11. Alicia - "Un reencuentro y un adiós" (Primera parte)
Hoy podría ser el día en que todo cambie para bien.
Hoy podría ir a los límites de la ciudad y ya no habría barreras que me impidieran salir. Hoy podría ir a la calle y gritar a todo pulmón que soy Alicia Robles y que ya no volveré a ocultar mi verdadero nombre. Hoy podría recuperar a mis amigos y juntos continuaríamos la lucha por la libertad.
Hoy podría ser el día, porque Aaron viene corriendo hacia mí con lágrimas en el rostro.
Tal vez recordó todo. Tal vez recuerda que no existe Doménica, que Abraham Scott no es su padre y que David es el amor de su vida.
Tal vez recuerda que nunca ha estado del lado de los gobernadores, que ellos no son la respuesta y que los nuestros nunca fueron sus enemigos.
Tal vez recuerda.
O tal vez no.
Me pongo de pie sin saber qué hacer. Soñé muchas veces con este momento, pero no pensé que sucedería. Aaron ha entrado en mi oficina sin siquiera tocar la puerta, y mi primera reacción es una mezcla de asombro y de felicidad.
Amory, la nueva secretaria de Thomas, corre detrás de Aaron; luce preocupada. No fue hace mucho que la contrataron para suplantarme. Ahora soy la mano derecha de Thomas, uno de los cargos de mayor importancia dentro de la Cúpula. Soy mucho más importante de lo que sería siendo su esposa, porque debo acompañarlo en cada uno de sus movimientos y velar por mantener una buena imagen pública.
Fue difícil perdonarlo tras lo que hizo cuando David, Ben, Ibrahim y Max fueron en busca de Aaron. Más que perdonarlo, permanecer a su lado fue la única opción que me quedó. A mi familia no podía acercarme, Eternidad ya no me recibía con los brazos abiertos y ni siquiera sabía si mi novio seguía con vida. No tuve más alternativa que aceptar la amistad de Thomas, siempre y cuando él cumpliera ciertas condiciones y no volviera a cometer una estupidez tan grande como echarle drogas a mi café la misma noche que mi novio y mis amigos arriesgaban la vida con tal de salvar a uno de los nuestros. Él reconoció que fue innegablemente estúpido de su parte, y decidí creerle y tomar el importante puesto que me ofrecía. Hasta ahora, no me he arrepentido.
La mayoría de los gobernadores y sus hijos estuvieron en desacuerdo con que una mujer tan joven ascendiera a un cargo tan importante. Según ellos, Thomas me eligió porque yo me acuesto con él, porque lo estoy chantajeando o quién sabe qué otras suposiciones. No ha sido fácil adaptarme a la Cúpula siendo una completa desconocida para sus integrantes. He sido investigada, vigilada y perseguida durante meses y, de no ser por la destrucción de Arkos, el supuesto pasado de Doménica habría sido expuesto como falso y yo no habría ascendido más allá de ser una secretaria como Amory.
—Intenté detenerlo, pero no pude —jadea ella, entre temerosa y desesperada—. Discúlpeme, señorita Doménica.
Aaron se acerca rápidamente a abrazarme. Está tiritando.
—No te preocupes, Amory —le digo lo mejor que puedo sobre el hombro de mi amigo—. Puedes irte.
Ella asiente y se va. Por obviedad, le teme a Aaron e incluso a Thomas, a pesar de que últimamente ha sido el más dócil y amigable de los futuros gobernadores.
—¿Qué te sucede, Aaron? —le pregunto, ansiosa por descubrir qué está pasando—. ¿Qué haces aquí? Sabes que no es correcto venir antes de que te presenten oficialmente como futuro gobernador.
—Abrázame —suplica sobre mi hombro—. Por favor, abrázame y nunca me dejes, Doménica.
"Doménica".
No recuerda.
O tal vez sí, solo que también ha recordado que no debe llamarme por mi verdadero nombre. Quizás ha rememorado nuestras reglas y ha decidido protegerme. Pero, por si las moscas, fingiré incertidumbre.
—¿Qué te pasó? —Froto su espalda en un intento de calmarlo—. ¿Por qué estás tan abatido?
—Solo abrázame —insiste—. Te necesito mucho.
Se pone a llorar sobre mi hombro. Me abraza tan fuerte que tarde o temprano me dejará sin aliento, pero no me importa. Puede que haya recordado. Es normal que sufra, pues la vida que creía conocer nunca fue real. Su supuesta madre es una mentira, sus abuelos son una mentira y todos los recuerdos que guarda de su infancia son una vil mentira.
—Sé que esto es difícil —susurro sobre su oído. Él acalla sus sollozos para prestarme atención—, pero te apoyaré en este proceso. No estarás solo.
—¿De qué hablas? —Se aleja de mi hombro y sostiene mi mirada mientras gimotea como un pequeño herido.
—Te ayudaré a soportar el dolor, Aaron —le digo con una sonrisa y mis manos en sus mejillas para limpiarle las lágrimas—. Nunca te dejaré solo. No lo dudes.
Él sonríe. En este momento, siento que somos los amigos de antes, aquellos que olvidaban el futuro al envolverse en los brazos del otro y hacerse promesas de tiempos mejores que ni ellos mismos creían posibles.
Aaron borra la sonrisa de su rostro y baja su mirada de mis ojos hacia mi boca.
—Ya verás que todo estará bi... —Intento seguir hablando, pero sus labios en los míos me lo impiden.
El impacto no me permite reaccionar. Aaron, mi mejor amigo, me está besando.
Definitivamente no recuerda nada.
—¿Q-qué haces? —demando al alejarme de él.
—Doménica, estoy enamorado de ti —confiesa de golpe. Luce desesperado—. Por favor, dame una oportunidad de ser tu hombre. Te necesito más que nunca.
Abro los ojos de par en par. Tenía mis sospechas desde los primeros meses de su transformación, pero pensé que su cariño repentino se debía a que, en el fondo, el verdadero Aaron seguía vivo en alguna parte de su mente. Ahora me queda claro que su cercanía hacia mí se debía a que estaba enamorado.
—¿No dirás nada? —pregunta ante mi silencio, casi suplicando.
Sigo sin poder hablar. Nunca imaginé que algo así sucedería. Esta situación es tan retorcida que siento náuseas.
—Aaron, no pasará —le digo en el tono más sutil posible—. No puedo verte como algo más que un amigo. Lo siento.
Su rostro pasa de la tristeza a la molestia.
—¿Por qué no? —inquiere entre dientes.
—No lo entenderás por ahora —decido responder—. Créeme, tengo muchos motivos para rechazarte. Espero que algún día puedas comprenderlos.
—¿Es que no me consideras un verdadero hombre? —inquiere con agresividad. Se acerca demasiado, esta vez de forma peligrosa—. ¿Acaso crees que no puedo complacerte?
Retrocedo hasta quedar pegada contra el enorme ventanal de mi oficina como mano derecha de Thomas. Me arrepiento, pues me he alejado del botón de pánico de mi mesón y Aaron luce cada segundo más furioso. Su mirada se ha vuelto tan violenta como la de una bestia.
—Eres uno de mis más grandes amigos —remarco con toda la firmeza que puedo—. Eres prácticamente un hermano para mí.
—Tonterías. —Se ríe—. Nos conocemos desde hace un maldito año, y me has coqueteado desde la primera vez que hablamos.
—Lamento decirte que has malinterpretado mi cariño. —Mi tono es un poco menos sutil ahora—. No hay nada más que una amistad entre nosotros, y así será por siempre.
La ira se apodera de él. Se acerca hasta quedar a escasos centímetros de distancia, por poco acorralándome contra el ventanal. No tengo miedo, pues las ventanas son de cristal irrompible, pero tiemblo de todos modos.
—Aléjate, Aaron —le pido en tono autoritario—. No quiero herirte.
Él esboza una sonrisa que me pone los pelos de punta, la que se esfuma en segundos. Su semblante se oscurece.
—¿Por qué no quieres ser mía? —pregunta. Su nariz está muy cerca de la mía—. ¿Acaso no quieres ser la reina de este maldito mundo? Podemos ser muy grandes, Doménica, más de lo que podrías imaginar. Acepta ser mi mujer y conquistemos este planeta.
Tengo la bilis atorada en la garganta. Siento asco del Aaron que tengo frente a mí. Pensé que algo del verdadero quedaba en su interior, pero definitivamente no es así. Este monstruo no se asemeja en nada a mi mejor amigo.
—No pasará —insisto, poniéndome en guardia—. Y si no te alejas en este instante, te romperé la cara.
—Inténtalo —desafía—. Veamos cómo te va y si logras vencer...
No le doy tiempo de terminar su sentencia, porque levanto una mano para atacarlo. No obstante, casi con una velocidad sobrehumana, él agarra mi muñeca y presiona su cuerpo contra el mío. Me aprieta con demasiada fuerza, tanta que podría quebrar mis huesos.
—¡Me estás haciendo daño! —le advierto.
—Sé mía, Doménica —susurra sobre mi cuello y me lo besa—. Sé mía...
No logro quitármelo de encima. Llevo una navaja en un portaligas de mi pierna derecha, pero no quiero utilizarla contra él. Sin embargo, en este momento, no tengo otra opción.
Bajo mi mano libre hacia la falda de mi vestido formal, la levanto y quito la navaja del portaligas que porto para esconder armas. Levanto la mano con rapidez hacia el cuello de Aaron, no lo suficientemente cerca como para herirlo, pero sí para asustarlo.
—Aléjate de mí o te cortaré la garganta —amenazó con voz determinada.
—No lo harías —afirma entre dientes.
—Pruébame. —Esbozo una sonrisa desafiante.
Acaba resoplando y alejándose de mí. Me doy cuenta de que ambos sudamos en exceso, yo por la inquietud y él por el aparente placer que le produce esta incómoda situación.
Su rostro retoma la súplica de hace minutos.
—¿Por qué no me dejas amarte, Doménica? —inquiere, ahora triste—. ¿Qué me falta para ser el hombre que necesitas?
Me produce lástima. Han atrofiado su mente de tal forma que lo han convertido en un ser lleno de rencor que se cree capaz de dominar a la gente con el poder que posee —o que pronto poseerá—. Sin duda, tengo que buscar el modo de regresar al viejo Aaron antes de que el nuevo se convierta oficialmente en un futuro gobernador.
—No eres tú, Aaron. —Elijo no herirlo más—. Es solo que mi corazón ya está ocupado.
—Pfff. —Él resopla—. ¿Ocupado por aquel sujeto que quedó en el otro lado? —Se ríe con crueldad. Sabe de Max, pero no que es (o era) un rebelde—. No te ofendas, Doménica, pero ambos sabemos que ese noviecito tuyo está muerto. Es tiempo de que lo aceptes y que lo superes.
Mi reacción es una mezcla de enojo y pánico. ¿Qué tal si está en lo cierto? ¿Y si Max murió hace mucho tiempo? De ser así, ni siquiera he podido llorar su muerte, porque no tengo una confirmación de esta. Ha pasado más de un año desde la última vez que supe de su existencia. No sé si sigue vivo y, de estarlo, dudo que esté bien. Tal vez se muere de hambre por ahí entre medio de escombros. Tal vez pasa frío, o tal vez está tan triste que cada día piensa en el suicidio. Cada posibilidad me produce la misma preocupación.
Dejo que la rabia se apodere de mí para matar mis temores.
—Así estuviera muerto, nunca tendría algo contigo —espeto. Siento el corazón de Aaron partiéndose en dos—. No eres más que un niño traumado e inmaduro, y yo necesito un hombre.
Su rostro enrojece de ira. Intenta decir algo, pero se calla y alza las cejas.
—Espera... tu rechazo no se debe a ese supuesto noviecito que tenías fuera de Libertad, ¿no? —Intenta acercarse otra vez, pero se detiene al notar que afianzo el agarre de mi navaja—. Estás enamorada de alguien más, ¿no es así?
Me tenso al instante.
—Es Thomas, ¿no? —Hay mucho rencor en la voz de Aaron.
—Sí —miento, utilizando cualquier recurso que lo haga olvidarse de mí—. Estoy enamorada de Thomas.
El rostro de Aaron se desfigura por completo. Oprime sus puños con tanta presión que se enmarcan las venas de sus brazos, y aprieta los dientes de tal forma que parece un animal rabioso.
—¿De quién estás enamorada? —pregunta alguien en tono divertido desde la puerta de mi oficina.
Es Thomas.
Los nervios no me permiten darme cuenta de que Aaron se ha acercado a arrebatarme la navaja. Con la misma velocidad con la que me atacó, él corre hacia Thomas con el objeto en alto y se abalanza sobre él para lanzarlo al piso.
—¡Detente! —le grito, alarmada.
Thomas hace lo posible por mantener a Aaron a raya. Agarra como puede su muñeca para que mi amigo no le haga daño con la navaja, la cual está muy cerca del cuello de su inesperado enemigo.
—¡Soy yo, Aaron! —le grita Thomas, haciendo un gran esfuerzo por defenderse—. ¿Qué está mal contigo?
Vuelvo a pensar con claridad y recuerdo que tengo un aturdidor eléctrico guardado debajo de mi escritorio en caso de emergencias. Esta es una.
Saco el aturdidor, lo enciendo y lo llevo hacia la nuca de Aaron justo después de que él liberara su muñeca de la mano de Thomas, y justo antes de que le clavara la navaja en el pecho.
El aturdimiento surte efecto al instante. Aaron se desploma sobre Thomas, y yo lo ayudo a quitárselo de encima.
—¿Qué mierda le pasa? —inquiere Thomas con voz tensa y enfadada—. ¿Qué le hice?
—Dame un momento y te lo explico —le pido, cansada.
Estoy harta de los problemas. Como si fuera poco que mi mundo se cayera a pedazos, ahora mi mejor amigo está enamorado de mí. Lo peor es que ni siquiera es el propio Aaron quien se enamoró, sino el monstruo que Abraham Scott sembró en sus adentros.
—¿Qué haremos con él? —pregunta Thomas, aún agitado—. ¿Le comunicaremos a Abraham lo que pasó?
—No —respondo de golpe y me acerco a él para susurrar—: Tengo la corazonada de que Aaron podría recordar quién era, así que necesitamos mantenerlo en secreto. Si Abraham se entera de lo que pasó, probablemente lo encerrará otra vez y le hará quién sabe qué clase de cosas para estabilizarlo.
—Como quieras, pero debemos hacer algo con él. No me arriesgaré a que despierte e intente atacarme de nuevo. Ni siquiera sé por qué quiere herirme.
—Déjame hacer una llamada. Sé quién podrá ayudarnos.
Me acerco a mi escritorio y tomo mi teléfono móvil, cuya señal no se extiende más allá de lo que llamamos el Nuevo Arkos. Busco el número de la persona que necesito y lo presiono para llamarlo.
—¿Maurice? —consulto cuando contesta.
—¿Doménica? ¿Qué sucede?
—Necesito que vengas a mi oficina —le pido—. Más bien, Aaron te necesita.
—Voy enseguida —dice Maurice antes de cortar la llamada.
Él es el mejor amigo de Aaron. Bueno, del nuevo Aaron. Fue uno de sus enfermeros en el hospital psiquiátrico secreto, y se ha convertido en un gran apoyo para él.
—Te he dicho mil veces que no debemos confiar en Maurice —insiste Thomas—. Ya sabes que la gente que trabaja en ese maldito hospital es de la peor calaña.
—Aaron lo aprecia mucho y, si le hubiera hecho daño, ya me lo habría dicho. Yo creo que Maurice es bueno.
—Claro, tan bueno como para arrebatarle los recuerdos a personas inocentes y convertirlos en bestias despiadadas —masculla Thomas. Suena como todo un rebelde, lo que casi me hace sonreír—. ¿Qué te hace pensar que no fue él mismo quien convirtió a Aaron?
—Maurice asegura que no está involucrado en las conversiones. Él solo trabaja con la gente que ya ha sido intervenida.
—¿Es una broma? —Thomas ríe—. ¿Estás defendiendo a ese demente?
—¿Qué otra opción tengo? —resoplo, cada vez más agotada—. Es la única persona cercana a Aaron en la que puedo confiar. Su supuesto papá es un psicópata, nuestros amigos ya no están y los futuros gobernadores son tan desquiciados como sus padres. Todos lo quieren muerto.
—No todos. —Thomas se oye ofendido—. Algunos hemos cambiado.
Sonrío. La verdad es que él sí que ha cambiado. Sabía que no me equivocaría al aceptar ser su amiga, incluso sabiendo las cosas que hizo. Perdí la amistad de Susan, pero gané una mejor.
No sé de Susan ni de su hijo hace meses. Como rompí relaciones con Eternidad, ya no me entero de mucho sobre ellos. No he sabido de ningún movimiento revolucionario entre las calles del Nuevo Arkos, y tampoco tengo conocimiento de qué está sucediendo en las zonas destruidas. Lo único que sabemos es que algunos grupos criminales han tomado el control de las ruinas y que es imposible sobrevivir allá si no se está del lado de los malos. De estar vivos, dudo que David, Ibrahim y Max formen parte de alguna banda de lunáticos, por lo que es muy probable que hayan muerto.
—Honestamente, eres una muy buena persona, Thomas —le digo.
—Tengo buenas razones para serlo —susurra, sonriente—. Tú, por ejemplo.
Pongo los ojos en blanco. Me ha coqueteado desde que nos acercamos, pero siempre le he dado respuestas negativas. No podré pensar en nadie más hasta confirmar la muerte de Max.
—Bueno, ¿me explicarás por qué Aaron intentó matarme? —pregunta Thomas, cruzado de brazos.
Le cuento exactamente lo que pasó.
—¿Le dijiste que estás enamorada de mí? —Él esboza una sonrisa pícara y se acerca un poco más.
—Tenía que buscar el modo de librarme de él. —Me encojo de hombros, un tanto avergonzada.
—Claro, librarte de él. —Se ríe Thomas.
—¿Qué? —Arqueo una ceja.
—¿Qué de qué?
—¿Por qué te ríes?
—Oh, vamos, Doménica, ambos sabemos que sí estás enamorada de mí. —Su seguridad me hace reír.
—Ya hemos hablado de esto. —Nuestras sonrisas desaparecen—. No puedo tener una relación contigo si no me olvido de Max.
El dolor se refleja en su mirada.
—Desearía que mantuvieras esa decisión en mente todo el tiempo y que no me dieras falsas esperanzas cuando te sientes sola. —Su voz es como una espada atravesándome.
Agacho la mirada, sintiéndome culpable. Estoy enamorada de Max, pero eso no impide que haya tenido uno que otro percance con Thomas. El último fue tras una noche de copas en su departamento; acabamos en la cama y dormimos juntos hasta el amanecer.
—Tú mismo eres quien insiste en que podemos ser amigos con beneficios —le recuerdo, avergonzada de mí misma por recordarlo.
—Porque es lo único a lo que puedo acceder, ¿no? —Más que enojado, está dolido—. Siempre seré la sombra de Max.
Por desgracia, tiene razón. No puedo negar que me pasan cosas con Thomas y que hay momentos en los que deseo su contacto, pero tampoco puedo negar que sigo amando a Max. Si bien nuestra cercanía duró mucho menos de lo que ha durado mi amistad con Thomas, Max estuvo ahí en los meses más complicados y definitorios de mi vida. No será fácil olvidarlo.
—Thomas, yo...
Quiero decir algo más para consolarlo, pero el sonido de unos pasos me interrumpe.
Maurice ingresa en mi oficina, sudado y respirando entre jadeos. Cuando ve a Aaron inconsciente en el suelo, el pánico que ya traía se incrementa.
—¿Qué le pasó? —inquiere, exageradamente preocupado.
—Tranquilo, está bien. —Lo tranquilizo—. Solo está inconsciente.
—¿Por qué? —Se agacha junto a Aaron para examinarlo—. ¿Qué le hiciste? —Mira fijamente a Thomas.
—A mí no me mires. —Thomas alza las manos—. Él intentó matarme, pero fue Doménica quien lo puso a dormir. De no ser por ella, yo tendría una navaja clavada en el pecho.
Maurice abre los ojos al máximo.
—Esto no está bien —musita, más para sí mismo—. No debería tener estas reacciones. ¿Cómo empezó todo? ¿Pueden explicármelo?
—Thomas, ¿nos dejas solos? —le pido.
—¿Por qué? —Hunde el entrecejo—. ¿Cuándo perdí el derecho a escuchar conversaciones?
—Por favor. —Ruedo la mirada—. Solo vete.
—Desde que te volviste mi mano derecha te has puesto muy irrespetuosa, Doménica —increpa con falso enfado—. Creo que tendré que despedirte y buscar un reemplazo, de preferencia alguna chica más sexy y candente que tú. —Se aleja hacia la puerta de mi oficina.
—¡A ver si encuentras alguien que te aguante! —le grito. Oigo su risa desde afuera, y me provoca una también.
Mi risa se detiene cuando veo la contagiosa preocupación en el rostro de Maurice. Él está sosteniendo la mano de Aaron, un gesto que podría ser muy mal visto ante los ojos de otra persona que no fuera yo.
—No tienes que sostener su mano —le susurro—. No está muriendo.
Maurice se da cuenta de lo que hace y se pone de pie al instante.
—Lo siento, yo... solo me preocupo mucho por él —asegura, nervioso.
Esbozo una media sonrisa cargada de compasión.
—Ambos sabemos que no es preocupación lo que sientes por Aaron —musito, tan bajo que apenas me oigo.
—¿De-de qué ha-hablas? —Su tono de voz es tan bajo como el mío.
Me aproximo hacia la puerta para cerrarla, no sin antes comprobar que no haya nadie del otro lado. El escritorio de la secretaria está a varios metros de distancia, por lo que no es un peligro, pero no está de más asegurarse.
—No tienes que fingir frente a mí —le digo a Maurice una vez que me acerco de regreso a él—. Yo no te juzgaré.
—No sé qué estás insinuando, Doménica, pero no me gusta nada. —Se pone a la defensiva.
—Tú y yo sabemos que estás enamorado de Aaron —suelto sin más.
Puedo jurar que Maurice se ha cagado en los pantalones.
—¿Te has vuelto loca? —Ahora se pone furioso—. ¿Cómo se te ocurre decir semejante estupi...?
—Puedes confiar en mí —lo interrumpo—. Sé que lo amas, y está bien. Yo no soy como el resto de las personas que conoces. Sé que no cometes un error al amar a Aaron.
Maurice frunce tanto el ceño que por poco se le desfigura el rostro.
—¿Sabes qué pasaría contigo si te reportara por todo lo que estás insinuando? —inquiere entre dientes, muy cerca de mi rostro.
—¿Sabes qué pasaría contigo si Abraham Scott supiera que uno de los enfermeros de su hijo tiene lo que él considera una enfermedad prohibida? —pregunto en respuesta—. ¿Quién crees que se vería más afectado? ¿Yo por decir cosas de las que no tengo pruebas o tú por amar a un futuro gobernador?
Los ojos de Maurice se cristalizan. Reconozco el miedo cuando lo veo. Él pasa una mano por su cabello rubio y muerde su labio inferior.
—Por favor, no se lo digas a nadie —suplica y admite al mismo tiempo. Atrás quedó el hombre a la defensiva.
—Puedes confiar en mí. —Le sonrío—. Lo digo en serio.
—Tampoco le digas nada a Aaron, por favor —ruega en voz baja—. Me mataría si lo supiera.
—No te preocupes, no diré nada —prometo. Sé el peligro que corre—. Has sido un gran amigo para Aaron; no mereces que te hagan daño.
Maurice se aleja de mí. Veo arrepentimiento en su rostro.
—Sí que lo merezco. —Baja la mirada—. He hecho cosas horribles, Doménica. No soy la misma persona que hace un año.
—No me importa qué hayas hecho. —Tomo una de sus manos—. Nadie merece que le quiten su verdadera identidad. Algún día tus errores te pasarán la cuenta, pero no será mediante una transformación.
—Es que no sabes las cosas que hago en el hospital. —Está temblando de miedo—. No sabes las cosas horribles que le he hecho a la gente.
—No las sé —miento. Sé absolutamente todo—, pero todos tenemos derecho a cambiar. Tu pasado no define tu futuro, Maurice. Que hayas hecho cosas horribles no quiere decir que no puedas hacerlo mejor de ahora en adelante.
Él sonríe a pesar de las lágrimas que comienzan a caer por su rostro.
—Gracias. —Se limpia las mejillas—. ¿Puedes explicarme qué pasó aquí? No entiendo nada.
Le digo exactamente lo que sucedió, tal como a Thomas. Cuando menciono que Aaron está enamorado de mí, noto los celos en la mirada de Maurice. Una vez que termino de contar lo sucedido, él se da la vuelta y sostiene la mirada en el ventanal que exhibe a la distancia las ruinas del Viejo Arkos.
—Mentiría si dijera que no sabía que Aaron estaba enamorado de ti —dice, dándome la espalda—. Me lo contó hace bastante tiempo.
—Yo no tenía idea. —Me paro a su lado y juntos contemplamos el horizonte—. Pero no te preocupes, nunca pasará nada entre Aaron y yo.
—Y tampoco entre él y yo —lamenta Maurice con un suspiro.
No le digo nada, porque es verdad. Aunque Aaron volviera a ser el de antes, no se enamoraría de Maurice sabiendo del lado que está, menos teniendo de vuelta los recuerdos de David.
—Pero no por eso me alejaré de él —susurra Maurice—. Dejarlo solo no es una opción por ahora.
Froto su brazo como una forma de reconfortarlo y agradecerle al mismo tiempo. Mi relación con Aaron no será la misma después de lo que pasó, pero al menos seguirá teniendo a Maurice. Es el único consuelo que me queda. Ya no está David, ya no está Ibrahim, ya no está su familia y, si insiste en aquella atracción enfermiza hacia mí, puede que ya no esté yo.
* * *
Sigan leyendo, amigos. En el próximo capítulo sabrán sobre una parejita que muchos adoran 💖
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro