14
Tres años y tres meses después.
Sus pies se deslizan y se enredan por los pasillos, esquiva a las personas que se le cruzan imprudentes y se disculpa repetidas veces con la chica a la que le hace tirar sus libros al suelo. Lo reprenderían por correr en donde no debería, pero es por una buena causa. A la mierda lo que diga el decano. Necesita verlo. Por su cabeza pasan cientos de preguntas que rebotan una sobre otra. No es bueno tratando la ansiedad, y tampoco es rico como para comprar cuanto vaso de café ésta le requiera. Pensó en obtener un empleo, fuera del asunto universitario, pero no quería aventurarse sin tener un comentario de su novio al respecto. Incluso si es en decisiones que bien pueden ser fáciles, prefiere tomarlo en cuenta. Conoce a Frank, sabe que le reprocharía porque tiene que centrarse en su carrera, y que por más que no quisiera, dejaría que sus padres siguieran pagando por ella. Él sabe cuánto le jode, sin embargo, no es tan idiota como para tirar todo a la basura a éste punto.
Sonríe corriendo escaleras abajo, las ansias de verlo no se disiparían. ¿Su cabello habrá crecido? ¿Cómo se verá con sus nuevos tatuajes? ¿Tendrá sus piercings de nuevo? ¿Qué si volvió a utilizar maquillaje y sus uñas pintadas como cuando lo conoció? ¿Seguiría de la misma estatura o se habrá estirado un poco más? Esa última le hace reír. Frank nunca ha sido muy alto, al menos no a su lado. Entre sus cosas favoritas, el que se tenga que poner de puntillas para poder besarlo abarca los primeros puestos. Eso, junto a sus sonrisas, su bonita nariz, el cómo siempre intentaría ponerlo de buen humor, y también el cómo, sin importar la distancia, siempre se preocuparía por él. Frank es mucho para él, ¿pero cómo quejarse? El sólo pensar que alguien más puede ser afortunado de tenerlo le hierve la sangre. Quiere ser ese único afortunado. Así él sea mucho, en su comparación.
Las calles del campus se hallan escasas para ser un viernes por la tarde. Intentó decirle que sería mejor si llegaba por la mañana, pero ambos sabían que no sería posible. Frank continuaba arreglando papeles para entrar a una universidad local, teniendo presentaciones con su banda en pequeños espacios para obtener algo de dinero, y él... Sus estudios están arrastrándolo lentamente al jodido infierno. Habló con la directiva de la universidad para que movieran sus asignaciones del lunes y del martes a la semana que viene ya que éste fin de semana, sería Frank el que tomara posesión de su tiempo. Y eso con dos semanas de anticipación. Desde entonces estuvo contando los días para que el tatuado llegara de visita al campus. Habló también con su compañero de habitación, preparó su dormitorio para ellos dos, encontró su viejo block junto a sus lápices entre sus cosas, acomodó otro poco más, y Frank dejó de responder a sus mensajes después del mediodía porque quería "mantener el suspenso" hasta que estuviesen juntos.
¿Sinceramente? Ya no puede tolerarlo. Han sido cinco largos meses sin sentir sus labios, ni la estela de calidez que dejan sus abrazos. Cuatro de siete noches escuchaba su voz apagarse poco a poco, hasta que Frank se quedaba dormido y tuviese que repetirle que lo ama, así el avellana ya no estuviese escuchando. Gerard no se enojaba, porque era su voz lo último que escuchaba antes de caer profundamente dormido y eso lo llenaba de sobremanera. Dormía feliz sabiendo que, cruzando el estado, había alguien que lo amaba y que estaría para él cuando lo necesitase. Pero justo ahora sólo quiere abrazarlo, besarlo, repetirle lo mucho que lo ha extrañado y continuar abrazándolo.
Después de esperar junto a su celular varios minutos a unos metros de la entrada y de dar ansiosos puntapiés contra el suelo, su nombre resuena por el gran estacionamiento, haciéndolo girar hacia donde proviene éste. Con suerte logra guardar el aparato en su bolsillo antes de salir corriendo en dirección a su novio. Frank logra abrirse paso entre el grupo de personas que se cruza, y llegando a él deja caer su bolso al suelo para dar un salto y engancharse al cuello del ahora pelirrojo. Los brazos de Gerard se aferran a su cintura y Frank perdura unos segundos en el aire hasta que el ojiverde decide bajarlo y unir sus labios. Es consciente de la mirada del grupo, y sin embargo sólo se aferra a él con mayor anhelo. Gerard toma su bolso del suelo y entrelazando sus manos suben las escaleras del edificio de dormitorios.
— ¡Eh, Gerard!
— ¡Shannon! —su mano no suelta la del avellana, pero cuando el extraño se acerca a abrazarlo, Gerard le corresponde gustoso.
— ¿En dónde has... estado? —pregunta el desconocido, entorpeciendo sus palabras al ver a Frank tomando la mano del pelirrojo. Arqueando una ceja, le apunta con su mentón— ¿Quién es él?
—Él —enfatiza Gerard soltando su mano para posarla en su hombro, dándole una mirada junto a una pequeña sonrisa—, es Frank.
— ¿Frank? —frunce su ceño, Gerard le asiente. El desconocido respinga, haciéndole respingar a ellos también— ¡Oh! ¡Frank!
La risa del pelirrojo abarca el pasillo viendo a su amigo abrazar con furor a su novio. Shannon rodea los hombros de un confundido Frank y besa el tope de su cabeza, aun con risas escapándose de sus labios. El avellana toma aire.
— ¡Gee! —una voz le interrumpe cuando está por hablar. Desde la espalda del pelirrojo, un castaño de lacio cabello largo se guinda en el cuello de su novio, desequilibrándolo por el momento en que Shannon pasa a tomarlo del hombro sin borrar la sonrisa de su rostro— Ya nos íbamos, pero queríamos conocer a Frank y no sabía si-
Las manos de Gerard van a los hombros del atractivo castaño, girándolo para hacerlo quedar frente a él. Dibujando una irónica sonrisa, el avellana saluda con su mano al ojiazul.
— ¿Frank? —el castaño le apunta, Frank asiente, oyéndolo reír y luego apuntarse— ¡Jared!
— ¿Jared? —las cejas del avellana se alzan, Jared le asiente. La ráfaga de emoción lo golpea y le obliga a saludar con las mismas ganas al par de chicos.
Recuerda a Gerard hablándole sobre Jared, su compañero de dormitorio, y cuando los cables en su cabeza hacen conexión deduce que Shannon debe ser su hermano. Jared ha sido —probablemente— el mejor amigo de Gerard desde que llegó ahí, estudiando lo mismo y sacándolo de sus miserias cuando él no podía. Antes de conocer al avellana, ambos recuerdan haber sacado a Gerard de un bar y llevado hasta su facultad, pero él no dejaba de repetir que "quería hablar con Frank porque lo extrañaba y le hacía falta". Fue entre los primeros meses que Gerard se mudó a Trenton para iniciar con su carrera de medicina y aún buscaban la manera de mantener una relación a distancia sin que uno de los dos perdiera la cabeza. Para calmar una parte del tatuado, Jared alegó el ser heterosexual y que no se aprovecharían de él para entonces pedirle indicaciones de cómo tratar con un Gerard desintegrándose frente a ellos. Fueron pasos básicos que el lacio castaño siguió y que un tiempo después tanto Frank como Gerard agradecieron. Era un enorme gusto el por fin conocer a las personas que han ayudado a que su relación continuase de pie.
De camino a su dormitorio, Shannon se disculpó por haberlo visto con indiferencia, explicando que solían celar al pelirrojo cuando estaban alrededor de chicos en caso de que tuviesen que ser honestos con él si Gerard no lo era. También le agradecieron el alegrar a un "amargado Gerard" y lo felicitaron por tolerarlo por tanto tiempo —los golpes del ojiverde no hicieron falta al par—. Luego fue cordialmente invitado a una comida en el apartamento de Shannon en donde conocería a las novias de éstos y en donde Jared se estaría quedando mientras ellos ocupan el dormitorio por ese fin de semana.
Todo está tan terriblemente organizado y bien pensado que al cerrar la puerta de la habitación el primer instinto del menor es rodear a su novio, invadiendo con su lengua la cavidad bucal contraria y esparciendo besos por toda la extensión de su rostro. El pelirrojo ríe regresando el gesto.
—Uh —Frank hace un sonido con su garganta antes de separarse—. ¿Cómo te fue con la visita de tus padres?
—La mejor parte fue Mikey —contesta en una risa, besando su mejilla y ajustando el agarre por su espalda—, me di cuenta de lo mucho que lo extrañaba, y me dijo que después de que tú vinieras que hiciera un espacio para él porque también quería venir.
Frank ríe sobre sus labios. Le debe una tanda de besos que no tardaría en recuperar. Cinco meses es lo más que han soportado estando lejos del otro. Prefiere disfrutar de su tacto y aferrarse a él con las ganas que lo han invadido noche tras noche al no tenerlo a su lado. Tampoco toleraría la preocupación de Linda. Su madre no disimula, y por cada pequeña expresión sabe que su depresión se debe a lo mucho que extraña a Gerard y de lo vacío que se siente al no poder verlo. Genuinamente. También detestaba quedarse dormido cuando hablaban por teléfono ya que eran las únicas veces que tenían la oportunidad de sentirse cerca, aunque al siguiente día Gerard lo llamara de nuevo y se burlara de ello. Podía incluso sentir su sonrisa atravesar el parlante, y eso era suficiente para sacudir su mundo. No tiene intenciones de soltarlo en estos dos días.
— ¿Y tu padre qué dijo?
La pregunta acalla al pelirrojo, pero Frank lo mira esperanzado. Le cuesta agilizarse bajo su mirar, es como si pudiese descarillarlo con tan solo un pestañeo. Frank causa cosas en él que tiene asegurado nadie causaría, partiendo por las mínimas cosas que le hacen sentir vulnerable.
— ¿Realmente quieres hablar de esto ahora?
—... Es importante, Gee. Es una mierda, pero lo hablamos. Por favor. ¿Le dijiste? ¿Qué te dijo?
Ahora el miedo tiñe su mirada, y se siente culpable. Suspira, encogiendo un hombro.
— ¿Qué pudo haber dicho, Frankie? Dijo que mientras fuese él quien pagara la carrera, yo estudiaría lo que él quisiera, y que si quería estudiar algo más en una buena universidad, que lo pagara por mí mismo.
Los hombros del avellana caen junto a su cabeza, hincándose para abrazarlo. Gerard esconde su rostro en su cuello y se permite cerrar los ojos para disfrutar del necesario apretón. Es indudable la falta que éstos le hacían. Aclara su garganta para agregar:
»Mamá no dijo nada, como siempre. Mikey se tuvo que morder la lengua, pero luego me dijo tantas cosas que me recordaron a ti, y sé que ambos tienen razón, pero prefiero estudiar algo a no hacer nada.
—Pero te hace infeliz —responde él de inmediato—. No te puedes dejar llevar por lo que él dice todo el tiempo, Gee. Te lastima.
—A este punto ha dicho tantas cosas hirientes que ya nada de su parte puede lastimarme, Frankie. Y no lo hago —suelta su agarre para juntar sus frentes—. De haberlo hecho, no estaríamos aquí ahora, ¿recuerdas? —sonríe, haciendo sonreír al tatuado también— Es jodido pensar que gracias a Donald tú y yo estamos juntos, pero puede que sea lo único que le agradezca hasta ahora.
El menor besa su nariz con una sonrisa. Quizás tiene razón, pero no daría su brazo a torcer ni un poco.
—Gee, ¿hay algo acerca de mí que hayas hecho sólo para complacer a tu padre?
Gerard se lo piensa, indagando en su memoria para obtener una respuesta. Él espera pacientemente a que todos los escenarios traspasen a su novio, y opta por deshacer el contacto visual recostando la cabeza de su hombro. Tampoco es su intención hacerle sentir como una obligación contestarle.
—Cuando me encerró en mi habitación aquella vez —dice luego de un rato—. Mikey te ayudó a sacarme de ahí, que fuimos al parque, ¿recuerdas? —Frank asiente— Fue cuando comenzaste a ser el pasivo porque Donald decía que debía ser "más masculino" y todo el rollo.
El tatuado saca la cabeza de su hombro para subir a verlo con picardía. En la mirada de Gerard —siendo una persona a la que etiqueta como extrovertida— se cuela un ápice de vergüenza al comentarle sobre eso que, tal parece; ha estado molestándole desde hace un buen tiempo.
— ¿Adónde quieres llegar?
—... Odio ser el activo, Frankie —admite con fastidio, viendo al avellana abrir los ojos y jadear con sorpresa—. Ah, no me mires así. No es que lo odie, me gusta de cierto modo, pero es sólo... No me siento cómodo. No pertenezco a ese grupo de...
—Activos —ríe el tatuado, completando la sentencia cuando su novio sólo hace silencio, lanzándole otra mirada fastidiada. Debe alzarse de puntas para besar su mejilla, arrancándole otra de esas sonrisas que tanto adora—. ¿No hay nada más? —Gerard niega— ¿Seguro? —ahora asiente. Riendo se inclina a besarlo de nuevo— ¿Quieres ser el pasivo?
—Es lo mejor que me han preguntado en mi vida —gruñe antes de hacerlo dar un salto para que rodee su cintura con sus piernas. Frank carcajea rodeando su cuello, va a degustar de sus labios y de su lengua como merece.
Decide desabordar el tema también. Le haría sentir mal con su innecesaria curiosidad y no es su propósito. Quiere verlo radiante, tal como él es y siempre debería ser. Gerard tantea su cintura, trayendo de vuelta las preguntas que se tenía antes de verlo. Su estatura prevalece, le ha pasado los hombros. Su cabello cubre una porción de su frente, no hay maquillaje, no hay piercings... Y las ganas de ver sus tatuajes aumentan cuando éste halaga su nuevo color de cabello. Él bromea, preguntándole si ahora que será mayor de edad sus movimientos mejorarán. Y esperan que las paredes sean lo suficientemente gruesas para no obtener las mismas quejas que su familia, porque una vez sus prendas comienzan a esparcirse, sabe que es así.
*
Removiendo el cigarrillo de su boca, el grafito del lápiz rasga suavemente la hoja del block. El avellana ha apagado las luces y abierto las persianas de la ventana, permitiendo a la tenue luz de luna y los faros cercanos iluminar el espacio. Es la claridad que requiere para retratarlo a él, sentado de espaldas, con su cabello despeinado, otro cigarrillo entre labios y sus codos apoyados de ambas rodillas, mirando a la nada. Muchas veces ha querido entrar en su mente, de manera sutil, pero justo ahora no es una de esas veces. Los nuevos tatuajes en su espalda no son tan nuevos como desearía. Recuerda haber dibujado esa calabaza y escrito con precisión las letras encima de éste. El par de pistolas entrelazadas en su espalda baja, el escorpión en su cuello, las palomas en su cintura haciendo alusión a ellos... Ama diseñar sus tatuajes, porque significa que una parte de él siempre lo acompañaría. Y sería una muestra visible, que sólo ellos comprenderían.
Al subir la vista para agregar detalles a su bosquejo, capta la mirada del menor sobre él. Lo ve apagar su cigarro contra la madera de su cama y luego posar el resto de éste en su velador. Haría lo mismo de no ser porque el suyo se ha consumido por completo. Aprovecha para acabar con el dibujo y admirar su trabajo antes de escuchar su voz.
—Déjame ver —el tatuado tiende su mano para tomar el block, arrimándose más hacia el centro de la cama para llegar a su lado. Fija su mirada en él mientras Frank ojea sus trazos. Suelta una risa—. ¿Cómo mierda es que estudias medicina?
—Frank —suspira—, ¿vas a seguir?
—No, no —regresa el suspiro, chasqueando con su lengua—. Tienes razón, lo siento —le tiende el block de nuevo—. Fírmalo.
Tras una mirada con una sonrisa vacilante, el ojiverde lo toma para escribir con soltura "de mí para él" debajo de su nombre. Sonriendo, Frank lo acepta para observarse de nuevo en el bosquejo, y acariciando la hoja con sus pulgares planta un beso encima de su firma, posándolo después a un lado del cigarrillo en el velador. Un cómodo silencio los invade, con el tatuado llevando sus manos a entrelazarse. Besa sus dorsos y risoteando Gerard besa su hombro. Serían pequeños detalles como esos los que siempre importarían. Las palabras se anulaban cuando sus acciones decían todo lo que necesitaban.
—No tienes idea de cuánto te extrañé —confiesa el mayor en un susurro.
—También te extrañé —susurra el almendrado de vuelta, acariciando su mejilla con su nariz. El pelirrojo denota el tono ronco que sale de su garganta, causándole una sonrisa cuando se percata de que incluso su voz ha cambiado—. Summit no es lo mismo sin ti. Si antes se sentía vacío, ahora se siente todavía más.
Gerard ríe antes de separarse, pega su espalda de la pared y con una seña lo invita a sentarse a horcajadas sobre él. El contacto visual le hace sentir vulnerable. Gerard le hace sentir especial con simplemente mirarlo, porque lo mira como si sólo existiese él, o como si fuese la criatura más hermosa que se ha encontrado. Como si fuese su posesión más preciada.
Sus dedos con indicios de tinta van a pasar mechones rojos detrás de sus orejas, sintiendo las manos contrarias hacer círculos en su espalda sin despojarlo de su vista. Traza sus cejas y su nariz con las yemas de sus dedos, traza sus pómulos y su mentón. Acaricia la parte posterior de su cabeza, acunando su rostro con sus palmas, y cuando Gerard cierra los ojos, se molesta en besar sus párpados. El pelirrojo lleva sus manos a tomar las tintadas, posando un beso en cada palma para luego restregarse sutilmente contra ellas, mirándolo a través de sus gruesas pestañas con ojos cristalinos. Entonces se percata de sus ojos comenzando a escozar también.
—Te amo —susurra el ojiverde. Frank estira sus comisuras, llevando sus narices a rozar.
— ¿Tanto, tanto?
—Tanto, tanto —responde tras reír, cerrando sus ojos nuevamente. El avellana nota lo mucho que ha extrañado escucharlo decir eso, pero ahora... es diferente. Ninguno lleva camisa encima, puede ver fácilmente los vellos de sus brazos erizarse, ocasionando a la característica corriente eléctrica recorrer su espalda y acabar en su pecho, haciendo a sus vellos erizarse de igual forma.
Suavemente presiona sus labios contra los del pelirrojo, a duras penas delineando su labio inferior con la punta de su lengua. Planta pequeños besos, rozando sus labios para dejar otra cuerda de éstos que no sobrepasan el límite de lo genuino. Besarlo con fuerza y parsimonia es de las pocas cosas que disfruta cuando se da la oportunidad. Estrecharlo, entregarse a él en forma de caricias, en forma de miradas que recibe con aprecio y sonrisas que pasaron a pertenecerle desde hace mucho.
—Estoy tan enamorado de ti —risotea el ojiverde con su frente apoyada en su hombro—. Tan perdido. Tan enamorado. ¿Qué me hiciste, Frankie?
— ¿En serio quieres que te recuerde lo que hice? —su respuesta lo hace reír, lo hace reír mucho, y cuando sus hombros se encogen y su risa se prolonga y su abrazo se torna urgido y esconde su rostro en cuello, Frank se asusta. Se asusta al escucharlo sollozar, al sentir sus lágrimas mojar su pecho y al verlo estremecerse entre sus brazos. Sus manos van a tomar su mandíbula, obligándolo a alzar su mirada, y él se rehúsa, pero lo logra— ¿Gee?
El teñido rodea su muñeca con sus dedos, besando su dorso sin importarle el dejar una estela de humedad. Los dedos tintados de Frank continúan en sus mejillas, mientras los pálidos propios se escabullen hasta su rostro también. Lo besa con necesidad. El avellana se permite llorar en silencio junto a él, deslizando sus manos por sus raíces rojizas y correspondiendo el ansioso beso que su novio le obsequia. Con sus ojos entreabiertos lo observa, y a pesar de que su rostro sigue mojándose, Gerard le sonríe. Y no lo comprende.
—Eres lo más bonito que tengo —pronuncia sobre su labios, riendo—. Lo más bonito, Frankie... Haces todo mejor.
El tatuado se aleja para limpiar su rostro, y se ve distraído por sus labios. Siente la necesidad de acariciarlos, con sus pulgares. Los ojos de Gerard son verdes, muy verdes, y lo observan, brillosos. Y su sonrisa es bonita, al igual que su nariz. Y sus labios pueden llegar a lucir tan resecos, pero al besarlos son tan suaves que agradece el no dejarse engañar.
Y se da cuenta de que, de hecho, es Gerard lo más bonito que él tiene. No sólo por como luce, sino por cómo es también.
—Yo lo daría todo por ti —susurra el tatuado, pasando su dedos por su cabello y trazando nuevamente sus mejillas sonrosadas. Los labios del ojiverde tiemblan, inclinándose para abrazarlo con fuerza una vez más—. Todo. Lo daría todo.
Sabe que no miente, ni en una sola palabra, ni en un solo respiro, ni en un solo parpadeo. Alguna vez leyó y escuchó, entre viejos poemas, novelas románticas y una que otra conversación junto a su madre y su abuela, que quien amaba con devoción estaba propenso a perderlo todo. Pero nada, ni mucho menos nadie le dijo que amar con devoción se sentía así bien, y que podría entregarse de tantas formas que de hecho sentiría cuando estuviese perdiendo ese todo.
Pero asegura que, si hubiese mil formas de entregarse a Gerard, él descubriría un millón más, sólo para hacerle saber que es suyo.
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