16
Los cambios de turno suelen realizarse en un corto lapso de tiempo debido a que la clientela continúa llegando, así que mientras atiende a su último cliente, le sonríe a Karol que solo le regala un estirón de comisuras. Para tener tiempo trabajando ahí, no es muy apegado a ella. No lo comprende, pero tampoco le toma mucha importancia. ¿Por qué querría hablarle a él, de todas formas? Ni él mismo se hablaría. Agradece a la señora que toma su pedido y enseguida Karol toma su lugar. Va a dejar su delantal doblado en el gabinete al extremo y al girarse se detiene en seco. Un peso cae en su estómago al ver a Gerard parado del otro lado del mostrador, e intercambian miradas hasta que se da cuenta de que no puede estar parado ahí, sobre todo si su turno ya culminó. Respirando entrecortadamente da pasos hacia él, viéndolo unir sus labios entreabiertos y luego darle una media sonrisa.
—Hola —murmura el blanquecino.
—... Hola —dice simplemente, ciñéndose al silencio de nuevo—. ¿Qué haces aquí? —agrega luego, Gerard vacila.
—Vine porque... Necesito hablar contigo —habla rápido, por lo bajo, Frank casi no puede escucharle, pero es ese tono que conoce perfectamente y el nerviosismo no tarda en apoderarse de él—. Y pensé que ahora que tienes tiempo puedes... Hablarme.
Un aire de culpa le golpea, retorciéndole el estómago. Sus manos tocan la superficie del mostrador frente a él y su vista recorre la pequeña fila que se ha vuelto a formar, pero le asiente.
—Espera un minuto. Iré a... —con su pulgar apunta a la puerta tras él.
—Sí, sí —asiente el ojiverde para verlo hacer un mohín y luego caminar hasta los adentros de lo que le parece el almacén. Un par de minutos después Frank sale con su chaqueta y su mochila sostenida por ambos hombros. Con un movimiento de cabeza le indica al mayor que ya pueden irse y a su suerte le acompaña hasta afuera.
Por más que quisiera estar sorprendido, Frank no lo está del todo. Sabía que Gerard regresaría. Sabía que tenía muchas dudas y sabía que su cabeza estaba por caer como pelota de fútbol hacia un barranco. De todas formas, no esperaba que quedara de otra manera si al Gerard descubrir que lo conocía de alguna parte, él lo botó casi sutilmente de su casa en plena medianoche. Y lloró hasta que se quedó dormido, y con un tremendo malestar al otro día que lo dejó tendido en el suelo del baño bajo la corriente de agua fría tanto tiempo que Linda tuvo que preocuparse e irlo a buscar. Toda una semana desecho, intentando convencer a su madre de que hablara con Beta porque realmente no quería asistir al trabajo. Si asistía era probable que Gerard aparecería, y no se equivocó puesto a que ahí está.
No sabe de dónde sacó fuerzas para salir de su cama, quizás fueron las súplicas de Linda, o el hecho de que quería, en lo más profundo, que ese encuentro en la cafetería sucediera. Pero es que si sucedía, él acabaría por decirle toda la verdad, porque entonces ya no podría tolerarlo. Lo tendría frente a él, haciéndole sentir más vulnerable de lo que por naturaleza es y daría su brazo a torcer fácil. Desde un principio supo que Gerard debía saber la verdad, e ignoró sus pensamientos porque éstos no tenían relevancia al momento. Pero su plan falló, no pudo hacerlo recordar, y tampoco lo haría. Sin embargo, quiere escuchar lo que Gerard tiene para decir, y a pesar de que sabe que esto puede destruirlo más de lo que de por sí está; tal parece que llegó la hora de hacerle saber la verdad.
— ¿Cómo supiste que estaba ahí? —pregunta el tatuado de pronto. Los labios de Gerard tiemblan, y ve cómo con su aliento se forma una rápida nube de humo ocasionado por el frío. Su nariz está rojiza y comienza a notar raíces negras bajo sus mechones platinados... Sólo pasó una semana en casa, ¿cierto?
—Estuve viniendo los últimos días, pero no te vi. He intenté... preguntar, pero al parecer nadie quería prestarme atención. Hoy fue sólo casualidad encontrarte ahí.
Frank se estremece. ¿Por qué no querrían prestarle atención? Gerard puede chasquear los dedos y tomar su atención en ese instante, sin pensárselo. Pero para la administración de su lugar de trabajo es diferente, a según. Le asiente de todos modos, caminando con lentitud y sin saber adónde ir porque... ¿Adónde se supone que deben ir? No quiere llevarlo a casa, y de ir a su casa, Mikey estaría ahí para sacarlo a golpes de nuevo, no es ninguna opción. Sin notarlo, es Gerard quien lo guía y siente un escozor al ver el parque imponerse a ellos. Ha recordado el cómo llegar. El blanquecino evita su vista cuando encuentran la entrada y se hallan en el interior. Lo primero que ve es el carrusel, tétrico e inmóvil.
Su mente proyecta una vaga imagen de éste encendido y en movimiento, pero ya no está seguro de si esa imagen continúa tangente en su memoria, comienza a disiparse, a desteñirse. En un parpadeo la imagen ya no está ahí, y es reemplazada por su visión. Ya no hay nada que pueda restacar de ese lugar. Todo se fue. Con él.
Jamás tocó ese lugar sin Gerard a su lado, ni siquiera cuando estaba en Trenton y las llamadas no eran suficientes. Se mantuvo alejado todo ese tiempo, y no sabe qué es lo que está haciendo ahí ahora. Su cabeza asciende a las bombillas quebradas, quizás por la radiación del sol en un momento, y pronto desciende a las barandas de metal oxidadas.
Suspira cerrando los ojos. No fue bueno ir ahí, necesita irse. Pronto.
—Frank —la voz de Gerard lo detiene una vez da pasos hacia atrás. No puede verlo, pero él se acerca y sus piernas tiemblan. Le hace caminar hasta recostarse de la barandilla y luego alzar su vista. Su expresión ha cambiado completamente y su nariz rojiza contrasta con sus ojos brillosos—. ¿Por qué me has estado evitando?
La mandíbula de Frank tiembla. El nudo en su garganta se forma con increíble rapidez y sus lágrimas también. Se ve tan indefenso. ¿De verdad, aun cuando no hay recuerdo sobre él en su mente, todavía puede hacerlo sentir así?
—No te evito —baja la cabeza, pero desde el mentón él vuelve a subirla, y dando un paso al frente no ve escapatoria.
—Sí lo has estado haciendo. Desde que me pediste que me fuera la otra noche. ¿Por qué lo hiciste?
Frank encoge un hombro.
— ¿Por qué te fuiste?
Su pecho duele cuando los dedos de Gerard abandonan su mentón y se percata de sus palabras, de lo que puede significar, más para sí mismo que para el ojiverde, y desea no haberlas dicho.
—... Lo siento —susurra, y eso le eriza la piel al avellana. Sus mandíbulas temblorosas y sus ojos escozando acompañan a su silencio, hasta que Gerard se encoge de hombros—. No entiendo.
— ¿Qué no entiendes?
—Todo —se encoge de nuevo, Frank cierra los ojos—... Tú me conoces, Frank.
El avellana presiona la mandíbula, negando.
»Sí, sí me conoces. Y yo... Yo necesito saber, Frankie —su tono quebradizo le hace abrir los ojos y botar el primer par de lágrimas. El mayor no se queda atrás. Pero Frank vuelve a negar—. Tú lo dijiste... Dijiste que me conoces lo- suficiente... Yo necesito saber la verdad, Frank. Por favor.
— ¿Qué verdad, Gerard? —pregunta agudamente, apenas dándole la oportunidad de oír— No hay verdad.
—Sí la hay —respira entrecortado—. ¿Quién soy yo, Frank? ¿Quién eres tú? ¿Quién soy yo para ti? ¿Por qué no puedes decirme?
Entonces se quiebra, porque él hace silencio y Gerard no puede sostenerlo. Lo ve restregar su rostro con una mano y luego pasar la misma por su cabello. Los hombros del menor se encogen y su cabeza baja, sollozando en silencio.
»Por favor, Frank —vuelve a suplicarle, acercándose a él—. Por favor. Por favor.
Entre sollozos sube a verlo, las ganas de abrazarlo le sobran y sus manos cosquillean. Suspira para calmarse y el mayor junta sus frentes, diciéndole "por favor" otra vez sólo moviendo sus labios. Y tras un largo silencio, le asiente. Entonces Gerard cierra los ojos, dando un jadeo y un paso hacia atrás.
Acabaría por decirle toda la verdad. Detalle por detalle.
—No sé por dónde empezar —susurra en una risita. El ojiverde le sigue, absorbiendo por la nariz.
— ¿Qué tal desde el principio? De... Todo.
Frank titubea.
—Desde el principio de todo... Bien.
Ambos asienten, pero el menor se toma su tiempo. Decide que no puede verlo mientras habla. De hacerlo no podría seguir y sólo..., no le conviene.
—Cuando tenía catorce, fui a una fiesta —comienza en un suspiro, su piel se eriza, su estómago burbujea y su corazón palpita rápido. Gerard lo escucha con atención.
Desde el principio...
*
Se mantiene en silencio mientras Gerard parece pensar. No está haciendo nada, está mirando a un punto fijo en el suelo. Frank presiona sus dedos con fuerza, a pesar de que sus huesos ya hayan sonado y ahora éstos le duelan; la ansiedad lo está matando. Le ha dicho todo lo que ha considerado necesario. Gerard lloró, y él también lo hizo, pero ahora parece que ambos se han cansado y no queda más que la inquietud suspendida en el aire, torturándolos. Le dijo cómo se conocieron, y el ojiverde rió, preguntando si no estaba inventando aquello. Con una sonrisa Frank negó y continuó. Cuando avanzó a sus primeros meses de relación, el joven Iero se estaba quedando sin cosas que decir, porque el decirlo todo directamente le parecía extremado. Daría todas las vueltas necesarias hasta llegar al punto en donde están ahora, y siente que ha pasado rápido. Caminaron del parque a su casa, lo vio sentarse en el suelo de su habitación, y él tomó asiento frente a él con su espalda pegada a un costado de la cama.
Contó su primer beso, su primera vez, su primer "te amo", los problemas con su padre, sus visitas a la universidad y lo poco que recordaba el carrusel encendido, pero que lo había hecho para él. Le dijo la importancia de ese lugar para ambos, y cómo luego de su accidente todo simplemente se perdió. Su ansiedad le hacía desviarse a detalles minúsculos que resaltaban en su mente como detalles importantes y no pudo evitar comentárselos, Gerard reía y la nostalgia los envolvía de nuevo.
Y entonces llegó el momento de decirle sobre su accidente.
Lloró de nuevo al contárselo, sin poder evitarlo, pero Gerard parece más confundido que otra cosa. Y sabe que una de las preguntas más frecuentes en su cabeza es: ¿por qué? ¿Por qué mentirle acerca de su accidente? ¿Por qué decirle que tuvo un derrame cerebral, cuando realmente su cabeza atravesó el parabrisas de su auto?
El avellana niega lentamente con la cabeza.
—No lo sé —murmura bajo, Gerard jadea.
—Fue mi familia. ¿Por qué mi familia me mentiría?
Frank suspira.
— ¿Para protegerte, tal vez? —entrecierra los ojos, resopla— No lo sé, Gerard. El punto fue que lo olvidaste todo, ¿entiendes? Y fue... —sus manos van restregar su rostro con fuerza— ¡Fue horrible! Tú..., tú no me conocías, no sabías quién era, no era nadie para ti y eso...
Se estremece cubriendo su rostro, y desearía que él se acercase a abrazarlo tal como habría hecho el Gerard de antes. Pero no lo hace, él se queda ahí frente a él, inmutándose para sí solo y piensa que es eso lo que se merece. Es su castigo por lo que hizo antes del accidente, es su castigo por haberle prometido tanto y al final no cumplirlo. Es su culpa, y ésta lo carcome nuevamente.
Gerard está desesperado, Frank sabe que quiere hacer algo pero no sabe qué, porque simplemente es demasiado para tomar. El ojiverde tiene al que solía ser su mundo frente a él, y no puede reconocerlo. Y si eso le duele, no quiere imaginar lo que está sintiendo el tatuado.
El menor tantea el suelo bajo su cama, buscando por la caja en donde ha guardado sus dibujos y obviando sus palabras anteriores. Tallando su rostro y respirando pesadamente posa la caja frente a él. Gerard sube a verlo intrigado cuando se pone de pie y camina hasta el escritorio de donde saca un álbum de fotos que nunca llegó a organizar. Las fotos están regadas por el pequeño espacio y salva las que llegan a su vista. Los dibujos, recuerda que la vez que los pegó en la pared Linda los quitó y los regresó a su caja. Al parecer sabía el daño que podían ocasionarle y decidió quitarlos de su vista. Se le olvidó agradecerle por eso.
»Ten —suspira tendiéndole las fotos una vez vuelve a su lado en el suelo, el blanquecino sube la vista de la caja y las toma dudoso. En el intercambio Frank nota que ambos tiemblan, absorbe por la nariz—. Son tus dibujos, y nuestras fotos. A veces me- dibujabas a mí, y a otras veces- dibujabas para mí —risotea—. Tus comics los dejé en tu casa ese día que Mikey me golpeó. Y no son todas las fotos pero- logré guardar algunas. Ojalá pudiera tener el resto.
El ojiverde ojea una por una, se detiene en una de ellos dos acostados en la cama y le da la vuelta. Frank sonríe.
»Teníamos muchas- ah-
— ¿Relaciones? —Gerard arruga su nariz. Él no evita reír, cerrando sus ojos cuando le escucha reír también.
—Éramos, a-aficionados —ladea, resoplando, su ansiedad no le permite quedarse tranquilo. Juega con sus dedos—. Una vez me hiciste ir con un plug anal al colegio.
— ¡¿Que hice qué?! —exclama en una risa, pronto ambos se hallan riendo. El menor asiente tomando las fotos pero no alejándolas de su mirada.
—Querías que tuviésemos sexo en una de las duchas porque eras de último año y no querías graduarte sin cumplir una fantasía. El conserje nos descubrió e hicimos servicio comunitario por medio mes —ríe ante el recuerdo—. Tu madre decía que si alguno de los dos fuese mujer, tendría más de diez nietos.
—Mierda... Algo me decía que la dilatación en el culo y la facilidad con la que lo hicimos la semana pasada no era algo repentino.
Su risa aguda le eriza la piel. Siente su interior quisquillear. Cada risa, cada movimiento, cada mirada; todo lo que Gerard hace le produce una sensación que le es difícil de explicar. Y quiere mantener su postura, no darle importancia al hecho de que le ha dicho toda la verdad y sus mejillas están igual de rojizas que su nariz, estando levemente hinchado. Sus ojos brillan cristalinos y sus largas pestañas revolotean, salpicando. Quiere besarlo tanto...
»Sí me conocías, Frankie —susurra, aun ojeando las fotos repetidas veces. Ante su silencio, Frank siente su corazón latir redundante y sus manos temblar. Se siente en la necesidad de desahogarse.
—Sí... Servías poco café, con cuchara y media de azúcar, pero la mayoría de las veces estaba frío y te gustaba caliente, pero no demasiado, entonces deduciste que 43 segundos en el microondas sería suficiente.
Gerard lo mira expectante, sin esperarse algo como eso. Frank se estremece.
»En las mañanas... Solías vestirte de atrás para adelante, o desorganizadamente. Usualmente ponías primero tu pantalón, luego tu camisa y por último los zapatos, pero un día decidiste que estabas cansado de la rutina, así que comenzaste poniendo un calcetín y un zapato, luego la camisa, el pantalón y por último el otro calcetín y el otro zapato. Entonces comenzaste a hacerlo de diferentes formas cada día.
Él mismo se ríe por lo tonto que es ese dato, pero Gerard sólo exhala una silenciosa risa mientras lo ve con su mirada baja y ese rubor en las mejillas, como si estuviese diciendo un gran dato sobre él que nadie más sabía. Y mierda, es sorprendente que sepa cosas tan pequeñas como esas.
»Eras liberal, tus pensamientos volaban. Si sentías algo lo decías y hacías de ello lo más hermoso que nadie se hubiese podido imaginar. Lo hacías especial y así era para las personas a las que te proponías. Siempre- ibas al baño antes de acostarte a dormir. Intentabas leer en silencio sin mover los labios, pero la mayor parte del tiempo no lo lograbas y desistías. Te costaba dormir pero no te importaba andar con ojeras, porque sólo te importaba mi opinión y para mí seguías siendo hermoso. A veces despertabas tarde cuando debías despertar temprano y temprano cuando te gustaría hacerlo tarde, y unas veces no le tomabas atención, pero del resto lo odiabas. Las agujas, los gatos, los adolescentes, odiabas. Calcetines, alturas, The Smashing Pumpkins, amabas... —suspira— Había tantas cosas. Pero mi favorita era cuando me mirabas como si no existiese nadie más —ríe viendo sus tatuajes—. Así estuviésemos en una fiesta atestada de personas; siempre me mirarías a mí, como el único en la habitación. Y... Te amaba por eso.
La risa del menor le destruye, tanto que Frank puede sentir tal destrucción. No sabe a quién está lastimando más con sus palabras, pero no evita congestionarse de nuevo. La mandíbula de Gerard tiembla, pero logra formular:
— ¿Y yo te amaba igual?
Mirándolo aun con su visión borrosa, el menor exhala una risa por la nariz y estirando sus comisuras, susurra:
—Incluso más.
Entonces llora. Y Gerard llora junto a él, porque quisiera hacerlo todo para que Frank dejase de sentir tanto dolor por todo aquello. Pero el avellana solloza más fuerte, llevando sus manos a cubrir su rostro, y el blanquecino no comprende por qué, hasta que opta por hacérselo saber.
»Fue mi culpa —Frank solloza, sacando sus manos del rostro—. El accidente fue mi culpa, Gee. Fue- lo- yo no- no...
El mayor lo mira con terror. ¿Su culpa? ¿Cómo podría ser su culpa?
— ¿Por qué dices eso? —pregunta el ojiverde agitado— ¿Qué hiciste, Frank? ¿Qué-?
—Discutimos, esa noche, del accidente. Tú estabas furioso, realmente furioso, no querías- no querías saber de mí, estabas d-dolido —solloza fuerte—. Habías recibido una beca para una universidad, en Nueva York, de arte, y tú... Yo no- no te di la reacción que esperabas. Tú esperabas que estuviese feliz por ti, porque saldrías de Summit y todo estaría mejor, p-pero no lo hice. Te fui indiferente. Yo no quería que te fueras, y lo tomaste de mala manera —siente las manos contrarias tomarle los brazos casi a la altura de los hombros, le hace sollozar de nuevo—. Y gritamos mucho y- y terminaste conmigo, porque estabas demasiado enojado. Y luego tuviste el accidente.
Gerard jadea ante la información. Se lo piensa con rapidez, e inmediatamente llega a una conclusión: Frank no tuvo la culpa de absolutamente nada.
—N-no, Frank, no —sacude frenéticamente su cabeza—. Escúchame, no fue tu culpa, ¿está bien? Tú no hiciste nada-
— ¡Sí hice! ¡Tú te ibas a quedar aquí esa noche! ¡La carretera estaba peligrosa y yo lo sabía y no lo pensé y no te apoyé y no estuve para ti y te fallé y moriste!
Su mano tatuada va a cubrir toscamente su boca al escucharse decir eso. Gerard también lo mira con ojos abiertos, inyectados en sangre, que sin la necesidad de parpadear las lágrimas resbalan por sus mejillas. Frank vuelve a sollozar, todavía con más fuerza, temblando por doquier y encogiéndose tanto que da la impresión de que lo único que quiere es que la tierra se abra y se lo trague ahí mismo. Pero Gerard no se inmuta, el menor cae en sus brazos y lo deja llorar, con todas esas ganas que ha estado acumulando por tanto tiempo.
—Frankie... Frank —murmura aun escuchando su llanto inconsolable. Titubea—. Yo estoy aquí. Estoy aquí ahora, contigo. ¿Me sientes? Estoy contigo... Mírame —intenta tomar su rostro, logrando sacarlo de su cuello para juntar sus frentes. Con sus manos remueve la humedad—. Mírame, por favor... No fue tu culpa, ¿sí? Estoy bien. Ahora, aquí, estoy bien, y estoy contigo.
El mayor besa sus párpados, sus mejillas, su nariz y por últimos sus labios. Aun cuando el llanto quiere ganarle, Frank intenta seguirle, besarlo con esa dulzura, pero no lo logra. Necesita tener la certeza de lo que está diciendo, y le está costando conseguirla.
»Frankie, necesito, oye —con sus manos sube su rostro cuando éste cae—, necesito que por favor me ayudes a recordar —Frank se niega por lo bajo, con sus ojos cerrados, pero Gerard insiste—. Te necesito..., por favor. Ayúdame a recordarte. Quiero recordarte, necesito recordarte. Quiero amarte como hacía antes, quiero tenerte, quiero que me sigas amando tal como hacías antes. Te lo pido... No me dejes.
Y volviendo a besarlo con mandíbula temblorosa acaba en sus brazos, apretándolo con fuerza hacia él.
Él está ahí. Puede sentirlo. Lo abraza, lo besa, si cierra los ojos muy fuerte, sabe que está ahí, y le está rogando que no lo deje. Pero es que él nunca lo dejaría, no podría. Gerard forma parte de él, más de lo que él forma parte de sí mismo. Aun después de tanto tiempo, lo sigue amando como desquiciado, lo sigue teniendo a sus pies. Y quiere convencerse nuevamente. Quiere convencerse de que, a pesar de que su mente esté distante, ese sigue siendo él, y que nadie nunca lo cambiaría.
Después de todo, es de lo que se ha esta convenciendo por los últimos casi tres años.
Sin embargo, cuando ambos se hallan recostados en su cama, con sus dibujos, fotos regados en el suelo y Gerard durmiendo plácidamente sobre su regazo; sabe que no podrá hacerlo. No lo hará recordar, porque ya no hay nada que pueda hacerle recordar, siendo que su memoria también comienza a deteriorarse. Intentó hacerlo, y además de que sus intentos fueron mínimos, también fueron nulos. Se siente tan débil y desecho, angustiado y alterado...
Piensa en las palabras de Beta, en las intenciones que ella le ha intentado dar. Piensa en cómo se lo dijo, y en el miedo que traspasaba sus ojos al verlo. Las analiza, una y otra vez, dándose tantas posibilidades que le hacen llorar en silencio nuevamente, acariciando el cabello de Gerard. Cierra los ojos y se forza a alejarlo de él. Mentalmente, porque físicamente sólo lo abraza más hacia sí. Lo pone en donde se supone que debe estar, y por más que siente su pecho desgarrarse, llegó la hora de aceptarlo.
Así que deja un beso en su frente y pasa sus dedos entre su cabello, se acurruca más contra él y besa su mejilla, acariciando superficialmente donde dejó la estela del beso. Gerard se remueve, tensándolo, pero no se despierta. Frank suspira.
—Te amo tanto —su mandíbula tiembla, frotando suavemente su mejilla contra su rostro—. Tanto.
Ya ni su fuerte llanto podría despertarlo. Ni sus súplicas, ni su falta. Nada.
Él ya no está ahí. Y lo sabe.
Abre sus ojos para verlo, y le susurra:
—Tengo que dejarte ir.
Créditos del dibujo: UnintendedJoy0 ♥
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