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Nubes negras

El doctor Matthew con agilidad y destreza abrió ambas gavetas al mismo tiempo, en ellas quedaron expuestos los occisos, cubiertos hasta el pecho por una sábana azul pálido.

Alexandra jamás en su vida había visto un cadáver, y estos que tenía frente a sí presentaban a simple vista los efectos más evidentes de la muerte; era patente la grisura y rigidez de la piel originada por la falta de circulación, sus labios permanecían pálidos y los ojos se observaban hundidos en sus cuencas. Ambos mostraban hematomas y algunos cortes en las áreas visibles; aquellas que la sábana no lograba cubrir.

Aún y cuando los cuerpos habían sufrido los cambios propios del deceso, y aún cuando Alexandra jamás había visto un cadáver, sin lugar a dudas ambos occisos eran sus padres; Daniel y Julia Massari.

—¡Ma-mita! —susurró al tiempo que el teléfono resbaló de sus dedos y cayó junto a sus pies. Llevó sus manos al pecho al sentir una poderosa fuerza aplastar sus pulmones, privándola de la respiración.

El piso bajo los pies de Alexa se pulverizó, su mundo se derrumbó, los sentidos abandonaron su cuerpo frío y tembloroso, sus ojos se tornaron blancos y en poco tiempo todo fue invadido por la oscuridad.

La joven sobrecogida por el horror, se hundió en la inconsciencia y cayó en el gélido piso antes de que el galeno pudiera reaccionar.

Matthew presuroso cerró las neveras y corrió hasta la chica; se agachó y con la destreza y seguridad en el conocimiento de su profesión revisó sus pulsaciones, segundos después la alzó en brazos y recostó en una camilla fuera de la sala de la morgue.

Con pasos veloces ingresó a otra área y en un santiamén salió de allí con algodón y alcohol en sus manos. Tras algunos minutos que parecieron interminables intentó hacerla reaccionar.

La chica volvió en sí poco a poco, con pesadez en sus párpados luchó consigo misma para abrirlos y cuando al fin lo logró, por breves segundos no recordó dónde se hallaba ni qué ocurría, por un momento se sintió desorientada, empero; bastó ver el rostro del doctor Grayson para que todo su mundo volviera a caerle encima, aplastándola con esa terrible y cruda realidad.

Alexa desesperada, agitada, se incorporó con rapidez en la camilla y sin poder contenerse lloró desconsolada, maldijo y gritó tanto como pudo. El dolor que se había incrustado en su pecho era insoportable, una espina se había enquistado en su corazón desgarrándolo sin un resquicio de piedad.

Esos no podían ser sus padres, no quería creerlo, cómo la vida podía golpearla con tal violencia y alevosía; qué clase de dios pudo permitir que sus padres le fuesen arrebatados de esa forma tan espantosa y precipitada. Con seguridad había visto mal y tenía que cerciorarse. De ninguna manera podrían ser ellos, simplemente no lo aceptaba.

La chica en medio de su angustia e incredulidad luchó y forcejeó con el doctor, necesitaba correr hasta ellos, verlos, abrazarlos, tenerlos cerca, besarlos, y sobre todo quería corroborar, ¿en realidad eran ellos?

Matthew no podía mas que conmoverse por el dolor de la chica, trató de tranquilizarla sin demasiado éxito. Pero cómo se puede consolar a alguien que acaba de perder a ambos padres en un trágico accidente. No tenía respuesta para ello. Sólo sentía que debía hacer algo para apaciguar el sufrimiento de la joven.

Alexa en su interior no daba crédito a los hechos acaecidos, no lograba recordar siquiera cómo había hecho para reclamar los cuerpos de sus padres, organizar el servicio fúnebre y darles cristiana sepultura. Su mente había bloqueado todo acerca de los días pasados; menos ese terrible y desgarrador acontecimiento, sus padres habían fallecido en ese maldito accidente provocado por ese desgraciado hombre.

Sumergida en el más profundo dolor, quiso olvidarlo todo, desde aquel día ya nada importaba, todo había perdido el sentido, sólo quería acurrucarse entre las sábanas de la cama en la alcoba de sus padres y no parar de llorar. Aún conservaban su aroma, su calidez y con ello sentía que volvía a tenerlos allí cerca y abrazarlos, se sentía protegida entre sus brazos.

Pasaron días enteros desde aquel fatídico accidente que cambió la vida de Alexandra por completo, días en los que estuvo sin probar alimentos, sin salir, en su mundo se cernían nubes negras que lo oscurecían todo, la chica solo sentía la necesidad de llorar su dolor, expresar a través de las lágrimas la terrible pérdida que significaba para ella las muertes de Daniel y Julia.

Sus vecinas la visitaban con frecuencia para hacerse cargo de Allison, sin embargo; en muchas ocasiones, Emma no podía debido a otros asuntos que tenía pautados y no podía dejar de atender, y Megan debía asistir al colegio para cumplir con sus responsabilidades escolares.

—Alexa, te traje algo de comida. Por favor mi niña, es necesario que pruebes alimento —La chica entre sábanas y almohadas hizo un sonido gutural.

—¿Em, estoy soñando? ¿Todo fue una pesadilla? —preguntó con languidez en un hilo de voz. La mujer suspiró con el corazón arrugado.

—No cariño, lamentablemente no ha sido una pesadilla —susurró Emma con pesar acariciando la mejilla de la chica.

Los ojos de Alexandra de inmediato se colmaron de lágrimas y sumida en llanto enterró con fuerza el rostro en la almohada. Em no sabía cómo hacer para sacar a la joven del estado en el que se hallaba.

—Debo viajar por algunos días, Alexa. Tengo que mostrar unas propiedades y no puedo seguir posponiéndolo —Hizo una pausa para contener las lágrimas que amenazaban con salir—. Tendrás que hacerte cargo de Aly estos días, sabes que Megan estos meses estará muy ocupada con asuntos escolares y se quedará en casa de mi madre en los días de mi ausencia —La chica sin hacerle caso continuó con el llanto.

Su vecina se retiró, no sin antes implorarle que se levantara de la cama, pero Alexa continuó sumida en un llanto que la ahogaba para después caer en un profundo estado de sopor y soñar con sus padres; ambos estaban vivos, no había ocurrido ningún accidente. Ellos estaban bien, sin embargo; ella sabía, estaba consciente de que era un sueño, pero aún así no quería despertar, deseaba con todo su ser nunca despertar.

Aún cuando no despertar era lo que más deseaba, su sueño fue interrumpido por débiles sollozos en la lejanía, que cada vez se escuchaban más fuertes y cercanos, sacándola en el acto de su ensoñación.

Abrió los ojos con gran esfuerzo y escuchó el lloriqueo; era Allison, así que irritada por haberla despertado pasó de ella y sus orbes se volvieron a inundar, tal parecía que en sus ojos habían abierto una llave y no sabía cómo cerrar, tampoco sabía si quería hacerlo.

Volvió a quedar adormecida por el cansancio y debilidad.

Horas más tarde, al rayar el alba volvió a despertar por el continuo e insistente llanto de Allison, con desgana se levantó y con pasos a rastras se dirigió a la habitación de su hermana.

—¿Qué quieres? —gritó con furia. La niña se sobresaltó y miró en su dirección.

—¡Tú eres la culpable de todo esto! ¿Por qué no te desapareces? —espetó con amargura desde el umbral de la puerta, el llanto de Aly se agudizó.

—¡Cállaateee! ¡Te odio! —vociferó mordaz—. ¡Todo esto es por tu maldita culpa, nos mudamos aquí por tu culpa, ellos salieron ese día por tu culpa! —bramó con la hiel corriendo por sus venas.

—¡Ya los mataste! ¿No estás satisfecha?, ¿qué más quieres? —masculló entre dientes.

La joven con el corazón acelerado, y en la garganta el sabor amargo de la rabia y el  resentimiento, descargó toda su frustración en contra de la niña que no paraba de llorar.

Allison se hallaba sentada en medio de la cuna, con ojos rojos e hinchados, el rostro lleno de lágrimas y mocos, de baba que le colgaba de su boca hasta el pecho y se mezclaba con las gotas saladas que manaban de sus orbes y corrían zigzagueantes por sus mejillas, tenía el estómago vacío en contraposición al pañal que se desbordaba de heces y de orina.

—¡Maa-mááá! —balbuceó Aly en medio del estruendoso y desgarrador llanto.

Alexa sobrepasada por la rabia y frustración azotó la puerta y con pasos veloces volvió a la habitación de sus padres. Allí se lanzó en medio de la cama haciéndose un ovillo y rompió en llanto desconsolado una vez más. Momentos después se levantó, revisó las prendas que colgaban en el closet y con brusquedad ciñó a su deshidratado cuerpo un abrigo de su madre, rauda bajó las escaleras, salió de la casa y se internó en su auto, partió de allí a toda velocidad.

Alexandra cayó en un profundo estado de depresión, todo carecía de importancia, lo único que deseaba era llorar su dolor y morir para reencontrarse con sus padres.

Despertó cegada por una luz directa en sus ojos, cuando se recompuso sus orbes se hallaron con la mirada mercurio de Matthew, que examinaba con una pequeña linterna sus pupilas. Tragó saliva varias veces para humedecer un poco el interior de su boca y la garganta, se sentía sedienta en demasía, su cuerpo adolorido fue invadido por una pesadez con la que trataba de luchar en vano.

—Bienvenida a la realidad, Alexandra.

—¿Dón-de... es-toy? —Con dificultad logró articular las palabras.

—Estás en el Centro Médico de la Universidad de Chicago. Estuviste cuatro días inconsciente.

El hombre guardó la linterna en el bolsillo de su bata y procedió a revisarla con el estetóscopio que antes pasó por palma de sus manos para quitar el frío del metal.

—El conserje del cementerio y otras personas te hallaron inconsciente en la tumba de tus padres y de inmediato llamaron a una ambulancia.

Sí, ya lo recordaba todo, no había sido una pesadilla, sus padres en realidad habían fallecido. Sin poder evitarlo sus esferas se cristalizaron y por enésima vez volvió a llorar su terrible pérdida.

—Por si te lo preguntas, servicios sociales se ha hecho cargo de tu hermana.

Alexa volteó el rostro en otra dirección, la mirada y el resto de sus facciones se endurecieron con el solo hecho de mencionar a la criatura.

—Al igual que tú, se hallaba muy deshidratada. Y si quieres recuperarla tendrás que esforzarte mucho para lograrlo —acotó el galeno.

La chica rió de forma nasal.

—Por mí, se la pueden quedar. Se las regalo —Se encogió de hombros.

—¿Sí? ¿Por qué dices eso, a qué te refieres? —indagó.

—Esa niña vino a este mundo a arruinarlo todo con su sola existencia —masculló entre dientes mientras apretaba la sábana entre sus manos y cerró sus ojos con fuerza. El hombre frunció el entrecejo.

—Alexandra si quieres buscar un culpable por la tragedia de tus padres, entonces culpa a ese hombre que los embistió con su auto y que también pereció en el acto.

La chica sollozó con rabia, con impotencia ante la situación.

—¡Tienes que superar todo esto! Ya ha pasado más de un mes. No digo que no llores a tus padres, pero debes hallar la manera y la fuerza para poder seguir adelante con tu vida.

—Lo siento, yo... —Se detuvo entre sollozos y tomó aire—, no sé cómo continuar —gimoteó—, sólo quiero llorar... y no detenerme.

Trató de recuperar el aliento, sentía que sus pulmones eran aprisionados con tal fuerza que se ahogaba y sofocaba.

—Siento un dolor... tan grande en mi pecho, mi corazón... mi corazón está hecho trizas y —mordía en vano el área interna de sus mejillas para evitar el llanto y tomó tanto aire como pudo—, no sé qué hacer... siento que caí en un pozo y no hallo la manera de salir —sollozó—. Y realmente... no sé si quiero salir de allí.

El doctor bajó la baranda y se sentó en la orilla de la cama, tomó su mano entre las suyas y la miró. La chica sólo observaba el techo con la amargura del llanto y el dolor en su garganta.

—Es normal que estés así Alexandra, has perdido a ambos padres de forma trágica el mismo día. Por supuesto que te debe doler, es comprensible que estés enojada por todo lo sucedido, ha sido injusto, ¡totalmente! Pero aún así, debes buscar la forma de salir de ese pozo de tristeza y seguir adelante. Hazlo por ti, por tus padres, por tu hermana que es lo único que te queda de ellos aparte de los recuerdos.

—¡No puedo... no puedo! —aseveró mientras negaba con la cabeza y contenía las ganas de llorar—. Yo lo único que quisiera es... morir para estar con ellos.

La joven sin poder aguantarse más, se sumergió en llanto y luchaba consigo misma por recobrar el aliento.

El galeno apretó sus labios formando una delgada línea. Se levantó y secó las lágrimas de la chica con un pañuelo. Alexandra permanecía con las manos atadas para que no se arrancara las vías que suministraban suero a su cuerpo, pues en sus breves momentos de lucidez se deshacía de ellas.

—Saldrás de esta, Alexandra. Estoy seguro de que sí. No será fácil, pero lo harás. Yo estaré ahí para ayudarte.

El médico tras acomodar el barandal de la cama, hizo anotaciones en el historial de la paciente y continuar con su rutina de trabajo.

Alexa debía ser sometida a una evaluación psicológica antes de poder firmar el alta.

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