5. Idiota sexy.
Octubre.
📍 Rochester, Michigan.
Haven
El viernes ya tenía cinco días en casa, me la pasé todos los días desde el martes que recogí mis maletas en el aeropuerto, arreglando mi ropa en el vestidor. Organicé muchas cosas y fui a comprar otras. La habitación necesita mi sello, algo que la adorne y la haga ver bonita.
Esa mañana tomé prestada la camioneta RAM 1500 negra de la abuela y fui al pueblo de compras. Estacioné en un lugar indicado y me bajé para poder recorrer las tiendas sin necesidad de conducir. Saludé a mucha gente que conocía, viejos amigos de la abuela y otros de papá. Todos parecían muy contentos de verme.
—¡La luz de los ojos de Zoey ha vuelto a casa! —había exclamando una de las amigas de la abuela, Katrina, quién estaba encantada de verme. Ella era dueña de una pequeña floristería que también prestaba servicios de cafetería—. Eso quiere decir que los Terrenos Van Der Woodsen florecerán más este año.
Y así como ella, muchos hicieron sus preguntas: ¿Cuándo llegaste? ¿Te quedarás mucho tiempo? ¿Ya supiste que vendieron la mitad de la granja? ¿Ya conoces a Ryan? ¿Qué te parece todo hasta ahora? Y siguieron y siguieron y siguieron.
Respondí lo más amable y neutral posible, no mencioné nada con respecto a Ryan o a su compra del terreno. Se suponía que saldría para olvidar todo lo relacionado con ello, así que eso hice.
Fui directamente a una tienda que me llamó la atención, era nueva, porque realmente no recordaba haberla visto antes. Era vintage, y apenas entré, supe que era mi lugar. Había ropa, accesorios, adornos, libros antiguos y cosas viejas en general. Me encantó.
Me acerqué a un estante que tenía unas mini lámparas de aceite y me enamoré de ellas de inmediato. Tomé dos y seguí viendo lo demás.
—¿Haven? —dijo una voz detrás de mí.
Me giré porque la reconocí al instante.
—¿Lucy? —la pelirroja de un metro sesenta me devolvió la mirada, con su rostro lleno de pecas, ojos verdes y su pelo rizado—. ¡Eres tú!
—¡Igual que tú! —se echó a reír y se lanzó hacia mí para abrazarme. Le devolví el abrazo con fuerza a quien fue mi mejor amiga de la infancia y parte de la adolescencia. Su olor a frutos rojos seguía intacto, y la suavidad de su expresión también. Cuándo se alejó, me miró de arriba abajo—. Guau, estás fantástica. Nueva York te sentó de maravilla. Al principio no te reconocí, pero algo me dijo que eras tú.
Incluso cuando traté de vestirme lo más casual del mundo, mi ropa no me hacía justicia. Había elegido una camisa rosada de manga larga con escote asimétrico que dejaba a la vista uno de mis hombros, un jean negro de bota campana y unas sandalias bajas sin correa. Creo que eso de casual no funcionó para mí.
Lucy Greyson, por otro lado, llevaba jeans anchos, zapatos deportivos blancos y una camiseta beige con el nombre de la tienda.
—¿Qué ha sido de tu vida? Lo último que supe de ti, por parte de mi abuela, obviamente, es que seguías saliendo con Andy —mencioné a su antiguo novio del colegio—. ¿Siguen juntos?
Ella soltó una risa y se puso roja como un tomate.
—De hecho, estoy comprometida con él. Nos vamos a casar.
Levantó la mano y me mostró un enorme anillo corte princesa de oro blanco con un diamante precioso. Tomé su mano y lo miré más de cerca.
—¡Oh, por Dios! Es hermoso. Qué emoción, Lucy. Estoy tan feliz por ti. Felicidades.
—Gracias —se pasó un rizo detrás de la oreja—. ¿Y qué hay de ti? Tu abuela me dijo que volverías, pero no estaba segura de cuando. Ya sabes que se me olvida todo.
—Llegué el lunes. Aún me estoy instalando en mi vieja habitación.
—¿Nueva York te quedó muy pequeño? —se echó a reír.
—De hecho, se volvió demasiado grande y agobiante —hice una mueca—. Es una larga historia.
—Tenemos tiempo. ¿Te apetece que vayamos al bar de Blake? Es nuevo y super elegante, la gente dice que es genial. Lo bueno es que ahora no tenemos que mostrar identificación para poder tomar una cerveza. ¿Qué dices?
Esa idea me encantó.
—¿Mañana por la noche? —probé.
—Genial. A las 7pm está bien. Cerraré temprano para poder arreglarme bien. Es como, un poco elegante y así —se sacudió el pelo—. Podrás contarme todo con más calma.
—Eso sería estupendo.
Le pagué $50 por un montón de cosas que compré y me dio una taza para café como regalo por mi primera compra. Le di un abrazo eterno antes de irme. La había echado de menos. Había echado de menos todo.
Cuándo me fui de aquí, mi madre se encargó de meterme de lleno a nuestra nueva vida. Dejé atrás a mis viejos amigos, mi corazón y todo lo que me importaba. Ahora estaba dispuesta a recuperarlo todo. Esta era mi oportunidad.
Cuando volví a casa, aparqué en el garaje y bajé con mis bolsas de las compras. Mientras caminaba hacia la casa, no pude evitar mirar a lo lejos hacia la casa de Ryan Jacobs. Era tan grande como la nuestra, solo que la madera de la suya estaba pintada de un color marrón oscuro y su techo era alto y moderno. También lo vi a unos metros de distancia, con una ponchera enorme donde estaba sentada Terra, quién parecía estar recibiendo un baño de espuma. La perra se sacudía constantemente, lo que hacía que Ryan se echara para atrás para no ser salpicado por agua. Mala idea. Ya estaba empapado.
Mi corazón se aceleró y mi estómago se apretó cuando lo vi con un par de shorts cortos deportivos, una camiseta blanca ya traslúcida por el agua e iba descalzo. El tipo era un bombón. Lástima que era un idiota. Un idiota sexy. La camiseta se le pegaba a los abdominales, que exactamente como había predicho, estaban marcados. Desde aquí podía ver un tatuaje bajando por su bíceps izquierdo, pero el resto de la tinta se perdía bajo la tela de su manga. Su cabello estaba ligeramente revuelto y húmedo. Sus brazos musculosos se flexionan cada vez que le da una buena restregada a Terra.
Algo caliente se acentuó en la parte baja de mi estómago y no me gustó para nada. No, señor.
Gracias a mi caminar tan despacio, Terra me notó y sacudió la cola con tanta fuerza que roció agua a su dueño. La perra saltó fuera de la ponchera y salió corriendo hacia mí.
Mierda. Me quedé estática cuando estaba a un metro de mí. No me saltaría encima, ¿verdad? Para mí sorpresa, no lo hizo, solo se correteó alrededor de mis pies y olfateó mis bolsas.
—Hola, bonita —me incliné y acaricié su pelaje húmedo y suave. Era negro profundo y brillaba bajo el sol—. ¿Qué tal estás?
—Terra —la voz profunda de Ryan me sobresaltó. Levanté la vista y lo encontré justo frente a mí. Ni siquiera me miró. Observó a su perra—. ¿Qué te he dicho de correr? ¡Ve!
Su índice apuntó a su lado del terreno y Terra lloriqueó. Ryan le lanzó una mirada severa y la perra se fue corriendo hacia su lugar. Ryan me miró momentáneamente, echándome un vistazo de arriba abajo. Mis mejillas se calentaron cuando nuestros ojos se encontraron. Él no dijo nada, me frunció el ceño como si solo verme lo irritara, se dio la vuelta y se marchó.
—¡Buenos días para ti también, maleducado! —le grité cuando se alejó.
Imbécil, ni siquiera se giró.
—No soy yo quien dice groserías cada cinco minutos —dijo sin más, dejándome pasmada y con la boca abierta.
Siguió su camino y amonestó a su perra, la volvió a meter en la ponchera y siguió bañándola, como si nada hubiera pasado.
Sin querer perder un minuto más de mi tiempo con él, seguí mi camino hacia la casa y subí hasta mi habitación luego de gritar un «llegué» para cualquiera que me pudiera escuchar. Necesitaba terminar de organizar mi habitación y luego, elegir que me pondría mañana para mi salida con Lucy.
🍷🌺🍷🌺🍷🌺🍷🌺🍷🌺
El sábado justo después de la 6pm ya estaba lista para salir. Un pantalón Palazzo negro de talle alto, un top morado brillante sin mangas y un par de sandalias transparentes con tacón cuadrado complementaban mi outfit. Me había recogido el cabello en una coleta baja y dejé varios mechones cortos sueltos para dar un toque ligero. Me maquillé lo más sencilla posible y me apliqué un montón de perfume.
Con bolso, teléfono y dinero en mano, salí de mi habitación y bajé las escaleras. La abuela estaba con Theresa en la cocina bebiendo una taza de café.
—¡Oh, qué belleza! —exclama la abuela en cuanto me ve—. Mi nieta es la más hermosa, Theresa, ¿te lo había dicho?
—No hace falta que lo digas, se nota desde lejos —ella me sonríe—. Estás hermosa, Haven.
Me pasé la mano por el pantalón.
—Gracias, a las dos. Iré con Lucy a tomar algo. Dijo algo sobre un bar nuevo, es de alguien llamado Blake.
—Oh, sí, un ex jugador de hockey que quiso invertir aquí —asiente la abuela—. Se retiró hace dos años. Jugó ocho años para el equipo local, pero se enamoró tanto de Rochester que quiso invertir aquí. Creo que vive en Detroit, pero se la pasa todo el tiempo por aquí.
—Es un bar muy sofisticado para esta zona, creo que por eso a la gente le gusta —dijo Theresa—. Siempre está lleno de jugadores y de jóvenes. Seguro te gustará.
—Eso espero. Bueno, debo irme, Frederick me llevará.
—¿Cómo vendrás? —preguntó la abuela.
—Un taxi. Subiré la pendiente, no te preocupes.
Me dio una mirada preocupada, pero no agregó nada.
—De acuerdo, diviértete, cariño.
—Gracias. Lo haré. Las quiero.
—¡Adiós!
Salí de la casa, con mis tacones resonando por el camino de piedras. Frederick me estaba esperando con la RAM 1500.
—Estás encantadora, Haven —me sonrío.
—Gracias, Frederick.
Me abrió la puerta y subí a la camioneta. Me acomodé en el asiento trasero y me puse el cinturón de seguridad. Miré por la ventana instintivamente hacia la casa de Ryan. Solo había una luz encendida que parecía ser la de la sala, del resto, todo estaba oscuro. ¿Saldría esta noche? Lo dudaba. Un ogro engreído como él no podría tener amigos divertidos.
Aproveché y le envié un mensaje a Lucy, ya que, por fin, tenía su número de teléfono.
Yo: ¡Ya voy de camino! ¿Estás lista?
Lucy: ¡Sí! También estoy de camino. Te espero afuera para que entremos juntas.
Yo: Genial. Nos vemos ahora.
Frederick condujo en tiempo récord al ritmo que solo un señor de sesenta y cinco años podía y lo agradecí. Cuándo llegamos al dichoso bar, me miró por el espejo retrovisor.
—¿Cómo volverás a casa?
—Taxi.
Me pestañeó.
—Si quieres que venga por ti, solo llama. No importa la hora, ¿de acuerdo?
Su lado parental me encantaba. Me hacía recordar al abuelo.
—No te preocupes —me incliné sobre el asiento y besé su mejilla—. Te quiero.
—Y yo.
Bajé de la camioneta y lo vi desaprender por la carretera.
Levanté la vista hacia la fachada vintage del lugar. Se llama DiscoBar. Supe de inmediato que hacía alusión al hockey, ya que tenía un enorme disco de hockey en la cima de las letras de Neón Flex. Tenía vidrios polarizados, así que no podía ver el interior.
—¡Haven! —exclamó alguien detrás de mí.
Me giré y vi a Lucy venir hacia mí, de la mano del inconfundible Andy. A diferencia del colegio, Andy era mil veces más grande y musculoso. Seguía teniendo esos irreverentes ojos azul bebé, la piel pálida como la de un vampiro y el pelo negro azabache tan liso como siempre.
Ver a Andy y Lucy juntos fue increíble. Ella era tan bajita y él tan alto. Hacían un contraste estupendo. Andy iba vestido con jeans negros ajustados con rotos en las rodillas, zapatillas deportivas y una camiseta azul oscuro con los primeros botones desabrochados. Lucy tenía un vestido entallado negro y corto de manga larga que se amoldaba a sus exuberantes curvas suaves y unos tacones de aguja rojos. Se veían preciosos los dos.
—Hola, que bueno verlos.
—Mira quién es, Haven Van Der Woodsen —Andy me sonrió y se inclinó para abrazarme, ya que era un gigante de un metro ochenta—. ¿Cómo has estado?
—Excelente —le sonrió—. Me contaron que estás jugando al hockey.
—Desde la cuna —se ríe—. ¿Viniste para quedarte?
—Espero que sí, si es que me aceptan de vuelta —bromeo.
—Esta es tu noche de prueba —me señaló Lucy con falso tono acusador.
—Vale, estoy preparada.
Andy tomó la mano de Lucy y juntos caminamos hacia el bar.
—Vamos, es genial ahí dentro. Lo pasarán genial.
Apenas entramos, me trasladé al viejo oeste. El lugar era elegante y fino. Las luces tenues que colgaban del techo crean una atmósfera íntima y acogedora, donde sabes que pasarás una noche relajada. Las mesas eran de madera, robustas y bien pulidas, dispuestas de manera que cada grupo de clientes pueda disfrutar de su propio espacio privado y aislado de los demás sin tener interrupciones. Las paredes, pintadas en tonos rojos y marrones, le dieron un toque cálido y de sofisticación al ambiente.
—Lindo, ¿verdad? —musita Lucy a mi lado—. Fue el boom del momento cuando abrió hace dos años.
—El tipo es un excelente anfitrión —agregó Andy, creo que refiriéndose a Blake—. Quizás esté por aquí esta noche.
Me empapé la vista recorriendo el lugar. El bar estaba decorado con detalles antiguos, como espejos con marcos dorados y lámparas de araña que cuelgan del techo, reflejando suavemente la luz. Un enorme alce disecado en una pared y fotografías viejas en blanco y negro de juegos de hockey. La música de fondo es suave, permitiendo conversaciones sin esfuerzo. Me doy cuenta que en cada rincón del lugar hay una fotografía enmarcada que cuenta una historia de hockey.
—Estoy impresionada —admito en voz alta.
Andy nos llevó a una mesa con dos sillas en un rincón cerca de la ventana. Nos corrió las sillas a las dos como un auténtico caballero.
—Bueno, señoritas, como es una noche de chicas, las dejo para que se pongan al día —se inclinó y besó a su novia en los labios y en la frente. Me ofreció una linda sonrisa y un apretón en el hombro—. Estaré en la barra con los chicos por si necesitan algo.
—Gracias, bebé —Lucy se despidió y lo vimos caminar hacia la barra, donde un montón de tipos altos, atléticos y guapos lo esperaban. Lucy me miró y soltó un suspiro divertido—. Se ven todos los días en los entrenamientos y no pueden pasar ni una sola noche de sábado sin tomarse una cerveza. Creo que les cayó bien no tener juego hoy. El próximo fin de semana no tendrán tanta suerte.
—¿Juegan muy seguido? —le agradecí a un mesero que nos trajo la carta.
—Cuando la liga les pone el partido —murmura—. Creo que quiero fingers de pollo con salsa verde y queso cheddar. ¿Compartimos? Podemos pedir para dos.
—Me encantaría. Y una Anchor Porter de caramelo, por favor.
—Que sean dos.
El mesero tomó nuestras órdenes y se marchó.
—¿A qué te refieres con que la liga les pone partido?
—¿No lo sabes? —me frunció el ceño—. Andy juega para Los Detroit Red Wings.
Ahora me toca a mí fruncir el ceño.
—¿Eso es grande?
—Juegan para la NHL, la liga nacional de hockey —responde ella y a mí se me abren mucho los ojos. Se echa a reír—. No me digas, todavía no te gustan los deportes.
—El único deporte que conozco es correr dos veces a la semana para quemar calorías y los pilates y ya dejé de hacerlos porque me dolía mucho el abdomen.
Se rió a carcajadas de mi respuesta.
—Que maravilla que Andy esté jugando a un nivel tan importante.
—Lo reclutaron en el último año de escuela, le dijeron que tenía que estudiar, al menos, una carrera corta para poder jugar como novato por un año. Se inclinó por la administración de empresas, así que le fue bien. Ahora es el ayudante del capitán. Es un excelente jugador.
Asentí y agradecí cuando el mesero llegó con nuestra bandeja de fingers y las cervezas. Le di un trago a la mía y tomé un tenedor.
—Lo sé, recuerdo que era el mejor de la escuela. ¿Y qué hay de la tienda?
—Siempre quise tener algo propio. Tenía experiencia porque pasé todo los veranos durante la preparatoria trabajando para la ferretería de papá. Y sabes que me gusta reparar cosas, entonces empecé a buscar objetos antiguos que podían tener otro tipo de uso —se encoge de hombros—. Tenía algo de dinero ahorrado y le comenté a Andy mis planes. A mis espaldas compró el local y me lo regaló como regalo de aniversario. Me encargué de comprar la mercancía porque no quería que gastara más dinero en mí —puso los ojos en blanco—. Ya sabes cómo son los hombres, quieren tener todo bajo control. Me costó convencerlo, pero lo conseguí. Me pidió matrimonio hace poco, cuando la tienda cumplió dos años.
—Que ternura —hago un mohín y ella me sonríe—. Me alegra mucho saber que les ha ido bien. Realmente, cuando volví, pensé que todos se habían ido. Me sorprendió verte ayer, pero me dio una alegría.
—No quise irme de aquí —sacudió la cabeza—. Este es mi hogar. Mis padres y los de Andy están aquí. Su trabajo, el mío. Contamos con la suerte que Detroit solo está a treinta y cinco minutos. Ambos estudiamos administración de empresas y yo hice un curso técnico de marketing para poder manejar la tienda por mi cuenta. En el fondo siento que somos nosotros quienes tenemos que darle vida a este pueblo. Rochester nos vio nacer, hay que devolverle el favor de algún modo.
Su forma de pensar me recordó porque era mi mejor amiga. Lucy siempre fue una mujer independiente, le gustaba hacer las cosas por su cuenta. Sus trabajos en el colegio eran los mejores, tenía notas impecables y siempre fue responsable y comprometida con lo que le gustaba. Incluso cuando sus padres tenían una gran ferretería y ganaban un buen dinero, Lucy siempre estaba haciendo algo para ganar su propio dinero. Recuerdo cuando vendíamos limonada los fines de semana para ahorrar y poder comprar cosas durante el verano.
—Cuéntame de ti —dice con entusiasmo—. Tu abuela me dijo que estabas trabajando en Relaciones Públicas. ¿Qué hacías?
—Trabajaba para una empresa dedicada a organizar galas y todo tipo de eventos benéficos. Eran su especialidad. Cuándo alguien rico y con ganas de querer buscar pretextos para hacer una fiesta, nosotros la organizamos por ellos. Yo me encargaba de hacer rodar la información: redes sociales, periódicos, noticieros —le doy un trago largo a mi cerveza—. La paga era buena. De hecho, era descomunal. Teníamos una clientela de élite. Solo la crème de la crème² de la sociedad nos contrataba.
—¿Y por qué lo dejaste? —ladea la cabeza.
Suspiré y me metí otro trozo de pollo en la boca.
—Se volvió demasiado monótono para mí. Más de lo mismo todos los días. Creo que me aburrí de tratar con el mismo tipo de gente todo el tiempo.
—¿Qué tipo de gente?
—Millonarios.
Ella se ríe.
—Lo dice la que es millonaria.
Me río también y niego.
—No me refería a eso. Me refiero al tipo de gente a la que le importa un pepino lo que pase. Llegaban a la empresa y decían exactamente lo que querían y luego nos daban carta blanca. Hagan lo que quieran, a mí no me molesten. Eso era todo para ellos. No quiero eso. Quiero trabajar con gente que se interese, que quiera opinar, que quiera participar.
—Entiendo —asiente—. ¿Por eso volviste?
—Volví para despejar mi mente, para llenar mis pulmones de aire fresco y puro. Extrañaba mi hogar, a la abuela, a todos en casa y a ti —tomé su mano encima de la mesa y la apreté—. Me gusta mucho poder verte de nuevo. Me hace sentir bien.
Ella sonríe en grande y me devuelve el apretón.
—A mí también, sobre todo porque no he podido tener otra mejor amiga desde que te fuiste. Siempre fuiste la única que me entendía. Me alegra que volvieras. Y espero de verdad que te quedes.
—Yo también espero lo mismo —seguimos comiendo—. Aunque esperaba tener un descanso de todo el estrés, me encuentro con que la abuela le vendió la mitad del terreno a un tipo que ni siquiera conozco.
—Oh, eso quiere decir que ya conociste al entrenador Jacobs —dice ella, limpiándose con la servilleta una vez que terminamos de comer.
Mi ceño se frunce.
—¿El qué?
—No estoy segura, pero creo que Andy dijo que su entrenador había comprado parte del terreno de tu familia. ¿Ryan Jacobs? Creo que así se llama. No le digas a Andy, pero yo tampoco entiendo mucho del reporte.
—A ver, espera un segundo —sacudí la cabeza, dejé la cerveza y centré toda mi atención en Lucy—. ¿Ryan Jacobs es el entrenador de Andy?
—Sí. Bueno, es el entrenador del equipo. Trabaja para Los Detroit Red Wings, es el entrenador jefe.
Mi mandíbula tocó la mesa.
—¿Eso quiere decir que el tipo es famoso, sale en televisión?
—Bueno, sí. Cuándo lo entrevistan y así. O cuando la cámara lo enfoca en el estadio —ella escondió una sonrisa divertida—. Creo que las mujeres han estado yendo más seguido al estadio por él.
No podía creerlo. ¿Qué hace un entrenador de hockey viviendo en una granja?
—Bueno, es un idiota —siseé, recogiendo mi cerveza de nuevo.
Lucy se ríe.
—¿Por qué lo dices? Andy no para de hablar de lo agradable y buen tipo que es.
—Tendrá dos caras, porque yo solo he visto el lado imbécil de él —refunfuño—. No lo soporto. Y no soporto la idea de que la abuela haya vendido parte de nuestro terreno a un tipo como él. Y ahora tendré que verlo por el resto de mi vida.
—Bueno, yo que tú, empezaría a hacer las paces con él —la miré con una ceja arqueada—. Ya sabes, si tienes pensado quedarte aquí por mucho tiempo, no creo que quieras pasar toda la vida enemistada con tu nuevo vecino. No sé, sería incómodo tener que verlo todos los días y no llevarse bien —se inclinó hacia adelante y me miró de manera suspicaz—. Además, no eres una santa, siempre has sido espinosa.
Me indigné.
—¡No soy espinosa! —me señaló con un gesto de obviedad—. Bien, puede que sea un poco antipática, pero...
—Vamos, que has estado mirándolo mal todo el rato, ¿a qué sí?
No pude decirle que no.
—Puede que lo haya llamado imbécil o idiota un par de veces.
—Ahí lo tienes. No me extraña que el tipo se comporte como tal.
—Pero me mira como si fuera una tonta. Como si estuviera en el lugar y momento equivocado —me quejé—. No quiero hacer de esto un evento, pero él no me agrada demasiado.
—Bueno, quizás deberías intentar ser menos espinosa con él.
Puse los ojos en blanco.
—¿Tú qué sugieres? —intenté de nuevo.
—Espera, necesito otra cerveza —levantó una mano y llamó a un mesero. Pidió dos cervezas y bebimos un poco antes de entrar en detalles—. Entonces, quizás solo deberías disculparte por llamarlo idiota, en primer lugar. Y luego, tal vez ofrecerle una amistad. Si tienes planeado quedarte un tiempo largo en casa de tu abuela, serán vecinos todo ese tiempo. No creo que sea necesario poner un muro de Berlín cuando pueden hacer las paces y llevar la fiesta en paz.
Tenía sentido lo que decía, sobre todo cuando sabía que quería quedarme mucho tiempo con la abuela. Quizás el tipo no sea tan malo, tal vez solo soy yo poniendo una barricada alrededor de mí a modo de protección.
—Bueno, puede que comparta tu opinión —dije y ella se pavonea como una campeona. Pongo los ojos en blanco—. Quizás pueda bajar la guardia y ser más cordial.
—Amigable, querrás decir.
—Sí, eso. A eso me refiero.
Ella se menea en su asiento y sonríe.
—Entonces, creo que es tu día de suerte.
—¿Por qué dices eso?
—Porque el entrenador acaba de llegar.
²) Crème de la crème: es un modismo que significa "lo mejor de lo mejor", "superlativo" o "lo mejor".
(...)
¿Qué les pareció el cap de hoy?
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro