8
Usualmente el trabajo en la cafetería no es mucho, pero hay cierta temporada en la que, por alguna razón, el lugar se atesta de personas como si esa fuese la única cafetería de Nueva Jersey. Hoy fue uno de esos días. Beta lo tuvo de un lado para otro constantemente, atendiendo a cuanta persona se le pusiese en frente y puede que hasta su rostro esté entumecido de tanto sonreírles, pero no es algo que le molestase, de hecho, le gusta. Es la única manera de salir de su mente, escapar por un segundo. Aunque duda en querer hacerlo, después de todo.
Los días atestados de personas debe quedarse hasta tarde, y Linda lo comprende, pero cuando se pasa la hora y las calles están solitarias, no es una de sus cosas favoritas. Es por eso que la mayoría de las veces prefiere irse cuando Gerard se va. Puede aprovechar el irse junto a él, conversar mientras acaba con sus labores, y luego, tras un extenso y cansado día, puede abrazarlo y besar suavemente sus labios, mirándolo alejarse por la fría calle hasta que desaparece. No sin darle miradas furtivas antes, claramente. Lo hace un poco más especial.
Ayer se molestó en informarle que estaría ocupado, por lo cual no se pasaría tanto por la cafetería pero que lo intentaría. Él le dijo que estaba bien, mientras no desapareciera. Y Gerard dijo que jamás desaparecería, porque si fuese por él, estaría a su vista tal cual siempre.
Es normal que de eso hayan pasado dos días y ya lo extrañe como un imbécil, pero debe aprender a controlarse. Le cree cuando le dice que jamás desaparecerá.
Desde ese último beso, las cosas han escalado con rapidez. Lo agradece en cierto punto, porque su desesperación comenzaba a hacer presencia y no sabía si iba a poder aguantar un segundo más lejos de él. Lo ha abrazado con fuerza para asegurarse de que es él, que está ahí, que no es un reflejo de su mente, y por más que haya intentado convencerse de lo contrario; Gerard estaba ahí. Ese era él, y lo estaba abrazando. Un espejismo no puede ser tan real. No puede ser tan él.
Volvió a sonreír, volvió a abrazar a Linda con alegría, comenzó a saludar a los clientes sin fingir modestia y Beta le sonreía, pero no podía evitar sentir que algunas veces en su expresión se delataba la preocupación. No tuvo problema con ello hasta que estuvo acomodando sus cosas fuera de su casillero personal en la trastienda. Los brazos a su alrededor lo aprietan con estima que lo hace sonreír. Acaricia las manos arrugadas por el paso de los años, sintiendo la frente de su jefa pegarse a su espalda.
— ¿Se te ofrece algo más, Bet?
La oye suspirar y luego negar.
— ¿Tu amigo no vino hoy?
— ¿James? ¿O Gerard? Tengo otro llamado Bob, es uno rubio de ojos azules —se ríe cuando escucha a la señora reír—. No tengo un solo amigo, Beta.
—La verdad es que no sé, Frankie —dice aflojando el agarre en su torso, permitiéndole darse la vuelta para poder mirarla—. El... chico con el que hablabas hace como dos días. Te escuché hablarle, y también te vi, pero-
—Oh, era Gerard, sí, él, ah... No, estuvo... ocupado, y no ha podido venir. James ya creo que se le hace aburrido porque no lo he vuelto a ver, y Bob se mudó no hace mucho. Así que... era Gerard.
— ¿Gerard? —bajo la tenue luz del lugar, ve a sus ojos brillar—. Lamento... ser entrometida, pero... ¿Así no se llamaba tu novio?
El avellana fija su vista a ella.
— ¿Cómo... cómo sabes que era mi novio?
—Ay, Frankie —resopla, dejando una risita salir—. Tu madre... ella me ha hablado bastante sobre ti, ¿sabes? Yo... al momento ni siquiera le creí que fueses gay, pero después todo tuvo mucho sentido —ella se ríe de nuevo y él debe estirar sus comisuras. Pero de pronto un aire nostálgico lo ha invadido, y es imposible no descender su mirada, sentándose en uno de los congeladores—. Él... ¿no tuvo un accidente?
Juega con sus dedos tintados, buscando qué decir, o esperando a sentirse mejor con respecto a lo que ella le dice. Desde que comenzó a trabajar ahí, Beta se ha comportado como una segunda madre para con él. Llegó a trabajar con Linda cuando él era pequeño, y ahora él tenía la oportunidad de trabajar junto a ella. Puede ver que Linda no mintió cuando le dijo que estaría bien teniéndola como jefa. Se ha preocupado cientos de veces por él, no le sorprende que sepa acerca de Gerard, por más que él nunca le haya comentado sobre él. Supone que llegó a ser una verdadera y visible parte importante en su vida como para que Beta lo tomase en cuenta.
—Sí... Hace dos años. Tuvo un accidente automovilístico. Salió... en los periódicos, pero no quise leer nada de eso —se estremece, sintiendo a sus ojos picar. La señora tiene su atención puesta en él, pero no se atreve a mirarla. Se siente en la libertad de poder sincerarse—. Yo sé qué fue lo que pasó. Yo... fue mi culpa, Bet.
Beta inhala, sorprendida por las palabras del joven tatuado. Jadea acercándose a él. Frank se ve tan débil, siendo que es un muchacho lleno de tanta vida. Toda una vida por delante. Y lo está viendo desmoronarse frente a ella. Las lágrimas no tardan en fugarse de sus ojos y él intenta apartarlas, mas no ha removido una cuando ya la otra está cayendo. Entre sus manos morenas toma las de él.
— ¿Cómo puedes decir algo como eso, Frank? ¿Cómo puedes culparte de tan terrible suceso? ¿Por qué lo dices, cariño?
—Porque fue mi culpa —articula por encima del nudo en su garganta—. Habíamos discutido, y él se fue molesto. Muy molesto. Él jamás me había hablado así. Pasó el accidente y me perdí, por todo ese ti-tiempo. Es-estuvo... cuatro meses en coma. Mamá- me dijo q-que su mamá llamó p-para que fuésemos a- a la clínica, y después me dijo que él ha-había despertado, pe-pero que había perdido la- memoria.
Intenta entenderle por sobre sus sollozos, pero Frank acaba llorando antes de poder hacer otra cosa para evitarlo. Beta frunce su ceño, realmente confundida.
— ¿Perdió... la memoria?
—Sí —absorbe por la nariz—. Su cabeza se... estrelló contra el parabrisas, porque- porque no tenía el cinturón puesto y lo sacó fuera del auto. Perdió el conocimiento antes de llegar al suelo, y luego los doctores diagnosticaron que había tenido una pérdida total de la memoria. Amigos, familiares, recientes conocimientos. Incluyéndome.
Horrorizada, Beta posa su mano en su boca. El avellana aún no tiene la valentía de mirarla. Está perdido en el universo de sus manos, sintiendo la vergüenza de mostrarse tan débil frente a alguien tan excepcional como lo es su jefa. Pero por otra parte, siendo que no es Linda, no podría imaginarse a nadie más con quien pudiese desahogar sus sentimientos. Y aunque así pudiese, es mejor no hacerlo.
—Frankie, mírame. Por favor, mírame —con sus manos acuna su rostro, obligando a alzar su mirada a ella. Más lágrimas comienzan a formarse—. Te voy a decir algo, y quiero que me escuches fuerte y claro, ¿está bien? —Frank cierra sus ojos para abrirlos de nuevo y asentirle—. Lo que sea que le haya pasado a ese muchacho, te aseguro, te aseguro, que no fue tu culpa, amor. Te lo aseguro.
¿Pero cómo no sentirse culpable, si es lo único que sabe que puede sentir plenamente? Sus sollozos vuelven, y ésta vez ella puede tomarlo en brazos, dejando la frente del menor apoyarse en su hombro.
—Él no me recuerda, Bet. Y me duele. Me duele muchísimo. Porque lo extraño, y no sé vivir sin él. Desde que estábamos en la escuela... siempre fuimos él y yo, ¿entiendes? Nos amábamos. Yo no tenía ninguna duda. Él me lo decía, me lo demostraba, y yo le creía, porque sabía que decía la verdad. Y ahora él no me ve igual, pero me ve, y es suficiente. Y puedo volver a abrazarlo, puedo sentirlo, aquí —su mano derecha se posa en su pecho, del lado de su corazón—. Porque sé que es él. Es su voz, son sus ojos, son sus labios y sus manos. Y él sonríe cuando me ve, y esa es su sonrisa, y no puedo pedir nada más.
La señora no evitar soltar un par de lágrimas también. Frank solloza con fuerza y aferra sus brazos a ella, llorando todo lo que ha venido reteniendo desde que Gerard llegó nuevamente. Ni siquiera cuando descubrió la diferencia entre la tristeza y la felicidad lloró con tanta fuerza. Linda llegó a tiempo para refugiarlo, pero ahora es distinto. Beta acaricia su espalda hasta que sus sollozos se convierten en pequeños respingones al momento de respirar y luego va por un vaso de agua que él acepta agradeciendo por lo bajo. El reloj es lo de menos ahora, caminaría rápido si es por no llegar tarde a cenar, pero no dejará a un lado las buenas intenciones de su jefa, que a pesar de haber empapado su camisa con sus lágrimas, ella seguía ahí, sonriéndole con compasión.
—El amor es algo inquietante, Frankie —murmura frotando sus brazos bajo su suéter de lana. Él asiente—. Te consume, te carcome. Ni la persona más orientada puede escapar de ello, y mucho menos la más demente. Nadie le escapa, se encarga de arrastrarlos a todos, a donde sea. Pero tú... tú no debes sufrir, cariño —disiente yendo a tomar sus manos nuevamente, ahora él sí puede verla—. Tú no mereces esto. Frank... algunas veces... hay que dejar ir.
Frunce su entrecejo. ¿Cómo sabe ella qué es lo que él merece, siendo que aún se siente culpable? Probablemente se merece eso, y mucho más. Se lo merece por no haber estado cuando tuvo que estar, se lo merece por haberlo dejado solo, se lo merece por llevarlo a su límite y luego no haber aparecido, aun cuando sabía que seguía necesitándolo. Le prometió que siempre estaría, y le falló. Se merece ese sufrimiento, y cualquier otro que se tenga por ofrecer.
»Tienes que dejarlo ir.
—... ¿Dejarlo ir? —jadea, parpadeando repetidas veces. Para su más grande pesadilla; Beta le asiente. Pero él niega. Una y otra vez—. No... no... yo... no...
—Es necesario, Frankie. Gerard... él está bien ahora, ¿no?
—S-sí, p-pero-
—Entonces es mejor dejarlo ir.
Balbucea, volviendo a negar.
Recuerda muy bien lo que le dijo a Mikey, y a pesar de que no ha vuelto a cruzar palabras con el flacucho, no pretende hacer como si no las hubiese tomado en cuenta. Dejarlo ir sería no estar más cuando sí debería, y él ya ha cometido el mismo error dos veces. No volverá a hacerlo, ya no quiere ser cobarde. Ésta vez quiere quedarse.
—No puedo, Beta... No puedo. No puedo sólo... dejarlo ir.
— ¿Por qué, Frank? —masculla, sonando más a una súplica que a una pregunta. ¿Ella realmente piensa que hará algo como eso? —. Te estás lastimando, hijo.
—Porque lo necesito, ¿no lo entiendes? Yo... haré que él se enamore de mí. No puedo dejarlo ir. No puedo.
—Frank —suspira—, en donde quiera que Gerard esté justo ahora, él está bien. No crees que estés siendo un poco... ¿egoísta?
Da un respingón.
Egoísta.
Está siendo... egoísta. De nuevo.
Fue por eso que Gerard se alejó en primer lugar, su egoísmo. Sólo pensó en sí mismo, en vez de pensar en él también. Eso lo llevó a su pérdida, es por eso que ha sido su culpa.
—... Pero lo amo.
Y los sollozos vuelven, siendo nuevamente amortiguados por el hombro de la señora que repite el proceso de calmarlo. No podría decir qué es lo que siente al verlo así. Quisiera meterlo en una cajita, para que nada ni nadie pudiese hacerle daño nunca más. Quizás es eso lo que Linda ha estado intentando todo ese tiempo. Frank no merece seguir sufriendo por Gerard, merece seguir con su vida, conseguir a alguien más que lo pueda amar con toda esa intensidad que él ama al ojiverde y ser alguien exitoso.
Aun así, puede verlo en sus ojos; no lo dejará ir.
Porque dejarlo ir significa olvidar, significa alejarlo, irse, ser cobarde, perderlo a él, decepcionarlo otra vez, no tenerlo, perderse de sus mejores y peores momentos y desilusionarlo.
Y si eso significa ser una persona egoísta, que Dios lo perdone, pero mientras pueda tener a Gerard consigo y enmendar todos sus errores, entonces no lo hará.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro