Sábado, 28 de marzo.

Una hora después...

Rebecca abrió la puerta de la entrada principal de la casa con dificultad, llevaba las bolsas del mercado en sus manos y casi no podía moverlas.

—¡Frey! —Rebecca llamó a su esposo—. Frey, ayúdame.

Rebecca soltó las bolsas en el suelo mientras se masajeaba las manos.

—Bueno, Frey, ¿dónde estás?

—Ya voy —Frey respondió desde la cocina y Rebecca se encaminó hacia allá.

Rebecca entró a la cocina y vio a su esposo debajo del fregadero con una llave de presión, mientras que todo el piso de la casa estaba inundado de agua.

—¿Qué pasó aquí? —preguntó mientras miraba como el agua descendía desde el lavaplatos hasta el suelo.

—Se reventó el tubo de agua, al parecer estaba oxidado —explicó Frey mientras reparaba la tubería. La maldita remodelación no sirvió para nada.

—Si quieres llamo a un fontanero —propuso Rebecca.

—No, ya casi termino —puntualizó Frey.

—Bien, como quieras —dijo mientras se sacaba las zapatillas—. ¿Remy está arriba?

—Mmm, no, Remy salió —Frey le dijo a la mujer.

—¿Salió? ¿A dónde? —Rebecca cuestionó mientras lanzaba la zapatilla al suelo—. ¿Y le diste permiso?

—A casa de una tal Cary, y te recuerdo que él ya es mayor de edad, no necesita mi permiso para salir —expresó Frey.

—Podrá ser mayor de edad, pero sigue viviendo bajo nuestro techo, y aquí se cumplen ciertas reglas —reclamó la mujer.

—Ay, por favor, Rebecca —Frey carcajeo—. No me jodas, ¿reglas? Él siempre pudo hacer lo que quisiera y no habían reglas para él ni para Heyder.

—A veces dudo realmente si eres su padre, pero recuerdo que las pruebas de ADN muestran el noventa y nueve por ciento de paternidad —Rebecca se quejó mientras se masajeaba—. Sabes que me volví sobreprotectora con el desde hace un tiempo, y él sigue siendo un niño.

—Ya déjalo crecer de una vez, mujer, no tendrá diecinueve toda la vida. Además, puede que la chica esa no sea solo su amiga.

—¿Por qué lo dices?

—Porque me dijo que regresaría el lunes —anoto Frey saliendo de debajo del fregadero y restregándose las manos.

—Pero, ¿qué? ¿El lunes? —la mujer frunció las cejas—. ¿Y él te dijo todo esto?

—Por supuesto, soy su padre, él es mi hijo, así funciona, ¿no? Él me cuenta sus problemas y yo lo apoyo, ¿no es eso lo que querías? —intuyó Frey mientras dejaba las herramientas en la mesa,  Rebecca solamente lo miraba incrédula.

—Pues sí. Sí, tienes razón —afirmó Rebecca—. ¿Y esto se debe a...?

—Nunca es tarde para ser un buen padre, y menos para amar a un hijo.

Rebecca asintió confundida mientras Frey sonreía y besaba su frente, salió de la cocina mientras ella se quedó sentada allí procesando las palabras de su marido.

Mientras que Remy seguía inconsciente en el sótano, amarrado a un colchón en el suelo. Aún sentía las marcas de su padre amándolo en su cuerpo.