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El carbón lo trajo Sa(sa)nta | SasaRo

Género: G, fluff y humor.

Tema: Navidad.

Resumen: Sasara intenta cubrir que su sorpresa navideña se ha arruinado.

Notas: Escribí esto como el regalo de un Santa Secreto en un grupo, de ahí la dedicatoria ✨ Dato necesario antes de leer: en Japón acostumbran comer KFC en Navidad.  

Sabe que está en problemas desde que percibe el olor a quemado desde la sala. Ni siquiera se atreve a revisar qué tan arruinada está la cena navideña que estuvo tratando de preparar para sorprender a Rosho, el humo en la cocina junto a la alarma del detector habla por sí solo, por lo que solo se limita a apagar todo y a ventilar el apartamento. Con suerte, el profesor volverá cuando no quede evidencia de su accidente.

—¿Y ahora qué hago? —Se sienta donde suelen reunirse a beber, las manos en la cabeza a punto de halar su cabello—. No me dará tiempo de preparar algo más, solo quedan los dulces que compré y mandarinas... ¡Aaah! —Apoya la cabeza sobre la mesa central, derrotado—. ¿Debería comenzar a beber desde ya?

Una cerveza helada no suena nada mal. Si ha de tragar algo amargo, prefiere mil veces que sea licor porque al menos lo disfruta, no como el seguro sermón que le espera en minutos sobre por qué no debió distraerse colocando decoración extra, peor aún, por querer colgar un muérdago a pesar de no encontrar un buen sitio para ello. Le diría que no necesita una excusa tan barata como esa costumbre para besar a su novio, entonces lo castigaría sin besos por el resto de la Navidad.

Ugh, definitivamente desea una cerveza ahora.

Decidido a empinarse una lata —solo una, intentaría—, regresa a la cocina, donde el detector de humo todavía está un poco alarmado. Abre el refrigerador, agarra la primera a su alcance y, antes de cerrar, la escarcha adherida al metal le da otra idea.

—Lo siento, quedarás para más tarde —dice al devolverla dentro.

Como Rosho ni se imagina la sorpresa fallida que pensaba hacerle, ¡aún puede salirse con la suya! Solo necesita eliminar toda evidencia de su desastre. Lo bueno es que ya había lavado todo lo que usó, por lo que nada más debe encargarse de la cacerola, alias la escena del crimen.

—Debe haber basureros afuera... —murmura, cacerola ya cargada. Aún no tiene el valor de echarle un vistazo a cuán calcinada está la que iba a ser su cena.

Le toca desocupar las manos para calzarse y abrigarse antes de salir, pues le espera la nieve, pero no pierde más tiempo una vez preparado. Prácticamente trota el camino abajo, vigilando que nadie, sobre todo Rosho, estuviera alrededor; sería terrible tener testigos del escondite del cuerpo.

Los basureros de la residencia son tan fáciles de ubicar que se golpea en su mente por olvidar que estaban ahí. Culpen al pánico. Ya parado frente a uno, levanta la tapa y por fin se digna a ver la comida chamuscada, en parte porque debe confirmar que esté muerta antes de deshacerse de ella, en parte porque no le queda más opción si su intención no es botarlo todo. No es que no pudiese comprarle otra cacerola igual, mas duda que Rosho no se enterase del sospechoso reemplazo o de que le faltase una en lo que conseguía el producto exacto si es que siquiera seguía en el mercado. Demasiado riesgo.

—Nadie sabrá que yo te dejé aquí. —Son las palabras que acompañan la acción de voltear la cacerola para vaciarla.

Vuelve a mirar a su alrededor al cerrar el contenedor. Continúa solo. Hace un pequeño gesto de victoria. Pensaba subir de vuelta, solo que la blancura que cubre el suelo a su alrededor —y el motivo por el que Rosho debe estar tardando en regresar, también— lo llama. Lo contempla... apenas cinco segundos.

—¡Solo algo pequeño! —Deja la cacerola a un lado de las escaleras y se dirige a la nieve.

Si ya no puede sorprender a Rosho con una cena casera, al menos lo hará con una bonita escultura efímera. Será algo veloz. Un par de muñequitos de nieve que se darían de la mano, uno de lentes y otro con ojos pequeños. Correría de vuelta al apartamento al acabar para lavar la cacerola, guardarla y volver aquí para presenciar la reacción de su novio, que de seguro reconocería su arte.

—Solo unos detalles más y...

—¿Sasara?

Respinga. Agradece no haber estropeado sus muñecos también.

—He-heey... —Gira muy despacio a verlo, todavía agachado.

—¿Por qué estás jugando en la nieve fuera de mi casa?

—Porque quise. —Devuelve la mirada al frente para dar el último retoque a su obra—. Quise darte una sorpresa —agrega a la vez que se pone de pie y se aparta.

Rosho abre más los ojos y da un paso más cerca.

—¿Somos nosotros?

—¡Sí! ¿No están gé-lindos?

—Ellos sí; ese juego de palabras, no.

—¡Rosho! —Pisa fuerte, aunque contra nieve no es la gran cosa.

—Gracias. —Sonríe. A Sasara se le olvida su berrinche—. Apenas están quitando la nieve de las calles, así que tuve que caminar una buena parte del trayecto y estoy agotado. —Suspira, pero mantiene la suavidad en sus facciones—. Esto me devuelve el ánimo.

—¡No es Navidad si no es feliz!

—Sí, no podría serlo. —Asiente.

Saca su celular para tomarles una foto; Sasara hace lo mismo con el suyo para hacerse una selfie junto a Rosho y los muñecos de nieve.

—Ahora sí, vayamos dentro, quiero descansar.

—¡De acuerdo! —Aprovechando que sigue sin haber nadie más, lo toma de la mano.

Está tan contento por el éxito de su plan que solo es al ver la cacerola al pie de las escaleras que recuerda ese cabo suelto. Intenta no reaccionar físicamente con otro sobresalto como el de antes, sobre todo porque sería demasiado evidente con sus manos unidas. Solo le queda rogar que no la note o que no se le ocurra que-...

—¿Esa no es mi cacerola?

Demonios.

¡¡¡Perdón!!! —Salta a arrodillarse e inclinarse frente a él. Le parece ver a Rosho respingar por lo repentino que ha sido.

—¿Qué hiciste? —Suena más confundido que molesto.

—Abre el contenedor de la derecha. —Ni siquiera tiene ganas de explicarlo, solo reúne el valor para observarlo.

—¿Ah? —Arquea una ceja, pero hace caso. Sasara traga saliva, quizás para tratar de quitarse la sensación de que el corazón se le sube a la garganta. Pasan unos cuantos segundos de Rosho viendo la basura en silencio antes de que gire hacia él de nuevo—. ¿Qué era eso?

—Ya no importa... —Se deja caer de espalda sobre la nieve—. Quería sorprenderte con una cena navideña súperespecial por ser nuestra primera Navidad juntos, pero ya ves que solo acabé con el carbón de los niños malos. —Suspira. Rosho entra a su campo de visión, su altura en todo su esplendor con él lo más abajo que podría estar. Merecido—. Todo porque quise decorar hasta con muérdago...

—Sasara. —Corta su monólogo culpable. Cree que se le ha olvidado que están en la calle, porque se agacha sobre él. No es que sea lo suficiente para considerar que se le sienta encima, ni siquiera lo toca, pero igual—. En primer lugar, ¿por qué un muérdago en mi casa si no necesitas excusas para besarme? Tonto. —Le da un pequeño golpe en la frente con el dedo.

—Ay. —No intenta defenderse, sin embargo.

—Aun así, sigo agradecido. —Vuelve a sonreírle.

—¿Eh?

—Los muñecos de nieve de nosotros fueron tu plan de contingencia, ¿verdad?

—Sí...

—Pude no haberme enterado de nada si llegaba unos cinco minutos más tarde y de seguro piensas que así habría sido mejor, pero me gusta saber que intentaste hacer algo así, aun si lo estropeaste por idiota.

—No tenías que agregar eso último... —murmura.

—Pidamos cubetas de pollo, ¿sí? —Se endereza un poco y le extiende una mano.

—No hay nada más navideño que el pollo frito, ¿eh? —Acepta la ayuda para levantarse.

—Con pastel de fresa de postre.

—¿Y cervezas frías?

—Eso es de la casa.

Ambos ríen. Tal vez sea la cena más típica, pero lo súperespecial acaba estando en la forma en que ellos dos juntos le dan su propio toque a la noche, con brindis directo de la lata y besos sin necesidad de muérdagos sobre sus cabezas.

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