21. Aaron - "Al fin eres mío" [Segunda parte]
ADVERTENCIA: lean la primera parte antes de leer esta. Publiqué dos capítulos seguidos :D
* * *
Al día siguiente, despierto antes de lo que esperaba. Los nervios y la emoción no me permitieron seguir durmiendo. Si tengo suerte, puede que en cuestión de días tenga a David atado en alguna de las oficinas del municipio. Quiero creer que sucederá, la esperanza de encontrarlo es lo único que me queda.
Me hallo junto a Maurice en la oficina que escogimos como central de mando. Discutimos la forma en la que daremos con David; sin la ayuda de los protectores nuestros recursos son más que limitados. Uno de ellos es un dron de energía solar que puede viajar hasta una distancia de cien kilómetros, el cual nos permitirá abarcar una gran cantidad de terreno desde el aire y nos servirá para alejarnos todo lo posible de los pandilleros.
Otro de los recursos que disponemos es un radar que nos mostrará cualquier vehículo o aeronave que circule cerca de nosotros en un radio de doscientos kilómetros, un alcance mayor que el del dron. No nos permitirá saber si hay gente cerca que no esté dentro de un medio de transporte, pero nos permitirá encontrar a los pandilleros y eso es suficiente. También trajimos unos sofisticados binoculares, dos radios satelitales para comunicarnos y las suficientes balas para aniquilar al menos a cincuenta personas. Es una suerte que todos los elementos mencionados sean pequeños, o no habrían cabido en las mochilas de excursión junto a la única muda de ropa que trajimos además de las cantimploras.
En caso de que ni el dron ni el radar den resultados positivos, nos queda un último recurso, uno al que espero no tengamos que recurrir: un proyector de gran amplitud. Es un aparato del porte de una caja de galletas, pero sus proyecciones tienen un alcance sorprendentemente poderoso. El problema con dicho proyector es que la imagen podría ser vista por todas las personas que se hallen a poco menos de diez kilómetros de distancia, lo que sin duda es un peligro. No obstante, lo tengo considerado en mis opciones. Tengo que hallar a David a como dé lugar, o los riesgos serán en vano.
—Lo primero que debemos hacer es encontrar un aeromóvil en buen estado —sugiere Maurice mientras observamos la imagen de un mapa holográfico del Viejo Arkos. Lo hallamos en uno de los tantos muebles del municipio—. Hay muchos automóviles terrestres en los alrededores, pero no son tan veloces ni nos servirán para atravesar los escombros que nos topemos.
—¿Crees que encontremos algún aeromóvil? —inquiero—. Esperanza era una de las ciudades más pobres, es obvio que los pocos aeromóviles que había ya fueron encontrados por las pandillas.
—Dudo que hayan dado con todos. Como sea, es nuestra mejor opción si quieres resultados rápidos.
—Está bien. Primero buscamos el aeromóvil, luego ¿qué?
Es curioso que sea Maurice quien esté tomando las decisiones. Normalmente lo haría yo, pero no puedo pensar con la cabeza fría cuando se trata de David. Si de mí dependiera, saldría corriendo por cada rincón de las tierras muertas gritando su nombre hasta que apareciera frente a mí. Lo más inteligente es dejar las cosas en manos de mi cómplice.
—Luego deberíamos sobrevolar Esperanza por completo con el radar activado y con el dron siempre al frente a varios metros de distancia —propone Maurice—. De esta forma podremos ver si hay gente cerca de donde volemos con el aeromóvil, así tomamos rutas diferentes o aterrizamos para escondernos.
—Inteligente. —Esbozo una sonrisa—. No puedo creer que estés más preparado para esto que yo.
—Bueno, si te soy sincero, sabía que tarde o temprano querrías ir en busca de David. No esperaba que me pidieras que te ayudara, pero quería estar preparado en caso de que lo hicieras.
—De modo que pensaste con antelación sobre cómo podríamos encontrarlo —resuelvo. Él asiente como afirmación—. No me arrepiento de acudir a ti.
—Sabes que siempre te ayudaré en todo lo que pueda, Aaron. —Me toma una mano. Es un gesto bastante romántico, pero no me molesta tanto como esperaba—. Bien, sigamos. —Suelta mi mano y hace girar el mapa holográfico de Arkos—. Luego de recorrer Esperanza, deberíamos ir al lugar que concentraba la mayoría de los grupos terroristas del país: el Sector G.
—Mi hogar —susurro, acongojado—. No se veían señales de vida cuando lo sobrevolamos.
—Quizá porque los sobrevivientes no habitan en la superficie. —Maurice sonríe—. Por lo que sé, había algunos escondites subterráneos y cavernas en ciertas partes del sector, así como ríos bajo tierra que podrían servirles para proveerse de agua potable. Puede que esos refugios estén intactos y que sean habitados por pandilleros.
—Tiene sentido. —Su teoría me entusiasma—. Lo más probable es que David haya localizado mi hogar en el G gracias a los terroristas de ese sector. Si se esconde en alguna parte, definitivamente lo hace ahí.
—Exacto.
Tanto Maurice como yo sonreímos.
—Y... ¿qué haremos con él una vez que lo encontremos? —pregunta Maurice, la tensión se siente en el cuarto.
Tengo tantas respuestas a esa pregunta que no sé cuál dar primero.
—No podemos traerlo aquí. —Me doy cuenta—. No es un lugar seguro. Así lo esposemos, lo amarremos y lo encerremos en una de las oficinas, es probable que encuentre el modo de escapar.
—Tal vez podríamos ir a comprobar si el cuartel policial de Esperanza sigue en pie —sugiere Maurice. Es justo lo que tenía en mente—. No existe un lugar mejor que ese para mantenerlo completamente vigilado.
—Bendito el día en que te pedí venir conmigo —digo, mirándolo a los ojos. Él ríe—. Gracias por todo, Maurice.
Siento el impulso de acercarme a él y de besarlo, pero lo reprimo. Tenemos mucho trabajo que hacer.
—Bien, vayamos a la estación de policía. —Maurice se pone de pie—. Si es nuestro día de suerte y no ha sido saqueada, dentro encontraremos armamento, aeronaves e incluso comida y agua.
—Bien. —Me paro con efusividad, listo para partir, pero recuerdo un detalle—: ¿Qué haremos con Paul?
—Podríamos dejarlo aquí. —Maurice deja de sonreír—. El problema es que podría pasarle algo y cuando volvamos a buscarlo sería muy tarde.
—Tienes razón —resoplo—. Tendremos que llevarlo con nosotros. Tú te encargarás de él mientras yo nos cuidaré las espaldas, ¿bueno?
Maurice asiente y, tras sonreír nuevamente, nos disponemos a iniciar la misión más complicada de nuestras vidas.
* * *
Las calles de Esperanza son tan silenciosas que se me eriza la piel. El palpitar de mi corazón se oye mucho más fuerte que el sonido de mis pasos; mentiría si dijera que no estoy a punto de orinar mis pantalones. Aunque nunca tuvo entrenamiento para enfrentar una situación como esta, Maurice parece llevarlo mucho mejor que yo: se mueve con decisión y escudriña atentamente cada rincón a la vista mientras lleva a Paul de un brazo, quien no ha dicho nada desde ayer.
Las últimas palabras del muchacho aún resuenan en mi cabeza: ''eres una mala persona''. Y sí, puede que lo sea, pero David también lo es.
''¿Y si no lo es?'', pregunta una voz dentro de mi mente, pero la silencio. David es una mala persona, debo estar seguro de ello. Poner en duda su maldad podría hacer que me arrepienta de lo que quiero hacerle, y es muy tarde para dar marcha atrás.
Así como están desiertas, las calles de Esperanza situadas cerca de la costa están en perfecto estado. La destrucción de esta ciudad se dio más que nada en la zona alta y en la central. De no ser porque no hay nadie, ni siquiera un perro, cualquiera que deambulara por aquí creería que no ha pasado nada del otro mundo en el país. Para nuestra suerte, la estación de policía no ha sido destruida. No se aprecian señales de que alguien haya estado aquí en el último tiempo, pero eso no significa que sea un lugar seguro.
—Yo iré primero —les digo a Maurice y a Paul en voz baja. El primero solo asiente como respuesta, el segundo permanece en silencio—. Vigilen los alrededores.
Me aproximo hacia la entrada de la estación, la cual está cerrada con algún sistema de seguridad que al parecer sigue funcionando. Podríamos volarla con alguna de las mini bombas que llevo guardadas en el bolsillo pequeño de mi mochila, pero eso causaría mucho estruendo y ya no estoy tan seguro de que estemos solos en este lugar. Tengo un mal presentimiento, siento que alguien nos observa.
—Busquemos alguna entrada trasera —sugiero en voz baja. Maurice asiente.
Rodeamos el enorme edificio. Mantengo el arma en alto, cada uno de mis pasos es cauteloso. Llegamos sin problemas a la parte trasera de la estación de policía; esta consiste en un estacionamiento en el que solo veo vehículos terrestres. Para nuestra suerte, las puertas de la verja que rodea el estacionamiento están abiertas, así como también lo está lo que al parecer era una entrada de servicio.
Entro a la estación de policía con Maurice y con Paul pisándome los talones. Dirijo mi arma de un lado a otro, no vacilaré en usarla en caso de que lo amerite. Atravesamos un largo pasillo rodeado de oficinas hasta alcanzar una puerta que conduce hacia el vestíbulo de la estación. Hay unas cuantas luces encendidas, lo que nos indica tres cosas: la primera, es que este lugar cuenta con los típicos paneles de energía solar que abastecen de electricidad a la mayoría de las estructuras grandes del país. La segunda, es que este recinto fue evacuado de inmediato apenas comenzaron los bombardeos... y, la tercera, es que este lugar podría estar siendo habitado.
—Creo que está vacío, busquemos... —Comienza a decir Maurice, pero oigo un forcejeo que lo obliga a interrumpirse.
Un sujeto ha aparecido de la nada y ha tomado a Paul como rehén. Agarra al muchacho desde el pecho y, con la otra mano, mantiene una navaja cerca de su cuello. El extraño viste ropas harapientas, tiene el rostro sucio y su pelo está muy largo. Luce como si no hubiera comido en días o como si se pasara el tiempo consumiendo drogas.
—Váyanse de aquí si no quieren que mate a este chico —amenaza con los ojos muy abiertos—. Yo llegué primero.
Maurice mira de un lado a otro sin saber qué hacer, yo apunto mi arma hacia el sujeto sin vacilar.
—Suéltalo en este instante o te arrepentirás —le advierto.
—¡Largo de aquí! —grita y acerca un poco más la navaja al cuello de Paul—. ¡Juro que le volaré la cabeza!
La tensión domina el lugar. Podría dispararle, pero el sujeto heriría a Paul en el acto y la situación se convertiría en una lluvia de sangre.
—Está bien, nos iremos —miento—. Pero quiero saber, ¿cuántos más hay contigo?
—Muchos —responde el sujeto—. Somos demasiados, y si no se van ahora mismo, los mataremos.
Sé que está mintiendo.
—Bien, suelta al muchacho y nos iremos en este instante.
—No —dice el sujeto—. Él se queda conmigo. Ustedes, ¡largo ya!
—Ni hablar —espeto entre dientes—. Él viene con nosotros.
—Aaron... —dice Maurice, logrando captar la atención del extraño, quien desvía la mirada hacia él.
Aprovecho el descuido del desconocido y le disparo justo en la frente.
El sujeto muere instantáneamente y se desploma de espaldas al suelo. Mi pistola posee silenciador, así que el ruido provocado por la bala no ha causado estruendo ni alertó al desconocido. Paul tiene los ojos abiertos de par en par, no puede creer lo que acaba de ocurrir. Maurice, por su parte, también luce asombrado.
—¿Qué rayos...? —dice, mirando de un lado a otro entre el hombre caído y yo.
—No tenemos tiempo que perder —mascullo—. A trabajar.
Y me alejo con el propósito de explorar cada cuarto de la estación en busca de algo que nos sea de utilidad.
* * *
La estación ya fue registrada por completo por Maurice y por mí. Afortunadamente, hallamos un par de aeronaves en buen estado en la azotea del edificio y ya averiguamos cómo hacer funcionar el sistema de seguridad del lugar. También, tal como deseábamos, encontramos un numeroso armamento, varias latas de comida no perecible y purificadores de agua de lluvia que nos mantendrán abastecidos por mucho tiempo. Encarcelar a David aquí una vez que lo encontremos será pan comido.
A Paul lo dejamos en una de las celdas más cómodas del recinto, aquella que posee una cama decente y un baño limpio. Cuando lo llevé a su celda, Paul me miraba aterrado. Él no esperaba que matara a alguien delante de sus ojos. Al menos ahora me teme lo suficiente como para no volver a dirigirme esa mirada de odio que adoptó cuando estábamos en el municipio. Las últimas palabras que dijo se han aferrado a mi cerebro como las garras de un depredador. Soy malo, lo sé, pero odio que me lo recuerden.
Ahora que Paul está a salvo y que ya hemos establecido el que definitivamente será nuestro nuevo hogar, Maurice y yo saldremos a la primera ronda de búsqueda por los aires de las tierras muertas. Como pertenecía al Cuerpo de Protección, nuestro aeromóvil es más sofisticado que los de uso común, así que tendremos un vuelo seguro y silencioso y, ya que es de color negro, pasaremos desapercibidos en el abrigo de la noche.
El sol se ha escondido por completo para el momento en el que Maurice y yo abordamos el aeromóvil. Tal como sugirió que hiciéramos, Maurice echa a volar el dron antes de que despeguemos y lo envía hacia la dirección que tomaremos. Yo activo el modo nocturno del parabrisas y logro apreciar las azoteas de los pequeños edificios de la ciudad que hace segundos parecía un mar de oscuridad. El dron, que también tiene modo nocturno, hace muy bien su trabajo mostrándonos qué hay a la distancia.
—¿Listo? —le pregunto a Maurice, yo pilotaré. Él asiente.
Nos elevamos desde la azotea de la estación. Sobrevolamos por completo Esperanza y, como imaginaba, no hallamos rastro alguno de vida. Puedo confirmar que la ciudad está completamente desierta, y si alguien habita en ella, se esconde bastante bien. Ni siquiera los sensores de calor del dron logran captar señales de vida, por lo que dirijo el aeromóvil hacia el Sector G.
Aunque ya sobrevolé esta área ayer por la mañana, me duele volver a contemplar su destrucción. Nunca superaré que el que fue mi hogar ya no existe. A diferencia de Esperanza, el G sí que está habitado. Hay al menos cinco grupos de personas en el centro del sector; aterrizo la aeronave cerca de donde se encuentra uno. Maurice y yo salimos de la aeronave con nuestras pistolas en alto y nuestros lentes de visión nocturna puestos —los cuales hallamos en la estación— y nos movemos con sigilo hacia el lugar donde se encuentra el grupo de pandilleros. Ellos están montando una fiesta en un terreno plano rodeado de escombros. Se hallan alrededor de una gran fogata frente a la que bailan al ritmo de la música proveniente de un parlante dejado entre los escombros. Maurice y yo nos escondemos tras un montículo de ruinas y los espiamos: veo solo tres mujeres y al menos siete hombres. Todos visten chaquetas de cuero.
Por desgracia, ninguno es David.
—¿Deberíamos vigilar por más tiempo? —inquiere Maurice luego de que pasamos al menos media hora espiando a los pandilleros—. Tal vez aparecerá en algún momento.
—Lo dudo —resoplo con frustración—. Vámonos, sigamos buscando.
Regresamos a la aeronave y repetimos el mismo procedimiento: volar hacia donde se halle gente, escondernos cerca de las personas y espiarlas para averiguar si alguna es David. El nuevo grupo no festejaba como anterior, sino que presenciaba una pelea entre dos personas con navajas en mano. Los animaban como si hubieran apostado algo por ver quién caía primero. Ninguno es David.
Si bien con el primer y con el segundo grupo pasamos desapercibidos, con el tercero no corremos la misma suerte: uno de los pandilleros nota la presencia de Maurice al estar escondidos dentro de un edificio en ruinas. Ellos son al menos quince personas; no hacen más que caminar hacia no sé dónde. Como son demasiados, Maurice y yo no tenemos más opción que salir corriendo. Una bala me roza el brazo, me lo habría perforado de no ser por la milagrosa diferencia de solo milímetros. Por suerte, logramos entrar al aeromóvil que dejamos estacionado en una calle cercana y despegamos antes de que los pandilleros nos alcancen. Ellos siguen disparando hacia el aeromóvil mientras nos alejamos por el cielo nocturno.
—Esto es absurdo. —Se queja Maurice cuando nos alejamos lo suficiente de los pandilleros. Tiene la voz agitada—. ¡Nunca hallaremos a David de esta forma!
—¿Qué pretendes que hagamos? —pregunto, tan alterado como él.
—¿Qué pretendes tú? ¿Espiar a cada grupo de pandilleros que encontremos hasta dar con David? ¡Podría tomarnos toda una vida, y dudo que vivamos tanto! ¡En algún momento alguien acabará con nosotros! ¡Esto no tiene sentido, Aaron!
No sé qué responderle, porque tiene razón. Esto es más que absurdo. Buscar a David en las tierras muertas es como buscar una aguja en un pajar. Nunca daré con él.
—¿Dónde vamos ahora? —pregunta Maurice, un poco más calmado. Ni siquiera sé dónde estamos volando—. Deberíamos ir a Andrómeda, creo que...
—Volveremos a Esperanza —decido con el dolor de mi alma—. Tienes razón, esto no tiene sentido. Solo estamos arriesgando nuestras vidas en vano. Vamos a recurrir al último recurso.
—¿El último? —A pesar de que no lo miro de frente, sé que Maurice tiene los ojos abiertos al máximo—. Aaron, ¿estás seguro? Eso será más peligroso que volar por cada rincón de las tierras muertas y que vigilar a cada pandillero hasta encontrar a David. ¿Has perdido la cabeza?
—No, Maurice —resoplo—. Solo estoy cansado. Puede que busquemos por todas partes y que nunca lo encontremos. Lo único que nos queda es dejar alguna señal y esperar a que él venga por nosotros.
—Como quieras. —Maurice suspira y yo dirijo el aeromóvil a Esperanza.
—¿Dónde planeas dejar el proyector? —inquiere Maurice una vez que falta poco para llegar a la ciudad en la que nos establecimos—. Podríamos dejarlo en lugares diferentes cada día...
—No. —Siento ganas de llorar—. Dejémoslo en el muelle de cristal y ya está. Si el destino así lo quiere, alguien lo verá y le hará llegar el mensaje a David, o él mismo será quien lo vea.
—¿Y si no es así?
—Si no es así, regresaremos a Libertad —sentencio. Ya está dicho.
—Bien.
Mantener las lágrimas dentro es casi imposible. Soy ridículo, en serio lo soy. ¿Cómo se me ocurrió que sería tan fácil como salir a volar por ahí y buscar a una persona en un país tan grande como el nuestro? ¿En serio fui tan ingenuo como para creer que lograría hallarlo?
Aterrizo la aeronave en la carretera situada frente al muelle de cristal. Saco el proyector de mi mochila y abandono el vehículo.
—¿Quieres que te acompañe? —pregunta Maurice desde su asiento.
—No —respondo—. Quiero hacer esto solo.
—Como quieras.
Cierro la puerta y camino hacia el muelle. La luna brilla sobre el mar, la brisa se siente como una caricia. Es una noche muy hermosa, quizás una perfecta para morir.
Mientras camino por el muelle, pienso en todas las cosas malas que podrían pasar luego de que active el proyector y que mi mensaje sea exhibido al mundo, pero ninguna me hace retroceder. La esperanza de encontrar a David aún sigue siendo demasiado fuerte como para que la decepción me obligue a renunciar.
Llego al final del muelle. Dejo el proyector en el suelo de cristal, lo enciendo y escribo en el teclado de la pequeña pantalla táctil el mensaje que espero llegue a los ojos de mi objetivo:
''David, tu hermano está aquí''.
Apenas dejo el proyector en el suelo, corro de regreso a la aeronave y la hago volar hacia la parte trasera de un restaurante que se halla frente al muelle de cristal.
—Usemos este restaurante para escondernos y vigilar —le propongo a Maurice. Él solo asiente, ya no tiene ánimos para decir nada. Debe pensar que esto es humillante, y es la verdad.
Pasamos la noche vigilando desde las sombras del interior del restaurante. Maurice y yo no tenemos que hacer más que espiar desde aquí y esperar que alguien se presente, pero nadie lo hace. El sol aparece y el proyector se apaga; tiene ordenado apagarse automáticamente cada mañana y encenderse a cierta hora luego del ocaso.
—Bueno, supongo que por la noche lo intentaremos otra vez —dice Maurice tras un bostezo—. Vamos a la estación, debemos cuidar de Paul y dormir un poco.
—Ve tú —digo, me rehúso a moverme de aquí.
Maurice intenta decir algo, pero acaba negando con la cabeza y se va del restaurante.
Me paso el día entero mirando el muelle de cristal. Es inútil que lo haga, la proyección está apagada. Es imposible que alguien aparezca, pero de todos modos me quedo junto a la ventana esperando ver algo que tal vez nunca veré. Definitivamente perdí la cabeza.
Miro por la ventana hasta que el sueño, el hambre y la sed me vencen. Regreso a la estación y sollozo en el camino, pero me repongo antes de llegar. No quiero que Maurice me observe llorar, pero ¿qué importa si lo hace? Mi miseria es evidente. Esto es patético. Yo soy patético.
Una vez en la estación, me aseguro de que Maurice y Paul estén bien, luego voy a la cocina, ingiero un poco de la sopa de especias que preparó Maurice y después duermo unas horas antes de que caiga la noche y deba regresar al restaurante. Al despertar, vuelvo a mi punto de vigilancia para esperar que David aparezca, pero aún no sucede nada. Los días pasan y la rutina se vuelve la misma: pasar la noche en vela dentro del restaurante con la proyección iluminando el cielo desde el muelle de cristal, regresar a la estación por la mañana y dormir unas horas, asegurarme de que Paul esté bien y luego volver al restaurante al caer la noche, y así por varios días. Nada cambia, nadie aparece.
Al cumplirse las dos semanas que establecí como plazo, me he convertido en una especie de muerto en vida. No me he afeitado, apenas he comido y ya no distingo qué es real y qué no. Creo ver a David en todas partes, pero siempre es una alucinación. Ni siquiera he detectado presencia de humanos o de aeromóviles a través del radar; Esperanza sigue siendo un desierto habitado únicamente por tres personas, lo cual es muy extraño. Nadie ha venido en busca de la caja de provisiones que se halla en la parte trasera de lo que fue el hospital, y hoy correspondía una nueva ronda de lanzamientos, pero esta vez no vinieron a Esperanza. Supongo que la vez que lo hicieron fue únicamente para traerme, lo que quiere decir que las aeronaves no dejan cajas en esta ciudad, por ello es que nadie viene en busca de ellas. Debí saberlo antes, así no habría desperdiciado tanto tiempo en este sitio.
En el fondo, muy en el fondo, quise venir solo porque una parte de mí, inexplicablemente, necesitaba visitar ese maldito muelle de cristal. Ni siquiera vine en busca de David, solo vine para saber qué se sentiría volver a pisar aquella plataforma de vidrio irrompible que me evoca recuerdos que no logro sacar por completo a la luz.
Al menos hoy es el último día y la última noche de espera. Le prometí a Maurice que mañana regresaríamos a Libertad, que buscaríamos el modo de atravesar los pilares sin que los protectores alerten a la Cúpula sobre nuestro ingreso y que regresaríamos a Paul a su hogar. Él rompió el silencio en los días recientes, pero solo para cosas básicas como que necesitaba ir al baño o que tenía hambre. En ningún momento me preguntó por su hermano, porque tanto él como yo sabemos que no lo encontraremos.
Maurice y yo hemos peleado mucho últimamente. Cada día me rogaba a gritos que regresáramos, pero no le hice caso, hasta que acabé convenciéndolo de otorgarme las dos semanas que teníamos planeadas. Por fortuna, llovió dos veces durante los catorce días y obtuvimos el agua suficiente para abastecernos, pero ya se nos está acabando, al igual que la poca comida no perecible que hallamos en la estación, en el municipio y en algunos supermercados que no fueron saqueados del todo.
Mañana, el hambre, la sed y la espera habrán quedado atrás. Si todo sale según lo planeado, estaremos de regreso en Libertad y yo volveré a ser un futuro gobernador. Tendré mi vida de vuelta.
Pero no tendré a David.
Nunca lo tendré.
—¿Estás seguro de que irás? —me pregunta Maurice desde uno de los cuartos de la estación mientras me preparo para partir nuevamente hacia el restaurante.
—Sí —resoplo—. Solo es una noche más, mañana todo habrá terminado. —Agacho la mirada.
—Lo siento mucho, Aaron. —Maurice se me acerca y me da un abrazo apretado que realmente necesitaba.
Así como hemos peleado, nuestra relación también se ha fortalecido. No somos novios, dudo que vayamos a serlo algún día, pero ya somos capaces de demostrarnos afecto sin sentirnos tan incómodos. Bueno, él nunca se incomodó. Yo sí, pero ya no me inquieta tanto como antes. Lo cierto es que me reconforta sentir a Maurice cerca de mí. No encontré a David, pero al menos no regresaré a Libertad con las manos vacías.
—Cuídate, ¿sí? —Maurice me besa y levanta una comisura al separar su boca de la mía—. No quiero que regreses a Libertad con un brazo menos.
—No me pasó nada en las últimas catorce noches, ¿qué te hace pensar que esta será diferente? —Hago un intento de sonrisa—. Volveré sano y salvo, ya verás.
—Bien. —Me besa otra vez.
Le sonrío nuevamente y me alejo hacia la salida de la estación.
—¿Aaron? —Llama Maurice a mis espaldas, obligándome a detenerme.
—¿Sí? —Me doy la vuelta para mirarlo.
—Yo... te amo —dice con timidez.
Me toma unos segundos procesar lo que ha dicho. Hace mucho que no me expresaba su cariño con palabras, tal vez por miedo a que no se lo expresara de vuelta.
—Yo también, Maurice —musito, no sé por qué lo hago. No puedo amarlo, no tan pronto, al menos, pero se lo digo de todas formas.
Maurice sonríe de par en par, sus ojos se cristalizan debido a la felicidad que siente. Abandono la estación antes de que me pida explicaciones sobre lo que acabo de decirle.
Llego al restaurante en cosa de cinco minutos. Aún queda un trozo del sol crepuscular en el horizonte. El viento es un poco más fresco que días atrás, puesto a que se acerca el invierno; será uno muy crudo si no regresamos a Libertad. No puedo seguir esperando a David. En realidad, nunca lo esperé, porque era imposible que apareciera. Solo perdí mi tiempo, o quizá vine aquí para sanar. Vine para hacerme entender de una jodida vez que nunca lo encontraré, que nunca lo tendré, que nunca será mío. Es tiempo de aceptarlo y de aprender a vivir con ello. Ya no puedo permitir que su fantasma me aceche, debo avanzar.
Si bien planeaba pasar una última noche de espera en el restaurante, decido que es tiempo de partir, así que me encamino hacia el muelle de cristal y me acerco al proyector para destruirlo. Es lo mejor. Si quiero mantener la poca cordura y la mínima dignidad que me quedan, debo hacerlo.
Me agacho para tomar el proyector y me preparo para lanzarlo al agua. Antes de arrojarlo, las lágrimas cubren mi rostro. Las siento como una despedida a David, como una liberación de todo el rencor que he sentido a lo largo de tantos años.
—Te perdono —digo en voz baja, pero no se lo digo a David: me lo digo a mí mismo—. Te perdono.
Estoy a punto de lanzar el proyector cuando oigo un pitido proveniente desde mi mochila. Consciente de lo que puede ser, dejo el proyector de vuelta en su lugar, me saco la mochila y la abro. Descubro que lo que pitea es mi radar y, una vez que lo saco, se me corta la respiración al darme cuenta de que el dispositivo indica que algo está entrando a la ciudad: un aeromóvil.
Es poco probable que quien esté en su interior se trate de David, pero mi esperanza recupera sus fuerzas. Veo solo un punto rojo en la pantalla del radar, o sea, es solo un aeromóvil el que ha ingresado al perímetro. A pesar de que se encuentra lejos de donde estoy, corro a esconderme al restaurante, porque la proyección iniciará pronto y lo más seguro es que el recién llegado vendrá en dirección a la luz aunque el mensaje no esté dirigido a él.
Al encontrarme dentro del restaurante, saco mi teléfono satelital de un bolsillo y llamo a Maurice.
—Ven en este instante —le ordeno tras oír que contestó—. Hay gente cerca.
—Voy enseguida —dice Maurice, y no puedo distinguir cómo se oye su voz. No sé si está emocionado o decepcionado.
Para cuando Maurice llega al restaurante, la noche ya ha caído. Solo faltan veinte minutos para que la proyección comience.
—¿Estás seguro de que hay gente cerca? —me pregunta mi cómplice mientras prepara su arma.
—Míralo tú mismo. —Le entrego el radar—. Es un aeromóvil.
—¿Crees que David esté dentro?
—La verdad, no —admito—. Pero al menos podemos capturar a quienes estén dentro e interrogarlos. Si tenemos suerte, puede que sepan algo sobre David.
—¿Cuál es tu plan? —Maurice me mira de la misma forma que me ha observado en las últimas dos semanas: como si fuera un caso perdido. Se oye exhausto, hastiado.
—A juzgar por su trayectoria, esta o estas personas se dirigen al hospital —susurro—. Han de venir detrás de la caja de provisiones que los protectores arrojaron ahí. Mi plan es esperar que las personas vayan por la caja, que la proyección comience y que vengan hacia nosotros, luego los tomamos por sorpresa, los dormimos con nuestros aturdidores y los encerramos en la estación.
—¿Y si no vienen en dirección a la señal? —Maurice se pone nervioso. Yo también.
—Pues los seguimos, ¡qué sé yo! Hagan lo que hagan, los atraparemos. No podemos desaprovechar esta oportunidad, Maurice. A juzgar por la capacidad de los aeromóviles, no puede haber más de cinco personas dentro. No nos habíamos topado con un grupo tan pequeño, es nuestro momento de atacar.
—¿Crees que podremos con cinco personas? —inquiere Maurice, se ve un poco asustado.
—Así tengan armas, no podrán contra nuestros aturdidores. —Sonrío—. No temas, Maurice, podremos con ellos.
—Pero no les harás daño después de que los encerremos, ¿cierto? —pregunta Maurice, casi rogando con la mirada. De verdad quiere que sea una buena persona.
—Si no me dan las respuestas que quiero, no tendré más opción. Pero, si cooperan, no tendré razones para herirlos. Solo hay una persona en el mundo a la que quiero hacerle daño... y ya sabes quién es.
Maurice asiente como si me diera la aprobación para herir a David. Es lo único que necesitaba para reforzar el odio que se desvaneció con el paso de los días.
Esperanza es una ciudad pequeña; el aeromóvil no tarda nada en llegar al hospital. La ansiedad me está dejando sin entrañas, hago un esfuerzo sobrehumano por contenerme y por no salir corriendo fuera del restaurante en dirección al lugar indicado. ¿Y si esta es la noche en la que finalmente tendré a David frente a mí? ¿Y si mi sueño por fin se hará realidad?
Observo mi reloj de muñeca: la proyección comenzará en un minuto. Nuestro objetivo podría venir hacia nosotros en menos de sesenta segundos.
Antes de que la proyección inicie, miro el cielo estrellado a través del ventanal del restaurante y suspiro con fuerza.
''Que sea él, por favor'' ruego. ''Que sea él''.
La proyección inicia. Me doy cuenta de que estoy tomando la mano de Maurice, no me percaté de que lo hice.
—Ya vienen —dice mi compañero al captar que el punto rojo se mueve en nuestra dirección—. Prepárate.
—Estoy preparado. —Esbozo una sonrisa temblorosa.
La aeronave finalmente desciende en la carretera situada entre el restaurante y la costa.
Y, al ver a una persona bajando del asiento del piloto, siento que vuelvo a nacer.
—No puede ser —susurra Maurice.
No me volteo a verlo, tengo la mirada clavada en el rostro del recién llegado. Ni siquiera puedo pestañear, apenas respiro.
Es él.
Maldita sea, es él.
David está aquí.
No entiendo cómo es que logro respirar. ¿Es esto real? ¿Acaso me dormí y estoy soñando?
—¿Es... es él? —Apenas puedo hablar. No sé si Maurice me ha escuchado.
—Sí, Aaron. —Su voz es apenas un susurro cargado de asombro—. Es David.
Quiero llorar y gritar. Quiero saltar, quiero romper algo, quiero correr. Quiero hacer mil cosas a la vez y no hacer nada al mismo tiempo.
Está aquí. Después de tanto, está aquí. Y está vivo. Y está aquí.
—¿Qué hacemos? —pregunta Maurice—. ¿Aaron?
Estoy paralizado. Pasmado.
Feliz.
Me obligo a concentrarme. Ahora más que nunca debo actuar con la cabeza fría y con la mayor inteligencia posible. No hay tiempo para titubear, para emocionarse o para aterrarse.
Ahora, debo atrapar a mi objetivo.
—Vamos por él —musito. Maurice asiente y encendemos nuestros aturdidores.
David no ha venido solo: otra persona baja del aeromóvil. Si mal no recuerdo, es el chico que lo acompañaba cuando me visitó en el centro de reeducación hace un año, también es una de las personas que he visto en mis sueños y en mis pesadillas. Creo que su nombre es Ibrahim.
—Serán dos contra dos —musita Maurice—. Me parece justo.
Suena muy nervioso, pero también decidido. Él, tal como yo, está listo para esto.
Caminamos a paso muy sigiloso hacia la salida del restaurante. La señal luminosa cubre el cielo, no puedo creer que el mensaje haya funcionado.
Salgo del restaurante y no se me ocurre qué hacer salvo sonreír y decir:
—Hola, David.
David e Ibrahim amplían los ojos y la boca como si estuvieran en presencia de un fantasma. No les damos tiempo para reaccionar: Maurice y yo activamos nuestros aturdidores de largo alcance y los aparatos expulsan una corriente eléctrica similar a un rayo azul que sale disparada hacia nuestros oponentes.
David y su amigo caen al suelo apenas los rayos tocan sus cuerpos. Me aproximo a David y me agacho junto a él; está temblando y llorando, seguro de miedo. Ha de saber que planeo hacerle cosas horribles.
—A-aron —dice con dificultad. Sus pestañas se cierran cada vez más, está cayendo inconsciente—. A-a-ron.
—Al fin eres mío —le susurro, no dejo de sonreír.
Puedo saborear el terror de David, se siente delicioso. Me cuesta creer que esto es real, que lo tengo junto a mí, tan indefenso, tan alcanzable. Si esto es un sueño, es el mejor que haya tenido.
—Voy a matarte —le digo a David—. Pero, primero, asesinaré a Ibrahim.
* * *
Al fin se reencontraron :') se vienen cosas muy intensas.
¿Creen que Aaron mate a David? ¿Podrá recuperar la memoria?
Pase lo que pase, les agradezco desde ya a los que decidan quedarse hasta el final de esta novela, el que espero publicar muy pronto.
Les vuelvo a recordar que Prohibidos está de vuelta en wattpad por tiempo limitado. Aprovechen de leer desde el principio si lo desean.
¡Abrazos apretados!
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