Jugadas del destino
El suave sonido de las puertas del ascensor trajeron a Alexandra de vuelta a la realidad cuando se cerraban en su cara y lo evitó en un rápido movimiento con sus manos.
Con el corazón azotando su cavidad torácica salió del elevador y caminó presurosa hacia el vestíbulo, allí en medio de la espaciosa estancia se detuvo y buscó con precisión en cada una de las personas que transitaban, a aquel rostro masculino del pasado y que traía al presente recuerdos que pensó habían quedado en el olvido, enterrados.
Aún no salía del asombro que le causó leer aquella pequeña oración y escuchar de la boca del sujeto su atrevida insinuación.
Al no hallarlo en el interior del edificio, sin pensarlo caminó veloz al exterior y se ubicó en un extremo de la acera para no obstaculizar el paso. Sus ojos abiertos de par en par buscaron entre los transeúntes, pero ya el hombre había desaparecido sin dejar rastros.
La joven resopló en gesto irritado y fijó sus iris café una vez más en la tarjeta que sostenía entre sus manos. Al tacto su textura era lisa, suave, y se apreciaba con un delicado brillo en el que resaltaban letras blancas en un fondo con una variedad de tonalidades azules que le daban un toque fresco y elegante.
«Grupo Corporativo Alarcón», se podía leer en la esquina superior izquierda junto a un logo bastante elaborado y sobre todo muy conocido que identificaba a la corporación, mientras que en el centro de la misma se leía: «Patrick Alarcón», y bajo su nombre resaltaba la palabra: «Presidente». Sus ojos finalmente recayeron en la parte inferior en la que se observaban varios números telefónicos acompañados de la dirección en New York de la sede principal del corporativo.
«¿Aún sigues sin cumplir tus apuestas?», volvió a leer al reverso de la tarjeta.
—Idiota, no era una apuesta, era un estúpido reto —corrigió en su fuero interno con un vestigio de molestia.
Junto a las palabras que formaban esa pequeña oración, y que habían provocado que la sangre se agolpara a sus pies, estaba escrito el número de un móvil que no aparecía en la parte frontal con los demás, por lo que no era difícil deducir que se trataba de un número privado.
—¿Y para qué deja su número de teléfono? ¿Acaso piensa que lo voy a llamar?
Chasqueó los labios y suspiró profundo con los ojos cerrados hacia el cielo en un gesto de cansancio e indignación, observó de nuevo la tarjeta y la apretó con fuerza en un puño para luego lanzarla al piso, al tiempo que un transeúnte reprobó su acción con malos ojos y no le quedó otra opción más que recogerla y guardarla en uno de los bolsillos de su abrigo al no hallar un cesto de basura cerca.
Resopló enfadada, de todas las personas en el mundo, jamás imaginó reencontrarse con ese sujeto.
¿Y para qué había corrido tras él? ¿Qué podría decirle?, se recriminaba mientras que con una de sus manos eliminaba de su rostro cualquier rastro de lágrimas, incluso había olvidado que lloraba.
Sumida en sus pensamientos caminó entre la multitud y salió de su ligero trance cuando su móvil repicó sin cesar. Hurgó en el bolso por espacio de unos segundos hasta que halló el objeto que buscaba. El teléfono permanecía con la pantalla partida desde aquella madrugada que tuvo que reconocer los cuerpos de sus padres en la morgue, y que por la fuerte impresión el dispositivo resbalara de sus manos para estrellarse en el piso, y no había querido cambiarlo ni repararlo.
Tomó el teléfono que se apreciaba aún más deteriorado que antes y leyó entre las líneas del cristal partido, «Emma llamando».
—¡Cuéntame! ¿Cómo te fue? ¿lograste algo con tu idea «infalible»? —se escuchó del otro lado del aparato con la premura de saber a detalle lo que había sucedido, sin darle tiempo a la chica de hablar cuando aceptó la llamada.
—Hola Em, estoy bien gracias por preguntar —exclamó Alexa por toda respuesta mientras caminaba distraída hacia su auto.
—No estamos para protocolos —rebatió la mujer—. Alice me contó de tu idea «infalible» de última hora ¡Así que suéltalo todo! —exigió con impaciencia. Alexandra suspiró en señal de resignación.
—Pues tenías razón, no logré nada —concedió en tono de derrota y agregó—. Y mi plan tampoco funcionó.
El día anterior cuando recibió el sobre color rojo, Emma lo arrebató de sus manos y lo abrió para confirmar que efectivamente se trataba de una orden de desalojo motivado a más de siete meses de retraso en el pago de las cuotas del crédito hipotecario que habían solicitado al banco para la compra de la casa.
Una vez que estuvieron reunidas en la sala, Em demandó no entrar en pánico. Alice de inmediato sugirió llamar a su hermano, pues él como abogado sabría exactamente qué hacer, idea que Emma apoyó. Pero Alexandra tendría otros planes alegando que Joseph ya tenía demasiado trabajo por delante, además de que era jueves y estaría fuera de la ciudad hasta el lunes, por lo que ella debía actuar de inmediato y ayudar en algo, después de todo se trataba de la casa de sus padres, su casa, el patrimonio de Allison y el suyo propio.
Así pues tras conversarlo por espacio de un par de horas, habían acordado que Alexandra a primera hora iría al banco para solicitar una prórroga para el pago de la deuda, y aunque Emma no estaba del todo de acuerdo porque a su criterio Joseph como abogado lograría más en el banco, accedió a que la joven fuese al día siguiente.
Sin embargo, Alexandra esa mañana antes de salir buscó entre sus ropas más viejas y desgastadas; aquellas que su madre había almacenado en una caja para desechar, y de ella tomó unos jeans rasgados, una camiseta de algodón, un abrigo rojo al que hizo algunos diminutos cortes para deshilachar un poco y por último tomó unas converse, ya que durante la noche había tenido una idea que resultaría infalible, y que consistía en ir a dar lástima en la inmobiliaria si no obtenía una respuesta positiva en el banco al solicitar la prórroga, ese sería su último recurso.
Alice cuando se dio cuenta de lo que la joven pretendía hacer, estuvo en total desacuerdo por ser una idea que carecía de toda lógica, por completo descabellada, sin embargo, no pudo disuadir a la chica, pues ya estaba decidida, determinada. Y ahora, luego de haber recibido una negativa en el banco y otra más en la inmobiliaria, se había dado cuenta de que su idea «infalible» había sido todo un fiasco. Solo había servido para reencontrarse con el sujeto del club y recordarle la gran estupidez que había cometido aquella noche del diecisiete de mayo de dos mil quince; el día del nacimiento de su hermana, actos de los que se sentía avergonzada y que se había esforzado en olvidar.
—¡Por supuesto que tenía razón! Además yo trabajo en esa inmobiliaria y sé cómo se manejan todos esos asuntos relacionados con el banco —recalcó—. En fin, acabo de hablar con Joseph y quedó en ponerse a trabajar en ello, y si te sirve de consuelo creo que tampoco hubieses logrado nada yendo vestida como la reina de Inglaterra.
—Sí, yo también lo creo —exclamó abatida.
—Ahora debemos centrarnos en hallar un empleo para ti.
—Sí lo sé, pero es que son tantas cosas Emma, una detrás de otra, que no sé por dónde empezar —dijo sin poder ocultar su frustración.
—No te desanimes. Lo primero que debemos hacer es preparar tu hoja de vida —aconsejó la mujer tratando de disipar en la joven esa nube de pesimismo.
—¿Y qué puedo colocar allí, Em? —rebatió con un tinte de amargura en su tono y añadió—: ¡Si en mi vida he hecho absolutamente nada! ¡No sé hacer nada! —exclamó con voz estrangulada.
—Bien cariño, no entremos en pánico que todo en esta vida tiene solución, ¿OK? —demandó conciliadora. Alexandra suspiró profundo para sosegarse.
—Tal vez deba ir a la oficina de empleos y...
En el acto la joven se vio interrumpida cuando un hombre que salía de un local tropezó con ella y en el aparatoso incidente su teléfono voló por los aires. Los ojos de Alexandra danzaron en sus órbitas siguiendo el recorrido de su dispositivo que terminó de volverse añicos en la acera junto al vaso de Starbucks del desconocido y presurosa se inclinó para recoger lo que quedaba del aparato.
—Lo siento tanto señorita, ha sido culpa mía —oyó decir en tono suave y sincero cuando una figura masculina se le adelantó para recoger las piezas del teléfono y sus dedos se rozaron en el acto.
En ese preciso instante sintió una pequeña descarga eléctrica que la impulsó a buscar el rostro de aquel hombre, encontrándose con un par de irises aguamarina que la observaban en gesto apenado y en el instante contuvo la respiración y pudo percibir además, cómo su corazón se saltaba un par de latidos para luego reanudar su marcha de forma estrepitosa azotando sus costillas.
El joven con una tímida sonrisa se deshizo en disculpas y de inmediato se ofreció a reponer su teléfono, pues con el golpe había quedado inservible.
—No, no se preocupe. ¡Déjelo así! Yo me ocupo. En algún momento tenía que hacerlo, de todas formas —repuso Alexandra atropellando las palabras en tono nervioso y extendió una de sus manos para que el muchacho le devolviera el aparato.
—¡De ninguna manera, señorita! ¡Insisto! —objetó el joven alejando de su alcance las piezas del dispositivo y añadió—: Además, en qué clase de hombre me convertiría eso, si yo tuve toda la culpa —rebatió en gesto inquisidor.
Alexandra no supo qué decir, se hallaba completamente absorta en los labios del hombre frente a ella, pues desde su punto de vista había algo en ellos, un gesto agradable al hablar y sonreír que lo hacía de alguna manera sexy e hipnotizante, por lo que le fue imposible articular palabras y sintió que su corazón aleteaba tan fuerte y rápido que creyó que los demás a su alrededor lograrían escucharlo con facilidad. Sin embargo, pudo asentir con torpeza y una sonrisa tiró de las comisuras de los labios del joven desconocido y ella al volverla a contemplar, sintió que su pecho se convirtió en un caldero hirviente.
—Entonces yo le debo un café —dijo ella de pronto con actitud renovada y el corazón azotando sus costillas al tiempo que trataba de apagar el rubor de sus mejillas como si pudiese hacerlo a voluntad. El joven sonrió satisfecho y asintió.
—Entonces señorita, yo encantado le acepto un café —la diversión tiñó la forma en la que el joven se expresaba y la expectación se abrió paso a toda marcha en el cuerpo de la chica.
Por un momento el silencio se apoderó del ambiente, y mientras ella en su fuero interno se reprendía por mostrarse insegura, torpe y tonta, él le dedicaba una mirada cálida y en su rostro se reflejaba una sonrisa relajada y auténtica.
—Aquí cerca hay una tienda, ¿vamos? —señaló y ella le regaló una sonrisa nerviosa en gesto afirmativo.
En el camino, él desechó el vaso del café en un cesto de basura y al llegar a la tienda comercial habló con una de las encargadas que lo trataba con mucha familiaridad y de inmediato procedió a concretar la compra de un dispositivo de última generación y a recuperar la información del móvil dañado.
—Por cierto señorita, aún no me ha dicho cuál es su nombre —expresó con una ceja arqueada en gesto interrogante mientras ambos esperaban sentados la entrega del nuevo dispositivo y les servían una bebida.
—Lo siento, discúlpeme —balbuceó perdida en las acuosas profundidades aguamarina—. Mi nombre es Alexa; perdón —Él sonrió mientras ella sacudió su cabeza en negativa y se corrigió—. Alexandra Massari —Extendió la mano en su dirección y él la estrechó entre las suyas. Alexa de forma inconsciente disfrutó del contacto, de la suavidad de las leves caricias que significó la cálida fricción de sus manos.
—Thomas Davis, es un placer Alexa —guiñó uno de sus ojos y la joven con las mejillas encendidas sintió que sus entrañas se apretaban con fuerza y el mundo entero se detenía para reanudar su marcha en sentido contrario. Le había gustado, además, que la llamase así, de alguna manera que no podía explicar era música para sus oídos—. Pero puedes llamarme Tom —La chica asintió y la sonrisa del hombre se ensanchó.
Unos segundos después su teléfono timbró con insistencia y él solo desviaba la llamada, sin embargo, ella le hizo saber que podía salir y contestar con tranquilidad, no obstante, él argumentó que no se trataba de nada que no se pudiese arreglar con un mensaje, por lo que tecleó algunas palabras a través de WhatsApp y ella «sin querer» miró de soslayo y pudo leer algo como «¡Ja¡ ¡MEJOR QUE ESO!» y luego se reprendió por leer conversaciones ajenas y desvió su mirada en otra dirección.
Aún cuando la vestimenta del joven no pasaba desapercibida para Alexandra, y había detallado que ceñía a su cuerpo un traje hecho a medida en corte italiano de color azul tinta que hacía contraste con un chaleco de cinco botones en tono gris, con corbata azul dos tonos más oscuro que el conjunto y zapatos Oxford punta cuadrada color coñac, no había visto ese accesorio en específico que captó de inmediato su atención.
—Debes ser muy fanático de Thor —escapó de sus labios sin siquiera pensarlo y el joven arrugó el entrecejo en parte divertido y en parte confundido. Entonces ella señaló los puños de su camisa en los que resaltaban unas mancuernillas con la forma del martillo de Thor. Él sonrió de oreja a oreja acercando su mano hacia ella para que detallara el accesorio.
Los gemelos estaban perfectamente confeccionados en oro blanco, sus líneas eran suaves y delicadas con diminutas incrustaciones de diamantes en sus esquinas.
—¡Wow! ¡La verdad es que están hermosas! —exclamó impresionada.
—La verdad es que sí, pero no es mi estilo, me las regaló una muy buena amiga así que... —y en ese instante la sonrisa de Alexandra se borró de su rostro al sentir una punzada de dolor clavarse en sus entrañas cuando escuchó la palabra «amiga», y se preguntó qué tan importante era esa mujer en su vida. Luego viendo el camino que tomaban sus pensamientos, sacudió su cabeza en gesto imperceptible y volvió su atención a las palabras del joven—, ...junto a unas de Supermam, Batman e inclusive unas con el logo de The Avergers —expresó. Ajeno a las tribulaciones de la chica.
Y cuando ella se disponía a añadir algo a la conversación la encargada de la tienda se acercó para hacerle entrega de su nuevo dispositivo junto a su documento de identificación, y luego de que el joven pagara y dieran las gracias a la empleada, ambos salieron de la tienda.
—¿Necesitas que te lleve, Alexa? —indagó mientras caminaban en la acera a paso lento y argumentó—. Tengo mi auto aquí cerca.
—No es necesario, gracias —musitó con la mirada en el piso, pero deleitándose con la cálida voz del joven y agregó—: Tengo el mío en el estacionamiento que está a un par de cuadras.
Él se ofreció a acompañarla y ella sin dudarlo aceptó. Por alguna razón inexplicable se sentía a gusto en su compañía y si podía disfrutarla un poco más, lo haría.
—Disculpa la intromisión, Alexa, pero ¿estás buscando empleo? —la chica detuvo su andar, lo miró con las cejas hundidas en gesto interrogante y él aclaró—. Es que escuché que le decías a la persona con quien hablabas, que irías a la oficina de empleos ¿escuché mal? —inquirió con una ceja arqueada mientras esperaba su respuesta.
—No, no escuchaste mal. Necesito hallar un empleo —dijo en un tono que parecía que se hablaba a sí misma mientras esquivaba su mirada y reanudaba la marcha. Él la siguió.
—Entonces creo que puedo ayudarte —aseveró él cuando estuvo a su lado y ella volvió a detenerse.
—¿En serio? —preguntó con un vestigio de incredulidad en sus facciones. Mientras que una sonrisa satisfecha se apoderaba de los labios del joven a la vez que asentía y reanudaban el paso una vez más.
—¡Por supuesto! Préstame tu teléfono —Ella lo buscó en su bolso y se lo entregó. Tom anotó algunos datos en el dispositivo, ingresó en una que otra aplicación y luego se lo regresó—. Ya que tienes auto entonces te espero el lunes a primera hora en esa dirección. Y aunque ya tengo tu número de teléfono —ella lo miró al instante y él guiñó uno de sus ojos haciéndola ruborizar y añadió—, también te anoté el mío, así que por favor envíame tu hoja de vida al WhatsApp —al escuchar esto último la chica hizo una mueca con los labios en señal de duda y él preguntó—. ¿Qué? ¿Qué pasa?
—Es que no tengo experiencia, nunca he trabajado —confesó en tono vacilante y un atisbo de sonrisa se asomó en las comisuras de Thomas.
—¡Eso no es problema! ¿Tienes alguna carrera? ¿Estás estudiando?
—Sí, pero aún no la he terminado —informó con las cejas alzadas al tiempo que mordía su labio inferior en gesto inseguro y apenado, omitiendo que ya había perdido dos semestres. El que no culminó cuando sus padres murieron y el que estaba en curso.
—Entonces adjunta tus calificaciones a la hoja de vida —ella asintió no muy convencida, sin embargo, no dijo nada porque pensó que serían demasiadas excusas y él lo tomaría como una negativa para trabajar. No obstante, él percibió un vestigio de duda surcar en su rostro e indagó—. Pero... hay algo más...
—Es que mis calificaciones no han sido las mejores —susurró y con las manos cubrió sus rostro, avergonzada. Thomas rió de buena gana y su gesto se le antojó tan tierno como encantador.
—No te preocupes, veré qué puedo hacer —ella lo miró esperanzada—. Pero ¿en realidad necesitas el empleo? —inquirió con las cejas hundidas y la incredulidad combinada con la diversión surcaron sus facciones mientras que el desconcierto tiñó el rostro de la chica.
—¿Por qué lo di... —ella enmudeció cuando él señaló su auto.
—Lo digo por el Maserati Gran Turismo Convertible año 2015 que está aquí y que evidentemente es tuyo —alegó mientras rodeaba el vehículo en color rojo, admirándolo hasta quedar nuevamente frente a ella.
—¡Ah, eso! —exclamó en tono inexpresivo. Y su mente fue inundada por el recuerdo de aquella vez que le exigió a Daniel ser fiel a su promesa de que nada cambiaría en su vida tras el nacimiento de su hermana, y que lo demostrara comprándole ese auto que tanto quería, y que no necesitaba—. Es una larga historia, pero siempre sí necesito el empleo.
—Bueno, entonces espero que me cuentes esa historia cuando me invites el café que me debes, ¿te parece? —propuso él en tono suave y cálido cuando observó una lucha interna en sus ojos, ahora llenos de lágrimas que trataba de contener.
—¡Por supuesto! —musitó ella luego de aclararse la garganta y pestañear varias veces para ahuyentar las lágrimas a la vez que le dedicó una fugaz sonrisa que no llegó a sus ojos y añadió—. Pero sube, así te dejo donde nos encontramos.
Cuando Alexandra arribó a su casa ya era mediodía, y al encontrarse sola no pudo evitar llorar desconsolada mientras rememoraba sus acciones del pasado. Alice había ido a su casa a buscar algunas cosas personales y regresaría a final de la tarde, mientras que Emma estaba trabajando y ella estaba allí, sola, cuestionándose a sí misma, dudando si lograría salir adelante.
Apenas había salido del hospital el día anterior, sin embargo, se percibía y se sentía tan lejano, como si desde entonces hubiese pasado una eternidad por todo lo que había ocurrido en apenas un día, y aún faltaba tanto camino por recorrer, que por un momento dudó y sintió toda la presión caer sobre sus hombros. Y fue inevitable preguntarse si podría con la carga, si acaso ella sería capaz de derribar todos los obstáculos que se interpusieran en su camino o tan solo su voluntad se quebraría en algún punto de este.
No obstante, vino a su mente el fulgor de unos ojos aguamarina que la miraban con dulzura y calidez, y en sus labios floreció una sonrisa, luego se preguntó qué estaría haciendo Tom en ese momento, y se preguntó entonces por qué se preguntaba eso, pero no quiso darle una respuesta a esa pregunta, por lo menos no todavía. Así que respiró hondo y se levantó de la cama para darse una ducha y bajar a la cocina a prepararse algo de comida mientras intentaba construir de la nada su hoja de vida.
Cuando Alice regresó la halló en la cocina mientras tecleaba con rapidez en la laptop a la vez que murmuraba algo con la vista fija en la pantalla. Una vez que Alexa la puso al tanto de todo lo ocurrido durante la mañana; a excepción de su desafortunado encuentro con Patrick, la morena entonces ayudó a terminar de preparar la hoja de vida en una plantilla que Alexa había descargado de Internet, en un formato sobrio y profesional.
Así pues, buscando información en Internet de cómo hacer una excelente hoja de vida, Alexandra construyó la suya de tal manera que ninguna compañía se negaría a tenerla en su plantilla de empleados. Finalmente descargó de la página de la universidad su récord de calificaciones solo con asignaturas aprobadas, pues las ocho materias que cursaba en el último semestre que había inscrito, estaban reprobadas por inasistencia. Y eso a parte de ser muy vergonzoso, conllevaría a tener que explicar el motivo y aún no se sentía preparada para hablar sobre la muerte de sus padres.
—Deberías enviarlo de una vez, no lo pienses mucho —sugirió Alice, rompiendo el silencio que se había adueñado del momento mientras preparaba una ensalada y Alexa suspiró profundo saliendo de sus cavilaciones.
—¿No crees que sea muy tarde? —Alice sin detenerse en lo que estaba haciendo miró de soslayo la hora en su móvil y negó en un ligero movimiento de cabeza.
—Apenas van a ser las nueve de la noche —Alexa mordió sus labios y la duda surcó sus pupilas. Aún se dabatía si enviar o no su hoja de vida a Thomas—. Bueno tienes su WhatsApp, si piensas que es muy tarde revisa a qué hora fue su última conexión —Alexandra asintió ante la sugerencia y luego Alice añadió—. Si tiene foto de perfil tienes que mostrármela.
Alexa rió de buena gana y asintió. En el acto su amiga estuvo a su lado para saciar su curiosidad y al ver la imagen que Tom mostraba en su perfil, la chica quedó encantada mientras alentaba a Alexandra para que le escribiera.
—¡Por Dios, pero qué ojazos! —exclamó con las cejas alzadas.
—¿Y si es casado? —preguntó de pronto Alexandra. Por alguna razón su corazón latía con demasiada fuerza y ese pensamiento de alguna manera la desanimaba.
—Solo le vas a enviar tu hoja de vida, no una propuesta de matrimonio —expresó Alice encogiéndose de hombros. Alexandra suspiró y sonrió con languidez.
—¡¡¡Mierda!!! ¿Qué hago?
—¡Alice, me está escribiendo! —gritó alarmada cuando ingresó al chat de Thomas para verificar la hora de su última conexión y consumida por los nervios cuando leyó en la parte superior del chat «Escribiendo...», presionó teclas sin parar hasta que salió de la aplicación. Mientras Alice observaba entre atónita y divertida la escena.
Unos segundos después se escuchó en su móvil el tono de mensaje recibido.
¡¡Hola a todos!! Gracias por leer.
Espero les haya gustado el capítulo.
No seas un(a) lector(a) fantasma.
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Nota1: En multimedia les dejo una imagen de Thomas. Por lo menos así lo imagino yo, por supuesto ustedes lo pueden imaginar como gusten.
Nota2: Si notan faltas ortográficas, por favor señalen dónde. Así como también el exceso de comas, que las hay muchas.
¡Gracias!
Besos 😘😘
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