ɪɪ. ʟᴀ ɴᴜᴇᴠᴀ ᴇsᴘᴇʀᴀɴᴢᴀ
Estoy anotando un verso en mi libreta cuando mis compañeros de la banda entran en tropel en nuestra furgoneta de viajes. Acaban de salir de una entrevista y una firma de discos, mientras yo me he quedado en la furgo con el chófer, escuchando música de fondo mientras compongo algo.
- Qué vida más dura tienes, ¿no? – Protesta George sentándose en su sitio.
- No te quejes tanto, Russell – murmuro sin levantar la vista de la libreta. – ¿Cómo os ha ido?
Fernando es el último en subir, y cierra la puerta, tomando asiento junto a mí. Le lanza una mirada asesina a Alex, que se encoge en su asiento.
- Uno de los genios de tus amigos ha dicho que ya tenemos sustituto – dice el mánager sin dejar de mirar a Alex.
El moreno de ojos oscuros se apoya en George, que le pasa el brazo por los hombros, como protegiéndolo.
- No quería que cundiera el pánico – susurra apenado. – Lo siento.
- Lando, te necesito en las entrevistas. Eres el único que nunca se pone nervioso y siempre mantiene la calma. Nunca das una mala respuesta – me habla Fer, logrando que lo mire directamente. – Además, la gente pregunta por ti.
- Pues que pregunten – me encojo de hombros y me pongo a garabatear en la libreta. – Si hay mucha gente, no voy. Creo que quedó claro en mi contrato.
- Sí, pero...
- Mi banda, mis condiciones – lo corto, volviéndome totalmente inflexible. – No haré nada que no quiera.
- Fer no te está pidiendo que te hagas fotos con los fans y firmes autógrafos por horas, Lando – resopla Charles. – Simplemente que vengas a todas las entrevistas.
- No. Algunos entrevistadores son muy tocones.
- ¿Qué se supone que significa eso? – Quiere saber Alex, que habla en voz baja.
- Vamos a ver – el acento de Fernando es más obvio cuando se enpieza a molestar. – Podemos hablarlo con ellos antes de las entrevistas, como hacemos en otras ocasiones.
- Que no.
- Es que aquí todos tenemos que hacer entrevistas queramos o no, menos tú, ¿o qué pasa? – Interviene George, indignado. – A ver si ahora resulta que eres más que nosotros.
Lo miro con indiferencia, resultándome su enfado casi cómico. Todos los aquí presentes saben cuáles son las condiciones. Mis condiciones. Y no me gusta ponerme prepotente, pero cuando se ponen así (y uso el plural pero el único que pierde los nervios siempre es George), a veces viene bien dejar las cosas claras.
- Vosotros, con más ánimos o menos, adoráis estar con los fans, tomaros fotos, firmar autógrafos... Os encanta tener una cámara en las narices – los miro uno a uno, esperando a que lo nieguen. Ninguno lo hace. – Venga, no nos hagamos los tontos, ninguno se esperaba pasar de ensayar en el garaje de mi casa, a esto – hago aspavientos en el aire, queriéndome referir a todo lo que nos ha pasado en estos últimos años. – A veces tener tanto foco sobre nosotros nos agobia, sí, pero me estaréis mintiendo si me decís que no amáis este mundo, ser famosos, recibir toda esta atención.
- Lando – murmura Fernando, que me mira temiendo mis palabras. – Creo que ya lo pillamos. Todos.
- No, quiero que les quede claro – replico mirando a George, que es con quien tengo el verdadero enfrentamiento. – Yo creé la banda, yo escribo las letras, yo compongo las canciones, yo conseguí a Fernando como nuestro mánager. Y si no me da la gana ir a una puta entrevista porque me da ansiedad, os calláis y os jodéis, y si no queréis, os largáis y montáis vuestra propia banda.
Los ojos azules de George echan chispas. Su cabreo y su orgullo son notables, y se nota que le he dañado lo segundo con mis palabras.
- Eres un chulo de mierda – gruñe apartando la mirada.
- George – le riñe Alex en voz baja.
- Yo nunca os pediría hacer nada que os dé pánico, George – añado, más pacíficamente. Mi tono no ha variado en toda la conversación, pero el modo de decir las cosas, trato de suavizarlo. – Si en algún momento sentís miedo o si os encontráis mal, ya sabéis que aquí nos apoyamos todos. De modo que trata de entender que no me quedo en la furgoneta durante tres horas porque me sale de la polla – vuelvo mi vista a la libreta y suspiro. – De hecho, podría estar en el hotel, y sin embargo, mira dónde estoy.
No me contesta, y no me molesto en mirar si se ha relajado. Ya se le pasará.
- Al menos podrías intentar venir a todas las entrevistas – comenta Charles. – Queremos que estés cómodo, pero tampoco puedes estar toda tu vida en una burbuja, Lando.
Miro al monegasco que tan fortuitamente conocí hace unos cuantos años ya, y me obligo a asentir con la cabeza.
- Intentaré hacer un pelín más de esfuerzo – cedo con parsimonia.
Miro a Fernando, que me observa con el ceño fruncido, en una mezcla de preocupación e incredulidad. De reojo veo que George se ha puesto los auriculares y se ha aislado, lo que siempre hace cuando se molesta y no quiere discutir más. Alex está apoyado en su hombro, con una de las manos de su novio entre las suyas, dándole caricias en la palma para ayudarle a calmarse. Charles, me mira con cautela, pero agradecido.
- Gracias, Lan – me dice con una pequeña sonrisa. – No costaba tanto, ¿verdad?
Esbozo una inusual y pequeñísima sonrisa, prácticamente imperceptible. Es sutil, pero quien me conoce, sabe que se trata de una sarcástica.
- Nadie tiene ni idea de lo mucho que cuesta.
♪
Charles me mira de arriba a abajo con una ceja enarcada, y yo lo ignoro mientras me ajusto el cuello de la camisa.
Hemos tenido un día de locos. Hoy sí he ido a las entrevistas, y aunque me he tenido que tomar un Valium, no ha ido mal. Tras la cagada de ayer de Alex, que dijo que ya tenemos nuevo vocalista, nos han acribillado a preguntas, y me he encargado de asegurarnos el terreno, con respuestas del tipo: "No sabemos si contaremos con él para el concierto de España", "Aún estamos preparando su presentación", "Mantendremos secretismo absoluto hasta que en la discográfica den luz verde", "Pronto tendréis más noticias".
- ¿Adónde vas? – Se atreve a preguntarme por fin.
- A una discoteca a liarme con cualquiera – contesto con ironía, aunque el sarcasmo no se refleje en mi voz y parezca que lo digo en serio.
- Va, en serio – se cruza de brazos, sonriendo desde la cama. – ¿Por qué tan arreglado?
- Para mimetizarme con el hotel – murmuro arreglándome las mangas. Charles suspira y decido darle la verdad. – He oído que hay un karaoke en uno de los locales del hotel, y me han dicho que suele haber buen nivel – me encojo de hombros y me giro, alisándome la camisa con las manos. – Quizá escuche algo que me guste. Y si no, al menos me echaré unas risas.
- Creía que no estabas programado para reírte – se burla logrando que deba contener una sonrisa.
- Me largo. No me esperes despierto, cariño. Y nada de chicas, que eres sólo mío, Leclerc – me despido saliendo por la puerta.
- ¡Jo, amor, qué aburrido eres! – Lo escucho decir cuando estoy cerrando.
Sonrío y ruedo los ojos. Charles es la personificación de la heterosexualidad, pero nunca desaprovecha la oportunidad de bromear de ese modo. Y lo de las chicas no iba tan en broma, lo sabe. No me apetece regresar a la habitación y toparme a mi amigo dándolo todo con alguna ricachona del hotel.
Voy directamente al restaurante que me dijeron, y en cuanto me reconocen me dan la mesa que yo prefiera. Escojo una que está pegada a la pared, medio escondida, pero no muy atrás, donde puedo ver bien el escenario y escuchar perfectamente los altavoces. Pido algo de cena y me entretengo observando a mi alrededor, analizando a las personas que van entrando. Entra un grupo de chicas bien vestidas, y trato de adivinar sus vidas, a cada una le doy una historia propia, y me pregunto cuál de ellas cantará mejor. Aun así, las chicas quedan descartadas para la banda. No por machismo ni nada parecido, es que Charles se la terminaría tirando y luego pasaría de ella y las cosas se pondrían feas. Además, nuestras canciones precisan una voz masculina.
Entra una pareja, un hombre y la que probablemente sea su mujer. Él le rodea la cintura con el brazo mientras caminan, y le susurra algo al oído, haciéndola reír. Ella tiene una sonrisa preciosa, y los ojos de él brillan al mirarla. Inevitablemente me pregunto qué se sentirá, pero por otro lado me repugna. El amor... Es tan bello como peligroso. Escribo canciones sobre él, pero no desde la experiencia. Nunca desde la experiencia. Y espero que siga así. Es sencillo idealizarlo o demonizarlo a mi antojo, como contar un cuento infantil y uno de miedo dependiendo de la ocasión. Aunque quizás el amor trate justamente de eso.
Otra pareja entra en el local, y los miro detenidamente. Son dos hombres, y se parecen, por lo que me pregunto si serán hermanos. Probablemente. Ambos son castaños, de ojos oscuros, creo. Están lejos y la iluminación del local es más bien poca. Uno lleva gafas, y el otro no deja de retorcerse los dedos. Los dos son guapos, están bronceados, aunque el más alto de ellos, lo es más; su mandíbula es marcada y su nariz grande, lo cual le da un atractivo especial. Toman asiento más adelante, justo frente al escenario, y entonces otro grupito entra, por lo que centro mi atención en ellos.
Sigo jugando a mi pequeño juego de tratar de descifrar a las personas que llegan, hasta que una chica sube al escenario y dice algo en español. No entiendo mucho, por no decir nada. El español que me enseñaron el el instituto fue poco, y tampoco se me daba especialmente bien.
Todos cogen sus móviles y me pregunto qué estarán haciendo. Bebo un sorbo de mi zumo de piña y miro, sin intervenir, preguntar, ni nada por el estilo. Me entretengo con el móvil, revisando notificaciones y hablando con mi padre.
Papá: ¿Qué tal España, Lanlan?
Yo: Horrible. En Madrid hay muchísima gente. Es imposible dar dos pasos sin chocarse con alguien.
Papá: Pero es bonito, ¿no?
Yo: Supongo. ¿Qué tal estáis por ahí?
Papá: Meredith y yo, bien. Con Marcus hace un par de días que no hablo, y Oscar y Vicky llegaron ayer de la universidad.
Yo: Entonces estaréis ocupados ahora.
Papá: Está bien tener vida en esta casa...
Veo por el rabillo del ojo que alguien sube al escenario y dejo el teléfono, pues parece que las actuaciones van a empezar. Se supone que es un karaoke, pero se parece más a un programa de talentos de los que salen en la televisión.
Los minutos pasan, y las voces que suben al escenario tienen un gran nivel, como me dijeron. Las canciones son de buen gusto, y las interpretan bien. Cantan en diversos idiomas, y me sorprendo al sentirme tan complacido ante tanto talento. Y sin embargo, nadie me convence. Todos desafinan y cantan pegados el micro, tiesos como estatuas. Sus voces entonan bien, pero ninguno siente lo que canta. No disfrutan la letra, no sienten la música. Les falta ese algo que necesita un vocalista de verdad.
Y entonces sube al escenario uno de los chicos que vi entrar al local. El moreno alto. Parece nervioso, y me pregunto qué cantará. Me sorprendo genuinamente cuando oigo el título de una de las canciones de mi banda salir de los labios de la presentadora.
- Y ahora, en la séptima actuación de la noche: Carlos Vázquez, con su interpretación de "I'm still standing", originalmente de la banda Formula Love.
No entiendo todo lo que dice, sólo el título de la canción y el nombre de mi banda. Eso llama mi atención. Tiene buen gusto este muchacho al elegir algo escrito por mí... Pero es una canción exigente a nivel de presencia en el escenario. Esta canción no se canta pegado al micro. Necesitas saber moverte, tener la energía adecuada. Y por lo nervioso que aparenta estar, me temo que será mi siguiente fiasco de la noche.
Esta canción es especial para mí. Aún recuerdo cuando la terminé y se la enseñé a los chicos. Estaban muy contentos de que por fin escribiera letras animadas. Fue de mis primeras canciones con un mensaje algo más positivo. Cuando estoy solo me gusta cantarla, para mentalizarme un poco de que esa es la actitud que necesito. Pero no sirve de mucho. Aunque logré componer una letra de superación, y logré sentirme feliz con ello... Esa fuerza es intermitente en mi vida. A veces la siento, pero la mayoría del tiempo, no.
Aún así, me alegro de que este chico vaya a cantarla. Creo que es un mensaje digno de transmitirle a la gente. Si a mí no me ayuda, al menos que ayude al resto.
Suenan las primeras notas, y el ritmo de la melodía flota en el aire. Me cruzo de brazos y me echo hacia atrás en mi asiento, en mi modo más crítico. Nadie va a ser más exigente al oír a alguien cantar una canción que el propio dueño de la canción.
Canta la primera frase y no hay atisbo de miedo en su voz, sólo seguridad y fuerza. Agarra el micro y me fijo en cómo se mueven su pie y su cabeza. Doy por hecho que eso es el máximo que hará, y me alegro muchísimo cuando saca el micrófono del soporte y comienza el verdadero espectáculo.
Tiene la actitud y la potencia precisas, y se adueña del escenario por completo. No hay miedo ni dudas, se pasea como si fuese su propia casa. Es pícaro, es vivaz, es... Es justo como debe ser un verdadero vocalista. Le pone pasión y fuerza a cada sílaba que pronuncia, y canta la canción como si fuera suya, como si cuando yo mismo la escribí, lo hubiese hecho para él exclusivamente. Si es que lo hace mejor que el cantante que teníamos antes, maldito sea.
Me fascina su talento, y lo impresionado que me deja es suficiente para tomar una decisión: tenemos a nuestro primer candidato.
No necesito oír nada más. Cuando baja del escenario, y todos le aplauden, yo me sumo. Yo, aplaudiendo. Charles se sorprendería de que me hubiesen programado para ello, como siempre bromea, insinuando que soy un robot.
Miro la hora, y aunque no son ni las doce, decido irme. Voy hasta la barra, donde pago mi cuenta y, en voz baja, le digo al barman, que es el que me está atendiendo:
- Cóbrame también la cuenta de la mesa de allí – pido señalando con disimulo a la pareja de hermanos (doy por hecho que lo son).
- ¿La de los dos cabelleros?
- Sí, el de las gafas y el que ha cantado.
El barman asiente con la cabeza.
- Hasta el momento, han gastado 43'50€, pero podrían pedir más bebidas. Y lo tuyo serían... 32€.
Le doy un billete de cien, y lo veo dirigirse a la caja registradora. Para guardarlo y darme el cambio.
- Quédate el resto – digo buscando algo en mi cartera. – Por si gastan más – murmuro sacando una tarjeta con el número de teléfono de mi mánager. – ¿Tiene algún bolígrafo?
- Ehh... Sí, tome – me entrega lo que le pido y escribo un rápido mensaje en la tarjeta. Se la doy al barman, que me mira confuso.
- Dásela al que ha cantado.
- Vale – asiente, guardándose la tarjeta. – Muchas gracias y buenas noches.
- Igualmente.
Me largo del lugar sin más preámbulos. Llego a mi cuarto, que comparto con Charles, y lo veo tirado en la cama, con la cabeza envuelta en la almohada. Frunzo el ceño, preguntándome qué cojones estará haciendo.
Me acerco a mi cama y me siento, tomando un cojín y tirándoselo para alertarlo de mi llegada, pues parece que no se ha enterado. No he sido muy ruidoso, pero tampoco soy un ninja.
- Ah, hola. Has llegado – dice cuando saca la cabeza de su escondrijo. No tiene cara de sueño, y puesto que la luz estaba encendida, su intención no era dormir, al parecer. – ¿Oyes algo?
Permanezco unos segundos en silencio, aguzando el oído.
- No – niego, encogiéndome de hombros.
- ¡Al fin! – Celebra entusiasmado. Cuando lo miro como si estuviera chiflado, me explica: – Nuestros adorables compañeros, Alexander y George, llevan desde que te fuiste follando como conejos, y parece ser que, con lo que cuesta una habitación en este puto hotel, las paredes no están insonorizadas.
Suelto una carcajada, genuina y rara en mí, y Charles sonríe un poco al oírme.
- Pobrecito. ¿Por qué no te has puesto los auriculares?
- Se me quedaron sin batería – murmura con cierta pena. – No me parece justo que ellos follen y yo tenga que escucharlos.
- ¿Quieres hacerlo conmigo, cielo? – Me burlo rebuscando mi pijama en la maleta.
- Me gustan con más tetas y menos pene, pero gracias – bufa indignado. – ¿Por qué tenemos que compartir habitación? Fer tiene una para él solo.
- No había más habitaciones disponibles – contesto girándome hacia él. – ¿Quieres que me vaya con Fernando y tú te buscas alguien con más tetas y menos pene para pasar la noche? – Bromeo acercándome a la mesita de noche donde he dejado el móvil.
- ¿No te importa?
- No.
- Pues ahora me largo yo, a ver si encuentro algo interesante...
Ruedo los ojos y lo veo marcharse minutos después. Charles es buen tío, excelente pianista y tecladista, y mejor amigo, pero nefasto en el amor, casi tanto como yo. No es capaz de pasar dos noches con la misma persona, y a pesar de que no lo juzgo, no logro entenderlo.
Tomo mis cosas y me voy. El pijama, el neceser y el cargador es todo lo que necesito para pasar la noche. Pego en la puerta de mi mánager, y segundos después me abre la puerta, despeinado y en pijama.
- ¿Te importa si te hago compañía? – Le pregunto al español.
Me sonríe y asiente.
- Pasa, anda.
Le explico el por qué de mi visita y él no se opone a que me quede a dormir. Yo me ducho y él se queda en su cama, trabajando con el portátil. No tardo mucho, pues estoy cansado y me apetece acostarme al fin en una cama, pero cuando salgo me extraña verlo aún con el portátil.
- ¿Sigues trabajando?
- Estoy terminando. ¿Qué hora es?
- Las doce pasadas – contesto metiéndome en la cama libre y poniéndome los auriculares. – Buenas noches, Fer.
- Buenas noches.
Me tapo y pongo una playlist tranquila, y me duermo escuchando música, sintiendo el colchón blando y mullido debajo de mí.
♪
Me despierto jadeando y sudado, pero sin recordar nada de lo que he soñado. Estoy destapado, y mi pijama está totalmente descolocado, como si me lo hubiese estado intentando quitar en sueños. Noto lo agitado que estoy y lo mucho que me agobia la ropa, así que intuyo que, aunque no lo recuerde, he vuelto a tener una pesadilla.
Me paso las manos por la cara, y luego por los rizos, los cuales tengo empapados en sudor. Cierro los ojos y respiro hondo, notando cómo mi acelerado corazón vuelve a latir a un ritmo normal. Un vergonzoso rubor cubre mis mejillas cuando siento la humedad en el colchón y en mis pantalones.
Joder, joder, joder...
Enciendo la luz de la lamparita que tengo al lado, y me levanto de golpe. Quito las sábanas y las hago un ovillo, arrojándolas al suelo, y tiro del cuello de mi camiseta, asfixiado. Le doy la vuelta al colchón, y sin querer tiro una botella que tenía en la mesita de noche, despertando a Fernando.
- ¿Lando?
Me giro, sintiéndome completamente avergonzado, y mi sonrojo debe ser tan evidente que me doy más vergüenza aún. Fer se incorpora en su cama, frotándose los ojos, los cuales apenas logra abrir.
- Yo... Este... – miro de reojo las sábanas hechas una bola y clavo la mirada en el suelo.
- ¿Has tenido una pesadilla? – Pregunta con suavidad, y me enfada porque parece que le habla a un niño pequeño.
Pero me trago mi orgullo y asiento con la cabeza.
- Bueno... No pasa nada – murmura poniéndose en pie y acercándose al armario. Saca otro pijama, y me lo da. – Dúchate y te quitas el sudor y... – no acaba la frase para no ridiculizarme más, y yo obedezco.
Me ducho rápido, pero frotándome bien cada parte del cuerpo, queriendo librarme del sudor y de la sensación pegajosa del mismo. Me seco a conciencia, y cuando me pongo el pijama de Fernando, me siento muy cómodo al notar lo ancho y holgado que me queda. Cuando salgo del baño, mi mánager está esperándome despierto.
- ¿Qué hago contigo, Lan? – Me pregunta con una dulce sonrisa. Yo agacho la mirada. – Duerme en mi cama, yo ya me voy a quedar despierto.
- Pero...
- A la cama – dice de un modo más severo.
Me callo y me meto en la cama, viendo que el sol comienza a filtrarse por las persianas entrecerradas.
- ¿Qué hora es?
- Las seis y media. Todavía puedes descansar un par de horas, venga.
Cierro los ojos y le hago caso, como un niño que obedece a su padre.
♪
Sonrío un poco mientras escucho discutir a mis tres amigos, pero la sonrisa me dura poco, como siempre. Esta vez, no es solo porque yo sea serio, sino que hay algo que me perturba. Compruebo la hora y resoplo.
- ¿Qué te pasa hoy? – Me pregunta George, que al parecer se ha dado cuenta de mi actitud extraña. – Pareces nervioso, y eso no es normal.
- Es que... – miro la hora, 10:23, y luego a Fernando. – ¿No te ha llamado nadie esta mañana?
Niega con la cabeza y largo un suspiro. Parece que el barman no entregó la tarjeta, o el tipo ha decidido no llamar.
- ¿Por qué la pregunta?
- Anoche conocí a alguien y le di tu número – explico vagamente. No fue exactamente así, pero no me apetece ponerme a dar detalles.
- Lando, cuando conoces a alguien, le das tu número, no el de tu mánager – bromea Alex sonriendo.
- Un candidato para ser vocalista de la banda – aclaro.
- Anoche me llamó un número desconocido – murmura Fernando, avivando la esperanza. – Pero me llamó muy tarde, a las 2 de la mañana. Lo mandé a la mierda.
- Lo espantaste – corrige Charles. – ¿De verdad es un candidato?
- Merece la pena hacerle las pruebas – afirmo con tranquilidad.
- ¡Llámalo! – Exige George con ímpetu, dirigiendose al español.
- No tengo su número.
- A ver, abuelete, si te llamó, su número debe de haber quedado grabado en tu registro de llamadas – suelta Charles con su habitual sarcasmo y simpatía.
- A mí no me digas abuelete, gabacho de mierda – gruñe frunciendo el ceño. Pero le da el teléfono a Charles. – Búscalo. Voy a llamarlo.
Charles trastea el móvil apenas unos segundos antes de devolvérselo a Fer.
- Está llamando.
Nuestro mánager se lleva el teléfono a la oreja, y todos seguimos comiéndonos el desayuno, pendientes de él. Esperamos unos largos segundos, y...
- ¿Sí? Al habla Fernando Alonso. ¿Con quién hablo? – Asiente con la cabeza ante la respuesta del otro lado de la línea. – Verás, tengo una oferta para usted, Carlos – añade en su idioma, intuyo que porque el chico de anoche, es español. – Bueno, verás...
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