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ɪx. ᴜɴᴀ ꜰɪᴊᴀᴄɪóɴ ᴘᴏʀ ʟᴏꜱ ʀᴜʙɪᴏꜱ

Aparco frente a la gran casa de mi tío con facilidad. Es un barrio tranquilo y la mayoría de los residentes tienen garaje, por lo que siempre hay aparcamiento. Pero no me bajo del coche de inmediato, cerrando los ojos y disfrutando de un breve momento de paz.

Estoy muy cansado, llevo todo el día ensayando y memorizando cosas. Calma mi nerviosismo pero agota mi concentración. Nada más despertarme he tenido que memorizar todas las canciones, luego hemos ensayado, después he comido, y nada más comer he pasado horas ensayando con los bailarines porque han visto que no se me daba nada mal y hemos pensado que podría colaborar más en la coreografía. Y no ha terminado ahí. Después de eso, he vuelto a ensayar con los chicos, esta vez moviéndome por todo el escenario, ensayando yo solo lo que he estado practicando con los bailarines, tratando de coordinarme con el espectáculo de luces. Es como si hubiera dado ocho conciertos en un solo día. Y nada más terminar todo eso, directo a casa a darme una ducha exprés para cambiarme y venir a cenar con mi familia.

Sólo quiero dormir, de verdad.

Aunque agradezco sentirme así de agotado. Es muy poco frecuente que tenga sueño o que no me sienta despierto, incluso siendo muy tarde. Al menos hoy voy a dormir como un tronco.

Salgo del coche y me estiro, crujiéndome la espalda. Suspiro mirando la enorme casa en la que me crié y camino pesadamente hasta la puerta. Toco el timbre y espero, cruzado de brazos. Saben que soy yo así que vendrán andando hasta la entrada, y con lo grande que es la casa, me da que va a tocar esperar. Se me hace eterno, pero por fin se abre la puerta, apareciendo mi tía al otro lado.

- Hola, Carlitos – me saluda, muy tranquila.

Me da dos besos y yo la abrazo. Me encanta esta mujer. Es la calma personificada. Es como una hippie, pero con mucho dinero. Lleva un vestido blanco, y le sienta genial, como todo lo que se pone. Mi tía es una mujer que, a pesar de su edad, consigue provocar suspiros a los hombres que la ven. Caco y yo hemos tenido problemas con algún idiota que se ha atrevido a hacer un comentario inapropiado al respecto. He de decir, que mi tío tuvo mucha suerte. Y Caco también, porque se parece a ella y no a él.

- Hola, tía – sonrío, genuinamente feliz por verla. – ¿Han llegado Caco y Celeste?

- Por supuesto. Que no se pierda la costumbre de que llegues el último... y tarde – los dos reímos y yo paso dentro, cerrando la puerta y ofreciéndole mi brazo, al que ella se aferra de inmediato. – Te veo tranquilo.

- Cansado, en realidad.

- ¿Tan duro ha sido el ensayo?

- Los ensayos, en plural – señalo, negando con la cabeza. – No te imaginas la locura que es.

- Puedo imaginármelo – replica, guiándome hasta el jardín, donde parece ser que será la cena. – Te recuerdo que cuando era joven, iba con tus padres de gira. Antes de que tú nacieras, de hecho.

- ¿En serio?

- Totalmente en serio. Nos lo pasábamos muy bien. Nadie nos decía qué hacer o qué no hacer.

- Definitivamente eran otros tiempos – murmuro, con cierto tono bromista. – A mí no dejan de decirme lo que tengo que hacer.

- Porque es una banda, y eres el nuevo. Tienes que demostrarles quién eres y reivindicar tu lugar en el grupo. Debes esforzarte al máximo, ahora más que nunca. Cuando seáis más amigos ya verás que eres uno más – me anima, nada preocupada.

- Ya veo que tito te lo ha contado todo.

- Tampoco había mucho que contar. Y Celeste me ha dicho más que tu tío.

- ¿No estás enfadada?

Las puertas correderas que dan al jardín están delante de nosotros, abiertas de par en par, pero mi tía se detiene, mirándome y dándome unas palmaditas en el brazo.

- Carlitos, entre los motivos por los que podría enfadarme, no está el ver a mi sobrino cumplir sus sueños, tenlo claro.

Sonrío y vuelvo a abrazarla. Ella nunca ha querido cambiar quién soy. Ella sabe que soy un calco de su hermano, y en vez de temer por mí, en vez de temer que yo siga el mismo camino y tenga el mismo final, ella siempre me ha alentado a seguir adelante, al igual que Caco. Siempre ha sido mi tío el más "paranoico", pues siempre ha creído que, si me dejaba seguir el camino de la música, terminaría drogándome. Y entiendo su miedo, porque fue él el que tuvo que consolar a su mujer y hacerse cargo de su sobrino cuando sus cuñados murieron. Él cargó con todo el peso de los errores de mis padres, y comprendo que no desee verme correr la misma suerte. Pero mi tía, si siente ese miedo, lo gestiona mejor.

No creo que mi tío sea peor o más malo que mi tía, ellos simplemente me cuidan de la manera que consideran mejor, y sé que los dos me aman, cada uno a su manera. Aunque he de admitir, que prefiero la reacción de mi tía, obviamente.

- Gracias por entenderlo – murmuro, apartándome del abrazo.

Ella aparta mi flequillo de mi frente, peinándome como si aún tuviera diez años. Su sonrisa maternal me calienta el corazón, y sé que estoy en casa. Y una leve tristeza se instala en mi pecho al saber que, cuando me vaya de gira, tardaré mucho en volver a verla. A ella, a mi tío, a Caco, y a Celeste.

Y a Samuel.

- Venga, que nos esperan para empezar a cenar – toma mi mano y, juntos, llegamos hasta la mesa del jardín en la que están todos sentados, esperándome.

El jardín es amplio y bonito, está lleno de flores que mi tía cuida con cariño, y hay una gran piscina circular unida a otra más pequeña que hace de jacuzzi. La verdad es que no es nada modesto. Todo rezuma elegancia y tiene un leve toque de vanidad. No vaya a pensar la gente que no somos ricos... Pero no es de mi estilo. Por algo vivo en un apartamento discreto y cómodo, sin tantos lujos.

- ¡Por fin llegas! – Me saluda Caco, poniéndose en pie y viniendo hasta mí para abrazarme. Yo le doy unas cariñosas palmadas en la espalda. – Íbamos a empezar sin ti.

- No seas malo, gordo – le regaña Celeste, dándole un golpe en el hombro y apartándolo para abrazarme. – Nosotros hemos llegado hace poco rato, no le hagas caso – me dice en voz baja, besando mi mejilla.

Me río y la rodeo con mi brazo, besando su cabeza. Otra gran mujer que tengo en mi vida. A veces creo que soy gay porque si fuera hetero, me llevaría alguna decepción de una mujer. Y si alguien me va a hacer pasarlo mal, que sea un hombre, que ya estoy habituado.

- Estoy acostumbrado, no te preocupes, Lele – contesto, sonriéndole a mi tío cuando se acerca. Él sólo me sonríe y me estrecha la mano. Sé que está esforzándose por apoyarme en esto, aunque sus instintos sean gritarme que soy un idiota y que moriré de sobredosis como mis padres. Por eso le agradezco su simpatía, porque sé bien de lo que es capaz (en el peor de los sentidos). – ¿Te ha llegado mi renuncia?

- Sí, pero ya tenía listo tu despido.

- Así no tienes que pagarme nada – le quito importancia, encogiéndome de hombros. – Bueno, ¿cenamos? Estoy muerto de hambre.

Y eso hacemos. Nos sentamos todos y empezamos a comer, picoteando un poco de cada cosa que ha preparado mi tía. Es una cocinera excelente, si algo voy a extrañar, va a ser su deliciosa comida casera y de calidad.

- ¿Qué tal hoy? – Me pregunta Celeste.

- Bien, aunque estoy reventado. Hemos ensayado un par de veces y he estado horas con los bailarines, trabajando en algunas cosas. La verdad es que estoy contento.

- ¿Y cómo son los miembros de la banda? – Se interesa mi tía. – ¿Te tratan bien?

- Oh, sí – asiento, muy alegre. – Alex es muy dulce y simpático, y George, su novio, es un poco terremoto, como yo, pero es muy majo. Charles tiene un humor extraño, pero no es mal tipo – lo cuento todo con una sonrisa, pero esa sonrisa muere en mis labios cuando me acuerdo de alguien. – Luego está Lando.

- Ese tono no me gusta – señala mi tía. – ¿Qué pasa con él?

- Es muy... – busco la forma educada de decirlo, y termino rindiéndome. – Bueno, es un auténtico capullo. Me trata como si me odiara por un motivo que desconozco, y lo peor es que fue él quien me escuchó cantar en primer lugar y me propuso como candidato para entrar en la banda.

- ¿Y no le has hecho nada? – Inquiere Caco. – Quizás lo hayas ofendido sin darte cuenta.

- No, no le he hecho nada – frunzo el ceño, pensando. – De hecho, cuando se trata de mi voz, incluso me halaga. Me dice que lo hago bien y que tengo buena voz. Pero todo lo que se salga de ahí...

- Ya terminaréis congeniando – comenta Celeste, con una sonrisa confiada. – Puede que esté molesto con el anterior vocalista y éste canalizando esa ira en ti.

- Pues ya podría canalizar su mierda en otro – gruño, cabreado sólo al recordar cómo me ha tratado hoy.

- Pero aparte de eso, todo bien, ¿no? – Insiste mi tía.

- Sí, la verdad es que sí. El mánager también es magnífico. Es español, y es un gusto poder hablar con él en mi idioma después de estar metido entre tanto británico – me río un poco, mirando mi plato de risotto. – Es buena gente, y me ayuda bastante. La verdad es que nos llevamos genial.

- Qué bien – murmura Celeste, muy contenta por ver que estoy bien. – ¿Y mañana el concierto qué? ¿Estás listo?

- Para nada. Hay muchísimas cosas por terminar – niego con la cabeza, agobiado pero emocionado al mismo tiempo. – Habrá un artista invitado y cantaremos un par de canciones suyas, en español, pero tenemos que organizarlo todo. Mañana será otro día duro.

- Pero te gusta, ¿no?

Me sorprende que le pregunta venga de mi tío. Es la primera vez que habla desde que el tema de conversación es mi nuevo trabajo. Lo miro algo aturdido, buscando en su mirada cualquier indicio de maldad o negatividad. Pero sólo hallo preocupación y esperanza. Lo que no sé es si la esperanza es por que yo diga que lo odio y quiero volver a trabajar con él o por que diga que me encanta. Respondo con sinceridad.

- Muchísimo.

- Y todos nos alegramos por ti, cariño – sonríe mi tía. – ¿Verdad, Diego?

- Por supuesto, esposa mía – asiente él, sonriéndole con dulzura y tomando su mano para besar sus nudillos. – Enhorabuena, sobrino.

- Gracias, tío.

- Yo digo que hagamos un brindis – propone Caco, alzando su copa. Todos lo hacemos, aunque en la de Celeste y la mía sólo haya agua. – Por que el nuevo camino de Carlitos esté lleno de triunfos y alegrías.

- Chinchín – decimos todos, chocando nuestras copas.

Ahora mismo no puedo dejar de sonreír. Sentirme apoyado por mi familia en este tema es algo que no me esperaba, siendo sincero. Caco y Celeste lo harían, pero dudaba de mis tíos. Y me alegra haberlos juzgado mal.

La cena sigue su curso tranquilamente. Hablamos de temas familiares y otros más globales, y aunque me cuesta seguir la conversación cuando el tema no me interesa, al menos me cebo a risotto, porque me muero de hambre y porque sé que tardaré mucho en volver a comer el risotto de mi tía. Pero ante todo, disfruto de la velada y de estar con mi familia. Es una cena agradable y trato de no pensar demasiado en que puede ser la última hasta diciembre. Los voy a echar de menos, más de lo que pensaba, y a cada minuto que pasa soy más consciente de eso.

- Oye, Carlos, yo quiero ir al concierto – me dice Caco de pronto.

Eso me hace acordarme de algo. Se me había pasado por completo. Aunque bueno, cuando salí del estadio iba camino a casa muy tranquilo, creyendo que podría cenar cualquier cosa y acostarme. Menos mal que Celeste me escribió para recordarme la cena, porque no me habría presentado. Eso de olvidar las cosas es algo muy mío.

- Casi se me pasa – murmuro, cogiendo el teléfono. – Fer me ha enviado entradas para vosotros - busco el archivo y se lo envío a mi tío. – Es para el palco VIP.

- ¡Qué emoción! – Chilla Celeste, encantada con la idea.

- Espero veros a los cuatro – murmuro mirándolos de uno en uno. – Bueno, a los cinco – me corrijo, mirando a la mujer de mi primo y haciendo referencia al bebé que hay en su vientre. Pero por la cara de espanto que pone ella, y la patada en la espinilla que me da mi primo bajo la mesa, comprendo deprisa que mis tíos no lo saben aún. Oh, oh. Pienso rápido un escape, y digo lo primero que se me ocurre. – Tito, ¿te encargarás de mandarle una a Samuel?

- ¿Mi secretario? – Inquiere, enarcando una ceja. – ¿Todavía sigues con él?

- No estamos saliendo – replico. – ¿Se la darás? Y hay seis, si queréis invitar a alguien más...

- Creo que nosotros cuatro y Samu está bien – opina mi tía. – Aunque tú y yo tenemos que hablar, Carlos.

Mierda.

- Claro, cuando quieras.

Para mi desgracia, tardamos poco en acabar de cenar, y tras recoger y limpiar todo entre todos, Caco y Celeste se van y mi tío se retira a dormir, dejándome solo con mi tía. Creía que tendría más tiempo antes de su regañina. O que conseguiría escaquearme. Pero se ve que no.

Con tan solo una mirada sé que estoy jodido, y la sigo hasta el salón. Nos sentamos en el sofá, y yo me quedo algo rígido, mirando mis manos, que he colocado sobre mis rodillas. Ella cruza las piernas y también los brazos, mirándome muy seria.

- Este... Ehm... Es tarde y mañana madrugo. Y estoy cansado – empiezo a decir, pero ella no parece dispuesta a ceder. Suspiro y dejo caer la cabeza hacia delante. – Venga, dime lo que tengas que decirme.

- ¿Te parece bonito? – Dice en el tono más acusatorio posible, y yo la miro, algo avergonzado. – ¿Cuánto tiempo llevas liado con ese chico, Carlos?

- Mhm... ¿Desde que tito lo contrató? – Murmuro, no muy seguro.

- Esos son casi tres años – frunce el ceño, muy molesta. – ¿Y en ningún momento se te ha ocurrido pensar con algo más que con el pene?

- Tita...

- No, no quiero una excusa de mierda – me corta. – Ese chico te quiere.

- Yo también le tengo cariño.

- Cariño no, Carlos. Él te quiere. Y tú a él no. ¿Por qué sigues con él?

- Porque nuestra relación está bien así – me encojo de hombros, apartando la mirada. – Empezó siendo sólo sexo y yo no quiero nada más. Y él sabía lo que había.

- Odio a los jóvenes y vuestro odioso concepto de ser "follamigos" – masculla, realmente cabreada, diciendo esa palabra como si fuera el nombre de una enfermedad mortal. – Me parece genial que disfrutes de tu sexualidad, pero puedes hacerlo sin jugar con los sentimientos de ese pobre chico.

- Lo sé – me pellizco el puente de la nariz. He intentando dejarlo muchas veces. Verme con otros. Pero Samu... No sé ni yo por qué siempre vuelvo a él. – Él me gusta, tía.

- ¿Te gusta él o te gusta que te quiera? Porque no es lo mismo. Y yo creo que a ti te encanta sentir que eres su mundo, aunque para ti él no sea nada – deduce, y en el fondo sé que no erra.

- Me importa, y me gusta – insisto. – Pero me importa como amigo y me gusta como amante. No lo quiero, no deseo que seamos más de lo que somos.

- Pero sabes que él sí quiere más, y sigues pululando a su alrededor, dándole esperanzas.

Me quedo en silencio, sintiéndome más culpable que nunca. Los recuerdos de la última noche con él acuden a mi mente. Samuel es precioso, es dulce, es sensual, es divertido, y tímido de un modo adorable. Me gusta salir por ahí con él, me gusta besarlo, me gusta el sexo que tenemos, me gusta los mimos y caricias que nos damos después... Pero sólo eso. No me imagino viviendo con él o llamándolo novio. No me imagino siéndole fiel, atado a él. Sencillamente no podría.

- Me dijo «te quiero» – admito, sin poder mirar a la cara a la mujer que me ha criado. – Y yo no pude contestarle. Yo quisiera hacerlo, tita – las lágrimas acuden a mis ojos, pero las aparto. – Quisiera quererlo. Sé que es un buen chico, que podríamos ser felices. Sé que me conviene. Pero no puedo quererlo. No puedo amarlo.

- ¿Por qué?

- Porque es demasiado fácil – contesto, más deprisa de lo que pretendía. Al ver la confusión en el rostro de mi tía, me explico. – Él me pone las cosas demasiado fáciles, me da la razón en todo, cede en todo, me complace en todo. Es demasiado bueno, le falta... Le falta carácter. Es aburrido, monótono, es... Es como si estuviera en blanco y negro. Y yo necesito color.

- Pues búscalo. Pero no juegues con él – me riñe, y yo asiento con la cabeza.

- Se acabó, lo prometo. Yo ahora me voy de gira, y voy a vivir mi vida. Quiero que él viva la suya. Después del concierto le diré que venga a mi camerino y hablaremos – digo con solemnidad.

- Sólo hablar, Carlos  su tono no admite réplica, así que asiento con la cabeza. – Espero que encuentres lo que buscas ahí fuera, sobrino. Pero prométeme que no jugarás con nadie más.

- Lo juro. Lo juro por mis padres, que en paz descansen.

Ella me sonríe de forma triste y me da un gran abrazo al que yo respondo de igual forma. Cuando nos separamos, nos despedimos y ella me acompaña hasta la puerta.

- Avísame cuando llegues a casa. Y descansa. Suerte mañana.

- Gracias, tita. Adiós.

- Adiós, Carlitos.

Hacía mucho tiempo que no descansaba tan bien, durmiendo del tirón y ocho horas casi exactas. Incluso me ha costado levantarme de la cama. Pero la expectación de saber que voy a conocer a Pablo Alborán me ha dado fuelle suficiente para ponerme en pie y comenzar con mi día. He llegado al estadio pronto, pero Fer y los chicos ya estaban en sus camerinos, trabajando. El mánager y yo hemos ido directamente al escenario, para ultimar detalles.

- Espe me dijo que traerán sus propios bailarines para Tabú, y el equipo técnico ya ha traído el otro piano.

- ¿Otro?

- Los dos tocaréis a la vez, y se me ocurrió que quedaría genial ponerlos de frente, uno blanco y otro negro – señala el centro del escenario, y comienza a dar vueltas y gesticular. – Imagínalo. Tú sentado, tocando. Un foco te ilumina a ti en tu piano. Empiezas a cantar. La gente contiene el aliento por la expectación. Saben que hay otro piano, pero está sumido en las sombras. Las cámaras y focos se centran únicamente en ti – se da la vuelta y me sonríe. – Entonces suena la parte de Pablo. Su voz es reconocida y el público chilla. A la vez, más focos se encienden, y las cámaras se centran ahora en él, revelándolo por completo. La gente enloquece. Y finalmente los dos cantáis juntos y termináis la canción de un modo espectacular y sublime.

Suelto una risa al ver el brillo emocionado en sus ojos. Se ve que le gusta lo que hace, que le gusta la música.

- Deberías ser director de todo esto, no sólo mánager – comento, cruzándome de brazos.

- Espe y yo estuvimos hablando mucho ayer, Carlitos – me guiña un ojo, y sigue con sus explicaciones. – Termina la canción, Pablo le habla al público, tú le dedicas unas palabras respetuosas, y le preguntas a la gente si quiere más. Pedirán más. Y mientras se da esa conversación, en el escenario a vuestra espalda, que estará a oscuras, el equipo técnico habrá retirado los dos pianos y los bailarines entrarán y se pondrán en sus posiciones.

- Y sonará la música y daremos otro espectáculo – adivino, con una pequeña sonrisa. – Suena genial, ciertamente.

- Será perfecto.

- Esperemos que sí – interviene una mujer, que va subiendo las escaleras que dan al escenario.

Fernando se gira y sonríe ampliamente cuando la ve, y corre a saludarla, pero yo me quedo algo distraído con el hombre que la acompaña: el mismísimo Pablo Alborán. Lleva el pelo despeinado, aunque de un modo muy estilizado, y su barba le da un aspecto serio, aunque la sonrisa encantadora que porta rompe totalmente con ello. Sus ojos son negros y muy vivos, y contrastan con su cabello rubio. Es alto, aunque no sé si más que yo, pero tiene una espalda y hombros anchos, y unos bíceps enormes, lo cual puedo apreciar por la camiseta de manga corta que lleva, que se le ciñe a los músculos. Los pantalones que lleva son de cargo, pero sé muy bien que debajo hay unas piernas igual de fornidas y musculosas. Siempre he sabido que era un hombre atractivo. Cuando yo era más joven, él era... ¿Cómo dicen los jóvenes ahora? Celebrity crush. Eso. Y tenerlo delante, es una delicia a la vista. Si creía que era guapo, tenerlo ante mí me deja claro que en persona es mil veces mejor.

- Carlos, acércate a saludar – me insta Fernando, y me sonrojo al darme cuenta de que me he quedado empanado mirando al cantante malagueño. Me acerco a ellos y saludo a ambos con un apretón de manos. – Esperanza, Pablo, os presento a Carlos Sainz, nuestro nuevo vocalista.

- Un placer, Carlos – me sonríe ella.

- Encantado.

Oh, Dios, su voz. Es perfecto. Y es rubio. Es buen momento para admitir que tengo una fijación por los rubios.

- Lo mismo digo – contesto, con mi mejor sonrisa. – Sería justo admitir que te admiro mucho, Pablo – reconozco sin vergüenza alguna. – Es un honor que quieras cantar conmigo.

- ¿Estás loco? Me encanta esta banda y me muero por escucharte – replica, casi tan emocionado como yo. – El otro vocalista era bueno, pero estoy seguro de que un poco de sangre española le hará mucho bien a Formula Love.

- En eso estoy de acuerdo – asiente Fer, dándome una palmada cariñosa en la espalda. – Espe y yo vamos a arreglar un par de asuntos pendientes, ¿por qué no habláis un poco y os vais conociendo? La mejor forma de crear complicidad en el escenario es con una buena relación.

- Totalmente – afirma la mánager. – Venga, Fernando, dejemos a los artistas.

Ella se engancha a su brazo y los dos se van juntos. Si no fuera porque ella debe tener casi sesenta años y Fer apenas tiene cuarenta y pocos, harían una gran pareja. Aunque me pregunto cómo es que se conocen.

- ¿Estás nervioso? – Me pregunta el rubio, cruzándose de brazos.

- Menos de lo que debería, creo – admito, riéndome. – Lo peor es el momento previo a comenzar a cantar. Pero una vez que empiezo...

- El mundo entero se desvanece – termina él por mí, con una sonrisa soñadora. – Entiendo esa sensación. Honestamente, yo estoy cagado de miedo.

- ¿Tú? – Cuestiono.

- Nunca he cantado aquí.

- Pero has cantado ante la misma cantidad de gente, ¿no?

- Sí, en 2018 en La Cartuja, en Sevilla. Pero fue hace mucho y ese día estaba atacado.

- Yo también cantaré allí – murmuro, dándome cuenta de la cantidad de personas que va a escucharme en sólo una semana.

- Pues estás de suerte, porque tras la ampliación caben cinco mil personas más.

No tardo en darme cuenta de que lo dice con sorna, de un modo burlón bastante mono. Me esta vacilando, definitivamente. Y no hay modo posible de que me moleste lo más mínimo.

- Gracias por los ánimos... – susurro.

Él se ríe y me pasa el brazo por los hombros, dándome un apretón en el brazo.

- Lo harás bien, tú confía en ti.

- Lo hacía hasta que has venido a meterme miedo.

- ¡No te estoy metiendo miedo! – Protesta, todo el tiempo manteniendo su forma de ser traviesa y juguetona. – Venga, cántame algo, así podré decirte que eres un crack.

- Me halaga que creas en mí.

Él me sonríe y yo me pongo algo nervioso. Me da vergüenza cantar acapella para un artista tan grande como él. Y no sé qué cantar, a decir verdad. A él le gusta mucho el flamenco, pero soy horrible cantando ese estilo. No se me ocurre ninguna canción suya en este momento. Por suerte, él parece leer la incertidumbre en mi rostro y comienza a cantar él.

- En Saturno – su voz es potente y firme, y absolutamente preciosa, – viven los hijos que nunca tuvimos... – me hace señas para que lo siga.

- Y en Plutón, aún se oyen gritos de amor – continúo.

- Y en la Luna – cantamos a la vez, y mis nervios desaparecen, – gritan a solas tu voz y mi voz... Pidiendo perdón...

- Cosa que nunca pudimos hacer... peor – finalizo solo, y su sonrisa es tan grande y bella que me ruborizo.

Unos aplausos y chiflidos me sacan de mi pequeño mundo, ese que creo cuando canto, y sonrío muy contento al ver a mis nuevos amigos. George y Charles son los dueños de los chiflidos mientras Alex aplaude con mucho énfasis. Lando también aplaude, aunque más moderadamente, y aunque en cuanto nuestras miradas se cruzan, su mueca se vuelve inexpresiva, juraría que hacía un momento, estaba sonriendo.

- Supongo que querrás conocerlos – le digo a Pablo. – Al fin y al cabo ellos son los verdaderos miembros de la banda.

- Oye, tú también eres parte del grupo – me anima, con una sonrisa cálida. – Me hacía la misma ilusión conocerlos a ellos que a ti. Puede que incluso tuviera más ganas de conocerte a ti – me guiña un ojo y yo relajo los hombros, profundamente agradecido por sus palabras. – ¿Me los presentas?

- Claro, ven.

Los dos vamos hasta donde están mis amigos, y los presento a todos. Pablo le estrecha la mano a todos menos a Lando, que tan solo le dice un bajo "hola" y le sonríe. Ya es más de lo que hizo conmigo, así que está bien. Los cuatro empiezan a hablar con Pablo, y yo no presto demasiada atención, demasiado distraído con lo guapo que es. Cuando mi tío decía que las malagueñas eran las más guapas (aunque lo dijera solo por molestar a su mujer) no mentía, al menos en parte. No sé cómo serán las malagueñas, pero definitivamente los malagueños son guapísimos. O lo son si todos se parecen tan solo un poco a este hombre.

Salgo de mi ensimismamiento cuando Charles me da un codazo, y yo lo miro mal por haberme dado un golpe, pero él sólo sonríe burlonamente y hace el gesto de quitarse baba de la boca. Vale, estaba siendo muy evidente. Contengo una sonrisa y muevo los labios en un silencioso «gracias». Intento enterarme de lo que están hablando, pero mi cabeza no logra juntar toda la concentración necesaria, así que desisto y espero a que alguien me diga que es hora de cantar. Prefiero eso a esto, la verdad.

Como si fuera mi ángel de la guarda, Fernando y Espe regresan, y el escenario ya está listo, así que los dos mánagers se van con mis compañeros de banda y Pablo y yo nos acercamos a los pianos que hay en el centro del escenario. Me río al ver a mis amigos peleándose por sentarse en las sillas que han colocado en la pasarela, para ver de frente lo que hagamos Pablo y yo.

- ¿Qué piano quieres? – Me pregunta el malagueño, con una sonrisa encantadora.

- A mí me da igual, pero creo que te sentaría genial el blanco – opino, sonriéndole del mismo modo.

- Menos mal, era el que yo quería – contesta, sentándose en el piano blanco con la felicidad propia de un niño emocionado. Yo me siento en el otro piano, y nos miramos, ansiosos por hacer esto. – ¿A la de tres?

- Vale.

- Venga – los dos colocamos los dedos en su sitio y respiramos hondo. – Una, dos, y... Tres.

Comenzamos a tocar completamente sincronizados, y yo cuento los compases mentalmente para empezar a cantar. He calentado viniendo en el coche, espero que no me salga un gallo. Me acerco al micrófono y canto con la voz más suave que puedo.

- Otra vez una mañana y duele despertar, otra vez una guitarra y me duele tocar – respiro levemente, bufando frustrado, y dejándome caer sobre el piano, haciendo que este suene de forma estruendosa. – Mierda, ya la he cagado.

- Ey, Carlos – me llama Pablo, y yo lo miro, algo avergonzado por haberme equivocado con la partitura y con el tono. – Vamos otra vez. Respira. Lo estabas haciendo bien.

Me sonríe de tal modo que no puedo contestar nada que no sea un asentimiento de cabeza y una sonrisa estúpida.

- Una, dos, y tres – repite.

Esta vez cierro los ojos, respirando bien, manteniendo mi pulso controlado.

Repito el inicio, y esta vez sale perfecto. Pablo hace una mueca de ánimo y yo sigo con la letra, tratando de concentrarme al máximo en ella. Mis dedos se deslizan por el piano prácticamente solos. Es de las pocas canciones que sé tocar de memoria, por eso se la propuse a Pablo. La canción va avanzando a la perfección, de forma dulce y coherente, y termina mi parte en solitario, dejando un par de segundos en el que sólo los pianos suenan antes de que Pablo empiece su parte. Su voz es muy potente y a la vez posee una inmensa ternura y suavidad.

Necesito toda mi fuerza de voluntad para seguir tocando y no quedarme boquiabierto escuchándolo, porque su voz es un privilegio. Es imposible borrar la sonrisa de mi rostro, y cuando nuestras miradas se cruzan, me pongo colorado, pero él también, y siento un gran regocijo, porque en apenas unos minutos hemos creado una conexión única de la que sólo los artistas somos capaces.

Y entonces llega la parte que cantamos juntos, y la magia sucede.

Nuestras voces se combinan, sonando como una sola y a la vez siendo muy obvio que son dos distintas. La armonía y melodía es perfecta, los tonos son los correctos, el tempo es milimétrico. Siento la letra en lo más profundo de mi ser y mi voz no sale de mi garganta, sino de mi alma. Siento un nivel de confianza y de complicidad con Pablo que nada más que la música me haría sentir. Y casi es doloroso cuando la canción termina, porque es como si el hechizo, la atmósfera que hemos creado entorno a nosotros, se rompiera.

- Carlos – murmura él, con los ojos brillándole más que nunca y viéndose absolutamente radiante, – eres un milagro.

Suelto una carcajada risueña y feliz. Estoy encantado de la vida.

- Y tú debes de ser un maldito ángel – contesto, demasiado absorto como para darme cuenta de lo que digo.

- Hablo en serio – replica, sin abandonar la sonrisa. – ¿Cómo diantres han dado contigo?

Me encojo de hombros y me pongo de pie, gesto que él imita. Extinguimos la distancia que nos separa y nos damos un enorme abrazo de oso, ambos llenos de regocijo.

- Pura suerte, supongo.

- Esperaba una gran voz – admite, cruzándose de brazos, maravillado con mi presencia. – Pero esto es otra cosa... Y encima eres guapo para reventar, maldito seas – se queja, dándome un golpe en el brazo.

- Tú tampoco estás nada mal, Alborán – murmuro, con una sonrisa coqueta y acercándome más a él.

- ¿Listos para la siguiente canción, chicos? – Nos habla una técnica, recordándome que no estamos solos.

Miro en dirección a nuestros "jueces" improvisados, que parecen expectantes de ver (o más bien oír) más.

- Por supuesto – digo, tomando el micrófono que me tiende, y dándole otro a Pablo. – ¿Cómo lo hacemos?

- Empieza tú y yo te sigo.

Asiento con la cabeza, y me mentalizo de que esta canción necesita una energía totalmente opuesta. Nada de voz suave y triste. Ahora hay que darle potencia y sensualidad. Hay que darle ritmo a la cosa.

La música comienza a sonar por los altavoces y sonrío. Me encanta esta canción. Pablo sabía muy bien lo que se hacía cuando la escribió y cuando compuso la música. Y sabe muy bien lo que hace cuando en sus conciertos mueve las caderas al son de la música.

Tonto no es, desde luego.

- ¿De qué está hecho tu corazón? Dime que no está vacío – Pablo me sonríe, alentándome a seguir, y yo no aparto la mirada de él mientras canto. – Que yo tengo el mío lleno de ilusiones contigo.

- Tic tac, suena el reloj, y llega el adiós. Y corro, no tengo bengalas – sigue él. – Si no queda amor, dime qué siento entre el pecho y las alas...

- Si no puedo borrar las estrellas, no me pidas que olvide tu bella – decimos a la vez, preparados para el momento álgido del estribillo. – Te busco en cada amanecer... Y en el último rayo de luz... desarma mi cuerpo otra vez – me guiña el ojo y eso casi logra desconcentrarme. Casi. – Me invento un nuevo tabú.

De nuevo nos sumimos en nuestro propio mundo, pero esta vez la conexión no es tan idílica y profunda. Es algo mucho más salvaje y banal, pero fuerte. Y sólo sé que mientras cantamos esta canción los dos juntos, mi deseo por él no hace sino aumentar. Desearía que nadie más existiera en este puto mundo para que cuando pronunciara el último verso pudiéramos desatarnos por completo y resolver esta repentina lujuria. Porque lo veo en sus ojos; no soy el único que desea algo más que cantar con el otro.

Por desgracia, cuando la canción acaba, y los dos jadeamos con sonrisas orgullosas en nuestros rostros, la gente a nuestro alrededor aplaude y chifla.

- Ha estado muy bien – reconozco.

- Estoy convencido de que podemos hacer cosas mejores – replica, y sonrío desvergonzado cuando entiendo que no habla de música.

- No puedo hacer nada más que darte la razón – respondo, riéndome.

Nota de la autora:

Primero que nada, buenos días. Segundo, perdón por tardar tanto en actualizar. Y tercero, como alguien tenga la osadía de insultar a don Pablo Moreno de Alborán, juro solemnemente que le reventaré la cabeza a esa persona. Con mucho cariño y respeto, obvio. Y con Samu ojito también, que es un sol. Si queréis putear a alguien, que sea a Carlos.

Ahora que ya he volcado mis amenazas, me retiro.

Os ama,

A💛.

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