suelta el volante para acoger mi cara entre sus grandes manos, y mirarme de esa manera tan amorosa que parece irreal.

—Cada vez que te veo me sigo sorprendiendo de lo preciosa que eres y lo afortunado que soy de tenerte.

Este hombre es de lo que no hay... Unas palabritas, luego todas mis defensas derribadas. Simplemente me puede que me hable y me mire bonito a cada rato. ¿Insoportable dijo Clarity? Sí, lo es, pero también es bastante romanticón.

Solo conmigo.

—Hola, espécimen. Ya bésame.

Me pellizca la nariz con una dulce sonrisa antes de posar sus labios en los míos. Aferro mis manos en su cuello, buscando más calor, disfrutando las caricias de nuestras inquietas lenguas. Besarlo es una de las cosas que más me gusta hacer.

Un suave gemido muere en él cuando me sujeta de la nuca, ladea mi cabeza y profundiza el beso de una manera tan espectacular que siento que me está haciendo el amor. Arrastro las rodillas por el asiento de cuero hasta introducir una pierna entre las suyas, quedando sentada sobre su pierna derecha. Saboreo sus labios con deseo, extasiada por su forma de abrazarme y pegarme a él.

— ¿Me guardaste chocolate? —susurro dándole cortos besos, ha sido imposible no identificar el sabor al dulce en su boca.

—Te..., traje... algo... —Detengo la serie de besos para que complete la oración—, mejor. Te gustará.

Recorro el interior de la camioneta con un aire de sospecha. El aroma se hace evidente una vez que salgo de mi paraíso Dominic. Él hace el ademán de separarme, pero yo le abrazo el cuello y retomo la tanda de beso tras beso, lo que le provoca una risa gutural.

—Hmm, nena, viniste guerrera...

—Me vas a decir que no tienes ganas —me burlo, rozando el bulto en su entrepierna con la rodilla.

—Sí, ya lo sabes... —Se aparta para mirarme a los ojos—. Pero no quiero hacerte sentir que solo nos vemos para follar. Contigo quiero mucho más que eso.

Chasqueo la lengua, dejándome caer en el extremo opuesto del asiento, mirándole juguetona pero más enamorada que Julieta. Está tan guapo con esa simple camiseta gris y bermudas. Y es tan mío. Ese hombretón romántico, guapo y grosero es todo mío.

—Ay, señor —murmuro con fingida tristeza—. Está sentando cabeza y lo estoy perdiendo. Mi espécimen no dice esas cosas.

Me regala una pícara sonrisa.

—Anda que no te jode.

Me encojo de hombros. Me tomo el atrevimiento de bajar la temperatura del aire mientras me quito los zapatos con mis propios pies de un tirón. Para cuando estoy dispuesta a montar mis pies protegidos por medias en su regazo, reparo en las dos grandes bolsas que ha colocado entre nosotros.

Le dirijo una mirada expectante, que él resuelve extrayendo una hamburguesa envuelta en el papel de Mc Donald's, seguido con la respectiva caja de papas fritas. Creo que estoy a punto de soltar la baba.

—Doble carne con tocineta, solo para la mujer de mi vida.

¡Madre mía, tocineta!

Acepto la comida mientras él me observa con una sonrisa complacida. Eso que leo en su rostro es satisfacción de la pura. Quiere que ingiera kilos de comida, y yo no me voy a negar, al sentir el pequeño revoltijo en mi estómago que confirma mi estado: hambrienta. A pesar de que ya cené.

— ¿Quieres que engorde? He subido de peso, te aviso.

Él sonríe sin mirarme, concentrado en sacar su propia hamburguesa. Dispone los dos vasos en el compartimiento de la camioneta, y yo no tardo en darle un sorbo al mío. Hago una mueca ante el sabor. ¡Será canalla! En lugar de la burbujeante Coca-Cola, me ha traído jugo. ¿Quién coño come jugo con hamburguesa?

—Desde que te hice mujer estás más guapa.

Casi me se me salen los ojos de las órbitas. ¿Qué acabo de oír?

—Porque antes era un lavadora con tetas y culo.

Me lanza una mirada de advertencia.

—Controla tu vocabulario ¿quieres?

—Eres un cavernícola, me dan ganas de pegarte —declaro muy seria, pero él se limita a demostrarme que no le importa.

—Me pones cuando peleas —musita con una sonrisa, llevándose una papa a la boca.

—Eres insoportable. Yo no peleé.

—Estabas a punto de montarme un pollo porque dije que te hice mujer.

— ¡Yo no te iba a montar nada!

—Ya. Claro —dice burlón. Estiro el brazo y le doy un manotazo en la cabeza, aunque quiera darle más fuerte. Él me echa hacia atrás y señala mi hamburguesa intacta—. Vamos a comer.

—Estás loco. Además, por meterme mano no me harás sentir mal —añado con retintín—. Que me vendría de perlas un orgasmo.

—Come.

—Dominic, ¿no entiendes que quiero que me la metas? —me harto alzando la voz, contrariada.

Me da más rabia la sonrisa divertida que intenta ocultar fallando terriblemente. Le hace gracia, a mí no, me molesta. ¿Es muy complicado echar un polvo en el carro?

—Nena, estás muy grosera.

—Al menos, chúpamelas —persisto, en un bajo tono seductor, acogiendo mis senos en mis manos.

Espero paciente con mi puchero que caiga en la tentación. Su mirada gris oscurecida clavada en las abultadas gemelas que sujeto confirma su deseo. Mastica lentamente, recorriendo mi pecho hacia mi cara. Nuestros ojos se conectan y dicen mucho más que las palabras, con una fuerza invisible tirando del uno hacia el otro.

Es casi una tortura ver cómo se humedece los labios.

—Quítate la camisa —ordena, su voz profunda y tensa.

—Qué obediente...

—No me provoques —me advierte con una peligrosa mirada—. Ven acá.

No tiene que decírmelo dos veces. Esquivo la comida, los vasos y aterrizo en su regazo. Envuelve mis muñecas, llevándolas a sus rodillas en una silenciosa orden de que las mantenga allí. Le ofrezco gustosa mis generosos pechos, sin separar mis ojos de los suyos. Ardientes. Mi piel cosquillea y el cálido tacto de sus manos en mi cintura me provoca un escalofrío que me revoluciona entera.

—Bonito —susurra, paseando la nariz por el borde del sujetador púrpura de encaje.

—Combiné mi ropa interior solo por ti y me rechazas —digo con la voz entrecortada mientras cedo al impulso de cerrar los ojos, echando la cabeza hacia atrás.

Con la lengua recorre la piel sobresaliente, intercalando suaves besos, al mismo tiempo que sus dedos serpentean por mi columna hasta encontrar el broche.

—Debió ser exhausto tener que combinar —detecto un matiz irónico que paso por alto, más enfocada en sus acciones. Me enseña el sujetador antes de lanzarlo a la parte trasera del carro—. Es mío.

Aprieto sus rodillas, mordiendo con fuerza mi labio inferior. Necesito tocarlo, necesito moverme contra él, besarlo, necesito liberar toda la tensión que se está acumulando en mi interior. Mi cuerpo reacciona de la misma manera que si estuviéramos follando, aunque solo han habido besos, miradas, palabras y caricias, y eso tan solo significa que aquí es.

Acaricia con mimo mis senos, frota suavemente los pezones y se aventura a lo que tanto esperaba: posa su boca sobre uno de ellos. De mis labios entreabiertos fluye un jadeo, hundo las uñas en su piel.

No puedo creer el autocontrol que poseo en este momento para mantenerme tan quieta. Este hombre me domina más allá del plano físico cada vez más.

— ¿Te gusta? —Mi voz sale ahogada y pesada.

—Soy adicto a tus tetas —gruñe, las acoge para lamer ambas al mismo tiempo y yo gimo—. ¿Te gusta?

—Tú me encantas, Dominic.

Emite un gruñido de satisfacción.

Gozo como una loca en celo de cada lamentón que recibo, succiona, mordisquea y besa cada centímetro de piel. Las come con auténtica pasión, con hambre. Me deshago en gemidos. Es salvaje, brusco, sabe que me gusta. Aún así, rompo nuestro plácito acuerdo para sujetarle el pelo y se aleje.

—Dominic..., más suave —le pido, sin resistirme a darle un beso.

Ladea la cabeza, extrañado. Cubre mis senos con delicadeza, dándome otro corto beso.

— ¿Te duele?

—Algo así.

El hecho de que me duela, más las ideas que sé que deben seguir rondando en su cabeza, es suficiente motivo para enderezar la espalda y mirarme con más intriga que antes. Yo no quiero hablar de ese tema y él tampoco querrá, así que lo atraigo a mi pecho para que continúe lo que dejó y desechar lo que tenemos pendiente.

—Madison —alarga mi nombre usando el tonito de advertencia, pero no se resiste a mi mano—. ¿Hay algo que deba saber?

—Que adoro tu lengua.

Sacude la cabeza, reprobando mi respuesta, pero retoma el trabajo. Esta vez, aplica menos brusquedad, y acompaña sus técnicas bucales con suaves caricias que van desde mi torso a la espalda, que choca contra el volante. Me adora hasta que siento las características contracciones que desembocan en un orgasmo.

Sí, mis piernas tiemblan y tuve un orgasmo.

—Joder —jadeo maravillada, viendo estrellas en el techo—. ¿Me acabas de dar un orgasmo chupándome las tetas?

Sus ojos brillan divertidos cuando me mira, para luego besar mis labios con dulzura. Abro los labios y le permito que pruebe más de mí.

—Así es, Isabel.

—Ay —suspiro, risueña—. Eres lo mejor que le ha pasado a mi vida sexual.

—Me alegro. —Se ríe bajito, se encarga de colocarme la camisa, sin sujetador, y me da una nalgada que me devuelve a la vida—. Ahora come.

Regreso a mi asiento con una verdadera incomodidd en las bragas. Si él no piensa limpiarme con sus prácticas bucales, poco puedo hacer.

La comida está fría; ninguno de los dos se queja, valió la pena dejar que se enfriara. Y así, empezamos a comer el exquisito manjar grasoso prohibido, mientras pongo un poco de música en el equipo de sonido. Disfruto la comida y las canciones latinas moviditas.

—Mmm —gimo de puro gusto—. Ni siquiera recuerdo el significado de la palabra «calorías».

—Que se jodan las calorías.

Asiento más feliz que una perdiz. Estoy que me chupo los dedos, pero de todas las reglas que he roto, la de la comida ha seguido intacta. A estas alturas, me veo capaz de actuar pronto como una grosera sin clase.

— ¿Qué has hecho estos días? —le pregunto, pues yo soy la única que siempre cuenta su día.

—Retirando gente del cártel de las zonas rojas, para evitar más guerra.

Clavo mi curiosa mirada en él. Tiene un brazo apoyado en el volante, mientras con el otro se ocupa de sujetar la hamburguesa, y cada mordisco lo da observando la solitaria oscuridad que nos rodea. Últimamente su acento árabe no es tan notable, me llama la atención que al pasar tanto tiempo en Colombia, su acento varía.

En Estados Unidos, siempre había sido un inglés con acento árabe. Hace poco, he empezado a detectar que ese acento se reemplaza por uno más suave, quizás por hablar más seguido español que el árabe o el inglés. Lo que sé con seguridad es que es fascinante su habilidad de entonar varios acentos a la perfección. A pesar de que yo hablo más idiomas que él, mi entonación no es tan natural.

Fácilmente pudo haber sido un traductor de idiomas.

Qué considerado —menciono en español.

A veces lo soy, sí —responde distraído, y entonces lo confirmo.

Mi espécimen es un dios de las lenguas —literalmente—.

Tiro la envoltura de la hamburguesa en la bolsa para atacar las últimas papas que me quedan, son poquitas y no puedo evitar mirar con anhelo las de Dominic, están casi enteras.

Hay dos razones por las que no se las pido: uno, debo controlar la ingesta de calorías; dos, se negará. No sería la primera vez que me niega su comida, pero no puedo culparlo porque soy igual. Por eso, no veo venir su siguiente acción.

Ha debido notar mi mirada hambrienta que intenté ocultar, porque coge un enorme puñado de papas fritas y las echa en mi casi vacío empaque. Arqueo las cejas, esperando una explicación que reemplaza por una pequeña sonrisa de medio lado. Sin decir nada, me introduce una papa en la boca seguido de un tierno beso en la nariz. La estúpida sonrisa que se me escapa es inevitable.

Aprovecha cada papa que me da de comer para besarme en cualquier lugar de la cara, y yo le sonrío complacida. Qué ridículo es el amor, me dan ganas de vomitar nuestras propias demostraciones de afecto, pero a la vez me llenan de amor.

— ¡Oh, Dios mío! —exclamo emocionada al oír la canción que comienza, que me evoca a mi juventud—. ¡Esta es buenísima!

—Más buena estás tú.

Ignoro su chistecito dando un buen trago de jugo para preparar mi garganta seca al canto que se viene. Él echa las bolsas a la parte trasera para tirar de mí y llenarme el cuello de ruidosos besos.

Si no es hoy, mañana tal vez, pero algún día voy a tenerte —canto entre sus brazos, obligándolo a moverse conmigo.

Dominic se aleja lo suficiente para observar mi rostro con curiosidad y un brillo de diversión. No quiero pensar que se está burlando de mi accidentado español, ya estamos en el grado de confianza en que hacer el ridículo frente a él me importa muy poco.

Pero, ¿cómo conoces esa canción viejísima?

—Yo tenía veinte años y recorría cualquier discoteca, ¿cómo no conocerla?

Afianza los dedos en mi cintura, su rostro iluminado al igual que sus ojos grises, contemplándome como si fuera el mayor tesoro que ha descubierto. Une nuestras frentes y cierra los ojos, su contenida sonrisa rozando mis labios.

—Madison, estoy enamorado de ti.

Sonrío, absorta en su hermosura y su capacidad de demostrar todo lo que siente por mi de forma verbal y expresiva. No hay nada que me llene más el alma que notar el amor en su rostro, sus ojos, la enternecida sonrisa que se le plasma. Adoro sus cursiladas aunque finja no hacerlo.

—Eso lo sé.

Abre los ojos, directamente hacia abajo, fascinado de sentir y ver mi cuerpo contonearse al ritmo de la canción. Pues, me encanta, no lo puedo evitar. Eleva la mirada a la mía, ofreciéndome sus labios curvados en una sonrisa juguetona.

—Entonces cantabas en español pero no sabías español.

Pongo los ojos en blanco. No tengo excusa.

—Déjame en paz.

Le paso una pierna sobre las suyas al mismo tiempo que el muy atrevido me arranca la coleta del pelo. Enseguida siento las cosquillas de las puntas en las planta de mi pie. Pues estoy sentada sobre mi pierna izquierda. A él le pirra toquetearme el pelo, es su fetiche, entonces dejo que sea feliz, en tanto yo soy feliz cantando y bailando como si estuviera en plena discoteca.

Es un secretooo —levanto la voz, muy inspirada, sujetando sus hombros para moverlo conmigo—. Que tu mirada y la mía. Un presentimiento, como un ángel que me decíaaa.

Le doy golpecitos en la cadera con el tobillo para incitarlo a que siga mi ritmo. Él, con lo romanticón que es, me envuelve en sus brazos y así sí que acepta «bailar» conmigo. Yo con mi barbilla en su hombro y su cuello entre mis brazos, él con la cara escondida en mi cuello, el cual obviamente no para de besar.

—Esos meneitos de cadera tuyos ya me los conozco yo... —susurra con un tono ronco apoderado de su voz.

No los va a conocer, pienso en plan engreída. Bastantes veces que lo ha gozado cuando me las doy de vaquerita en su pene. Que, la verdad sea dicha, es uno de mis momentos favoritos.

—Eres un guarro —le reprocho, tratando de que no note que me ha divertido. La canción ha terminado y yo suelto un suspiro melancólico, echando la cabeza hacia atrás—. Necesito rumbear.

—Yo necesito que seas mi esposa.

Me río. Ya está otra vez con su tontería del mes, que cada vez me hace menos gracia. El hombre aprovecha cada oportunidad perfecta para proponerme matrimonio con la clara intención de tocarme las cosquillas, pero no se lo permito.

Busco su expectante e intensa mirada, que estudia cada reacción mía. Hasta parece ser sincero con su propuesta de mentira, pero ya me conozco yo sus truquitos.

—Muchos me lo han dicho.

Frunce el ceño, el disgusto es más que obvio, cosa que me atraviesa a lo profundo de mí y me hace cuestionarme seriamente si lo que me está diciendo es real y yo estoy contestando burradas. Eso y que de pronto apaga el equipo de sonido.

—Cásate conmigo —pide, directo y claro, pero mi lado terco que se niega a creerse algo de esa magnitud, continúa tomándolo como un juego.

— ¿Y me jurarás amor eterno? —le sigo la corriente, arqueando las cejas.

Me sonríe y me mira de forma cariñosa, casi como si yo fuera un ser inocente que no está enterado de nada. Y su próxima confesión es tan profunda que me enmudece.

—No necesito estar un altar para jurar quererte más allá de la muerte.

Si esto fuera un programa de televisión animado, mi personaje tendría los ojos con los típicos corazones palpitando y la sonrisa bobalicona.

En la vida real, yo, Madison.

Me he quedado simplemente paralizada y con unas terribles ganas de llorar, porque estoy entre los brazos de un hombre que indirectamente me está jurando amor eterno mientras yo soy un témpano de hielo, incapaz de decirle que lo quiero y que es posible que en mi vientre esté un hijo suyo.

Así, una vez más, paso de estar en la cima a tener un bajón increíble. Como estar en la cima de la montaña y ser empujada al vacío con un golpe final que no merece ser contado.

No le doy tiempo que descubra mis tormentos íntimos o no descansará hasta sacarme las palabras con sacacorchos. Doy media vuelta, me recuesto en su regazo y lo abrazo.

Dominic comprende mi ánimo de inmediato. Pasa un brazo por mi espalda, otro por mis piernas, tal cual como si yo fuera una bebé en busca de cariño.

— ¿Acaso mi pequeña diablura quiere mimos? —murmura dulcemente.

Gimo en respuesta. Tan cómoda y a gusto acurrucada en su pecho, donde puedo oír su corazón palpitar. Me reconforta, me hace sentir en casa, me hace desear no moverme más nunca.

—Eres hermosa. Eres extraordinaria —susurra, dándome un beso en la cabeza después de cada cumplido, acompañado de las suaves caricias en en el muslo—. Eres increíble.

Entierro la cara entre sus marcados pectorales, sintiéndome como la peor persona del mundo. Hay tantas cosas que no merezco, y esta es una de ellas. No merezco todo este amor que me ofrece cuando sé lo que estoy haciendo.

Encojo una mano en mi vientre, en un mal intento de ocultar algo que tal vez no exista.

— ¿Qué tienes? —Su voz refleja preocupación—. Hace menos de un minuto querías rumba, alcohol, mujeres.

Reconozco su vago intento de levantarme el ánimo, que falla sin duda. Mordisqueo mi labio inferior, indecisa, confundida de todo lo que siento por él. Tanto que estoy a punto de confesar y quitarme un peso de encima, pero me arrepiento al último momento.

—Yo... Estoy cansada. Primero quiero dormir por una semana entera.

No puedo.

Sé que no podré abortar algo nuestro si él lo sabe, si él está allí a mi lado, porque mi corazón ganará la razón. Me conozco lo suficiente para saber que sería capaz de tenerlo, y así obtener una parte de él que esté conmigo para siempre.

—Yo también, pero contigo —admite, dándome un cariñoso apretón—. Dime algún lugar que quieras visitar, y cuando todo esto termine, iremos.

—París.

Oprime los labios en mi frente durante varios segundos.

—Como tú ordenes, cariño.

Apoyo una mano en su pecho, apartándome un poco para observar su rostro. No puedo disimular la ilusión que me hace ir con el París y empiezo a parlotear sobre toda la ropa que quiero de diseñadores locales, de crear mi propio perfume, visitar los lugares que sigo sin conocer, y un montón de tonterías más que deseo hacer en la ciudad parisina.

Sé en el fondo que durante mi parloteo he sido bastante materialista, ambiciosa y caprichosa, pues mis gustos nunca han sido muy baratos, pero me alivia verlo tan interesado en cada palabra que suelto. Asiente dispuesto a cumplir cada deseo, por más superficial que sea.

No me juzga por morirme por un par de tacones, o visitar una tienda de marca, cuando más de una vez he sido tildada de «puta superficial». Razón por la cual, en un principio sus regalos de alto costo me hacían enfadar.

Hasta que comprendí que no soy una puta superficial por tener ciertos gustos o que aceptar sus regalos me hace menos «mujer independiente»; y que no es mi culpa que tener ciertos privilegios despierta tanta envidia como para ganar insultos.

Así que, literalmente, me importa una mierda, porque no voy a rechazar un precioso collar de diamantes por el qué dirán. Es mi vida, es nuestra relación, y haré lo que me de la gana porque sé quién soy y cuánto valgo.

—Todo lo que te haga feliz, Madison, lo haremos. —Sella su promesa con un beso en mis labios.

—Más feliz me harán las noches en la habitación pero lo demás también suena encantador.

Su pecho se sacude debajo de mi gracias a la risa que suelta. Vuelvo a acurrucarme en él, aspirando su delicioso olor masculino, ese que me chifla, y dejamos pasar el tiempo entre sus caricias y las mías.

— ¿Mi sujetador? —cuestiono solo para molestarlo, más dormida que despierta.

—No hagas preguntas estúpidas —balbucea contra mi pelo.

—A veces me pregunto cómo te puedo soportar...

—Porque estás enamorada.

Una alegre risa brota de mi garganta. Es un creído de talla grande, aunque no se lo digo, sino que me estiro para alcanzar su boca y acariciarla con la mía.

—Quisieras tú.

Mi susurro muere en él. Comparto mi inestable respiración con la suya, absorta en su penetrante mirada gris, que casi no me doy cuenta de que estira un brazo para apagar a tientas el motor de la camioneta, y se apodera de mi boca al sumirnos en la oscuridad.

Recorre cada rincón de mi boca que conoce de memoria. Nuestras ávidas lenguas se enredan entre sí, se acarician a fondo con una calmada necesidad. Su gran mano izquierda abarca parte de mi garganta y mandíbula cuando me agarra, con tal de inmovilizar mi cabeza, y robarme el aliento con ese tipo de besos que solo él sabe dar.

El frío va desapareciendo rápidamente a causa del fuego que desprenden nuestros cuerpos, y el aroma a comida por una mezcla de coco y vainilla.

—Te quiero —dice entre besos—. Te quiero con locura.

Mi recíproca respuesta queda en el aire, en los besos que le devuelvo con más fervor. Le demuestro lo mucho que lo quiero a mi manera, solo nosotros sabremos lo que sucedió en esta camioneta hasta dejar cada vidrio empañado y nuestros corazones a punto de estallar.

Esto iba a estar en el capítulo, pero con tanta información que tenía que abarcar en el 22, decidí dejarlo como una escena extra; aquí está la cena que Madison nombra en dicho capítulo.

Ustedes tienen novios? Son una pareja de bellos? Cenan mc donalds?

La que esté soltera que me llame (guiño, guiño).

Mood:

Y resumen del extra:

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro