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Opia

La noche era joven, aun cuando ya habían sonado las doce campanadas, esta apenas iniciaba. El día había resultado mucho más fructífero de lo previsto, las dos semanas de estadía en Chicago fueron gratificantes para los negocios y eso a Patrick lo llenaba de satisfacción.

Además, esa tarde había recibido por e-mail una notificación de reconocimiento de parte de la universidad de Columbia por haber obtenido con honores el título de maestría en Inversiones y Gestión Empresarial; y una carta donde hacían mención del gran privilegio y lo afortunados que serían si decidiese honrarlos eligiendo matricularse en el doctorado de Planificación Estratégica, próximo a iniciarse en tan prestigiosa casa de estudios superiores.

Vaya que se habían esforzado en alagarlo, era una buena invitación, sin embargo, no podía restarse méritos a sí mismo, pues bastante tiempo y dedicación le otorgó a la maestría para ser el mejor; y lo había logrado.

Y por supuesto que haría el doctorado, después de todo, tener su mente ocupada era lo que más quería y no tener tiempo para pensar era lo que necesitaba con urgencia. De igual manera, estaba seguro de que Thomas después de criticar su decisión de seguir estudiando, sería el primero en matricularse. Siempre lo seguía adonde fuere; se había convertido en su sombra, inclusive había llegado a pensar que era su conciencia; su "Pepe grillo" particular.

Con seguridad él habría recibido el e-mail con la susodicha notificación y la invitación de la universidad; y con mayor seguridad Rachel también, desde que la conocieran en dos mil diez en el postgrado que hicieron hacía cuatro años atrás, la chica por sí sola se había adjudicado el papel de líder en el grupo de estudio y sin derecho a replicar, además de hermosa, era astuta, inteligente y muy competitiva; y eso le gustaba de ella.

Así que había mucho que celebrar, y ya Rachel había partido en avión privado desde New York hasta Chicago, en menos de dos horas estaría arribando para reunirse con ellos y festejar. Los compromisos y responsabilidades no iban a arrebatarles la oportunidad de disfrutar y celebrar cada uno de sus logros. Con un par de telefonazos la chica lo había arreglado todo en los reservados Premium VIP del mejor club nocturno de la ciudad.

En poco tiempo los tres se encontraban frente al "Ágora Club", en la fachada se imponía en lo alto una luminaria colorida de unos dos metros de altura y que abarcaba el ancho del edificio con el nombre que lo identificaba en letras cursivas.

En las afueras se hallaban varias personas dispersas en un ambiente bullicioso y de festejo, otras permanecían a cada lado de la gran puerta principal, haciendo una fila kilométrica con la expectativa dibujada en sus rostros y los dedos cruzados para tener la suerte de entrar esa noche al lugar; pero en realidad eran pocos los afortunados, debías ser muy importante o ser amigo de alguien que lo fuese para tener la dicha de ingresar al Ágora Club.

La música apenas se escuchaba, las luces del interior se reflejaban opacas a través del cristal ahumado de la entrada. El trío se acercó con la seguridad y satisfacción que da ser una persona influyente, con poder, con dinero, y con todas las miradas puestas sobre ellos.

Un corpulento hombre de traje oscuro, encargado de mantener el orden y la calma en el exterior del local les dio la bienvenida con un asentimiento de cabeza y los invitó a continuar, los dos individuos fornidos detrás de él abrieron las puertas y el trío fue recibido por la fuerte música que alegraba el ambiente y el juego de luces que danzaban de un lugar a otro.

Ya dentro del festivo local una chica de piel tostada; pelinegra con un vestido corto tan ceñido al cuerpo como un guante, les dio la bienvenida con una sonrisa y los guió hasta su reservado; una espaciosa y lujosa zona con cómodos muebles en forma de U en color blanco puro y una mesa con arreglos de flores naturales en tonalidades blancas y amarillas, en medio reposaba una moderna lámpara y en un extremo el servicio de bebidas ya dispuesto para ellos.

El trío de amigos tomó asiento y de inmediato hicieron un brindis, desde donde se hallaban ubicados tenían una excelente panorámica de todo el interior que se hallaba abarrotado, pues esa noche amenizaba David Guetta, con unas mezclas poderosas y un juego de luces impresionante.

El ambiente era de algarabía total, la música por demás contagiosa.

Conversaron de todo y de nada, de los negocios, el doctorado, los planes a corto y largo plazo, de reunirse el veintiuno de agosto en el cumpleaños número veintiocho de Patrick que sería en menos de un mes. Bebieron, bailaron, rieron; excepto Patrick, él nunca o casi nunca sonreía.

El joven un par de horas después se sentía cansado y con ganas de irse, pero Rachel no lo permitía alegando que muy pocas veces tenían la oportunidad de reunirse, y ahora estaba enfrascada en una conversación con Tom sin siquiera tomarlo en cuenta. Suspiró y sorbió el último trago de su copa, se levantó, se deshizo del saco y lo tendió en el respaldo del asiento.

-Rey -dijo Patrick como solía llamarla de cariño-, bajaré un momento a pedir unos cócteles -informó inclinado cerca del oído de la chica.

-¡Puedes pedirlos desde aquí! -replicó la joven de la misma forma.

-Déjalo, necesito estar en movimiento -argumentó. Ella asintió y reanudó su conversación con Thomas.

Patrick aflojó un poco el nudo de su corbata mientras bajaba las escaleras al ritmo de las mezclas de David Guetta, para dirigirse hacia la barra; allí divisó a Manny; uno de los mejores Bartender que había conocido, y quien hacía una impresionante demostración de sus destrezas en la preparación de bebidas.

Se hizo un espacio entre los presentes y cuando captó la atención del hombre para hacer su pedido, fue interrumpido.

-¡Manny, otra ronda igual! ¡Ya sabes cómo! -gritó a todo pulmón una chica con las manos al rededor de la boca para hacerse escuchar mejor; como si no chillara lo suficientemente fuerte.

Patrick arrugó las Cejas y frunció los labios, se retiró un poco aún sosteniéndose de la barra para detallar mejor a la dueña de tan estridente voz. La joven apenas si le alcanzaba a los hombros aún con zapatos de taco altísimo, y llevaba en la cabeza un colorido gorro de cumpleaños.

Poseedora de una esbelta silueta que ceñia un vestido de falda amplia a medio muslo que dejaba ver sus piernas en buena forma, con un provocativo escote de corazón, de cabello largo y abundante; aunque no podía precisar a ciencia cierta su color por los distintos juegos de luces. Su rostro, aunque oculto tras un exceso de maquillaje, se notaba de rasgos armoniosos y agradables.

No era su tipo de mujer, eso era seguro, pero debía admitir que podía robar la atención de cualquier hombre para una noche de sexo, y él era como cualquier otro hombre.

-¡Claro, preciosa! ¡La tuya sin alcohol! -respondió Manny desde el otro lado de la barra en el mismo tono de voz, apuntando en su dirección con ambos dedos índices-. ¡Ya te las mando! -Ella asintió sonriente.

Patrick culminó la rigurosa evaluación física de la chica justo cuando ella se giró para mirarlo y de la nada gesticuló un <<lo siento>> a modo de disculpa por haberle robado el turno. Y allí, en ese preciso instante que las miradas celeste y café se cruzaron, el joven empresario sintió una electricidad en el abdomen que se expandió con rapidez por todo su cuerpo haciéndolo vibrar, la temperatura de sus manos descendió y sus pulsaciones se intensificaron.

La chica ajena a la vorágine de emociones desconocidas que experimentaba el hombre, le dedicó la mejor de sus sonrisas; se encogió de hombros, le guiñó un ojo y sin más siguió su camino dándole la espalda.

Patrick la siguió con la mirada mientras ella al ritmo de la música contoneaba sus caderas entre la gente hasta llegar a un reservado, donde varios jóvenes bailaban y reían, todos con gorros de cumpleaños.

-¡Hey Patrick! -saludó Manny-. ¿Hermosa, no? -inquirió al ver que el joven contemplaba embelesado a la chica. Tras las palabras, los ojos de Patrick recayeron en el Bartender.

-¿La conoces? -respondió con otra pregunta.

-Siempre viene por aquí, pero no sé su nombre -se encogió de hombros-. ¿Qué te sirvo?

Patrick hizo su pedido, que en pocos minutos llevarían. Se dirigió al baño para refrescar su rostro un poco, de pronto se había sentido un tanto acalorado, minutos después regresó al reservado, donde Rachel y Thomas aún hablaban sin parar y ya les servían los cócteles.

Desde la comodidad de su asiento, tamborileando sus dedos en sincronía con la melodía de fondo, divisó a la chica con su grupo de amigos y sin saber por qué estuvo atento a cada uno de sus gestos y notó que era la única del grupo sin pareja. Cuando se disponía a descifrar si le interesaba o no que estuviese sola, sintió que lo arrastraban a la pista de baile.

-Vamos a darle movimiento a ese hermoso cuerpo -susurró Rachel en su oído de forma sensual y lo condujo al centro de la pista.

Patrick se dejó llevar, no quería atormentarse pensando en estupideces, sin embargo, por momentos se vio buscando con la vista a aquella chica. Un par de canciones después regresaban a la mesa y en poco tiempo fueron interrumpidos por un conocido, que ninguno de ellos soportaba pero trataban de tolerar con un atisbo de educación.

-Vaya, vaya, que grata sorpresa; "Los tres mosqueteros" -pronunció Peter, haciendo notar su incómoda presencia.

-Vaya, vaya, lástima que nosotros no podamos decir lo mismo, mi querido Peter -respondió Rachel en tono burlesco. El hombre ni se ofendió, ya estaba acostumbrado al trato poco amable de la chica.

Peter y compañía; tres mujeres de vestimenta provocativa que en ningún momento borraban de sus rostros una amplia sonrisa, y un hombre en traje oscuro de tres piezas, a quien no conocían en persona pero todos sabían que era James Fisher; un importante empresario de los medios de comunicación.

Patrick y Thomas se levantaron de su asiento y estrecharon manos con los recién llegados, quienes también se instalaron en su reservado con sus acompañantes femeninas, lo que provocó que la sangre de Rachel hirviera a punto de ebullición; sabía que esas mujeres eran unas prostitutas costosas; trabajaban en una agencia que ofrecía ese tipo de entretenimiento para clientes exclusivos como Fisher, y le molestaba en demasía compartir cualquier tipo de espacio con ellas.

Empero se tragó su orgullo y sobre todo su enérgica opinión, mucho menos dejó entrever sus emociones, pues aprovecharía esa oportunidad para hacer negocios con el hombre.

-¿James no me diga que tuvo la mala idea de hacer negocios con Peter? -dio el primer paso con una sonrisa maliciosa mientras tomaba un sorbo de su bebida. El hombre sólo sonrió y Peter la fulminó con la mirada.

-No seas mala Rachel, echas abajo la poca ventaja que ha logrado el pobre hombre -replicó Patrick tras guiñarle un ojo a la chica quien amplió su sonrisa.

-Por dios, huya lejos de él si no quiere que lo lleve a la quiebra -Peter protestó pero los demás rieron y no le prestaron atención-. En cambio, nosotros tenemos excelentes propuestas que generarán grandes beneficios para todos, ¿estaría dispuesto a escucharlas?

La puerta estaba abierta; no por nada la llamaban "La piraña de Wall Street", ahora solo faltaba que el hombre los dejara pasar y los tres sabían que una vez los escuchara, aceptaría sin dudarlo.

Y así fue como se sumergieron en el negocio de los medios de comunicación, sin dejar de lado a Peter, después de todo fue él quien les puso en bandeja de plata al pez gordo.

Esa noche además, Patrick conoció la agencia de acompañantes y se convirtió en un cliente exclusivo.

***

Por primera vez en la vida, Patrick no supo qué hacer, se sintió por completo desarmado y vulnerable ante la mirada café de la chica de abrigo rojo que lloraba junto a él. Sin poder evitarlo su cuerpo fue sobrecogido por la extraña impresión de ser espiado y casi tuvo la certeza de que por un breve momento, la joven desnudó su alma y se introdujo sin reservas en lo más recóndito de su ser, escudriñando con gran destreza en sus más profundos sentimientos, logrando descubrir todos sus secretos, yendo aún más allá para percibir sus grandes miedos y conocer cada uno de sus temores e inseguridades.

Por si fuera poco la fragancia de la chica lo transportó al pasado y desequilibró todos sus sentidos, provocando que los vellos de su nuca se erizaran, como si su cuerpo le pusiera sobre aviso, como si lo alertara de alguna manera para que se defendiese ante un inminente ataque. Pero, de qué ataque podría defenderse, si solo era una chica como cualquier otra.

Su corazón bombeó con un deseo llameante, acompañado por una sensación extraña que removió algo en su interior. De inmediato desvió la mirada y de forma imperceptible agitó su cabeza de lado a lado para liberarse de los pensamientos incoherentes que revoloteaban en su mente. En su ser abrigó la vaga y tonta idea de correr lejos de allí, pero así tan rápido como surgió la idea, asimismo se desvaneció, pues se encontraban en un elevador, y detenerlo en cualquier otro piso sería estúpido de su parte, ¿por qué huir? ¿a qué le huía? ¿a qué le temía?

Llevó una mano hasta su barbilla, sus dedos rascaron y peinaron con ahínco la tupida barba que dejó crecer desde hacía un tiempo y respiró hondo a la vez que cerró sus ojos con el rostro elevado hacia el techo, trataba de no pensar, pero sobre todo intentaba no escuchar los sollozos de la joven que viajaba con él hasta la planta baja del edificio, y que por algún motivo se había convertido en un descenso tortuoso e interminable. Se reprendió mentalmente, qué le pasaba, por qué diantres se sentía así, tenía que ser el mismo Patrick de siempre; ese que no se deja perturbar, ese que no se deja intimidar por nada ni nadie, ese que tiene todo bajo control y que siempre sabe qué hacer en cualquier situación.

Salió de su ligera abstracción y del bolsillo interno de su abrigo tomó una pluma fuente junto a una tarjeta de presentación en la que hizo un par de trazos imprecisos en el dorso, y de inmediato la entregó a su joven acompañante, la chica sorbió la nariz y limpió las lágrimas de su rostro con el pañuelo al tiempo que aceptó aquello que el hombre le ofrecía.

-¿Aún sigues sin cumplir tus apuestas? -Se leía al dorso de la tarjeta junto a un número telefónico.

-Cuando sepas a qué estás dispuesta para que no te quiten tu casa, llámame -dijo él con su acostumbrada voz serena, aterciopelada e imperturbable rompiendo así el silencio en el diminuto espacio.

Las puertas del ascensor se abrieron y Patrick emprendió su camino sin siquiera mirar atrás, mientras la chica quedó estática en medio del elevador aún sin reaccionar, observando su espalda alejarse, paralizada por la súbita e inesperada propuesta indecente disfrazada de "ayuda y de buena voluntad", que acababa de recibir de un ¿completo extraño?

Patrick al hallarse en las afueras del edificio divisó a Erick; su chófer desde hacía varios años, quien lo esperaba con cierta comodidad recostado del vehículo, este último al verlo se irguió y se apresuró a abrir la puerta para su jefe que caminaba en esa dirección al tiempo que miraba hacia atrás con insistencia.

Una vez que el joven empresario se acomodó en el interior del auto, recargó su cuerpo y la cabeza del respaldo del asiento, y con ojos cerrados expulsó todo el aire acumulado en sus pulmones, ni siquiera se había dado cuenta de que contenía la respiración.

¿Qué rayos había pasado? ¿qué demonios había sido todo eso? ¿por qué diablos había dicho todo aquello? ¿desde cuando su repertorio de bellezas femeninas para la diversión y distracción ocasional, incluía a las mujeres de baja estatura, poco agraciadas, lloronas y desnutridas? ¿acaso era una maldita broma? ¿acaso estaba perdiendo el juicio?

-Erick, llévame al apartamento por favor -ordenó tras apaciguar su respiración y recuperar un poco la compostura.

-¿Se siente bien, señor? ¿no prefiere que lo lleve a un hospital? -preguntó el chofer; incitado por la confianza que se había ganado con los años de servicio, mientras lo miraba a través del espejo retrovisor-. No tiene buena cara -agregó.

Con el entrecejo fruncido, Patrick desvió la mirada de la ventanilla hacia su empleado.

-Al apartamento, Erick -repitió con firmeza en su voz, labios fruncidos y ceja enarcada.

-¡Sí, señor! Como ordene -respondió el hombre con un leve asentimiento de cabeza.

Sin duda alguna, ese sería un día largo. En dos horas tenía que asistir a un almuerzo pautado con unos nuevos inversionistas, luego tenía que regresar a la empresa para una junta extraordinaria en relación a los acuerdos que se produjeran en el restaurante y en la noche asistir a una cena de beneficencia.

¡Mierda! pensó Patrick en voz alta tras unos minutos de represalias contra sí mismo.

Había olvidado por completo que la noche anterior quedó en reunirse con Thomas en el edificio de la inmobiliaria, pero el encuentro con la chica del ascensor desequilibró todos sus pensamientos y al parecer su agenda también.

Sin pérdida de tiempo buscó su teléfono y a través de la marcación rápida lo llamó. De inmediato se escuchó el tono de repique pero el joven no respondía, la llamada fue desviada al buzón de mensajes pero Patrick cortó y volvió a marcar, era extraño que Tom no respondiera a sus llamadas, así que intentaría una vez más.

Cuando colocó nuevamente el teléfono en su oreja, escuchó la entrada de un WhatsApp por lo que con cejas fruncidas cortó la llamada y abrió la aplicación.

-¡Surgió algo! Nos vemos en el restaurante -decía el mensaje de Thomas.

¿Surgió algo? se preguntó Patrick con cejas fruncidas invadido por la curiosidad.

-¿Algún problema? -escribió de vuelta.

-No, nada de eso. Nos vemos en el restaurante -respondió su amigo y Patrick incrédulo hizo un sonido gutural.

-¿Qué, estás teniendo sexo? -se atrevió a preguntar porque eso de <<surgió algo>>, no se lo creía.

-¡Ja! ¡MEJOR QUE ESO! -alegó el interpelado.

¿Mejor que el sexo? ¿Y qué rayos puede ser mejor que el sexo? inquirió Patrick ensimismado con desconcierto en su mirada. Suspiró profundo y se acomodó en el asiento, ya tendrían tiempo para hablar, por ahora solo quería llegar al apartamento, recostarse y descansar un poco antes del almuerzo.

***

Entrada la madrugada y después de todo el ajetreo del día, Patrick desde lo alto de su amplio balcón contemplaba como si fuese lo más extraordinario del mundo las luces de la ciudad que titilaban en la lejanía, mientras tomaba un trago de licor y la fuerte brisa de un piso treinta y cinco agitaba y revolvía su cabello húmedo tras haberse dado una ducha.

-Ya me voy, cariño -Se escuchó una sensual y melodiosa voz a su espalda.

Él ni se inmutó.

Jackie; la despampanante rubia de piel tersa y bronceada, de piernas largas y torneadas que él había solicitado para liberar el estrés acumulado de los últimos días, salió del apartamento sin recibir un saludo de despedida. Ya era costumbre, sabía a lo que iba, lo cumplía y se retiraba, a este cliente no le interesaba hacer plática.

Tras largos minutos perdido en sus pensamientos, Patrick volvió al interior del apartamento, dejó sobre la mesa el vaso que llevaba en las manos, se dirigió a la habitación deshaciéndose de la bata que ceñia a su cuerpo y contempló su desnudez frente al espejo.

A sus casi treinta años ya no era el mismo Patrick de antes, ¿Qué le había pasado? ¿desde cuando se había dejado cambiar tanto? Era más que evidente que sus hábitos de ejercicio los había relegado a último lugar en su lista de prioridades, pues era notorio que había ganado peso, y la barba que cubría su rostro lo hacía ver mucho mayor de lo que en realidad era.

En un vano intento por llenar ese vacío en su ser, se había sumergido en más trabajo, con la errada creencia de que así esa sensación de desencajo y ahogo desaparecería, pero nada borraba ese sentimiento y nada llenaba ese hueco en su alma que se había convertido en un agujero negro que consumía su vida con mayor fuerza desde aquella última conversación que sostuvo con Rachel y que tuviese lugar en dos mil quince, hacía ya casi dos largos años.

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