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Margen de error | GenDice

Género: ¿M? (hay contenido sexual pero no tengo idea si esto alcanza lo explícito o no, digo que no, pero idk, mis estándares podrían no ser los mismos del resto 😂).

Tema: Striptease.

Notas: POR FIN ESCRIBÍ GENDICE HFSJDAKLFJGDFSKL (quienes no sepan, les informo que mi intensidad con querer escribir de ellos lleva MESES andando y es tan fuerte que hasta ahora tenemos un chiste para eso, qué les puedo decir). Estos dos podrán ser mi OTP secundaria del fandom, pero los amo prácticamente con el mismo nivel que a la primera 😂 Eeeeen fin, ahora sí yendo en serio, esto es para celebrar el cumpleaños de Dice :'D Habría querido algo más, eh, serio(? para iniciarme con este par, pero casi todas mis ideas con ellos son de este estilo, con su toque divertido, así que no me quedó de otra, je. La canción en la multimedia es la que usé para que me fuera posible escribir esto sin perderme (en serio, la tuve que oír en loop por horas hasta que me salió), mas no significa que tengan que apegarse a ella si les da sueñito y no las sexy vibes que a mí(?

Los días de lluvia serena son buenos para su inspiración. Hay algo en el constante repiqueteo de las gotas cayendo a distintas superficies —el suelo, las hojas de los árboles alrededor, el techo de su casa— que le permite adentrarse en su mente más de lo usual y hace que las palabras fluyan como el agua que se desliza por las ventanas. Si el tiempo se mantiene así por el rato suficiente, el ambiente cobra una temperatura agradable que lo ayuda aún más a no desconcentrarse por buscar abrigo o refrescamiento. La única distracción fuera de lo fisiológico es, quizás, tener que encender la luz si oscurece demasiado mientras las ideas son plasmadas en papel.

Las lluvias tranquilas —no las tormentas, tampoco aquellas con ráfagas de viento violentas ni truenos ensordecedores, esas le perturban el pensamiento— ayudan a que Gentaro escriba con todas sus musas en orden, presentes; sin embargo, no es algo que pueda aplicar cada vez que sucede desde hace unos meses. Incluso desde antes de que su relación ascendiera de nivel, las nubes grises no solo pronostican precipitaciones, sino que también aumentan las probabilidades de que Dice lo visite para refugiarse de estas. Lo que haga una vez dentro depende de qué tan cerca esté de una fecha de entrega o de qué tan dispuesto esté de dejar su historia para luego, considerando el riesgo a que las ideas no logren restablecerse luego de dispersarse por interrupción.

Hoy es una de esas veces en las que ha escrito lo suficiente durante el día, así que, ahora que la noche de apuestas de su novio se ha visto accidentada por su usual falta de dinero y por la lluvia de la que casi no se salva —se ha mojado, mas no tanto como para requerir un cambio de ropa instantáneo—, no le preocupa descansar para compartir con él. Además, su creatividad no se limita a sus novelas; esta es una oportunidad perfecta para poner a prueba una idea que desea ejecutar.

Es sencillo hacerle regalos casuales a Dice. Cuando tiene ganas de hacerle brillar los ojos y la sonrisa a la vez, hay dos opciones infalibles: comida o billetes. Aunque lo primero sea más provechoso —casi siempre termina perdiendo lo segundo antes de siquiera pensar en qué gastarlo si la suerte se lo multiplica—, nada se compara a la emoción que expresa con todo el cuerpo cuando le entrega efectivo en las manos. Lo guarda para momentos donde lo tome por sorpresa para una mejor reacción. Según la ocasión, se va directo al vicio o lo mete en sus bolsillos para después.

Quizás se le ha contagiado un poco el hábito de jugar con la suerte, porque el experimento que está por iniciar ahora podría arrojar una amplia gama de resultados y no está muy seguro de cuál sea el más probable. Solo espera que se incline hacia lo favorable. Debería hacerlo. Por eso, detiene los besos apenas comienzan a calentarse.

—Dice —susurra al apartarlo con una mano en el pecho—, quiero que te desvistas frente a mí.

—¿Quieres un striptease? —Es veloz en traducir su pedido en una sola palabra.

—Sí, justo eso —asiente. Sonríe y entrecierra ligeramente los ojos—. ¿Lo harías por mí?

—Seguro. —Tampoco aguarda mucho para levantarse del sofá donde empezaron la sesión—. Uh, ¿no se supone que deberías estar en una silla?

—No necesariamente, ¿por qué?

—Bueno, quiero darte un buen espectáculo, ya sabes, con baile y la regla de no tocar.

Gentaro se lleva una mano a la boca.

—Dice, no sabía que habías tenido esa clase de trabajo.

—¡Porque no lo he tenido! —El ceño fruncido es inmediato.

—Era mentira, claro. —Revela la sonrisa juguetona que apenas contiene una corta risilla. Dice suelta un pequeño sonido como reclamo, nada más—. Entonces, si quieres incluir el baile, ¿eso implica que necesitas música?

—Sí, ¿tienes algo que sirva?

—Hm, me temo que no.

—Da igual, ya tengo una canción en mente. Espera.

Primero se va a traer una silla y luego busca la música en su teléfono. No se queja. De hecho, que a Dice le entusiasme volver la escena tan realista como sea posible sienta de maravilla con su plan.

—¿Listo? —pregunta cuando supone que ya tiene todo preparado.

—Tú eres el que está en medio de algo, yo solo te espero.

—Un bastaba. —Le da una palmada suave en el hombro; la sonrisa que acompaña al tono un tanto divertido termina de delatar que su molestia no va en serio—. A partir de ahora, no puedes tocarme hasta nuevo aviso. Yo sí a ti, tú no a mí, ¿entendido?

—Injusto, pero entendido.

—Bien, aquí vamos. —Deja el celular sobre el sofá ahora desocupado, coloca una canción y regresa frente a él con rapidez.

Por suerte, su elección no le mata el ambiente. Es un poco lenta para lo que esperaba de él, pero debe funcionar. Descansa las manos sobre su regazo a sabiendas de que le ha prohibido usarlas por unos minutos. Dice empieza con lentas ondulaciones de lado a lado con todo el cuerpo, probablemente para aclimatarse al ritmo. Parece hacerlo justo antes de que la letra arranque, porque lo juguetonas que son la mirada y la sonrisa que le dirige en ese instante no pueden significar otra cosa.

Sin cambiar de expresión ni romper el contacto visual, hace movimientos circulares que van desde los hombros hasta las caderas. Será mejor que no lo mire todo el rato, porque, con lo que le encanta esa cara en él, le costará enfocarse en los sitios que visiten sus manos, que son las verdaderas protagonistas del acto. Lo bueno es que Dice cierra los ojos por los segundos suficientes para que Gentaro reúna la fuerza de voluntad requerida para seguir la trayectoria de los dedos que se pasean por su torso y piernas al compás de la música.

Nada cambia hasta el primer coro. Ha decidido descartar su cinturón primero. No lo retira del todo —duda que sea posible sin quitar el par de suspensores que usa de accesorio, por alguna razón—, solo lo afloja hasta que cada extremo queda suelto. Al instante, amaga a desabotonar su pantalón, pero hace una pequeña seña de negación con el índice justo antes de deslizar ambas manos por debajo de su camiseta; la manera en que se levanta conforme escalan cada vez más alto le origina una indecisión entre tratar de imaginar cómo se vería sin la tela de por medio u observar la porción de su abdomen que ahora está al aire libre. Acaba alternando ambas.

Una de sus manos llega a asomarse por el escote de la camiseta; no se detiene hasta posarse contra la línea de su mandíbula, momento en el que vuelven a hacer contacto visual. Siente un ligero escalofrío cuando introduce el dedo meñique a su boca, frenándolo entre sus dientes por solo un par de segundos. De pronto, deja caer ambos brazos y se apresura en bajar el cierre de sus pantalones, de modo que coincida con alguna percusión que no identifica con exactitud en la canción. ¿De verdad será lo primero de lo que se deshaga? No estaría mal, sobre todo si se pone de espalda y aun así es capaz de ver sus piernas hasta la altura que el abrigo le permita.

Oh, ahora entiende por qué le llaman tentar con desnudarse a esto. Resulta que lo ha engañado —ja, es justo, piensa al estirar los labios para contener una risilla en su propia contra—, porque sí le da la espalda, pero sus desgastados pantalones continúan ahí, cubriéndolo. En cambio, guiándose de la percusión una vez más, empuja la parte superior de su abrigo y echa los hombros hacia atrás para facilitar su caída. No es una acción del todo limpia, pues debe ayudar a la prenda a irse por completo, mas logra tirarla a un lado cuando inicia la segunda estrofa.

Sin esperar demasiado, recoge las mangas largas de su camiseta hasta los codos mientras le encarga a sus caderas la sensualidad de esos momentos. Luego, todavía de espalda, retrocede hasta posicionarse a escasos centímetros de él, a su alcance —si tan solo tuviera permiso de tocarlo, eso es—. Es una vista agradable, sobre todo cuando inclina medio cuerpo hacia delante y voltea para mirarlo por sobre el hombro. No es como que le preste demasiada atención a su sonrisilla, de todos modos, con las ganas que reprime de sorprenderlo con una nalgada o de apretarle el trasero.

La provocación dura hasta el regreso del coro, momento en el que se aleja, da media vuelta, juguetea un poco con las manos en el área de la entrepierna y por fin desabotona los pantalones, mas no los baja. En su lugar, toma los bordes de la camiseta para subirla en ondas rítmicas, lo que revela su torso de a poco. Gentaro se muerde el labio inferior al admirar la piel torneada, deseando que su jean cediera a la falta de soporte para que ya casi todo su cuerpo estuviera en exhibición.

Baila por unos segundos con el rostro oculto tras la oscura tela de la prenda a punto de ser descartada. A ambos se les escapa una risilla cuando Dice libera su cabeza de golpe al mismo tiempo que suena otra percusión, la misma que siguió anteriormente. Procede a desnudar sus brazos, pero, antes de terminar, vuelve a acercarse, lo suficiente para agacharse y estar a nada de sentarse sobre su regazo. Es demasiado tentador, sobre todo cuando remata al rodear su cuello con los brazos que aún están atrapados con la camiseta.

El calor asciende de prisa. Está tan cerca que podría besarlo. Si él mismo se moviera, chocarían, así que solo es capaz de levantar la cabeza. Sus intenciones eran mirarlo a los ojos, pero Dice lo ha interpretado como una invitación para susurrarle la canción al oído, lo que deriva en que le hale el lóbulo de la oreja con los dientes y descienda con besos húmedos por su cuello. Gasta casi todo su autocontrol en no llevar las manos a su cabello, hombros, pecho o espalda; tampoco entiende cómo no se agota cuando mece las caderas de modo que sus intimidades se rocen solo una vez justo antes de erguirse. Siente cierto empuje en su nuca en ese instante; al ver que ya no hay camiseta en el camino luego de que su novio se aparte, supone que ha aprovechado la posición anterior para deshacerse de ella con solo mover los brazos hacia atrás.

En lo que debe ser la última repetición del coro, juega un poco con los pulgares ocultos tras la pretina de sus pantalones antes de bajarlos en un único movimiento al ritmo de la voz. Los patea a un costado una vez libre de ellos. En lo que resta de la canción, es más lo que tienta al entretenerse con el elástico de su ropa interior que lo que realmente se desnuda; solo se voltea y le muestra los glúteos por muy poco tiempo antes de devolver el bóxer a su sitio.

Para el instrumental final, Dice se ha vuelto a sentar sobre su regazo.

—Ya puedes tocarme —murmura, sonriente.

Gentaro no aguarda ni un segundo en enredar los dedos en su cabello y halarlo hacia abajo para besarlo. Es curioso que la siguiente canción sea más enérgica, más similar a lo que habría esperado de él, porque el desenfreno en la unión de sus labios va acorde con ella.

Es perfecto que solo haya quedado en ropa interior, hace que este sea el momento ideal para poner su experimento en marcha. Una de sus manos permanece en su cabeza mientras la derecha se va a buscar los billetes que ha guardado en sus bolsillos sin que Dice se diera cuenta antes de empezar todo esto. Una vez afuera, desliza la zurda por su espalda hasta llegar al elástico. Sin permitir que se rompa el beso, lo estira lo suficiente para introducir el dinero hasta la mitad para que la liga lo sostenga en su lugar luego de soltarla.

—¿Hm? —No le importa tanto que se haya separado ahora; esperaba que se percatara de inmediato de que había hecho algo raro.

Gentaro lo observa, listo para deleitarse con la manera en la que de seguro se transformará su rostro en cuanto note lo que le ha dejado en la cadera, justo como si de verdad estuvieran en un club de desnudistas. Dice dirige ambas manos al costado donde están los billetes sin apartarle la mirada, de hecho, le dedica una ceja arqueada mientras los extrae. Él solo le sonríe sin separar los labios. Detalla el momento exacto en el que parece reconocer la textura en sus dedos y se apura en ver lo que está agarrando. Queda boquiabierto ipso facto, también se pone de pie.

—¡Gentaro, no tenías que esperar tanto para darme dinero para que pueda apostar!

¡¿Ah?! —Es su turno de quedar boquiabierto, mas no por la misma emoción.

—¿Qué? —Casi puede ver los engranajes tratando de funcionar correctamente en su cabeza—. Ah... mierda —susurra.

—Ah, has matado a mi erección —suspira con dramatismo agregado.

—¿Eh? ¡No! —Desciende la mirada y señala entre sus piernas—. ¡No, aún la veo, ahí está!

—Eso es porque quedó en shock por tus preferencias, pero no tardará mucho en reaccionar. —Lleva una mano a una de sus mejillas mientras sacude la cabeza con lentitud. Es una mentira; que se le esfumara la excitación es lo que habría querido ahora mismo, pero no entiende cómo es que aún está deseoso.

—¡No! ¡Eh, está lloviendo, no podía irme, de todas maneras! ¡Solo me tomaste por sorpresa! —Lo agarra por los hombros, volviéndose a sentar—. De hecho, creo que ahora me prendí más. —Mueve las caderas en busca de fricción; suelta un pequeño gemido.

—Entonces, ¿no te irás si te doy más? —pregunta con cautela a la vez que saca más efectivo de sus bolsillos.

Está consciente de que tal vez debió castigarlo, pero no se arrepiente de haberlo dejado pasar cuando Dice respira profundo, sus pupilas dilatadas, y el hambre con la que marca la base de su cuello es tan desinhibida como la música de la que parecen haberse olvidado.

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