13
Un año y dos semanas después.
Frank suelta un suspiro, intentando moverse lo menos posible sobre el pupitre. Sus manos están sudando, y mierda, ¿cuánto falta para que suene el jodido timbre y el pedófilo de matemática los deje salir de una buena vez? Sus codos se apoyan de la tabla de madera, jugando nerviosamente con sus dedos. Su rostro también está cubierto por una fina capa de sudor y el lápiz se resbala entre sus dedos. Desiste, después pediría la clase a uno de sus compañeros, de todos modos está jodido para ese parcial. La matemática no es lo suyo. Intenta respirar para calmarse, pero cada leve movimiento que realiza es una pequeña descarga que hace a todo su cuerpo estremecerse y jadear involuntariamente.
Esconde su rostro entre manos por un largo rato.
— ¡Iero! —da un respingón ante la voz del profesor, retirando sus manos del rostro—. Al pizarrón.
Su ansiedad se dispara al techo junto a su ritmo cardíaco. Si dice que no, será nota que le costará. Le jode ser tan buen estudiante. ¿Por qué no puede ser como Gerard, o Bob? Incluso James. Ellos a duras penas se esfuerzan por hacer de sus estudios algo honorable cuando él debe apuñalarse la cabeza para no ser de los peores en la clase. Uno de sus mayores miedos es pasar al pizarrón, no tiene ni la menor idea de qué es lo que el viejo ha estado explicando en la última hora. Sin embargo, es de los mejores promedios de su clase, una bendita nota de matemática es un chiste en este momento. A penas escribe un par de números en la pizarra cuando se gira al señor en el escritorio.
—Profesor, no estoy sintiéndome bien. ¿Puedo ir al baño?
— ¿No necesita que llame a su representante? ¿O prefiere ir a la enfermería?
— ¡No! Sólo al baño, por favor.
El viejo con una ceja arqueada le extiende un pase de plástico que casi le arrebata de las manos, y de la misma manera sale de ahí. Descarta el correr, poner un pie delante del otro le resulta martirizador, simplemente ya no es algo que pueda tolerar. El recorrido del salón de clases hasta su casillero se le hace eterno, sus manos tantean el interior de éste buscando con exasperación su celular. Agradece que Gerard conteste de inmediato.
— ¿En dónde estás? —pregunta sin dejarle el chance de hablar. Le oye balbucear.
—En Educación Física todavía. ¿Pasó algo?
— ¡Sí, joder! Gerard, ya no lo soporto más, debes apurarte.
— ¡¿Qué?! N-no, ¡espera! ¿En dónde estás?
— ¡En mi casillero! Me le escapé a Carl de matemática —rechista entre dientes sujetando el celular entre su hombro y oreja. Comienza a acomodar su ropa dentro de su mochila—. Mierda, si no vienes ahora juro que no vuelvo hablarte hasta que termine el año, Arthur.
Gerard balbucea nuevamente, y ésta vez puede sentir su nerviosismo atravesar el parlante. Mira hacia los lados asegurándose de que ningún maestro esté a su alrededor, lo que le parece extraño siendo que el mismo director se pasea los pasillos cual buitre en cementerio y ahora que puede verlo, ni un alma se asoma entre los casilleros. Le alivia de gran forma. Sería el colmo que alguien presenciase su impaciencia por algo que no llegó a imaginar que sería capaz. Pero viniendo de su relación con Gerard el último año, absolutamente todo ha pasado a ser posible. No es algo que le mortifique, nada que provenga de Gerard puede mortificarle, pero hay ciertos límites que por razonamiento existen en todas las relaciones, y justo ahora son los mismos límites que ellos están por cruzar.
—Espérame en la duchas —logra entenderle por encima de su voz agitada, al aparecer corre—. Y por favor, sé paciente.
— ¡Paciente tu culo! —gruñe cerrando el casillero, sin importarle que el estruendo resuene por el inmenso pasillo, cuelga la mochila de su hombro y retoma su celular. Comienza a caminar en dirección a las duchas— ¡El mío ya no lo soporta!
Cierra dramáticamente la tapa de su teléfono antes de guardarlo en su bolsillo. Cada paso es infernal, cada movimiento que realiza es una verdadera tortura. ¡¿Por qué aceptó ser parte de las locuras de Gerard, en primer lugar?! ¡¿Tanto lo ama?! Al principio le pareció una idea estupenda porque, vamos, Gerard está en su último año de secundaria a unas cuantas semanas de graduarse, ¿y quién sabe adónde se irá luego para asistir a la Universidad? Él se quedaría un año absolutamente solo en ese lugar, con personas que le desagradan a excepción de sus amigos y quizás en ese lapso de tiempo Gerard lo olvidaría porque conocería a chicos mayores y mucho más maduros que él, quizás se enamoraría y terminaría con él por miedo y... El punto es, ¿por qué no concederle su deseo? Sería la primera y última vez que harían algo como eso, querían pasar a la historia como los únicos valientes del instituto Grensmore en realizar sus fantasías e inspirar a otras personas a hacerlo y que fallaran, porque sería imposible.
Quiere hacer eso por Gerard.
Han preparado todo, hasta el más mínimo detalle: llegarían temprano al instituto, buscarían la manera de adentrarse a los baños en donde se introduciría un plug anal por las primeras dos horas de clase, entonces el timbre sonaría, él le mentiría a Bob para escaparse de la hora de almuerzo, correría a las duchas en donde no suele haber nadie a esa hora y tendrían una de las mejores sesiones de sexo indebido bajo la corriente de agua en uno de los estrechos cubículos que ahí hay. Claro y sencillo.
Sin embargo, las cosas parecieron tomar un camino distinto. La primera hora pudo tolerarla, bajo gemidos disimulados y escondiendo su erección con su chaqueta. Si no se movía lo suficiente, las punzadas no serían tan fuertes y se ahorraría la vergüenza al llamar la atención de sus compañeros. Fue cuando empezó la segunda hora que comenzó a cuestionarse el si podía tolerarlo realmente. Debía actuar con naturalidad y era difícil hacerlo con un objeto de tamaño considerable dilatando su entrada para darle mayor satisfacción a su novio.
Ya ha hecho suficiente por ese día, llegó el turno de que Gerard tuviese algo de piedad por él.
Se adelantaron por una media hora a la hora acordada, él escapó de clases e hizo que el pelinegro hiciera lo mismo. Puede ver a Gerard llegando desde el otro lado del pasillo, no sabe si sentir alivio o cabreo, probablemente un poco de ambos. Nota cómo desde los labios del ojiverde se escabulle una sonrisa que señala disculpas. Es cuando se percata de que su expresión proyecta más cabreo que alivio, y no piensa cambiarla. Se adentra primero al baño, atrás le sigue él. Vigila que nadie esté alrededor mientras Gerard se ocupa de cerrar la puerta. Es una ventaja saber qué hacer antes de proseguir. Al principio le pareció algo demente el que Gerard quisiera ponerlos en tal posición de riesgo, pero le vendió tan bien su barbaridad que pronto quiso aclarar cada pequeña duda que cruzaba su mente. Él no tardó en darle con precisión detalle por detalle y en una noche tenían un magnífico plan infalible que gracias a él casi se va a la mierda.
Deja su mochila en una de las bancas del centro antes de girarse a un sudoroso Gerard. No intercambian más que miradas. El tatuado procede a sacar cosas de su mochila —incluyendo un necesario condón—, viendo al pelinegro buscar toallas. Pronto todo parece estar listo.
—No sé por cuánto tiempo esto esté realmente vacío, así que si deseas apurarte es un gran momento para hacerlo —ladea el pelinegro comenzando a quitarse su camisa deportiva. Sin vacilar él comienza por su calzado, su rostro se siente caliente y aun sudoroso junto a su pulso acelerado por la adrenalina que esto le crea.
Él no es este tipo de persona, él no tiene sexo en las duchas del instituto, tentando a su carrera académica a irse por el caño en unos cuantos minutos en caso de que todo fallara. Desvanece todo pensamiento negativo. Todo iría bien. Ellos follarían a gusto en las duchas, saldrían con total disimulo de ahí, nadie sospecharía, y pronto sería un recuerdo del que ambos se reirían cuando el instituto hablase de ello y nadie pudiese hacer nada porque Gerard estaría graduado, y en su lugar, por graduarse.
— ¿Me repites nuevamente por qué no le dijimos nada a Bob o a Ray? —articula sacando su camisa. Gerard suspira.
—Porque por más que queramos a nuestros amigos, sabemos lo chismosos que son y por ahora no nos conviene el que medio instituto sepa sobre esto.
Él asiente, nada más. Jadea exasperadamente un par de veces, el desasosiego no lo abandonaría. Gerard se percata aprisa de ello, observa su labio temblar y a sus manos también. Nunca vio a alguien tan nervioso al realizar una travesura. Sus manos van a tomar su rostro, está sumamente sonrosado y caliente. La culpabilidad se apodera de él. De todos modos, no le impide besar sus labios.
—Calma, por favor —susurra sobre su boca—. Calma.
Ciertamente, su suave voz logra tranquilizarlo. Baja sus hombros y se permite disfrutar del grandioso beso que su novio le otorga. Las manos del avellana se resbalan por su espalda hasta sentir el elástico del pantalón de chándal y lleva sus dedos a perderse en el trasero del ojiverde, atrayéndolo a él para hacerle sentir su bulto. Gerard ríe en medio del beso, dirigiendo sus manos a desabotonar con ansias el pantalón del tatuado. Frank se asegura de tomar el condón antes de encaminarse a una de las duchas siendo seguido por el pelinegro cuando están completamente desnudos. Ya no soportaría el objeto en su trasero haciéndole presión con cada simple movimiento.
—Gee —gime apegando sus manos de la pared contigua a la puerta—. Ya, por favor. Sácalo, ya.
Siente a su novio llegar por su espalda, comenzando a besar su cuello. No duda en gemir de nuevo. Gerard gira el grifo lentamente, dejando el agua correr entre ellos. Vacilante se dirige al miembro del tatuado, paseando la otra mano por su abdomen con parsimonia. Frank muerde su labio cerrando los ojos, la impaciencia le carcome. El plug dejaría un gran vacío que necesitaría ser llenado por Gerard lo antes posible, y el pelinegro está dispuesto a todo.
—Lo haré, sólo respira —susurra en su oído, el avellana le asiente. Gerard separa sus piernas lo necesario, acariciando a medida que se va haciendo espacio entre sus nalgas.
Antes de comenzar a ejecutar su plan, estuvo practicando un par de veces con el plug estando en casa. Las primeras veces el dolor era insoportable, Gerard intentaba saciar algo de eso pero poca era la ayuda que le brindaba. Debía acostumbrarse o sólo no podría satisfacer al ojiverde. Gerard no lo obligaba, no lo harían si así él lo quería, pero entonces pasó a ser una clase de meta para él. Las embestidas de su novio daban de ofrecer a su imaginación cuando poco a poco se iba a acostumbrando al objeto. Pronto era un constante orgasmo que a duras penas podía ocultar y tenía que escapar de la vista de su madre. Suerte que convenció a Gerard de removerle las baterías y le arrebató el control que enviaba las vibraciones al aparato, porque conociendo a su novio, éste disfrutaría de hacerlo sufrir en cualquier momento.
El tatuado cierra los ojos con fuerza, sintiendo a Gerard comenzar a remover el objeto, y reprime un sonoro gemido cuando éste está completamente afuera. Muerde el dorso de su mano hasta dejarla marcada y el ojiverde acaricia su entrada con sus dedos, apaciguando algo de su dolor. Le pregunta si está listo y sólo basta con asentirle para darse la vuelta y verlo colocarse el condón lejos de la corriente de agua. Regresa a él fundiéndose en otro beso y el mayor hace a sus piernas rodearle la cintura. Fácilmente alinea su pene a su entrada, y la lengua del pelinegro ahoga otro gran gemido al tenerlo dentro. En quince minutos o menos debían salir de ahí, por lo que Gerard aumenta su velocidad con enloquecedora exquisitez. Frank lo besa, haciendo a un lado con sus dedos los mechones de cabello mojados que cubren su rostro. Con una mano al ojiverde le es suficiente para también remover mechones rebeldes de su frente y besar su mejilla. Logra sonreír antes de abrir su boca y echar su cabeza hacia atrás, mascullando una maldición que hace al mayor sonreír. Esconde su rostro en su cuello y las uñas del tatuado van a incrustrarse en su omóplato cuando su lengua comienza a hacer maravilla con sus dientes en esa área.
Es como tocar el jodido cielo con la yema de los dedos. Le es difícil creer que lograron llegar tan lejos. Está cumpliendo la fantasía de Gerard y, ¿por qué no admitirlo? La de él también. Jamás habría tenido las agallas de no ser por él. Está viviendo, y es gracias a él. Gerard le da vida, en todo sentido. No sólo le basta con hacerlo sentir feliz la mayor parte del tiempo, sino que ahora también lo hace sentir vivo.
"Y de pronto, no eran sus ojos verdes, o su perfecta sonrisa, o sus hermosos labios, o la manera en la que decía "te amo".
Era la manera en la que me miraba, la manera en la que me sonreía, la manera en la que me besaba, y luego, con sus ojos cerrados, susurraba: "te amo". Incluso si eran las siete de la mañana y yo estaba intentado despertarlo, gritaba trayéndome de vuelta a él que quería quedarse otros cinco minutos más.
Y maldición.
Lo amo."
Pero por supuesto, todo lo bueno tiene que acabar, y cuando cree estar en la cima, en las paredes del baño resuenan gritos que los hacen sobresaltar a ambos, deteniendo sus movimientos toscamente.
— ¡Eh! ¡Malditos degenerados! ¡Salgan de ahí! ¡Ahora!
Es la voz del conserje, un tipo viejo que lleva años trabajando en el instituto y que, notablemente, repudia a todo ser que respire. Sobre todo si tienen etiquetas como "homosexuales".
Alarmados separan sus cuerpos, e intercambian miradas por el instante antes de salir.
Están jodidos.
*
— ¡Señor Cranshaw, señor Cranshaw! —interrumpe el director McKagan— ¡Por favor, cálmese!
Pero Cranshaw hace todo lo contrario, y Frank no puede hacer más que encogerse de brazos cruzados en la silla frente al escritorio del director. Gerard está a su lado con la vista rebotando desde el director y el viejo homofóbico que los delató, hasta su madre parada a un lado de su suegra con el cabreo desbordándose de su rostro. Y sólo comenzaba.
»Le pediré el favor de retirarse, señor Cranshaw —McKagan lo guía hasta la puerta, queriendo deshacerse de él. Gerard no sabe si estar agradecido o levantarse de su asiento a gritarle cuanta atrosidad se le cruzara para escupírsela al jodido conserje. Viendo a Frank hacerse más chico a su lado le hace retenerse. Ya la ha cagado lo suficiente, y es consciente de la vergüenza que puede estar sintiendo su novio. No le sorprendería que luego de esto decidiera acabar con su relación, sería lo más lógico y de por sí lo mejor. Para Frank.
»Bien —suspira McKagan, tomando asiento en su silla una vez el conserje está afuera. Ahora la verdadera presión termina de caer sobre ellos—. Esa fue la versión del señor Cranshaw. Ahora me gustaría saber la versión de ustedes, la cual considero que es aun más importante. ¿Harían el favor?
Gerard suspira girando a ver a Frank sentado en la silla a su lado. A duras penas pudieron calzarse sus ropas nuevamente, sus cabellos siguen goteando y la mandíbula del avellana tiembla ante el frío de la instalación. Lo mira por otro instante, queriendo que suba su mirada a él, pero Frank se niega ascenderla del suelo.
—Director, lamento el comportamiento inadecuado de mi hijo-
—Señora Way, por favor, ya hablaré con usted, ahora necesito que ellos me digan qué tenían en mente al hacer lo que hicieron.
Donna debe cerrar la boca y cruzarse de brazos con la indignación a roce de piel, Linda está más calmada, quizás algo decepcionada, pero siente que ella está igual de preocupada que Frank acerca del tema. Y todo es su culpa, debe hacerlo saber.
—Duff, escucha- —comienza, ladeando la cabeza y llevando su mano a tocar el escritorio frente a él.
—Director McKagan —Frank le hace callar abruptamente tras corregirlo, lo mira aun con sus hombros escondidos y su mirada clavada en un punto vacío, como queriendo ser tragado por la tierra ahí mismo.
—Director McKagan —rectifica en un suspiro—, si va a haber consecuencias fuera de esto, quiero que sepa que todo esto fue mi idea, Frank sólo... me acompañó. Yo estoy a tres semanas de graduarme, y quería hacer una... travesura, una rebeldía, como mierda quiera llamarle, antes de irme de aquí, y Frank quiso cumplir mi deseo, por así decirlo. Él... todo es mi culpa. Yo sabía qué tan importante es su educación para él y yo lo arruiné, lo arrastré hasta acá. No le crea ni una sola palabra a Cranshaw, él sólo vio lo que vio e inventó mucha mierda para querer hundirnos. Le pido-
—Gerard —le detiene el director—, está bien, es suficiente. Quería saber... ¿Entre ustedes existe algún vínculo... sentimental, o algo?
Gerard balbucea, girando a Frank. Él no se mueve, no habla, no lo mira. Frank no hace nada, y eso le inquieta de sobre manera.
—Somos... novios —la última palabra sale de los labios del pelinegro como un susurro, descendiendo apenadamente su mirada y queriendo que se abra un agujero en el suelo que se lo trague a él también. Tuvo que llegar a un extremo para darse cuenta de lo riesgoso de la situación, y tal como siempre, era demasiado tarde como para remediarse. McKagan asiente en una mueca, mira hacia el avellana que aun tiembla en su puesto.
— ¿Frank? —es la primera vez que el tatuado sube su mirada, le duele que no haya sido para verlo a él— ¿Es cierto lo que dice Gerard?
Y Frank no contesta. Frank baja nuevamente su mirada, y entre entrecortados suspiros regresa a encogerse en el asiento. Desde los labios entreabiertos del pelinegro se escapan jadeos que hacen a su pecho escozar y a su piel erizarse. Le dolió. Que Frank no contestara ni negativo ni afirmativo le dolió, porque el silencio le dice más de mil palabras y ahora no retiene el encogerse en su asiento también. Respinga cuando Frank se endereza.
—Director, puedo- necesito- —absorbe por la nariz, limpiando sus ojos con el dorso de su mano—. ¿Me deja salir, por favor? Necesito... Aire... Por favor...
Está hiperventilando incluso. McKagan duda por un instante en el que la señora Iero también parece preocuparse, hasta que el rubio señor le asiente al adolescente y éste agradeciendo por lo bajo, corre fuera de su oficina. Su primer instinto es seguirlo, así que se levanta de su silla e ignora a su madre y a su suegra tanto como al director y corre detrás de él. Los pasillos los encuentra vacíos y revisa todas las entradas, pero no es hasta un pequeño jardín que da hacia las afueras de la instalación que lo halla con su frente recargada del cristal desde la parte de afuera.
Ver a las personas llorar le inquieta también, si tuviese un poder, sería saber cómo calmar a una persona cuando llora. Pero no posee tal poder, y Frank está frente a él, llorando por su culpa. No lo soporta. Lentamente camina hasta estar contra el cristal. Posa sus manos sobre las suyas, y a pesar de que el cristal los separa, conoce tan bien su tacto que casi puede sentir éstas entrelazarse con la suyas. Pega su frente del cristal también, y se permite cerrar los ojos hasta que Frank se percate de él. El avellana le da la espalda al cristal mientras él cruza la puerta, dudoso en tocarlo o en decirle algo. No sería conveniente, pero tampoco es la clase de persona que esconde sus sentimientos, y tratándose de Frank mucho menos.
— ¿Frankie? —busca su mirada, nuevamente lo está evitando—. Frank, por favor, mírame.
—Gerard, déjame solo.
—No, por favor- —intenta tomar su mejilla, el avellana se aparta.
— ¡Dije que me dejaras solo!
—Frankie —la súplica del ojiverde le estremece, su voz tiembla, como si en cualquier momento fuese a estallar en llanto, pero Frank parece adelantársele.
— ¡Mierda, estoy-! —gruñe, restregando su rostro tanta fuerza que enrojece de inmediato, con las lágrimas de coraje humedeciendo su rostro. Gruñe de nuevo— ¡Me siento tan humillado, Gerard! ¡Tan jodida, y patéticamente, humillado! ¡Todo por querer complacer tu maldito capricho!
—Ya sé-
— ¿Tienes idea de lo que nos puede costar esto? Yo- ¡No te aceptarán en universidades locales! ¡Son faltas, Gerard! ¡Te vas a ir y yo no podré ir contigo! ¡Y tendré que dejar mi banda por éstas vacaciones t-teniendo-!
Su llanto incontrolable le termina ganando, lanzándose a los brazos del pelinegro. Lo abraza hasta que se calma. Entonces las manos del mayor buscan sus rostro y sus labios los contrarios, y Gerard cree respirar con alivio cuando el avellana lo besa de vuelta.
—Te amo. Lo siento. Lo siento —susurra sobre sus labios, subiendo luego a besar los párpados cerrados del menor, sin importarle el que pueda mojarse con sus lágrimas—. Lo siento. Te amo tanto. Tanto.
Los brazos del tatuado van a rodear su torso y a esconder su rostro en su cuello. Gerard lo abraza también, consolando todo lo que debe consolar. ¿Cómo es que no pensó que Frank, su novio, la persona que más se preocupa por él después de su hermano menor y su segunda persona favorita en el mundo, no podría soportar algo como esto? Fue tan egoísta. Pensó tanto en sí mismo que no se detuvo a pensar en cómo podría aquella locura arriesgar algo tan importante para Frank. Para él sólo había diversión en sus planes, pero toda la gracia se esfumó al tenerlo llorando de vergüenza en sus brazos. Lo ha humillado, no sólo frente a su madre y a Donna, sino que frente al director McKagan también, y quién sabe si ahora esto se escaparía de sus manos y todos los sabrían. Frank sería la burla del instituto y él no estaría ahí para defenderlo de malos comentarios, personas homofóbicas o las simples miradas de disgusto. Quiere protegerlo tanto que podría darse por vencido en todo lo que es importante para él, sólo por Frank. Y nada más por Frank.
— ¿Fue divertido para ti?
La pregunta del menor le desconcierta. ¿Fue divertido? ¿Luego de sentir cómo sin articular palabra casi lo manda a volar? Jugar con sus sentimientos no es algo que considere divertido, pero no halla qué decir respecto a eso.
Frank suspira.
»No es una pregunta retórica, Gee. Respóndeme. Estando allá dentro, en las duchas, antes de que Cranshaw llegara, tú y yo juntos. ¿Fue bueno para ti? ¿Crees... que logramos nuestro objetivo?
El ojiverde titubea antes de jadear y apoyar sus manos del cristal, inclinándose hacia él.
—Todo lo que venga de ti es bueno para mí, Frank. Todo. ¿Cómo es que todavía puedes... preocuparte por mí cuando tú estás en la misma posición, o hasta peor?
—No me-
— ¡Yo incluso debí saber que había una maldita puerta trasera en ese baño!
—Pero no lo sabías, ¿y sabes qué? Si tú lo disfrutaste y yo lo disfruté, y quizás fallamos pero casi lo logramos, entonces no hay nada más que importe. No escucho lo que las demás personas dicen, Gee, yo escucho lo que mi madre tenga para decirme, o lo que tú tengas para decirme. Así como también escucho lo que diga Bob, que por cierto, quizás me joda por no haberle contado nuestro plan, pero valdrá la pena.
Entre risas absorbe por la nariz, permitiéndole al pelinegro remover otro par de lágrimas que se escurren por sus mejillas. Juntan sus frentes.
»Todo contigo vale la pena, Gee.
Gerard cierra los ojos, sintiendo a sus vellos erizarse bajo los susurros del avellana. Niega con su frente aun apoyada de la suya, risoteando nasalmente antes de acariciar la nariz del menor con la propia.
—No te merezco —se ríe—, no merezco muchas cosas. Y no te merezco a ti.
—Cállate —ríe el tatuado antes de unir sus labios tras acunar su rostro, los brazos del ojiverde no tardan en rodearlo.
Alguien aclara su garganta a sus espaldas, ellos se sobresaltan.
—Lamento interrumpir —McKagan sonríe—, pero el esperarlos es tiempo que podría utilizar en asuntos más importantes y en verdad no quería irme sin hablar con ustedes acerca de esto.
—Ah —Frank balbucea—, ¿escuchó- también nuestra- conversación?
—Lo hice —suspira el señor—, y también quería decirles que, por más que no estoy en contra de su orientación sexual, fue el acto como tal lo que les traerá consecuencias —ambos adolescentes intercambian miradas antes de suspirar y asentir—. Claramente no estuvo bien que hicieran algo que suele ser denigrado por la sociedad en pleno Grensmore, sólo escuchen cómo habló el señor Cranshaw.
A los dos les sorprende el que McKagan suene asqueado por la elección de palabras utilizadas por el conserje exclusivamente para ofenderlos. Forma parte de la humillación a Frank también, así que al verlo descender su mirada nuevamente, Gerard pasa su brazo por su hombro, dando un apretón tras besar el costado de su cabeza. Le hace sentir mejor de inmediato.
— ¿Qué tendremos que hacer? —pregunta frunciendo la nariz. McKagan suspira.
—Servicio comunitario. Frank dos semanas, tú dos y una después de que salgas de vacaciones. Y es absolutamente nada comparado a lo que realmente debería hacer. Agradezcan que soy realmente buena persona con una gran mente abierta y que si estoy en contra de algo, es de las personas realmente ignorantes. Ahora, sus problemas acá están resueltos, les deseo suerte en casa. Vayan a clase, el servicio comienza el lunes.
Y tras dedicarles una sonrisa, el director desaparece para dejarlos a solas nuevamente. Vuelven a suspirar, Frank hace el ademán de caminar hacia el instituto pero Gerard lo detiene tirando de su brazo. No es más que un abrazo lo que necesita, regenerarse del gran susto que pasaron y que probablemente él deberá pasar. Pero ahora Frank está bien, y con eso es suficiente.
—Malditos gays —oye murmurar a Cranshaw atrás de él. Suelta a Frank para girarse, ni McKagan ni su madre están para detenerlo, pero Frank sí, y tira de él cuando quiere lanzarse al viejo.
— ¡Jódase! —es lo que alcanza a gritar antes de que el tipo salga corriendo. Regresa a Frank con una sonrisa en el rostro, volviendo a abrazarlo—. Te amo tanto. Tanto.
Las clases pueden esperar.
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