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Cero amor

—Será mejor que no llevemos las cosas a ese punto, Rachel —rebatió Patrick con una ceja arqueada en un gesto de advertencia antes de dar un bocado a su almuerzo, no tan sorprendido ante el tema de conversación que se manejaba en la mesa.

Rachel lo había invitado a almorzar para hablar, según ella, de un asunto de suma importancia, así que ambos acordaron verse en uno de los mejores restaurantes de la ciudad.

Cuando arribó al lugar la chica no tardó en hacerle compañía, la saludó con un beso en la mejilla como de costumbre y revisaron la carta para ordenar su pedido mientras comentaban algunas trivialidades.

De un segundo a otro el silencio se cernió sobre ellos transformando el ambiente en uno tenso, cargado de expectación. Para Patrick era obvio que algo había cambiado en él desde aquella pregunta que le hiciese la rubia en el ascensor y que en el mismo instante quiso dejar pasar haciéndose el desentendido. Incluso Rachel no parecía ser ella misma, la observaba inquieta, incómoda, insegura, tal vez nerviosa, no lo supo con exactitud, pero esa actitud no era propia de ella. Lo que sí sabía era que la situación misma le resultaba tan diferente como extraña que no podía explicarlo en palabras, simplemente era como si pudiera intuir de qué se trataba todo y quería evitarlo.

Y no se había equivocado, aquella pregunta asomaba el tema a tratar, pero no había querido pecar de arrogante.

Trató de no dejar entrever las emociones que debatía en su interior en ese instante, quiso conservar la compostura, mostrarse sereno, impasible. Pero sí, Rachel de alguna manera lo había sorprendido y su mundo tambaleó por un momento.

¿Por qué no? —preguntó ella con toda la tranquilidad que podía imprimir en su tono de voz.

«¿Por qué no? ¿Acaso en un año no has logrado conocerme?» —inquirió Patrick con una ceja arqueada en un gesto de incredulidad a la vez que el atisbo de una media sonrisa torcida se dibujaba en sus labios. Aunque tales palabras nunca llegaron a ser pronunciadas.

En serio no quieres cruzar a ese terreno conmigo, Rachel —volvió a discrepar con una sonrisa ladina. Bajó un momento sus cubiertos, limpió sus comisuras con la servilleta y la miró con una ceja arqueada mientras un brillo extraño se apoderaba de sus ojos y añadió—. Yo te aprecio mucho, pero no puedo darte lo que pides.

Lo haces ver como si fuese algo descabellado o una completa monstruosidad. No te estoy hablando de nada del otro mundo, Patrick —repuso la chica en tono despreocupado. El joven inspiró profundo al tiempo que sus cejas se elevaron al cielo y un gesto entre diversión e incredulidad se percibía en sus facciones.

Quieres una relación sentimental, y eso no va conmigo —replicó él inexpresivo y siguió con su argumento—, yo no tengo novias, no quiero esa clase de compromisos, lo único que busco en una mujer y lo único que le ofrezco a una mujer, es sexo. ¡Ya deberías saberlo! Así que entonces te pregunto ¿Estarías dispuesta solo a tener sexo casual conmigo? —terminó por decir en un aire arrogante y con tranquilidad tomó de vuelta sus cubiertos y continuó disfrutando del lomo en salsa de champiñones que había ordenado mientras la pechuga de pavo al vino de su acompañante se enfriaba.

Rachel enmudeció tras sus palabras y sintió su cuerpo estremecerse mientras percibió que su corazón se saltaba un latido para luego continuar su marcha de forma casi dolorosa y acelerada. Las lágrimas picaban en sus ojos pero se negó a que hicieran acto de presencia, ella no era mujer de lágrimas ni debilidades. Y se reprendió por no haber imaginado que la conversación con seguridad tomaría ese camino, pues desde que conociera a Patrick sabía que no mantenía relaciones serias.

Pero aún así, ya no podía renegar de sus sentimientos, se había enamorado de Patrick desde que lo viera por primera vez aquella noche en uno de los auditorios del campus, enfundado en un traje de tres piezas negro carbón con chaleco cruzado y corbata color vino.

No lo podía negar, lo había hecho por más de un año y ya no quería hacerlo, había quedado prendada de él, de la energía intensa que emanaba su sola presencia, de sus ojos celestes cargados de desafío, de cómo su mirada recorría con lentitud la extensión de su cuerpo.

Había aprendido a amar y atesorar las escasas y fugaces sonrisas que solo compartía con personas que eran de su entera confianza y de las que ella fue testigo tras un año de amistad, por eso amaba tanto esas sonrisas, genuinas, sinceras, que solo unos pocos tenían el privilegio de conocer y que sin lugar a dudas le daban un aspecto jovial y fresco.

Había conocido al verdadero Patrick Alarcón, ese de mirada risueña y transparente, el de sonrisa alegre, el de carácter afable y optimista, ese Patrick que creía y tenía fe en la humanidad. Conocía a la perfección al Patrick que se preocupaba por los demás antes que por sí mismo. Al Patrick amigable, despreocupado, el confidente, ese de cabello desordenado que vestía jeans, camisetas de algodón y se paseaba descalzo en la comodidad de su apartamento.

Se había enamorado perdidamente de ese Patrick, el verdadero, que era totalmente diferente al que siempre vestía impecable en trajes oscuros de tres piezas, ese que presentaba en público, el que llevaba una máscara de arrogancia, cargada de petulancia y superioridad, que acompañaba de un carácter huraño y a veces despiadado, rencoroso y a veces vengativo, una máscara que usaba como barrera, como un muro que lo separaba del mundo y lo protegía de cualquier peligro.

Y ahora mientras él degustaba sus alimentos con una actitud serena y un semblante indescifrable, rodeado por un aura que lo hacía ver enigmático, ella estoicamente libraba una batalla interna que sabía ya tenía perdida.

«¿Lo amo tanto como para aceptar de él solo sexo casual? ¿Eso será suficiente para mí?» —se preguntaba Rachel a sí misma. Se encontraba en una encrucijada entre lo que dictaban sus sentimientos y lo que rebatía la razón.

Dio un sorbo a su copa de vino para sosegarse mientras ganaba tiempo para tratar de ordenar sus pensamientos en forma lógica y buscaba las palabras adecuadas para expresarse.

Si puedo manejar varias empresas e inversiones a la vez ¿quién te dice que no puedo manejar una relación basada en sexo? —argumentó la chica un momento después y de inmediato un nudo se instaló en la boca de su estómago, esperaba no arrepentirse de la decisión tomada.

Tus palabras me lo confirman, Rey. Lo sigues llamando "relación" —repuso Patrick con el ceño arrugado en señal de concentración mientras cortaba un pequeño trozo de carne como si fuese lo más importante del mundo en ese momento.

Rachel no perdía detalle alguno de sus gestos y el tono inexpresivo de su voz sólo hacía incrementar su anciedad y el manojo de nervios en sus entrañas, así que tomó otro sorbo de su copa de vino blanco, respiró hondo y prosiguió con la conversación.

Si no funciona entonces ahí lo dejamos, sin que nos afecte —propuso la rubia tiñendo su voz en tono casual para no mostrar el mar de sentimientos en su interior.

¿Si no funciona? —inquirió con las cejas hundidas en un aire que denotaba incredulidad y a medio camino detuvo el bocado que llevaba a su boca—. Rachel es que solo sería sexo. Casual. No exclusivo ¿Qué debería funcionar? No sería una relación —refutó a sus palabras, limpió sus comisuras, removió el nudo de su corbata en un gesto incómodo y tras un buen trago de vino prosiguió con toda seriedad—. En todo caso, por más de un año hemos tenido una muy buena amistad, entonces ¿por qué arruinar las cosas entre los dos, con sexo?

La chica sabía que tenía razón, pero era un riesgo que quería correr, tal vez él luego cambiaría de parecer respecto a una relación sentimental. Quería creerlo así. Necesitaba creerlo así.

¿Acaso no te gusto ni siquiera un poco? ¿No te atraigo como mujer? —el calor inundó su pecho cuando Patrick en respuesta sacudió su cabeza y asomó una sonrisa aunque esta no llegó a concretarse.

Rey ¿acaso te has visto en un espejo? Eres una mujer hermosisima, y estoy seguro de que cualquier hombre se moriría por estar contigo, pero...

¿Cualquier hombre menos tú? —lo interrumpió a media oración, casi desilusionada. Patrick respiró profundo irguiéndose en la silla.

A ver, respóndeme y dame una buena razón, porque todavía no lo has hecho. ¿Por qué complicar nuestra amistad con sexo? —Juntó las cejas en un gesto inquisitivo y esperó por su respuesta.

Patrick pero quién dice que arruinaremos nuestra amistad. Yo no soy una niña que cree en cuentos de hadas y príncipes azules. Además no vas a mancillar mi virtud. Soy una mujer hecha y derecha que como cualquier persona, tiene necesidades sexuales y quiero satisfacerlas. Entonces si tú solo ofreces sexo y yo solo quiero sexo ¿Qué vamos a arruinar? Ambos estamos claros en lo que queremos.

Tal vez su argumento sonaba razonable para aquellos de mente abierta, muy al estilo del siglo veintiuno, pero no por eso el joven empresario se sentía menos confundido, y se preguntaba el porqué de esa propuesta tan repentina, por qué arruinar una amistad con sexo. Él siempre había manejado su vida sexual de forma privada, se protegía, se cuidaba y más importante aún, no involucraba sentimientos, mantenía una postura impersonal, pero para una mujer a veces resultaba inevitable tener sexo sin que hubieran sentimientos de por medio; por ello nunca estaba con la misma mujer más de una vez. Esa era una de sus reglas.

Rey —La chica lo miró con un fulgor intenso en sus ojos esmeralda mientras la expectación se abría paso y se instalaba en su estómago—. ¡Sin arrepentimientos! ¡Nada de romanticismos! ¡Nada de sentimentalismos! —dijo con determinación—. ¡Cero amor! —fue lo último que pronunció, como si se tratase de una condición para cerrar un trato. Pero ya era demasiado tarde. Rachel estaba enamorada.

¡Cero amor! —repitió autómata, perdida en el cielo que eran sus iris y con suavidad chocaron sus copas en un brindis al tiempo que ella imploraba al cielo no arrepentirse.

Pero la realidad la abofeteó sin contemplación.

Esa primera vez que estuvo con él habían asistido a una reunión social y de allí fueron directo al apartamento del ojiazul. Él sirvió unos vasos con whisky mientras ella esperaba de pie en medio de la sala. Se sentía como una colegiala, nerviosa, a la expectativa, pero no lo daba a demostrar. Tenía tantas ganas de abrazarlo, acariciarlo, besarlo, fundirse en sus labios. Quería sentir la calidez de su cuerpo y sus dedos enredados en sus cabellos.

¡Sígueme! —demandó el joven luego de entregarle la bebida y ella obedeció.

De todas las veces que estuvo en ese apartamento nunca había entrado a su habitación. La estancia era espaciosa, con un ventanal que ofrecía una excelente panorámica de la ciudad, decorada en estilo moderno minimalista, una cama de dos por dos y mesitas de noche a juego.

¡Quítate la ropa! —la voz de Patrick teñida de exigencia inundó sus oídos devolviéndola a la realidad. Sus ojos lo buscaron pero él ya se había adentrado en el vestier.

Rachel no supo qué hacer, por un momento se sintió avergonzada pero empujó ese sentimiento de su cabeza hasta sacarlo de su sistema. Colocó el vaso en una de las mesitas junto a la cama, se deshizo de los zapatos y luego procedió a quitarse el vestido para quedar en un hermoso conjunto de encajes que se adhería a su anatomía como un guante.

Cuando se dio la vuelta para mirar hacia el vestier, Pat salió de allí como Dios lo trajo al mundo, ninguna prenda de vestir cubría su cuerpo. De inmediato toda la sangre se agolpó a sus pies y juraría que su corazón se había saltado un latido para luego continuar su marcha golpeando su cavidad torácica con violencia.

Patrick se apreciaba esbelto, con una figura atlética, imponente y el abdomen visiblemente marcado. Caminó hacia ella, erguido, prominente, impetuoso, con un envoltorio plateado entre sus manos que rasgó con los dientes en el trayecto y con destreza el contenido lo ciñó a su falo. Cuando estuvo frente a ella la rubia alzó los brazos para rodear su cuello y él con delicadeza la tomó de las muñecas antes de que lo hiciese.

No hiciste lo que te pedí —exclamó el ojiazul arqueando una ceja en gesto de reproche mientras que con la vista recorría toda la extensión de su cuerpo.

Rachel se miró a sí misma y se observó aún en ropa interior. Necesitaba mostrarse segura, confiada, así que se tragó el pudor para deshacerse de las últimas prendas que cubrían su anatomía y levantó el rostro en busca de las iris celestes que esa noche brillaban con más intensidad.

¡Volteate! —más que un pedido era una exigencia y ella obedeció.

Lo que sintió después fue un leve toque en su espina dorsal que erizó todos los vellos de su cuerpo y se dejó llevar curvando la espalda hacia adelante y posando sus rodillas flexionadas en la orilla de la cama. Patrick la tomó desde atrás, aunque la trató con suavidad, no hubo preámbulos, no hubo besos, no hubo caricias, no hubo estimulación y sus ojos no tuvieron contacto directo durante el acto. Apenas sintió el delicado roce de las yemas de sus dedos en sus caderas y un susurro que con claridad decía que haría una excepción al dejarla terminar primero.

Y tenía razón, había terminado primero, y ese breve momento de placer había llegado acompañado de la culpa, el remordimiento, y no pudo evitar sentirse avergonzada, humillada, arrepentida y defraudada consigo misma cuando Patrick indiferente y sin pronunciar palabra alguna se dirigió al baño, se metió a la ducha y la dejó allí, como un objeto que formaba parte de la decoración.

La cama había quedado intacta, su ropa desperdigada en el piso y sus ojos se enjugaron en incipientes lágrimas por lo que mordió la parte interna de sus mejillas para reprimirlas mientras recogía sus prendas de vestir.

¡Duchate! —la voz de Patrick la sacó de sus tribulaciones y lo observó salir de la habitación con el cabello húmedo y alborotado, un pantalón de pijama y el torso al descubierto.

Ella terminó de recoger sus pertenencias y se encerró en el baño. Por un breve momento solo estuvo tratando de controlar su respiración y con ello las lágrimas que luchaban por salir, cuando lo logró tomó el teléfono de su bolso y le envió un mensaje a su chofer para que pasara por ella. Era obvio que la intención de Patrick no era que se quedara. Y ella ansiaba salir pronto de allí.

Se duchó en un santiamén y con rapidez; tal vez más de la necesaria, ciñó el vestido a su cuerpo, calzó sus zapatos, retocó tanto como pudo su maquillaje y tras respirar hondo un par de veces salió del cuarto de baño con el mentón en alto como la Rachel de siempre. La Rachel altiva, autosuficiente. La Rachel de mente abierta, la que podía manejar una relación basada en sexo.

***

Patrick recordaba aquella temporada como si hubiese sido el día anterior, todo lo que ocurrió aquel año cuando conoció a Rachel y todo lo que ocurrió después de comenzar a tener sexo con ella permanecía tan vívido en su memoria.

—¡Vamos, faltan diez segundos, tú puedes! —gritaba su entrenador personal con la intención de motivarlo a continuar alzando las pesas y culminar esa última serie de la rutina de ejercicios.

El fin de semana había resultado tranquilo, pero agotador por el inicio del entrenamiento.

Y mientras Mike voceaba palabras de aliento sin parar, su mente divagaba sumergida en esos dos años en los que mantuvo encuentros íntimos con Rachel, rompiendo su propia regla de sólo una vez. Había estado con ella en cinco ocasiones en las que trataba de ser impersonal como con todas las demás. Hasta que ella decidió que había sido suficiente y continuaron con su amistad como si nunca hubiese pasado nada entre los dos.

Y todo marchaba bien, hasta que él dio un paso en falso que lo arruinó todo y ella explotó apartándose de su vida.

Una vez culminado el entrenamiento y luego de una reconfortante ducha, Patrick en su habitación ceñía un traje de tres piezas a su cuerpo.

¡Cero amor! —repetía en su mente.

Soltó un bufido cargado de irritación, ya era hora de dejar de pensar en ese asunto y enfocarse en otros con más relevancia.

Se miró en el espejo de cuerpo completo en su vestier, se contempló de frente, luego de perfil. El traje negro combinado con corbata y pañuelo en tonos dorados le sentaba bien y haberse afeitado la barba le había quitado cincuenta años de encima; según palabras de Mike.

Una vez que estuvo conforme con el reflejo que le devolvía el cristal tomó su teléfono celular y lo revisó. No habían llamadas perdidas, ni siquiera un mensaje de texto de la chica del abrigo rojo. Estaba seguro de que llamaría, que lo contactaría, así que eso lo intrigó. Desbloqueó la pantalla del dispositivo, buscó entre sus contactos y marcó.

—¡Davis! —dijo a modo de saludo—, llegaré un poco tarde, debo pasar primero por bienes raíces —Hizo una breve pausa mientras Thomas hablaba—. No, no se cancela nada, solo buscaré una información que necesito y nos vemos allí, espérame —puntualizó para culminar la llamada.

El joven sin pérdida de tiempo se dirigió hacia la empresa de bienes raíces, al departamento de administración y finanzas en específico, pues allí en ese piso era que estaba la chica desnutrida del abrigo rojo, la misma chica de la apuesta y él iba a averiguar quién era.

Al arribar al edificio fue directo al piso veinticinco y mientras los empleados se deshacían en saludos, él sin detenerse y correspondiendo con un ligero movimiento de cabeza y un atisbo de sonrisa en sus labios se desplazó por el pasillo hasta la oficina del gerente, quien lo recibió con la sorpresa reflejada en sus ojos.

Después de realizadas las formalidades del caso y que ambos hombres estuviesen cómodos, Patrick expuso el motivo de su visita.

—Necesito una información —el hombre arrugó el entrecejo en gesto contrariado.

—Pensé que se le había dado la información completa del balance financiero trimestral en la junta del viernes —expresó el gerente tiñendo de confusión su tono de voz.

—¡Así es! —concordó—. Necesito información respecto a otro asunto —el hombre del otro lado del escritorio asintió y Patrick prosiguió—. El viernes estuvo aquí una chica delgada de abrigo rojo, cabello largo castaño y ojos café. Quisiera saber cuál es su caso —Al ver la expresión de intriga y contrariedad en el rostro del hombre, añadio—: Me pidió ayuda, pero extravié sus datos.

Johnson satisfecho con la explicación arqueó las cejas al tiempo que llevó sus dedos índice y pulgar hasta su barbilla en gesto reflexivo.

—La verdad no sabría decirle, pero lo podemos averiguar —Y tras sus palabras llamó a su asistente para que recabara dicha información.

En poco tiempo Patrick tenía en sus manos una carpeta amarillo pálido en la que se podía leer Expediente Massari Verastegui.

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