Ah, la búsqueda de identidad... esa travesía que nos promete grandes revelaciones, pero que a menudo nos deja preguntándonos si deberíamos haber traído un mapa o al menos una brújula. Y mira que la juventud o la edad no tienen mucho que ver aquí. Conozco a gente que ha pasado toda su vida como si estuvieran buscando las llaves del coche: dudando, tropezando, revisando los mismos lugares mil veces, y aún así, llegan al final sin encontrar ni una pista de quiénes son en realidad. Claro, también están aquellos afortunados que sin buscar nada, de repente se topan con su "yo verdadero" en una esquina, como quien se encuentra una moneda en la acera. Así de fácil. Nos odian por menos.

Pero si algo aprendemos en este paseo —que a veces parece más una caminata por el desierto sin agua—, es que ser fieles a uno mismo, aunque suene a consejo barato de autoayuda, es realmente lo más auténtico que podemos hacer. ¿Y qué significa eso? No siempre es profundo o espiritual, a veces es tan simple como preferir pizza sobre sushi y ser lo suficientemente honesto como para admitirlo.

Claro, cada pequeña decisión nos construye, y ser coherente con nuestras elecciones es una forma de amor propio. 

¿Pero qué coño es el amor propio? 

Ese concepto tan bonito que parece tan fácil, pero que a menudo termina relegado a memes de inspiración en Instagram.

Ahora bien, seamos realistas: ser fiel a uno mismo no viene sin sus desafíos. En un mundo donde todos parecen tener una opinión sobre cómo deberíamos ser, desde las redes sociales hasta la vecina chismosa, requiere algo de valentía. Puede que no caigamos bien a todo el mundo y que algunos nos vean como bichos raros, o que hasta nos rechacen por ser auténticos. Pero ¿sabes qué? La aprobación de los demás es como el wifi gratuito en un café: funciona a veces, pero siempre es temporal. Lo que realmente dura es la paz interior que sentimos al decir "Este soy yo, con todo lo bueno, lo malo y lo que aún no he decidido". Y esa paz, señores y señoras, no tiene precio.

Sí, sí, el viaje está lleno de momentos incómodos y de pequeñas crisis existenciales —¿por qué me gusta tanto el jazz? ¿seré la única persona que odia el pepino?—. Pero es en cada uno de esos momentos en que elegimos ser nosotros mismos que nos acerca un poquito más a una vida con más sentido. Y es que al final, la identidad no es un destino con una meta llena de fuegos artificiales y confeti; es más como una serie interminable de episodios. A veces emocionantes, otras más tranquilos, pero siempre sorprendentes. Así que, en lugar de preocuparnos tanto por la meta, mejor disfrutemos del show.

Y no olvidemos algo: la verdadera clave es vivir con valentía y abrazar cada aspecto que nos hace únicos. Porque aunque parezca que el mundo tiene todas las respuestas sobre cómo deberíamos ser, la verdad es que nadie lo tiene claro. Y en ese desconcierto colectivo, la mejor respuesta siempre será ser, precisamente, nosotros mismos.

Sinopsis

Héctor Muñoz sufre un accidente de avión mientras busca emigrar de su país de origen, Venezuela. No esperaba caer en la selva amazónica de Minas Gerais, Brasil, mucho menos viajar en el tiempo y llegar al 15 de julio de 1873; una época muy diferente a la del siglo XXI. Allí conocerá a George Theodore, un millonario de la época, considerado el candidato ideal para cualquier mujer de sociedad. Pero,  aunque sienten una conexión instantánea y apasionada, el tiempo y las circunstancias juegan en su contra, mientras la decisión de ser feliz recaerá en la posibilidad de sacrificar el estatus y desafiar las normas sociales de la época.

Nota: 

Este primer acto nació hace muchos años de un cuento engavetado que tenía bajo un seudónimo diferente, y que decidí editar y convertirlo en una novela ligera. Espero que les guste. Estaré muy atento a sus comentarios e interacciones. 

De más estaría decirles, si ven mi perfil, que se trata de una historia que posee sentimientos personales  y emociones. No porque me identifique con la historia o con los personajes, pero si con algunas situaciones, como el ser venezolano, el emigrar y los amores.