Capítulo 6: Emigrar
En honor a anabel_queen_ que me ha maravillado con sus historias y me han hecho soñar.
Emigrar era una cosa, hacerlo dos veces, era otra locura diferente.
La primera vez que Héctor decidió expatriarse, se cuestionó las razones detrás de dejar Venezuela y tomar un avión. ¿Realmente era necesario? Pronto comprendió que la situación era evidente: Venezuela estaba envuelta en una crisis social, política y económica que nunca había imaginado.
Sí, ese primer viaje cambió su vida por completo. La primera vez ya era un salto al vacío, una apuesta por el cambio y la superación, cargada de incertidumbre y sacrificios. Requirió adaptarse a una nueva cultura, aprender un nuevo idioma, y reconstruir una vida desde cero. Pero cuando la vida demanda emigrar por segunda vez, ya no era solo el sacrificio de abandonar nuevamente lo que se había logrado y conocido, sino también el peso acumulado de las experiencias anteriores. La esperanza y el agotamiento bailan al compás, y el espíritu del emigrante es puesto a prueba una vez más. Las raíces arrancadas y las nuevas que apenas comenzaban a crecer se verán forzadas a buscar otro suelo donde aferrarse.
Cuando él decidió buscar un nuevo horizonte en Brasil, no solo emprendió un viaje físico, sino que también inició un proceso emocional que resonó en su familia y amigos. Cada día de su ausencia intensificaba el dolor del duelo, convirtiendo la nostalgia en una constante compañera de quienes le amaban. El vacío que dejó fue palpable; la rutina diaria se transformó en un recordatorio constante de su partida, haciendo evidente cuánto era necesario y valorado. Se fue transformando en una aceptación melancólica.
Y sí, sus seres queridos aprendieron a convivir con su ausencia, a reconfigurar sus vidas sin él, aunque siempre permanecía presente en sus recuerdos. Lo que quedó fue un legado de amor y amistad, un testimonio de la profunda conexión que compartían. Ahora, que volvía a emigrar, sucedería lo mismo. La misma situación, con personas diferentes, pero sin cambiar de protagonista. Una jodida mierda.
Eso fue entonces.
Sin embargo, Héctor sabía que él era un testimonio de resiliencia, de una voluntad inquebrantable, de perseguir sueños y de ofrecer un futuro mejor, sin importar cuántas veces fuera necesario empezar de nuevo. Era una realidad, una manifestación de la fuerza y el coraje humano, un recordatorio de que, aunque el camino fuera arduo, la búsqueda de la felicidad y la realización personal siempre merecía la pena. Aunque eso no significaba que funcionara para los temas del corazón.
Haber sobrevivido al colapso de un avión en plena selva amazónica de Brasil, viajar en el tiempo, encontrar al amor de su vida, y ahora, diez años después, dejar a Brasil para ir a España, era motivo suficiente para cambiar sus desgracias por algo tan tangible como el hambre. Daría todo lo que había logrado por tener a George a su lado, pero sabía que eso era imposible.
Su duelo no se limitaba solo al hecho de emigrar, sino también al saber que el país que lo acogió y le abrió todas las puertas como un hada madrina, también se había convertido en su verdugo, dándole todo, pero arrebatándole lo único que lo hizo sentir vivo de nuevo.
Por eso, ahora no lloraba, a pesar de tener que dejar grandes amistades y un buen trabajo para empezar de nuevo en otro continente. No había peor forma de morir lentamente que estar en un lugar que solo te recordaba tu dolor y tu insignificancia ante el tiempo y el espacio, y eso lo sabía Héctor. Ya no era un niño. Con más de treinta años, era el momento de hacerse cargo de su vida de una vez por todas, aunque el deseo de ser un crío o un adolescente seguía allí. Había descubierto que no había nada más fácil y agradable que otros se encargaran de tus problemas. Asumirlos, hacía que cualquier tipo de terror con los peores demonios pareciera un cuento infantil.
En el aeropuerto, Héctor sintió cómo la ansiedad comenzaba a apoderarse de su cuerpo mientras se acercaba la hora de abordar. A pesar de haber superado muchos desafíos, la idea de volar siempre le provocaba un miedo irracional. Su corazón latía aceleradamente y cada respiración se volvía más superficial, como si el aire a su alrededor se volviera escaso.
Mientras caminaba por los pasillos del aeropuerto, sus manos temblaban ligeramente y un sudor frío recorría su frente. Sus pensamientos se agolpaban, reviviendo momentos de incertidumbre y pánico. Recordó vívidamente el colapso del avión en la selva amazónica, los cuerpos mutilados y carbonizados, el fuego, y aquel olor a oxido de la sangre mezclado con aceite y algo más nauseabundo, un recuerdo que siempre trataba de enterrar pero que, en momentos como ese, resurgía con fuerza. Su cuerpo se tensó y un nudo se formó en su estómago, haciéndole sentir náuseas.
Cuando estaba de pie frente a la puerta de embarque, con el anuncio de su vuelo a España a punto de despegar, y el sonido de los anuncios de los vuelos resonando en el aire, con su maleta a un lado, sacó su celular y notó una llamada entrante de su hermana, Priscila:
—Héctor, ¿cómo estás? —La voz de Priscila sonó clara y reconfortante a través del auricular, pero en el fondo, se podía oír a Darío, su esposo, hablando con alguien.
—Hola, Priscila. Estoy... bien, creo. —Héctor respondió, con la voz temblando un poco, revelando su nerviosismo.
—Sabes que no me engañas, hermanito. —Priscila respondió con un tono incómodo, tratando de aliviar la tensión—. ¿Estás nervioso por el vuelo?
—Sí, un poco. —Héctor suspiró, sintiendo el nudo en su estómago apretarse—. Desde el accidente, volar no ha sido fácil para mí.
—Lo sé. —Priscila agregó, intentando calmarlo—. Pero recuerda que ya has pasado por esto antes y has salido adelante. Eres fuerte, y puedes hacerlo de nuevo.
—Sí, tienes razón. —Héctor intentó sonar más seguro, pero la ansiedad seguía latente.
En el fondo, se escuchó la voz de Darío de nuevo, diciendo algo que Héctor no pudo distinguir del todo.
—Darío también te manda saludos. —Priscila añadió, con una sonrisa en su voz—. Quiere que sepas que estamos aquí para ti, siempre.
—Gracias. —Héctor se sintió un poco mejor, sabiendo que su familia lo apoyaba—. De verdad, gracias por estar ahí. Este viaje es importante para mí, y necesito superarlo.
—Lo sé, y estoy orgullosa de ti por enfrentarlo. —Priscila hizo una pausa, dejando que sus palabras calaran en su hermano—. Recuerda, cada paso que das hacia adelante es una victoria. No estás solo en esto.
—Gracias, hermana. —Héctor cerró los ojos, respirando profundamente—. Eso significa mucho para mí.
—Siempre, hermanito. —Priscila respondió con cariño—. Ahora, respira hondo y piensa en todas las cosas buenas que te esperan en España. Tienes una nueva oportunidad para empezar de nuevo y encontrar la felicidad que mereces.
—Lo haré. —Héctor asintió, sintiendo una renovada determinación—. Nos vemos pronto.
Héctor guardó su celular, tomó su maleta y se dirigió a la puerta de embarque, listo para enfrentar sus miedos.
Sin embargo, al llegar a su asiento en el avión, Héctor se dejó caer pesadamente, sintiendo el cuero de la butaca pegajoso bajo sus manos húmedas. Su respiración se volvió aún más rápida, y cada sonido a su alrededor, desde las voces de los pasajeros hasta el ruido de los motores del avión, se amplificaba en su mente, creando una cacofonía ensordecedora. Sus dedos se aferraron con fuerza a los reposabrazos, sus nudillos se pusieron blancos y su mente comenzó a correr desenfrenada con pensamientos de catástrofe. ¿Colapsaría de nuevo? ¿Tendría que ver cuerpos y sangre otra vez? ¿Viajaría en el tiempo de nuevo? ¿Moriría su corazón de nuevo?
Sí, el pánico lo consumía, sentía que en cualquier momento podría darle un infarto. Su visión se tornó borrosa y el sudor le empapó la espalda. La sensación de falta de control fue abrumadora, como si estuviera atrapado en una pesadilla de la que no podía despertar. Cada segundo se estiró en una eternidad de angustia.
Y cuando Héctor creyó desfallecer porque la visión comenzaba a nublarse, en realidad, se trataba del efecto de la pastilla para dormir que había tomado momentos antes de abordar. La misma que el psiquiatra le había recetado. No iba a negarlo, en medio de su agitación, una pequeña chispa de esperanza brilló. Podría llegar a su destino. Con un esfuerzo consciente, se obligó a cerrar los ojos y tratar de concentrarse en su respiración. Poco a poco, comenzó a notar los primeros efectos del medicamento y una sensación de calma empezó a extenderse por su cuerpo, como si una cálida manta lo envolviera suavemente.
Su respiración se hizo más profunda y constante, y los músculos de su cuerpo, tensos hasta el límite, comenzaron a relajarse. El ruido a su alrededor empezó a desvanecerse, convirtiéndose en un murmullo lejano. La pastilla para dormir estaba haciendo su trabajo, y Héctor se permitió dejarse llevar por esa creciente sensación de tranquilidad.
Mientras el avión despegaba, sintió que su mente se alejaba del pánico y la ansiedad. Sus párpados, pesados como el plomo, se cerraron por completo, sumergiéndolo en un sueño profundo y reparador.
—Señor... ¡Señor, disculpe! —Héctor oyó aquellas palabras en la lejanía, pero se removió bruscamente cuando sintió el tacto de la aeromoza tocarle el hombre—. Hemos llegado hace unos diez minutos, necesitamos que desaloje el avión.
Héctor abrió los ojos preocupados, un poco desorientado y comenzó a pedir disculpas.
Cuando tomó sus maletas y salió por los pasillos del Aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas, no pudo evitar observar la arquitectura moderna y luminosa de sus pasillos, con un diseño que parecía buscar maximizar la luz natural. Tenía techos ondulantes sostenidos por columnas de colores brillantes, que creaban un ambiente amplio y acogedor. El techo era de bambú, y había enormes ventanales a los costados. Las columnas eran de colores que cambiaban de tono según la zona, facilitando la orientación. Y, como muchos otros, ofrecía una amplia variedad de tiendas, desde boutiques de lujo hasta tiendas libres de impuestos; sin mencionar numerosos restaurantes y cafeterías que ofrecían desde comida rápida hasta gastronomía internacional y española.
Como fuera, Héctor se vio a sí mismo decidido a iniciar una nueva vida. Esta vez, su emigración no se sentía como un escape desesperado, sino como una oportunidad para abrirse un camino nuevo. Entendía que, emigrar, aunque fuera doloroso, era una oportunidad para reinventarse, para empezar de nuevo y para buscar aquello que realmente le daba sentido a su vida. Por eso, ya no había miedo y desesperación, sino convicciones y curiosidad.
En el fondo, sabía que esta segunda vez no era solo una repetición de su primera experiencia. Ahora era una persona distinta, con más cicatrices, pero también con más sabiduría. Había aprendido que cada adiós no era el fin, sino el comienzo de una nueva etapa. Cada despedida lo había hecho más fuerte, más consciente de sus capacidades y más decidido a construir la vida que deseaba.
Así que, la idea de experimentar el amor de nuevo ya no parecía imposible. Sabía que, aunque George siempre ocuparía un lugar especial en su corazón, era hora de dejar de vivir en el pasado, de dejar atrás no solo Brasil, sino también las sombras de su vida en Venezuela.
Y sí, el dolor de las despedidas aún existía, pero los recuerdos de dejar sus hogares ya no eran un ancla que lo mantenía atrapado, sino un impulso para construir algo nuevo y significativo en España. Brasil había sido un refugio y una prueba al mismo tiempo; le había ofrecido una segunda oportunidad, pero también le había recordado constantemente sus pérdidas. Por tanto, veía un lienzo en blanco en España y una oportunidad para dejar atrás los fantasmas. Estaba listo para hacer nuevas amistades, encontrar un nuevo amor, y establecerse en un lugar donde pudiera finalmente sentirse en paz. Su convicción era clara esta vez, él era el autor de su propia historia. Entendía que la vida era una serie de capítulos, algunos llenos de dolor y otros de alegría, y que todos eran necesarios para su crecimiento. La pérdida de George había sido devastadora, pero también le había enseñado la profundidad del amor y la importancia de vivir plenamente cada momento.
La resiliencia que había cultivado a lo largo de los años lo había transformado. ¿Quién no crecería cuando has dejado todo para empezar sin nadie en un sitio nuevo?
Por eso, con una sonrisa en su rostro, Héctor se permitió soñar con el futuro. Imaginaba las calles de Madrid, los nuevos amigos que haría, las conversaciones que tendría, y la posibilidad de volver a enamorarse. Decidió que esta vez no viviría con miedo o con la constante nostalgia de lo que había perdido, sino con la emoción de lo que podía ganar. George había hecho su vida, aunque triste, pero forjó una familia. Él podía hacer lo mismo. Emigrar ya no era un acto de desesperación, sino de sentir que se respiraba de nuevo, que se estaba vivo.
Nota del autor:
Si has llegado hasta acá, me alegro. Debes saber que será una historia de cinco capítulos. Cortita, así que disfrútalo mientras dure.
Esta idea nació al leer las historias de espero que puedan pasarse por su perifl y contactarla para sus historias. Les digo, valen la pena. Si te gusta el romance, con toques de fantasía, esta es la autora que necesitan.
Se suponía que, en principio, sería solo un one-shot, pero la verdad no era justo ni para la autora ni para Héctor. No me malinterpreten, sé que puedo hacer maravillas en pocas palabras (omitan mi ego xD), sin embargo, también sé que hay cosas, como estas, que si necesitan tiempo, se le da. Mi problema más grande es que me gusta hacer las cosas bien hechas, como buen autor de ciencia ficción que explora otros géneros. Lo que debió ser un fanfic, se transformó en un crossover, así que sí, el rubenverso y el anabelverso es real y esta es una pizca de ello. Yo feliz del permiso de la autora.
Anabel, este pedazo de historia existe solo por tu existencia en mi vida y el amor que me has dado en tus historias. ¡Gracias!
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