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3. Vecino gruñón.

Octubre.

📍 Rochester, Michigan.

Haven.

Brrrum, brrrum.

El sonido era lejano, pero ahí estaba. Fuerte. Interrumpiendo mi tan anhelado sueño reparador. Brrrum, brrrum. De nuevo, más fuerte ahora. Persistió unos instantes y luego desapareció. Suspiré y me acurruqué aún más contra la almohada. La colcha que la abuela había comprado era suavecita y calentita.

El sueño me arrastró de nuevo...

Brrrum, brrrum.

Pero ¿qué mierda? Me quejé, removiéndome en la cama.

¡Brrrum, brrrum! ¡¡Brrrum, brrrum!!

—¿Qué demonios es eso? —siseo entre dientes.

Me saco el antifaz para dormir de los ojos, dejándolo en mi cabeza. Parpadeo para acostumbrarme a la luz brillante que entra por la ventana.

Brrrum, brrrum.

El sonido vuelve... Brrrum, brrrum... Aún más potente que antes, pero no puedo identificarlo y entonces... ¡Brrrum, brrrum!

—¡Ah! Maldita sea —me levanto y me acerco a la ventana. Abro la cortina y subo el marco y saco la cabeza. Desde aquí, no puedo ver el interior del garaje. Esa enorme casa donde guardamos todos los autos. Pero está abierto, así que hay alguien ahí—. ¿Quién demonios es?

Cerré la ventana y busqué mis pantuflas de peluche rosa pastel y salí de mi habitación pisando fuerte. En el reloj de la pared del pasillo marcaban las 9am. Realmente no era tan temprano, pero seguía teniendo sueño, y quienquiera que esté en el garaje, dañó mis planes de dormir hasta pasado mediodía. Casi corrí escaleras abajo y por poco arranco la puerta de la entrada, bajé los escalones del porche y crucé el camino de piedras hasta el garaje, que estaba a más de quince metros de distancia. Caminé furioso hasta ahí, encontrando una maldita motocicleta Suzuki Gixxer 250 negra. Y sólo lo sabía porque la puta cosa lo tenía marcado en un costado.

—¿Pero qué demonios es esta chatarra? —chillé hacia la monstruosidad de vehículo—. ¿Y por qué carajos hace tanto ruido?

—Hace ruido porque los amortiguadores están dañados y no es una chatarra, es una moto deportiva.

La voz ronca era dos octavas más baja de lo normal y muy, muy masculina. Retrocedí dos pasos hacia atrás cuando un tipo salió de alguna parte que claramente estaba fuera de mi vista.

El hombre era... Bueno, era un maldito vikingo. Podría medir al menos un metro noventa, era alto, musculoso pero no exagerado, rubio y sumamente sexy. O sea, ¿quién demonios es?

Le di un repaso rápido sin vergüenza alguna. Llevaba unas botas Victor Shearling marrones, unos jeans azules que se ajustaban a sus piernas gruesas de una manera impresionantemente varonil, una camiseta gris de manga corta que dejaba en evidencia sus abultados pectorales, sus bíceps duros y tatuados, hombros anchos y no tenía que ser adivina para saber que tenía el abdomen marcado, era obvio. Su cuello era grueso, tenía una barba tupida y finamente recortada rubia, unos labios carnosos, una nariz aristocrática y unos malditos ojos azules tan claros como el cielo. Su cabello rubio estaba recortado a los lados y en la parte superior despeinado y liso hacía arriba. Podría rondar los treinta años, quizás.

Es, como completamente, el hombre más hermoso que había visto en toda mi vida.

—¿Escaneo terminado? —su voz me hizo sobresaltar.

Me miró fijamente mientras se limpiaba las manos con un trapo lleno de aceite de motor.

Parpadeé aturdida cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo. Lo estaba mirando fijamente como si fuera un actor porno.

Trágame, Tierra y escúpeme en China, gracias.

Y no era solo eso, él también me estaba revisando visualmente. Desde mis pantuflas, mi conjunto de pijama que consistía en un short diminuto y una camiseta de tirantes blanco con estampado de fresas, hasta el antifaz en mi cabeza. No pasé por alto, por supuesto, que se quedó más de lo debido en mis pechos. De acuerdo, que los piercing en mis pezones estaban a la vista, sobre todo porque la camiseta era blanca.

Carraspeando, con dos manchas rojas en mis mejillas, levanté la barbilla, desafiante, mientras me rodeaba con los brazos.

—¿Quién eres? —cuestioné un poco irritada.

—¿Quién eres tú? —me devolvió el golpe con el mismo tono.

—Eso no te importa.

—Entonces tampoco importa quién soy —me guiñó un ojo sin siquiera sonreír y sin más, se dio la vuelta y agachó para seguir arreglando su moto.

Sus jeans bien sujetos por su cinturón se aferraron a ese trasero redondo y firme. Casi se me cae la baba. Pero ¿qué diablos?

—No, por supuesto que sí importa —seguí—. Importa cuando no sé quién demonios eres y qué haces en mi maldita casa.

—¿Tu casa? —giró su cabeza, pero no me miró—. Jamás te he visto por aquí.

—¡Pues sí es mi casa! —solté con rabia—. Es mi casa porque crecí aquí, me crie aquí y nací en ese gallinero de allá. Por supuesto que es mi casa. E importa aún más porque acabas de interrumpir mi sueño por estar acomodando esa maldita moto.

Desde aquí lograba ver su perfil y noté como fruncía el ceño. Estaba apunto de preguntarle de nuevo quién carajos era, pero entonces escuché pasos desde afuera.

—¿Haven? —era la abuela—. Haven, cariño, ¿eres tú?

El tipo se levantó justo cuando la abuela entró al garaje. Con su habitual atuendo, solo que ahora con una camiseta azul cielo. Sonrió con ternura y se acercó a mí.

—Oh, sí eres tú. Me pareció verte bajar las escaleras con prisa y luego salir.

—Obvio que soy yo —aun con los brazos cruzados, me giré hacia el sujeto—. La pregunta del millón es: ¿Quién es él?

La abuela sonrió aún más.

—¡Ah! Veo que ya conociste a Ryan —dijo—. Ryan, esta es mi nieta, Haven. Querida, este es Ryan Jacobs, nuestro nuevo vecino.

Ryan Jacobs. Mmh, un nombre varonil. Pero... ¿Qué fue lo que dijo?

—¿Vecino? —jadeé—. ¿A qué te refieres con «nuevo vecino»? ¿Vive en el siguiente terreno? Bueno, eso no explica qué hace tan temprano en nuestro garaje.

La abuela se rió y sacudió la cabeza.

—No, linda —me apretó el brazo con gentileza—, me refiero a que vive al final de nuestro terreno. Ryan es a quien le vendí la mitad de la propiedad.

¡¿Qué demonios?!

—¿Qué vendiste qué? —la voz me salió entrecortada y más fuerte de lo esperado. Miré a mi abuela con los ojos bien abiertos—. ¿Le vendiste la mitad de nuestras tierras a este tipo? ¿Qué demonios, abuela? ¿Qué carajos está pasando?

—Muy simpatía, tu nieta —comentó el tipo como quien no quiere la cosa, con esa mirada condescendiente en su rostro.

—Oh, es un encanto.

La abuela estaba tan tranquila que me estaba poniendo de los nervios.

—¿Me dices qué mierda pasó? ¿Y cómo por qué vendiste parte de nuestra propiedad? ¿Y quién carajos es este tipo?

Mis preguntas fueron bombas nucleares y la abuela se puso roja.

—Creo que deberíamos hablar en privado —su delicada mano me quita el cabello de la cara y me sonríe—. Es una historia divertida.

—¡No tiene nada de divertida esta situación! —espeté, dando un paso atrás—. No tenías ningún derecho de vender esta propiedad. ¡Era de nuestra familia! Era del abuelo. ¿Y venderla a un completo desconocido? ¡Agh!

Sin mediar palabra y sin mirar a nadie, me di la vuelta y salí del garaje pisando fuerte. Me arranqué el antifaz de la cabeza y fui casi corriendo hacia la casa. Maldiciendo entre dientes fui hasta la cocina. Theresa estaba ahí, canturreando alguna canción country. Así de aficionados al campo son en esta casa.

—¡Buenos días, Haven! El desayuno está listo.

En la isla central había un montón de comida. Huevos revueltos, tocino, panqueques, pan, fruta picada, mantequilla, mermelada, leche y café. Todo olía de maravilla, pero nada me hacía sentir mejor.

—Buenos días —refunfuñé.

Theresa me miró con las cejas levantadas, pero no dijo nada. Lo agradecí. Estaba muy molesta. Agarré una tira de tocino crujiente y le di un mordisco. La abuela llegó cuando me estaba sirviendo una taza de café.

—Haven, cariño...

—¿Por qué, abuela? —me quejé—. ¿Por qué vendiste la mitad del terreno?

La abuela le lanzó una mirada a Theresa y esta huyó, no sin antes untar una rebanada de pan con mermelada y salir de la cocina sin mirar atrás.

—¿Y entonces? —se puso sus gafas redondas para leer en la cima de la cabeza.

—Cariño, las cosas no han ido bien en los últimos años.

Se me cortó la respiración.

—¿Qué quieres decir? ¿Y el vino?

Los Terrenos Van Der Woodsen se conocían por producir el mejor vino de este lado del país desde la década de los sesenta. Nuestros vinos que tenían como nombre nuestro apellido, habían sido distribuidos por muchos países y era uno de los mejores. Sobre todo porque teníamos nuestro propio cultivo y personal para realizarlo.

—Nuestro distribuidor no quiso seguir trabajando con nosotros.

—Pero ¿por qué?

—Dice que el vino que hacemos está pasando a la etapa de los vinos costosos, y no puede o no quiere seguir ofreciendo nuestros vinos. Dice que un vino tan añejo solo debe estar en galas y esas cosas —suspira y se aprieta el puente de la nariz—. Tuve que enviar varias cajas de vino a las tiendas locales y nacionales a un precio bajo. Perdimos un par de caballos porque se enfermaron y tuvimos que costear un gran plan médico para las vacas. Han sido unos años muy difíciles, cariño.

Se me apretó el corazón al ver su expresión abatida.

—¿Y la única solución fue vender la mitad del terreno?

—Era eso o simplemente perderlo —sus hombros bajaron.

—¿Y ese tipo de dónde salió? Parece... —un modelo de revista super sexy—. No sé, abuela, tiene cara de idiota.

Ella se ríe y sacude la cabeza.

—No es un idiota —responde—. Es sobrino de Frederick.

—¿Sobrino? No sabía qué Frederick tenía más familia.

Sabía que tenía una hermana, pero ella había muerto hace muchísimos años a causa de un cáncer.

—Sí, es el hijo de su difunta hermana. Ryan se quedó con su abuela, la madre de Frederick, en Nueva Jersey cuando su madre murió. Es un buen muchacho, linda. Estaba pasando unos momentos difíciles hace años, y quería alejarse de la ciudad. Tenía algo de dinero ahorrado y estaba buscando algo en donde invertir y echar raíces. Frederick lo vio como una oportunidad de que los terrenos quedaran entre la familia.

Él no era nuestra familia. Ese tal Ryan Jacobs no lo era. Frederick sí, obviamente, pero ese tipo no.

—¿Por qué no me lo dijiste? —me crucé de brazos—. Abuela, hablamos casi todos los días. A cada minuto. Siempre estamos en contacto. ¿Por qué no me dijiste? Sabes que tengo mi fondo fiduciario activo desde los veintiún años. También sabes que papá me dejó muchísimo dinero, del cual solo utilizo lo mínimo.

Ella negó.

—No, ese es tu dinero. Tu padre trabajó muchísimo por él y ahora te pertenece. Es para ti, para tu futuro, para que vivas bien —abrí la boca para protestar, pero ella negó, haciéndome callar—. No. Mi trabajo es cuidar de ti, no al revés. Todo esto es mi problema, yo me hice cargo. Tu deber es acompañarme y disfrutar, eso es todo.

—Pudimos hacer algo... Dios, me choca mucho que hayas vendido la mitad del terreno —siseo—. ¿Qué parte tiene ese hombre?

—El establo, el huerto y el gallinero. El viñedo, nuestra casa y el garaje están de nuestro lado.

—Pero no veo ninguna cerca dividiendo el terreno.

—No lo tenemos, porque no es necesario. Estamos trabajando juntos, somos socios.

Me pongo rígida como una tabla.

—Ryan no sabía mucho sobre granjas, pero tenía ganas de trabajar y poner su mente en algo productivo. Entonces, trabajamos juntos para dividir los gastos del terreno.

—¿Qué tipo de gastos?

—Los animales, el mantenimiento y ese tipo de cosas. De hecho, contratamos a un experto en comida orgánica y ahora tenemos una línea en los supermercados locales. Proveemos quesos, lácteos, cereales, verduras y frutas. Fue idea de Ryan, de hecho, y nos ha ido muy bien —se ríe de pronto—. También hemos ido a concursos de ganadería y ganamos un par de veces. Es un buen dinero, si me lo preguntas.

No puedo evitarlo y me río también.

—Dios, abuela, esto es una locura —sacudo la cabeza—. No sé qué pensar. Es tan raro saber que hay alguien compartiendo nuestra propiedad, es...

—Raro, sí —asiente—. Pero nos va bien. Estamos prosperando y las tierras siguen en nuestra familia, que es lo que tu abuelo y tu padre hubiera querido.

Era cierto. Papá y el abuelo habrían hecho lo que fuera por conservar nuestras tierras.

—Será difícil acostumbrarse —agarré mi taza de café y me acerqué a la venta. Apoyada contra el marco, bebo un largo trago de café. A lo lejos, veo al tal Ryan Jacobs salir del garaje cargando una pequeña caja de herramientas. El tipo hasta de espaldas es sexy. Qué mierda. Resoplo y me giró hacia la abuela—. ¿Segura que tiene buenas intenciones?

—Bueno, llevamos cinco años en este jaleo, y ha sido un excelente socio comercial, así como un buen vecino. Es amable, atento, comprensivo y muy caballeroso.

Permíteme dudarlo, abuela.

Me acerqué a la isla y tomé un plato, lo llené con huevos revueltos, panqueques y tocino.

—Todo irá bien, cariño —se detiene detrás de mí cuando me siento en un taburete y me acaricia el cabello—. Nuestra casa está a salvo, lo prometo.

Quería creerle, pero primero tendría que ver quién era ese tipo antes de poder hacer un juicio sobre él.

¡FELIZ AÑO NUEVO 2025!

¿Qué les pareció el cap de hoy?

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