🏐Cap. 20🏐
Creciente necesidad de apagar el fuego que arde en ambas direcciones cuando la mano del punta toma esa caliente y palpitante carne para empezar con suaves movimientos ascendentes y descendentes, sin soltar la deliciosa boca del de enfrente.
Rubio, que se encuentra completamente agitado y enloqueciendo, por otros momentos, en cuando abre sus ojos y apasionado observa al castaño trabajar con su mano y con sus labios.
Entre medio del manoseo, el punta frena su movimiento dedicándose a provocar una ardiente fricción entre ambos a medida que eleva su otra mano detallando -suavemente- cada ribete para luego besarlo. Jugando con los sentidos del capitán hasta el punto de provocar audibles gemidos por el inmenso deseo provocado.
La pasión con la que sus cuerpos se fusionan, dictamina el tácito permiso del rubio para cada acción del castaño, dejando que fluya cada movimiento basado en una desmedida ley de atracción entre ambos y que tiene como único fin: desarmar el cimiento del contrario.
—Me tienes embelesado... Si tan solo pudieras mirarte con mis ojos, te darías cuenta de que eres una completa belleza —entre besos y pequeñas mordidas, suelta el punta a su capitán.
—¿No te estarás enamorando, no? —responde todo altivo, el contrario —. No te confundas, esto, es solo sexo.
Una risa profunda y nasal sale desde los labios de Joaco, sin dejar de observar a aquel que lo trae tan mal y sin querer decirle que ésto, no se asemeja ni a la cuarta parte de lo que tiene planeado. Pero como no quiere asustarlo, le sigue la jugada para armar su ataque bien mal intencionado.
—Esto, ni siquiera ha empezado... No vaya a ser que luego vengas rogando. Por ahora, déjame mostrarte lo bien que se siente lo que tengo para darte.
Sin perder ni un segundo más, el castaño ataca -ferozmente- los labios de Eren a medida que agarra sus rubios cabellos y tira de ellos, sacando su dureza y uniéndose a la otra con certeros movimientos de muñeca.
Solo profundos y audibles jadeos se escuchan entre las penumbras de la habitación, y un incrementado calor que tiene a la noche como único testigo de los hechos.
Habitación que alberga a un estadounidense que trata de mantener su escasa cordura a raya a medida que se siente morir de inanición por la extremada hambruna hacia el castaño. Y un argentino, que solo desea mostrarle al contrario que sus cuerpos piden, lo que sus almas destinaron hace rato.
—D-Diosss... — Larga Eren en un profundo jadeo.
Siendo sorprendido cuando le susurran al oído para luego lamerlo: —Dios no, soy yo quién te hace sentir esto.
De inmediato, el rubio frunce su ceño tratando de acotar algo, pero los frenéticos movimientos de esa hábil mano sobre sus durezas en conjunto (más esa laboriosa lengua) provocan todo lo contrario; que cierre su boca mordiendo sus labios para evitar gemir tan alto mientras Joaco se encarga de marcarlo.
Y el deseo es tal, que siente quemarse si no termina cuanto antes con el agónico camino final, derramar todo aquello que le pesa a pesar del pasar de los años.
Pero el deseo de uno no siempre es igual al del contrario, siendo sorprendido cuando Joaco aprieta su cabeza, largando: —Todavía no, mi belleza, te quiero disfrutar otro rato —llenando de blancuzca visión hasta sus condenados pensamientos cuando siente que revienta sin poder realizarlo.
—¿Acaso, estás demente? Déjame terminar porque te mato —larga entre jadeos aquel al que lo tienen aprisionado, siendo acallado por la ensordecedora fuerza de unos labios que profundizan con una juguetona lengua que hace de las suyas.
Caliente sensación que quema como las brasas del condenado infierno cuando -recíprocos- se comen los jadeos del contrario.
Dejando calmada aquella cabeza que temia padecer por no poder frenar sus pensamientos y dedicándose a gemir a la par de sus deseos a medida que el punta le regala un reguero de húmedos besos por cada ondulación de su cuerpo.
Pero la nebulosa irracional toma partido de frenar cuando siente el aliento del castaño sobre su bajo vientre, deteniendo toda intención de continuar con aquel accionar y llenándose de resquemor ante lo que pudiera pasar. Actitud que puso a Joaco en alerta cuando observa los ojos vidriados de su capitán.
—Discúlpame —suelta Joaco conmovido por lo que percibe de su capitán —. Solo la mano, ¿estás bien con eso? — Continuando solo cuando el gesto afirmativo del rubio le da permiso aunque nada salga de sus labios.
Los siguientes minutos se convirtieron en un mar de jadeos sobre que los labios del punta se fusionaron con los de su erótico capitán, sin dejar de coaccionar sobre aquella dureza que liberó de su pena haciéndola terminar... Acabar con cada retazo de fuerza, con cada cuestionamiento o queja, solo liberando una mente que tiene mucho por trabajar.
—¿T-te d-debería... a-ayu... dar? —sale ronco desde los labios de aquel cuerpo que yace agitado.
—N-no es necesario... —suelta el castaño entre sonidos risueños y espasmos —. Tus gestos, me hicieron venir... — Provocando que el rubio lo mire desorbitado por la naturalidad de lo que le dijo y otro tanto, sorprendido, por lo que su cuerpo provoca en el contrario —Espera aquí —libera cuando -casi desnudo- se levanta, regresando con una húmeda y tibia toalla.
Dejando en cada acción, una reacción en su capitán. Reacción que en vez de alejar al armador, lo atrae como metal al imán hacia el incipiente vínculo que se formó entre ambos.
—Joac...
—¡Shh! No digas nada, solo disfruta de mi cuidado. Ahora, debes descansar —comenta el argentino, dejando un tierno roce de labios sobre la frente de su capitán para luego dirigirse hacia su lecho.
Dejando a un pensativo armador que aún estando entre los dejes de la nebulosa pasional, no puede evitar sentir la necesidad de estirar su brazo con tal de tocarlo... Acción que no se concretó, esfumandose como el íntimo momento en que terminó y recapacitó sobre los hechos.
¿Qué diferencia había entre su mano y sus labios? ¿O el hecho de resistirse a lo que se hizo casi inevitable, lo hace un poco más "normal"?
Normal...
Palabra que detesta desde que tomó consciencia de que lo desea con la misma -o mayor- intensidad, de lo que deseó a otro ser humano. Pero sin poder controlar la ansiedad que le genera pensar en llegar hasta el final, aún deseándolo como todas sus fuerzas.
—Bonito, desde aquí se escuchan tus pensamientos. Descansa y no le des más vueltas al asunto. Solo fue... Un poco de buen sexo.
Palabras que dejaron al capitán aún más aturdido cuando se da cuenta de que lo que lo colma por dentro, es un sentimiento negativo.
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