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La expresión de Linda al verlo es maravillosa, Frank enseguida la agrega a su lista de expresiones favoritas. Está a punto de salir al trabajo, ha tomado el turno de media mañana, así que saldría después de las ocho, probablemente a las diez. Con la mirada lo sigue por la cocina. Se ha bañado, puesto ropa limpia e incluso lavado su cabello que había estado grasoso por esos meses. El rastro de barba desapareció, está utilizando sus jeans favoritos y esos zapatos que Gerard le regaló hace dos cumpleaños.
—Buenos días, mah —lo escucha decir entrando a la cocina, se encamina hasta abrir la nevera—. ¿No preparaste el desayuno?
Linda balbucea. ¿Qué puede decir? Frank está de pie, la está tratando como si todos esos meses no hubiesen sido los peores de sus veinte años, como si nada hubiese ocurrido, como si fuese un día común y corriente en su vida. Frank, la está tratando con normalidad. Sin nada en su mente. Claramente no está saltando de felicidad de un lado a otro con todas las energías que posee, pero ya no está solamente postrado en la cama sin fuerzas, sin comer, sin hablar, sólo llorar y dormir. Frank está luciendo bien. Y una sonrisa se forma en el semblante de la mujer.
—S-sí —asiente rápidamente—. En... en el microondas.
El avellana le sonríe. Su cabello ha crecido bastante, si antes llegaba casi a la mitad de su rostro, ahora va camino a rozar sus hombros. Está pensando en cortarlo en algún momento, no le gustó lo que vio en el espejo al levantarse. Durmió bien, comparado a hace una semana, se levantó con ánimo. Linda cree que es por Gerard, porque Gerard tiene algo que ver, para Frank siempre ha sido así.
Lo observa desayunar, utilizando el teléfono mientras mete trozos de pan a su boca. De la mesa apoya sus codos y juntando ambas manos tras ellas esconde su sonrisa. Antes de que Frank se dé cuenta se obliga a desaparecerla, acabando también con su desayuno. En su cabeza rodean un par de preguntas que tiene miedo a formular, pero se arriesgaría de todas formas. Ella realmente tiene esa esperanza de que los doctores estén equivocados, pero se promete a sí misma ser fuerte si la respuesta de Frank no concuerda con lo que ella tiene en mente.
Aclara su garganta.
—Y... ¿tienes algo planeado para hoy? Te levantaste algo... animado. ¿Hay algún motivo?
Frank deja de masticar y aparta la vista de su teléfono para girar a ver a su madre con una sonrisa en el rostro, puede jurar que ama verla así de feliz. Las sonrisas de Linda serían lo más preciado que tendría por siempre. Limpia su boca con el dorso de su mano.
—Pues... planeaba salir a caminar un rato, tocar algo de música, probablemente vaya a casa de Bob a tocar guitarra, y... no sé si vaya a ver a Mikey también. Dijo... que hoy en la tarde daban de alta a Gerard. Yo supongo que él va a querer que yo esté ahí, quizás dirá que... soy su amigo y me presente de esa manera a él. Aunque tampoco sé si él ya está en la capacidad de "conocer" a nuevas personas, ¿entiendes? No quiero... incomodarlo.
Poco a poco la sonrisa de su madre va desapareciendo, y no se da cuenta de ello, pero el corazón de Linda se rompe en mil y un pedazos. Debe obligarse a sonreír nuevamente. Tendría a Frank feliz a toda costa, iría a ver a Gerard y todo va a estar bien. No recuerda verlo tan radiante, Frank vuelve a vivir porque Gerard vuelve a vivir, y se convence de ello. A la mierda todo lo demás.
—Estoy segura de que no vas a incomodarlo —sacude su cabeza, logrando hacer que su hijo alce sus comisuras—. Si te acercas de manera cordial, sin asustarlo o mostrarte de mala manera, él simplemente te va a aceptar, ¿comprendes?
Sus comisuras bajan lentamente. Su mente ha regresado al hecho de que Gerard perdió todos sus recuerdos, recuerdos de los que claramente él formaba parte. ¿Cómo podría acercarse a él nuevamente? ¿Cómo podrían regresar todos esos recuerdos a él?
—Mamá —titubea, Linda asiente prestándole atención—. Cómo... ¿Cómo hago para que Gerard me recuerde? ¿Cómo hago para que todos nuestros recuerdos juntos vuelvan a él y sepa quién soy?
Linda se lo piensa. Ella realmente se lo piensa. Gerard perdió la memoria, y Frank quiere hacer lo recuerde, entiende su punto. Su hijo ha sufrido tanto por todos esos meses, aún se puede escuchar ese ápice de dolor en su tono si presta mucha atención. Sigue destrozado, dolido, sigue sintiéndose culpable. Que ahora lo esté ocultando y evadiendo es diferente. Sin embargo, llegará uno que otro momento en donde no podrá sostenerse a sí mismo y volverá a caer. De eso está segura. Suspirando vuelve a sacudir su cabeza.
—Quizás no tienes que hacerlo.
El ceño del tatuado se frunce.
»Me refiero a que... no intentes hacer que te recuerde de inmediato. No quieras hacer algo como eso, porque no funcionará. Al menos no ahora.
— ¿Quieres decir que debo... hacer que me recuerde... poco a poco? ¿Con pequeñas cosas cada cierto tiempo?
— ¡Exacto! —sonríe su madre abiertamente. Siente a sus pulmones llenarse de aire, tras llegar a una rápida conclusión titubea. Da un último mordisco a su pan antes de meter su teléfono al bolsillo y de un salto levantarse de la silla. Realmente se siente regenerado, en unas cuantas semanas recuperó todo esa fuerza que perdió, también pensó mucho acerca de la situación de Gerard.
No se dejaría vencer por una pérdida de memoria, por más que le doliese como si un piano junto a una pared hubiesen caído encima de él. Pensó seriamente en el retomar su vida, y mejorar la de su madre. El ser sólo ellos dos le ha hecho saber que su misión es cuidar de ambos, tener en cuenta que sólo se tienen el uno al otro y que siempre sería así. Pero Gerard jamás abandonó sus cavilaciones, se permitió llorar una vez más por él, por el hecho de que es un completo desconocido y se planteó formas de regresar a él. Todos intentos fallidos.
Seguía sin hallar esa forma de introducirse a su vida sin que fuese repentino, y en una simple conversación con su madre todas sus piezas encajaron, dándole la oportunidad de saber qué hacer.
— ¡Te amo, que tengas un buen día! —deja un sonoro beso en su mejilla ajustando su mochila en sus hombros y tomando sus llaves. No le da el tiempo de responder, sale de ahí corriendo.
Las calles siguen sumamente frías y lucen igual de tétricas que siempre. ¿Gerard pensará lo mismo que siempre ha pensado sobre Summit y sus calles? No puede convencerse de que sea así.
La casa Way está sólo a una calle de la suya, verse con Gerard o pasar noches en alguna de ambas casas nunca fue problema por lo mismo. Escaparse, estar la mayor parte tiempo juntos, simplemente recostarse uno al lado del otro. Frank prefiere no pensar en eso.
Por afuera observa las ventanas, la de la habitación de Gerard está cerrada, pero la de Mikey está abierta, y por más que no pueda verlo sabe que está ahí. Con cuidado de no resbalarse a zancadas va a tocar la puerta, la desesperación le gana por más que no quiere espantar a Mikey. No le permitiría hacer lo que tiene en mente.
Con el mal humor siempre rozando en el flacucho, le abre la puerta.
— ¿Frank? —frunce su ceño. Da un respingón cuando el avellana lo hace a un lado saludándolo rápidamente y lo ve correr escaleras arriba—. ¡Frank!
Cerrando la puerta tras él, el castaño sube detrás del tatuado. Frank fuerza la cerradura de la puerta del Way mayor, un truco que entre Gerard y él se habían obligado a aprender para ocasiones de extrema importancia. Ignora los gritos de Mikey preguntando qué está haciendo. No evita sentirse melancólico, demasiadas cosas pasaron en esa habitación, la garganta se le cierra pero no se inmuta. De su espalda remueve la mochila y la tiende sobre la cama, entonces comienza a moverse como si estuviese en su propia habitación.
Petrificado en el umbral de la puerta, Mikey lo observa abrir cajones y luego comenzar a sacar cajas del armario de su hermano en donde solía guardar cosas que tenían valor para él. Horrorizado ve a su cuñado meter papeles en su mochila, carpetas junto a las fotos en los marcos de sus mesas y sacar todo tipo de cosas que eran de Gerard y lo tienen a él involucrado. Enseguida sabe que una mochila no le será suficiente.
— ¡Frank! —grita Mikey acercándose a él cuando saca cosas de las cajas—. ¡Deja eso, Frank! ¡Frank!
En algún punto, ambos comienzan a forcejear entre objetos. Los papeles con los cientos de dibujos de su rostro se esparcen por la habitación, cayendo desde la cima del techo hasta algún lugar en el suelo de cerámicas.
— ¡Mikey!
— ¡Déjalo, déjalo! ¡No toques eso! ¡Dámelo! —le arrebata los libros de sus manos, Frank cae sentado en el suelo con las lágrimas empezando a brotarles. Con desesperación Mikey toma los restos de papeles en sus manos y gatea recogiendo los demás libros y papeles—. ¡Dame eso! ¡Son sus cómics, déjalo! ¡Déjalos! ¡Son...! Son sus... sus cómics, sus dibujos, son suyos, son...
— ¡Tú no entiendes!
— ¡Son sus cosas! ¡Déjalas! ¡No tienes ningún derecho a invadir la privacidad de Gerard así! ¡Sabes lo mucho que él odiaba que nos metiéramos con sus cómics y con sus dibujos!
—... Pero son mis dibujos también —pronuncia el tatuado en un hilo de voz. Pronto comienza a sollozar nuevamente, recostándose de la cama y pegando sus piernas a su pecho—. Tú no entiendes.
— ¡¿No entiendo?! ¡¿Qué no entiendo, Frank?! ¡¿Qué Gerard ya no me conoce?! ¡¿Qué ya no me va a recordar?! ¡¿Qué ya no seré lo mismo que antes era para él?! ¡Te equivocas! ¡Yo lo entiendo, y lo entiendo muy bien, Frank! ¡Muy bien!
Sus hombros se encogen, llevando su cabeza a esconderse en el agujero que forman sus rodillas contra su pecho. Escucha a Mikey jadear y vacilar, dejando caer los libros y papeles en el suelo junto a él. El delgado chico cae sentado entre los papeles, acompañándolo. Mete su cabeza entre sus manos.
»Sí entiendo, Frank. Te entiendo. Sé cómo te sientes, porque yo me siento igual. Tengo impotencia, tengo dolor, tengo... temor, tristeza, demasiada felicidad... Mi hermano no me recuerda, Frank. La persona que más admiro no sabe quién soy, cuándo decía ser su persona favorita en el mundo.
La mandíbula del avellana tiembla.
—Yo era la segunda.
Mikey asiente sonriendo de lado. Remueve sus gafas cuando sus lágrimas empañan los vidrios.
—Tú eras la segunda. Estamos juntos en esto, no hay nada que duela más. Pero le dieron otra oportunidad, Frank, lo dejaron con nosotros. Tenemos la oportunidad de hacer que recuerde o al menos mostrarle viejos recuerdos-
—No creo que debamos —suspira el tatuado por lo bajo—. Por eso vine.
— ¿Por- eso viniste?
Frank asiente.
—Tú eres su hermano, Mikey. Él no puede olvidarte.
—Cuando despertó no supo decir quién era.
—Tampoco con Donna. Él simplemente está débil, está... inestable, todavía. Con el paso de los días su cerebro comenzará a maquinar, te va a recordar a ti, a tus padres. Pero a mí no.
— ¿Por qué a ti no?
—... No quiero que lo haga.
Mikey titubea. Las palabras de su cuñado no están teniendo sentido para él. ¿Por qué no querría ser recordado por la persona que ama? Ha sido testigo de la relación de su hermano por años, se vio deseando tener una relación igual o al menos similar alguna vez. El amor que Frank y Gerard se tenían traspasaba cualquier cosa, lo podía con todo. Pasar dos días sin verse era como si no se hubiesen visto en semanas, y las semanas se convertían en años. Ninguno podía vivir sin el otro. ¿Cómo no querer volver a eso?
»Lo lastimé, Mikey. Lo decepcioné. Me necesitó y no estuve, lo alejé sin querer. Se hartó de mí hasta que su mente tuvo la capacidad. Sí quiero que me recuerde, pero con el paso del tiempo. Estuvo fuera por cuatro meses, y en los próximos cuatro meses él va a estar mejor. Planeo volver para ese entonces, como alguien nuevo en su vida. Pero no puedo hacerlo si tiene miles de fotos mías y miles de dibujos de mi rostro por todas partes. Sus cómics tienen mi nombre, porque le regalé la mayoría de ellos. Tampoco quiero que lo sepa.
Negando con su cabeza, el menor se acerca hasta sentarse a su lado y pasa su brazo por su hombro, atrayéndolo a él para abrazarlo. Los sollozos del avellana lo hacen estremecerse, le recuerda a él todas esas noches que se decía lo injusto que era el que su hermano estuviese pasando por algo así. Se siente culpable por nunca haber pensado en Frank, siendo que había sido una parte importante en la vida de Gerard. La mandíbula del castaño tiembla, Linda se lo advirtió una vez y él no prestó atención, incluso a Gerard también, pero todo les pasó por debajo. Frank lo necesita, ahora más que nunca.
—No lo pienso dejar ir, Mikey. No lo voy a dejar ir.
Cierra los ojos estrujando a su cuñado entre sus brazos, absorbe por la nariz.
—Entonces no lo hagas.
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