Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

22. David - "Recuérdame"

Despierto en lo que al parecer es una celda.

Sí, me encuentro en una cárcel.

Los recuerdos de lo sucedido antes de caer inconsciente llueven sobre mí como dagas dirigidas hacia mi cabeza:

Fuimos atacados por pandilleros. Max cayó.

Me emborraché como un imbécil. Besé a Ibrahim.

Viajé junto a él hacia Esperanza en busca de medicinas para Max.

Ibrahim fue herido por un niño. Maté al chiquillo, después curé a Ibrahim...

Luego, como por obra divina, apareció un mensaje luminoso en el cielo nocturno que me brindó una oleada de esperanza en todo el cuerpo, porque algo dentro de mí me decía que Aaron estaría detrás de esa señal.

Y así fue.

Lo vi.

No puedo describir con palabras lo que sentí al divisar su rostro por primera vez después de tanto tiempo. Fueron tantas las emociones que surgieron en mi interior que no podría diferenciarlas con certeza. Mi amado, al que nunca pude olvidar, estaba frente a mí y aún no sé si lo que vislumbré fue real o si fue un producto de mi desesperada imaginación. Lo extraño tanto que es posible que haya sido una fantasía.

Caigo en cuenta de que estoy amarrado. No, en realidad estoy encadenado a una silla pegada al suelo. Intento moverme, pero no logro hacer nada excepto causar un estruendo metálico que no sé si me gustaría que fuera oído. Trato de gritar por ayuda, pero algo me cubre la boca. Estoy completamente indefenso e inmovilizado.

Busco con la mirada algo cercano que pueda ser de utilidad para liberarme, pero no hay nada a mi alrededor salvo paredes polvorientas, una cámara en las alturas y una puerta de seguridad a un par de metros enfrente de donde me encuentro. Tiene una ventanilla circular en la parte superior, pero no se ve nadie del otro lado. Trato de mirar hacia mis costados; no alcanzo a ver el final del cuarto, debo hallarme en el centro de este.

Entro en pánico al pensar en Ibrahim. No oigo señal alguna de que se encuentre cerca de aquí, tal vez ni siquiera sigue con vida. Me horroriza dicha posibilidad. Unas cuantas lágrimas se asoman en mis ojos a causa del temor a perderlo y al miedo a lo que Aaron podría hacernos. Si realmente fue él quien me trajo aquí, el mismo Aaron que intentó ahorcarme hasta la muerte hace un año, esto no terminará bien.

Pensar positivo es lo único que me queda. Puede que Ibrahim esté vivo y que se encuentre muy lejos de este lugar. Tal vez Aaron decidió dejarlo atrás y optó por traerme solo a mí...

Mierda. Recuerdo de golpe las últimas palabras que Aaron pronunció antes de que yo cayera dormido:

"Voy a matarte, pero primero asesinaré a Ibrahim".

El terror me produce escalofríos. No, Ibrahim no puede estar muerto. No elegí salvar su vida por sobre la de Max en vano. Ibrahim está bien, tiene que estarlo, o nunca me lo perdonaré.

Necesito encontrar el modo de liberarme para salir a buscarlo, no puedo permitir que le hagan daño por un capricho mío. Yo quise ir tras el mensaje luminoso cuando Ibrahim me advirtió que no lo hiciera. Esto es mi culpa. Todo siempre ha sido mi culpa.

Por más que forcejeo contra las cadenas, no logro aflojarlas ni siquiera un poco, solo provoco que me ardan las extremidades. Emito un grito de frustración que es amortiguado por la mordaza de mi boca. Tengo que hacer algo, no puedo quedarme aquí a esperar que pase lo peor.

—Es inútil que intentes escapar. —Oigo que dice alguien a mis espaldas. Mi corazón deja de latir—. Ahora me perteneces.

Mi organismo está a punto de colapsar.

Es Aaron, mi Aaron, o al menos un retazo del chico que alguna vez fue mi novio.

Oigo sus pasos conforme se acerca a mí. ¿Es posible sufrir un ataque cardíaco debido a un exceso de miedo y de felicidad?

"¿Eres tú?" quiero preguntarle, "¿o acaso estoy soñando?".

—¿Me extrañaste, precioso? —pregunta Aaron sobre mi oído en tono susurrante, erótico y espeluznante al mismo tiempo.

Se me pone la carne de gallina y rompo a llorar debido a la alegría que me provee oír su voz. Él realmente está aquí... pero soy su rehén.

No estoy seguro de qué debería sentir. Por una parte, quiero gritar y reír a modo de celebración y, por otra, quiero salir corriendo.

Aaron pasa por mi lado. Trae consigo una silla metálica, la instala frente a la mía. Él se sienta y me observa con el rostro ensombrecido por una enfermiza diversión.

—¿Sabes? Aunque no lo creas, estoy muy feliz de verte —confiesa, su sonrisa se torna siniestra—. Creí que nunca te encontraría, pensé que tu búsqueda sería una misión sin sentido. Es más, mañana mismo regresaría a Libertad y haría lo posible por olvidarme de tu miserable existencia. Me alegra decir que los planes han cambiado y que no volveré con las manos vacías.

No logro recuperarme de la perplejidad que me conmueve. Es Aaron, realmente es Aaron quien se halla frente a mí. No consigo creerlo.

—¿Qué, acaso viste un fantasma? —inquiere al escrutar mi expresión de asombro—. Sí, David, soy yo, y soy tan real como esa nariz que tienes ahí y que te romperé más tarde. —Se ríe.

Oh, Dios, su risa. Aquella dulce melodía que no esperaba volver a escuchar. Aquel canto de ángeles que iluminaba cada habitación en la que se encontraba, aquel sonido celestial que me transportaba hacia el paraíso cada vez que lo oía.

—¿Por qué lloras? —Finge una mueca de lástima—. ¿Es porque te alegras de verme o porque sabes que voy a matarte?

Quiero decirle que lloro porque estoy más que feliz de verlo, sin embargo, aunque no tuviera una mordaza en la boca, sería incapaz de hablar.

—Oh, cierto, no puedes decir nada. —Emite otra de esas risas cantarinas que son música para mis oídos—. Permíteme arreglarlo.

Se aproxima para quitarme la mordaza. Tenerlo tan cerca es como un sueño hecho realidad. Ha cambiado mucho; aquel rostro inocente del que me enamoré quedó en el pasado. Ahora luce como un hombre, uno lleno de odio, uno muy infeliz.

Su sonrisa no me engaña, es evidente que en su interior existe una oscuridad que no poseía cuando éramos novios. Su cabello se ha oscurecido al igual que sus ojos, bajo los que veo unas ojeras que delatan el cansancio físico y mental que ha de sentir desde hace mucho tiempo. Sus mejillas han perdido volumen, y es evidente que ha ejercitado como loco. Ahora tiene los brazos sumamente fornidos y los hombros más anchos que antes, e incluso ganó cierta altura. Su cambio es sorprendente.

—¿Y bien? —inquiere tras liberar mi boca, sigue cerca de mí—. ¿No te alegras de verme?

Su aliento me acaricia el rostro. Quiero besarlo, muero de ganas de hacerlo. Él me mira como si esperara que le dijera algo, pero aún no recupero mi voz. No me convenzo de que esto sí está pasando.

—¿Te has quedado mudo o qué? —Aaron ya no sonríe—. Dime algo, lo que sea.

No puedo apartar mis ojos de su rostro, estoy tan conmovido que me es imposible dejar de llorar. Pensé mil veces en todas las cosas que le diría una vez que volviera a verlo y, ahora que el sueño se ha cumplido, no logro decir nada.

—¡Habla, imbécil! —exige Aaron. Puedo notar que está perdiendo la paciencia.

Juro que quiero hacerlo. Tengo mil cosas que decirle, pero ninguna encuentra la salida.

—¡Que hables, hijo de perra! —Me da un puñetazo cargado de ira—. ¡Dime algo, lo que sea!

Es como si me suplicara que le hablara, como si estuviera desesperado por oír mi voz después de una eternidad sin escucharla. Me alegra saberlo, porque eso quiere decir que, quizás, hay algo más que odio detrás de esos ojos iracundos que me miran con fijeza.

Puedo sentir la sangre que fluye desde mi boca, pero no me importa. Así me haga daño hasta acabar conmigo, nada arruinará la felicidad que siento.

Me armo de valor y susurro algo que solo le he dicho en mis sueños:

—Luces tan hermoso como el día que nos separaron.

Aaron queda atónito tras escucharme. Le tirita el labio inferior, es evidente que mis palabras lo han descolocado.

—No imaginas cuánto te extrañé —prosigo, al fin he recuperado mi voz—. Nunca pensé que volvería a verte.

Ahora es Aaron quien no puede decir nada. Luce como si su cerebro hiciera cortocircuito. Es obvio que no esperaba que le dijera cosas como estas.

—He soñado contigo cada noche desde que nos separaron —añado—. Jamás dejé de pensar en ti, Aaron, ni un solo día.

Sus ojos, al igual que los míos, se llenan de lágrimas. Por un instante se ve triste, o tal vez muy emocionado, pero segundos después el enfado regresa a su semblante y es lo único que veo.

—¡No te atrevas a hablarme de esa forma! —grita, hecho una furia.

Ignoro la ira de Aaron y sigo liberando las palabras que por mucho tiempo acumulé dentro de mí.

—Te amo tanto como antes. —Sonrío a pesar de las lágrimas que bañan mi rostro—. Siempre te amaré...

—¡Cállate! —Aaron me da un puñetazo mucho más fuerte que el anterior, se pone a llorar de rabia—. ¡Tú no me amas, eres el monstruo que me violó y que mató a mi familia!

—¿Qué? —Me cuesta hablar debido al dolor de mi mandíbula, pero necesito preguntar sobre lo que acaba de decir—. ¿De qué hablas, Aaron? Yo no hice nada de eso.

Él expulsa una risa demente.

—No oses fingir que no tienes idea de lo que estoy hablando —advierte—. ¡Tú me arruinaste la vida! ¡Mataste a mi madre y a mis abuelos, después quebrantaste mi inocencia!

Sus palabras me dejan sin aire. No puedo creer que piense que yo sería capaz de hacer algo como eso. Sé que intervinieron su mente de tal forma que lo obligaron a odiarme, pero no conocía los supuestos motivos detrás de su desprecio. Son peores de lo que imaginaba.

—Aaron, te juro por lo más sagrado que yo nunca haría algo como eso —insisto, la desesperación es evidente en mi voz—. ¡Ni siquiera conocí a tus abuelos!

—¡Mientes! —Aaron me da otro puñetazo. Este me aturde lo suficiente como para marearme—. ¡Tú arruinaste mi vida! —Estalla en un llanto desgarrador—. ¡Tú eres el culpable de que no pueda ser feliz! ¿No podías acabar solo conmigo? ¡Mis abuelos y mi madre no tenían la culpa de nada! —Se arroja de rodillas al suelo y sus lloriqueos se vuelven incontrolables—. ¡Tenías que matarme a mí, no matarlos a ellos! ¡Te odio, te odio, te odio!

Verlo sufrir es mil veces más doloroso que el hecho de que piense que fui capaz de hacer cosas tan horrorosas como las que mencionó.

—Aaron, yo no hice nada de lo que dijiste —insisto entre lágrimas—. Yo siempre te he amado, cariño, nunca te lastimaría de esa forma...

—¡Deja de mentir! —Se pone de pie, se me acerca y envuelve mi cuello con sus manos—. ¡Admite que me violaste y que mataste a mi familia!

Libera mi cuello después de unos segundos. Toso y jadeo con fuerza, siento que el cuarto da vueltas a mi alrededor.

—¡Admítelo! —exige Aaron. Su rostro, nuevamente, está muy cerca del mío—. ¡Admite todo el daño que me hiciste!

—No puedo —digo al recuperarme de la sensación de asfixia—. No puedo admitir algo que no hice. Lo siento, cari...

Me da un puñetazo más que me hace ver un centenar de puntos negros en el aire. Si sigue así me hará perder la consciencia dentro de poco.

Aaron me agarra de mi adolorida mandíbula y se aproxima tanto a mí que su nariz roza la mía. Noto locura en sus ojos, en los míos sigue habiendo lágrimas.

—Admítelo —insiste entre dientes, mi estómago arde al tenerlo más cerca que antes. Mis ganas de besarlo son insoportables—. Admite que me arruinaste la vida.

Nos quedamos en silencio y nos miramos fijamente. Él baja sus ojos hacia mi boca ensangrentada, ¿acaso desea besarme?

Su agarre pierde firmeza y siento como si me acariciara el rostro. Por un efímero momento, sus ojos pierden la oscuridad que exhibían segundos atrás y por poco parecen los del Aaron que tanto me amaba hace un año.

—Admítelo, por favor. —¿Lo está suplicando?—. Dime que arruinaste mi vida.

Ya entiendo por qué insiste en que le confirme lo que supuestamente hice: él mismo duda que sea cierto. Al parecer el viejo Aaron sigue con vida en alguna parte de su mente y lucha con todas sus fuerzas por revelarle la verdad al nuevo.

—Dímelo, David. —Aaron suena urgido—. Por favor, dime que sí hiciste todo eso. —Presiona su frente sobre la mía y sus lágrimas caen sobre mi cara.

—Sabes que no hice nada de eso, amor —susurro—. No haría nada que te causara este sufrimiento.

Se aleja de golpe. La furia está de regreso, va y viene como el viento.

—¡Eres un maldito mentiroso! —vocifera—. Así que no quieres admitir los crímenes que cometiste, ¿no? Bien, entonces tendré que obligarte a que lo hagas.

Aaron saca un objeto del bolsillo y me doy cuenta de que es un teléfono satelital. Lo enciende, hace una llamada y dice:

—Tráelo.

Al cabo de un rato, oigo pasos desde las afueras de la habitación. Aaron me observa en todo momento mientras sea quien sea se acerca al cuarto. Quien alguna vez fue mi gran amor tiene la mirada manchada de desprecio, uno que nunca esperé que sintiera por mí. Él respira como un animal rabioso, pero hay un doloroso pesar detrás de sus ojos ardientes.

Alguien toca la puerta de la celda. Sin dejar de mirarme, pero ahora esbozando una sonrisa maliciosa, Aaron se dispone a abrir.

Dos personas entran en el cuarto. Una es un sujeto rubio de ojos azules que arrastra a un hombre malherido que apenas puede mantenerse en pie.

El hombre es Ibrahim.

La sangre cubre su rostro y la mayor parte de su ropa, la cual ha sido desgarrada. La cólera arde dentro de mí al ver lo que Aaron le ha hecho a quien se ha convertido en uno de mis mayores pilares en los últimos meses. Puede que no sea culpa de Aaron el haberse vuelto tan malvado, ya que su cerebro fue intervenido contra su voluntad, pero eso no significa que voy a dejar pasar algo como esto.

—Siéntalo aquí, Maurice —le ordena Aaron al sujeto de los ojos azules y le señala la silla en la que estaba sentado frente a mí.

El tal Maurice arrastra a Ibrahim hasta la silla metálica y lo sienta sobre ella. Mi amigo tiene las manos tras la espalda, ha de estar esposado o amarrado. Una tela cubre su boca, está empapada de sangre.

Una vez sentado, Ibrahim parpadea para aclarar su visión y me mira a los ojos. Le cuesta mantenerse despierto. A pesar de que se halla gravemente herido, él parece querer expresarme con la mirada que todo estará bien. En el fondo, ambos sabemos que este es el fin.

—Déjalo ir —le imploro a Aaron. Mi voz suena entre suplicante y furiosa—. Él no te ha hecho nada malo.

"Yo menos" debería agregar, pero no lo hago. Lo importante ahora es salvar a Ibrahim.

—Él no irá a ninguna parte, y tú tampoco. —Aaron deambula por el cuarto a pasos altaneros—. No debiste venir hacia mí en compañía de tu amiguito, David. Ahora no solo morirás tú, sino que él también pagará por tus errores. Bueno... también tu hermano.

Oh, no. Recuerdo el mensaje que me hizo acabar en este lugar, el que decía que mi hermano se encontraba en las tierras muertas. Hasta hace unos segundos creía que era una mentira de Aaron para atraerme hacia él, pero ahora no estoy seguro.

—Dime que no se encuentra aquí. —No sé si lo ruego o si lo exijo.

—Ya sabes qué hacer, Maurice —dice Aaron y el aludido abandona el cuarto.

—Como sea verdad que has traído a mi hermano aquí, nunca te lo perdonaré, Aaron —espeto, no me inmuto en ocultar mi enfado.

—¿Perdona? —Aaron se ríe de forma sarcástica—. ¿Me estás amenazando?

No digo nada, solo desvío la mirada, pero sí, es una amenaza. Mi hermano es lo más importante en el mundo para mí, ni siquiera a Aaron le perdonaría que le hiciera daño.

—Mírame cuando te hablo —ordena Aaron—, y no te atrevas a quedarte callado. Responde: ¿Me estás amenazando?

Me atrevo a observarlo y a mantener el contacto visual. Decimos mucho con la mirada, o al menos yo lo hago. Quiero suplicarle al viejo Aaron que intente escapar de su cárcel, que aniquile a su nueva versión y que todo vuelva a ser como antes. El hombre trastornado que tengo frente a mí no es ni la sombra del chico que hacía de mi mundo un lugar colorido y luminoso.

Vuelvo a oír el sonido de pasos acercándose al cuarto. Cierro los ojos con fuerza y ruego que no sea mi hermano quien camina hacia aquí con Maurice. De serlo, la compasión que siento por Aaron debido a su cambio forzado se verá disminuida. No permitiré que le haga más daño a Ibrahim, mucho menos que le toque un pelo a mi hermano.

Para mi mala suerte, quien entra al cuarto junto a Maurice sí es Paul.

—¡David! —Creo que intenta gritar bajo la mordaza que cubre su boca. Trata de correr hacia mí, pero Maurice lo mantiene agarrado con una mano alrededor del pecho. Con la otra apunta una pistola en su cabeza.

—Quieto, muchacho —le ordena Maurice a Paul. No lo trata con violencia, pero aun así me vuelvo loco.

—¡Quita tus manos de mi hermano, imbécil! —le exijo a Maurice. La rabia evapora mi sangre.

Maurice me mira como si se disculpara por tener que exponer a mi hermano a algo como esto. No le agrado, puedo notarlo, pero es evidente que detesta el hecho de involucrar a un muchacho tan joven en esta situación. Me queda claro que es Aaron quien está detrás de todo, Maurice no es más que su marioneta.

—Cuida como le hablas a mi amigo —me advierte Aaron—. Una falta de respeto más y le corto un par de dedos a tu hermanito.

Un escalofrío me recorre de la cabeza a los pies. No quiero ni pensar en Paul siendo herido de esa manera. Tengo que hacer algo, lo que sea.

—Aaron, te lo ruego, no le hagas daño a mi hermano. —Se me quiebra la voz—. Él no merece sufrir.

Yo sí que lo merezco. Fue por mi causa que Aaron se convirtió en el monstruo desquiciado que es ahora. De nunca haberlo llevado a la reunión con mi madre y con Paul, Abraham Scott no habría puesto sus garras sobre él.

—¿Sabes? Hasta esta mañana planeaba regresar a Paul a Libertad y permitir que tuviera una vida larga y plena. —Aaron camina hacia el final de la habitación y luego regresa al frente con otra silla metálica, la cual instala junto a la de Ibrahim—. Pero ahora que te encontré, creo que será de lo más divertido torturar a tu amigo y a tu hermano frente a ti, ¿no te parece? —Se carcajea con una maldad que me pone los pelos de punta—. Ven, Paul, toma asiento. Esto se pondrá bueno.

Maurice arrastra a mi hermano hacia la silla y lo obliga a sentarse. Yo pierdo los estribos. No puedo permitir que Aaron les haga daño a dos de las personas que más quiero. Esto no es justo. Sí, he cometido un sinfín de errores, pero mis seres queridos no tienen por qué pagar por ellos.

—¿Qué quieres de mí, Aaron? —Sollozo de miedo, de pena y de rabia—. ¿Por qué no me matas de una vez y dejas a los míos en paz?

—Ya sabes lo que quiero —espeta Aaron—. Quiero que admitas lo que le hiciste a mis abuelos y a mi madre... quiero que admitas lo que me hiciste a mí. Quiero que admitas que eres un monstruo, que has arruinado cientos de vidas, que eres uno de los peores seres humanos que ha pisado este mundo.

—Por todos los cielos, Aaron, ¡yo no hice nada de eso! —Me niego a ceder—. ¿No te das cuenta de que te lavaron el cerebro? ¡Jamás abusé de ti, tampoco herí a nadie de tu familia! Y ¿de qué familia hablas de todas formas? ¡No eres hijo de Abraham Scott! Te llamas Aaron Marshall, y eres hijo de un hombre llamado Iván y de una mujer llamada Clara. Ambos son personas maravillosas. —Omito decirle que están muertos. Ni siquiera los recuerda—. Y no solo eso, también tienes un hermano menor llamado Jacob. Es un chico fantástico, Aaron, y te extraña muchísimo. Todos lo hacemos.

Aaron me mira con los ojos abiertos hasta el límite. Lo conozco bien, o al menos conocía al Aaron de antes, así que puedo notar que está teniendo una guerra interna consigo mismo. Estoy 100% seguro de que su verdadera esencia sigue con vida. Solo espero que logre sacarla a la luz antes de que suceda lo peor.

—No, no, todo eso es mentira —insiste Aaron, más para sí mismo. Lleva las manos a la cabeza y camina de un lado a otro—. Mi nombre es Aaron Scott, soy hijo de Abraham Scott y soy un futuro gobernador de este país. —Me vuelve a mirar—. Mi madre se llamaba Lorena, y ella fue asesinada por ti, al igual que mis abuelos. ¡Deja de mentir! ¡Tus mentiras no te salvarán!

—No estoy mintiendo, Aaron —sostengo con firmeza—. Sé que tu verdadera identidad sigue viva dentro de ti; tienes que dejarla salir. Recuérdame, por favor. —Se me escapa un par de lágrimas—. Recuerda cuando nos conocimos en el muelle de cristal. Recuerda cuando nos abrazamos por primera vez cerca de la estación de metro de Esperanza. Recuerda cuando vimos las aves robóticas luminosas volando por el cielo del G, cuando nos besamos por primera vez en mi dormitorio, cuando hicimos el amor en Constelación y...

—¡Basta! —pide Aaron entre lágrimas y se me acerca otra vez—. ¡Nada de eso sucedió! ¡Admite que estás mintiendo o mataré a uno de ellos! —Señala a Paul y a Ibrahim.

Los miro. Mi hermano llora y tiembla de miedo. Intenta decirme algo, pero no puede. Ibrahim, por su parte, sigue luchando contra la inconsciencia. Está muy malherido, es obvio que ha perdido mucha sangre.

Aaron se aproxima a Ibrahim y le da unas cuantas bofetadas para espabilarlo. Da resultado. Ibrahim abre los ojos por completo y me ve; el miedo que expresa su mirada me parte en dos. Aaron saca una navaja de un bolsillo, se pone detrás de Ibrahim y acerca la hoja hacia el cuello de mi amigo.

—Admite lo que hiciste y que todo lo que has dicho son mentiras o lo mataré en este instante —me ordena Aaron—. Sabes que lo haré.

Lo peor de todo es que sí lo creo capaz. No puedo permitir que mate a Ibrahim y, por más que le insista en que no soy el monstruo que él afirma que soy, sé que no me creerá.

Solo hay una forma de solucionar esto.

—Lo admito —digo con el dolor de mi alma—. Yo maté a tu madre y a tus abuelos, también abusé de ti... y tu padre es Abraham Scott.

Paul e Ibrahim me observan con asombro. Saben lo que sucederá a continuación. Maurice solo agacha la mirada como si supiera que lo que yo acabo de decir no es verdad.

Y Aaron... Aaron luce aliviado. Parece que un gran peso ha sido quitado de sus hombros; él sonríe como confirmación. Es obvio que soñaba con que dichas palabras salieran de mi boca. Está más que claro que duda acerca de los recuerdos que le implantaron en la cabeza, pero ya no defenderé mi inocencia. Aaron no me creerá, nunca lo haría.

Lo mejor será que me mate y que deje a Ibrahim y a Paul en paz.

—Por favor, mátame de una vez por todas y déjalos ir. —No puedo evitar llorar—. Acaba con esto ya. Mátame, por favor.

Aaron aleja la navaja del cuello de Ibrahim, camina en mi dirección y acerca su rostro al mío hasta rozar nuestras narices otra vez. Veo sus ojos y en ellos solo hallo locura, definitivamente lo he perdido para siempre. No hay forma de recuperarlo.

—¿Matarte? —dice con una sonrisa—. Oh, ten por seguro que lo haré. Pero ¿crees que será así de fácil y rápido? Claro que no, David. —Otra risa siniestra—. Te dejaré vivir por un buen tiempo, pero cada día de vida que te permita será un infierno. Te torturaré de todas las formas posibles, abusaré de ti hasta el cansancio y te haré pasar hambre, frío y el peor de los dolores. Créeme, desearás estar muerto.

El terror revuelve mi estómago.

—Hazme lo que quieras —musito, me tiembla la voz—, pero deja ir ya a Ibrahim y a Paul.

—Me temo que no puedo hacerlo. —Aaron hace un falso puchero—. No puedo arriesgarme a que busquen ayuda para salvarte. No tengo más opción que asesinarlos.

Mierda.

Oigo los quejidos de Paul mientras se retuerce en su asiento. Ibrahim se limita a escrutarme con tristeza, una que me hace sentir peor. Desearía poder darle un último abrazo o darle las gracias por todo lo que ha hecho por mí, pero no será posible.

—Aaron, prometiste que no le harías daño a Paul... —dice Maurice.

—¡Cállate! —Lo interrumpe Aaron y se voltea hacia él—. Aquí las decisiones las tomo yo. Tú encárgate del muchacho, yo me encargaré de Ibrahim. —Regresa su mirada hacia mí—. Y tú abre bien los ojos, David. Vas a presenciar cómo tu amigo y tu hermano se desangran hasta la muerte.

Mi corazón está a unos cuantos latidos de estallar.

—¡No lo hagas, Aaron, te lo suplico! —grito entre llantos hasta desgarrar mi garganta—. ¡Por favor, no lo...!

Aaron acalla mis gritos al regresar la mordaza a mi boca. Me retuerzo todo lo que puedo, rogando poder liberarme y hacer algo, pero es imposible. Lo único que hago es llorar, gemir y forcejear como un tonto. Aaron y su compañero matarán a dos de las personas que más quiero en el mundo y no hay nada que pueda hacer para evitarlo.

—Aaron, por favor... —dice Maurice con la cara llena de aflicción—. No me obligues a hacerlo.

Aaron se acerca a él y le toma el rostro con las manos. Luego, para mi sorpresa, le da un beso.

—¿Estás conmigo en esto o no? —le pregunta Aaron a Maurice tras separar sus labios. No suelta su cara; el cariño con el que lo mantiene cerca me deja sin palabras.

—Pero Aaron... —Maurice luce muy afligido.

—¿Estás conmigo o no? —insiste Aaron, esta vez posando su frente sobre la de Maurice tal como hizo conmigo hace minutos.

Los celos me torturan.

—Sí —dice Maurice entre lágrimas—. Por supuesto que sí.

—Bien, entonces harás exactamente lo que digo y matarás a Paul sin vacilar, ¿bueno?

A pesar de que tengo la mordaza puesta, intento gritarle a Maurice que se niegue a hacerlo. Capto su atención y le ruego con la mirada. Maurice abraza a Aaron de modo que no vea su rostro y mueve la boca como si dijera "lo siento, David".

—Está bien —le dice a Aaron—. Mataré a Paul.

Mi llanto y mi desesperación aumentan de nivel. Por un momento pensé que Maurice intentaría salvarnos, pero ya veo que fue ridículo pensarlo.

—Buen chico. —Aaron le da un beso más a Maurice y luego se aproxima a Ibrahim con la navaja en mano—. ¿Qué tal si empezamos contándoles un poco la cara?

Maurice se acerca a Paul y, aún con la culpabilidad tiñendo su rostro, aproxima la navaja a la cara de mi hermano.

Me retuerzo tanto que me quedo sin fuerzas y se me corta la circulación en las extremidades. Desearía desmayarme para no tener que ver a mi hermano y a mi amigo desangrándose hasta morir, pero no puedo hacerlo. Es por mi causa que están aquí, lo mínimo que les debo es presenciar su muerte a pesar de que la imagen me perseguirá hasta mi último suspiro.

—Que disfrutes el espectáculo, David —vocifera Aaron con entusiasmo y después observa a Maurice—. Ahora.

Dicho aquello, ambos deslizan las navajas por las mejillas derechas de Paul e Ibrahim.

La sangre fluye de inmediato. Estoy llorando y gimiendo de tal forma que apenas puedo respirar. Mi hermano se queja de dolor y se retuerce incluso más que yo, Ibrahim solo cierra los ojos como si estuviera preparado para su muerte.

Esto no puede ser real. Sus vidas no pueden terminar así.

—¿Y si bajamos las navajas hacia sus cue...? —inquiere Aaron, pero es interrumpido por un sonido que proviene desde el pasillo.

Un pitido ensordecedor llena la habitación y lanza a Maurice y a Aaron al suelo.

El pitido es el mismo que fue utilizado hace más de un año durante el sabotaje de las reproducciones obligatorias en el Hospital General de Libertad. El sonido es tan intenso y desesperante que me pone a tiritar, pero se siente como una melodía milagrosa. Sea quien sea que esté provocando este aturdimiento, nos ha salvado la vida a Paul, a Ibrahim y a mí.

Lucho por mantenerme despierto, pero me cuesta demasiado. Para cuando el pitido termina, me hallo al borde de la inconsciencia.

Oigo pasos de personas que se acercan al cuarto. Mi visión está borrosa, pero logro ver a una mujer cuyo rostro difuso me parece familiar.

—Tranquilo, David, ya estás a salvo.

Reconozco su voz: es Alicia.




* * *



¡Hola, lectores!

Muchísimas gracias por su paciencia. Y sí, como leyeron, finalmente el grupo entero se reunirá :')

Me duele anunciarles que la historia se encuentra en su recta final. No quiero que acabe, pero en algún momento debemos despedirnos de la trilogía. Gracias a los poquitos que siguen aquí a pesar de todo. Hoy en día somos una familia muy pequeña, pero eso da igual. Mientras quede una persona por aquí, yo seguiré escribiendo y actualizando con la misma pasión de siempre.

Ah, y un recordatorio: Prohibidos está de vuelta en wattpad por tiempo limitado. Ya está completa, vayan a releerla antes de que sea tarde.

Gracias por tanto apoyo, amigos. Los quiero muchísimo.

¡Abrazos!

Matt.

Instagram: @mattgarciabooks

Grupo de Facebook: Lectores de Matt







Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro