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Bajo el calor de tu mirada

Con el corazón latiendo a mil por hora en sus oídos, la alegría reflejada en sus ojos, una enorme sonrisa aflorando en sus labios y el móvil en sus trémulas y frías manos, Alexandra observaba absorta la pantalla.

¡Buenas noches, Alexa! Perdona mi atrevimiento, pero me agradaría que cenaras hoy conmigo ¿Es muy tarde para invitarte? —rezaba el mensaje de Thomas y su mente había quedado en blanco, no sabía cómo responder sí a esa invitación.

—¡Respóndele! —apremió Alice con un certero codazo en una de sus costillas y Alexandra salió de su abstracción con un quejido sobándose la zona adolorida.

—¿Y qué le digo? —inquirió con las cejas arrugadas encogiéndose de hombros cuando en realidad quería preguntar: «¿Cómo le digo que sí, sin resultar obvia y desesperada?». Mientras que su amiga negaba con la cabeza y rodaba los ojos en sus cuencas en un gesto de frustración, ajena a las tribulaciones de la chica.

—¿Cómo que qué? —replicó Alice en tono incrédulo y agregó—: ¡Pues que aceptas!! ¿Qué otra cosa le vas a responder?

—¿Y tú? ¡No te voy a dejar aquí sola! —objetó con las cejas alzadas al tiempo que tecleaba su respuesta en el móvil y Alice gruñía exasperada.

¡Buenas noches, Thomas! La hora es perfecta y en serio me agradaría cenar contigo, pero una amiga me visita en casa. ¡Lo siento! —fue la respuesta de Alexa mientras Alice a su lado leía en la pantalla y elevaba los ojos al cielo en gesto de impotencia y frustración.

¡Tu amiga también está invitada! ¡Por favor, di que sí! —escribió Tom de vuelta casi en una súplica y Alice aplaudió sonriente a la vez que incitaba a su amiga a aceptar la invitación.

—¡Ya no tienes excusa! ¡Acepta! —exhortó entonces determinada.

Alexandra se mordió los labios en gesto ansioso y emocionado al tiempo que aceptaba la invitación y Thomas le indicaba el lugar de encuentro.

—¡Vaaayaa! —exclamó la morena alargando la palabra tanto como pudo seguido de un silbido cuando Alexa le informó el lugar de la cena—. Con que el Four Seasons ¿eh? —bromeó en tono jocoso y mientras guardaba en el refrigerador la ensalada que había preparado, añadió con picardía—: ¿Y esa cena es con derecho a desayuno?

Aunque Alexandra rió por dentro, le dedicó una mirada asesina a su amiga que solo reía a carcajadas.

—Solo es una broma no te lo tomes tan apecho —aclaró mientras subían a la habitación para ducharse y cambiarse de ropa—. ¡Hola, hola! ¡Aquí la tierra llamando a Alexandra! ¡Cambio! —dijo cuando vio a su amiga ensimismada, por completo sumergida en sus pensamientos.

—No lo sé Alice, sinceramente creo que fue un error aceptar esa invitación. Primero: Ni siquiera sé qué ropa podría usar para ir a esa cena. Segundo: Es un hombre a quien apenas conocí hoy en la mañana. No sé nada de él, podría ser casado o podría ser un psicópata americano —exclamó de pronto la castaña con las cejas alzadas y los labios fruncidos en gesto de duda. Alice en el acto reprimió una carcajada por los temores exagerados de la muchacha.

Y aunque entendía que desde la muerte de sus padres había perdido todo sentido e interés por la moda, pues ya nada le importaba al punto de usar para cualquier ocasión jeans y camisetas de algodón, siempre en negro o tonos oscuros con zapatos planos y sin una pizca de maquillaje en el rostro, ella estaba allí para ayudarla de alguna forma a superar esa terrible experiencia.

Por otro lado, Alexandra tenía miedo de sí misma, de la vorágine de emociones y sentimientos que ese completo desconocido con solo una mirada y una sonrisa había despertado en su interior, pues nunca un chico la había hecho experimentar esa clase de sensaciones tan avsallantes que la abrumaban.

—Primero: El vestuario no es problema, yo te ayudo a elegir el atuendo adecuado -repuso Alice con la voz teñida de seguridad y se apresuró a seleccionar las prendas de ropa que ambas usarían esa noche y continuó su discurso—. Y segundo: Pues para eso son las citas, para conocerse. Así que asegúrate de conocer y sacarle cada detalle de su vida.

—Pues no estoy muy convencida de querer entrar en detalles de su vida privada porque entonces él también querrá saber de la mía, y sabes que no estoy preparada para hablar de eso con un chico a quien apenas estoy conociendo.

—¡Bueno OK! Está bien no te preocupes que allí estaré yo para evitar a toda costa caer en ese tema —la tranquilizó—. Ahora a ducharte mientras selecciono los vestidos.

Alexandra se dirigió al baño para ducharse mientras que Alice con experticia seleccionaba las prendas que conformarían el outfits para esa noche y luego corrió al otro baño para asearse.

—¿Es en serio, Alice? —preguntó incrédula—. Te botaste, con este atuendo nadie intuirá y ni siquiera sospechará que estoy de luto —ironizó con una ceja alzada al observar sobre la cama las elecciones de su amiga.

La morena había elegido para ella un vestido de encaje en color negro de mangas tres cuartos, de cintura entallada con falda amplia en corte a medio muslo, unas mallas, botines tacón de aguja y una cartera tipo sobre en el mismo tono.

—El negro es un color sofisticado, sobre todo en un vestido, y mejor aún si es para cenar en el Four Seasons —argumentó la chica mientras que presurosa la instaba a vestirse—. Tu atuendo grita elegancia, no luto -acotó cuando la ayudaba a subir el cierre del vestido y puntualizó—. Además, no quieres usar otros tonos, no me dejas muchas opciones.

—Lo sé, pero no quiero que salga a flote el tema del luto porque no me gustaría hablar de eso y mucho menos con Thomas —dijo mientras Alice procedía a aplicarle un maquillaje suave y con agilidad culminaba haciendo algunas ondas en su melena.

—Te sientes así porque sabes que estás de luto y crees que es obvio para todos los demás, pero nadie lo sabe. Así que la única que podría sacar el tema a flote eres tú —replicó la chica de ojos ambarinos a la vez que se calzaba los zapatos y ultimaba algunos detalles en su atuendo—. Además, mírame yo también tengo un vestido y accesorios en tonos oscuros y eso no quiere decir que estoy de luto, así que arriba ese ánimo.

Alexandra asintió a la vez que dejó escapar un profundo suspiro de resignación. Estaba emocionada, nerviosa además de ansiosa, su corazón latía con fuerza en su cavidad torácica mientras que trataba de sosegarse a través de una respiración pausada que se tornaba un tanto irregular. Su pecho ardía de expectación y en su abdomen sentía albergar miles de mariposas que revoloteaban sin cesar en su interior produciendo un intenso cosquilleo.

Al arribar al Four Seasons y subir al restaurante, ambas fueron atendidas y guiadas por el maître hasta la mesa en la que un ansioso Thomas enfundado en un esmoquin las esperaba y sin poder evitarlo al reencontrarse irises cafés y aguamarina a ambos se les deslizó en los labios una resplandeciente sonrisa.

—¡Estás muy hermosa, Alexa! —fue lo primero que mencionó Thomas para inmediatamente después recibirla con un beso en la mejilla demorándose más tiempo del debido en esa suave caricia de sus labios contra la cremosa piel de la chica. Ella sonriente sintió casi de inmediato arder su rostro hasta la punta de sus orejas mientras que el fuerte y desenfrenado bombeo de su corazón hizo que tosiera al sentir que este se abría paso a través de su garganta para salir por su boca—. ¿Estás bien? —inquirió en un tono de genuina preocupación mientras una solidaria Alice que había capturado toda la escena, daba leves palmadas en su espalda.

—¡Sí, sí, lo siento! ¡No te preocupes, no es nada! —se excusó con una sonrisa apenada—. Te presento a Alice, una buena amiga —cambió de tema con rapidez y fue cuando Tom reparó en la presencia de la chica que acompañaba a Alexa y amable tendió la mano en su dirección para presentarse.

—¿Y siempre acudes a cenar en esmoquin? —inquirió Alice en tono bromista para romper el hielo y el silencio que se cernía en la mesa mientras revisaban la carta.

—No, la verdad es que me escapé de un evento social de la empresa —comentó el joven con un atisbo de sonrisa y rápidamente volvió la vista hacia Alexandra, no quería dejar de mirarla.

—¡Ah vaya! ¿Y a qué te dedicas? —preguntó la morena para mantener la conversación, pues Alexandra de pronto parecía haber quedado muda.

—En resumen soy inversionista —acotó —. Invierto en empresas aseguradoras, bienes raíces, telecomunicaciones, entre otras cosas.

—¡Oh vaya, bienes raíces! —expresó denotando cierto interés mientras le dedicaba una mirada cómplice a Alexandra.

—¡Sí! ¿Tienes pensado adquirir un inmueble? —preguntó curioso.

—Tal vez en el futuro, ¿Verdad Alice? —intervino de pronto la castaña al tiempo que con disimulo le propinaba un puntapié a la morena bajo la mesa, pues intuía a dónde quería llegar su amiga con el tema.

Al momento el maître interrumpió la conversación, como conocedor de sus funciones brindó algunas recomendaciones y explicó a detalle la composición de los platos y exquisiteces que ofrecían a los comensales, y cuando cada uno hizo su pedido Thomas ordenó el mejor vino blanco de la casa.

—Disculpe señor Davis —dijo el hombre con deferencia—, pero debo solicitar la identificación de las jóvenes —Las amigas cruzaron miradas mientras que Tom arrugó en el entrecejo en señal de confusión por lo que el amable sujeto aclaró—. Son políticas del restaurante en cuanto al servicio de licores.

—Entonces para nosotras será una bebida sin alcohol, porque aún faltan algunos meses para cumplir los veintiuno —intervino Alice en tono casual para disipar la incomodidad del momento mientras que Alexandra se ruborizaba y gesticulaba hacia Thomas una disculpa.

—No hay problema —musitó él con suavidad rozando con delicadeza los dedos de la mano que la chica tenía sobre la mesa provocando en ella una corriente que recorrió toda la extensión de su cuerpo—. Entonces serán cócteles sin alcohol para todos —indicó el joven empresario al maître que esperaba paciente su decisión, y le guiñó el ojo a una avergonzada y sonrojada Alexandra.

Superada la tensión del momento, la velada se hizo amena, Tom y Alexa mantuvieron una agradable conversación en la que sin darse cuenta dejaron relegada a un segundo plano a Alice, quien solo se complacía observándolos.

Los jóvenes hablaron de todo y de nada, los temas fluían entre ellos con total naturalidad. Alexandra se sentía en las nubes, embelesada con Thomas, el fulgor de sus ojos la deslumbraban, su mirada la emocionaba, la hipnotizaba y la hacía estremecer de tal forma que no podía darle a ese hecho una simple explicación. Mientras que sus labios y los gestos al hablar la seducían, su sonrisa la cautivaba y su cálida voz la sosegaba, la calmaba, la hacía sentirse cómoda, plena y segura en su compañía.

Por su parte, Thomas no quería que terminase la noche, se sentía como un niño, emocionado, feliz. Quería imprimir en sus retinas cada gesto de esa hermosa chica frente a él y que ya le había robado cientos de suspiros. Se deleitaba con su cálida y dulce voz mientras que su mirada café, honesta y diáfana lo desarmaba. Se decía a sí mismo que debía ir despacio, con cautela, pues por primera vez en su vida se sentía con el corazón desnudo y expuesto, vulnerable. En su interior crecía una fuerza arrolladora que lo impulsaba a estar cerca de ella, a aspirar su aroma, y reflejarse en su mirada.

Durante el día se preguntó hasta el cansancio qué le pasaba, pues desde que se topara con Alexandra no había dejado de pensar en ella. Y quería conocerla, verla a cada instante, escuchar su voz, conocer todos sus secretos, sus sueños, sus anhelos y sus temores, quería cuidarla y protegerla del mundo entero y por un momento se sintió abrumado y un poco asustado, pues ni siquiera Nathaly —su relación más duradera y seria—, le había provocado esos sentimientos tan intensos.

Esa noche las mariposas no dejaron de revolotear en el estómago de la chica y sus entrañas se apretaban con fuerza cada vez que esos dos faros aguamarina la iluminaban con vehemencia haciéndola sentir la persona más feliz y afortunada del mundo, y que sus problemas no eran más que nimiedades que podía superar sin mayores inconvenientes.

***

El fin de semana transcurrió tan rápido como las escasas brisas refrescantes en el verano. Fue un fin de semana en el que el único tema de conversación entre Alexandra y Alice había sido la cena del viernes.

El lunes tras los primeros rayos de sol sobre la ciudad que ya estaba en movimiento, Alexandra presurosa y con la ansiedad a flor de piel se vestía con bastante agilidad para esa hora de la mañana, pues no quería llegar tarde a la entrevista de empleo que le había programado Thomas y con ello dar una mala impresión.

Para la ocasión quiso ir por lo seguro y entre su vestuario seleccionó un clásico que nunca falla: Una blusa blanca en conjunto con un blazer blanco, un pantalón ajustado en color negro, tacones aguja y un bolso de mano en el mismo tono. Un maquillaje suave y el cabello recogido en una cola completaban el atuendo y cómo último accesorio tomó una carpeta de cuero con finos acabados en la que guardó una copia de su hoja de vida.

Al llegar al edificio se dirigió a recepción —tal como le había indicado Thomas—, allí le fue entregada una ficha de visitante que colocó en un lugar visible y fue autorizada a pasar hacia los elevadores. Subió hasta el piso quince donde se ubicaba recursos humanos y ahí solicitó a la asistente -una joven rubia de cabello recogido, ojos claros y de aspecto ejecutivo-, hablar con la Licenciada Katherine Moore.

De inmediato la amable chica la anunció y a los pocos segundos se abrió la puerta y tras ella apareció Thomas enfundado en un terno gris marengo, con camisa lila, corbata morada lisa de texturas y un pañuelo a juego mientras que unos zapatos oxford en marrón oscuro completaban su elegante atuendo.

El joven se apreciaba tan guapo, tan caballeroso, tan atento, con esa hermosa, cálida y amplia sonrisa que le quitaba el aliento y que sin poder evitarlo ella le correspondía de la misma manera y antes de que pudiese reaccionar él la recibió con un beso en la mejilla y podía jurar que su corazón en ese momento se saltó más de un latido para luego reanudar su marcha de forma estrepitosa y casi dolorosa.

—¡Buenos días, Alexa! —exclamó con inflexión de entusiasmo—. Te estábamos esperando —dijo y antes de que ella pronunciara palabra alguna, él la guió al interior de la oficina ante la discreta mirada de la asistente que en silencio presenciaba la escena desde su escritorio y luego volvió a sus labores una vez que se cerró la puerta.

El espacio interior era bastante amplio, decorado en estilo minimalista, donde predominaba el color blanco en las paredes, además constaba de un área de estar en el que se observaban unos cómodos sillones en tono gris claro con una mesa de centro. El resto de la oficina tenía estantería empotrada y al final de esta reposaba un escritorio de líneas rectas en forma de L con tope gris y algunos cajones. Tras él se hallaba de pie quien supuso era Katherine Moore y a su espalda un ventanal de piso a techo desde donde se apreciaba una excelente panorámica de la ciudad.

Katherine Moore, era una mujer alta y esbelta, de cabellera azabache que contrastaba con la blancura de su tez, de ojos oscuros y mirada profunda bajo el aleteo de unas largas pestañas curvilíneas. La mujer que ese día ceñía a su cuerpo un vestido sin mangas de cuello redondo con un largo de unos pocos centímetros por debajo de las rodillas en tono esmeralda, no aparentaba más de treinta años de edad.

—Katherine te presento a Alexandra, la chica de la que te hablé —mencionó Thomas a medida que iban avanzando y fue inevitable que el rubor apareciera en las mejillas de la joven al tiempo que sintió una punzada de dolor en alguna parte de su cuerpo ante el tono de confianza que se apreciaba en ambos.

—Buenos días, Alexandra Massari —dijo la chica a la vez que tendió la mano en dirección a la mujer por encima del escritorio que las separaba.

—Katherine Moore. ¡Un placer, señorita Massari! Por favor tome asiento —exclamó en tono serio y profesional estrechando su mano.

—Yo las dejo para que hablen con mayor libertad —la cálida voz de Thomas inundó todo el espacio y los ojos de ambas féminas recayeron en él.

Alexandra con la incertidumbre instalada en su estómago observó cómo Thomas se despidió de forma familiar de la mujer y al darse vuelta le guiñó un ojo que provocó que sus entrañas se apretaran con fuerza y ella le correspondió con una tímida sonrisa.

—¿Puedo ofrecerte algo de tomar? ¿Un café, té, jugo, agua? —inquirió la mujer en la comodidad de su asiento una vez que Tom salió de la oficina.

—¡No, así estoy bien! ¡Gracias! —la mujer asintió y fijó la vista en unos papeles que tenía sobre el escritorio, entre ellos su hoja de vida.

Alexandra quedó en silencio mientras la mujer le daba una ojeada y ella la detallaba mejor estando más cerca. La piel de Katherine se observaba suave y lozana, muy bien cuidada. En su mano derecha llevaba un hermoso brazalete dorado con esmeraldas y unos zarcillos colgantes a juego, mientras que en los dedos de su mano izquierda se apreciaban algunos anillos, uno de ellos de compromiso. Al verlo su estómago se contrajo y en su interior se expandió un frío que la inquietó y se preguntó si ella sería la prometida de Thomas.

Sin embargo, respiró profundo y se reprendió por el rumbo que estaban tomando sus pensamientos, pues ella no era nada de Thomas, tan solo una desconocida que solo ayudaba con un empleo, tal vez por lástima o por simple altruismo.

—Debes ser una persona muy importante para Thomas —dijo de pronto la mujer.

—¿Disculpe? —el desconcierto surcó su rostro.

—Thomas es una persona muy profesional, para él es muy importante la selección del personal que formará parte de la plantilla en la empresa y por ello se abstiene de recomendar a alguien que no esté calificado. Como es tu caso —señaló.

Alexandra tragó en seco, quedó muda, estática ante las palabras de la mujer que la habían tomado por sorpresa y no supo qué responder, pues sintió que no era bienvenida y que su presencia allí para optar a un empleo era impuesta.

¡Hola a todos! ¡Gracias por leer! Y disculpen la tardanza.

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