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Indecente | GenDice

Género: E (contenido sexual explícito).

Tema: Sexo en público + Rimming (Kinktober 2021, Días 1 y 16).

Resumen: Queriendo hacerle un llamado de atención a Dice por lo vulgar que puede llegar a ser con sus gestos durante las batallas de rap, Gentaro acaba cayendo también en cierta indecencia por pura curiosidad.

Notas: ¿Saben ese capítulo del manga en el que Dice hace ese gesto mientras rapean contra la de Chuuoku? Estuve desde que vi ese panel con las ganas de escribir esto JFDHGKDLFHG.

Los modales de Dice no siempre son destacables. Con todo el tiempo que pasan juntos, Gentaro ya está acostumbrado a lo que puede llegar a hacer, mas eso no evita que le llame la atención en ocasiones.

—Soy consciente de que el respeto es sencillo de olvidar en plena batalla, pero... ¿ese gesto no fue muy vulgar contra una mujer?

Dice se detiene un paso por delante y gira para quedar frente a frente. Después de días de investigación que acabaron en un enfrentamiento contra una integrante de Chuuoku, están dando un paseo por el parque como descanso.

—¿Qué importa si es hombre o mujer en la batalla? ¡Enemigo es enemigo!

—Cielos... —Sacude la cabeza lentamente, una mano en su frente—. Esas insinuaciones no son los modales que la princesa buscaría en su caballero —dice con una voz más femenina—. Es una suerte que eso no importe en esta era.

—¿Oh? —El aparente interés en su tono hace que Gentaro lo mire bien. No luce como es habitual al bromear, no si se acerca más a él. Le da curiosidad y, si es demasiado sincero, un poco de nervios—. Gentaro, ¿acaso quieres que te lo haga?

Así, a una distancia que debe ser la mínima para poderlo apreciar, Dice saca la lengua entre sus dedos índice y medio una vez más. Enrojece como con cada juego que logra devolverle, sobre todo al sentir su otra mano en la cintura.

—Dice, estamos en público.

—Un parque solitario de noche no va a detenerme. —Comienza a besar su mandíbula.

—Viniendo de alguien que apuesta su ropa, no me sorprende, pero ¿qué hay de mí? —En lugar de apartarse, mueve la cabeza para darle acceso fácil a su cuello. Casi jadea cuando la mirada de Dice se fija en él así de cerca. Aun en la oscuridad, distingue el hambre allí presente.

—¿Qué tal si no te desnudo?

—¿Ah? —Frunce el ceño—. No quiero ensuciar mis pantalones.

—No lo harás. —En unos segundos, le muestra un condón que ha sacado de un bolsillo de sus pantalones.

—¿Llevas eso y no dinero? Increíble.

La seguridad primero, dicen.

«No de ese tipo», pero prefiere solo dirigirle una mirada un tanto entretenida.

—¿Aceptas?

Gentaro lo mira por unos instantes. No sería la primera vez que sus manos tocarían más allá de lo socialmente correcto fuera de casa, pero sí la primera al aire libre. Sus descargas fugaces siempre han sido a escondidas, como en cubículos o su auto. Un parque a plena luz de la luna y de unas cuantas farolas es una idea que, por sí sola, le da escalofríos, aun así...

—Solo porque no sé cómo vas a hacer. —Toma su mano y marcha en línea recta lejos del camino principal.

—Ese es un permiso raro. —Ríe.

La curiosidad mató al gato, dicen.

El mejor escondite, por llamarlo de alguna manera, es un grupo de arbustos a varios metros del rumbo que suelen seguir los visitantes. Es un alivio comprobar que tienen la altura suficiente para esconder una buena parte de sus cuerpos cuando finalmente llegan a ellos. A esta hora y así de apartados, solo un animal podría descubrirlos, tal vez. Quiere creer que otra persona no se atrevería a acercarse como para entender lo que hacen ahí.

Dice lo besa en cuanto se detienen. Debe sostenerlo por los hombros para tratar de apaciguar su intensidad, ya que es una casi igual a la que lo empujaría hasta que su espalda chocase con una pared y hoy no hay algo tan estable tras él. Le es evidente que es de esas veces en que la adrenalina al rapear no alcanzó para saciarlo, así que ahora prueba con un experimento aún más arriesgado; aunque también es posible que simplemente su libido esté por las nubes, lo que explicaría su comportamiento previo. No es como si pudiera juzgarlo si le ha concedido el permiso, si será cómplice de una potencial indecencia pública.

Su lengua pasa tanto tiempo en su boca que Gentaro se pregunta si es que se le ha olvidado dónde están. Al medir lo mismo, sabe que ambos son visibles desde media espalda, y eso si solo toma en cuenta el camino principal. No se sentiría medianamente a salvo hasta que alguno de los dos se agachara, como mínimo, pero no quiere apresurar a Dice, no con palabras que de seguro usaría en su contra. Se le ocurre que un contacto corporal mayor podría recordarle que no solo van a besarse, así que desciende sus manos hasta la cintura para abrazarlo más a él.

—Hm —sale con un toque cantarín—, ¿ansioso por descubrir mi truco?

—Más bien diría que tú eres el impaciente por revelar tu truco.

—Debo admitir que no es muy mentira. —Sonríe, atrapado como lo ha sido. Esa sinceridad siempre le provoca un revoltijo cómodo en las entrañas. A falta de una mejor descripción, Gentaro se excusa en que es de esas cosas del amor que solo la experiencia es capaz de brindarles la comprensión que se merecen.

—Estoy listo, entonces.

—Me agacharé. Tú quédate tal como estás.

—Me decepcionaré si solo es una felación —dice a modo de juego, aunque tiene un buen porcentaje de verdad—. Eso implicaría quitarme a medias algo de ropa.

—Nah, sería trampa —niega, atrás de él—. Dije que no te desnudaría y no lo haré.

Pensaba mirar a Dice para no ser tan consciente de que están en un parque —si ignoraba la grama a sus pies—, pero es un poco incómodo para su cuello y quizás llamaría demasiado la atención si permaneciera cabizbajo; por lo que levanta la mirada a sus alrededores. Alguien tendrá que estar pendiente de no ser vistos. Además, así le sorprenderá —estimulará— más lo que sea que haga su novio.

La primera sensación que cambia es la infiltración de aire frío en su pierna derecha, seguida del calor del aliento y, justo después, la lengua de Dice. La sorpresa y el choque de temperaturas lo estremecen momentáneamente. Lo siente subir. Una mordida unos centímetros por debajo de la rodilla, un tramo húmedo hasta el muslo, más lo que supone que se convertirá en varias marcas que verá al regresar a casa —si esto sale bien, serían un recordatorio capaz de provocarlo a tantearse con los dedos—.

Su otra pierna no queda desatendida. La zurda de Dice se ha adentrado por debajo de la prenda y escala con una rapidez mayor que su boca, pues ya cuela los dedos por la ropa interior. Masajea, así que no le presta tanta atención como a todo lo que hace en la derecha, pero justo eso lo obliga a callar un gemido contra el puño cuando el menor envuelve su miembro recién despierto con la mano.

—No hay nadie cerca, puedes hacer el ruido que quieras.

—No sé a qué distancia se oiga.

—¿Piensas gritar?

Es una suerte que esté —literalmente— metido en sus pantalones, porque esa simple pregunta lo hace sonrojar fuerte.

—No si no me das motivos para hacerlo —responde, de todos modos, aun con una breve demora.

—¿Es un reto? —Percibe su sonrisa contra la piel y en su tono de voz.

—Si quieres. —Es mentira, pero no piensa revelar esa parte si ha mordido el cebo de la mitad que sí es cierta. Desea que le dé motivos para gritar, aun si los reprimiría.

Sigue sin mirarlo, pero supone que estuvo sosteniendo la bota del hakama con una mano del lado donde metió la cabeza, así que justo ahora es que la deja libre para también tocarlo con ella. En lo que su respiración empieza a acelerar, Gentaro se da cuenta de que ya está erecto y de que le gustaría tener de dónde agarrarse para no depender de solo pisar con fuerza con piernas que ni siquiera ha notado cuándo se han ido abriendo.

—¿Puedes ver?

De seguro no guarda relación con que vigile si continúan a solas, sin embargo, con eso se percata de que no está tan concentrado en ese detalle como debería.

—¿Qué tendría que estar viendo?

—Aquí. —Aprieta un poco en su entrepierna.

Ah. —Intenta no cerrar los ojos por más de dos segundos; se supone que debe permanecer atento y ahora parece pedirle que mire abajo, así que eso hace. El bulto es evidente. Imaginar cómo luciría sin la tela encima lo lleva a suspirar—. Te veo.

—No voltees hasta que te diga, ¿de acuerdo?

—Solo si no escucho nada alarmante.

—Que no te alarme esto, entonces.

—¿Ah?

Y lo primero que oye es un envoltorio siendo roto. Coincide con un movimiento en direcciones opuestas de ambas manos, o al menos eso es lo que le parece. Ah, es el preservativo de antes. Es extraño observar sin realmente ver nada. Su mente se entretiene descifrando lo que sucede mientras su piel le demuestra qué son esas confusas pistas con todas las sensaciones que capta. Por sentirse cubierto luego de que algo se deslizara hasta la base, obtiene la respuesta de cómo no se ensuciará los pantalones. Por la presión alrededor —además de seguir vestido—, comprueba que ni siquiera trató de quitar la ropa interior del camino.

—Listo —avisa junto a un beso al muslo—. Ahora solo debes preocuparte por si alguien pasa por ahí.

—Como si fuera poco.

—Porque no pasará nadie.

—¿Tu instinto te lo dice?

—Y mis dados de seguro también lo dirían.

—No hace falta que los lances, sería anticlimático.

—¿O no quieres que salga de aquí? —Ahora sí que le baja los interiores hasta donde puede, aunque solo por detrás.

Odia que le gane sin esfuerzo si hablan sucio.

—Solo no pierdas tiempo. —Se arrepiente en cuanto lo dice por lo desesperado que suena. De nuevo, es maravilloso que no pueda ver su rostro avergonzado desde donde está.

—Lo que pidas. —Uf, algo de piedad...

¡Ah! —... que no dura nada. De verdad no desperdicia ni un segundo al abrirse el paso para lamer por encima de su entrada.

Ni siquiera debió haberlo tomado tan desprevenido. Si no sería una felación y todo lo que requiriera desvestirse está descartado, solo restaba que le introdujera los dedos o que su lengua hiciera todo el trabajo. Sabe que es bastante holgado, pero apenas puede creer que su hakama sea lo suficientemente espacioso como para meter la cabeza hasta ahí, casi tan accesible como si de una falda se tratase. Con todas las capas que lo cubren, ¿quién habría dicho que sería tan fácil llegar a lo más profundo?

—Dice... —Ocupa las manos en taparse la boca, aunque ahora sí que le encantaría sostenerse de algo con una de ellas; se niega a acabar en cuatro sobre el corto pasto.

Su experiencia data de los pocos meses que van de su relación con Dice, pero siempre ha sido especialmente sensible a su lengua en esa zona. Aunque nunca ha insistido hasta el orgasmo allí, sería una mentira descarada —incluso de su parte— negar que es muy posible que logre enviarlo al clímax con nada más que eso. Si es lo que está probando hoy... ah, estará en problemas.

Sin quererlo, es imposible quedarse quieto. Sus rodillas flaquean, sus pies deciden ponerse de puntillas sin su permiso y hasta se inclina más hacia su cara de a ratos. Dice le da descansos cuando se agita demasiado, desviándose a mordisquear sus glúteos, pero son demasiado pequeños como para darle un verdadero respiro. Apenas le alcanza el tiempo para recomponerse, recordar que debe guardar cuanto silencio pueda e impedir que el placer le nuble los ojos si es que siquiera siguen abiertos.

—Me gusta oírte jadear —dice en medio de una de sus pausas. Tiene que ser una trampa, porque el toque más ronco de lo habitual en su voz es bastante injusto—, pero es extraño que tus piernas me estén diciendo más cosas que tú mismo.

Repite: injusto.

—Nada miente ahora. —Ni siquiera puede pensar en una mejor respuesta. Tampoco es que desee hablar demasiado.

—Tendré que hacerlo mejor para que no calles nada.

—No, vas bie-... ¡Ngh! —Vuelve a silenciarse con las manos ante la repentina intromisión de la punta de un dedo. Da movimientos circulares durante unos instantes antes de salir y cederle el lugar a su lengua. Teme verse obligado a despejar la boca para respirar a la velocidad que su cuerpo le exige.

—Estás mejorando también. —Ya no sabe si es mejor que descanse unos segundos o no. De hecho, ¿siquiera es una pausa si su dedo entra de nuevo, más profundo ahora?

—No hables —masculla.

—¿Eh? ¿Quieres acabar tan rápido?

—N-No es eso... —Lo es, tampoco lo es. No puede explicar tal como está, tampoco lo haría si pudiera.

—Necesito parar de a ratos, es muy caliente aquí adentro.

Ah... —Esa elección de palabras parece ser una coincidencia, pero funciona como si viniera cargada con segundas intenciones. El efecto se intensifica cuando la lengua anuncia su regreso deslizándose por debajo en lo que el dedo le hace espacio.

Tal vez no esté aún a las puertas del orgasmo, mas sí que distingue el camino que lo llevaría allí —a costa de su capacidad de cerciorarse de que están solos—. Ha determinado que, en realidad, no existe ninguna pausa para él, no si el único cambio es qué lo estimula en cada lugar entre intervalos. Su respiración acelera, su voz también es más rápida que su freno. Duda poder controlar el ponerse de puntillas y volver a pisar con todo el pie en tan solo instantes, aunque todo ese movimiento no parece ser un inconveniente para Dice.

Ha llegado a un punto donde solo recuerda que están al aire libre cada vez que la brisa le alborota el cabello o le enfría las pantorrillas, entonces se obliga a abrir los ojos —que ni siquiera se percata de cuándo se cierran con tanta fuerza— para echar un veloz vistazo a sus alrededores antes de que se distorsionen por la intensidad de todo, que de alguna manera se incrementa en esos segundos de incertidumbre. Si eso es resultado del riesgo de ser descubiertos, le echará la culpa a Dice por contagiarle su necesidad de adrenalina para su disfrute y tendrá que cuidar de qué otras imprudencias se ha vuelto capaz.

Puede contar con solo una mano las veces que le ha tocado a él usar un preservativo, por lo que le es extraño sentir su humedad previa al clímax de esa forma... y ahora piensa en si hará falta avisarle a Dice cuándo retirarlo.

—Estoy cerca.

—Lo sé.

—Hm... —¿Conoce su cuerpo tan bien que ya identifica cuándo está por correrse?

—Me gustaría estar viendo tu rostro ahora mismo.

—Y a mí, sostenerte. —El sentimiento de que algo falta es mutuo, así que le da el gusto esta vez.

—¿Aceptarías repetir esto otro día para vernos y abrazarnos?

Jala aire. Imágenes de ellos con la ropa desarreglada detrás de alguna cartelera o contra algún árbol más ancho que sus hombros corren deprisa por su mente.

—Probablemente.

No hay de otra, lo ha corrompido.

Sus fantasías de futuros escenarios son interrumpidas por la lengua que, en círculos, lo trae de vuelta al presente. Presiona un puño contra su boca entreabierta en un casi vano intento por acallarse; es imposible permanecer en silencio durante el último empujón para cruzar su aguante. Dice su nombre tan alto como le es cómodo aquí y es premiado con algunos sonidos ininteligibles de su parte, pero que transmiten la satisfacción que pretenden.

Dice se mantiene dentro de sus pantalones por un tiempo más, aunque ahora solo besa y acaricia sin mucho orden la piel que encuentre. Cuando Gentaro está por advertirle que ya debería salir de ahí, sus manos se van hacia el frente para retirar el condón con cuidado. En breve, por fin regresa a su campo de visión parado justo frente a él mientras lo anuda.

—¿Hay un basurero cerca? —pregunta, de una vez tratando de dar con uno—. Es vergonzoso verlo en pleno parque.

—Sé dónde está el más cercano. —Ríe por lo bajo. Su cabello es un desastre, así que no resiste las ganas de peinarlo con los dedos. Lo toma por sorpresa, es lo que le comunican sus ojos que pronto lucen enternecidos. Allí, también nota que está rojo, lo que vuelve inevitable descender su mirada hasta... Oh—. Iba a hablar de eso.

—Adelante. —Agradece que aún no le haya atenuado el rubor del acto, porque ser atrapado echando ese vistazo definitivamente lo habría hecho cobrar color. Así como está, no será tan notorio.

—Verás... este era el último que tenía. —Levanta el preservativo. Gentaro le da un manotazo para que lo esconda de nuevo—. A menos que prefieras solucionarlo acá mismo tragando, tendremos que ir a tu casa...

—¿Quién dijo que quiero solucionarlo? —Apenas inclina la cabeza hacia la derecha.

—¡¿Vas a dejarme solo así?!

—Solo bromeo —lo agarra del brazo para caminar—, aunque no es mentira que tendrás que lidiar con eso en el camino.

Dice lo mira callado por unos segundos, supone que es lo que le toma comprender lo que quiso decir, entonces...

—¿Quieres que lo haga de nuevo? —... le toca volver a bajarle la mano de golpe porque repite el gesto que lo inició todo.

—Para ya con eso.

Solo ríe, pero le hace caso.

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