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Capítulo 5

Con tan solo llegar a casa. Pude respirar sin tener que aguantar mi terror o pánico, o tal vez ansiedad. No sabría especificar cuál era exactamente.

Me senté en el sofá de la sala, donde podía ver la chimenea falsa con los retratos familiares donde se podía ver cuántos eramos en ella. Mi madre siempre bien maquillada con sus delineados con negro, colorete bien rojo llamativo en sus labios, ropa bien elegante para cada fotografía; mientras que Papá siempre se mantuvo en una vestimenta casual y normal, remera blanca, roja o verde lima, cabello no tenía para presumir y bigote... Con el tiempo se lo fue rebajando a nada. La diferencia de alturas entre los dos era muy abismal, mi madre tenía unos metro cincuenta mientras que mi padre unos metros ochenta. En la primera fotografía se podía notar una bebé entre sus brazos, la cuál era yo. Ojos carbón, cabello apenas y piel muy blanca, siempre he sido así, aunque la piel de mis padres ya es tostado por el sol insufrible de Paraguay.

En la siguiente foto, estan mis hermanos mayores. Ale, la hermana pelirroja de rulos indomables de unos treinta ocho años siendo abrazada por papá en el lado izquierdo. Diego, el hermano del medio, cabello negro y piel medio tostada, apodado como el mojojojo de la familia por la frente tan ancha que posee de unos veinte siete años abrazando a mamá y finalmente yo en el medio, estando entre los brazos de mamá. Con diecisiete años. Parecíamos una familia muy unida y feliz, pero aquella foto solo era recuerdo de las épocas festivas ya no eran más de todos los días.

Y el motivo era el siguiente: Ale ya había salido del nido hogareño, ya tenía su propia familia con tres hijos y un marido. Vivían a tres ciudades de donde estábamos, mientras que Diego ya tenía novia, se la pasaba más en el centro de Asunción que en casa, prácticamente venía para ducharse, comer, saludarnos e irse a trabajar o pasar tiempo con el amor de su vida.

Y una casa tan grande como la que vivía, se sentía tan grande para nosotros tres, mamá-papá-yo. Pero era lo más hogaremos que habíamos añorado con tantas mudanzas del pasado. No teníamos ganas de volver a empacar por lo que, llevabamos viviendo aquí al menos ya por tres años. Siendo visitados por mis hermanos mayores en cada cumpleaños de mis papás, en navidad o año nuevo. Aunque cuando mi hermana traía a sus hijos para quedarse en esas fiestas daba gusto pero el silencio que amamos no nos lo quitaba ni ellos, amabamos sus visitas pero demasiados ruidosos para lo que estamos acostumbrados a tener. Siempre cansan las visitas familiares pero siempre la apreciamos a mil cada que se puede disfrutar.

Me recuesto por el respaldero del sillón, cubro mis ojos con mi antebrazo derecho y suspiro. Aún tengo mi cabeza con una jaqueca que nadie parece quitarmela, ni mucho menos que mi corazón pudiera dejar de latir como si hubiera reconocido algo que perdió.

«Morir... Ahorita está tan cerca»

Si hubiera dicho algo más acerca de mi sospecha en esa casa. Probablemente todos me hubieran atacado por ser una intrusa que supiera todo de ellos. Esos cosplayers no eran comunes ni por asomo de verse por mi vecindario. Estaba tan lejos de los lugares donde se pudieran hacer las expos anime o algo similar para que se "hubieran" perdido. Los hubieran son capciosos en estos momentos, y esos chicos no eran para nada ni extranjeros ni visitantes.

—Tengo que comer... Luego pensaré mejor... —murmuro para mí misma.

Me levanto, camino con desgana hasta la mesa, donde he dejado la bolsa de galletita glaseada la abro y me como dos de una a la boca. Mientras me dirijo con la leche entre manos hacia la heladera, saco mi taza mostaza y la pongo un momento en la encimera. Cierro la puerta de la heladera, agarro mi taza que ya no en la encimera pero me la pasan, luego camino hasta el microondas, abro la puertecilla e introduzco la taza de cafe frío. Pongo dos minutos para calentar a full, mientras que agarro la leche, busco la jarra de plastico verde donde colocamos la leche y dejo reposando la leche en la heladera para que se enfríe o conserve mejor su frescura mientras espero que se caliente mi teté.

Sin embargo, en medio de la cocina. A mitad de ir por otro puñado de galletita, detengo mi caminar.

Cierro los ojos por un momento, al sentir como el tiempo se ralentiza al momento en que mi mano se queda suspendida como si mi cabeza hubiera atado cabos con algo anormal en todo lo he hecho.

La taza no estaba en la encimera...

Me... Me lo pasaron.

Volteo bruscamente la cabeza hacia es apuerta de costado de la cocina. Hacia la izquierda. Jadeo al verlo recostado sobre la misma puerta de madera que yace cerrada, Raito Sakamaki me mira con esos ojos gatunos y su sonrisa típica, universal para su diversión.

—¿¡T-tu!?

—Bicht-chan, ¿Pensaste que yo me tragué tu inocente carita allá?—preguntó con sorna, sensual y conquistador. Un voz varonil y seguro de si mismo.

Cerro mi mano suspendida en un puño. Mi cabeza vuelve a palpitar, y suelto una grosería:

Añarakopeguaré!

Siento un escalofrío en la nuca al sentirlo olfatearme, agarrando mi cintura y la sensación de que me voy a desmayar se acrecenta.

Vete... Necesito mi espacio.

Suplico. Suplico por piedad. Pero luego caigo en cuenta quien es. Y de que su agarre se intensifica al grado que me corta la respiración.

—Bicht-chan, ¿Acaso te pongo nerviosa?—pregunta Raito con una voz divertida, extasiada.

¡Maldita sea, respetá mi espacio! ¡mongolico de mierda!—grito al punto que zapateo, y me enfurezco como solo me pasa cuando pierda la paciencia.

Paciencia que solo pierdo con mi sobrina de diez años, logra reventar.

Raito inmediatamente me suelta. Se queja por el grito al oído. Blasfema y poco después, caigo al suelo respirando totalmente azorazada.

Mi cuerpo tiembla demasiado. No es miedo, es ira, es... Es algo que desconozco. Lágrimas caen de mis ojos como si fuera una canilla rota.

«¡No es momento para llorar! ¡para! ¡¿para!?» pensé enojada.

¿Porque me siento tan desconsolada cuando lo siento tan cerca?. ¿Porque no lo quiero sentir, porque todo a mi alrededor parece perder credibilidad?

Raito se agacha a mi altura. Y se nota su confusión entre sus rasgos.

—Vete. No puedo verte. No puedo...

—¿Por qué? ¿porqué te me resistes? —pregunta incómodo Raito.

—Yo no soy Yui. Si buscas rameras, caminá quince kilometros mas adelante, porque no soy ninguna bitch. —mi voz es tan frivola, como si estuviera molesta con él, conmigo y con otra cosa.

Raito abre los ojos de par en par, al igual que su boca. Parece que quiere decir algo más, pero por algun motivo levanto mi mano derecha que tiembla bastante, apunto hacia él y luego hacia la ventana abierta.

—¡FUERA DE MI CASA, YA!

Y con ello. Como si el viento estuviera bajo mi merced, Raito jadea al ser estironeado fuera de aquí para ser arrojado fuera de la casa.

En cuánto lo escuchó fuera. Puedo sentir el temblor cuantificarse. Toso fuerte tras la garganta seca, y saliva cae al suelo como ácido, pero me horrorizo cuando noto sangre en el suelo.

Tiemblo. Tiemblo de pánico. Trato de levantarme del suelo, con torpeza lo consigo, agarro de la heladera ketchup y lo tiro encima. Para luego arrojar agua y limpiarlo con el trapo de repasar. Mi cabeza se va tranquilizando al asemejar que ha sido ketchup y no otra cosa. Abnegada de creerlo.

Tiro el trapo en el cubo con ayudín. Le diría a mamá que el ketchup se me cayó sin querer, para no preocuparla.

Poco después, escucho como las verjas verdes de la casa se abren, el auto de papá ingresa y solo significa.

—Llegaron del Abasto... Pronto comeremos. —murmuro para mi misma, el timbrado del microondas sobresalta mi corazón pero enseguida saco mi taza de allí, para luego colocar la leche para enfriar a gusto.

Me deslizo por el lugar, como si fuera gelatina temblorosa, agarro mi bolsa de galletitas glaseadas, y dejo todo sobre la mesita para luego prender la tele. Ver algo me distraerá.

—¿Recién te despiertas, hija?—pregunta mamá entrando con algunas bolsas y dejandola sobre la mesa.

Sin fuerzas, ni energías para volver a levantarme. Recuesto mi cabeza por el sofa, para verla adormilada.

—Si, mamá. ¿Les fue bien?

—Si, tu papá consiguió todo a buen precio. Ya sabes que solo debemos gastar 200mil y esa compra me debe rendir toda una semana. Pude conseguir con ese objetivo sin problemas, ya en breve frito las milanesas. Comeremos con ensalada de pepino por ser tarde —expresa ella, mientras empieza a ordenar las cosas en su lugar.

Papá llega después con otras dos bolsas.

—Ah...  —suspira cansado papá pero luego me mira con un cariño especial— ¿Has encontrado alguna pelicula que ver en Syfy?

—Ah... ¿No? Pero lo puedo buscar para verlo juntos, papi.

—Hazlo, mientras me preparo un poco de gaseosa fría para tomar.

Asiento divertida. Olvidandome de todo el mal trago de hace unas horas y minutos. Amaba demasiado cuando papá quería ver peliculas conmigo.

Películas tan bizarras y bazoficas. Como Sharknado, mi novio es un zombie, competencias de maquillaje de película, o simplemente ver Criminal Minds.

Tomando mi teté, teniendolos a ellos y buscando una peli. Fue lo que más necesitaba al parecer para calmar mi inquietud y malestar.

«No entiendo nada... Pero luego pensaré en qué pasó, ahora solo ha disfrutar»pensé totalmente cansada.

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