4. Usurpador de familias.
Octubre.
📍 Rochester, Michigan.
Haven.
Luego del fiasco de esta mañana con el vecino, un desayuno delicioso y la charla con la abuela, me di un baño nuclear que me dejó roja por todas partes. Me lavé el pelo, me hice mi limpieza facial, me depilé y me exfolié todo el cuerpo. Me sentí libre y limpia después de pasar una hora y media en el baño.
Cuándo salí, mi teléfono estaba sonando en la mesita de luz.
Era un número desconocido y privado.
—¿Sí?
—Buenos días, ¿es usted la señorita Haven Van Der Woodsen?
Era la voz protocolaria de un hombre.
—Sí, ella habla.
—Le llamamos del aeropuerto Internacional de Windsor. Hemos encontrado su equipaje a salvo, y queríamos saber si podía acercarse a recogerlo.
—¿En serio? —me iluminé de alegría—. Iré de inmediato.
—Estupendo. La estaremos esperando y realmente expresamos nuestras más sinceras disculpas por lo ocurrido. El YQG quiere ofrecerle un descuento en los próximos dos vuelos que haga desde nuestras instalaciones, para compensar el inconveniente.
—Oh, muchísimas gracias. Iré a buscar mis maletas dentro de unos minutos.
Colgué cuando el chico se despidió y chillé como una colegiala. Me apresuré a sacar la muda de ropa que tenía de repuesto guardada en mi bolsa deportiva. Un jersey de lana de mangas largas de color blanco con líneas horizontales azul cielo, jeans negros ajustados y Converse blancas. Me pasé el cepillo de cerdas naturales por el cabello y lo peiné, me puse brillo labial y rímel transparente en las pestañas. Luego de ponerme perfume, agarrar mi teléfono y algo de dinero, bajé al primer piso.
—Abuela, ya estoy lista —dije mientras entraba a la cocina—. Llamaron del aeropuerto, ya recuperaron mis maletas, iré y...
Me detuve abruptamente cuando encontré a mi abuela sentada en la mesa del comedor, con el nuevo vecino, Ryan Jacobs, a su lado. La abuela tenía una taza de café en la mano y el tipo lo que parecía ser jugo de naranja en un vaso de vidrio. El tipo ya no se veía como esta mañana, ahora tenía una gorra de béisbol negra que cubría su cabello rubio y acentuaba sus rasgos duros, junto con una chaqueta de cuero negra.
Nuestros ojos se encontraron brevemente y en los suyos vi pasar... ¿diversión, tal vez? ¿Irritación? No tenía ni idea, pero podía irse al demonio.
La abuela se volvió en su asiento y me miró.
—Oh, linda. ¿Dijiste que recuperaron tu equipaje?
—Sí.
Ignoré a Ryan Jacobs a propósito.
—Que bueno. ¿Irás ahora?
—Sí, quiero organizar todo en mi habitación para tachar eso de la lista. ¿Crees que alguien pueda llevarme? No nos tomará mucho tiempo.
La abuela hizo una mueca pensativa.
—Uh, no lo sé, cariño. Frederick tuvo que ir a Detroit por unos fertilizantes, Jensen está ocupado con los animales y ya sabes cómo se pone si lo interrumpen.
Le resté importancia con un ademán.
—No te preocupes, pediré un Uber.
—No llegan hasta aquí —la voz del hombre retumbó por todas las paredes de la cocina.
Se me erizaron los vellos de la nuca.
Lo miré una vez más.
—¿Por qué no?
—Solo llegan hasta el final de la carretera, no les gusta subir la pendiente hasta aquí —explica con tono aburrido, como si fuera lo más obvio del mundo—. El final de la carretera está a diez minutos a pie, dudo mucho que quieras caminar con tantas maletas hasta aquí.
Sus palabras estuvieron acompañadas de un repaso de mi cuerpo completo, como si estuviera midiendo mi resistencia.
Me crispé como un gato.
—Para tu información, estoy en muy buena condición física —empecé a decir con los dientes apretados—. Puedo subir y bajar esa pendiente diez veces si quiero sin siquiera sudar. Y, sé perfectamente a cuánto tiempo está el final de la carretera. Por si no te has dado cuenta, solo llevas cinco años en este lugar. Yo nací y crecí aquí durante catorce años, jugué en estos campos tantas veces que conozco cada recoveco de este sitio. El hecho de que no haya estado por aquí en un tiempo, no quiere decir que sepas más que yo.
Luego de eso, y de una mirada brillante de su parte, me di la vuelta y salí posando fuerte de la cocina.
—Imbécil —susurré cuando salí de la casa—. ¿Quién se cree qué es? Puede irse con el mismísimo demonio y follar con él. Idiota.
Empecé a caminar por el sendero de piedra hasta la verja que dividía la propiedad de la carretera. Quizás mentí un poco en eso de estar en excelente forma como para bajar la pendiente diez veces, pero podía arreglármelas para bajar y volver a subir dentro de unas horas.
A pesar del sol en su punto más alto, el clima estaba fresco, solo estábamos a dieciocho grados, lo que hacía el día más agradable.
Mientras caminaba, pensé en la charla que tuve con la abuela esta mañana. ¿Mamá sabrá de todo esto? ¿La abuela le habrá contado algo sobre la situación de los Terrenos Van Der Woodsen? ¿Mamá seguía hablando con la abuela? Dios, todo era tan nuevo y tan confuso. Todavía estaba digiriendo la noticia. Ahora nuestra casa tenía dos dueños. Qué locura.
Estaba a mitad de camino cuando un Jeep Gladiator azul metalizado derrapó a mi lado, deteniéndose en medio de la carretera. Detuve mis pasos abruptamente, asustada de pronto, hasta que el vidrio polarizado de la ventana bajó. La cara de Ryan Jacobs apareció detrás de la ventana.
Mi día mejoró al mil por ciento, nótese el sarcasmo.
Puse los ojos en blanco casi por inercia.
—¿Qué quieres?
—Te llevaré al aeropuerto —soltó de la nada.
Me eché a reír, fue inevitable.
—No, gracias —seguí caminando—. Encontraré un taxi.
—Todavía te falta camino, y realmente no quieres caminar hasta allá —dijo con aburrimiento—. Sube al auto.
—Ya te dije: No, gracias. Sigue tu camino.
Seguí mi propio consejo y caminé en línea recta. Su enorme Jeep me siguió.
—Vamos, sube —intentó de nuevo.
—Noup.
Seguí caminando. Escuché lo que pareció ser un poderoso suspiro irritado de su parte.
—Si te dejo caminar sola el resto del camino y te rompes una uña, tu abuela me va a matar —comentó y sus palabras me hicieron ralentizar mis pasos—. Zoey Van Der Woodsen da miedo cuando quiere.
Lo miré de reojo y entrecerré los míos.
—¿Con qué te sobornó?
—Galletas de chocolate y ralladura de limón. Ella sabe que me gustan.
Se me apretó el estómago.
—También son mis favoritas —gruñí—. No tenía derecho a compartirlas contigo.
—Lamento romper tu corazón. ¿Subes o no?
Lo miré, su irritación era palpable, y realmente quería decirle que no, pero tampoco quería caminar.
—Ya qué.
Dejé caer más manos con exasperación y rodeé el enorme Jeep. Abrí la puerta del copiloto y subí. El asiento de cuero era sorprendentemente cómodo y el auto olía bien. A limpio y a limón. Y también olía a hombre. El tipo usaba un perfume caro, podría reconocerlo en cualquier parte. Olía a cuero, a sándalo y a hombre que sabes que te pondrá de cabeza.
No pienses en eso, Haven.
—Ponte el cinturón —ordenó con voz monótona.
—Eso iba a hacer.
Con los dientes apretados, me paso el cinturón por el cuerpo. De pronto, algo húmedo se apoya en mi mejilla y me sobresalto.
—¡Ay, demonios!
Un enorme perro negro y peludo está en el asiento trasero, mirándome con unos grandes ojos oscuros.
—Ella es Terra —dice Ryan, señalando al animal mientras pone en marcha el Jeep.
—Oh —el perro ladea la cabeza y me observa sin tapujos—. Hola, Terra.
Estiro la mano con cuidado y ella hunde la nariz en mi palma, me olfatea y luego me deja acariciarla.
—Que linda.
—Es una blandengue —sisea Ryan entre dientes—. Le cae bien cualquiera.
Sabía que se refería a mí. Mi miré mal y me giré hacia al frente, cruzando los brazos sobre mi pecho.
—No lo dudo, ya que está en tu auto —contraataco.
—Noto cierta hostilidad de tu parte dirigida hacia mí. ¿Es por algo en específico?
Lo miré mal abiertamente, sin vergüenza.
—¿En serio me lo estás preguntando?
—Creo que lo he hecho.
Apoyó un codo en la ventana y manejó con una sola mano. Ni una sola vez me miró.
—Bueno, dado que has usurpado nuestro territorio, creo que eres un total idiota. ¿Eso es suficiente?
Sus labios gruesos y naturalmente rosados se torcieron en lo que creería yo que es una sonrisa burlona.
—¿Usurpé en tu territorio? Eso suena demasiado colonial. Hasta donde yo sé, comprar tierras es un derecho legal que tenemos todos los ciudadanos norteamericanos.
—Y también eres idiota, no te olvides de eso.
—Me lo han dicho un par de veces —encogió esos anchos hombros dentro de la chaqueta, como si no le importara—. Lo que no entiendo, es por qué te importa tanto. Tu abuela y yo hemos trabajado juntos durante cinco años, y créeme, es la mejor en lo que hace. No podría estar más satisfecho.
—Me importa porque es mi casa. Me importa porque esas tierras han estado en mi familia por generaciones. Me importa porque es mi hogar, el hogar de mi padre y de mi abuelo. Me importa porque no esperaba encontrar a un completo desconocido manejando parte de mi patrimonio —me aprieto el puente de la nariz y respiro profundamente—. ¿Cuánto quieres por el terreno?
Mi pregunta hace que apriete la mano sobre el volante, dejando sus nudillos blancos.
—¿Perdón?
—Eso, te lo compro —me pongo en modo Relacionista Pública—. ¿Cuánto quieres? ¿Cien millones? ¿Ciento cincuenta? Dime tu precio y el dinero es tuyo.
Su mandíbula cubierta por aquella barba bien cuidada se flexiona en un duro tic.
—No quiero tu dinero. Es mi terreno ahora. Mis negocios son con tu abuela, no contigo —dice con voz rotunda—. Lamento mucho que te hayas enterado de esta manera y también lamento que te duela tanto el hecho de que tu abuela haya vendido parte de sus tierras, pero ese barco ya zarpó. Me gusta mi casa, me gusta tu familia y me gusta trabajar con tu abuela. No voy a vender mi parte. De hecho, espero quedarme ahí mucho tiempo.
Sus palabras fueron un golpe duro. He hecho, si me hubiera arrollado con su gigantesca motocicleta habría dolido menos. Me hizo sentir pequeña, mimada, entrometida. Y él tenía razón, sus negocios eran con mi abuela, no conmigo. Y me daba rabia. Mucha rabia. Yo no tenía el control de esto. Y, bueno, había que admitir que mi última cita tenía razón, soy un poquito controladora.
Sin querer meter más las patas en el barro, me quedé callada, escuché a Terra jadear y el ronroneo del motor. No dijimos nada más en todo el camino hasta el aeropuerto. Cuándo se estacionó, bajé del Jeep sin mediar palabra, dando un duro portazo y fui directamente por mis maletas.
Un amable chico con uniforme me atendió con una gran sonrisa en la cara, me trató de lo mejor. Diez minutos tardaron en aparecer con tres enormes maletas de color fucsia. Agradecí mil veces que las hubieran encontrado, el chico me consiguió un carrito y yo me encargué de empujarlo por todo el lugar.
Para mí sorpresa, Ryan había bajado del Jeep, pero no hizo el amago de ayudarme, solo quitó la cubierta de la parte trasera de la camioneta. Se quedó de pie ahí, mirándome. Puse los ojos en blanco y fui llevando una a una de mis maletas.
—Que caballeroso eres, cuidado y te desgarras la espalda —siseé en su dirección cuando terminé de subir mis maletas.
—De nada, mi madre me enseñó a ser bueno con las damas. Estaría orgullosa de mí.
No paso por alto su sarcasmo. Vuelvo a poner los ojos en blanco. Sin siquiera ver si cierra la cubierta o no, subo al Jeep y me pongo el cinturón. Cinco minutos se tarda en volver al vehículo, se cómoda en su asiento y pone el auto en marcha.
Diez minutos en silencio se rompen cuando pregunta:
—¿En serio naciste en el gallinero?
Me muerdo la mejilla interna para no reírme.
—Mi madre estaba en el octavo mes, se suponía que aún faltaban unas dos o tres semanas más para mí nacimiento —suspiro y apoyo la cabeza en la ventana—. Estaba en el gallinero sacando unos huevos para el desayuno y entró en labor de parto ahí mismo. Ella es tan obstinada que se negó a ponerse de pie porque le dolía demasiado. Cuándo la convencieron de que era momento de ir al hospital, yo ya estaba haciendo mi salida triunfal, entonces no hubo más remedio que llamar a un doctor. Y sí, nací en el gallinero —la nostalgia me golpea—. Era una historia divertida de contar. Era mi cuento favorito para dormir.
De soslayo vi que su boca se curvó una vez más, pero no dijo nada. El resto del camino volvimos a estar en silencio, entonces empezó a subir la pendiente de carretera hasta la granja. Se detuvo frente a la casa y yo suspiré por millonésima vez.
—Gracias por llevarme y traerme —le dije, me quité el cinturón y me giré para ver a Terra, que tenía la lengua por fuera. Le sonreí y acaricié su gran cabeza—. Hasta pronto, Terra.
Bajé del auto y me di cuenta que Ryan seguía en su lugar, bastante cómodo, si me lo preguntan.
—No vas a ayudarme a bajar las maletas, ¿verdad?
Me miró con aburrimiento.
—No.
—Me lo imaginé —refunfuño—. Retiro mis agradecimientos.
Se encogió de hombros y resopló.
Yo hice lo mismo, sin poder creer lo idiota que era este tipo. ¿Qué le vio la abuela?
¿Qué les pareció el cap de hoy?
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