Cálido y frío
La delgada figura de Jessica Verastegui; ahora señora Parker, apareció en el umbral de la puerta, sostenía un pequeño ramo de flores blancas en sus manos y dibujaba en sus labios una sonrisa que transmitía calidez acompañada con una mirada cargada de afecto maternal. Aunque era mucho más joven que su difunta hermana, el parecido entre ambas mujeres era evidente, innegable.
—¡Tía Jess! —exclamó Alexandra con palpable entusiasmo y corrió en su dirección. La mujer la recibió envolviéndola en un cálido y reconfortante abrazo.
—Lamento no haber estado contigo después del cepelio, mi niña. Pero vine en cuanto me enteré que estabas aquí —susurró con pesar la mujer cuando deshicieron el abrazo. La chica negó afanosa.
—No te preocupes tía, la verdad es que ni siquiera recuerdo esos días. No recuerdo a nadie en específico. Solo vienen a mi mente imágenes oscuras y difusas —musitó con cierta amargura mientras la invitaba a tomar asiento junto a la ventana.
—Bueno, yo las dejo para que conversen —la voz de la doctora Claire inundó la estancia—. Nos vemos en la sesión de esta tarde —agregó la psiquiatra antes de salir y Alexa asintió en conformidad.
—La doctora me dijo que saldrás de alta en unos días —aseguró Jess y la chica afirmó en un leve movimiento de cabeza—. Toma, esto lo dejó para ti una amiga tuya, no pudo pasar. De hecho comentó que había venido varias veces pero aún no podías recibir visitas —mencionó Jess y le extendió el ramo de flores mientras que Alexa las recibía y juntaba las cejas en un gesto que denotaba extrañeza.
—Esa debió haber sido Heather —concluyó la joven dubitativa cuando revisó y no halló ninguna tarjeta—. No la he visto desde el día del accidente de papá y mamá, pero...
—No... —la interrumpió Jess en mitad de la oración—, la chica que vino me dijo que su nombre es Alice.
El semblante de Alexandra fue de completo desconcierto y su mente divagó en busca de recuerdos del pasado, tratando de identificar a la persona con ese nombre. Alice, Alice Preston, una chica alta, esbelta, de piel canela y cabello ondulado que había cursado algunas materias con ella, pero que nunca frecuentaban el mismo círculo de amistades.
—¿No es amiga tuya? —la cálida voz de Jess la devolvió a la realidad y sus ojos buscaron los de su tía.
—Es una chica de la universidad, pero la verdad nunca hemos sido cercanas, nunca hemos sido amigas en realidad —respondió la joven.
—Pues ya ves que en tiempos difíciles es que nos damos cuenta quiénes son nuestros verdaderos amigos —expresó Jess y su sobrina no podía más que darle la razón, pues desde que murieran sus padres ninguno de sus "amigos" la habían visitado ni llamado.
—Tía —La mujer puso toda su atención en ella cuando la chica la tomó de las manos—, ya que estás aquí ¿podrás buscar a Allison? ¡Está con una familia sustituta!
La tensión se hizo evidente en toda la extensión del cuerpo de Jessica mientras se erguia en su asiento a la vez que apartaba con rapidez sus manos de las de su sobrina, y en un gesto nervioso se estiraba las mangas del suéter gris que vestía.
—Lo siento Alexandra —musitó con voz temblorosa, teñida de inseguridad—, pero no puedo hacerlo.
El semblante de Alexandra fue de total desconcierto, ¿Por qué su tía no podía buscar a Aly?
—¿Pero por qué no? —preguntó decepcionada con las cejas hundidas.
—Lo siento cariño —hizo una pausa y sus ojos apenados esquivaron la mirada inquisitiva de la joven para luego llenar sus pulmones con aire y cómo si con eso tomara valor prosiguió—, pero tengo las manos atadas, quiero ayudarte, pero no puedo hacerlo, mañana debo regresar a casa —expresó en un susurro pesaroso mientras se estrujaba las manos.
La actitud de su tía le pareció muy extraña. No se frecuentaban mucho, de hecho casi no la conocía por las constantes mudanzas con sus padres, y la última vez que la había visto en persona había sido ocho años atrás, motivado al nacimiento del último de sus cuatro retoños; Kendal, cuando Lawrence, Madison y Liam tenían cuatro, tres y dos años de edad respectivamente.
Para aquel entonces, Jess se observaba radiante, alegre, la felicidad que destilaba por los poros era contagiosa y hasta causaba envidia. Su voz teñida de seguridad combinada con un carácter optimista y una personalidad extrovertida materializaban a una mujer fuerte y decidida, independiente, que siempre se le veía bien vestida con una hermosa cabellera negra, larga y abundante de la que hacía alarde en toda ocasión.
Ahora, en cambio, al observarla con detenimiento pudo detallar su extrema delgadez, no tenía rastro de maquillaje por lo que no solo dejaba al descubierto las grandes ojeras sino que también se le veía demacrada, el cabello lo conservaba largo, pero ahora lo llevaba recogido en una cola alta, y ceñía a su cuerpo prendas de vestir bastante holgadas; un pantalón negro y un suéter gris cuello de tortuga en pleno verano, como si quisiese ocultar su cuerpo.
El cambio era notorio, drástico. Pero tal vez al igual que a ella le había afectado mucho la muerte de sus padres, a su tía le había afectado mucho la muerte de su única hermana y su cuñado, y por eso había desmejorado de esa manera, pues era evidente el terrible cambio que había sufrido.
—No lo entiendo...
—Por favor escúchame, hija y escúchame atenta —la interrumpió Jess—. Ayer en la mañana fui a ver a Aly, está bellísima —dijo y tras una breve pausa extrajo una fotografía de su bolso y se la entregó a la joven que no perdía de vista cada uno de sus movimientos—, y tú debes hacerte cargo de ella.
Las iris de Alexa se perdieron en la fotografía que sostenía en sus manos. Ver a Allison era ver a sus padres. Daniel permanecía en sus ojos, tan azules, tan vivaces, expresivos y Julia estaba presente en su sonrisa, tan genuina, sincera, de esas que llegan hasta los ojos haciéndolos resplandecer, en sus facciones se podía distinguir con facilidad rasgos de cada uno de ellos.
—Ya me informé, deberás solicitar la custodia ante un juez, es tu derecho —La chica volvió a la realidad cuando la voz de su tía inundó la estancia y sus ojos recayeron en la humanidad de la mujer—. El juez te pondrá a prueba, y te enviará a terapia con algún psicólogo o terapeuta que pueda avalar que estás apta para hacerte cargo de Aly. Deberás demostrar que estás sana y llevar una vida responsable, deberás demostrar que puedes hacerte cargo de ti misma y asumir la custodia de tu hermana.
El corazón de Alexa se estrujó y se saltó algunos latidos al darse cuenta de lo que ello significaba. Aly ya había cumplido su primer año y no estuvo con ella, y no la recuperaría de la noche a la mañana, todo eso llevaría tiempo, el tiempo que un juez determinara y mientras tanto, Aly estaría con personas extrañas que tal vez quisieran y se sintieran con derecho a quedarse con ella.
Iba a replicar, pero Jess continuó con sus instrucciones.
—Puedes solicitar visitas mientras se cumple el tiempo que designe el juez, así sean supervisadas, acéptalo, es tu derecho, no permitas que Aly te olvide —hizo una pausa y luego de un profundo suspiro, continuó—. Lamento no poder hacer más, pero te aseguro que Allison está más segura donde está que en mi casa, por eso no puedo llevarla conmigo.
Alexandra tragó en seco, no supo como tomar esa última oración y tampoco quiso preguntar cuando sintió un frío recorrer su espina dorsal al escucharla. Su tía tenía sus razones, y al parecer eran motivos de peso, así que no quiso ahondar en ello, pues era evidente que no se trataba de nada bueno y lo único cierto ante todo aquello era que no quería poner atención a otra cosa que no fuese su hermana, no podía distraerse en otros temas, haría cualquier cosa por recuperarla, se lo debía a sus padres, necesitaba redimirse y estaba decidida, pondría todo su empeño y esfuerzo en ello.
La visita de Jess había resultado cálida y fría a partes iguales.
Le gustó verla de nuevo y hablar con ella, fue reconfortante a la vez que decepcionante por no poder hacer más por Allison, quien ya había cumplido su primer año de edad, lejos de ella, de su hogar, sin sus padres y rodeada de extraños. Y por mucho que quisiese no podía solo echarse a llorar por sus desgracias y mala suerte, no podía dejar que la tristeza una vez más dominara su ser, con eso no lograría nada más que un mero desgaste emocional, tenía que salir del hospital y actuar de inmediato.
Algunas brisas de verano transcurrieron con calma y lentitud para desesperación de Alexa desde aquella primera visita. Había recibido días después a Alice, una desconocida que había mostrado por ella más interés y genuina preocupación que sus propios supuestos amigos. De estos últimos no había recibido ninguna llamada, ni mensaje, ningún correo, ni siquiera una mención en las redes sociales, nada.
Alice se había mostrado mejor amiga en pocos días que Heather, Carl, Brook, Lydia y Philips en casi un par de años.
Y en esos pocos días supo que la chica tenía un hermano mayor graduado en leyes, a quien ofreció para ayudarla con la custodia de su hermana, también supo que su padre había fallecido hacía cinco años a causa de un infarto fulminante y su madre publicista aún no lo había superado del todo, y que también había sido un duro golpe para ella y por eso sabía por lo que estaba pasando.
—¿Ya estás lista? —preguntó Emma al entrar a la habitación con los papeles del alta en sus manos y tomó uno de los bolsos que estaba encima de la cama.
—Sí, ya casi. Alice me está ayudando a recoger algunas cosas —contestó Alexa mientras ambas jóvenes recogían algunos artículos de higiene en el baño.
—¿Y te vas sin despedirte de mi? —reclamó Matthew recargado en el umbral de la puerta ataviado en su uniforme azul marino con la bata blanca encima y el estetoscopio alrededor del cuello, de brazos cruzados con las cejas alzadas en un fingido gesto de enfado.
Desde que Alexandra fuese ingresada en el hospital no hubo día en que Matt no la visitara para ayudar a superar en lo posible esa gran pérdida que significaba la muerte de sus padres.
«Una persona puede perder absolutamente todo, pero jamás puede permitirse perder la esperanza. Alexa, todos siempre renacemos tras superar una gran tragedia, y renacemos más sabios, más maduros, más determinados y fuertes, con convicciones propias y más acordes a nuestra verdadera naturaleza», solía repetirle Matt cada mañana como un mantra.
Y tenía razón, ahora comprendía muchas cosas, ahora se sentía diferente, con muchas expectativas ante lo que viniese, con algo de temor sí, pero con la fuerza suficiente para enfrentarlo y continuar con su vida.
Alexa sonrió y se dirigió hasta él, ambos se dieron un abrazo de despedida, aunque no era un adiós definitivo, pues habían acordado que siempre la visitaría en su casa.
—Por supuesto que no —dijo tras deshacer el abrazo—. Ven quiero presentarte a Alice, una amiga —lo tomó de la mano y se dirigió hasta Alice, a quien ya consideraba una buena amiga.
—Pues me parece muy bien que estés rodeada de tus amigas —expresó el doctor al estrechar su mano con la joven—. Mucho gusto Alice.
—Igualmente doctor —respondió la chica con un leve rubor en sus mejillas.
—Por favor, llámame Matt —pidió con una sonrisa afable y ella asintió.
El joven galeno las acompañó hasta la salida y finalmente Alexandra regresó a su casa.
Era extraño, todo seguía intacto como antes, a diferencia de que ahora la casa estaba vacía, en extremo silenciosa y se sentía tan inmensa. Alexa suspiró con un frío en su pecho que la ahogaba, habían tantos recuerdos en esa casa y todos se agolparon en torrentes en su mente y fue inevitable pensar que sería un camino difícil de recorrer.
—¿Recuerdos? —inquirió Alice que permanecía de pie a su lado. La chica asintió con ojos enjugados en lágrimas—. Ya verás que con el pasar del tiempo se hará más llevadero —aseguró con una débil sonrisa mientras apretaba su mano.
—Y estaremos aquí para apoyarte —acotó Emma tratando de disipar el ambiente de nostalgia—. Le pedí a Beatríz que limpiara también esta casa cuando fuese hacer la limpieza de la mía.
—Gracias, Em. De verdad —agradeció Alexa.
—No hay nada que agradecer, para eso estamos —recalcó determinada—. Ahora las dejo para que terminen de instalarse, Megan debe estar por regresar del colegio. Me avisan cuando venga Joseph para planificar todo sobre la custodia —pidió antes de partir a su casa. Ambas jóvenes asintieron.
Alexandra y Alice, subieron al piso superior a desempacar, pues la chica se quedaría un tiempo con Alexa para hacerle compañía.
Más tarde ese día Joseph; el hermano de Alice, acudió para recabar todos los datos e información necesaria y así preparar el caso de solicitud de la custodia de Allison Massari, por parte de su hermana mayor Alexandra.
Joseph se apreciaba bastante serio y profesional, era un hombre bastante apuesto, alto, esbelto, de buena apariencia, su tono de piel dorada hacía contraste con sus ojos oscuros y mirada profunda, tal vez un tanto intimidante, pero con una sonrisa cautivadora, con muchos gestos y rasgos parecidos a los de su hermana. Para esa ocasión vestía un traje de tres piezas que le sentaba de maravilla, aunque el saco lo había dejado en el auto, había sido para él un día bastante ajetreado, pues trabajaba hasta el cansancio para tener su propio bufete, y quería llegar a casa para descansar.
—Bien Alexandra, el papeleo no es nada del otro mundo. Lo que debemos tener en cuenta es que de ahora en adelante debes ser una adulta responsable. Debes hallar un empleo —fue lo primero que sugirió.
—Eso no es problema, estoy dispuesta a trabajar en cualquier cosa —aseguró la chica. Alice y Emma asintieron mientras él en un movimiento de cabeza lo negaba.
—¡No! —dijo tajante—. Recuerda que Allison es una bebé, lo que se traduce en gastos que irán en constante aumento, pañales, alimentación, vestimenta, medicinas, visitas al pediatra, entre otras cosas —enumeró y prosiguió—. Tu trabajo debe permitirte costear todos esos gastos y dejarte una reserva para posibles emergencias.
Alexandra tragó en seco al darse cuenta de la magnitud de todo el asunto. Y la preocupación se asomó en los rostros de Alice y Emma.
—Eso asumiendo que esta casa es propia, que no tiene deudas. Recuerda que debes demostrar que le ofreces a Allison un hogar estable, propio —En el acto Alexa se llevó las manos al rostro y suspiró profundo y se estruja a los ojos, tenía por delante un escabroso camino cuesta arriba y ella estaba al pie de la montaña, y desde su posición la cima se veía tan alta y tan lejana, que por un momento se desanimó.
—¿Es casa propia, no? —inquirió el joven abogado a nadie en particular con una ceja alzada en gesto inquisitivo y Emma negó en un movimiento de cabeza.
—No, ellos compraron aportando una inicial y el resto fue a través de crédito hipotecario. No sé en cuanto habrá quedado la deuda con el banco —informó Em, quien había sido la agente inmobiliaria que hizo la venta.
El semblante de Alexandra había cambiado por completo, ahora sus ojos estaban tristes, apoyó sus brazos en la encimera de la cocina, donde estaban reunidos mientras tomaban un café con galletas, y resopló con cierto cansancio con la mirada fija en la nada.
—No te desanimes —exclamó Joseph colocando una mano sobre las de Alexandra y la chica volvió a la tierra—. Investigaré el estado financiero de tus padres. ¿Sabes si ellos manejaban testamento? ¿Tenían algún administrador? —la chica negó.
—No lo sé, pero papá era contador tal vez lo tenía pero no estoy segura.
—Entonces no te preocupes, como buen contador debió tener un plan financiero. Lo averiguaré —dijo mientras tomaba algunos apuntes en una agenda—. Por lo pronto enfócate en hallar un empleo con horario flexible que te permita cuidar de Allison cuando te otorguen su custodia y envíame una copia de tu hoja de vida para tratar de ayudarte en ese aspecto. Por otro lado, recabaré información acerca de las finanzas de tus padres, el estatus de las deudas, propiedades adquiridas, tú historial médico y te llamo para volver a reunirnos. ¿Te parece? —dijo recogiendo sus pertenencias para guardarlas en un maletín. Todas asintieron.
Las féminas lo despidieron en la puerta, el sol comenzaba a caer dando paso al crepúsculo del atardecer, cuando el joven partió en su auto una motocicleta se estacionó frente a la casa, el hombre con un bolso que llevaba cruzado bajó presuroso y se detuvo en la puerta principal.
—¿Casa de los señores Massari? —preguntó el desconocido.
—Sí, yo soy su hija —respondió Alexandra. El hombre hurgó en su bolso y sacó un sobre color rojo.
—¡Quedan notificados! —fue lo único que dijo al entregárselo a Alexandra y sin más se retiró.
La joven quedó estupefacta, con el sobre en las manos, sin abrirlo. ¿Para qué se iba a molestar en hacerlo? Todos sabían lo que significaba un sobre de color rojo.
¡Debía desalojar la casa de inmediato!
¡Gracias por leer! Disculpen la tardanza.
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