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ᴠ. ʟᴀ ᴅᴇᴄɪꜱɪóɴ

Fernando me señala el sofá que hay pegado a la pared, y él se sienta en uno que hay justo enfrente, con tan solo una pequeña mesita de madera oscura entre ambos muebles. En la mesa hay una carpeta y un bolígrafo, el cual toma a la vez que abre dicha carpeta.

- ¿Nombre completo?

Bien, esta pregunta es fácil, me la sé.

- Carlos Sainz Vázquez de Castro - contesto con tranquilidad.

- ¿Padres?

Trago saliva, sintiendo que se forma un nudo en mi garganta. No porque ellos fallecieran y no sea capaz de mencionarlos, sino porque cuando le diga sus nombres, él va a saber quiénes son, va a saber quién soy. Si es que no lo sabe ya. Y cuando levanta la mirada del papel que está rellenando, clavando sus ojos castaños en mí, sé que sabe quién soy.

- Carlos Sainz Cenamor y Reyes Vázquez de Castro - responde por mí, logrando que aparte mi mirada. - Cuando te has presentado he pensado que sólo era una coincidencia, pero... Eres tú.

- Sí, bueno - me encojo de hombros, sabiendo que estoy muy sonrojado ahora mismo. No dejo de retorcerme las manos, ansioso. - No me gusta ir por ahí anunciando quiénes son mis padres.

- Son nombres influyentes.

- Lo eran - lo corrijo, mirándolo con seriedad. - Y jamás los usaría para labrarme mi carrera musical. Quiero que, en toda esta situación, te olvides de quiénes eran ellos. Porque yo no soy ellos. Así que por favor, apunta sus nombres si quieres, pero no lo tengas en cuenta para tomar tu decisión - ruego con más suavidad, pues en un principio me he alterado un poco y no me apetece que Fernando se lleve una impresión errónea de mí.

Asiente con la cabeza, anotando los nombres de mis padres, y cuando creo que va a preguntarme la siguiente cuestión, dice:

- Lo ignoraré para mi decisión. Pero tú no deberías ignorarlo para tomar la tuya, chico - se queda mirándome, como si esperara una respuesta de mi parte, y yo sólo me veo capaz de sostenerle la mirada con temple. - Bien, sigamos. ¿Alguna enfermedad (física o mental), trastorno o síndrome?

- No, que yo sepa.

- ¿Alguna alergia, o deficiencia de alguna vitamina? ¿Algo médico que yo deba saber?

- No. Solo soy alérgico a estarme quieto - murmuro en voz baja lo último, acomodándome en el sofá.

- ¿Miedo a los aviones? ¿Algún tipo de problema para conciliar el sueño?

- No y no.

- ¿Estudios?

- Tengo un grado de Contabilidad y Gestión de Empresas, sacado en Oxford. Un C1, aunque la realidad es que puedo hablar inglés perfectamente, y aunque nunca he estado en un conservatorio, sé mucho sobre música. Historia de la música, compositores, artistas, lenguaje musical, y ese tipo de cosas. Sé tocar el piano, y la guitarra acústica, pero lo que más me gusta es cantar - me cruzo de brazos, echándome hacia atrás en el sofá. - Creo que eso es todo.

- Nada mal - admite anotando todo. - ¿Cónyuge?

Enarco una ceja, y él se encoge de hombros.

- Es parte del procedimiento. Si tienes pareja, eso puede afectarte al estar tanto tiempo de gira.

Asiento con la cabeza despacio, meditando bien mi respuesta.

- Tiene sentido, supongo - musito. - No, no tengo pareja.

- ¿Me dejas preguntarte algo por simple cotilleo? - Inquiere con una pequeña sonrisa que me hace tenerme lo peor.

- Adelante - suspiro, sabiendo que le contestaré sea lo que sea, porque soy muy bocazas.

- ¿Cuál es tu orientación sexual? No es que importe, pero mis chicos son... Bueno. Charles es hetero, Alex y George bisexuales, Lando... - frunce el ceño y niega con la cabeza. - Puede que ni él lo sepa. Sorpréndeme, Sainz.

Me río un poco. Pues sí que tiene un equipo completo. Y conmigo, más completo aún.

- Pues digamos que soy bastante gay - digo riendo, porque ya estoy acostumbrado a que la gente se quede boquiabierta cuando lo digo. La sorpresa es evidente en el rostro de Fernando, por mucho que se esfuerce en disimularla rápidamente. - Lo sé, no lo parezco. Aunque no sé qué se supone que significa eso de parecer o no parecer gay - murmullo con cierto desagrado.

- Cuando la gente dice eso, creo que se refiere a que no encajas en el estereotipo de gay afeminado - sugiere diplomáticamente. - Porque es cierto, no encajas en él.

- Ya.

Fer se pone a apuntar cosas en el papel que tiene entre manos, y yo comienzo a divagar por mis pensamientos. Creo que voy a conseguir el puesto en la banda, pero... ¿Debería aceptarlo? Cuando Fernando me ha sugerido que tenga en cuenta a mis padres a la hora de tomar la decisión, me ha dado que pensar.

- Mira, Carlos, aquí hay muchas preguntas de índole profesional que, sinceramente, me parecen completamente inútiles en esta situación - espeta el mánager con cansancio. - Te quiero conocer como persona, porque para este trabajo necesitas talento, nada más, y se ve que tienes. Ahora simplemente quiero asegurarme de que no vamos a aceptar en la banda a un neurótico, o algo parecido.

Sonrío un poco y asiento con la cabeza. Tiene razón. Y es normal que quiera asegurarse de que ningún loco termine firmando un contrato que no pueda deshacerse.

- Me parece lógico. ¿Qué sugieres?

- Te invito a comer y me cuentas lo que sea.

- Suena bien.

- Perfecto. Vamos.

Se pone de pie, y yo lo sigo, tratando de disimular mi emoción. Me cae bien, y creo que le caigo bien. Todo parece ir viento en popa, y... Y aún así tengo el miedo latente a que todo se desmorone.

Pero va a salir bien. Tiene que salir bien.

Llego a casa dando saltitos de alegría. Las cosas con Fer han ido genial, la verdad es que nos lo hemos pasado bien. Nuestro almuerzo se ha alargado hasta las seis. Hemos tomado café y luego hemos estado paseando por El Retiro, hablando de detalles del contrato que ya arreglaremos mañana.

Hay muchas cosas que me siguen dando miedo, que me siguen preocupando, pero... Pero la decisión está ahí, existe. Me van a ofrecer un contrato oficial, la decisión está en mis manos. Ellos quieren que yo sea su vocalista, y yo quiero serlo.

Me asaltan muchas dudas, debo admitirlo. Mi tío no lo aprobará así como así. Puedo convencerlo, pero sé que, su primera reacción, será darme con una pala en la cabeza. Tengo amigos y más familia de la que tendré que despedirme, lo cual va a ser difícil. También voy a irme justo cuando me entero de que voy a ser tío, lo cual no me hace demasiada gracia. Yo tenía planeado cuidar de Celeste tanto como pudiera, y estando de gira... Lo veo difícil, por no decir completamente imposible.

Si ignoramos a las personas que voy a dejar aquí, en Madrid, si acepto, mi vida va a cambiar por completo. Iré de avión en avión, de tren en tren, de coche en coche, recorriéndome el mundo de punta a punta. Actuando todas las semanas, teniendo entrevistas todo el tiempo. Por no hablar de los ensayos, grabaciones, componer, escribir, los videoclips, las colaboraciones, la publicidad... Y la fama. Voy a tener que aprender a gestionar una fama inmediata. Probablemente también un odio tremendo, porque estoy convencido de que muchos no estarán contentos con el cambio radical de vocalista.

Sé que va a ser duro, que no todo será color de rosa, pero pienso en todas las posibilidades... Y siento que me recorre un chute de energía. Con sus pros y sus contras, este es mi sueño. Da miedo en algunas ocasiones, pero es fascinante la mayoría del tiempo.

Llamo a mi primo por videollamada mientras me preparo un sándwich para cenar. Tengo que contárselo todo a él y a Celeste. Se van a poner muy contentos por mí, pero también me van a saber aconsejar.

- ¡Carlos! - dice la mujer alegremente cuando descuelga la llamada. Está en el sofá, recostada cómodamente.

- Hola, bonita - la saludo con una sonrisa. - ¿Todo bien?

- Sí, sí, todo bien. ¿Y tú? ¿Cómo te ha ido?

- ¡Genial! - Exclamo emocionado. - Ha sido un día increíble.

- Me alegro tanto, corazón - dice con sinceridad.

- ¿Y el cuatro ojos? - Pregunto extrañado. - He llamado a su móvil y lo has cogido tú.

- Ha ido al baño. Estábamos viendo una serie...

- ¿Qué serie? - Curioseo, tratando de encontrar algo más de lo que poder conversar en futuras ocasiones.

- Una española. La verdad es que es bastante graciosa, aunque solo tiene una temporada. Se llama Anclados.

- No me suena - admito. - Me la veré.

- ¿Con quién hablas? ¿O ya estás hablando sola? - La voz de mi primo me llega a través de la llamada, y me río por la mirada asesina que dirige Celeste a un punto de la habitación que no capta la cámara. Caco aparece de pronto al lado de su mujer, acurrucándose con ella. - Anda, ¡si es Frederico Mercurio!

- Vete a la mierda - bufó haciéndolo reír. - Eso ha sido homófobo.

- ¿Por qué?

- Freddie Mercury era gay, cielo - le dice Celeste.

- ¡¿En serio?!

- ¿No lo sabías? - Chillo yo con indignación.

- Pues... No.

- ¿En qué mundo vives? - Resoplo sin poder creérmelo. Se encoge de hombros y yo niego con la cabeza, ofendido. - ¿Por qué me has llamado así, entonces?

- No sé, ha sido el primer cantante internacional que me ha venido a la mente.

- Eres de lo que no hay - se ríe Celeste, dándole un tierno beso en la mejilla.

- ¿Qué tal tu día?

Le digo lo mismo que le he dicho hace un rato a su mujer, y empiezo a contarles un poco sobre cómo son los chicos. Les hablo del dulce Alex y el nervioso George, y también del educado Charles y el témpano de hielo de Lando. Y por supuesto, les hablo de Fernando, el simpatiquísimo mánager, que por coincidencias de la vida, es español.

- Me ha dicho que el sueldo de los chicos no es estable mensualmente, porque todo depende de lo que genere cada concierto, y unos generan más y otros menos. Por las reproducciones de las canciones en Internet, cada uno se lleva una fracción en base a cuánto participe en ella, lo mismo con los discos en físico. Y por último, cada uno tiene su propio merchandising, y cada uno se lleva una parte de lo que se gana con el suyo propio. El que es de toda la banda, se divide en partes iguales - cuando termino de explicar eso, ambos se me quedan mirando, esperando que les cuente algo de su interés. - Con esto quiero decir que mi sueldo ahora va a ser menor en comparación al de ellos, pero que van a empezar a sacar merchandising mío, y que me van a pagar en cada concierto dependiendo del aforo y mi éxito. Ninguna canción es mía todavía, así que por esa parte no voy a tener ingresos, pero... Creo que mi sueldo va a ser bastante alto, de todos modos.

- No está nada mal - admite Caco, asintiendo con la cabeza. - ¿Habéis hablado de algo más, aparte del dinero?

- Pues claro que sí. Hemos acordado muchos puntos a tener en cuenta en el contrato, el tema entrevistas y publicidad y todas esas cosas. Un montón de temas aburridos con los que no os quiero exasperar. Fer es abogado, así que me fío de él. De todos modos, mañana le echaré una ojeada al contrato antes de firmarlo.

- ¿Tienes claro que vas a aceptar? - Quiere saber Celeste, mirándome de un modo que me resulta nuevo: como una madre protectora que está preocupada. Ya le ha salido el instinto materno, y me conmueve un poquito que sea conmigo.

- Sí - afirmo con más seguridad de la que pretendía. Me sabe bien decirlo. - Voy a firmar - paladeo bien las palabras, orgulloso de poder decirlas.

- Pues... Que sepas que estamos muy orgullosos de ti, Carletes - me dice ella con una sonrisita adorable.

- Sí que lo estamos - le da la razón mi primo. - Muy orgullosos. Muchísisisisisimo - dramatiza, haciéndome reír.

- Gracias, chicos. Muchas gracias. Os quiero.

- Y nosotros a ti, pequeño - contesta ella, apoyando la cabeza en el hombro de su marido.

Sonrío como un tonto y me despido con la mano, para dejarlos seguir viendo su serie en paz. Se despiden de mí y entonces cuelgo, con una cálida sensación en el pecho.

Ahora mismo me siento querido y valorado. Y ante todo me siento muy afortunado.

Llego a la puerta del despacho de mi tío con el corazón latiéndome a mil por hora. Las últimas veinticuatro horas han sido una locura, pero sobre todo esta mañana de lunes. Hoy tenía turno de tarde en el trabajo, así que esta mañana he leído el contrato oficial y lo he firmado tras arreglar un par de cosas junto con Fernando.

Así de fácil.

Me he pasado toda la mañana con el departamento de marketing. La discográfica dio el visto bueno para todos estos trámites y decidió que tenían que promocionarme como si fuera Míster Universo. Así que he pasado la mañana rodeado de cámaras, con gente maquillándome y poniéndome ropa. Fer ha estado conmigo un rato, pero luego se ha ido con los chicos, porque tenían ensayo en el Bernabéu. Mañana, martes, iré con ellos, porque ya seré oficialmente el vocalista.

Todo ha sucedido demasiado deprisa, tanto que no termino de asimilarlo. Caco y Celeste están contentísimos, pero yo no puedo estar tan emocionado. No puedo porque sigo sintiendo que es mentira, que todo esto es un sueño, que todo saldrá mal. Ayer estaba más emocionado, pero porque aún no había asimilado la magnitud de todo esto. Y además, antes de que esto se haga realidad, tengo que decírselo a mi tío. Decirle que me voy de la empresa. Si no me mata, entonces esto será verdad.

Respiro hondo, y miro el mostrador, donde debería de estar Samuel, su secretario. No está. Mejor, así no oirá las voces.

Toco en la puerta, y enseguida escucho la voz de mi tío indicándome que pase. Entro, cerrando a mi espalda, y lo saludo con un apretón de manos. Me siento y lo miro muerto de nervios. ¿Cómo se lo digo?

- ¿Pasa algo, Carlos? - Inquiere, notando la aprensión en mi rostro. - He visto que me has entregado todos los informes que tenías pendientes.

- Los he estado terminando, sí - murmuro agachando la mirada. He terminado todo el trabajo que tenía, para al menos no dejar nada sin acabar cuando me vaya. - Tito, necesito contarte algo.

- ¿Ha pasado algo?

Asiento con la cabeza, y él une las manos sobre el estómago y se echa hacia atrás en su cómoda silla.

- Cuéntame.

Trago saliva y reordeno mis ideas. Me apetece salir huyendo de aquí, tirarme por la cristalera. Es la planta doce, la caída me mataría, ¿no? Ojalá que sí.

- Verás... He recibido... Este... Una oferta - tartamudeo con torpeza.

Alza las cejas con sorpresa, y me molesta un poco que parezca tan asombrado por eso.

- ¿Sí? ¿De qué empresa?

- No es... No es una empresa. He recibido una oferta para formar parte de... De... Mhm... - las palabras no salen de mí por mucho que me esfuerce.

- Vamos, muchacho, ¿qué tan horrible puede ser esa oferta? - Se mofa, riéndose.

- No es que sea horrible. Es que es una oferta de una banda de música. Quieren que sea su vocalista.

Hablo atropelladamente, apenas vocalizando por lo nervioso que estoy. Me quedo helado por el miedo cuando veo cómo la sonrisa muere en los labios de mi tío inmediatamente, indicándome que, definitivamente, esta no era la noticia que esperaba, y no le hace ninguna gracia.

- Repite eso, Carlos.

Su tono es tan serio, denota tanta rabia contenida, que si tuviese diez años me habría meado encima solo de escucharlo. Con suerte tengo algunos años más, y tan solo siento un pánico asfixiante.

- Una banda de música de fama mundial quiere que sea su vocalista - susurro, esperando que me tire una silla a la cabeza o algo similar.

El silencio me tortura. Su silencio. Que se quede callado es lo peor que podría hacerme, y lo sabe. Sabe cuánto me exaspera su ausencia de palabras. Me atraviesa con la mirada, pero no habla. Y me mata. Apenas son unos segundos, unos segundos larguísimos, pero se mantiene así lo suficiente para que desee, de nuevo, tirarme por la ventana.

- No vas a aceptar, ¿cierto?

- En realidad... - murmuro, titubeando. - Ya he aceptado.

Se me queda mirando como si estuviese loco, y juraría que la vena de su frente se hincha. Reconozco la crispación en su rostro, y me temo lo peor.

- ¿Te estás riendo de mí, Carlos?

- Tío, yo... Esta es la oportunidad de mi vida. Es lo que siempre he soñado, es...

- ¿Quieres acabar como tus padres? ¿Es eso lo que quieres? - Gruñe alzando la voz. - Te he dejado aprender música toda tu vida, he contratado tutores y profesores, con la esperanza de que fuese solo un hobby. ¿Por qué tienes que cometer sus mismos errores?

- Yo no soy mis padres, tío - digo secamente. - Yo no haré lo mismo que ellos.

- ¡No puedes saberlo, Carlos! Esto - señala su alrededor, haciendo referencia a la empresa, - es seguro. Es estable. La música es caótica, inestable, agotadora.

- Ya lo sé. No te equivocas en lo que dices - le doy la razón, cosa que lo sorprende. - Pero esta estabilidad que tú tanto aprecias, me consume. Me destruye poco a poco, cada día, lentamente. Este trabajo no es para mí. Y con la música... Puedo ser yo. Puedo expresarme. Puedo... Puedo encontrar paz dentro del caos que es mi cabeza.

- No tienes ni idea de lo que estás haciendo. No tienes ni idea de la presión que supone ser famoso y estar de gira durante meses.

- ¿Y tú sí lo sabes?

- Sí, Carlos, yo sí lo sé. Yo sí vi cómo a tus padres los destruía eso mismo que tú tanto deseas - contesta gélidamente. - Tu tía y yo éramos los que cuidábamos de ti cuando tus padres estaban de gira, y también cuando volvían pero estaban tan drogados que no podían ni llevarte al colegio. Yo llevé a tu padre y a tu madre a rehabilitación tantas veces que perdí la cuenta. ¿Te has olvidado, Carlos? ¿Te has olvidado ya de todo eso? ¿De cómo la música y las drogas te quitaron a tus padres?

Las lágrimas luchan por salir de mis ojos a estas alturas, pero las contengo. Entiendo lo que quiere decirme, entiendo que quiere protegerme, entiendo que me recuerde lo terriblemente mal que puede salir todo esto. Lo entiendo. Pero no duele menos, no me frustra menos. Mis tíos me quieren como si fuera su propio hijo, y por eso me sobreprotegen, por eso siempre han querido que me aleje del mundo que destrozó a mis padres. Pero llevo la música en la sangre, y no pueden arrebatarme eso.

- No pretendo que lo entiendas, tío. Ni que lo aplaudas. Ni siquiera quiero que te alegres. Sólo que lo respetes, y que me dejes demostrarte que no soy como ellos - digo en voz baja, sin ser capaz de mirarlo. - No te pido que me des alas, pero tampoco me las cortes.

Alzo la mirada, y cuando los ojos castaños y viejos de mi tío chocan con los míos, veo algo distinto a la ira en ellos. Parecen compasivos.

- Si es lo que quieres... - se obliga a decir. - Pero por favor, Carlos: no bebas una gota de alcohol, no tomes ninguna pastilla. Por cansado que estés en algún momento de la gira, por agobiado o estresado que estés... No pruebes ninguna droga. Por Dios te lo pido. Si lo pasas mal, déjalo, ve a terapia, tómate un descanso. Pero nunca pruebes nada que no debas.

- No lo haré.

- Prométemelo, hijo. Ya los perdimos a ellos, tu tía ya perdió a su hermano y a su cuñada, tu primo perdió a sus tíos... No te podemos perder a ti también, Carlitos.

- Te lo prometo, tito.

Se levanta y rodea la mesa, y yo hago lo mismo, dejando que me estreche entre sus brazos. Lo abrazo con fuerza, y sé que está haciendo esfuerzos para no llorar. Este tema le toca la fibra sensible, lo sé. A mí también.

- Te quiero tanto, hijo mío. Tu tía me va a matar cuando sepa que te he dejado hacer esto.

Me río y cierro los ojos, disfrutando del abrazo.

- Mañana iré a cenar, ¿de acuerdo? Que vaya Caco con Celeste también. Una cena familiar antes de que comience la gira.

- Me parece bien. ¿Cuándo tienes el primer concierto? - Pregunta separándose del abrazo.

- El miércoles...

- Dios mío. Estamos a lunes por la noche.

- Lo sé - me río, conmovido por la ansiedad que refleja la cara de mi tío. - Me irá bien, tú tranquilo.

Me da unas palmaditas afectuosas en la mejilla, sonriendo.

- Eres un sinvergüenza.

- Ya.

Se queda mirándome unos instantes, entre la preocupación y el orgullo.

- Vete a descansar. Mandaré preparar tu despido.

- Está bien. Hasta mañana, tío.

- Hasta mañana, Carlitos.

Cuando salgo del despacho, siento que me he quitado un gran peso de encima. Un grandísimo peso. Puedo respirar más tranquilo, como si hubiese tenido humo en los pulmones y por fin los tuviera limpios de nuevo.

Me sorprende y abochorna ver que Samuel está en su puesto de trabajo, recogiendo las cosas. ¿Habrá escuchado algo de la pelea inicial? Espero que no. Me acerco al mostrador, porque aunque pudiera huir y fingir que no ha pasado nada en el despacho, Samu se merece que le dé una explicación también.

- Ey - lo saludo con menos energía de la normal en mí. Él se da cuenta, pero no dice nada, me sonríe y me devuelve el saludo. - ¿Te vas ya?

- Sí, tu tío me ha dicho que hoy me podía ir antes. Si me doy prisa, llegaré a tiempo para coger el metro - dice revisando la hora en su teléfono.

Sigue recogiendo, y le acerco unos papeles que no alcanza porque están al otro lado del escritorio. Se los tiendo y, cuando los coge, se los queda mirando unos instantes antes de alzar su mirada hacia mí, preocupado.

- ¿Cuánto has escuchado? - Pregunto con abatimiento.

- No mucho, en realidad. Sólo intuyo que tu tío se ha cabreado mucho contigo. ¿Dejas la empresa?

La pena es obvia en su voz, y siento lástima por él. Ya me estaba temiendo este momento, pero... Es lo que hay. La decisión está tomada.

- Sí.

Mi respuesta lo deja algo decaído. Me fijo en cómo se hunden sus hombros, y peor me siento.

- ¿Adónde te vas?

- Es complicado.

- Explícamelo, Carlos - sus ojos verdes me suplican por una explicación, y sé muy bien que se merece una.

- Te llevo a casa y te lo cuento por el camino - le propongo con una sonrisa amable. Me alegro de haber venido en coche por una vez.

Él suspira, pasándose la mano por el cabello rubio, terminando de recoger. Se cuelga la mochila al hombro y rodea el mostrador, saliendo de él y colocándose delante de mí.

- ¿Estás seguro?

- Sí, tranquilo. No es ninguna molestia - le aseguro encogiéndome de hombros.

- Está bien.

Los dos caminamos en silencio hasta el ascensor, y ninguno dice nada mientras bajamos todas las plantas hasta el parking. Es un silencio forzado, porque los dos queremos decir muchas cosas y preferimos no decirlas, porque quizás no queramos oírlas. Él tiene preguntas cuyas respuestas sabe que no le van a gustar, y viceversa.

Entramos en el coche y arranco, la radio encendiéndose sola. Salimos del parking con Britney Spears sonando de fondo, y Samuel es el que se atreve a hablar primero.

- ¿Y bien? ¿Te vas a trabajar al extranjero?

Me concentro en la carretera, meditando bien cómo darle la noticia. Lo mejor es ir directo al grano.

- Sí, más o menos. Me ha contratado una banda como vocalista. Me voy de gira con ellos.

- Vaya - murmura. De reojo veo que me está mirando. - Un cambio muy drástico, ¿no crees?

- Sí, pero es lo que quiero.

Esa afirmación logra que los siguientes cinco minutos sean silenciosos de nuevo. Las canciones suenan, llenando el coche. Por muy hablador que sea, hay momentos en los que simplemente no sé qué decir. Samuel no hace ni un solo ruido, y eso también me preocupa. Esperaba alegría, ira, o tristeza, no esto.

Esperaba que me gritara o que me besara, no silencio.

- ¿Vendrás mucho por Madrid? - Se atreve a decir por fin, cuando ya estamos llegando al bloque de pisos en el que vive.

- No lo sé. Lo dudo mucho. Creo que no volveré hasta que acabe la gira.

- ¿Y cuánto tiempo es eso?

- Hasta fin de año, creo - contesto sin estar del todo seguro.

- Carlos, estamos en junio - susurra Samu como si me hubiese vuelto loco.

- Siempre puedes venir a algún concierto.

Aparco frente a un bloque de pisos, habiendo llegado a su destino. Echo el freno de mano y me giro un poco, mirándolo por fin en todo este rato. Sus ojos me suplican en silencio algo, pero no sé exactamente el qué. En su lugar, yo rogaría que dijera que todo es una broma pesada. Pero no lo es.

- ¿Cuándo te vas?

- El miércoles tocamos en Madrid, y para el viernes tenemos que estar en Sevilla.

- Joder - exhala sorprendido. Sonrío débilmente, porque la verdad es que he tenido muy poco margen para decidirme y para despedirme. - ¿Quieres...? - Aparta la mirada, avergonzado, y yo espero pacientemente a que reúna el valor que necesita para preguntarme lo que le ronde la cabeza. - Tengo sobras de comida china, ¿te apetecería cenar conmigo?

- Me encanta la comida china - respondo con calma.

- Lo sé - musita con una sonrisa triste.

Salimos del vehículo, y cuando entramos en el edificio, solo tenemos que subir un tramo de escaleras antes de llegar a su puerta. Me deja pasar primero, y enciende la luz, cerrando la puerta. Veo que todo está como siempre, ordenado y limpio. Vamos a la cocina, donde calentamos los tuppers llenos de comida, y esperamos sentados frente a la isla de la cocina, hablando de cualquier cosa menos de mi ida. Me cuenta cómo le ha ido el día, y le pregunto por sus padres, que están en Galicia de viaje.

Cenamos en relativa calma, como tantas veces hemos hecho, charlando de trivialidades, fingiendo que esto no es más serio de lo que pretendemos, ignorando que esta puede ser la última noche así hasta dentro de mucho tiempo. Cuando el silencio se alarga demasiado, veo la ira en sus ojos, las ganas que tiene de reclamarme haber tomado esta decisión sin decirle nada, pero sé que no me dice nada porque sabe que no tiene derecho a ello. No es mi novio, no es mi nada. No tenemos que consultarnos las cosas. Ni siquiera tenemos que darnos exclusividad. Simplemente somos amigos. Casi me río en voz alta al pensar eso.

- Espera, te ayudo a recoger - me ofrezco amablemente una vez que acabamos de comer, viendo que se pone en pie y comienza de llevar las cosas al fregadero.

Él lava los platos mientras yo guardo las cosas, y cuando acabamos, todo se queda en un silencio sepulcral, un silencio que nos da miedo romper con una despedida. Samuel se seca las manos con un paño, y yo me meto las manos en los bolsillos para evitar retorcérmelas.

- Muchas gracias por ayudarme.

Su voz apenas es un susurro, tímido y triste.

- No es nada - le quito importancia. - Creo que...

- Carlos - me interrumpe, evitando que me despida.

- ¿Sí, Samu?

Sus ojos dicen tantas cosas que me es difícil interpretarlas todas, pero hay algo que es claro, y más claro es cuando lo verbaliza.

- No te vayas - me ruega desarmándome por completo. - Por favor, quédate. Al menos esta noche.

Una voz en mi cabeza me recuerda que tengo que memorizar todas las canciones de la setlist del concierto, pero... Pero no puedo. Mis pies están anclados a este suelo, y quizás, mi corazón está anclado a él. O puede que sólo sea la lujuria la que quiere que me quede con él esta noche. Sea como sea, no me voy.

- Sólo esta noche - cedo, acercándome y tomando su rostro entre mis manos. - Sólo hoy - me recuerdo a mí mismo, besando sus labios con mucha ternura.

- Sólo hoy - repite él contra mi boca, rodeando mi cuello hasta que sus manos están en mi nuca.

Mis brazos envuelven su cintura, acercándolo a mí mientras le doy otro beso más profundo, más urgente. Lo empujo suavemente hasta que topamos con la encimera, y una vez ahí, sus manos se aferran al final de mi camiseta, levantándola hasta que me la saco por la cabeza, volviendo a besarlo en cuanto puedo.

- Carlos - gime en voz baja, notando mis besos descender por su cuello. Sus dedos se clavan en mi espalda cuando comienzo a desabrochar su pantalón. - Te quiero - jadea antes de que vuelva a besarlo en los labios.

Pero no contesto. No le digo que lo quiero. Y no sé si es porque me da miedo, o porque no lo siento. O quizás me dé miedo decirlo sin sentirlo. Pero no lo digo. Lo desnudo, y dejo que me desnude. Nos llevo a su habitación, y hacemos el amor. Pero no le digo que lo quiero.

Estrecho entre mis brazos con suavidad al hombre de complexión pequeña y delgada que duerme plácidamente a mi lado, hundiendo la nariz entre sus cabellos dorados, deseando que este momento de paz no acabe nunca. Cuando se despierte, volverá el dolor, volverá la angustia de despedirnos, y yo podré soportarlo, e incluso no pensar en ello en todo el día, pero no sé si él podrá. Pero debo irme, y marcharme sin decir adiós tampoco es una opción.

- Samu - lo llamo acariciando su costado con suavidad. Noto cómo se estremece, su piel erizándose, y sonrío cuando se acurruca más contra mí. - Tengo que irme, Samuel.

- No quiero que te vayas - replica con voz somnolienta.

- Lo sé - contesto, besando su sien y apartándome con cautela. - Pero me tengo que ir, en serio.

Se incorpora a la vez que yo, y me quedo algo embobado con el modo en que la fina sábana se desliza sobre su piel clara y suave, llena de pecas casi imperceptibles.

- No me mires así - se queja cubriéndose, algo sonrojado. - No lo hagas si te vas a marchar.

Suspiro y asiento, levantándome y yendo a la cocina a por mi ropa. Vuelvo a la habitación a medio vestir, buscando un calcetín, y me fijo en que él no se ha movido del sitio, y se dedica a mirarme como un cachorrito triste.

- Está en la cómoda - dice, señalando con la cabeza el pequeño mueble, donde está el calcetín que me falta. Me lo pongo y termino de abrocharme el pantalón, estando completamente vestido por fin. - Podrías quedarte a desayunar.

Niego con la cabeza, muy a mi pesar.

- Me gustaría, pero ya voy tarde.

- Ya - murmura claramente apenado por toda la situación.

Meto mi móvil dentro de mi pantalón, y me acerco a la cama, inclinándome hasta que puedo besarlo. Es un beso casto, suave y dulce, que apenas dura un par de segundos. Pero creo que es suficiente despedida. Es mucho mejor que las palabras, mucho menos doloroso.

- Adiós, guapo - susurra él cuando me alejo de nuevo, dirigiéndome hacia la puerta.

- Adiós, monada - me despido con una pequeña sonrisa, usando ese mote que sabe que es sólo para él.

Mi alma queda más en paz cuando, al irme, lo que veo en su cara es una sonrisa, y no una lágrima. Es una sonrisa muy pequeña y algo triste, pero no son lágrimas, y con eso me basta.

Nota de la autora:

¡Hola, mis amores! Pareciera que hace siglos que no pongo nota de la autora AJAJAJAJAJAJA. Pero aquí estoy. Ya sabéis que los primeros capítulos siempre me quedo calladita, pero he vuelto.

¿Qué, qué me decís de esta historia? Acaba de empezar, y yo ya la amo. Y creo que vosotros también, a juzgar por los comentarios y por lo que he hablado con algunos de vosotros por Instagram. Sé que actualizo muy irregularmente, pero se hace lo que se puede. Os he compensado con este cap de más de 5k de palabras.

Me encantaría oír (ejem, leer) todas vuestras opiniones, así que id diciéndome por aquí. Pondría una cajita de preguntas en ig, pero como por ahí apenas me contesta gente... Ponérmelo por aquí, que os leo y os contesto.

Os ama,

A💛.

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