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10

Los fines de semana suelen ser, o bastante cortos, o bastante largos. Dependiendo de la cantidad de asignaciones que el colegio le deje para el inicio de semana. Los viernes son sus días libres, el resto de la tarde se preocupa por ver televisión, o sólo encerrarse en su habitación a tocar guitarra. Los sábados se preocupa por tales asignaciones y los domingos por repasar en su mente lo que sea que tenga para memorizar. Es un jodido nerd. Corrección: un jodido punk nerd... Suena mejor viniendo de los labios de Gerard.

Linda tiene la radio encendida en la cocina, moviéndose al ritmo de una canción que no reconoce, pero que quizás reconocería después. Su hombro se apoya del marco de la puerta, observándola. No es secreto que siempre han sido ellos dos, él nunca tuvo chance de conocer a su padre. No porque los abandonara, sino porque las enfermedades también suelen romper familias. La tuberculosis le arrebató la vida a su padre cuando él apenas cumpliría su tercer año, y a pesar de que el tiempo ha pasado, el bonito anillo continúa adornando el dedo anular de su madre, al igual que las viejas fotos siguen en las paredes de su hogar. No es algo en lo que le guste pensar, de hecho, es un tema nostálgico que si bien puede evadir, mejor para él. Ama a su padre, y sabe que donde quiera que éste esté, él también lo ama.

Moviéndose al ritmo de la canción, va a abrazarla por la espalda. Linda ríe sintiendo el mentón de su hijo apoyarse en su hombro. Gira su cabeza hasta dar con sus labios en su frente y el avellana aprovecha para estrecharla entre sus brazos.

— ¿Tienes hambre?

—No demasiada —suspira él—. Comí antes de que llegaras, no aguanté.

Su madre sacude la cabeza con una sonrisa.

—Al menos. ¿Qué tienes para el lunes?

—Pregúntame mañana —dice cayendo en una de las sillas del comedor, la señora le da una mala mirada cuando sube los pies a la mesa—. Hoy es viernes de no hacer nada.

—Eso dices los domingos.

—Cuando no hay nada para el lunes, mah.

Linda suelta una risa regresando a su labor. Lo conoce lo suficiente como para saber que podría sentir hambre a medianoche, por lo que toma un par de rebanadas de pan y las mete al microondas, entonces con una seña le hace saber que está ahí y él asiente una sola vez antes de verla sentarse en la mesa a ingerir su cena, no sin antes bajar sus pies de la mesa con un empujón. Él rueda sus ojos y suspirando va a distraerse con su celular. Responde a otro par de preguntas que ella le hace sin levantar su vista, y cuando ella está por levantarse de la mesa, el timbre de la entrada suena.

Por instinto se paralizan, intercambiando miradas. Usualmente nadie toca el timbre, y mucho menos si es a esta hora. Harían las ocho de la noche en unos minutos, no se hace una idea de quién podría ser. Linda le impide ir a atender la puerta con el movimiento de una mano, y cae pesadamente en la silla de nuevo. Él es el hombre de la casa, se supone que debe ser él el que vaya a abrir la puerta, proteger a su madre. Probablemente en unos años, cuando agarre algo de estatura y masa muscular, también sus tatuajes ayudarían. Porque los tendría, realmente los tendría.

La curiosidad le pica, y antes de que su madre llegue a la puerta de la cocina, él ya está a mitad de camino en la sala con su vista fija en la puerta de entrada. Un escalofrío recorre su espina al ver a Gerard parado tímidamente en el marco de la puerta.

—Te buscan —apunta su madre aun frente a él. Balbucea.

—S-sí, ¡sí! Mamá, ven —tira de su muñeca hasta dar con el pelinegro acongojado en la entrada. Su sonrisa va desapareciendo a medida que va acercándose y va notando su rostro magullado. Decide pasarlo por alto sólo para presentárselo a su madre, que a pesar de también notar los hematomas en el rostro del ojiverde, sonríe—. Mah, él es... Gerard. Un compañero del colegio.

—Es un gusto, Gerard —hace un mohín, gesto que él regresa—, pero es algo tarde para visitar, ¿no crees?

La incomodidad se abre paso entre los tres. Siendo él el único en poder salvar la situación, da un paso hacia Gerard, que desciende su vista con palpable pesadumbre.

—Mamá, ¿podrías... por favor? —cree que sus señas son obvias, porque Linda suspira antes de asentir y darse la vuelta para ir a la cocina. En un mascullo le agradece y entonces gira a Gerard que se niega a mirarlo—. Gee...

—Frank, disculpa, yo... ni siquiera debería... estar aquí. Lo siento.

—Gerard —le detiene cuando está por encaminarse hacia afuera. Sus manos inquietas no evitan colarse a su rostro en donde un punto rojizo comienza formarse púrpura. El pelinegro hace una mueca cuando sus yemas tocan el espacio y el avellana la retira con temor—. ¿Qué te pasó? ¿Por qué viniste? ¿Quién te hizo eso? ¿Estás bien?

—Frank, Frank —toma sus manos entre las suyas—, estoy bien. Pero no debí venir, tu madre tiene razón-

— ¡No, no la tiene! —grita en susurro cuando él quiere irse nuevamente, es cuando desiste tras bajar sus hombros—. Ahora no puedo dejar que te vayas luciendo así. Dime qué tienes. Por favor.

La mandíbula del ojiverde tiembla. Y es que se ve tan vulnerable. En todo el tiempo que lleva conociéndolo, nunca lo vio así. Le asusta, le preocupa. Gerard está mal, y por alguna razón ha decidido ir hacia él. No lo dejaría a la deriva.

Con sus dedos sube el mentón temblante del pelinegro, y al momento de sus lágrimas caer logra removerlas con rapidez.

—Sé que... suena... extremado, pero... ¿puedo quedarme aquí esta noche? Sólo ésta noche, por favor, prometo irme mañana a primera hora, pero ésta noche estará bien.

Su petición lo toma por sorpresa, pero no se inmuta. Su vista va desde él hasta la puerta de la cocina al fondo de la sala, y entonces le asiente. Le pide que vaya con él y que no esté nervioso, porque seguramente Linda accedería. Eso le aterra, genuinamente. Aun así, cuando su madre ve a ambos cruzar la entrada de la cocina, no hay vuelta atrás.

—Mamá... —titubea—. ¿Ge-Gerard puede quedarse aquí ésta- noche?

Su madre arquea sus cejas, luciendo igual de sorprendida, pero también le asiente. Y en cuanto menos se lo espera, Gerard está agradeciéndole el haberlo dejado quedarse, sentándose en el viejo colchón que han logrado meter a su habitación. Linda les sonríe, y recibiendo el agradecimiento del ojiverde les desea a ambos buenas noches para luego cerrar la puerta. Quedan sólo ellos dos en el reducido espacio de su habitación.

Quisiera ir a abrazar a su madre, y después romper su jarrón favorito. Aunque ella ni siquiera tuviese idea de lo que ha hecho. Porque, no es como si hubiese permitido que el chico que le gusta se quede con él, en su habitación, a solas. Considera que las intenciones de su madre serían diferentes de saberlo. Pero eso es lo que hizo, y no halla cómo sentirse al respecto.

Alza sus comisuras cuando el pelinegro sube a verlo, acaba por levantarse del colchón.

—Tu madre es asombrosa.

—Lo es —asiente él, palmeando luego el espacio a su lado, indicándole que vaya a sentarse junto a él. La sonrisa en su rostro vuelve a desvanecerse. El hematoma en su rostro le preocupa cada vez más, y Gerard lo nota.

—Frankie —chasquea con su lengua—, estoy bien.

—No estás bien, Gerard. ¿Huiste de casa? ¿Tus padres no saben que estás aquí?

—No es importante, Frank.

—Incorrecto, es demasiado importante —su mirada permanece en él, hasta que el ojiverde decide inclinarse para rodearlo con sus brazos en un necesitado apretón que el avellana no tarda en corresponder. Esconde su rostro en su cuello y a medida que el pelinegro va aflojando el agarré, su nariz traza su mejilla hasta rozar con la suya. Puede verlo a ojos, saber que no está bien del todo. Que lo han roto y que sólo necesita algo de fuerza para no quebrarse mucho más. Es por ello que se estremece ante el tacto del ojiverde en su mejilla, recibiendo sus labios cuando éstos hallan los suyos.

Sus manos van a la parte trasera de su cabeza en donde puede atraerlo más hacia sí, e ignorando el fuerte latir de su corazón, disfruta del asombroso beso que él le brinda antes de que el oxígeno les sea necesario. Le deja un casto beso para ir a apagar las luces, entonces regresa a su lado. Ha removido su calzado y recostado su cabeza de la almohada, así que el menor sólo puede hacerle compañía tras acostarse a su lado a contemplar el techo.

—Prometo que te diré —le escucha murmurar—, pero por ahora quiero mantenerlo sin importancia, porque en realidad no la tiene.

—Si no la tuviese, me dirías.

Gerard sonríe. Le hace olvidarse del tema por un instante. Verlo sonreír quizás se ha vuelto una de sus cosas favoritas, eso junto al brillo en sus ojos y los mechones de cabello que cubren su frente. Sin darse cuenta, sus dedos están removiendo éstos del camino y deslizándose por su mejilla. Siente su rostro arder cuando se percata, pero él sigue sonriendo y va a entrelazar sus dedos con los contrarios, plantando un beso en el dorso de su mano.

—Estás muy lejos —risotea tomándolo de la cintura para acercarlo a él, las piernas del avellana van entrelazarse con las suyas. Frank ríe enredando los dedos en su cabello y recibiendo nuevamente sus labios. Confía en él. Si le dice que no es importante, entonces no lo es. No lo despoja de su preocupación, pero justo ahora él está bien y es lo que vale.

Tenerlo por tanto tiempo resulta mejor de lo que llegó a imaginarse, y Linda no cruza esa puerta en ningún momento. El reloj marcará la medianoche y ellos han estado conversando y compartiendo tenues besos por todo ese tiempo. Podría hacerlo siempre, está seguro de que no se cansaría. Nadie se cansaría de Gerard. Hay demasiado riesgo corriendo afuera, quisiera mantenerlo siempre consigo en donde no pudiesen hacerle daño de nuevo. Él no se lo merece. Parece común al tomarlo en cuenta cuando una persona comienza a formar parte de tus recurrentes pensamientos, sin embargo, al tratarse de Gerard poco le importa.

— ¿Tu madre no tiene idea, cierto? De ser así no te habría dejado conmigo —ríe cuando el avellana va a esconder su rostro en su cuello.

—Amo a mamá, es la mejor. Pero es incómodo comentarle sobre mi orientación sexual, ¿sabes? No lo supe hasta... el día de la fiesta.

Gerard arquea sus cejas.

— ¿No supiste que eras gay hasta que estuviste chupándomela?

Con su puño el menor da en su hombro, el ojiverde exclama fingiendo dolor y comienza a esquivar los golpes que le proporciona su acompañante. Entre risas Frank toma sus muñecas, y posando sus rodillas a cada lado de su cintura, reclina su cuerpo hasta inmovilizar las manos de Gerard encima de su cabeza. Ataca sus labios. El ojiverde corresponde de inmediato, profundizando el beso cuando éste toma lentitud.

Siente las manos del mayor deslizarse vacilantes por sus piernas. Al llegar a su trasero lo presiona contra sí, haciendo al avellana soltar un leve gemido. Un intercambio de miradas es suficiente para ambos saber hacia dónde quieren ir, y la camisa de Gerard es la primera en desaparecer, luego sus pantalones y se detiene cuando el avellana lo hace.

— ¿Qué sucede? —jadea, con su mano acunando su rostro. Frank se halla igual de agitado que él.

— ¿Estás... seguro? ¿Quieres-?

Con una sonrisa naciente, el pelinegro toma suavemente su labio inferior.

—Estoy seguro, Frankie. ¿Pero tú lo estás?

—Lo estoy —suspira, sonriendo entonces sobre sus labios—. Ya regreso.

Tras dejarle un rápido beso, corre fuera de la habitación. Se encamina lentamente hasta la puerta de Linda. Su madre cae dormida fácilmente, y aún debe trabajar mañana por lo que se acuesta temprano. Más de una vez se ha topado con esa particular caja oscura en ese baño, pero al ver su contenido la primera vez decidió dejarlo ahí, ajeno a todo. Sin embargo, justo ahora requiere de tal contenido. Con precisión se adentra al cuarto y a tiendas consigue la puerta del baño. Hallar el interruptor no es difícil, pero debe cuidar que su torpeza y su nerviosismo no le hagan una mala jugada, así que opta por ir con cuidado. Abriendo la pequeña puerta del espejo está una caja de condones, y queriendo hacer el menor ruido posible se atreve a tomar uno. Está por guardar la caja cuando un repentino pensamiento atraviesa su mente. Entonces toma un segundo condón antes de salir.

Suspira cuando logra estar afuera y se encamina hasta su habitación. Gerard observa al techo con sus manos bajo su cabeza y gira apoyándose de un codo cuando él entra, le sonríe al mostrarle el par de objetos en sus manos.

— ¿Condones?

—Escuché decir que el sexo el mejor cuando es seguro —frunce su nariz, el ojiverde suelta una risita.

—Frankie, somos hombres. No es como si... fuese a quedar... embarazado, o algo.

El avellana le da un leve golpe en la cabeza.

—Gerard, eres un año mayor que yo, deberías saber sobre cosas como las enfermedades de transmisión sexual. ¡Las dan desde quinto grado!

—Ah, discúlpame por quedarme dormido en las clases de salud sexual —hace un puchero, y al hematoma en su mejilla resaltar. Le hace a él dejar su cabeza caer a un lado, Gerard imita su movimiento. De estar en una situación distinta, el pelinegro se reiría. Frank es todo lo contrario a su imagen. En la calle verás a un adolescente maquillado, con los lados de su cabeza rapados y teñidos de amarillo junto a un piercing en su labio y otro en su nariz, pero al conocerlo sólo tendrías a la persona más tierna del mundo. Es cuando la lección de "no juzgar un libro por su portada" es gratamente dada.

Lo trae hacia él caminando por encima del colchón aun en el suelo. Rodea su cintura con sus brazos, él va a trazar la marca con sus dedos.

»Te agradezco por preocuparte, pero te pido que por favor ya no lo hagas, no ha sido nada grave, ni lo será. ¿De acuerdo? —el avellana suspira, apoyando su frente de la de él, pero le asiente. El pelinegro sonríe yendo a besar sus labios—. Bien. Voy abajo.

— ¿S-seguro? —balbucea viéndolo acomodarse entre las mantas. Gerard lo mira, y descubre que todo el tiempo que ha estado mirándolo, ha sido sin disimular su enternecimiento.

—Si yo voy arriba, voy a lastimarte. Y no quiero lastimarte, Frankie.

Mordiendo su labio, el menor asiente. Se percata de su rostro ardiendo nuevamente y del nudo que se forma en su garganta a causa de reprimir sus risas nerviosas, pero va a tomar lugar entre las piernas del mayor. La ropa cae en diferentes secciones del cuarto, las manos traviesas del avellana se pasean por los glúteos del ojiverde y agradece el que la claridad sea tenue, porque de Gerard poder verlo con su rostro encendido da por seguro que se burlaría. Titubea cuando no halla qué hacer.

—Debes prepararme, Frankie —toma su mano, dejando un beso en ella—. Entonces puedes continuar.

—Pero... te va a doler.

—Puede que sí, pero no puede ser tan malo, ¿cierto?

Y luego de verlo por otro momento, lo besa. Porque se siente seguro, protegido, en tal caso. Gerard le transmite eso. Paz, calma, tranquilidad, y algún otro sinónimo que salga de esas palabras. Le hace sentir bien consigo mismo, no se burla por no saber, más bien le enseña y sonríe cuando hace un movimiento correcto. Sus dedos se abren paso a su entrada, el ojiverde cierra sus ojos echando su cabeza hacia atrás y esperando lo que esté por venir. Introducir un primer dedo le resulta fácil y hace a Gerard gemir tras morder su labio, así que continúa. Agrega un segundo dedo cuando el mayor se lo indica, y puede verlo abrir su boca, presionando fuertemente sus ojos. Realmente no es así como imaginaba su primera vez, pero resultó ser mejor de lo que su imaginación logró alcanzar, y se siente orgulloso de ello.

Recuerda haber intentado introducir un par de sus dedos en él al ducharse, pero nada se compara al sentimiento de tener a Frank adueñándose de su cavidad. Ahoga un gemido en la boca del menor, e ignora los calambres en los dedos de sus pies, rodea la cintura del avellana con sus piernas. Frank se mueve con lentitud y temor, una fina capa de sudor cubre su frente, repartiendo jadeos con su boca abierta. El miembro de Gerard se aprisiona entre ambos abdómenes, haciendo al ojiverde gemir bajamente. Mientras menos ruido hagan, mejor, pero ambos parecen olvidarlo cuando Frank aumenta sus movimientos.

La lengua del avellana se entretiene con la manzana de Adán del pelinegro cuando éste arquea su espalda. Los dedos de Gerard incrustándose en su trasero le hacen soltar una risa y regalarle una fuerte estocada que hace al ojiverde correrse entre ambos. Sin importar que él no haya llegado, va a besarlo con fuerza, porque a pesar de haber sido la primera experiencia de ambos, ha sido lo mejor que ha hecho en su vida. Y le ilusiona el hecho de que haya sido junto a él.

*

Con la cabeza recostada de su pecho, escucha su corazón latir. Con menos velocidad luego de estar descansando por unos minutos. No sabe qué hora marca el reloj, pero debe estar por amanecer en cualquier momento. Ambos condones gastados y ambas respiraciones agitadas, sus suspiros abarcan la habitación y sus párpados pesan cada vez más, sintiendo las caricias del ojiverde en su espalda. Pero su voz resuena, haciendo a su cuerpo vibrar.

—Mi padre es homofóbico. Y me odia —ríe, Frank no evita girar su cabeza para apoyar el mentón de su pecho. Hizo su cabello hacia atrás, permitiéndole ver la sonrisa en su rostro, junto a su bonita nariz respingada y el brillo en sus ojos. El menor parpadea sintiendo su respiración entrecortarse—. Me odia. Bastante —vuelve a reír—. Antes de venir para acá, dejé la puerta de mi habitación abierta. Y siempre la cierro porque él ama entrar a irrumpir en mis cosas, pero ésta vez la dejé abierta, y él entró. Encontró... mis dibujos, fotos y... otras cosas escritas. Cuando me di cuenta, él ya estaba adentro y estaba furioso, Frank, histérico. Me preguntó que por qué dibujaba hombres, que eso era abusar de su moral, que quién creía que era su familia para hacer tal asquerosidad.

»Dijo que si no dejaba de hacerlo que confiscaría mis cuadernos y lápices, porque ningún hijo suyo sería un maldito marica, y que debería de sentir vergüenza conmigo mismo por pensar siquiera en algo como eso. Mikey quiso intervenir, pero mamá se lo llevó antes de que lo hiciera, porque sabía que si decía algo también se metería con él, y yo tampoco quería que eso pasara. Pero estaba enojado, Frank, por toda esa... mierda que estaba saliendo de su boca. Le grité que podía hacer todo lo que quisiera, pero que no me cambiaría, y mucho menos cambiaría el hecho de que soy su hijo. Entonces me golpeó. Y dijo que ya no era su hijo, y que me botaba de la casa.

»Ni siquiera dejó que empacara mis cosas, o hacer algo al respecto, me empujó fuera de ahí. Pero pude escuchar a Donna gritar, y a Mikey también, y quise entrar pero la puerta estaba cerrada, y... Me tuve que ir.

—Gee... —intenta decir algo, pero el nudo en su garganta se lo impide. Sus lágrimas se deslizan a la par de las suyas, y él se molesta en removerlas. Acaricia la parte trasera de su cabeza.

— ¿Pero sabes algo? No me importa —absorbe por la nariz—. ¿Y sabes por qué? Porque... de no haber sido por él, yo no estaría aquí ahora, contigo, así. Y si para complacer a mi padre tengo que dejarte a ti, entonces que se joda. Mi padre no me merece, y yo no me merezco a mi padre, ¿pero sabes que sí me merezco? A ti. Te merezco a ti, Frankie.

El avellana no lo piensa dos veces, sentándose a horcajadas sobre él sus manos van a acunar el rostro del ojiverde y besa sus labios con fuerza, haciéndolo reír en medio del beso. Las manos pálidas acarician su cintura, correspondiéndole con el mismo furor.

—Te quiero —lo besa—, de verdad. Si hablamos de merecer, en ese caso no creo merecerte a ti. No te merecería jamás.

El ojiverde ríe haciéndolo caer de lado en la cama, entrelaza nuevamente sus piernas.

—Te quiero mucho más —regresa el beso—. ¿Esto significa que estamos juntos ahora? —pregunta frunciendo su nariz. Frank oscila.

—Te- refieres a... ¿novios? —Gerard asiente— Pues... Tenemos un reino. Sería estúpido no estar juntos si tenemos un reino.

Gerard ríe estrechándolo entre sus brazos, aprovechando así el esparcir besos por todo su rostro que ha vuelto a tornarse sonrosado. Tenuemente la habitación se ilumina, dándoles a saber que está amaneciendo y que pasaron su noche en vela compartiéndose el uno al otro.

Quizás de ahora en adelante en esto podría consistir sus viernes en las noches.


Twitter: @/monimustdie. Por si quieren caerme a piñas en un futuro, ahre. Lxs quiero.

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