Había comenzado una nueva semana.
Sus día se hacían largos y tediosos desde hacía meses atrás, ya no había diversión, ni rastros de ella.
Podría salir de su habitación siempre y cuando alguien estuviera con él, o como mínimo, en la misma casa.
Estaba encerrado en una jaula de oro.

Sus cuatro sentidos se habían agudizado en gran cantidad desde la pérdida del quinto. Ya no era tan complicado "sobrevivir", ¿O si lo era?.
Poder sentir olores ajenos en el cuerpo de tu presunta pareja, no lo hacía más fácil. No tener tus entretenciones diarias, no lo hacían más fácil. Y finalmente, querer morir y que no te permitan descansar en paz, no lo hacía más facil.
Estaba encerrado en una jaula de oro.

El amor no es sinónimo de cariño, pues el podría amarlo, a la vez que lo odiaba, eso no afectaba. Lo odiaba por tenerlo atado a esos sentimientos y no poder sufrir en silencio sin afectar a otros.
Queria verla, quería sentirla, quería poder ser uno con ella.
"Libertad".

Finalmente estaba decidido, lo haría, y ya no habrían más problemas.
"seguro encontraremos arreglo..." Se había dicho a sí mismo meses atrás, en un intento de escapar de todos sus pecados, más sin embargo, ésto era imposible, pues su vida estaba condenada desde el primer suspiro, ya que, si bien Nikolai creía en Dios, Él no creía en Nikolai.

—Te amo tanto como podría amar a mi propia madre.
Dijo en un aliento estremecedor
— Pero a diferencia tuya, mi madre yace en una tumba bajo tierra.

Si el mundo no estaba dispuesto a hacer algo por su alma sucia de sangre ajena, entonces él ya no pertenecía al mismo.

¿Era cierto lo que su mente decía y su cuerpo exigía? ¿Era cierto aquel delirio de un Dios descuidado? ¿Acaso habían olvidado su regalo?
Bajo el primer colchón, y arriba del otro, estaba ella, su cortaplumas de hierro. Su querida "Maria" a quien había nombrado haciendo honor a su difunta madre.

¡Oh qué milagro más escurridizo!

Empuñó con despecho pero una ganas increíbles aquel arma, y la sostuvo. La sostuvo apuntando directamente a su síntoma: su corazón.
Con movimientos que podrías llamar inhumanos, la cuchilla había desaparecido en un truco de magia espléndido, siendo su pecho el receptor principal.

Sin gritos y con dolor ya aniquilado, así quedó, tieso cual estatua, mirando a la nada misma, sin buscar explicaciones, ni soluciones, pues él, ya había fallecido desde el principio.

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Pero mi tiempo se está acabando, ¡y debo irme! Espero no te moleste.
Entonces, te dejo un beso, y me voy.

Señop sé despide.