ᴠɪɪɪ. ʟᴀ ʟɪʙʀᴇᴛᴀ
Levanto la mirada un momento, y me distraigo un poco viendo a los bailarines, que están ensayando para el concierto. Siempre me gusta quedarme sentado a un lado del escenario, entre altavoces, mientras escribo letras o partituras, sobre todo cuando hay gente trabajando en el escenario, ya sean bailarines, como ahora, o ingenieros y técnicos. Me gusta sentarme y observar lo que me rodea, cómo todos parecen tan ocupados con sus quehaceres. Es como asomarse un poco a sus vidas.
Redirijo mi atención a mi cuaderno, y me llevo el lápiz a la boca, mordisqueándolo distraídamente. Últimamente no estoy muy positivo, en cuanto a letras se refiere. Y en general, para qué mentir. Estoy seguro de que pueden salir canciones preciosas y profundas, pero el público requiere un poco de marcha. Y en realidad, yo también. Quizás Carlos sea más flexible que el anterior vocalista y acepte a acercarse a un estilo más rockero. Es mi género musical favorito, sobre todo el rock sinfónico, pero el vocalista que teníamos prefería el pop. Conseguía llevar las canciones un poco a mi terreno, pero muy raramente, por desgracia. Puede que ahora tenga más potestad para llevar nuestra música en esa dirección. Aunque claro, la voz de Carlos tiene que servir para cantar ese estilo. No dudo que pueda, pero quién sabe.
Termino garabateando, mientras mi cabeza piensa en mil cosas distintas, mil proyectos, mil cosas que tengo que hacer. Entre ellas, una llamada pendiente con Tarja Turunen para hablar de nuestra colaboración. Pero eso puede esperar. No dejo de preguntarme a qué artista habrá elegido Carlos para cantar mañana. En secreto tengo un favorito. Bueno, no tan en secreto. A pesar de que no entiendo una palabra de español, el disco "Tanto" es una maravilla a nivel instrumental. Sólo esa parte es una obra de arte. Luego está su voz, claro. Lo cual es también crucial. Y da igual que deba buscar las traducciones de sus letras, porque mi primer idioma no es el inglés, es la música, y Pablo Alborán habla ese idioma de puta madre.
Carlos Sainz, espero que tengas la mitad de buen criterio que yo.
Y hablando del rey de Roma... Carlos aparece acompañado de la chica de hace unas horas, la que parecía estar molestándolo un poco por coquetear con él. Se saluda con todos los bailarines y hablan por un rato entre ellos. Yo me concentro en lo mío y ni siquiera me doy cuenta del momento en el que Fernando llega hasta mí.
- ¿Trabajando en algo? – Me pregunta, sentándose a mi lado.
Intenta asomarse para ver lo que hago en mi libreta, y la cierro enseguida. No me gusta que miren, generalmente. Al menos no si estoy con algo incompleto o que no me convence.
- Intentándolo – admito, suspirando. – ¿Va a bailar? – Inquiero, extrañado.
- No exactamente. Sólo va a practicar para moverse entre los bailarines sin molestarlos. ¿Por? ¿No lo crees capaz de bailar?
- Tiene pinta de ser un bailarín absolutamente terrible – comento, encogiéndome de hombros. – Pero es solo una impresión. Puede que me equivoque.
Fer ríe un poco y se cruza de brazos, mirando en dirección a Carlos. Yo miro al asturiano con aprensión. Aún me siento mal por lo de anoche, cuando intentó abrazarme y me aparté. No estaba en un buen momento, ni un buen día.
- Oye, Fer – murmuro, abrazándome a mí mismo.
Él me mira, centrando toda su atención en mí y dedicándome una sonrisa amable.
- ¿Qué pasa, Lanlan? – Contesta, curioso. Frunzo el ceño momentáneamente, y enseguida suelta una risa. – Ya sé que sólo en tu familia permites que te digan así, no empieces a protestar.
Sonrío un poco y niego con la cabeza, suspirando y dándome cuenta de lo mucho que me conoce este hombre. Aún así, este pequeño momento me ayuda a estar más tranquilo.
- Siento lo de ayer – musito, apartando la mirada. – No era el momento.
- Ya lo sé, no te preocupes.
Me quedo mirando a Fernando, dudando sobre si acercarme o no. Pero él debe darse cuenta de mi expresión y mis intenciones.
- Anda, ven aquí – pide, abriendo sus brazos.
Sonrío un poco, algo avergonzado, y tímidamente me inclino hacia él hasta que mi cabeza está sobre su hombro. Me dejo abrazar y, como siempre, lucho con mi instinto, ese que me pide a gritos que huya, que me hace sentir asfixiado, que me ruega que me separe y rompa el contacto. Lucho con las náuseas y el mar de sentimientos y recuerdos que me invaden, y gano la batalla porque se trata de Fer. Porque la razón puede ganar esa pelea recordando todo lo que este hombre ha hecho por mí. Y la seguridad que siento con él opaca lo demás.
Le agradezco inmensamente esto, porque lo necesitaba. Me da pánico que me toquen, y lo odio. Pero al mismo tiempo, cuando estoy mal, siento que necesito un abrazo que sé que si me dieran me haría vomitar. Es tan absurdo como contradictorio. A veces anhelo algo que yo mismo evito y no soporto. Por eso cuando estoy con mi familia dejo que me mimen todo lo que quieran, porque aparte de ellos, pocas personas pueden hacer lo que está haciendo Fer sin lograr provocarme un ataque de ansiedad.
- Puedes hablar conmigo, Lando. No te tienes que guardar las cosas – me dice entonces, sobando mi espalda con cariño. – Y si prefieres hablarlo con alguien ajeno a esto, a la banda, háblalo con tu padre.
- ¿Por qué no podemos olvidarnos simplemente de todo lo que pasó? – Inquiero en voz baja. – Olvidarnos de su existencia y centrarnos en Carlos.
- Ni siquiera eres capaz de decir su nombre, Lan.
- No se lo merece – replico, dolido. – No se merece ni que lo nombre. Es el anterior vocalista, sin más. Y mi única ambición es conseguir que Carlos sea mil veces mejor que él. Demostrarle que no solo es reemplazable, sino que también es mediocre y pudimos encontrar algo mucho mejor.
Fernando suspira, y no sé si es hartazgo, preocupación, indiferencia, enojo o diversión. Pero no me separo del abrazo para mirarlo, porque no me quiero mover de aquí, sinceramente. Sólo quiero que me abrace todo el tiempo posible y por unos minutos sentirme seguro.
- Sé lo que estás haciendo con él – susurra entonces, los dos mirando al madrileño practicar con los bailarines. – Y no se lo merece.
- A veces nos pasan cosas que no nos merecemos – contesto con amargura, apartándome y poniéndome en pie, recogiendo mis cosas.
- ¿Adónde vas?
- A comer.
- ¿En serio, Lando? – Dice entonces, molesto.
Comprendo enseguida que no le molesta que me vaya a comer, sino que esté huyendo de esta situación y de esta conversación.
- ¿Qué pasa, Fer?
- Cada vez que creo que te has abierto un poco, vuelves a cerrarte en banda y sales corriendo.
- Me conoces desde hace mucho. Quizás te tendrías que haber acostumbrado ya a estas alturas – murmuro secamente, y sus ojos parecen los de alguien realmente mayor ahora mismo.
El cansancio lo hace parecer viejo, y aunque lo odio, y es mi culpa, finjo que me da igual y me voy, porque ahora necesito estar solo. Y comer, porque realmente tengo hambre.
♪
Guardo el bajo con cuidado, mimándolo como si fuese un bebé. Es una preciosidad que merece ser cuidada como tal. Y estoy muy concentrado en mis cosas hasta que veo de reojo que Carlos se me acerca, y aprieto la mandíbula, porque no me apetece hablar con él ahora mismo. Con él ni con nadie, en realidad.
- Alex me ha dicho que tú ayudaste a montar el espectáculo de luces – dice, quedándose a unos pasos, con las manos en los bolsillos. Yo cierro la maleta del instrumento y pongo los cierres. – ¿Hay algo que no hagas? – Se ríe un poco, y yo lo miro unos segundos antes de seguir a lo mío. – Escribes, compones, tocas, ayudas con el espectáculo... Y por lo que parece, eres el líder de la banda.
- Lo soy – asiento, colgándome la maleta al hombro. – Esto es mi vida – me encojo de hombros y miro a mi alrededor antes de devolver mi atención al español. – Y más te vale no cagarla mañana.
- ¿Lo he hecho mal en este segundo ensayo? – Inquiere.
Algo en mí se suaviza cuando una mueca de preocupación aparece en su rostro. Esto le importa de verdad. Quiere hacerlo bien, lo cual es normal. Pero... No sé. Su cara y su tono me dicen que le importa muchísimo más de lo que yo pensaba. Que esto es tan grande para mí como para él. Y ver el pánico aparecer en su rostro mientras espera mi respuesta, me hace entender que ahora esto es su vida también. Así que relajo los hombros y trato de usar mi tono más neutro, alejándome de cualquier cosa que suene borde o desagradable.
- Has estado muy bien. Todos lo hemos hecho genial, en realidad. Me gusta cómo sonamos, y creo que a la gente también le gustará – contesto agarrándome a la correa que me cruza el pecho, esa que sujeta la maleta del bajo.
- ¿De verdad lo crees?
Tardo en responder, porque me distraigo momentáneamente con un detalle. Justo antes del ensayo estaba ansioso e inquieto, como siempre. Meneaba el pie y se retorcía los dedos. Incluso sus ojos mostraban inquietud. Ahora está quieto, todo lo quieto que está una persona normal mientras conversa con alguien. Su mirada está calmada y sus manos siguen en sus bolsillos. Esta mañana, después del primer ensayo, fue igual. Se transforma por completo.
- Sí – murmuro, distraído.
Comienzo a andar para marcharme, pero al pasar por su lado hace el amago de agarrarme del brazo y me aparto bruscamente.
- Mierda – maldice, alejándose un paso. – Lo siento, me tengo que acostumbrar.
- ¿Qué? – Frunzo el ceño y lo fulmino con la mirada. – ¿Acostumbrarte a qué? – Gruño, deseando largarme de aquí.
- Yo... Ehm – aparta su mirada y se pone colorado como un tomate. – Fer me ha contado lo de tu... Problema – musita, sin levantar la vista del suelo. – Me es raro tener que evitar el contacto, ¿sabes?
Me quedo un poco descolocado cuando dice eso. Así que ya lo sabe. Mucho había tardado Fernando en irse de la lengua. No podía decirle que no me tocara y punto. Tenía que decirle que es porque tengo un "problema". Puto asturiano bocazas.
- No hace falta que me agarres si querías decirme algo. Con un "espera" o un "un momento" habría bastado – replico con bastante mala hostia. – ¿Qué coño quieres?
Traga saliva y mira hacia un lado. Los chicos se han ido y Fernando también. Sólo hay un par de técnicos y limpiadores.
- Fernando me dijo que todavía no sabes quién cantará conmigo mañana – comenta en voz baja. – Y me dijo que te gustaría saberlo.
- Si me importara se lo preguntaría a él – respondo, dispuesto a irme.
- Es Pablo Alborán – espeta, logrando que no me largue. – Me ha dicho que querías que lo escogiera a él.
- ¿Y le has escogido para complacerme? ¿Es que no tienes personalidad?
Su actitud pasiva y avergonzada cambia drásticamente. Me doy cuenta de que deja de evitar mi mirada y clava sus ojos marrones en mí, mostrándome enojo, mucho enojo, nada de vergüenza ni de miedo.
- Lo he elegido porque me encanta desde que conocí su música, es un grandísimo artista, y estoy seguro de que a la gente le gustará. Me enteré de que era el que tú querías después, a la hora de almorzar, hablando con tu querido mánager – habla deprisa, mostrando su molestia en cada palabra. – Así que no, no lo he hecho por complacerte. No todo gira entorno a ti. Eres un genio de la música, está bien, lo admito y es innegable. Pero no eres tan importante, Lando. No necesito lamerte el culo, ni soy tan mediocre como para pretender hacerlo.
Me quedo mirándolo con total indiferencia, casi divertido por lo enfadado que parece estar. Su mandíbula está tensa y sus manos están fuera de sus bolsillos, apretadas en puños.
- ¿Algo más? – Le pregunto con cierta sorna, demostrándole que me da exactamente igual lo que diga.
- Sí – asiente, furioso. – Eres un puto gilipollas.
- Muchas gracias.
Veo cómo se marcha, y pongo los ojos en blanco. Cuánto dramatismo. Aunque para ser justos, esta mañana era yo el que terminó enfadado y él el que se marchó riéndose. Las tornas cambian, por lo que veo. Espero a que él haya desaparecido por las escaleras, simplemente para no tener que volver a cruzármelo, y entonces voy por el mismo camino que él, en dirección a mi camerino.
No me da tiempo a llegar cuando Fer da conmigo, y su ceño fruncido me da a entender que se ha cruzado con Carlos antes que conmigo. Intento esquivarlo, pero se mueve un paso hacia la misma dirección que yo, y suspiro, cruzándome de brazos.
- ¿Qué?
- ¿Puedes dejar al vocalista de la banda tranquilo?
- Si no le he hecho nada – contesto, haciéndome el inocente. – ¿Qué te ha contado?
- Nada. Pero no me hace falta. Estaba muy contento antes de que os quedárais en el escenario los dos solos.
- ¿Y das por hecho que es mi culpa?
- Eres un experto capullo, Lando, por supuesto que doy por hecho que es tu culpa – replica, suspirando y pellizcándose el puente de la nariz. – ¿Por qué no puedes ser amable?
- La vida es muy corta como para fingir ser algo que no soy...
- ¿Fingir el qué? ¿Que eres educado y simpático?
- ¡Exacto! Ya lo vas pillando, señor Alonso – sonrío irónicamente y consigo escabullirme, viendo la puerta de mi camerino a tan solo unos pasos.
Fer se me queda mirando, muy pensativo, y eso me gusta aún menos que sus protestas. Algo cruza su mente, y ahora necesito saber qué es. Me siento tentado a preguntar, pero quizá la respuesta me guste aún menos que no saberlo, así que sigo adelante y me encierro en mi cuarto feliz, donde tengo un piano, una guitarra y otro bajo, un gran sofá y mi mochila con mis cosas. Cierro con pestillo por si a algún listillo le da por hacerme una visita, y saco mi libreta de la mochila, cogiendo un lápiz y dejándome caer en el sofá. Se me ha ocurrido algo, así que escribo unos cuantos versos sueltos.
«I get a little bit bigger, but then, I'll admit
I'm just the same as I was
Now don't you understand?
That I'm never changing who I am»
(Me hago un poco más grande, pero lo admito / Soy el mismo de antes / ¿Ahora no lo entiendes? / Que nunca voy a cambiar quien soy)
Pequeño punto para Carlos. Su mini discurso de hace un rato me ha dado la idea. Ni siquiera sé si esta letra llegará a algún lado, pero la idea está ahí. Desde luego, es muy distinta a la última en la que he estado trabajando (dejando de lado la colaboración con Tarja). Cuando releo los versos del estribillo, suspiro. He tardado tres días en escribirla, y parece mucho, pero hay que tener en cuenta las entrevistas, los conciertos y todo el caos que hemos vivido estas semanas. Me entristece leerla, porque es de esas que me salen del corazón, de lo que realmente siento. Es mejor escribir sin sentir, como si relatase un cuento. No es real, no duele. Esto sí.
«I fear who I am becoming
I feel that I'm losing all beauty within
I can no longer restrain it
My strength, it is fading
I have to give in»
(Temo en quién me estoy convirtiendo / Siento que estoy perdiendo toda la belleza interior / Ya no puedo contenerlo / Mi fuerza, se está desvaneciendo / Tengo que ceder)
Cierro la libreta abruptamente y la tiro a un lado en el sofá. Esa libreta es como mi propia cabeza. Todo lo que soy, todo lo que quiero ser, todo lo que temo... Todo está ahí. Y leer las letras que hay escritas es como un paseo por mis fantasías, mis inseguridades, mis sueños y mis pesadillas. Ver el contenido de la libreta es como verme a mí. Y hay partes de mí que me resultan demasiado abrumadoras, aunque se trate de mí mismo. Hay zonas de mi mente que me aterran, y que evito a toda costa. A veces salen a la luz en forma de canciones, pero es bastante raro. No suelen pasar de ser simples versos en una libreta vieja.
Últimamente vivo en una especie de limbo extraño. Hacía dos semanas, estaba bien, bien de verdad. Con mis mierdas y mis cosas, pero relativamente feliz, comenzando una gira que me emocionaba, junto a un grupo de amigos a los que quiero, y con el mejor mánager a nuestro cargo. Pero entonces él dijo que se iba. Cuando los conciertos que teníamos en Gran Bretaña terminaron, nos dejó tirados, como si fuésemos basura. Y comenzamos esta locura de buscar un nuevo cantante. Eso me abrumó, realmente. Tener que dejar de lado lo mierda que me hizo sentir que nos dejara tirados de esa manera para centrarme en ser el líder del grupo y seguir adelante. Bloquear todos mis sentimientos de nuevo por la necesidad de sobrevivir. Encontrar a Carlos fue una bocanada de aire fresco, es cierto. Pero una vez que me he podido relajar, todas esas emociones contenidas esta última semana han hecho acto de presencia, recordándome de que no las he borrado, sólo apartado durante un rato.
Y esto no puedo solucionarlo tan fácil. Porque depende de mí únicamente, y aunque se me dé genial resolver problemas externos, aunque sea voluntarioso y me guste participar y ayudar en todo lo que pueda, cuando se trata de mí mismo, simplemente no puedo. Es triste ser consciente de que no puedes ayudarte a ti mismo.
Antes de que mis pensamientos lleguen al fondo del pozo, mi teléfono vibra en mi bolsillo, rescatándome de lo que era una caída al abismo que tengo en el pecho. Cuando miro la pantalla, me alegra ver que es mi padre.
- Hola – saludo, sin mucho énfasis, lo normal en mí excepto cuando se trata de mi familia.
- Hola, Lanlan – responde mi padre con su tono alegre habitual. – ¿Pasa algo? Has sonado tristón.
Sonrío un poco para mí mismo. Da miedo lo mucho que me conoce. Me encanta que sea así, en realidad, porque hace las cosas mucho más fáciles, me ahorra explicaciones complicadas. La mayoría de las veces, él simplemente lo sabe, y no me hace tener que decírselo. Hace las preguntas adecuadas, siempre.
- Sólo estaba pensando – murmuro, sin querer dar más detalles.
- ¿En qué exactamente? Hoy eran los ensayos con Carlos, ¿acaso no ha ido como esperabas?
- No, no. Carlos lo ha hecho muy bien – niego, mordiéndome la cara interior de la mejilla. – Hasta después del concierto no podré quedarme verdaderamente tranquilo, pero... No es eso. Confío en nuestra banda. Confío de verdad.
- ¿Entonces? ¿Qué ronda esa cabecita tuya? No me digas que es por ese traidor...
- Es ridículo que lo llames así – me río un poco, aunque no tenga ganas ni de sonreír.
- Es lo que es, Lando. ¡Os dejó tirados en mitad del océano y ni siquiera os tiró un triste salvavidas! – Protesta, muy indignado y usando una metáfora bastante acertada. – Si eso no es ser un traidor, no sé qué lo puede ser.
- Vale, vale, ya lo pillo.
Lo escucho suspirar y me acomodo en el sofá, apartando la libreta para poder tumbarme.
- Así que, es por él.
Mi silencio es la única respuesta que quiero darle y la única que él necesita para saber qué quiero decir.
- Fernando me comentó algo...
- Corrección: Fernando anoche habló conmigo y tardó dos minutos en contártelo todo – adivino, nada sorprendido por ello de todos modos. – ¿Me equivoco? – Inquiero, sabiendo que no me lo va a intentar negar.
- Se preocupa por ti casi tanto como yo, Lanlan. Sólo quiere cuidarte. Y hace bien, porque es lo que le encargué – añade en un tono más autoritario. – Sabes muy bien que no te habría dejado irte de gira nunca si no fuese por él.
- Tengo 23 años, papá, no necesito tu permiso para irme de gira...
- ¿Estás seguro? – Replica, usando el tono.
No es un tono cualquiera. Es el que usan los padres cuando los retas y te hacen plantearte bien lo que has dicho, dejándote rectificar. Es ese tono que te dice: soy tu padre, yo tengo razón, tú no, retira eso. Es irrefutable, incontestable, y, sobre todo, sería absolutamente temerario no dar marcha atrás.
- Bueno, olvídate de eso – murmuro, queriendo cambiar de tema. – Lo único que te falta es preguntarle a Eloise qué es lo que hablo con ella.
- Lo haría, pero por desgracia existe el secreto profesional y no puede contarme nada de tus sesiones con ella.
Suelto una carcajada, porque no esperaba otra cosa de mi queridísimo padre. Tan cotilla y protector cuando se trata de los suyos. A veces es molesto, pero hay que tomárselo con humor. Sólo se preocupa. Demasiado para mi gusto, pero es sólo eso.
- Eres de lo que no hay – murmuro, haciéndolo reír. – ¿No tienes más hijos a los que incordiar?
- Tres más, de hecho, pero a ellos los veo a menudo y si me necesitan puedo estar ahí en dos horas o menos.
- Papá...
- No, Lanlan. Si tú me necesitas o si estás mal, no puedo estar presente, así que lo mínimo que puedo hacer es cuidarte desde la distancia, aunque eso implique ser un cotilla, llamarte a diario y hablar con Fer de vez en cuando.
- ¡Soy un adulto!
- No importa la edad que tengas, Lanlan. Tú siempre vas a ser mi pequeño. Incluso el día que seas abuelo, seguirás siendo el nene pequeño de tu padre. Y lo mismo se aplica para todos tus hermanos.
Sonrío un poco, sinceramente emocionado. Amo a mi padre. Es el mejor hombre que hay sobre la faz de la Tierra. El más cariñoso y atento, el más comprensivo y compasivo, el más amable y correcto. Es un orgullo poder decir que soy hijo suyo. A veces, desearía ser un poco más como él y mucho menos como yo.
- Te amo, papi – digo en voz muy baja, sintiéndome repentinamente como un crío que requiere del amor de su padre.
- Y yo a ti, mi niño – contesta, con el cariño impregnado en su voz. – Ya sabes que puedes contarme lo que sea.
- Es difícil.
- Por eso es necesario, Lando.
Suspiro y asiento con la cabeza. Quizá tenga razón. Y no puedo evitar recordar las palabras de Fernando, que esta misma mañana me ha pedido que lo hable con alguien. Probablemente tuviera razón también. Supongo que tengo la suerte de tener a dos hombres muy sabios pendientes de mí.
- Te llamaré después de cenar, ¿te parece? – Digo al fin.
- ¿Son las ocho y aún no has cenado?
- Eh... No.
- Los españoles y sus horarios – masculla en voz baja, haciéndome reír.
- Papá, en España, en verano, a las diez de la noche sigue habiendo un poco de sol.
- ¿En serio?
- Sí...
- Aquí no hace sol ni durante el día – vuelve a mascullar, de forma bastante cómica en realidad. – Unos tanto, y otros tan poco.
Sonrío un poco y doy un respingo cuando escucho que pegan en la puerta. Pregunto para ver quién es y la voz de Fernando diciendo que nos vamos me hace levantarme del sofá.
- Me tengo que ir al hotel, que aún sigo en el estadio. Luego te llamo, ¿vale?
- Vale. Pero no llames muy tarde – me advierte. – Tienes que dormirte a una hora decente.
- Que sí, papa...
- Y cena bien, que Fernando me ha dicho que estás comiendo poco.
- Dios mío – susurro, cerrando los ojos con fuerza. – Vale, papá.
- ¡Y pórtate bien! Sé simpático con tus amigos y con Carlos, ¿me oyes?
- Joder, ¡que sí, papa! – Asiento, alzando la voz y sintiéndome un poco hastiado.
- Esa boca, jovencito.
Pongo los ojos en blanco y, tapando el micro del móvil, digo una serie de palabrotas que si mi padre oyera, vendría hasta aquí solo para darme una hostia. Destapo el micro y, con mi mejor tono de niño bueno, digo:
- Lo siento mucho, no volverá a suceder. Te quiero mucho, adiós.
- Y yo a ti, Lanlan. Besos de parte de Meredith y tus hermanos. Hasta luego.
Sonrío un pelín y cuelgo, sin perder mucho el tiempo y comenzando a recoger mis cosas. Dejo aquí lo que no me hace falta y guardo lo que sí en mi mochila, que me cuelgo al hombro cuando todo está listo. Salgo al pasillo y ahí están todos esperándome. Todos menos Carlos. Charles está entretenido con el móvil, Alex y George hablando y cogidos de la mano, y Fer hablando por teléfono con alguien en español.
- Sería un grandísimo favor, Espe. Nuestros bailarines podrían aprenderse la coreografía, pero sería un trabajo extra con el que no quiero cargarles. Y lo mismo para el equipo técnico. Si la parte de las luces podéis traerla vosotros, sería estupendo – lo miro con curiosidad, deseando saber de qué está hablando y con quien. Escucha atento lo que le dicen, y una sonrisa aparece en su rostro. – ¡Perfecto! Entonces mañana por la mañana venid y lo arreglamos todo – se queda callado un par de segundos y asiente. – Probablemente ocupe todo el día, sí.
- Que lo mires fijamente no hará que entiendas español – se burla Charles, llamando mi atención. Lo miro un poco mal y se ríe. – ¿Qué? Es verdad. Ahora te lo contará todo, no seas ansioso.
- ¿Y Carlos? – Inquiero, cambiando de tema.
- ¿Qué Carlos? ¿El golden retriever que tenemos por vocalista? – Contengo una sonrisa por la comparación y procuro que mi cara no muestre absolutamente nada. Asiento con la cabeza, tratando de parecer indiferente. – Se ha ido ya, un chófer lo ha llevado a casa de su tío, creo. Tenía una cena o algo así.
- ¿Y nosotros qué vamos a hacer?
- Cenaremos en algún restaurante del hotel. Hay un italiano que dicen que es magnífico...
- Yo quería ir al japonés a comer sushi – interviene Alex.
- Y yo – asiente George.
- Mhm – me lo pienso un poco, pero la respuesta es obvia. – Yo voto sushi. Hace mucho que no lo como y me encanta.
- Traidor – protesta Charles en voz baja.
- Hasta mañana, Espe – dice Fer girándose hacia nosotros y colgando. – ¿Vamos? Tengo hambre.
- Queremos ir al sushi – le informa Alex.
- Me parece estupendo – el mánager sonríe, muy conforme con eso. – Pero nada de cebarse, que mañana hay un concierto.
- Lo sabemos – contestamos a la vez.
Fer se ríe y los cinco nos dirigimos hacia fuera del estadio, dispuestos a llegar al hotel y comer más sushi del que deberíamos. Hablamos los unos con los otros, y durante este ratito que comparto con ellos, me siento más en paz.
Esta es mi segunda familia. No es perfecta, pero yo la elegí, y es mía. Y nadie puede quitarme eso.
♤
Nota de la autora:
Ey, hace mucho que no nos vemos por aquí AJAJAJAJAJ. Me gustaría actualizar más a menudo, pero he estado muy ocupada, aunque por suerte he terminado eso que me tenía entretenida y ya podré escribir más. Digamos que mis vacaciones acaban de empezar realmente. Así que con algo de suerte no tarde tanto en volver a aparecer.
Este capítulo me gusta porque vemos el lado vulnerable de Lando (cosa que tardaremos muchísimo en ver desde el POV de Carlos) y os dejo trocitos de las canciones que conformarán el próximo disco del grupo. Así que id tomando nota y si identificáis las canciones, no digáis nada, mantened el misterio ;).
Por último, hagan sus apuestas: ¿quién creéis que es el ex vocalista?
Os ama,
A💛.
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