x. ʟᴀ ʟʟᴀᴍᴀᴅᴀ
Me río disimuladamente mientras Fernando riñe a Charles por el desperdicio de comida, aunque George y Alex no son capaces de disimular que esto los divierte, pues están muertos de risa.
- No seas duro con él, Fer, ¡iba a batir su propio récord! – Lo defiende George, entre carcajadas. – Doce piezas de sushi en la boca, podría ser un Guiness.
- ¿Tenéis tres años mentales o qué os pasa? – Protesta el español. – Ha terminado escupiéndolo todo. Hay gente muriéndose de hambre en el mundo, ¿sabéis?
- Sí, mamá – murmura Charles, poniendo los ojos en blanco mientras limpia su desastre.
Fernando me mira, buscando un poco de apoyo moral, y yo le dedico una sonrisa de calma. Siempre se pone atacado las noches previas a los conciertos, parece que eso no cambiará, pasen los años que pasen, hagamos las giras que hagamos.
- Tengamos una cena tranquila, por favor – pido, tratando de poner cordura. – Y por hacerte el gracioso, hoy invitas tú, Leclerc.
- Está bien, está bien – cede, nada molesto. – ¿Pedimos otra ronda?
Todos asentimos casi frenéticamente, y Fer llama al camarero más cercano y le pide otra bandeja de sushi. Seguimos hablando y riendo, haciendo bromas y comentarios jocosos, bastante felices. Por unos momentos, parece que nada ha cambiado, que es una cena más previa al concierto, que sólo somos los miembros de una banda pasando una noche agradable. Es realmente liberador. Como la paz después de la tormenta. Podemos respirar tranquilos, después de una semana de mucho estrés y mucha incertidumbre, al no saber qué sería de nosotros sin un vocalista. Pero ahora tenemos a Carlos, y sea bien recibido o no, tenemos algo. Quizá baje nuestra popularidad, debemos arriesgarnos a ello, pero tenemos un cantante para seguir con esto.
- Muchas gracias – dice Fernando en su idioma, cuando una camarera trae la bandeja que habíamos pedido.
- Bon appétit, mes amis! – Comenta Charles de forma risueña, la mar de contento.
Todos tomamos nuestros palillos y comenzamos a comer, compartiendo opiniones sobre cuál sabe mejor o cuál está mejor con la salsa agridulce.
- Este está de muerte – exclama Alex, con la boca llena, y su novio le roba lo poco que le quedaba entre los palillos para probarlo. – ¡Oye!
- Sí, buenísimo – confirma, tragando y posteriormente besando los labios de su pareja. – Tienes buen gusto, cariño.
- Voy a potar – musita Charles, y aunque al principio parece que lo dice por lo melosos que son George y Alex, pronto nos damos cuenta de que se ha empachado de sushi. – Debería dejar de comer.
- Estaría bien. Deja algo para el resto – se queja Fernando, que está ceñudo porque apenas ha probado bocado.
Mi teléfono comienza a vibrar en mi bolsillo, y lo saco para mirar quién es. ¿Mi padre, quizás? ¿O será mi hermano Marcus? Un escalofrío me recorre la columna cuando leo el nombre que hay en la pantalla. Por un momento entro en pánico, sin saber que hacer, pero mi instinto toma posesión del asunto.
- Voy al baño – digo en voz baja, poniéndome de pie y caminando en dirección al servicio antes de que puedan preguntar nada.
Entro en la reducida habitación y cierro con pestillo, sintiendo el corazón martillearme el pecho con fuerza. No estoy seguro de si debería responder. El simple hecho de que me llame ya me va a dejar trastocado, ¿debo arriesgarme a hablar con él?
Los segundos que debato conmigo mismo se hacen eternos y la ansiedad no hace más que crecer. ¿Y si cuelga antes de que me decida? En un impulso nervioso pulso el botón y contengo la respiración.
- Eh... Hola – dice una voz al otro lado. No contesto, paralizado. – ¿Hay alguien ahí?
Parpadeo varias veces, tratando de espabilarme. Me he quedado pasmado. Sacudo la cabeza y apenas logro articular palabra.
- Sí, estoy.
El silencio invade la llamada. Frío. Incómodo. Odioso. Deseo con todo mi ser colgar. Deseo con todo mi ser oír lo que tenga que decir.
- Mierda, no esperaba que respondieras – maldice en voz baja. – Este... Solo quería desearos suerte a todos, seguro que va genial. He oído que habéis encontrado un sustituto. Me alegro mucho. Estoy convencido de que...
- ¿Eres idiota? – Espeto, sorprendiéndome incluso a mí.
- ¿Perdona? – La confusión en su voz es obvia, y eso me enfada aún más.
- ¿Es una broma? ¿Te estás riendo de mí?
- ¿Qué? ¡No! – Se apresura a contestar. – Sólo quería desearos suerte, en serio.
- Pues métete tu suerte por donde te quepa.
- Lando...
- ¡Ni Lando ni hostias! ¡Joder! – El pánico inicial se ha convertido de forma rotunda en ira, una profunda y dolorosa ira. – ¿Nos dejas tirados nada más empezar la gira y ahora me llamas para desearme suerte? Y no llamas a Fer, ni a ninguno de los chicos. ¡Me llamas a mí!
- Porque sé que eres el que peor se ha tomado todo esto.
- Tú no sabes nada – gruño, rabioso.
- Lando, escúchame.
- Nos dejaste. Nos dejaste y de una manera muy brusca y rastrera. Ahora no me vale un "lo siento" ni un "buena suerte". No voy a desearte éxitos en tu carrera en solitario – cada palabra que pronuncio suena más alta y más furiosa que la anterior, y a pesar de que debería calmarme, no puedo y no quiero. – Deseo que te estrelles con tanta fuerza que no haya modo de que te recuperes. Ojalá tu carrera musical sea un desastre tras otro y termines revolcándote en tu miseria, lamentando esto hasta que te mueras.
- No piensas esas cosas, Lan. Tú no eres así.
- Tú no sabes nada – repito fríamente. – No sabes quién soy ni cómo soy.
- Sí que lo sé. Aunque te duela admitirlo.
- Lo único que me duele es haber perdido mi tiempo contigo – escupo, apretando el teléfono en mi mano con más fuerza de la que pretendo.
- Estás dolido, lo sé, y es comprensible.
- ¡Me abandonaste! – Chillo, sin ser capaz de distinguir entre el dolor y la rabia, con lágrimas en los ojos y los dientes apretados con fuerza. – ¡Dijiste que nunca te irías y mentiste! ¡Me dejaste! ¡Se suponía que eras mi amigo!
- Y lo sigo siendo.
- Los amigos no mienten. Los amigos no te dejan tirado. Los amigos no te hacen sufrir como tú me estás haciendo sufrir a mí.
- Siempre te he considerado como a un hermano pequeño, Lando. Aunque no estemos juntos en la banda, eso no tiene por qué cambiar.
- ¿Es que no lo entiendes? – Pregunto, sintiendo la adrenalina abandonar mi cuerpo, sintiéndome tremendamente agotado y triste. – ¿Tan egocéntrico eres que no entiendes lo que has hecho mal?
- Sí que lo entiendo.
- No. Tú no entiendes nada. Tú no me conoces. Tú no sabes nada.
Cuelgo y estrello el teléfono contra el suelo, incapaz de reprimir el impulso. Por suerte ni soy muy fuerte ni tenía verdaderas intenciones de romperlo, así que lo recojo y me quedo mirando la nueva línea que cruza la pantalla de mi móvil.
- Mierda – maldigo, apenas en un susurro tembloroso.
Cuando la ira se desvanece por completo, me quedo a solas con la ansiedad y el dolor, ese profundo e intenso dolor que sólo provoca la traición de alguien querido. Las lágrimas resbalan por mis mejillas, y yo me miro en el espejo, viéndolas rodar por mi piel, impotentemente, sabiendo que de nada serviría intentar contenerlas. Un sudor frío cubre mi cuerpo y las náuseas no tardan en aparecer. Ni siquiera puedo pensar con claridad, pues las ideas se agolpan frenéticamente en mi mente, borrosas y difusas.
Me esfuerzo por tranquilizarme. Cierro los ojos y respiro hondo, procurando ralentizar los latidos de mi corazón. Poco a poco siento que todo se queda en silencio; la sangre deja de zumbar en mis oídos y mi respiración vuelve a la normalidad, al igual que mi pulso. Me lavo la cara para disimular las pocas lágrimas que se me han escapado y suelto un largo y exasperado suspiro.
No me dan un respiro.
Mi intención de salir y parecer completamente despreocupado se frustra nada más abrir la puerta del servicio, pues al otro lado me encuentro con un Fer visiblemente preocupado y con evidentes ganas de saber qué ha pasado.
- ¿Quieres hablar?
- No ahora – reconozco, mordiéndome el labio. – Quizá mañana.
El asturiano me mira con seriedad, pero al final asiente y entra al baño, dejándome a mí fuera. Regreso hasta la mesa, donde mis amigos siguen hablando, aunque el tema no parece divertido ni ameno, pues hablan en voz baja y sus caras están más serias de lo que cabría esperar en ellos.
- ¿Me he perdido algo? – Inquiero, tomando asiento.
- No – niega Charles, encogiéndose de hombros. – ¿Y nosotros?
- Si una meada os parece interesante, entonces sí, os habéis perdido algo – digo con ironía, quitándole hierro al asunto y fingiendo que nada ha pasado.
Los tres parecen escépticos, pero se rinden deprisa, asintiendo con la cabeza y pasando a otro tema sin más dilación.
Por mucho que me esfuerce, no logro meterme de nuevo en las conversaciones y las bromas. La sombra de esa llamada me nubla la mente. Me siento aturdido, tratando de entender qué ha significado todo eso, intentando buscarle el sentido a lo que he dicho y él ha dicho. Y me frustro cuando no logro sacar ninguna conclusión clara del asunto. Pero lo que más me molesta es tener que admitir que sí me conoce, aunque yo me haya negado. Es una de las personas que mejor me conocen, y por eso mismo estoy tan enfadado con él, por eso lo odio tanto por haberme hecho todo este daño. Sabe bien lo que he vivido, lo sabe perfectamente, y sabía que él era una de las pocas personas que podía hacerme mierda, y eso no lo frenó, eso no le hizo pensarse las cosas dos veces.
Sabía que podía destruirme y aún así lo hizo.
- ¿Doscientos euros? ¿Estamos locos? – Exclama Charles, disgustado.
- La mitad de ese dinero es el sushi que has escupido por toda la mesa. Además, estás forrado – replica George, con una sonrisa de suficiencia. – Paga y calla.
- Enfoirés, comme si nous n'étions pas tous riches – masculla en voz baja, sacando la cartera.
- La tuya por si acaso – se ríe George. – Eres un picado, franchute.
- ¡No soy francés! – Protesta, sacando un par de billetes.
- Lo mismo da. Un gabacho es un gabacho – interviene Fernando con una media sonrisa.
Yo no digo nada, y cuando Charles pone el dinero en la bandejita, nos levantamos todos y nos vamos, ellos conversando y yo dándole más y más vueltas a la cabeza. Casi no puedo escuchar las voces de mis amigos. Hay demasiado ruido en mi mente.
- ¡Lando! – Me llama Alex, chasqueando los dedos delante de mi cara. Pego un respingo y lo miro, aturdido. – Te estamos hablando.
- ¿Qué pasa?
- Vamos a ver una peli en el cuarto de Fer, ¿vienes?
Hago una mueca y niego con la cabeza, metiéndome las manos en los bolsillos y siguiendo el camino hasta las habitaciones. Siento las miradas de los cuatro sobre mí, pero las ignoro.
- ¿Estás bien, Lan? – Pregunta el medio tailandés, usando su habitual ternura.
- Claro – contesto, pero ni siquiera lo miro.
Mis amigos se miran entre ellos, nada convencidos, igual que antes, en el restaurante, pero algo me dice que esta vez sí van a insistir. No sé si por curiosidad o preocupación, pero parecen muy interesados en saber el por qué de mi cambio de humor y actitud. Pero no puedo decirles la verdad, porque si lo hago, la conversación se pondría seria, e incluso profunda y emotiva, y no me apetece para nada. Si no fuera tan tarde, me plantearía llamar a Eloise, y aunque le prometí a mi padre que lo volvería a llamar, creo que le escribiré diciéndole que estoy cansado y me iré pronto a la cama. Necesito descansar, nada más. Mañana será otro día, con suerte mucho mejor que hoy o ayer.
- Desde que has ido al baño pareces ausente, ¿de veras que no te ocurre nada? – Insiste George, y odio ver sus caras de preocupación y lástima.
- Sí, tranquilos. No es nada – sigo mintiendo, encogiendo los hombros y tratando de evitar una conversación incómoda. – Solo estoy cansado y quiero dormir, mañana será un día duro.
- De acuerdo – se da por vencido nuestro mánager. – Entonces descansa, Lan.
- Gracias. Pasadlo bien.
Un par de buenas noches después, ellos entran por una puerta y yo por otra, ellos entrando en la habitación del español y yo en la que comparto con el monegasco, aunque de momento, es toda mía. No pierdo mucho el tiempo: le mando un mensaje a mi padre y me cambio de ropa, acostándome en la cama. Y aunque me cuesta, logro conciliar el sueño.
♪
Aún me pongo nervioso cuando sé que voy a conocer a una celebridad, sobre todo si se trata de un músico. Pablo Alborán no sería la excepción. En cuanto llegamos al escenario, viene a saludarnos, colmándonos de elogios y de sonrisas agradables y sinceras. Enseguida me doy cuenta de que es verdaderamente una buena persona, y si está fingiendo o mintiendo, lo disimula muy bien, porque parece genuinamente contento por conocernos.
Pero mi parte favorita llega cuando se pone a cantar con Carlos. Nosotros hemos tomado asiento a unos metros de distancia, expectantes por ver de qué son capaces sus dos voces juntas, y no decepcionan, ni uno ni otro. La combinación de ambos, tampoco. La voz de Pablo es más dulce, aunque la de Carlos logra plasmar la melancolía de la canción, y la conexión y dinámica entre los dos en obvia y muy natural, como si llevaran cantando juntos toda la vida.
- Suenan genial – me susurra Alex al oído, y yo sonrío y asiento.
- "Genial" se queda corto. Están haciendo verdadera magia – replico, maravillado.
Alex se ríe, y los dos seguimos mirando al dúo. No entiendo una mierda de lo que están cantando, pero que me parta un rayo si no es puro talento.
Todos parecen igual de encantados que yo, y la segunda canción no hace más que incrementar nuestra expectación. Al público le va a encantar esto. Hacen un dúo maravilloso, es obvio. Aunque Charles señala lo que nadie se atreve a decir.
- Me apuesto cincuenta euros a que terminan follando.
- Mi chico no se lía con cualquiera, señorito – niega Esperanza, la mánager del malagueño.
- Y nadie lo duda, pero... Espe, llevan desde que llegamos coqueteando – le lleva la contraria Fer.
- Me pregunto cuál de los dos será el pasivo – murmura George. – Ambos lo parecen.
- ¿Porque son musculosos? Muy feo de tu parte tener ese estereotipo – le riñe su novio. – Yo creo que Pablo es el pasivo.
- ¿De verdad estamos hablando de quién se la metería a quién? – Protesto, frunciendo el ceño, disgustado.
- Efectivamente – asiente Charles, divertido.
- Qué asco – escupo, tratando de prestarle atención a la actuación de Carlos y Pablo, y no a la obscena conversación de mis amigos.
- Oye, Espe, ¿Pablo es o no es pasivo? – Inquiere Charles, llevándose una colleja de Fernando.
- No soy partidaria de revelar las preferencias sexuales de mis amigos o clientes. Si tan seguros estáis de que se van a liar, preguntadle a Carlos después.
- No les hagas caso – le dice Fer en voz baja. – Son críos. Tendrán los huevos negros, pero mentalmente no pasan de los tres.
Pongo los ojos en blanco y me doy cuenta de que ya han terminado la segunda canción. Están hablando, y sus sonrisas, sus ojos, sus expresiones corporales... Todo indica una obvia atracción, mutua y recíproca. Y me resulta curioso. Carlos tiene el extraño don de camelarse a todo aquel que se le acerca. No es especialmente guapo, pero es muy atractivo, y aunque me toque los cojones, es encantador. Tiene algo que lo hace fácil de mirar, digámoslo así. Además de carisma, claro. Cualidades claves para que los fans lo adoren desde el primer momento.
- Ya han terminado, podríamos aplaudir al menos – propongo, viendo que siguen hablando de gilipolleces.
Todos aplauden, menos yo, aunque haya sido quien ha propuesto la idea. Los dos nos miran como si acabaran de recordar que estábamos aquí. Charles tiene razón, van a terminar liados. Y por mí no hay problema siempre y cuando esta noche den el espectáculo que el público se merece.
- Bueno, todo listo por aquí, ¿no? – Murmuro, poniéndome en pie.
- Supongo... ¿Adónde vas? – Me pregunta Fer.
- A mi camerino. Tengo que practicar unas cosas.
- Voy contigo.
No puedo negarme, así que me despido de Espe y de Pablo, y Fer camina a mi lado mientras vamos hacia mi camerino. Sé que no es algo casual, sé que se trata de algo causal. Y sé bastante bien qué pretende, pero no puedo evitarlo. Puedo posponerlo o ignorarlo, pero evitarlo no.
- Pensaba que querrías quedarte un rato charlando con Pablo. De artista a artista – comenta mientras recorremos un largo pasillo.
- Ya tendré tiempo de hablar con él – respondo, queriendo acabar con todo cuanto antes. – Ve al grano, Fer. Ahórrame tiempo y energía.
Lo miro, y sus ojos castaños se quedan fijos en los míos. Sin decir nada, vuelve su vista al frente y suspira. El silencio habita entre nosotros hasta que entramos en mi camerino. En cuanto cierro la puerta, el asturiano ataca con todo.
- Sólo hay dos personas que pudieron llamarte anoche y dejarte tan tocado.
- Una de esas personas ni siquiera tiene mi número, juega a descartar – digo con sarcasmo, sentándome en mi sofá. Él se apoya en la mesa que hay enfrente, cruzándose de brazos. – Ya sabes que era él.
- ¿Qué quería?
- Desearnos suerte.
- Muy noble por su parte...
- ¿Noble? – Lo interrumpo, enojado. – ¿Ese es el adjetivo que quieres usar con él?
- Me refiero a que... – resopla, buscando las palabras, porque sabe que si no lo expresa bien terminaré hecho una furia. – Mira, Lando, fue un idiota y un traidor, se aprovechó de la fama de la banda para iniciar una carrera en solitario, pero no todo es blanco o negro. Ha sido egoísta, y mal amigo. Pero te quiere, quiere a los chicos, incluso a mí – se señala a sí mismo y sonríe con amargura. – Y nosotros le queremos a él, aunque estemos molestos.
- Es mucho más complejo que eso – lo contrarío. – Y lo sabes.
- Realmente no sé nada, Lando. ¿Por qué te has tomado esto de manera tan personal?
- ¡Porque lo sabe todo sobre mí! Lo sabe porque creía en él, porque confiaba. Pensaba que siempre sería mi amigo, que siempre contaría con él. Le conté todo, TODO, Fer. Sabe tanto como tú o como mi padre, sino más – igual que anoche, la rabia se mezcla con el dolor, y detesto sentirme así de nuevo. – Sabe absolutamente todo sobre mí y ahora resulta que no es alguien de fiar.
- Él no te haría daño desvelando tus secretos, Lan. Estoy convencido de ello.
- Yo confiaba en que nunca dejaría la banda. Y eso no ha evitado que sucediera.
Fernando suelta un suspiro exasperado, y los dos nos miramos. No sabe qué decirme, y yo tampoco sé qué decirle.
- La cuestión es que no puedes permitir que te afecte así.
- ¿Y qué hago? ¿Finjo que nada ha pasado?
- Céntrate en el presente, en el concierto – propone, diplomático. – Céntrate en la banda, en los chicos, en Carlos.
- Ya lo hago, Fer. No hago nada más que pensar en nosotros, en nuestro futuro, en lo que sucederá esta noche.
- Está bien – suspira, pasándose la mano por la cara. – En ese caso, vuelve al escenario con los chicos.
- Puedo practicar aquí.
- No tienes que hacerlo todo solo, Lando – insiste, tocando un tema algo sensible para mí. – Sois una banda. No estás solo.
- Sé que no estoy solo – murmuro, frunciendo el ceño y apartando la mirada.
- Lo sabes, pero finges que no. Finges que eres un mártir que debe sufrirlo todo solo. Ve con tus amigos, ensaya, disfruta. No toques ese bajo aquí, solo, donde nadie pueda oírte. Hazme ese favor.
Me lo quedo mirando, y termino soltando un suspiro y asintiendo, dándome por vencido. Tiene parte de razón. Y aunque me apetezca estar solo, me lo paso bien con mis amigos, seguro que me suben el ánimo.
- Como quieras, tú ganas – me levanto y agarro la maleta del bajo. – ¿Vamos?
- Anda, tira – sonríe, señalando la puerta. Le devuelvo la sonrisa, y los dos salimos del camerino. – Aprovecha que Pablo está por aquí, seguro que tenéis mucho de lo que hablar.
- Es un gran artista – apunto.
- Y tanto. No dejes que se lleve una mala impresión de ti.
- Quizá no soy una persona que dé buena impresión.
Fernando me mira enarcando una ceja y sonriendo. Niega con la cabeza y se ríe, y yo me quedo mirándolo, tratando de saber qué le parece tan irónico o divertido.
- ¿Qué te hace tanta gracia? – Pregunto.
- Te las das de misterioso e insensible, pero en el fondo eres un trocito de pan.
- No lo soy – bufo.
- Sí que lo eres, Lanlan.
- Vete a la mierda, Fernando.
- Sé que me amas – se burla, y yo sonrío.
- Es un peso con el que tengo que cargar – bromeo, dándole una palmada en la espalda. – Pero no se lo digas a nadie.
- Tu secreto está a salvo conmigo – promete, guiñándome un ojo.
Llegamos a las escaleras que dan al escenario, y cuando estamos arriba, nos ponemos manos a la obra. Hay mucho que ensayar.
♤
Nota de la autora:
¡¡¡Holaaaaaaa!!! Cuánto tiempo AJAJJAJAAJAJJA. ¿Me extrañaron? Yo a vosotros sí.
Como todo en esta vida, mi ausencia tiene una explicación. La versión resumida es que he empezado un nuevo curso y me está costando adaptarme, sumándole problemas personales y demás. Digamos que estoy un poquito mal, a nivel anímico y emocional, aunque depende mucho del día. Ya estoy mejor, o eso creo, pero bueno.
Os aviso de que esto no quiere decir que ya haya vuelto al 100%. Después del doblete Carlando en México me dieron ganas de escribir (llevaba más de un mes sin hacerlo) y lo he hecho, y de momento me apetece seguir, pero quizá la semana que viene se me quiten estas ganas, quién sabe.
Sea como sea, espero no tardar mucho en volver por aquí, de verdad que he echado de menos esto.
Os ama,
A💛.
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