🏐Cap. 19🏐
En el cuarto de ambos jugadores prevalece un silencio absoluto que solo se interrumpe cuando los pensamientos de cierto rubio se hacen presentes en forma de exagerados suspiros con algunos jadeos incontenidos.
No puede -aunque quisiera- dejar de pensar en la manera en que esos fornidos brazos lo rodeaban, o en la forma en que sus lenguas se encontraban generando un cortocircuito que no tiene mejor idea que dirigirse derecho a su entrepierna. Pero, aunque esté duro como roca, la sola idea de dejarse tocar por el punta le genera una inquietante pregunta: ¿Será capaz de seguir hasta el final aún sintiendo algo de rechazo ante un par semejante?
Se siente un maldito trastornado, porque no es que no le agrade lo que percibe cuando se siente tan deseado por el castaño, sumado a su cuidado, es la sola idea de tener que recapacitar años de sentir hablar barbaridades provenientes desde la boca de su padre sobre lo desagradables que son los maricones o desviados. Situación que le pesa aún al día de hoy ya que más de una vez, ha tenido pensamientos despectivos hacia los mismos aunque nada salga desde sus labios...
Rememores que en este momento le pesan cuando alarga su mano y aprieta su entrepierna por encima de la tela.
Se encuentra en solitario, escuchando los apenas audibles gemidos que escapan desde el fondo de su garganta cuando aprieta su labio inferior tirando hacia abajo aquella dureza que empapa todo a su paso. Y como si fuera poco, la cabeza le da vueltas por sentirse incapaz de frenar el intenso deseo que le nace pensando en los definidos músculos de su compañero de cuarto.
En un momento dado, y entre tanta niebla pasional, recapacita dándose cuenta de la ausencia del argentino y sin poder evitarlo, se preocupa. Le pesa la culpa de haberlo ignorado luego de haberse comido la boca de una manera tan jodidamente erótica.
Pero para su defensa, la cara de piedra que creía poseer se transforma en un maldito libro abierto cuando sus pensamientos retornan a ese momento, una y otra vez. Carcomiendo su desfachatez y transformándola en vergüenza al tomar real consciencia del asunto: ser descubierto por no poder controlar sus más bajos instintos.
Así es que, en un acto de valía y aunque luego le juegue en contra, busca a tientas su teléfono y marca ese número que agendó por las dudas. Sorprendiéndose al sentirlo sonar en algún rincón dentro de las penumbras de la habitación.
Entonces, lo nota... Lo observa pegado a la puerta y camuflado entre la inmensa oscuridad de la pieza. Asomándose como un acechador a su presa a medida que tira sus pertenencias y se acerca velozmente a su único objetivo: al erótico cuerpo que yace acostado como una deidad absoluta.
En ese momento, la acelerada respiración de uno se acopla con los profundos jadeos del de enfrente. Deteniendo sus mundos cuando notan que la colisión es inminente... Minutos en donde el rubio se estremece al sentir el gran cuerpo del castaño encima suyo.
—Te voy a besar —sale ronco desde los labios del ardiente castaño en una clara invitación a morir incinerados —, y me vas a dejar...
Palabras que salen en forma de orden directa hacia la nula consciencia del armador, quien solo asienta desesperado por más contacto mientras ruega internamente porque su mente se apague y se libere de toda esa incertidumbre que se quiera presentar.
Completamente deseoso por sentir -nuevamente- la textura de esos finos labios y deseando animarse a ir un poco más allá...
Entonces, lo siente... Siente el calor que emana de cada porción corporal del castaño a medida que delinea con su lengua sus abultados labios que tiemblan sin parar, relajándose cuando percibe la dulce caricia de las manos del punta sobre su costado y se entrega a: lo que deba ser, será.
Y haciendo un cortocircuito final cuando -finalmente- sus lenguas se enredan en una danza de placer sin igual. Dejándose llevar, dejándose consumir por el fuego que avanza sin tregua y por cada sensación que asoma en forma de incontrolables gemidos que salen desde sus bocas.
—Eren, te deseo como no te das una idea —suelta el fornido que anida despacito cada espacio del contrario —, déjame tocarte. Por favor... Necesito sentir cómo me deseas.
El rubio, con sus labios húmedos e hinchados de semejantes roces, solo inclina su cabeza jadeando desesperado a medida que intenta bajar rápido sus prendas. Movimiento que queda en el olvido cuando las manos del punta detienen las suyas con suaves caricias sobre sus trémulos dedos.
—Necesito palabras, bonito —anuncia Joaco a medida que besa los nudillos de su capitán para luego continuar con un reguero de besos sobre sus enchinados brazos, sacando luego su camiseta mientras se deleita en ese torso tonificado —. Eres una condenada belleza...
"Y todo mío" Pensamiento que repleta la cabeza del argentino aunque todo sea una mentira a causa de la calentura del momento. Vil engaño que lo tiene completamente obsesionado con la necesidad de tratarlo como la más fina pieza de museo.
—¡Bésame! — Libera el estadounidense a medida que eleva su cadera, golpeando de lleno con su dureza sobre la marcada V del contrario —. Y tócame... p-por f-favor —largando esto último entre pausados jadeos a causa del meneo del de enfrente.
Movimientos que se transforman de inmediato en intensas sensaciones cuando el incrementado contorneo aumenta la temperatura corporal de ambos. Haciendo que Eren libere audibles jadeos cada vez que los labios de Joaco permiten que su boca respire y se trague los eróticos sonidos que salen del mismo cuando lo besa como si fuera una deliciosa paleta, estirando sus labios entre sus dientes e introduciendo su lengua hasta el final de su acongojada garganta.
Momentos en donde las palabras sobran y solo se nota la creciente necesidad de apagar sus cerebros entregándose a lo que sienten sus cuerpos en el instante en que la mano del punta libera la dureza del contrario...
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