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5

Casi puntual, igual que siempre, Frank acaba con su turno y le da paso a otra de esas tardes en donde finge leer a un lado del ventanal. Beta no le ha dicho nada esta vez, quizás porque no vio a James por ahí o se tomó en serio el que él no va a la cafetería tan seguido, pero por él está bien, de todas formas no mentía. Probablemente lo llamaría luego cuando estuviese en casa, pero para ese momento no es importante. Su mente abarca a Gerard. Sólo y simplemente a Gerard.

Podría reír ante eso, porque no es como si Gerard nunca abarcase parte de su mente. Él ha estado siempre en su cavilaciones, y no piensa abandonarlas ni porque tuviese tal suerte. Linda ahora lo miraba con extrañeza. Incluso le dijo que su rostro estaba iluminado, que luce alegre. ¿Cómo es que su rostro puede iluminarse? ¿Y por qué significa eso estar alegre? Se pasó días buscando Las Ventajas de Ser Invisible en distintas librerías, a duras penas prestándole atención a su trabajo, pero siempre que preguntaba le decían que los libros se habían agotado o que simplemente no habían llegado. Eso personalmente lo estresó bastante, pero no desistió.

En casa las cosas seguían igual de tétricas, su madre siempre le hacía las mismas preguntas, regalaba las mismas sonrisas de todos los días tanto a su personal de trabajo como a su clientela, hasta que por fin consiguió el libro. Y Gerard estuvo dos semanas sin acercarse a la cafetería. Entonces Linda dijo que lucía deprimido de nuevo, pero él nunca sabe cuándo está feliz o cuándo está triste. Siempre se siente igual, y no puede denominar a eso como "felicidad" o "tristeza". ¿Por qué Linda sí puede, entonces?

Su visión periférica es centrada, no tiene la más mínima intención de despegar la vista de su libro. Realmente se ha metido a eso de leer, quizás sólo porque tiene curiosidad sobre lo que Gerard le dijo esa vez. Dejó su cabeza vuelta un lío, desde tantas cosas que quería decirle hasta el millón de preguntas que le hizo cuestionarse a sí mismo. Pensó en que, si toma el valor suficiente, probablemente pueda acercarse al blanquecino sin tener un colapso emocional, donde él sí pudiese conjugar palabras y donde no se sintiese expuesto al hecho de ser descubierto por él.

— ¿De verdad buscaste el libro? —una risa le hace subir su mirada rápidamente. Gerard vuelve a reír—. Espera, ¿ahora sí estás leyendo? ¿Sólo porque te lo dije? ¡Vaya!

Frank entrecierra sus ojos, decidiendo ignorar el que se ha quedado sin aire al momento de escucharlo dirigirse él de nuevo. Suspirando cierra el libro y cuidadoso lo posa en la mesa. Apoya sus codos de ella y lo mira sentarse al otro extremo de la mesa.

— ¿Cómo sabes que es sólo porque me lo dijiste y no porque realmente me dio curiosidad?

—Sólo bromeaba, Frank. Me alegra que te haya picado la curiosidad. Aunque hubiese sido genial que decidieras leerlo sólo porque te lo dije, pero comprendo.

El avellana vacila en alzar sus comisuras, pero el impulso termina ganándole. Gerard cruza sus piernas en esa pose femenina que nunca le ha importado adoptar y posa sus manos entrelazadas en su rodilla, ojeando por encima la carátula del libro.

— ¿Por qué no has venido en estas semanas?

Gerard sube a verlo. El blanco de su cabello hace al verde de sus ojos resaltar, incluso cuando afuera hay grandes masas de vaho formándose y su abrigo es negro. Su tercia piel ya no luce tan pálida como solía lucir antes y las manos del tatuado cosquillean. Extraña tanto el acariciar su piel.

—Estuve ocupado. Tengo una vida fuera de las tardes siendo observado por ti, ¿sabes?

El menor deja salir un "oh", descendiendo su mirada hacia el libro. Si bien le dijo a Mikey hace un tiempo que intentaría enamorar a su hermano nuevamente cuando se diese la oportunidad; la oportunidad se le está dando, y él no está haciendo un gran esfuerzo por avanzar con esa misión.

»Oh... Lo siento, Frank, no quise-

—No, no, está bien, comprendo.

—No, soné a la defensiva, no fue mi intención, sólo quise bromear. Disculpa.

El avellana suelta una risita nasal. Gerard no se hubiese disculpado. Gerard se hubiese burlado por haberte hecho sentir mal y luego lo suavizaría con un golpe en el hombro, diciendo que no todo lo tienes que tomar en serio.

Pero no se consterna. Es Gerard, después de todo. Sólo... un poco cambiado. Tal vez su humor no es el mismo, pero su voz sigue siendo la misma. Sus manos siguen siendo sus manos y su sonrisa sigue siendo igual de hermosa que siempre. Lo reconforta.

—Está bien —susurra quedo, regresando su vista al libro. Ojalá Linda tome doble turno esa noche, le daría más tiempo para quedarse a sentir su presencia. Porque a pesar de que no le hable, con sentirlo se siente satisfecho.

— ¿Te puedo hacer un par de preguntas? —su voz vuelve a hacer que alce su mirada, su expresión se le antoja honestamente curiosa y él no puede evitar sentir curiosidad también. De pronto, valor es lo que le sobra.

—Por supuesto.

—Bien. ¿Por qué me observabas?

Frank frunce sus labios a un lado.

—Responderé sólo si también me respondes mis preguntas.

— ¿Cómo un juego? Puede ser. Responde primero y luego preguntas lo que quieras.

—Me gusta mirar a las personas cuando están sumamente concentradas, me resulta tranquilizante —miente, encogiendo un hombro. El blanquecino parece no tragarse ese cuento, pero tras asentir lo deja pasar. Frank suspira, dándose crédito por haber encontrado algo creíble y coherente en tan poco tiempo—. Mi turno. ¿Por qué decidiste acercarte?

—Bueno —el ojiverde suspira—, llegué hace un rato, ya te habías sentado a leer. Intenté captarte la mirada mientras intentaba concentrarme en mi libro, pero tú no me estabas viendo, lo cual es extraño, porque siempre me ves, pero esta vez no lo hiciste y me dije: "oye, si él no se acerca, ¿entonces cuál es el problema de no acercarme yo?". No me tomó mucho el darme cuenta de que era yo el que ahora te miraba a ti, en vez de tú mirarme a mí. Dos minutos después, heme aquí.

El tatuado ríe por lo bajo, arrancándole una sonrisa.

—Eso te deja el turno a ti.

—Bien, uhm... —muerde su labio. Frank vuelve a entrecerrar sus ojos, se está tomando en serio su "juego" —. ¿Cómo es que nunca te he visto antes por ahí?

La pequeña sonrisa en el rostro del tatuado se va desvaneciendo poco a poco. Pero no dejaría a algo como eso llevárselo por delante, porque tampoco le dejaría nada en qué pensar que no estuviese en sus intenciones.

—Pues... Es bastante extraño, porque estuvimos en la misma preparatoria, y conocía a tu hermano. ¿Mikey, no?

El ceño del teñido se frunce, pero lentamente va relajándose. Todo sin mirarlo.

—Los recuerdos de la preparatoria no son nada claros. A duras penas puedo recordar lo que hice hace unos días —ríe llevando sus codos a la mesa. Tiene la leve impresión de que debe echarse hacia atrás, pero no lo hace. Quedan más cerca de lo que han estado esos últimos años, no pretende alejarse.

Nunca es tarde para cumplir promesas, ¿o sí?

—Está bien si no me recuerdas —encoge un hombro—. La mayoría de las personas no lo hacen, y no los culpo. Yo me aislé.

— ¿Por qué lo hiciste?

—Es mi turno de preguntar —ladea su cabeza, Gerard entrecierra sus ojos—. ¿Qué haces por tu vida, Gerard? Además de ser acosado por mí la mayor parte del tiempo.

Eso lo hace sonreír. Por ende hace sonreír a Frank también.

—Doy clases de dibujo a niños entre seis, diez y doce años. Y no es por alardear, pero soy buen maestro. En las tardes luego de salir de mi trabajo decido venir a una cómoda cafetería en donde suelo ser acosado por un chico al que presuntamente conocí en preparatoria y no puedo recordarlo. Eso es triste, Frank. Me agradas.

—Hace cinco minutos no lo era porque no me conocías. Y puedo asegurar que eres un buen maestro. Tus manos...

El avellana calla abruptamente, dejando a su acompañante intrigado. Su silencio se le antoja adorable. Frank es como una pequeña cajita de sorpresas que se topó a mitad de camino. No lo esperaba del todo, pero ahí lo tiene, desviando su mirada de la suya, con sus labios temblantes y manos inquietas que ruegan por algo de estabilidad y no la consiguen. Es como... una canción triste, pero que tiene mucho significado. Y es lo que lo hace excepcional.

— ¿Qué tienen mis manos?

Todavía, para la sorpresa del blanquecino, él se encoje de hombros.

—Se ven... tersas, y delicadas. Suaves. Como si un lápiz y un papel fuesen por lo único que desviven. A leguas se nota que amas tu trabajo. Porque lo amas. ¿Cierto?

El movimiento de sus manos tintadas es lo que logran desconcentrarlo, pero mientras su vista se posa en los tatuajes de sus dedos, Frank baja sus manos buscando la mirada perdida del ojiverde, que lo mira enseguida cuando éste deja de hablar.

Entonces le asiente.

—Eres increíble, Frank —risotea, el avellana frunce el ceño—. En un momento casi ni hablas, y al otro estás diciendo cosas asombrosas como esas.

—Puedo hablar siempre que quieras —su diminuta voz lo hace sonreír. Al avellana le resulta inquietante el que, aun si él no lo recuerda, puede seguir sacándole sonrisas de la nada. Como si una parte de sí continuase siendo parte de él.

—Sería genial —asiente, lo ve chequear el reloj en su muñeca. Le obliga a mirar hacia las afueras por el ventanal. El cielo comienza a teñirse de tonos naranjas que le avisan que dentro de nada anochecerá, pero él quiere quedarse ahí, con él, viéndolo, escuchándolo—. Mi familia se preocupará si llego tarde. Quizás esperé demasiado a que me miraras en vez de sólo acercarme.

Nuevamente lo hace sonreír. Sacarse sonrisas el uno al otro nunca había parecido más sencillo. Pero sabe que no es cierto. Nada cierto. Lo ve ponerse de pie, ajustar su abrigo y también la mochila que trae consigo, y es cuando se da cuenta de que ha estado masticando un chicle todo ese rato. Así de sigiloso había sido al momento de hablarle.

Gerard le sonríe llevando sus manos a los bolsillos de su abrigo, entonces no le queda más que levantarse y tomar su libro junto a su rutinario café. Él también se va porque, si Gerard no está ahí y su turno de trabajo culminó, entonces no hay razón para quedarse.

» ¿Tienes planes de acosarme mañana?

Su pregunta lo desconcierta, pero con una sacudida de cabeza logra estabilizarse.

—Probablemente esté leyendo. Charlie me intriga.

—Uhm... Me arriesgaré de todas formas. Hasta mañana, Frank.

Lo último que puede ver de él es su espalda siempre encorvada salir por una de las puertas de cristal al fondo, y lo pierde de vista cuando gira en una esquina. Petrificado siente la estela que ha dejado su presencia ante él, la manera en la que sus manos no han sudado pero cómo su corazón se acelera notoriamente al estar a solas, aun teniendo gente a su alrededor.

Se estremece cuando siente una mano sobre su hombro derecho y otra rodear suavemente su brazo izquierdo. El tacto ajeno se mantiene en él hasta que quien lo proporciona decide manifestarse.

— ¿Por qué no te vas a casa ya, Frankie? —cuestiona Beta en un murmuro que deduce tranquilizante. Deja salir el aire que no sabía que retenía, permitiéndole a los vellos de sus brazos erizarse—. Tu mamá no debe tardar en llegar hoy.

Como un niño obediente sólo le asiente. Siente como de sus manos toma su vaso de café y tras dejar su confortante apretón, se lo lleva consigo, dejándole nada más que el libro entre manos. Entonces se obliga a caminar fuera de la cafetería restándole importancia a las personas a su alrededor. Si lo hacía su ansiedad tomaría lugar, y eso de por sí no es algo bueno.

¿Pero qué es bueno, de todos modos? A duras penas logra toparse con un par cosas, y no salen de su guitarra o viejos discos de punk.

Mecánicamente llega a casa para encontrarse en soledad nuevamente. Es cuando vuelve a percatarse de lo mucho que le gusta su trabajo. No le gusta la soledad. No miente cuando dice que no le gusta no hacer nada, porque el no hacer nada es un paso libre al ser consumido por todo. Es una de las pocas cosas que nadie comprende, pero casualmente Linda sí lo hace. Por eso disfruta de la compañía que en su trabajo le brindan, y es otra de las razones para quedarse ahí luego de terminar con su turno.

Removiendo su calzado junto a su suéter y chaqueta, cae sentado al borde su cama. E inmediatamente decide que lo odia todo. Con fuerzas. Pero que no hará nada al respecto, porque se ha rendido. Es cuando más quisiera saber diferenciar la tristeza de la felicidad, pero puede darse ejemplos. Su mente puede hacerlo. Él puede aprender a diferenciarlas.

Entonces se pone de pie, y enciende la luz de su habitación. La luz blanca lo encandila y se cuestiona en si es necesario el tenerla encendida, pero sabe que sí lo es, por lo cual se obliga a acostumbrarse a ella. Con desesperación abre las puertas de su armario, junto a las gavetas de su escritorio y las carpetas bajo su cama. De uno de los cajones de su mesa de noche extrae cinta adhesiva y encima de su cama comienza a esparcir todo dibujo que Gerard alguna vez hizo de él, o para él.

Cuando eran para él, se molestaba en poner "para F." en un pequeño espacio bajo su nombre, y cuando era simplemente él, escribía en letra cursiva "de para él" con bonitos colores, y el avellana le repetía lo mucho que amaba que hiciera eso, pero se guardaba sus razones, porque lo hacía más especial de esa forma.

Así que desde la parte superior de la pared en donde se halla su escritorio, comienza a empapelarla con los viejos dibujos de Gerard que comienzan tomar tonos amarillentos en las esquinas también desgastadas. Se detiene respirando agitadamente cuando tiene mitad de pared llena de los dibujos. Estos han llegado a abarcar hasta la cabecera de su cama, y cuando da un paso hacia atrás, sus piernas no evitan debilitarse ante su vista. Cada de rodillas y luego sobre su trasero, arrimándose hasta que su espalda desnuda sienta la fría superficie de la pared contigua.

Y se permite llorar, porque ahora puede ver la diferencia entre la tristeza y la felicidad.

Tristeza:

Sentirse netamente inútil, véase también como un estorbo, véase también como desperdicio.

Sentirse netamente vacío, siendo que lo ve todo, siendo que lo oye todo, siendo que lo hay todo. Siendo que simplemente no hay nada.

Respirar sin motivo, no vivir, sobrevivir.

Sentarse a observar viejos recuerdos que no volverán.

No tocarlo. Verlo. No tenerlo. Haberlo tenido, no aprovechado.

Lastimar personas que no tienen culpa, pero que intentan ayudar. Lo hace peor.

Escuchar a su madre llorar sin saber el porqué. Y no pensarlo, porque si lo hace, sí hay un porqué.

Felicidad:

La sonrisa de su madre, véase también como los abrazos de su jefa, véase también como la comprensión de los que importan.

Verlo sonreír a él, siendo que siempre lo ha visto, siendo que nunca se cansaría. Siendo que sigue enamorado.

Respirar con motivo, vivir. Por ellos. Por él.

Verlo animado. Verlo vivo. Verlo sano. Verlo sonriendo. Verlo sonriendo, gracias a él.

Poder volver a sentirlo. Poder volver a sentirse. Poder volver a sentirla.

Sus manos, sus ojos, su nariz, su cabello, su voz, sus pestañas, sus lunares, sus dientes, sus labios, sus besos, sus abrazos, sus caricias.

Escucharlo reír sabiendo el porqué. Y pensando en ello, porque si no lo hace, no tendría sentido.

Un fuerte sollozo abarca la habitación. Su cuerpo se arquea, llevando su rostro a esconderse en el hueco que forman sus rodillas y desliza sus dedos a incrustarse en sus brazos que rodean fuertemente sus piernas. Se siente pequeño. Indefenso. Débil.

Él es la tristeza.

La voz de Linda llamando su nombre recorre el pasillo de las habitaciones, llegando a la suya poco tiempo después de lanzar otro sollozo involuntario que traspasa a la mujer como un alarido. Estática visualiza la habitación de su hijo, recorriendo las paredes, el suelo y la cama con los dibujos esparcidos. No tiene que darle muchas vueltas para saber de qué se trata. Jadeante se deja caer a un lado de él, que no duda en aferrarse al torso de su madre con recelo. La hace víctima de otro de sus episodios, dejándola presa por el resto de la noche.

La ve apagar la luz nuevamente y comenzar a recoger cuanto papel se le ponga en frente. Con esfuerzo Linda lo deja encima de su cama, y se sienta en el suelo al borde de ésta para acariciar la cabeza de su hijo mientras llora en silencio. Por el rabillo de su ojo abierto la ve, con su frente recostada de una porción de la cama, pero ella no deja de acariciar su largo cabello.

—Mamá —susurra con voz quebradiza, haciéndola subir su mirada rápidamente. Ella limpia su rostro con la mano con que no lo acaricia y absorbe por la nariz, adoptando esa mirada de dulzura que siempre la ha caracterizado.

—Dime, amor.

El apodo le hace erizar la piel, estremecerse de repente y sentir a sus músculos estrecharse. Deja una silenciosa lágrima caer, accediéndole a Morfeo el arrastrarlo fuera de ahí.

—... Gerard es felicidad.


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