Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

1. Comienzos y tropiezos.

Octubre.

📍 Rochester, Michigan.

Haven

Mi vuelo de Nueva York a Rochester duró más de lo previsto por culpa del mal clima.

Lo que sería cómodamente una trayectoria de cinco horas y cincuenta y cinco minutos, se convirtió en una maldita catástrofe de siete horas y doce minutos. Eso no debería volverme loca, de hecho, ni siquiera tendría por qué molestarme. El problema, obviamente, era la organización de estos aeropuertos.

—Déjeme ver si entendí bien —dije en un tono plano hacia la mujer detrás del mostrador en la recepción del YQG¹, la cual me miraba con los ojos bien abiertos—. Está diciéndome que mis tres maletas se perdieron. Cómo, totalmente desaparecidas. ¿Es así?

—Emh, no, de hecho, no estamos seguros —se atragantó—. Sus maletas por equivocación pudieron terminar en otro vuelo, que seguramente viene en esta misma dirección.

Mi cerebro hizo cortocircuito y mi ojo izquierdo hizo un tic.

—¿Mis maletas están en otro avión?

—Probablemente.

—O sea que no está segura.

—Podremos comprobar una vez que el avión aterrice.

Cerré los ojos momentáneamente para no perder los estribos y sacar el defecto que heredé de mi madre: poca paciencia. Suspiré y miré de nuevo a la mujer bien arreglada y rubia que me devolvía la mirada.

—¿Y cuándo llegará este dichoso avión?

—Ese es el problema, debido al mal clima, el vuelo se retrasó dos horas. Está lloviendo mucho en el trayecto de Nueva York hasta aquí.

Miré el reloj de pulsera en mi muñeca. Eran las seis de la tarde, podía ver el sol ponerse a través de los ventanales del aeropuerto. Ese vuelo llegaría cerca de la media noche. No tenía tiempo para esperar. Me sentía agotada. Drenada. Necesito como mínimo diez horas de sueño ininterrumpido para poder recuperar fuerzas.

—Si le dejo un número telefónico, ¿me contactaran? Ciertamente, no puedo quedarme aquí a esperar.

—Por supuesto, señorita. No hay ningún problema. En cuanto tengamos noticias, nos pondremos en contacto con usted.

—Muchísimas gracias.

Me alejé del mostrador con los hombros caídos y arrastrando los pies. El desánimo me corroe de pies a cabeza. Con un suspiro cansado, bajo las escaleras eléctricas. La gente en el primer piso corría de un lado para el otro y casi todo el mundo estaba abrigado. Para ser la primera semana de octubre, el clima frío había llegado con fuerza. Me di una palmadita en la espalda como recompensa por haberme puesto unos jeans ajustados, mis botas de tacón cubano y un enorme abrigo rosado de piel sintética.

¿Cómo es que dicen por ahí? Podrán sacar a la chica de la ciudad, pero jamás sacarán a la ciudad de la chica. Creo que mis últimos nueve años de crianza en Nueva York habían hecho de las suyas en mi modo de vestir. O quizás solo fue el modo en el que mi mamá me educó.

«Una señorita debe estar bien presentada, Haven. No puedes ir por ahí luciendo como una campesina de bajos recursos. Anda, ponte el vestido rosa de Gucci que te compré. Te verás como una princesa con él», decía constantemente.

Mi madre no era tan esnob anteriormente. De hecho, recuerdo mis primeros años de infancia y adolescencia, cuando aún vivíamos aquí en Rochester como una familia antes de que papá muriera. Ella se acoplaba lo suficiente al estilo de vida que teníamos aquí. Con la granja, los animales, el viñedo. Todo parecía estar bien para ella. Pero entonces papá murió y solo diez meses después, se había topado con antiguo amor de su adolescencia, quién para entonces ya era un banquero muy reconocido y adinerado en Nueva York. No tardó mucho en decir que estaban perdidamente enamorados el uno del otro y entonces hicieron planes de boda. Ni siquiera esperaron a que el cuerpo de papá se enfriara, él seguía vivo para mí y para nuestra familia. Al parecer, para mi madre no.

Nos fuimos a Nueva York cuando yo tenía quince años, en contra de mi voluntad, por supuesto. Dejar atrás a mis abuelos, mi escuela, mis amigos y todo lo que yo consideraba parte fundamental de mi vida me destrozó por completo. Pero ver a mi madre convertirse en un ama de casa florero y una esposa trofeo para las exhibiciones sociales, terminó por romperme el corazón. La mujer sencilla y cariñosa que alguna vez fue, se transformó en una máquina social destinada a conocer todo lo que estaba a la moda. Ropa, accesorios, casas, tiendas, personas. Todo para ella se volvió apariencia y presunción.

Su matrimonio infeliz también cayó en esa sintonía. No digo que ella y Matt Lennox, su marido, no sean felices, pero plenos no son. Las discusiones ruidosas llegaron no más pasaron los primeros dos años de matrimonio. Gracias a Dios que no llegó a los golpes. Sin embargo, la desdicha se hizo presente. Apenas y se miraban en casa, pero frente a sus amigos y colegas, ahí eran la pareja perfecta.

Mamá quiso hacer lo mismo conmigo. Incluso cuando lloraba por las noches por la ausencia de papá, incluso cuando me oponía a hacer amigos en la escuela, incluso cuando me rehusaba a ponerme ropa linda para salir, ella se aseguró que me convirtiera en una Barbie. Lástima que no consiguió que pensara igual que ella. Gracias al cielo. Dejé de luchar contra su voluntad y seguí la corriente. Solo asentía, sonreía y me comportaba. Pero mi mente y mi corazón los guardé para mí sola y exclusivamente.

Mary, mi madre, no tenía voz ni voto en mis emociones o pensamiento, lo cual la ha sacado de quicio desde que nací.

Mi primer ataque de rebeldía fue cuando no la dejé cambiar mi apellido Van Der Woodsen por el de su nuevo marido, Lennox. Haría lo que fue por mi madre, pero habría tenido que arrancarme un brazo si quería que cambiase el apellido de mi padre. Ya que para ella las apariencias lo eran todo, no tuvo más remedio que dejarme en paz y a mí apellido también.

Mi segundo ataque de rebelión fue cuando no quise ser modelo o dedicarme de lleno al mundo de la moda. En su lugar, opté por cuatro años de licenciatura en Relaciones Públicas y Organización de Eventos, lo cual no la hizo del todo infeliz. Al menos, había sido aceptada en la Universidad de Columbia. Eso fue un logro del cual alardeó durante años. Y el hecho de que consiguiera trabajo justo después de graduarme en el exclusivo sitio de gestión de eventos en el cual había hecho prácticas con anterioridad, la hizo estar en el séptimo cielo. Creo que nunca la había visto más orgullosa de mí.

Mi último y más reciente ataque de rebeldía fue hace dos semanas, cuando sin avisar me consiguió una cita a ciegas con uno de los hijos Baby Men de alguno de los socios de Matt.

El tipo se presentó en mi lugar de trabajo, dijo que mi madre lo había enviado para que me recogiera y me llevase a cenar. Cabe aclarar que mi humor había ido en picado desde ese momento, pero entonces todo se puso peor.

—¿Qué quieres beber? —había preguntado Zach, el alto rubio, de ojos azules, traje Armani de mil dólares, zapatos relucientes y un diseño de sonrisa demasiado evidente, que mi madre creía que era mi tipo de hombre.

—Agua —respondí sin más.

—Vale —soltó un resoplido gracioso, como si toda la situación le pareciera divertida—. Entonces, organizas fiestas, ¿verdad? Tu madre se lo contó a la mía.

—No, organizo eventos a gran escala. De hecho, y si mal no recuerdo, organicé una gala benéfica para tus padres —espeté—. A tu madre le encantó.

—Oh, sí, esa gala —sacudió la cabeza y bebió más de su whisky—. Lindo, claro. Pero, no te vi por ahí. Los organizadores no están siempre... ¿Caminando por ahí?

Un tic me invadió el ojo.

—¿Qué crees que hago en los eventos, Zach? ¿Servir mesas? ¿Quitarles los abrigos a la gente? —me miró de reojo, encogiéndose de hombros—. No, Zach, yo estoy detrás encargándome de que todos tengan lo que necesiten y que nada se salga de control. Eso es lo que hago.

—De acuerdo —soltó una risita. De acuerdo, quizás el tipo no estaba siendo grosero del todo, pero ese tono burlón y sus comentarios me estaban haciendo realmente enfadar—. Entonces eres controladora.

Bueno, eso fue todo.

—¿Perdona? —siseé.

—Sí, ya sabes —sopesó la idea y al mismo tiempo le miró el culo a una camarera que pasaba por ahí, después volvió a mirarme—. Tiene que gustarte el control para poder controlarlo todo.

El tic en mi ojo volvió. Creía que estaba a un momento de un derrame cerebral.

—¿Qué te dijo exactamente mi madre, Zach?

Sus cejas se alzaron, sin esperarse mi pregunta.

—Me dijo que quizás estarías interesada en salir y divertirte, que pasas mucho tiempo en el trabajo y que necesitas relajarte —me echó una mirada de arriba abajo—. Y, pensándolo bien, lo necesitas. Estás muy tensa —mi respiración se agitó cuando apoyó sus codos en la mesa y apoyó su barbilla en sus manos entrelazadas—. ¿Por qué no cenamos y luego te llevo a tu casa? Podemos pasar un buen rato y...

—Escucha, Zach —me levanté tan rápido que los cubiertos en la mesa temblaron. Me puse la mano en la cadera luego de colgarme el bolso en el hombro, su mirada me recorrió de una manera poco amistosa—, te daré un consejo gratis, ¿de acuerdo? Jamás, nunca en tu vida, le digas a una mujer que es controladora y mucho menos que se relaje. Te hará llegar más lejos —le guiñé un ojo a su rostro rojo—. Ah, y otra cosa, te puedes ir al demonio.

Luego de eso, lo dejé con la boca abierta y la cena a medio camino de ser servida. Honestamente, lo último que me apetecía era cenar con alguien a quien mi propia madre le había dicho que yo necesitaba diversión. ¡No quiero divertirme!

Pero eso no fue todo, la guinda del pastel fue su llamada esa misma noche una vez que llegué a mi apartamento.

—¡¿Cómo por qué insultaste a Zach Allen?! —me gruñó en cuanto atendí el teléfono—. ¿Estás demente? Los Allen son muy buenos amigos de tu padre.

—Matt no es mi padre, mamá —recalqué por millonésima vez desde que Matt entró a nuestras vidas—. Y no lo insulté, solo le dije que fuera más caballeroso.

—Eso no fue lo que su madre me dijo.

—Cuando un tipo llama a su mami luego de una mala cita, es una mala señal, mamá.

—Eres una inculta, Haven. ¿Qué demonios? ¿Es que no piensas salir nunca? ¿Tener algún novio?

—He tenido novios, mamá, solo que no los has conocido. Eso es todo. Y estoy ocupada con mi trabajo.

—Ay, por favor —bufó—. Las dos sabemos que eso no durará mucho, solo es algo temporal. Tu contrato expira a final de mes, ¿no? Eso es en dos semanas. ¿Qué piensas hacer entonces?

Tenía razón, mi contrato fijo estaba por terminarse. Ya me habían ofrecido renovarlo, pero yo no había dicho nada al respecto. Tenía en mente, no sé, quizás montar algo propio.

—No sé, pero algo se me ocurrirá.

—¿Cómo qué?

—Tal vez abrir mi propia empresa de eventos, no sé, todavía lo estoy pensando.

Y entonces se echó a reír.

—¿Una empresa de eventos? ¿Una empresa propia? ¿De verdad, Haven?

—¿Y qué es tan divertido, mamá?

La rabia empezó a burbujear en mi interior.

—Ay, mi niña, eres tan bonita y tierna. Cielo, jamás podrías abrir una propia empresa. Recapacita.

—¿Y por qué no? —chillé—. ¿Por qué tú no pudiste? ¿Por qué te conformaste con ser la esposa trofeo de un banquero? ¿Por eso? Yo no soy como tú, mamá.

—No, eres una soñadora, como Harry —resopló, como si el hecho de mencionar el nombre de mi padre le diera asco—. Los sueños son buenos hasta cierto punto, pero tienes que ser realista. En el mundo real, las cosas no son así, Haven. Tu padre era un soñador, y mira cómo quedó.

La respiración se me atascó en la garganta y mi corazón se rompió un poco más. No podía creer que mi madre estuviera hablando así de la persona que alguna vez fue su esposo. La persona que alguna vez amó. O quizás solo fueron imaginaciones mías. Tal vez jamás lo quiso, y por eso saltó a la yugular del siguiente millonario que se cruzó en su camino.

Luego de eso solo le colgué, no tenía nada más para decirle. Es más, no le hablé en las siguientes dos semanas en las que me las arreglé para devolver las llaves de mi apartamento en alquiler, recoger mis cosas y culminar mis últimas semanas en el trabajo. Solo bastó una llamada a la única persona que sabía que me entendería y ya tenía todos mis planes en marcha.

Pero ningún plan que valga la pena es fácil, siempre venía lleno de tropiezos. Cómo mis tres maletas perdidas en quién carajos sabe dónde y el hecho de que mi madre y yo volvemos a estar peleadas. Qué irónico.

Recorrí el primer piso del aeropuerto con mi enorme bolso deportivo en el hombro, agradecida por tener lo básico empacado a la mano. Salí del aeropuerto y me cubrí más con mi abrigo de piel, buscando en el mar de taxis una cara conocida. Mi corazón palpitó fuerte y mis ojos se llenaron de lágrimas al ver a la mujer que tanto añoraba y extrañaba.

Nueve años sin verla físicamente, porque la tecnología no va con ella. Hablamos tres veces a la semana, pero nunca pude hacer video llamadas porque nunca quiso aprender a usar un teléfono inteligente, le bastaba con su enorme teléfono rojo en la pared de la cocina.

Tan solo tenía sesenta y un años, su cabello castaño oscuro caía en una gruesa trenza francesa sobre uno de sus hombros. Llevaba unos jeans azules, botas negras y una camisa negra con cuadros blancos abotonada. Era toda una vaquera, solo le faltaba el sombrero, pero jamás lo usaría porque le dañaba el peinado. Sus ojos azules resplandecían, y el puñado de pecas en la nariz que me había heredado resaltaron el color pálido de su piel.

—Abuela —corrí los pocos metros hacia ella y me hundí en su abrazo.

—Oh, mi querida niña —me abrazó fuertemente.

Cerré los ojos y me perdí en mis emociones por un instante. Olía igual que lo que recordaba: flores, fresas y amor. Zoey Van Der Woodsen era exactamente todo eso, puro amor.

Nos separamos un instante y nos miramos a los ojos. Sus ojos azules también me habían sido heredados, pero los míos eran más intensos, como el océano, igual que los de mi madre. Sus manos delicadas sostuvieron mi rostro y me miró profundamente a los ojos.

—Mi niña ha regresado —susurra—. Más rubia, pero ha vuelto. ¿Dónde quedó mi niña castaña?

Me eché a reír, olvidando por completo las lágrimas del encuentro.

Ella tenía razón, mi cabello natural era de color chocolate, pero mamá había insistido en aclararlo cuando cumplí los diecisiete años. Mi base seguía siendo la misma, pero definitivamente estaba más rubia.

—Un cambio de look —le dije a la abuela.

—Eso lo explica —se ríe también y me acaricia la mejilla—. Es tan bueno verte, Honey, mucho.

Su apodo me conmovió. Así me decían el papá y el abuelo. Porque era dulce como la miel.

—También es bueno verte, abuela —le sonreí—. Te eché de menos un montón. Como una loca.

—Y yo a ti, mi cielo. No sabes cuándo —me abrazó de nuevo, apretándome fuerte—. Pero ya estás aquí y eso es todo lo que importa. Ven, vamos a casa.

Casa. Dios, cuanto esperé por oír de nuevo esas palabras.

Estaba en casa.

¹) YQG: Aeropuerto Internacional de Windsor.

(...)

HOLAAAA, HOLAAAA.

¿Cómo están? ¿Me extrañaron? Porque yo a ustedes SÍ.

Los que me siguen en Instagram, se dieron cuenta que acabo de graduarme. ¡Oficialmente soy maestra! Y la felicidad no me cabe en el pecho. Es por eso que estuve tanto tiempo alejada de aquí, sobre todo por todos los trámites que tuve que hacer para llevar a cabo el grado.

¡Pero ya estoy de vuelta! Por ahora, claro, porque el siguiente año también será muy duro, pero haré todo lo que esté en mis manos para seguir aquí y ser constante.
Les he traído esta historia que tiene su propia historia de cómo nació. Eso se los contaré por Instagram en un post exclusivo.

Esta historia me ha ayudado a salir de mi zona de confort. Me ha ayudado a desprenderme de lo que vengo escribiendo hasta ahora. Me ha ayudado a ser una escritora diferente, la que le da importancia a cosas que antes no notaba.

Aquí vamos a reír, llorar y atesorar cada instante de lectura. Esta historia es una curita para el corazón. Espero les guste.

Con todo mi amor para ustedes,La Osa Mayor. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro