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Capítulo 7: fiesta.

9 años atrás...

Remy llevaba una gorra en forma de cono de helado en la cabeza que decía "¡Feliz cumpleaños!", y un pitido que andaba sonando desde que su madre se lo regaló.

Había invitado a todos sus compañeros de aula a su cumpleaños, dándole invitaciones a cada uno hace una semana. Las cuales decían que se celebraría el cumpleaños número diez del niño.

Su madre había decorado la casa y adornado el jardín, hizo bocadillos y un pastel de dos niveles, pensando que sería suficiente comida para todos esos niños.

Remy estaba entusiasmado con la idea de gente felicitándole y dándole regalos, se había bañado y se puso su mejor ropa. Estaba realmente feliz.

El chiquillo fue corriendo a su habitación y se sentó en la cama, mirando a su hermano gemelo al otro extremo de la habitación sentando.

—¿Cuánto crees que falte para que llegue el primero? ¿Vendrá la profesora? A ella también le di una invitación, me cae bien —el menor comentó con entusiasmo.

Heyder le restó importancia y solo se encogió de hombros. Él también estaba de cumpleaños y no le importaba.

—Ezequi...

—No me llames así.

—¿Por qué? Todos te llaman así en el colegio, ¿por qué no..?

—Aquí no me llamo así, afuera de casa me llamo Ezequiel, ya te lo he explicado —Heyder rodó los ojos fastidiado.

—No te entiendo, a veces eres raro.

Y era verdad, a veces Remy no entendía como su gemelo podía olvidarse de quién era y hacia que las otras personas lo llamarán Ezequiel.

Tampoco entendía porque siendo "Ezequiel" lo trataba tan mal, y no es que Heyder lo tratará bien, pero había una diferencia. Pero esa era una pregunta que no se atrevía hacer.

—Ya cállate, ¿te aburriste de andar corriendo o te diste cuenta de que nadie vendrá?

—No, sólo me cansé. Y sí vendrán, solo que es muy tempranito —explicó Remy, balanceando sus pies.

Le había preguntado la hora a su madre y está solo lo miró con ternura y le dijo que aún faltaban dos horas para que alguien llegara. Y le explicó que a veces las personas no llegaban temprano a las fiestas. 

—Solo falta que llegue mi papá para que me felicite y vea cuando corten el pastel —expresó con entusiasmo el menor—. De seguro me compro un gran regalo, pero obvio es una sorpresa.

Heyder lo miraba sin decir nada y aquello intranquilizaba a Remy, él cuando estaba a solas con su hermano solía hablarle mucho, pero el otro niño solo lo ignoraba y rara vez respondía.

—Esperemos que sea así, hermanito.

Habían pasado más de las seis de la tarde y se suponía que la fiesta comenzaba a las dos, para cuando eran las tres de la tarde, Rebecca le dijo que tal vez las personas se estarían arreglando.

Cuando Remy le preguntó por cuarta vez qué hora eran, ella le dijo que las cuatro y no supo que responderle cuando le preguntó por qué nadie había llegado. Se le rompió el corazón cuando vio la cara se desilusión de su hijo.

—Lo sospeché pero no te dije nada, sapito —dijo Heyder con una sonrisa.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Remy, mientras se limpiaba las lágrimas.

Heyder se acercó a él.

—Que nadie vendría.

—¿P-por qué?

Heyder lo miró como si aquella pregunta no necesitara respuesta.

—Porque nadie querría ir a la fiesta de un chismoso —acotó neutral, y Remy pudo ver en sus ojos que aquel niño que decía eso no era Heyder, era el mismísimo Ezequiel—. Además, haberles quitado las invitaciones a esos estúpidos fue muy fácil. Todos son tan débiles.

—¡Te odio, te odio! ¿Por qué eres así conmigo? —Remy intentaba aguantar las ganas de gritar, solo porque el nudo en su garganta se lo impedía.

—Porque eres como los demás niños; débil.

Ezequiel dijo aquello y se fue directo a su habitación.

Remy no tuvo la fiesta que quería, tampoco comió la torta que su mamá le preparó. Y tampoco se preparó para ver llegar a su padre en la noche borracho.

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