Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

6

Hubiese querido que el abrigo con el que eligió salir lo cubriese tanto como sus otros abrigos. Pero no contaba con dos cosas: que el clima en Jersey decidiese empeorar de un día para otro, y que Linda estuviese lavando sus otros abrigos que sí lo cubrían del frío terrenal. Para esa época, sabe qué es lo que se viene. Jersey baja a temperaturas insoportables sólo en ocasiones especiales: cuando agosto está acabando, cuando están a pleno septiembre, cuando su cumpleaños se aproxima y más allá, como regalo de cortesía, se viene Navidad.

En la cafetería, su jefa siempre es una de las primeras en gritar que la víspera se acerca. La ve sonreír, desearle feliz navidad adelantada a todos e incluso regalarle docenas de cajas de galletas que termina recolectando y calladamente llevando a refugios para niños a primera hora de la mañana el día del veinticinco, entonces regresa a casa, sin darle explicaciones a su madre que no las necesita, después de todo.

Ella probablemente sabe que Navidad no es su festividad favorita. La cafetería se decora desde el último detalle en las afueras como en los adentros, mientras que en su hogar el ambiente nunca abandona lo sombrío. Linda le prepara chocolate caliente, da un fuerte abrazo, y entonces se acuesta a dormir. Esperando que, al despertar, todo haya acabado, los adornos y la nieve se hayan ido y los niños dejasen de cantar villancicos por doquier.

Pero quién sabe, quizás... quizás este año sea diferente.

— ¿No estás bromeando? —su carcajeo le hace estremecer bajo la delgadez del abrigo. Intenta que su cabello no le cubra el rostro con la ventisca que se cuela entre ellos para poder verlo. Le sonríe tras negar—. Ah, mierda. Eso explicaría bastante.

— ¿Bastante? —Gerard le asiente, jadea una risa—. ¿Nunca en todo este tiempo te ha interesado alguna chica?

Gerard se detiene, con sus manos en ese largo abrigo negro que le ha visto mucho últimamente. Desviando su mirada, lo sigue hasta que se monta a una de las atracciones sin funcionamiento del parque. Debe seguirlo. Lo ve acariciar la cabeza plástica de un caballo perteneciente al desgastado carrusel. El blanquecino sonríe, encogiéndose de hombros.

—He tenido cosas más importantes de las cuales preocuparme, Frank. Como mi carrera, y mis alumnos. Ellos son importantes. Pero no quita que me dé curiosidad el saber cómo era en secundaria.

—Pues salías con muchos chicos —el avellana hace un mohín, teniendo todas las intenciones de hacer hincapié en el tema—. Incluso te gustaba el más idiota. Como si no pudiese ser más típico.

—... Si me gustaba el más idiota, quiere decir que posiblemente era el más popular, ¿no? —entrecierra sus ojos. Frank sube a su lado en el viejo carrusel. Se apoya de otro caballo a un metro de distancia de él.

—Puede ser. Muchos te conocían, muchos no. Nadie era el centro de atención en la secundaria, Gee. Todos eran uno más entrando y saliendo por esas puertas, para entrar por cinco años o no volver nunca más.

— ¿Así fuese gay?

— ¿Cuál es el problema con ser gay? —alza una ceja, y no quiere sonar a la defensiva, pero en su tono se cuela algo de molestia.

—No, no, ninguno, es sólo... Ese tipo de... cosas siempre logran... llamar más la atención. Pero no hay nada en contra. Mas bien, ahora que lo pienso, todo tiene un poco más de sentido. Realmente no me he sentido atraído a ninguna chica en estos tiempos. Debe ser por eso.

Con esfuerzo logra hincarse para subir al caballo que acariciaba. Frank desciende su mirada, mordiendo sus labios. Se da mérito extra por haberlo hecho llegar a esa conclusión, ya se había tardado en dar los primeros pasos para conquistarlo de nuevo. Y quizás sí es un proceso lento, pero es un proceso que al final valdrá la pena. Gerard se enamoraría de él nuevamente, y él podría intentar cada cosa que, según él, falló en el pasado.

—Sí, debe ser por eso —susurra para sí, encaminándose hasta estar frente a él de nuevo. Gerard eleva sus comisuras, viendo a su alrededor. Todo está tan tranquilo que asusta, pero no tiene miedo de estar ahí. De otra forma, Frank está tranquilo. Le tranquiliza también.

—Tampoco recuerdo éste lugar. No creo que todos los días encuentres un parque de atracciones abandonado y que de hecho esté en tan buen estado —dice mirando a su alrededor—. Es como si... alguien pudiese venir, ponerle algo de electricidad y hacer de este sitio uno feliz de nuevo, ¿entiendes? —Frank titubea, pero asiente—. ¿Cómo sabías que estaba aquí?

Porque siempre veníamos. Dejé de venir cuando tú te fuiste. Éste era nuestro lugar de escape, era nuestro punto de referencia. Era nuestro lugar secreto, donde podíamos amarnos sin que el mundo nos interrumpiese, sin que el mundo nos juzgara, sin que nadie se opusiera. Aquí éramos felices. Aquí éramos sólo tú y yo. Y te extraño tanto, tanto, tanto, que lo daría todo sólo porque estuvieses aquí conmigo un segundo más.

El almendrado titubea nuevamente.

—La verdad... es que, no lo sé. Hace unos años, cuando estaba en el colegio, unos amigos dijeron para reunirse acá. En el día, porque en las noches claramente esto es aterrador, pero era genial. Está apartado, y a nadie en Summit le interesa realmente el concepto de un parque de atracciones abandonado. Escuché muchas historias acerca de esto, pero en la que más creo es en la que es más realista. Los dueños tuvieron que irse del país ya que tenían prioridades mayores que administrar un parque, y sólo decidieron abandonarlo. Tiene décadas aquí.

— ¿Y a nadie se le ocurre venir a merodear por ahí? Digo, indigentes, matones, el gobierno... Ocupa espacio que puede ser utilizado para cualquier otra cosa.

—Pues... No. Hay personas de la alcaldía que están a favor de mantener este sitio —encoge un hombro—. Al parecer al alcalde le trae recuerdos, no podría decir cuáles, pero supongo que lo agradezco. Es un lugar especial para mí también.

Un breve silencio se forma, agradece que no sea incómodo. Los silencios junto a Gerard nunca fueron, son, ni serán incómodos. La historia del parque abandonado no tuvo que inventarla esta vez. Pero tener que explicársela, cuando fue él quien se la explicó primero... Solían ir todo el tiempo. El tío de Gerard trabaja en la alcaldía. Él mismo pidió que dejaran ese parque intacto, y que lo cuidasen sólo para ellos.

Es por eso que lo llevó. Quería que se familiarizara, que estuviese en un lugar que pudiese traerle tantos recuerdos como a él. Pero nada pasó, Gerard no se inmutó ante las viejas atracciones, o corrió felizmente a los caballos en el carrusel, casi arrastrándolo con él para ir a recorrer los espacios, así los hubiesen recorrido cientos de veces antes. Para Gerard ese lugar siempre tenía algo más que ser descubierto, las sorpresas nunca acababan y la felicidad permanecía firme frente a ellos.

No quiere tener que enfrentar eso solo. Nunca fue bueno. Siempre lo ha necesitado a él. Ésta no iba a ser la excepción.

»Dijiste que das clases de dibujo a niños —dice de repente, haciendo al ojiverde girar rápidamente su mirada. Asiente—. ¿De qué te graduaste?

—Oh... ah...

Él parece pensárselo seriamente, y Frank se siente un idiota por hacerlo pensar en algo que sabe que no ha logrado, pero es necesario. En sus palabras y acciones hay tantas intenciones que lo hace sentir cruel. Gerard no recuerda nada. No lo hace, y no quiere entenderlo, no quiere aceptarlo. Quiere ser recordado por él, porque lo amó, porque le duele y lo necesita. Pero las palabras de Linda diciéndole que no intente hacer que lo recuerde de inmediato hacen estragos en su cabeza. Si quiere que Gerard lo recuerde, debe empezar por cosas pequeñas. Como conversaciones sobre temas intencionales, o idas a lugares que solían frecuentar.

No se dejaría vencer por una pérdida de memoria.

»De hecho... Aun no me gradúo. Sólo tengo permiso para impartir, es todo —risotea—. Mi carrera... Verás —suspira bajando del caballo, el tatuado lo sigue hasta verlo sentarse en otro con aspecto de poni, va pararse frente a él nuevamente. Y por primera vez desde que se le ocurrió acercarse, Gerard luce consternado—... Como podrás notar, soy algo... olvidadizo.

— ¿Cuál es el problema? También soy olvidadizo. Todos somos olvidadizos, Gee.

—Eh, no, no —vuelve a reír—. Esto... esto es algo diferente. Y también complicado, en todos los aspectos. Complicado de decir, de recordar. No es lo mejor.

—Gerard... ¿te gustaría hablarme sobre ti? Sobre... eso, lo que sea que te preocupa. Háblame.

El blanquecino abre sus ojos ante las palabras de su acompañante, sorprendido de que se exprese hacia él con tanta soltura. Frank lo ve parpadear repetidas veces antes de formular palabra. Su pecho cosquillea; Gerard hacía eso siempre que estaba nervioso.

—Hace dos años tuve un accidente.

El cosquilleo en su pecho se ve aplastado por una bola de demolición, tan rápido que en el fondo de su cabeza escucha el estruendo. Se estremece.

»Mis padres... Ellos nunca han querido darme verdaderos detalles, sino los suficientes, porque no quieren preocuparme, ni mi hermano, ni los doctores. Todos están a su favor, y no sé si eso sea lo correcto, pero... Desde ese momento, todos los recuerdos son tan... borrosos. Muy borrosos.

— ¿Qué tipo de accidente fue?

Gerard suspira, encogiéndose de hombros.

—Derrame cerebral. Destruyó gran parte de mis neuronas. Perdí movilización de parte de mi cuerpo, tuve que aprender muchas cosas básicas, día y noche en una clínica. Fue... —jadea, llevando sus manos a restregar su rostro—. Fue horrible. Y todos mis recuerdos son a partir de ese entonces.

Debe apartar su mirada de Gerard para cuando las lágrimas toman rumbo hacia sus mejillas. Las remueve rápidamente con la manga de su abrigo y absorbe por la nariz.

Le mintieron. Su familia le mintió. Los doctores, Mikey... Todos le mintieron.

Quiere correr hacia él. Abrazarlo. Pedirle perdón, decirle que lo ama, que no fue su intención no apoyarlo. Quiere besarlo y recordarle que, a pesar de todo, él siempre estaría junto a él, y que lamenta el no haber estado en los momentos más difíciles porque fue un cobarde, pero que está dispuesto a enfrentar lo que sea que viniese de ahora en adelante.

Pero sus pies se clavan al suelo, como si estuviesen hechos de imanes y el suelo fuese metal sólido. No se mueve, no hace nada. Y se arrepiente.

»Recuerdo haber despertado, luego ido a casa. Mikey siempre estuvo conmigo, creo que fue la mejor parte. El primer año fue duro, pero éste ha sido increíble. Retomé muchas cosas, como mi carrera, y avancé en muchas otras. Quizás tenía algún plan para aquel entonces, antes del accidente, pero ya no importa porque ahora estoy bien, y no tengo un nuevo plan de vida, pero quiero creer que lo estoy formando.

Frank sonríe por lo bajo, tratando de esconder sus lágrimas. Intenta recordar lo aprendido recientemente, comparándolo con el dolor fundido en su pecho y el nudo en su garganta. Decide separarlos.

Está triste porque lo que vive en la mente de su amado no son más que vil mentiras que han metido a cuesta de su inocencia y vulnerabilidad, y está feliz, porque él está bien. Y si Gerard está bien, entonces, ¿qué más importa? ¿Qué puede importar más que su bienestar, o su seguridad? Nada podría.

— ¿Está bien si ya nos vamos? —pregunta apuntando hacia afuera con su pulgar. Observa el desconcierto que se forma de inmediato en el rostro del teñido, e intenta ignorarlo—. Mi madre dijo llegará temprano hoy. Me gustaría estar ahí.

—Eh, sí, sí —sigue sus pasos fuera del carrusel, igualándolo cuando están fuera del área de atracciones.

Quizás debió irse a casa luego de salir del trabajo, pero él estaba ahí, y no pudo hacer algo como ignorarlo porque su cabeza posee un chip que le permite ubicarlo enseguida siempre que gire en otras direcciones. No sabe si eso es bueno o malo, o una ventaja o desventaja, pero hasta ahora no le molesta.

»Es algo tedioso vivir con nuestros padres a nuestra edad, ¿no? —le sonríe el ojiverde. El avellana frunce su ceño, pasando sus manos por sus brazos.

—Adoro vivir con mi madre, Gee. Ella es lo mejor para mí. La amo, y no me avergüenza. Muchos no pueden decir lo mismo, pero me enorgullece que yo sí.

Una sonrisa se forma lentamente en el rostro del ojiverde, descendiendo su vista cuando Frank la desvía.

—Puede que sienta lo mismo con respecto a mis padres. Han dado mucho. Merecen reconocimiento de mi parte.

Frank regresa la sonrisa. Le ha hecho considerar el afecto hacia sus padres. Es como si, con cada rato que pasara, le inculcara algo nuevo. Puede que sea una de las cosas que más le guste hasta ahora de este nuevo Gerard, porque el viejo Gerard no se dejaba influenciar por nadie, a menos que este valiese completamente la pena. Al parecer, él nunca llegó a valerlo del todo.

El camino del parque hasta las calles de su vecindario es más corto si se toma un atajo, le comenta a Gerard sobre eso y va explicándole otras formas de llegar e irse por caminos mejores que tomar parte de la ciudad. En menos de lo esperado están parados frente a la casa Iero y le jode tener que detenerse, y despedirse, y no verlo hasta... quién sabe cuándo. Ha pasado mucho tiempo y lo extrañaba a horrores, merece algo de tiempo junto a él, ¿no es cierto?

—Es acá —hace una mueca deteniéndose. Las cejas del blanquecino se alzan.

— ¿De verdad? ¡Yo vivo una calle más abajo! ¡Es genial! —la sonrisa en su rostro y su repentina sorpresa al descubrir aquello es algo por lo que el pequeño Iero pagaría un centenar de dólares por ver siempre. El brillo en sus ojos y sus dientes diminutos... Debe adentrarse a la casa antes de romper en llanto. Cuanto antes sea, mucho mejor.

— ¿Sí? —finge sorpresa, mirando hacia donde va la vista verdosa—. Nos veremos más seguido de lo usual entonces. Aunque si no me has visto en dos años, no creo que comiences a hacerlo desde ahora —ríe caminando por el pasillo que da hasta las escaleras, dejándolo a él en la acera.

—Creo que debes darme clases de cómo mirar a las personas disimuladamente. No me vendría mal.

El tatuado vuelve a reír al pie de las escaleras. La última vez que lo recuerda estando frente a su casa, no es claramente el mejor de los recuerdos. Pero ahora puede verlo, y mierda, él está sonriendo. Está sonriendo, y es feliz, y está con él, y lo ve, y lo conoce, y eso está jodidamente bien.

—Los jueves son mis días libres —ladea subiendo los primeros escalones—. Fue un honor acosarte hasta que me dejaras llevarte a uno de mis lugares favoritos, Gee. Y estoy orgulloso de que hayas retomado tu vida. Ojalá puedas comentarme más después. Hasta luego.

Y comienza a subir las escaleras. El nerviosismo de sentirlo aún a sus espaldas no se disipa, su mandíbula tiembla y no ha pisado el sexto escalón cuando escucha su voz llamando su nombre. Da media vuelta, formulando una silenciosa pregunta. El ojiverde ha caminado hasta la mitad del pasillo, y puede que esté a sólo cuatro pasos del inicio de las escaleras. Se obliga a bajar hasta el tercer escalón.

—Realmente no sé si soy gay, pero... ¿me ayudarías a averiguarlo?

El frío del exterior no es lo que lo hace estremecer. No son sus lágrimas las que opacan su vista, no es el sudor lo que hace a sus manos cosquillear y tampoco es el nerviosismo lo que debilita sus piernas. Pero el viento remueve su cabello, haciendo a sus hebras cubrir parte de su rostro, y al momento de asentir, eleva sus comisuras. Ve a Gerard caminar hacia él y subir los primeros dos escalones para quedar a su altura. El abrigo que no lo cubre del todo lo tira al final de las escaleras, y eso lo deja sólo con el suéter de lana pastel.

Los dedos de Gerard van a remover los mechones de su rostro y los pasa tras sus orejas, para luego acariciar sus mejillas y acunar su rostro entre sus palmas. Y todo viéndolo a los ojos. Frank parpadea repetidamente, queriendo asegurarse de que está ahí, que es él. Entonces lo ve vacilar en acercarse, pero no puede soportarlo más; lo toma de los hombros y se impulsa hacia él, tomando con suavidad y exagerada necesidad su labio superior.

Ladea su cabeza cerrando los ojos con fuerza, sintiéndolo en todo aspecto y no deseando dejarlo ir. Nunca lo dejaría ir. Lo besa con ganas, delineando su labio inferior con su lengua y exhala mínimamente cuando el ojiverde corresponde, acariciando con su lengua la contraria. Los vellos de sus brazos se erizan, y puede sentir cómo la vena en su cuello punza al ritmo de su corazón acelerado. Succiona sus labios con lentitud y muerde con parsimonia, casi creyendo que sus labios se quebrarían si muerde con fuerza. Como si probara de ellos por primera vez.

La falta de oxígeno toma lugar, él es el primero en separarse. Deja sus labios entreabiertos, rozando aun los del blanquecino y jadeando sobre ellos. Gerard sonríe cuando lo ve sonreír, y antes de volver a besarlo con fuerza, murmura:

—Definitivamente, soy gay.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro