6. David - "Suicidio" (Segunda parte)
Porque son los mejores lectores del mundo y lo merecen por tanta espera, aquí les dejo un capítulo extralargo de Renacidos.
Prepárense para reír y llorar (?)
* * * *
El chico también se detiene, así que aprovecho su descuido y me lanzo sobre él. Caemos juntos al suelo de escombros. Rápidamente tapo su boca con una mano para evitar que grite y le ruego en voz baja que guarde silencio.
Ibrahim se agacha junto a nosotros y me ayuda a retenerlo. No sé de quiénes se traten las personas que están disparando, pero no quiero arriesgarme a descubrirlo, al menos no todavía. Estamos en una clara desventaja y ni siquiera sabemos qué tan peligrosas son las personas a las que nos enfrentaremos.
—¿Crees que sean Ben y Max? —le pregunto a Ibrahim en tono susurrante.
—Oh, claro, seguro Abraham Scott les dejó armas en los bolsillos o las consiguieron por arte de magia —responde con los ojos en blanco.
Lo odio por casi lograr que me ría en un momento tan tenso como este.
El chico no deja de retorcerse bajo nosotros. Está muy asustado; me recuerda al Aaron de los primeros meses de nuestra relación. En ese entonces, él le temía incluso a su propia voz. Siempre me sentí feliz por ayudarlo a superar sus miedos, pero ahora todo lo que siento es culpabilidad por lo que le sucedió y dolor por haberlo perdido, probablemente, para siempre.
—Escucha, renacuajo —le dice Ibrahim al pobre chico sucio y asustado—. Si no quieres acabar con una bala en la cabeza, será mejor que no la cagues y que te quedes bien calladito, ¿entendido?
—No seas tan duro con él —increpo—. Está aterrado.
—Me importa una mierda que esté aterrado cuando nuestros culos están en riesgo —replica Ibrahim entre dientes—. Ya sabes, cochino. Si no te tranquilizas, te usaré como escudo para defenderme de las balas de esos desconocidos. ¿Te callarás?
El chico asiente mucho más espantado que antes, pero ya no se retuerce, así que libero su boca.
—¿Tienes alguna idea de quiénes podrían ser las personas que están disparando? —le pregunto.
—No sé sus nombres ni qué es lo que quieren, pero han merodeado las ruinas desde hace un par de semanas —responde de forma temblorosa y susurrante—. Siempre traen armas consigo; las disparan sin motivo aparente.
Ibrahim y yo nos miramos con el ceño fruncido.
—¿Una señal de alerta, quizá? —sugiero.
—Es lo que estaba pensando —asiente Ibrahim—. Quienesquiera que sean, hay más de ellos.
La tensión es palpable entre nosotros. ¿Con qué motivo un grupo de hombres armados recorrería las ruinas del país? ¿Acaso buscan matar a los pocos sobrevivientes que van quedando?
—Se están yendo —anuncia Ibrahim, quien se incorpora unos cuantos centímetros para espiar—. No hagas ruido alguno, renacuajo.
—No me llames así —masculla el chico con disgusto.
—Pues dinos tu nombre, cochino.
—¡Tampoco me llames así! —dice el chico en tono demasiado alto, y yo vuelvo a cubrir su boca.
—Mierda, se dieron la vuelta —señala Ibrahim.
Se agacha de regreso al suelo. Mi latido aumenta a medida que oigo a los sujetos armados acercándose.
—¿Oíste algo? —pregunta uno de los desconocidos en voz alta.
—No —responde el otro. Ninguna de las voces me suena familiar—. Vámonos, Tigre, aquí no hay alma en pie. Ha de ser algún perro callejero.
—Está bien —dice con recelo quien aparentemente es llamado "Tigre".
Los sujetos armados desaparecen entre las montañas de escombros, e Ibrahim y yo exhalamos de alivio.
—¿Puedes quitarte de encima? —espeta el chico que tengo retenido debajo de mí.
—Oh, lo siento. —Me río con nerviosismo—. ¿Estás bien?
—No. Estoy hambriento y asustado.
—Y muy sucio —añade Ibrahim.
Le doy una palmada en un brazo.
—Déjalo en paz —reprendo—. ¿Cuál es tu nombre? —le pregunto al chico.
Él turna la mirada entre Ibrahim y yo con desconfianza. Entiendo que no confíe en nosotros, pues somos completos desconocidos para él.
—Si no quieres decirnos, está bi...
—Soy Boris —interrumpe—. Me llamo Boris.
—Yo soy David. —Sonrío y le extiendo una mano. Él no la toma.
—¿Y él? —Boris señala a Ibrahim con la mirada.
—Puedes llamarme Dios —dice Ibrahim, y yo vuelvo a darle un golpe en el brazo—. ¡Deja de golpearme!
—Y tú deja de ser tan imbécil —digo, aguantándome las ganas de reír—. Él es Ibrahim —le informo a Boris—, pero puedes llamarlo idiota.
Puedo notar que Boris está reprimiendo una sonrisa.
—¿Qué hacemos ahora? —pregunta Ibrahim mientras se frota la zona del brazo en la que lo golpeé.
—Supongo que seguir buscando a Ben y Max —sugiero—. Pero me muero de hambre.
—Conozco un lugar donde encontraremos comida —dice Boris con cierta timidez—. Claro... si quieren.
—Por supuesto que queremos. —Vuelvo a sonreírle—. Ni siquiera sabemos cuántos días estuvimos inconscientes.
—¿Inconscientes? —Boris frunce el ceño.
—Es una larga historia, cochino —dice Ibrahim.
—¡Deja de llamarme así!
—No lo haré. —Ibrahim esboza una sonrisa socarrona—. Es la única forma de hacer que saques las garras.
—Ya déjalo en paz. —Resisto el impulso de golpearlo una vez más—. Abraham Scott nos trajo aquí —le cuento a Boris—. Se supone que iba a matarnos, pero por alguna razón nos permitió vivir y nos mandó a este lugar.
—Qué extraño —susurra Boris, ceñudo.
—Extraño como la mierda —asiente Ibrahim—. ¿Qué hay de ti, cochino?
Esperaba que Boris se enfadara, pero en lugar de ello luce un tanto asustado.
—¿Por qué sigues entre las ruinas, Boris? —pregunto—. ¿Por qué no has ido a Libertad en busca de refugio?
Él agacha la mirada y se pone a tiritar. Luce como si estuviera a punto de romper en llanto.
—No puedo decirles —musita—. Me harán daño.
—¿Por qué? —Ibrahim frunce el ceño—. No me digas que eras un aspirante a protector o alguna mierda parecida, porque te arrancaré los dientes y los usaré para...
—¡Lo estás asustando más! —increpo—. No le hagas caso, Boris. Puedes confiar en nosotros. No te haremos daño.
Él mira a Ibrahim con temor, pero a mí me mira casi con súplica.
—¿Puedo confiar en ti? —pregunta como un niño desesperado por un amigo.
Me recuerda tanto a Aaron que duele.
—Claro que puedes —respondo. Hago lo posible por no llorar al recordar a mi novio.
Bueno, el que alguna vez lo fue.
Boris examina mi rostro por al menos dos minutos, hasta que finalmente se dispone a hablar.
—Tengo la enfermedad prohibida —anuncia y se pone a llorar—. ¡Por favor, no me hagan daño ni me obliguen a ir a Libertad para curarme! ¡No quiero!
Se me parte el corazón al escrutar su miedo. Ibrahim, por su parte, se echa a reír.
—Tranquilo, cochino —dice con despreocupación—. A nosotros nos gusta el pene tanto como a ti.
—¡¡¡Ibrahim!!! —regaño, enojado—. ¡No lo digas así! ¡Que tú seas adicto a él no quiere decir que todos lo seamos!
Él pone los ojos en blanco, mientras que Boris frunce el ceño.
—¿Ustedes también están enfermos? —pregunta entre sollozos.
Ibrahim y yo nos miramos y ahora ambos nos echamos a reír.
—Pues si con estar enfermos te refieres a que nos gustan los hombres, sí, lo estamos. —Me encojo de hombros.
Boris abre los ojos de par en par.
—¿Es en... en se-serio? —inquiere, asombrado—. ¿No van a juzgarme o algo así?
—¿Por qué habríamos de hacerlo? —inquiero en respuesta.
—¿Habrá algún reproductor de recuerdos por aquí? —pregunta Ibrahim en tono de burla—. Este chico necesita urgente que le muestres tus bonitos y alterados recuerdos sobre Michael, David.
—Oye, eso no es gracioso —espeto—. Aún me duele pensar que creí muerto a Michael por tanto tiempo.
—Como sea. —Ibrahim ríe—. Prepárate, cochino, tenemos mucho que contarte... pero primero llévanos por comida. Me crujen las malditas tripas.
Boris sonríe y se limpia las lágrimas.
—Vamos, conozco el camino —dice, y nos ponemos en movimiento.
Él nos guía entre las ruinas de los tantos edificios destruidos a nuestro alrededor. Si mal no recuerdo, cerca de donde estamos se encontraba un supermercado.
En el trayecto, Ibrahim y yo le explicamos a Boris todo lo que necesita saber sobre la homosexualidad, o al menos una parte de ella. Él abre los ojos de par en par y se pone a llorar nuevamente, pero ahora no por miedo.
Reconozco aquella mirada cargada de esperanza: es la de un chico que, por primera vez en su vida, siente que no está solo en el mundo. Es la misma mirada de Aaron durante las primeras semanas de conocernos.
Mi corazón se oprime cada vez que pienso en él. No sé qué estará haciendo en este momento; solo ruego que esté bien y que Abraham Scott no le haga daño.
Por muy retorcido que suene, me alegra pensar que aquel hombre descorazonado ve a Aaron como a un hijo. Puede que ocurra un milagro y que él decida ser con mi amado el buen padre que nunca fue para Carlos.
Llegamos a nuestro destino, o así lo indica Boris. En efecto, nos hallamos en uno de los supermercados de Andrómeda, el cual fue reducido a escombros como la mayoría de las construcciones que solía haber por aquí. Hay cadáveres en la zona que intento no mirar por demasiado tiempo para no acabar vomitando. Tan solo el olor de los alrededores me revuelve el estómago.
—Menudo restaurante al que nos trajiste, ¿eh? —bromea Ibrahim, y Boris sonríe.
—Es esto o comer ratas —dice Boris con una sonrisa desafiante—. Puedo llevarte a un lugar donde hay unas muy deliciosas.
Ibrahim abre los ojos al máximo.
—¿Has comido ratas? —pregunta, horrorizado.
—No, imbécil —espeta Boris entre risas—. La única rata que he visto por aquí has sido tú.
Al contrario de enojarse, Ibrahim se pone a reír. Me es inevitable pensar que ellos harían una gran pareja. Ibrahim merece alguien que lo quiera después de tanta soledad.
Recorremos los escombros en busca de alimentos enlatados. Ibrahim encuentra duraznos en conserva, Boris unos cuantos batidos de carne y yo me topo con algunas latas de atún.
Nos sentamos a comer sobre un enorme trozo de concreto. Mientras lo hacemos, recuerdo lo que dijo Boris cuando lo encontramos y decido preguntarle al respecto.
—¿Por qué dijiste que dos hombres te mintieron y quisieron hacerte daño? ¿Qué pasó contigo antes de que te encontráramos?
Boris se remueve con inquietud.
—Me topé con un par de hombres vestidos de negro en Ciudad Antártica —cuenta en voz baja con expresión de sufrimiento—. Y... ellos quisieron abusar de mí.
Ibrahim y yo nos estremecemos.
—¿Cómo eran esos hombres? —inquiero, alarmado.
Sé que es imposible que Ben y Max intentaran hacer algo como eso, pero a estas alturas de la vida ya no sé qué creer.
—Ambos eran rubios —responde Boris, frotando sus sienes—. Uno de ellos tenía una serpiente tatuada en una mano y el otro tenía los ojos muy claros.
De inmediato descarto la posibilidad de que dichos hombres pudieran tratarse de Ben y Max. Tanto Ibrahim como yo suspiramos de alivio.
Me arrepiento de haber desconfiado de ellos. A Ben apenas lo conozco, pero confío en que es bueno, porque le creo a Michael. En cuanto a Max, es mi mejor amigo desde hace años; no debería pensar tan mal de él.
—Quienes sea que hayan sido, no fueron nuestros amigos —le aseguro a Boris—. ¿Viste algún otro par de personas en los alrededores?
Boris se pone a recordar.
—Vi más personas, pero no eran dos, sino tres. Eran un chico moreno y corpulento de unos veintitantos años, otro castaño y delgado que lucía de la misma edad y un niño de no más de seis o siete años.
Ibrahim y yo nos miramos al mismo tiempo. Las primeras descripciones encajan con Max y Ben.
—¿Crees que podría tratarse de ellos? —me pregunta Ibrahim con entusiasmo.
—Sin duda —asiento, también entusiasmado.
—Y ¿qué hay del niño? —Ibrahim frunce el ceño.
—Puede que lo encontraran por ahí y lo llevaran con él. Así como Boris, ha de haber un montón de gente que decidió quedarse en las ruinas.
—Tenemos que ir por ellos. —Ibrahim se pone de pie—. Boris, ¿puedes decirnos dónde los viste?
—Hasta que al fin me llamas por mi nombre —señala con una sonrisa divertida. Me alegra que esté entrando en confianza con nosotros.
—Vamos, cochino, no es tiempo de juegos. —Ibrahim reprime una sonrisa—. Levanta el trasero y llévanos donde nuestros amigos.
—No sé si seguirán ahí —lamenta Boris. Se incorpora, y yo también—. Los vi anoche en Unión. Estaban sentados alrededor de una fogata, y luego se echaron a dormir.
—¿Te dijeron algo? —pregunto con un poco de desesperación. Necesito encontrarlos.
—Oh, no me acerqué a ellos —responde Boris, avergonzado—. Solo los espié. Tenía miedo de que fueran tan peligrosos como el par de hombres que enfrenté hace unos días.
—No sigas pensando en ellos. Estás a salvo con nosotros.
Él me sonríe. Puedo notar bajo la suciedad de su rostro que se ha sonrojado.
—¿Por qué crees que ellos no siguen ahí? —le pregunta Ibrahim a Boris.
—Porque traían mochilas consigo, y lucían como si hubieran estado viajando y solo pasaran la noche en Unión. Es lo más sensato, porque es difícil andar por las ruinas en la oscuridad de...
—Espera, espera, espera —interrumpe Ibrahim—. Si los viste en Unión anoche, y dices que es difícil moverse por las ruinas en la oscuridad, ¿cómo es que estás aquí en plena mañana?
Boris pone los ojos en blanco y lleva una mano a su espalda para sacar algo de alguna parte, e Ibrahim y yo nos ponemos en guardia como acto reflejo.
—Por si no lo sabías, inventos como este facilitan que caminemos entre la oscuridad. —Boris sostiene una linterna solar en alto—. Te creía más inteligente, Ibrahim.
—Cuida cómo me hablas, cochino —espeta, pero acaba sonriendo—. Está bien, tienes una buena coartada. Te has salvado de que te patee el trasero. Ahora llévanos de una buena vez donde los nuestros.
—Espera, necesitamos provisiones —intervengo—. ¿Sabes dónde encontrar mochilas, Boris?
—Aquí mismo. —Se pone a rebuscar entre los escombros—. Creo haber visto unas cuantas hace días.
Ibrahim y yo lo ayudamos a buscarlas hasta dar con ellas. Están llenas de polvo y cenizas, pero servirán para cargar alimentos y botellas de agua.
Llenamos nuestras mochilas con cualquier cosa intacta que encontramos entre los escombros del supermercado. Incluso guardo algunos caramelos para el niño que supuestamente está con Ben y Max.
Finalmente estamos listos para partir. Es Boris quien nos guía hacia los límites de Andrómeda y Unión, procurando transitar las zonas más accesibles pero menos expuestas de la ciudad en ruinas.
Llevamos al menos una hora caminando y no hemos avanzado mucho. Boris es más rápido que nosotros; en solo un mes se acostumbró a deambular entre los escombros. No se ha cansado en lo absoluto desde que empezamos a movernos. Ibrahim, por su parte, se ha quejado más de lo que esperaba.
—Joder, estoy sudando como gordo en verano —dice, un tanto agitado—. ¿Hay algún lugar en el que pueda tomar un baño refrescante? —le pregunta a Boris—. Uy, no sé por qué te lo pregunto a ti, si se nota que no te has bañado desde que naciste.
Le doy otro de mis característicos golpes en el brazo, y él chilla como respuesta.
—¡Ya te dije que lo dejes en paz! —reprendo, cada vez más harto de él.
—Tranquilo, me da igual —asegura Boris con despreocupación—. No hay muchos lugares donde bañarse por aquí, pero hay un río en Unión.
—Y ¿cuánto falta para llegar? —inquiere Ibrahim. Suena exageradamente agotado.
—¿En serio atravesaste montañas junto a Aaron? —le pregunto con el ceño fruncido—. Él me dijo que lucías como todo un explorador, y ahora pareces un señorito en tacones que se cansa a los diez metros recorridos.
—Me aguanté el cansancio para lucir interesante y fortachón frente a él —admite con disgusto—. ¿Feliz?
—Muy feliz —miento entre risas forzadas. No lo estoy. El solo hecho de nombrar a Aaron evita que lo sea.
Gracias al cielo, Ibrahim se queda callado en lo que resta de viaje, así que le hablo a Boris sobre diversidad sexual y el mundo real. Durante todo el camino ha abierto los ojos y la boca con asombro y sonreído como si hubiera encontrado una nueva familia.
Llegamos a los límites de Andrómeda después de tres horas de caminata y ascenso entre montañas de escombros. Fue un trayecto agotador, pero necesario para despejar un poco mi mente. Tengo las piernas y manos rasmilladas y he sudado más de lo que he sudado en toda mi vida.
—¿Ahora qué? —pregunta Ibrahim mientras se sienta sobre la tierra de las llanuras exteriores a Andrómeda. Saca una botella de agua de su mochila y se la acaba en segundos.
—Despacio —le digo—. Nos queda mucho camino todavía. Tenemos que ir a Unión y...
—Creo que no será necesario —interviene Boris—. Miren.
Él señala hacia el frente. Miro en dicha dirección y veo a tres personas a la distancia acercándose a nosotros. Cuando se aproximan lo suficiente, noto que, en efecto, se tratan de Ben, Max y un niño.
—¡Max! —le grito al reconocerlo.
Corro en su dirección. Todo atisbo de cansancio parece quedar atrás. Ibrahim, tal como yo, deja a un lado la fatiga y corre hacia Ben, Max y el niño que los acompaña.
Alcanzo a Max y le doy un abrazo apretado.
—¡Sabía que estabas vivo, amigo! —dice él sobre mi hombro.
—Yo también sabía que lo estabas —miento. Lo cierto es que no tenía certeza, pero no quiero arruinar el momento—. ¿Cómo están?
Me separo de Max y lo examino con la mirada, luego hago lo mismo con Ben. Ambos lucen mucho mejor que Ibrahim y yo. En cuanto al pequeño que vino con ellos, este tiene la tez oscura, los ojos grandes y está visiblemente desnutrido.
—Estamos bien —responde Max—. Bueno, no lo estaríamos si no fuera por Timmy.
Max revuelve el cabello del niño. Este luce tan asustado como lucía Boris hace horas.
—¿De dónde salió este pequeño? —Me agacho junto a Timmy y le sonrío. Él se esconde detrás de Max.
—Tranquilo, Timmy, David es de confianza. —Se ríe—. Es un poco tímido —me dice—, pero nos ayudó a abastecernos para venir aquí.
—Parece que todos los que viven entre las ruinas son algo tímidos —señalo a Boris y me río—. Este es Boris. Lo encontramos en Andrómeda.
Boris le sonríe a Max con timidez.
—¿Él también es como... nosotros? —inquiere.
—Oh, no. —Vuelvo a reír—. Max es 100% heterosexual... o eso es lo que dice.
—¡Oye! —reclama Max con disgusto fingido, y todos reímos—. Tengo una novia a la que amo y respeto. Muy pronto la conocerás, Timmy —le dice al pequeño que no se aleja de su espalda—. Ya verás que la amarás en un instante.
—¿Qué hacía un niño tan pequeño como Timmy a solas en una ciudad destruida? —le pregunto a Max en susurros, aunque Timmy nos escucha de todos modos.
—Su familia murió en las explosiones —responde Max, también en voz baja—. Timmy fue el único que sobrevivió. Ha vivido solo desde entonces, sin saber adónde ir.
Puedo escuchar que Timmy se ha puesto a llorar. Max también lo nota, así que se da la vuelta y lo toma en sus brazos.
—Tranquilo, Timmy, ya no estás solo —le dice, y el pequeño lo abraza con fuerza—. Tenemos que llevarlo a Libertad. Vivirá con nosotros ahora.
Agacho la mirada, incómodo. No quiero regresar a Libertad, principalmente porque no quiero que Aaron me asesine y tampoco poner en riesgo a mis amigos, pero él no tiene por qué saberlo.
—Claro, vámonos. —Fuerzo una sonrisa.
—Yo no puedo ir —dice Boris, aterrado—. No quiero que me curen. —Se le quiebra la voz—. Me quedaré aquí.
Siento mucha lástima al contemplar su temor. Me gustaría que se quedara conmigo en las ruinas para tener un poco de compañía, pero es evidente que necesita más amigos y convivir entre personas que lo acepten tal cual es.
—Escucha, Boris, en Libertad tenemos un refugio secreto —explico—. Ahí estarás seguro y rodeado de personas que no te juzgarán por lo que eres. Confía en mí y ven con nosotros; no te dejaré solo —miento.
Planeo ir a Libertad con ellos, pero me marcharé apenas tenga la oportunidad de irme sin que se den cuenta. Necesito vivir entre ruinas y esconderme del hombre que amo.
—¿Y? ¿Vienes? —le pregunto a Boris con una sonrisa.
—¿Me prometes que me protegerás y que no me dejarás solo? —suplica.
Odio mentirle, en serio. No quiero hacerlo, pero no tengo otra opción. Él merece vivir en un lugar mejor que este.
—Te lo prometo. —Me duele cada palabra—. Estaré con ustedes en todo momento.
Ibrahim me mira con el ceño fruncido. Ha notado que he dicho "ustedes" en vez de "contigo". Finjo una sonrisa para no delatar que estoy muriendo por dentro porque no volveré a verlos.
—Está bien —dice Boris después de mucho pensarlo—. Iré con ustedes.
Ben, Max, Timmy, Ibrahim y yo caminamos de regreso a Andrómeda. Nos movemos con lentitud, porque no tenemos prisa. Además, quiero aprovechar cada segundo que me quede en la compañía de mis cercanos antes de que les diga adiós para siempre.
—A propósito, ¿cómo rayos acabamos aquí? —pregunta Ben mientras caminamos por las llanuras exteriores a Andrómeda—. ¿Por qué nos enviaron a lugares diferentes?
—Sobre lo último, no tengo la menor idea —respondo—. Lo que sí sé es quién nos envió aquí.
Les explico lo mismo que a Ibrahim sobre Abraham Scott y el retorcido plan de convertir a Aaron en su hijo. Timmy me mira con mucha confusión cuando me refiero a Aaron como mi novio, pero no le explico nada de momento.
—¿Qué haremos al regresar? —me pregunta Max. Justo la pregunta que no quería responder—. Supongo que intentaremos rescatar a Aaron, ¿no?
"No".
—Sí —miento.
He dicho tantas mentiras que mi saliva ya sabe a veneno.
¿Cómo puede rescatarse a alguien que no quiere ser rescatado? ¿Cómo salvar a alguien que, probablemente, ya no tiene oportunidades de ser salvado?
—Tranquilo, amigo —me dice Max al notar mi pena—. Resolveremos esto.
Me gustaría pensar que podríamos resolverlo, pero es casi imposible. Aaron fue curado y transformado en algo completamente diferente, y dudo mucho que haya una forma de solucionarlo.
—¿Puedo pedirles algo? —digo en voz alta. Hago lo posible para que no se me quiebre la voz—. ¿Podemos fingir que somos chicos normales en lo que nos resta de camino a Libertad? ¿Podemos olvidarnos del mundo real por unas horas y actuar como si fuéramos amigos comunes y corrientes?
Todos sonríen, incluyendo a Ibrahim.
—Por mí está bien —dice Ibrahim—. ¿Cómo les fue en el examen de biología? Creo que saqué cero. No sabía ni mi nombre.
Me río, pero en realidad quiero llorar.
—Yo tuve una pelea con mis padres ayer —añade Max—. Insisten en que estudie medicina en la universidad, pero yo me inclino por la literatura.
—¿Escucharon la nueva canción de Sangre Verde? —inquiere Ben—. Está como para bailar toda la noche. Desearía que no tuviera que ir a Nueva Dubái mañana y poder ir al antro de Libertad.
Todos reímos. Yo desearía que nuestras vidas fueran así de simples y que nuestras mayores preocupaciones se basaran en calificaciones, problemas con nuestros padres o cualquier otra cosa no tan grave como un mundo al borde de la extinción.
El resto del viaje consiste en uno que otro descanso, fingir que somos personas diferentes y reír hasta que nos duele el estómago. En momentos me siento tan feliz que casi olvido toda la mierda que he vivido últimamente. No sé cómo seré capaz de alejarme de mis amigos sin sentir deseos de regresar a ellos.
Salimos de Andrómeda y nos adentramos en las extensas llanuras y montes que separan la ciudad con Libertad. Ibrahim no se ha comportado como un idiota, quizá porque en el fondo presiente que este es mi último viaje junto a él y no quiere arruinarlo.
Max se ha preocupado por Timmy de una forma muy enternecedora. Él nació para ser padre.
—Serás un gran padre algún día —le digo con una sonrisa—. Alicia es muy afortunada.
—Yo soy el afortunado —replica, también sonriendo.
—Dejémoslo en que ambos lo son. —Me río.
—Solo espero que algún día seamos capaces de adoptar —dice Max, más para sí mismo—. Aunque pienso que Timmy es el perfecto candidato para ser nuestro hijo. ¿Qué dices, pequeño? —le pregunta—. ¿Te gustaría que yo fuera tu padre?
—No seas idiota, es un poco mayor para ser tu hijo y el de Alicia. —El Ibrahim de siempre está de regreso—. ¿Qué edad tenía Alicia cuando lo dio a luz? ¿Once? Qué enfermo, Max. Dudo que Alicia quiera ser madre de un chico de la edad de sus hermanos.
Ibrahim le guiña un ojo a Timmy, quien lo mira con desprecio.
—Cállate, imbécil —espeta Max—. No lo escuches, Timmy. Mamá Alicia te querrá como nadie.
Ibrahim se ríe, mientras que Ben, Boris y yo reprimimos las ganas de reír.
—Déjalos en paz, Ibrahim —le digo—. Solo sientes envidia porque sabes que no podrías ser ni la mitad de buen padre que Max.
—Uy, ni en sueños tendría hijos —dice—. ¿Te imaginas a alguien como yo siendo padre? Seguro ganaría el premio al peor papá del mundo.
—Hasta qué dices algo coherente —interviene Boris, quien cada vez entra en más y más confianza. Me alegra que se sienta bien entre nosotros.
Con cada nueva risa y paso que doy me voy sintiendo peor por mi decisión de vivir entre ruinas. Me recuerdo una y otra vez que es absolutamente necesario, porque no puedo permitir que Aaron se convierta en un asesino. Sé que le debo mucho a mis amigos y que por ellos debería quedarme a su lado para protegerlos, pero no puedo permitir que Aaron me encuentre y haga algo de lo que nunca podría perdonarse.
Seguimos avanzando por las llanuras y montes entre risas y bromas, pero estas se detienen cuando llegamos a lo alto de una pequeña montaña y vemos lo que hay del otro lado en la mitad del camino que separa Andrómeda y Libertad: pilares. No hace falta averiguar para saber que estos marcan un límite entre ambas ciudades.
—¿Cuándo pusieron esos pilares ahí? —inquiere Ibrahim, ceñudo.
Nadie dice nada. Todos estamos igual de sorprendidos.
—¿Los habías visto, Boris? —le pregunto.
—No —responde con temor—. Hace tiempo que no me acercaba tanto a Libertad.
Todos nos miramos con los ceños fruncidos. Esto es muy extraño.
—Acerquémonos un poco más —sugiere Ben—. Puede que no sean nada peligroso.
Sé que todos sabemos que sí lo son, pero de todos modos bajamos la montaña y caminamos por la llanura en la que se hallan los pilares. No estamos tan lejos de ellos; se ven aterradores ante la luz del atardecer.
—¿Qué crees que sean? —me pregunta Max.
—Lo mismo que los pilares limítrofes del mar —infiero—. Seguro provocan electrochoques a quienes pasen a través de ellos.
La desilusión es notoria en los rostros de mis acompañantes. Sé que todos estaban ansiosos por volver a Libertad.
—¿Qué hacemos? —pregunta Ben—. No podemos atravesarlos. Está claro que son peligrosos.
—Podríamos quedarnos cerca y esperar que alguien aparezca y se atreva a atravesarlos —propone Max—. No permitiré que alguno de nosotros los cruce. Podrían matarnos.
—¿Matarnos? —inquiere Timmy, hablando por primera vez. Más que asustado, suena intrigado.
—Así es, pequeño. —Max se agacha junto a él—. No podemos arriesgarnos a atravesarlos; podríamos resultar heridos. Ya buscaremos la forma de cruzar sin que nada nos pase, ¿bueno?
Timmy asiente, mientras que Max, Ben, Boris, Ibrahim y yo nos ponemos a conversar sobre qué deberíamos hacer. Estamos tan concentrados en el tema que ni siquiera nos damos cuenta de lo que sucede a nuestro alrededor.
—¡Timmy! —Escucho que grita Max de repente.
Sigo su mirada y noto que Timmy está corriendo directamente hacia los pilares.
—¡Ven aquí! —Max se echa a correr tras él.
—¡Voy donde mis padres! —grita Timmy mientras corre—. ¡Voy al cielo!
—¡Vuelve, Timmy, vuelve! —vocifera Max, rompiendo en llanto.
Los demás también corremos tras ellos. El corazón me late a todo ritmo mientras persigo a mi mejor amigo y al pequeño que solo quiere reunirse con sus seres queridos.
—¡Timmy, no lo hagas, por favor! —grita Max. Es mucho más rápido que el pequeño, pero este ya está demasiado cerca de los pilares.
Lamentablemente, Timmy los atraviesa y una fuerte sirena de alerta resuena desde los dos pilares atravesados.
Alcanzo a Max y lo lanzo al piso para evitar que él también cruce la línea.
—¡Suéltame! —me grita entre llantos—. ¡Ven aquí, Timmy!
Un dron aparece de la nada. Vuela con una velocidad sorprendente hacia Timmy.
El artefacto sobrevuela al niño y este se detiene al darse cuenta de que algo suena sobré él.
Timmy mira hacia arriba y el dron le dispara un proyectil, el cual lo desintegra a tal punto que no queda rastro alguno del pequeño.
—¡¡¡Timmy!!! —grita Max desde el suelo, devastado. Su primera oportunidad de ser padre acaba de morir.
No solo Max ha perdido una oportunidad de ser feliz: hemos perdido la oportunidad de regresar a Libertad.
Al parecer, tampoco podremos escapar, porque tres aeronaves protectoras aparecen a la distancia y vuelan en nuestra dirección a toda velocidad.
* * *
Que en paz descanse el pobre Timmy :'c
No me odien, please. Solo diré que puse el título de los capítulos por algo. Han de saber que mis títulos siempre tienen una razón de ser.
Los amooooo, gracias por su paciencia. Prepárense, porque se vienen capítulos re intensos y un gran salto temporal. Y tranquilos, también vienen cosas bonitas :v
Ah, por cierto, lanzaré una nueva novela LGBT en las próximas semanas. Atentos 7u7
¡Abrazos! —Matt.
Grupo de Facebook: Lectores de Matt.
Instagram / Twitter: @matiasgonzalog
Si leíste hasta aquí comenta "holi", ahre.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro