3
Le sonríe a su compañera cuando termina su turno, también a su jefa e incluso a su hermana a la cual no trata del todo, pero luce agradable. Ahí todos lucen agradables, hasta que le toca interactuar con los clientes y poner su ansiedad a prueba. Con el paso del tiempo se va acostumbrando, tendría que ponerla a prueba por otro largo tiempo si no quiere quedarse sin empleo. No ha puesto un pie fuera del almacén cuando Beta lo está llamando.
— ¡Frank! —su jefa suena agitada, se siente mal por haberla hecho correr atrás de él, los años le están comenzando a pasar factura y no la ve en la capacidad, pero aun así le sonríe cuando ella lo hace—. ¿Vas a quedarte?
—Sabe que siempre me quedo un rato después de terminar mi turno, Beta —sonríe metiendo sus manos a su chaqueta, la señora le sonríe dulcemente—. ¿Necesita que haga algo más? Mamá llegará más tarde hoy y sabe que no me gusta eso de quedarme solo en casa sin hacer nada, podría ayudarla si desea.
—No, no, pero puedes quedarte si quieres —Frank frunce su ceño divertidamente oyéndola reír. La señora balbucea, estando entre irse o quedarse. El tatuado entrecierra sus ojos—. ¿Hoy vendrá tu amigo?
Frank frunce su ceño.
— ¿Mi amigo? —ella asiente—. ¡Oh! ¿Se refiere a James?
Beta rasca su nuca luciendo incómoda, pero le sonríe. Entonces le asiente.
— ¿Quieres que prepare algo para ambos?
—No, Beta, tranquila. Él no viene seguido, todo está bien. Le pediré a Karol que me sirva un café, aun no termino mi libro de la semana pasada. Hemos estado ocupados y no he podido, otras veces sólo me da gran fastidio.
La señora mayor suspira, bajando sus hombros pero sin descender sus comisuras. Se acerca hasta rodearlo con sus brazos, Frank le corresponde gustoso. Beta es realmente dulce con él, y no lo comprende. Llega un punto en donde piensa en Linda, tiene el mismo trato materno para con él, incluso la paciencia resulta similar. Quisiera saber qué tiene de interesante un joven de veintidós años con múltiples tatuajes, cabello largo, gay, monótono e introvertido. No se lleva con nadie de su edad pero sí con las personas mayores, y eso lo hace sentir mucho mayor.
—Eres un gran muchacho, Frankie —dice suavemente acunando su rostro con sus delicadas manos. Frank alza sus comisuras, sintiéndose estremecer ante el tacto de la señora—. Nunca dejes que nada ni nadie cambie eso.
El avellana suspira, asintiéndole luego. Después de todo, ¿qué puede decirle? No va a arrebatarle sus buenas palabras con alguna sentencia referente a lo miserable que puede llegar a tornarse su vida. Beta lo está diciendo con buenas intenciones, fuera de cualquier otra cosa, y ojalá se consiguiese con más personas que le hiciesen pensar lo importante que es para el mundo y no sólo para su madre. Aunque con importarle a Linda es más que suficiente, ella es su tesoro más preciado, todo se lo debe. No la cambiaría.
—No lo haré, Bet —murmura, y se acerca a abrazarla nuevamente antes de salir, aun sintiendo la mirada de su jefa sobre él. Hace la fila para comprar su café tal como si no trabajara ahí y es rápidamente atendido por esa nueva chica que tiene tantos tatuajes como él, pero que también es agradable. No pudo haber elegido un mejor lugar para trabajar.
Escoge una mesa al lado del ventanal, la vista da al parque. Puede ver a los niños jugar en la caja de arena y deslizarse por los columpios y toboganes. Le anima un poco ver felicidad ajena, algo que genuinamente ha estado presenciando y disfrutando a hurtadillas por un tiempo. Dejando su café en la mesa, saca su libro de la mochila. Entonces como las últimas semanas, pretende leer mientras acaba con su café y se va cuando oscurece, o cuando Linda llama para avisarle que llegó a casa, o cuando Gerard se va de la cafetería, es cuando espera unos cuantos minutos para poder salir sin lucir sospechoso.
Antes lo veía llegar y él sólo se sentaba a leer, pero debía comprar algo si se quedaba ahí ocupando una mesa, por lo cual siempre pedía el mismo batido de fresas. Es una lástima que él llegase para cuando ya ha terminado su turno, jamás ha podido atenderlo por él mismo. Aunque de verlo a los ojos su ansiedad rebasaría, comenzaría a hiperventilar enseguida. Así que se ideó el hacer lo mismo que Gerard hacía. Se buscó algún libro en la biblioteca empolvada de Linda y, metiéndole la idea a su personal de trabajo que se quedaría a leer porque no le gustaba quedarse solo en casa, gastaba sus tardes mirándolo furtivamente por encima de su viejo libro.
Y así por días, tal vez por semanas. Tal vez por meses. O quizás todo el año que Gerard ha estado asistiendo a esa cafetería, sentándose en la misma mesa, leyendo un libro nuevo cada mes y pidiendo el mismo batido de fresas sin prestarle atención a nada más que a su libro. Cuando sentía que giraría desviaba su mirada nuevamente a su libro, pretendiendo seguir leyendo. Sólo tiene que cambiar de libro cada cuanto y no tendría ningún problema. ¿Quién podría notarlo?
Suspira, viéndolo reír, quizás por algo que leyó. Eleva sus comisuras. Con el paso del tiempo se hizo más hermoso. Sí, aún más de lo que de por sí ya era hace dos años, antes de que tuviese aquel terrible accidente.
Rompió su promesa a Mikey. No apareció a los cuatro meses, ni a los cinco, o a los seis. Tampoco al siguiente año, y mucho menos al siguiente. Pero el miope no le dijo nada. No lo buscó, no se extrañó. Mikey siguió con su vida, sin haberle dado importancia a sus palabras. Al igual que Gerard.
Esos cuatro meses se convirtieron en dos años. Dos años en los que Gerard retomó su vida, o al menos eso es lo que su página de Facebook afirma. Su recuperación fue lenta, tal como dedujo. Es por eso que decidió alejarse por tanto tiempo. Gerard seguía sin estar listo, y claramente, él tampoco. No podía volver a su vida queriendo ser su novio, o ex. Quería volver siendo alguien nuevo, un nuevo rostro para su memoria, alguien que nunca ha conocido, pero que lo enamoraría efervescentemente.
Así que decidió verlo. Simplemente verlo. Lo ha visto ir por varios cambios de estilo, su cabello crece con rapidez. Un día llegó con el cabello bastante largo, y al otro par de días el mismo cabello azabache sólo cubría una porción de su frente, pero éste volvió a crecer con suma rapidez, entonces decidió cortarlo casi hasta la raíz. ¿Algo que no se esperaba del todo? Que se lo tiñera de blanco. ¿Algo que sí esperaba del todo? Enamorarse todavía más de él. Un sentimiento inevitable que lo carcomería por siempre.
Así que como cualquier día común y corriente, sólo debe quedarse ahí hasta que él se vaya y luego ir a casa a preparar la cena junto a Linda. Luego de un cuarto de hora, Gerard está culminando su lectura de La Lengua de Santini por ese día y tomando sus cosas para retirarse. Frunce su ceño. ¿Tan rápido se va? No viene todo el tiempo, y usualmente se queda un poco más de hora y media, afuera ni siquiera ha obscurecido, pero no tiene ningún sentido el permanecer ahí si no hará absolutamente nada.
Como siempre, espera unos cuantos minutos antes de salir y guarda su libro tras pasar su mochila por sus hombros. No ve a Beta para despedirse así que sólo sale tranquilamente. El café sigue tibio y le ayuda a calentar sus dedos entumecidos. Suspira cuando no lo ve por ninguna parte, siempre sería igual. Y ya se está acostumbrando a esa rutina: el siempre verlo y nada más.
Las calles de Summit nunca están tan pobladas como se piensa, hay una que otra persona caminando por las aceras y resulta extraño. No es una ciudad peligrosa, pero luego de las seis de la tarde la mayoría de las personas ya se están dirigiendo a casa, ya sea de su trabajo o de sus estudios. En su caso, no sabría decir si del trabajo, o de ver a Gerard.
Un jalón a su mochila le impide el paso y lo envía hacia atrás, su balance se mantiene cuando logra estar de pie y no caer al suelo. Gira viendo qué ha tirado de él y siente marearse al ver una corta cabellera blanca con un gran abrigo y esos ojos verdes a los que se acostumbró a ver por seis años. ¿Qué son otros dos sin verlos? Casi nada.
— ¿Sabías que es malo acosar a las personas?
Frank balbucea, sosteniendo con fuerza el vaso entre sus manos. Gerard tiene sus ojos entrecerrados con sus manos tomadas al frente. Queda petrificado frente a él, sin poder quitarle la mirada de encima. El blanquecino ríe cuando Frank no dice nada.
»Me has estado acosando.
El avellana sacude su cabeza rápidamente.
—N-no, no, yo no- no...
—Sí, si lo has estado haciendo. Por mucho tiempo —ríe alargando la primera vocal en "mucho", el labio del tatuado tiembla—. Te sientas a fingir que lees pero lo único que haces es mirarme, entonces cuando me voy esperas un rato antes de salir también. Tengo entendido que trabajas ahí, te he visto, ¿por qué no sólo te vas a casa y dejas de acosar a las personas? ¿O es sólo a mí? Realmente siento que me miras sólo a mí, lo cual es bastante incómodo porque... Eres un extraño y claramente no te conozco, pero nunca me quitas la vista de encima. ¿Qué tan difícil es acercarse y saludar? Yo no muerdo, ¿sabes?
El tatuado opta por reír nerviosamente junto a él, con sus dedos cosquilleando alrededor del vaso desciende su mirada. Es momento de enfrentarlo luego de mucho tiempo. Pensó que sería peor el tenerlo en frente, mirarlo a los ojos y articular palabras, pero puede que sea tal como antes. Gerard era la única persona con la que se sentía a gusto hablando sobre todo, era el único que lo escuchaba, el único que estaba ahí para él cuando más lo necesitaba y lo acunaba en sus brazos diciéndole que todo iba a estar bien.
Linda tomó su lugar después.
— ¿C-cómo supiste q-que... que te-?
— ¿Cómo supe que me veías? —hace un mohín, Frank suspira, asintiéndole apenado. Gerard sonríe—. Pues, tampoco eres muy discreto. Y siempre sentía tu mirada sobre mí. Cuando giraba tu desviabas la vista y "seguías leyendo" —hace comillas con sus dedos, lo hace reír. No ha perdido el humor en sus palabras, aun así, sigue sin tener la valentía de mirarlo a la cara, juega con sus dedos tintados—. ¿Cómo te llamas?
Balbucea nuevamente. ¡¿Ni siquiera puede recordar su jodido nombre?!
—Ah... eh, F-Frank, Frank, sí. Me llamo Frank.
—Bien, F-Frank, ¿qué te parece si dejas de mirarme a escondidas todo el tiempo y sólo te acercas a conversar como una persona civilizada?
El avellana presiona sus labios. No lo está pidiendo de mala manera, realmente suena como un favor. Él le está sonriendo y hablando suavemente, como si fuese un niño al que le cuesta comprender las palabras, suena más gentil de lo que podría sonar otra persona si le dijese lo mismo. Enseguida sabe que este Gerard es uno diferente al de antes. Él no se hubiese acercado a pedirte que dejaras de mirarlo, Gerard se hubiese acercado a insultarte por mirarlo tanto y luego se iría hostilmente, fumando algún cigarrillo barato.
Pero ese Gerard ya no está más. Y él debe aceptarlo.
—Sí —susurra—, lo tomaré en cuenta. Lamento haberte incomodado.
—Gracias. Y no tienes porqué lamentarlo, sólo espero que la próxima vez de verdad te acerques. Fue un gusto, F-Frank.
Con una sonrisa mete sus manos a los bolsillos de su chaqueta y pasa por su lado, comenzando a caminar en su dirección. El corazón le late con fuerza, y en su estómago se refugia una gran cantidad de cosquilleos que si bien dejó de sentirlos hace un largo tiempo, ahora han regresado. Y todo gracias a la misma persona que ha logrado hacerlo sentir de esa manera desde que era un adolescente. Da un respingón cuando escucha su nombre a sus espaldas, gira viéndolo a una distancia no considerable, realmente no avanzó nada, o quizás se devolvió para decirle:
—Por cierto, me llamo Gerard, y creo que Los Juegos del Hambre es un buen libro, pero si quieres leer algo popular y a la vez bueno, te recomendaría Las Ventajas de Ser Invisible. Te ves un poco más de esa clase —sonriendo nuevamente camina de espaldas, Frank queda sin palabras.
No encuentra nada que pueda decirle en respuesta. No hay nada que en sí pueda decirle. Así que sólo lo observa alejarse hasta que desaparece, y él debe regresar a casa si no quiere que Linda se preocupe.
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